Comentarios a las lecturas del IV Domingo de Pascua 8 de mayo de 2022
A los primeros Domingos
pascuales, centrados en las apariciones, sucede en todos los ciclos el Domingo
dedicado al Buen Pastor. Porque este título se verifica sólo en el Cristo que
ha dado la vida por las ovejas y éste sólo es el Resucitado.
Destaquemos expresiones
significativas en la pericona de este año C. Las ovejas "escuchan"
su voz (de Jesús), no sólo oyen sino atienden con interés y acogen la Palabra
sembrada en el corazón. Jesús "conoce" a las ovejas, da la Vida
eterna. Nadie podrá arrebatar las ovejas de las manos de Jesús, porque se
las ha dado el Padre, que todo lo puede, con el que Jesús es "Uno",
"Yo y el Padre somos uno".
En el IV
Domingo de Pascua, se nos invita a contemplar dos dimensiones de una misma
realidad, como es la vocación.
Jesucristo, durante su vida pública, instituyó un grupo
de doce personas a quienes llamó «apóstoles» y que le seguían en su vida
y predicación itinerante por Galilea y Judea (cf. Mc 3 14-15). A estos dio
poderes especiales para expulsar demonios y curar enfermedades (cf. Mt 10 1)
pero su misión principal era «estar con Él» y predicar el evangelio. Luego, el
evangelista Lucas indica que Jesús escogió también a otros 72 llamados
«discípulos» y los envió con idénticos poderes que los de los apóstoles (cf. Lc
10 1-2). Estos apóstoles fueron quienes le acompañaron durante la
Última Cena. Según el relato evangélico, tras entregar el pan y el vino y hacer
alusión a su cuerpo y sangre, Jesucristo dijo: «haced esto en memoria mía» (cf.
1 Co 11 24). Este texto es interpretado como una voluntad de Jesús de
establecer sacerdotes que perpetuaran este recuerdo. Más tarde, el día de la
resurrección, Jesús confirió también a los apóstoles el poder de perdonar
pecados en su nombre (cf. Jn 20 21-23) y les confió las funciones de gobernar,
enseñar y santificar dentro de su Iglesia (cf. Mt 28 19-20). En estos dos
momentos solemnes, así como en la venida del Espíritu Santo en
Pentecostés que terminó de fortalecer a los apóstoles para la misión que habían
recibido, la Iglesia reconoce la ocasión de la institución del sacramento del
orden por parte de Cristo. Como en los demás sacramentos no se trata de una
institución jurídica sino más bien de una intención que los discípulos han ido
profundizando a lo largo del tiempo.
Dios no quiere
vocaciones que fomenten la desunión, ni personas que se crean el centro del
universo. El Espíritu sopla donde quiere y a quien quiere. Eso está claro. Y
será la influencia del Espíritu la que nos ayude a cumplir y entender mejor las
palabras que acaba de decirnos nuestro único pastor.
Oremos al
Dueño de la mies para que envíe obreros a su Iglesia, también a la que va
naciendo y consolidándose en los ámbitos geográficos de la misión. Y que los
jóvenes que en esas comunidades nacientes experimentan la mirada y la llamada
de Jesús para ser consagrados al Reino, cuenten con nuestra ayuda espiritual y
económica, en esta Jornada y en todo momento.
del
Libro de los Hechoses uno de los textos fundamentales para conocer la
apertura del mensaje evangélico a todas las gentes. . Es una
escena que se repetirá con frecuencia. Pablo y Bernabé son dos de los muchos
que cruzaron tierras y mares para sembrar la semilla de Dios. Todo el mundo de
entonces se iba iluminando con ese puñado de ideas sencillas que Cristo había
sembrado a voleo en un rincón del Oriente Medio.
La estrategia
misionera normal de Pablo y Bernabé era predicar primero a los judíos para
conseguir su conversión. La misión a los gentiles viene después y está
subordinada a esta conversión primera de Israel. Pablo se vuelve ahora
momentáneamente a los gentiles, únicamente porque los judíos han rechazado la
salvación que Pablo les ofrece.
Si se hubiera
iniciado un movimiento significativo de conversión de los judíos, San Pablo no
se hubiera dirigido inmediata y directamente a los gentiles. San Pablo
justifica su vuelco hacia los gentiles, interpretando su conversión y elección
por parte del Espíritu, a la luz de la Palabra de Dios en Is.49, 6 que ahora
Pablo atribuye a Cristo.
San Lucas
subraya con fuerza lo positivo de este vuelco hacia los gentiles: "los gentiles se alegraron y se pusieron a
glorificar la Palabra de Señor.....y la Palabra del Señor se difundía por toda
la región" (v. 48-49). A pesar de la expulsión de los misioneros:
"los discípulos quedaron llenos de
gozo y del Espíritu Santo" (v. 52).
Esta decisión
de San Pablo de dirigirse ahora a los gentiles no significa, sin embargo, que
Pablo abandone su estrategia de ir primero a los judíos y de cómo él entiende
su vocación. En la próxima ciudad adonde van, Iconio, Pablo y Bernabé entran
del mismo modo (es decir: como de costumbre) en la sinagoga de los judíos (14,
1). Pablo sigue buscando la conversión de Israel. Si su estrategia fracasa, no
es porque sea errónea, sino por culpa de los dirigentes judíos o de algunos
judíos incrédulos que la hacen fracasar. La gran novedad que San Lucas nos
presenta en Antioquía de Pisidia, no es un cambio en la estrategia de Pablo,
sino su vuelco hacia los gentiles, después que los judíos rechazan el
Evangelio. San Pablo, manteniendo su estrategia original, se vuelve ahora a los
gentiles con plena conciencia, seguridad y valentía.
La
Iglesia es universal y aunque los judíos hubieran aceptado el mensaje salvífico
del Evangelio, la Iglesia se extendería por doquier. Comenta San Agustín:
«Admirable es el testimonio de San Fructuoso,
obispo. Como uno le dijera y le pidiera que se acordara de rogar por él. El
santo respondió: “Yo debo orar por la Iglesia católica, extendida de Oriente a
Occidente”. ¿Qué quiso decir el santo obispo con estas palabras? Lo entendéis,
sin duda, recordadlo ahora conmigo: “Yo debo orar por la Iglesia Católica; si
quieres que ore por ti, no te separes de aquélla por quien pido en mi oración”»
(Sermón 273).
. Se presenta como un himno doxológico destinado a la entronización del
Señor. La tradición judía dio a este canto de alabanza el título de «salmo para
la tóda'», esto es, para el sacrificio de acción de gracias en el canto
litúrgico. Se cantaba cuando el pueblo entraba en el templo para las grandes
celebraciones litúrgicas.
La estructura del himno es simple:
– vv. 2-3: invitación a la alabanza dirigida a Israel y a toda la
tierra, porque Dios es su creador y pastor;
V.
2: El servicio del Señor consiste, sobre todo, en el culto. Este servicio no es
esclavitud, y se debe ofrecer con alegría. Música, canto, procesión, son
expresión ritual de esta actitud interna de servicio: la expresan y la
alimentan.
V.
3: El saber es una penetración por la fe, es un acto de reconocimiento. El
pueblo existe como «pueblo de Dios»: una de las imágenes favoritas es la del
pastor y rebaño.
– vv. 4-5: invitación a que los fieles que desfilan en procesión se
asocien a la alabanza por la fidelidad del Dios de la alianza.
V.
5: Respuesta del pueblo: en la breve procesión litúrgica se rompen los límites
del tiempo, aclamando una misericordia eterna.
El breve himno litúrgico de alabanza y de acción de gracias, presenta
tanto las palabras de la revelación bíblica comunes a los salmos de alabanza -a
saber: alegría, pueblo, rebaño, nombre del Señor, bondad, misericordia,
fidelidad- como los verbos empleados para el culto de Israel: aclamar,
servir, reconocer; entrar (por las puertas del templo), alabar,
bendecir. La comunidad israelita está invitada a alabar y dar gracias a
Dios con el canto de procesión litúrgica en el templo. Ante todo, es común la
alegría entre el pueblo, que experimenta la bondad del Señor presente en la
vida cotidiana de sus fieles.
La composición del himno se mueve de forma dinámica de lo universal a lo
particular. Se pasa de la «tierra», donde vive el hombre, al «pueblo-rebaño»
que habita en su «país-redil», para presentar, a continuación, el «templo»
donde reside el Señor, centinela vigilante del pueblo. Por otra parte, la
atención se dirige a la historia de la salvación que Dios ha trazado con su
pueblo, mostrando su presencia providente. Dios formó y eligió a Israel, en el
pasado, como criatura predilecta: «Él nos hizo» (v 3a); en el presente,
Dios acompaña la vida de la comunidad como a su rebaño e Israel profesa su
pertenencia a Dios: «Somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (v 3b);
en el futuro, la bondad misericordiosa del Señor se manifestará a las naciones
que le serán fieles y confiarán sólo en él: «Su fidelidad por todas las
edades» (v 5).
El salmista concluye su alabanza al Señor con algunos mandatos que ponen
de relieve la firmeza de su fe, la alegría y el entusiasmo religioso: aclamad, servid, entrad en su presencia,
sabed, alabad, bendecid (vv. 2-5). Estas benévolas incitaciones
brotan de su experiencia de comunión con Dios, y a esta misma experiencia
quiere conducir a su comunidad y hacer que permanezca en ella, a fin de que
participe de su misma alegría y viva de la misma fe en el Señor.
en la audiencia del miércoles, 7 de noviembre
20011. La tradición de Israel ha
atribuido al himno de alabanza que se acaba de proclamar el título de
"Salmo para la todáh",
es decir, para la acción de gracias en el canto litúrgico, por lo cual se
adapta bien para entonarlo en las Laudes de la mañana. En los pocos versículos
de este himno gozoso pueden identificarse tres elementos tan significativos,
que su uso por parte de la comunidad orante cristiana resulta espiritualmente
provechoso.
2. Está, ante todo, la exhortación apremiante a
la oración, descrita claramente en dimensión litúrgica. Basta enumerar los
verbos en imperativo que marcan el ritmo del Salmo y a los que se unen
indicaciones de orden cultual: "Aclamad..., servid al Señor con
alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios...
Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre" (vv. 2-4). Se trata de una serie
de invitaciones no sólo a entrar en el área sagrada del templo a través de
puertas y atrios (cf. Sal 14,
1; 23, 3. 7-10), sino también a aclamar a Dios con alegría.
Es una especie de hilo constante de alabanza que no se
rompe jamás, expresándose en una profesión continua de fe y amor. Es una
alabanza que desde la tierra sube a Dios, pero que, al mismo tiempo, sostiene
el ánimo del creyente.
3. Quisiera reservar una segunda y breve nota al
comienzo mismo del canto, donde el salmista exhorta a toda la tierra a aclamar
al Señor (cf. v. 1). Ciertamente, el Salmo fijará luego su atención en el
pueblo elegido, pero el horizonte implicado en la alabanza es universal, como
sucede a menudo en el Salterio, en particular en los así llamados "himnos
al Señor, rey" (cf. Sal
95-98). El mundo y la historia no están a merced del destino, del caos o de una
necesidad ciega. Por el contrario, están gobernados por un Dios misterioso, sí,
pero a la vez deseoso de que la humanidad viva establemente según relaciones
justas y auténticas: él "afianzó el orbe, y no se moverá; él
gobierna a los pueblos rectamente. (...) Regirá el orbe con justicia y los
pueblos con fidelidad" (Sal
95, 10. 13).
4. Por tanto, todos estamos en las manos de Dios,
Señor y Rey, y todos lo celebramos, con la confianza de que no nos dejará caer
de sus manos de Creador y Padre. Con esta luz se puede apreciar mejor el tercer
elemento significativo del Salmo. En efecto, en el centro de la alabanza que el
salmista pone en nuestros labios hay una especie de profesión de fe, expresada
a través de una serie de atributos que definen la realidad íntima de Dios. Este
credo esencial contiene las siguientes afirmaciones: el Señor es Dios, el
Señor es nuestro creador, nosotros somos su pueblo, el Señor es bueno, su
misericordia es eterna y su fidelidad no tiene fin (cf. vv. 3-5).
5. Tenemos, ante todo, una renovada confesión de
fe en el único Dios, como exige el primer mandamiento del Decálogo:
"Yo soy el Señor, tu Dios. (...) No habrá para ti otros dioses delante de
mí" (Ex 20, 2. 3). Y como
se repite a menudo en la Biblia: "Reconoce, pues, hoy y medita en tu
corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en
la tierra; no hay otro" (Dt
4, 39). Se proclama después la fe en el Dios creador, fuente del ser y de la
vida. Sigue la afirmación, expresada a través de la así llamada "fórmula
del pacto", de la certeza que Israel tiene de la elección divina:
"Somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño" (v. 3). Es una certeza
que los fieles del nuevo pueblo de Dios hacen suya, con la conciencia de
constituir el rebaño que el Pastor supremo de las almas conduce a las praderas
eternas del cielo (cf. 1 P 2,
25).
6. Después de la proclamación de Dios uno,
creador y fuente de la alianza, el retrato del Señor cantado por nuestro Salmo
prosigue con la meditación de tres cualidades divinas exaltadas con frecuencia
en el Salterio: la bondad, el amor misericordioso (hésed) y la fidelidad. Son las tres
virtudes que caracterizan la alianza de Dios con su pueblo; expresan un vínculo
que no se romperá jamás, dentro del flujo de las generaciones y a pesar del río
fangoso de los pecados, las rebeliones y las infidelidades humanas. Con serena
confianza en el amor divino, que no faltará jamás, el pueblo de Dios se
encamina a lo largo de la historia con sus tentaciones y debilidades diarias.
Y esta confianza se transforma en canto, al que a
veces las palabras ya no bastan, como observa san Agustín: "Cuanto
más aumente la caridad, tanto más te darás cuenta de que decías y no decías. En
efecto, antes de saborear ciertas cosas creías poder utilizar palabras para
mostrar a Dios; al contrario, cuando has comenzado a sentir su gusto, te has
dado cuenta de que no eres capaz de explicar adecuadamente lo que pruebas. Pero
si te das cuenta de que no sabes expresar con palabras lo que experimentas,
¿acaso deberás por eso callarte y no alabar? (...) No, en absoluto. No serás
tan ingrato. A él se deben el honor, el respeto y la mayor alabanza. (...)
Escucha el Salmo: "Aclama al Señor, tierra entera".
Comprenderás el júbilo de toda la tierra, si tú mismo aclamas al Señor" (San Juan Pablo II. en la audiencia del miércoles, 7 de noviembre
2001).
es continuación de la visión de San Juan, se nos
explica la multitud de personas de todas las partes del mundo que han llegado después
de sufrir el martirio y allí son "colmados"
de toda felicidad".
Durante estos domingos del
ciclo C, leemos fragmentos del Apocalipsis. Todos los apocalipsis, tanto los
bíblicos como los no inspirados, eran escritos de rabiosa actualidad, porque
siempre pretendían confrontar a comunidades atribuladas por unas persecuciones
muy concretas, dar sentido a sus sufrimientos e infundirles la certeza de que
Dios no los había olvidado, sino que muy pronto los socorrería. El Apocalipsis
de San Juan , también tenía este sentido, pero la exégesis medieval, que
todavía predomina, lo ha desviado en sentido milenarista, como si se tratara de
un mensaje cabalístico sobre acontecimientos muy lejanos, o bien en sentido
místico, como si sólo valiera para almas privilegiadas.
El cap. 7 es un texto de transición
colocado entre la apertura del sexto y séptimo sello. Ante la injusticia
infligida por el poder humano (6, 1ss), el Señor interviene y, como
consecuencia, cunde el pánico entre los prepotentes (6, 12-17). Desesperados,
preguntan, "¿quién podrá resistirle?" (6, 17). A esta ansiosa
pregunta da respuesta el autor del Apocalipsis asegurando que los fieles del
Señor deben conservar intacta su esperanza (cap. 7).
El texto presenta a los
elegidos que han llegado ya a la meta, a la salvación definitiva (significado
de la túnica blanca). Su número es incontable y en sus manos llevan palmas en
señal de victoria (cfr. I Mc. 13, 51; II Mac. 10, 7). La salvación se la deben
al Cordero y, en última instancia, a Dios: por eso entonan un himno de alabanza
los dos. Los que no se han dejado doblegar ante ningún poder humano, lo hacen
ante Dios en señal de agradecimiento.
Mediante el recurso literario
del diálogo se va a especificar quiénes son los vestidos de blanco (vs. 13 ss).
Son los que, con la ayuda del Señor, se han mantenido fieles a su Dios en el
día de la persecución. El Cordero, con su muerte, ha hecho posible uniendo su
sangre (martirio) a la del Cordero.
El Cordero es Cristo resucitado, que es nuestro pastor ( 3 lectura), pero antes ha sido cordero llevado al sacrificio. La multitud de los bautizados de todo el mundo, especialmente en estas solemnidades pascuales, se han lavado en la sangre del Cordero. Ya pueden tomar parte plenamente en la asamblea eucarística y adorar a Dios en espíritu y en verdad. Son el verdadero pueblo de Dios, prefigurado en los israelitas que peregrinaban por el desierto y vivían en tiendas y cabañas (las palmas del v. 9, demasiado esterilizadas por la iconografía cristiana, son el ramaje de los Tabernáculos), que cuenta con el propio Dios convertido en compañero de camino, porque él también tenía su tienda en medio del campamento, figura del Dios-con-nosotros, que por la encarnación ha acampado entre nosotros (el v. 15, "el que se sienta en el trono acampará entre ellos", utiliza el mismo verbo que Jn 1,14, énosei). Las vestiduras blancas (v. 9) sugieren también la liturgia bautismal, así como la frase final sobre las "fuentes de aguas vivas" (v. 17). Si los bautizados son fieles a sus compromisos y superan valientemente la prueba del desierto (hambre, sed, sol, calor), se les promete la consolación final, que ya está presente, en el sentido de las bienaventuranzas.
una
respuesta a la pregunta que los judíos dirigían a Jesús: ¿eres tú el Cristo, el
Mesías? Han sido muchas las imágenes con que se ha presentado al Mesías. En
todas ellas hay un elemento común que las caracteriza: la relación particular
entre Dios y su pueblo.
Dios ha investido a su Mesías
de autoridad a fin de que libere y reine sobre su pueblo. Los judíos han
concretado esta misión en un reino de la categoría y estirpe de David. En el
discurso sobre el pastor Jesús insiste y se revela como Mesías pero en una
forma inesperada. Se define como el buen pastor en contraposición a los jefes
de Israel. En el fondo esta afirmación está en la línea bíblica según la cual
sólo Yahvé es el pastor de Israel. Más tarde se promete al pueblo disperso que
Yahvé volverá a reunir a su rebaño y le dará un pastor: su siervo David, el
Mesías.
Esta afirmación viene
relacionada desde tres puntos de vista con el Mesías político; conocimiento
mutuo: las ovejas no siguen a un extraño; don de la vida eterna: así se anuncia
la salvación; unidad con el Padre: es la respuesta a la pregunta sobre si él
era el Mesías.
El evangelista no ha buscado
demostrar la mesianidad de Jesús desde su procedencia genealógica de David, ni
ha demostrado su divinidad por medio de los milagros. La declaración de la
filiación divina suena así: Dios ha amado a Jesús antes de la creación del
mundo porque le ha dado su gloria.
La imagen del pastor era muy expresiva para los hebreos. Hoy suscita reacción y perplejidad. Nadie acepta formar parte de un rebaño. Al hombre moderno no le gustan estos conceptos. Hay que cambiar imágenes pero hay que mantener el contenido.
Juan recordaba con emoción cómo Jesús hablaba de
su rebaño, su pequeña grey por la que daría su vida derramando hasta la última
gota de su sangre: “Mis ovejas escuchan
mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no
perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano...”. Juan había
escuchado al Maestro como quien bebía sus palabras.
El pastor y
las ovejas es una imagen clásica en la literatura bíblica. Muchos profetas se
sirvieron de ella cuando quisieron hablar de las relaciones entre Dios y su
Pueblo. Es una imagen cotidiana en una economía agrícola y ganadera. Las ovejas
representan a los seguidores de Jesús, el Buen Pastor, que da su vida por
ellas. El Papa Francisco nos ha dicho que los “pastores tienen que oler a oveja”, es decir tienen que estar en
medio del pueblo, compartir sus sufrimientos y sus gozos. El auténtico pastor
“conoce a sus ovejas” y les da vida.
“Mis
ovejas escuchan mi voz y me siguen”, dice Jesús. Lo primero que tenemos que
hacer es escuchar la Palabra de Dios, para después hacer la vida en nosotros y
seguir a Jesús. El seguimiento de Jesús comporta un comportamiento consecuente
con el Evangelio. El seguimiento es la norma de moralidad para el cristiano. A
este respecto escribe San Agustín: “¡Lejos de nosotros afirmar que faltan ahora
buenos pastores; lejos de nosotros el que falten, lejos de su misericordia el
que no los haga nacer y otorgue! En efecto, si hay ovejas buenas, hay también
pastores buenos, pues de las buenas ovejas salen buenos pastores. Pero todos
los buenos pastores están en uno, son una sola cosa. Apacientan ellos: es
Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no dicen que es su voz propia,
sino que gozan de la voz del esposo”.
" Escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen"
Con todo, como cualquier
comparación, no debe exagerarse. Si recordamos lo que hemos escuchado en el evangelio,
debemos constatar que Jesucristo habla de UNAS "ovejas" no como un número más en el rebaño, sino como alguien
- hombre, mujer- que tiene una relación muy personal con JC. Porque dice:
"escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen". no basta en
absoluto formar parte del rebaño (multitudinariamente, rutinariamente). Lo que
Jesucristo dice exige una relación personal: escuchar su voz. Cada uno, cada
uno de nosotros -para ser cristiano- no puede contentarse con ser miembro de la
Iglesia (venir a misa, cumplir los preceptos, etc.) sino que hay algo mucho más
importante, también más difícil pero también más humano, más enriquecedor:
saber escuchar personalmente la voz de JC, su palabra de vida, su llamada a
reconocerle vivo y actuante en nuestra vida de cada día.
Es una relación personal.
Es una relación personal que
tiene una base, un fundamento en el que a menudo no pensamos. Pero lo afirma
Jesucristo: "Yo las conozco".
Esto es muy importante. Incluso más importante que sentirse miembro del
"rebaño". lo más importante, el principio y fundamento de nuestra
vida cristiana es atrevernos a aceptar este gran misterio del amor de Dios: jc
nos conoce -y nos conoce con amor total- y por ello podemos seguirle. Porque
sólo puede seguirse -es decir, confiar la vida, entregar la vida- a quien te
conoce y ama. Con un conocimiento y amor personal, de cada uno de nosotros, que
nada -ni nuestro mayor pecado- puede destruir.
"nadie las arrebatara de mi mano" hemos leído en el evangelio.
"Nadie", ni nuestro pecado, ni nuestra mediocridad, ni nuestras
dudas, ni lo que sea. "Nadie las arrebatara de mi mano".
Esta es nuestra gran confianza.
Jesucristo nos conoce -personalmente, a cada uno-, nos ama, nos guía. Por eso
podemos seguirle unidos, formando su "pequeño rebaño", para intentar
comunicar -contagiar- a todos los que conviven con nosotros esta gran Buena
Nueva: hay un Pastor que nos puede guiar hacia una vida auténtica, nueva y
total.
Así comenta San Agustín el evangelio. Jn 10,11-18: Si hay ovejas buenas, hay también
pastores buenos: " Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen (Jn 10,27). Aquí encuentro a todos los
pastores en uno solo. No faltan los buenos pastores, pero se hallan en uno
solo. Los que están divididos son muchos. Aquí se anuncia uno solo porque se
recomienda la unidad. Quizá digas que ahora no se habla de pastores, sino de un
solo pastor, porque no encuentra el Señor a quien confiar sus ovejas. Entonces
las confió porque encontró a Pedro. Al contrario, en el mismo Pedro nos
recomendó la unidad. Eran muchos los apóstoles y a uno sólo se dice: Apacienta mis ovejas (Jn 21,16).
¡Lejos de nosotros afirmar que faltan ahora buenos pastores; lejos de nosotros
el que falten, lejos de su misericordia el que no los haga nacer y otorgue! En
efecto, si hay ovejas buenas, hay también pastores buenos, pues de las buenas
ovejas salen buenos pastores. Pero todos los buenos pastores están en uno, son
una sola cosa. Apacientan ellos: es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo
no dicen que es su voz propia, sino que gozan de la voz del esposo.
Por
tanto, es él mismo quien apacienta, cuando ellos apacientan. Dice: « Soy yo
quien apaciento», pues en ellos se halla la voz de él, en ellos su caridad. Al
mismo Pedro a quien confiaba sus ovejas, como si fuera su «otro yo», quería
hacerle una sola cosa consigo, para confiarle luego las ovejas, porque así él
sería la cabeza y mantendría la figura del cuerpo, es decir, de la Iglesia;
como esposo y como esposa serían dos una sola carne. Por lo tanto, al confiarle
las ovejas, ¿qué le pregunta antes para no confiárselas a otro distinto de sí? Pedro, ¿me amas? Y le responde: Te amo. De nuevo: ¿Me amas? Y respondió: Te amo. Confirma la caridad para
consolidar la unidad. Él mismo, siendo único apacienta en ellos, y ellos
apacientan en el único. No se habla de los pastores, y se está hablando. Se
glorían los pastores, pero quien se
gloríe, que se glorie en el Señor. Esto es lo que significa el que
Cristo apacienta: esto es apacentar con Cristo, apacentar en Cristo y no
apacentarse a sí mismo fuera de Cristo.
No
pensaba en la penuria de los pastores, como si el profeta anunciase como
venideros estos malos tiempos, cuando dijo: Yo apacentaré a mis ovejas, como indicando: «No tengo a quién
confiarlas». En efecto, cuando aún vivía Pedro y cuando aún se hallaban en esta
carne y en esta vida los
apóstoles mismos, dijo aquel pastor único, en quien son todos una sola cosa: Tengo otras ovejas que no son de este redil,
es preciso que yo las atraiga, para que haya un solo rebaño y un solo pastor
(Jn 10,16). Estén todos en el único pastor, anuncien todos la única voz
del pastor, de modo que la oigan las ovejas y sigan a su pastor, no a éste o al
otro, sino al único. Anuncien en él todos una sola voz; no tengan diversas
voces. Os ruego, hermanos, que
anunciéis todos lo mismo y no haya entre vosotros cismas (1 Cor 1,10). Oigan
las ovejas esta voz liberada de todo cisma, expurgada de toda herejía, y sigan
a su pastor que dice: Las ovejas que
son mías, oyen mi voz y me siguen." (San Agustín, Sermón 46,30).
Para nuestra vida.
De la
primera lectura nos viene un mensaje de fidelidad al evangelio. San Pablo y San
Bernabé, como todos los demás discípulos y apóstoles del Maestro, quisieron
cumplir el mandato de Jesús, de predicar el evangelio hasta el extremo de la
tierra.
Sufrieron muchas persecuciones y fatigas a causa de su predicación, pero nunca
desistieron y fueron capaces de sufrir y hasta de dar su vida antes que
renunciar al cumplimiento del mandato del Señor. Cuando nosotros tengamos algún
problema o contradicción por causa de nuestro comportamiento y de nuestro
proceder cristiano, acordémonos de los apóstoles y primeros discípulos de
Jesús, porque sabemos que ser ovejas del Buen Pastor, Jesús, supone, por nuestra
parte, decisión, entrega y sacrificio.
Aquellos
primeros misioneros entran en la sinagoga y toman asiento entre la multitud. La
sinagoga era el lugar donde se reunían los judíos y los paganos prosélitos del
judaísmo para oír la palabra de Dios. Después de leer el texto sagrado, alguno
de los asistentes se levantaba para comentar lo que acababa de leer. Pablo y
Bernabé se levantarán muchas veces para hablar de Cristo. Partiendo de las
Escrituras, ellos mostraron que Jesús de Nazaret es el Mesías, el Salvador del
mundo. La gente buena y sencilla escucha y acepta el mensaje. La fe brotaba, la
luz de Cristo llenaba de claridad y de esperanza la vida de los hombres.
Vemos también
cómo se produce el rechazo de la comunidad judía. Aquellos judíos, los
hijos de Israel, que habían recibido las promesas, los herederos de la fe de
Abrahán, el pueblo elegido, mimado hasta la saciedad por Dios; ellos, los
judíos precisamente, van a poner las mayores trabas al crecimiento de la
naciente Iglesia. Perseguían a los apóstoles de ciudad en ciudad, los
calumniaban, soliviantaban a las autoridades y al pueblo contra ellos, contra
los que predicaban a Cristo, los que hablaban de perdón y de paz.
San Pablo va a
ir a otros que lo aceptan. La hostilidad de los judíos pone aún más de relieve
la valentía y constancia de los apóstoles y descubre las dos actitudes que
pueden adoptarse ante el Evangelio: los judíos lo rechazan y se quedan con sus
prejuicios, los gentiles lo aceptan y alcanzan la "vida eterna". Es
verdad que también entre los gentiles Pablo encontrará dificultades… Pero la
enseñanza del texto es que no debe haber un monopolio del mensaje evangélico,
no se puede encorsetar la Palabra en formas concretas predeterminadas por
tradiciones que pueden ser superadas por la dinámica del evangelio.
La misión
directa a los gentiles, sin subordinarla a la conversión de los judíos, es para
San Lucas voluntad del Espíritu Santo, es la obra para la cual San Pablo y San Bernabé
fueron elegidos. San Bernabé, en contra de San Pablo, también piensa como San
Lucas.
El
salmo 99 nos invita al gozo y a la alegría. Cristo, victorioso vencedor de la
muerte, es nuestro pastor, y nosotros, sus
ovejas, caminamos, tras él y como él, hacia la resurrección. Aclamemos, pues, al Señor con alegría,
y que esta hora, en la que Cristo entró en su gloria, aumente nuestra esperanza
de que también nosotros, ovejas
de su rebaño, entraremos un día por
sus puertas con acción de gracias, bendiciendo su nombre.
El salmo 99 es un canto
procesional de acción de gracias a Dios que ha elegido a Israel y lo guía con
cuidado amoroso como a ovejas de su rebaño.
"Sabed que el
Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño". (Salmo 99,3).
No hay
seguimientos de Jesucristo, no hay pertenencia a la iglesia, sin saberse
miembros de un pueblo, ovejas de un rebaño. No se puede ser cristiano cada uno
a su aire, desentendiéndose de los demás -y mucho menos menospreciando a los
demás, sean quienes sean estos "demás"- no se puede ser cristiano sin
aceptar que formamos parte de una Iglesia, aunque haya en nuestra Iglesia cosas
que nos molestan. Este tiempo de Pascua que estamos celebrando no es sólo
celebración alegre de la Resurrección de Cristo, anuncio de Vida nueva y eterna
para todos. Es también celebración del vivir en la comunión que es la iglesia,
la comunidad de los seguidores de Jesús , el Cristo.
El salmo de
hoy sintoniza plenamente con las enseñanzas del papa Francisco. Alegría.
Júbilo. Gozo. Nuestra época necesita más que cualquier otra, la alegría; estando
como está amenazada por la difusión masiva de catástrofes a escala mundial. En
otro tiempo, el hombre tenía "sus propias" desgracias que soportar,
las de su familia, de su región, máxime las de la nación... Hoy, por la
información que recibimos de todas partes, llevamos el universo entero sobre
los hombros. De allí la melancolía y la desesperación, que se apodera de muchos
de nuestros contemporáneos.
¡Dios,
plenitud del "ser", y de la "alegría". La única razón que
nos dan de esta inmensa "todah", es que Dios es Dios, y que El nos ha
hecho!. ¡Existir. Vivir. Ser. Primer don de Dios. Primera gracia, primera
Alianza... universal!
Hoy recibimos
los "siete imperativos" de este salmo: "¡Aclamad... Servid a
Dios con alegría! Id hacia El con cantos de alegría... Reconoced que El es
Dios... Id hacia su casa dando gracias... Entrad en su morada cantando...
Bendecid su nombre... Verdaderamente el Señor es bueno, su amor es
eterno!"
Toda época ha
tenido veleidades "de universalismo", experimentando confusamente que
"cada" hombre es sagrado, y una especie de realización de "la
humanidad". A menudo esta visión universal ha tomado, desgraciadamente, el
rostro odioso de la "dominación". Se ha pretendido anexionar a los
demás a sí mismo, para explotarlos, para imponerles la propia manera de pensar.
Y el deseo de "convertir" a los otros no estaba siempre exento de
este instinto de superioridad, aun hablando de "catolicidad"...
Cuando no se hacía otra cosa que imponer a otras culturas nuestra manera de
pensar y de orar. Aún hoy día estamos lejos de habernos liberado de este
"imperialismo" que unificaría la tierra entera "por la
fuerza". No obstante progresa un movimiento que busca la unificación de la
humanidad "por unanimidad", en la que cada uno se asocia libremente a
un proyecto humano universal. ¿Acaso Dios no trabaja en este sentido en el
corazón del mundo?
La
proclamación del Evangelio no tiene nada de propaganda o de publicidad: es una
invitación, una proposición. ¡Venid! ¡Id hacia el Señor! "Todos los hombres,
toda la tierra".
La alegría, de
por sí, es comunicativa. "Reconoced que el Señor es Dios". Esto viene
de dentro, sin ninguna presión... Libremente. Y quienes ya lo han
"reconocido", ¡están invitados a dar gracias, a estar felices, a
gritarlo, para que se oiga!.
Nietzche reprochaba a los cristianos la
"cara triste" cuando el domingo salían de las iglesias. ¿Tienen
nuestras liturgias un rostro de júbilo, de alegría? ¿Dan, nuestras vidas de
cristianos, la imagen de hombres y mujeres felices de su Dios?
De la
lectura del apocalipsis, nos viene un mensaje de confianza para actuar en
tiempos difíciles movidos por la esperanza en la Resurrección. Nuestra
actuar no es fácil, porque las potencias de este mundo tiran de nuestro cuerpo
y nos incitan a vivir cómodamente aquí en la tierra. Pero si queremos ser
buenas ovejas del Buen Pastor debemos saber que nuestra patria definitiva es el
cielo, porque allí está él y hasta allí queremos seguirle. Ante el sufrimiento
y el dolor sepamos que Dios siempre enjugará las lágrimas de nuestros ojos, si
seguimos al Maestro, a nuestro Buen Pastor, hasta el final. Allí, en el cielo,
ya no pasaremos hambre ni sed, sufrimiento, ni dolor, porque el primer mundo ya
habrá pasado.
El Vidente "ve" una
muchedumbre heterogénea, de todas las razas, pueblos y lenguas, una comunidad
enriquecida con todas las diferencias e íntimamente unida con la participación
de una misma victoria. No son unos pocos de un pequeño pueblo, sino una
multitud innumerable de todos los pueblos. Todos llevan su túnica blanca,
vestido de fiesta para celebrar juntos las bodas con el Cordero. Y en las
manos, cada uno su palma para formar un bosque de aclamaciones. Todos han
pasado por la gran tribulación.
¿Quiénes son los pertenecientes
a la muchedumbre? Aunque aparecen (anteriormente) agrupados según las doce
tribus de Israel, más bien debemos pensar que los ciento cuarenta y cuatro mil
representan a la gran multitud de quienes, por el bautismo, se han incorporado
a Cristo; el número simboliza la totalidad del pueblo de Dios que milita en la
tierra.
Al final de los tiempos, esta
multitud representa la visión ampliada de San Juan, que contempla en el cielo
una grandiosa y triunfal celebración de toda la Iglesia. Una muchedumbre de
todas las naciones, pueblos, razas y lenguas del mundo se reúne para alabar a
Dios. Unidos a los ángeles, a los ancianos y a todo el universo, proclaman su
victoria, simbolizada por la túnica blanca y palma en la mano, y obtenida
gracias a la "sangre del Cordero", su pastor. Porque se unieron a su
pasión, le glorifican ahora. Y gozan de los dones anunciados antes en las
cartas a las iglesias; dones que serán detallados con más precisión en la
descripción de la nueva Jerusalén.
Queda señalada, esta vez con
términos del AT, la paradoja que envuelve constantemente la vida del cristiano,
tribulación que introduce en la vida eterna junto a Dios; sangre que blanquea
los vestidos; Cordero que pastorea y conduce a las fuentes de agua viva.
La
visión del autor del Apocalipsis es optimista: hace que las miradas de los
cristianos de su época -y de la nuestra- se dirijan al cielo, donde ya está
gozando de Dios "una muchedumbre inmensa, de toda nación y lengua".
Estos
bienaventurados participan de la victoria de Cristo, "vestidos de
vestiduras blancas y con palmas en sus manos", y están "de pie
delante del trono de Dios y del Cordero", cantando alabanzas y con acceso
a las "fuentes del agua de la vida". Ya para ellos todo es gloria y
alegría: "y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos".
Somos ovejas del "Cordero de Dios" y después de aceptar las penas, dolores y amarguras de esta vida, iremos a disfrutar en el cielo. Aquí también ya estamos llamados a vivir rasgos de esta resurrección.
Estos
son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus
vestiduras en la sangre del cordero…Y
Dios enjugará las lágrimas de sus ojos...". Las palabras
del Apocalipsis van dirigidas a una comunidad que estaba sufriendo persecución
y muerte a causa de su fe. Habla de los mártires que ya estaban en el cielo,
después de haber lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del cordero.
La
Iglesia triunfante en los cielos será el fruto de una comunidad de creyentes,
elegida de toda nación, raza o lengua, y santificada por la sangre
universalmente redentora del Cordero. La muchedumbre vestida de túnicas
blancas, lavadas en la sangre del Cordero no son únicamente los mártires de la
persecución neroniana, sino también todos los fieles purificados de sus pecados
por el bautismo. El sacramento del bautismo recibe de la sangre del Cordero,
que es también Pastor, la virtud de lavar y purificar las almas.
Estamos en tiempo de Pascua de Resurrección y debemos creer firmemente que también nosotros resucitaremos en los brazos de Dios si somos fieles a nuestro Maestro y Buen Pastor.
En el evangelio San Juan nos invita a nosotros - cristianos del siglo
XXI- a escuchar de la misma forma, como el escucho a Jesús , a que hagamos vida
de nuestra vida la enseñanza de
Jesucristo.
Sólo así alcanzaremos la vida que nunca termina, seremos copartícipes de la
victoria de Jesucristo sobre la muerte, nos remontaremos hasta las cimas de la
más alta gloria que ningún hombre puede alcanzar, la cumbre misma de Dios.
Sintamos la
alegría de ser miembro del rebaño,
porque Jesús es el Pastor. El es la raíz de nuestra unidad. Al depender de él,
buscamos refugio en él, y así nos encontramos todos unidos bajo el signo de su
cayado. Mi lealtad a Jesús se traduce en lealtad a todos los miembros del
rebaño. Me fío de los demás, porque me fío de Jesús, Pastor. Amo a los demás,
porque le amo a Él. Que todos los hombres y mujeres aprendamos así a vivir
juntos a su lado.
Jesús asume la alegoría del pastor y el rebaño, con
la que expresan los profetas la relación de Dios con su pueblo, para significar
su relación con la comunidad. Él es el Pastor encarnado, en todo semejante a
sus ovejas menos en el pecado (Hb 4,15). "Padre santo, protege a los que me has confiado" (Jn 17,11). Con esta
alegoría, Jesús quiere comunicarnos el mensaje de que su proyecto es la comunidad.
Y quiere poner de manifiesto cuáles son sus relaciones con cada miembro y cuáles
han de ser nuestros comportamientos dentro de ella. En este tiempo de Pascua,
la palabra de Dios pone de relieve que Jesús es el pastor que vive, que sigue
estando en medio de los suyos, siendo vínculo de unidad, creando comunión en
ella. Jesús no es el hombre-Dios que realizó su aventura y pasó a la historia.
Él sigue siendo el "único" Pastor de su comunidad a la que alimenta
con su palabra y con su cuerpo. Ha constituido a algunos como servidores de sus
hermanos que guían y animan a la comunidad "en su nombre" y siempre
en referencia a él. Con su palabra y con los hechos, Jesús deja
bien claro cual es su intención: "Le
dio pena porque eran como ovejas dispersas sin pastor" (Mc 6,34).
"Tengo otras ovejas que no son de
este redil; tengo que atraerlas para que escuchen mi voz y haya un solo rebaño
y un solo pastor" (Jn 10,16).
En el momento culminante de la última cena oró
ardientemente: "Padre, que sean uno, como tú y yo somos uno, para que
el mundo crea" (Jn 17,23).
Pero Jesús pone todavía más de manifiesto cual es
su proyecto con los hechos. Ya al comienzo de su ministerio de profeta
itinerante reúne a sus discípulos para que convivieran como amigos. Con algunos
convive como en familia.
Los discípulos entendieron bien el mensaje de Jesús,
después de la desbandada de su pasión y muerte, al reencontrarse con él
resucitado, se congregan de nuevo para convivir como hermanos. "En el
grupo de los creyentes, escribe Lucas, todos tenían un solo corazón y una sola
alma" (Hch 4,32).
Éste es el único cristianismo posible: el
cristianismo comunitario. Ch. Peguy lo decía muy gráfica y ardientemente:
"Ésta es nuestra religión: aceptar la fraternidad, vivir la
fraternidad". Uno no es cristiano por tener tal nivel de virtud o
espiritualidad, sino por estar ensamblado en la familia de Dios. El cristiano
es el que tiende la mano, el que hace cadena con los demás hermanos.
Dios nos tomó la delantera en el amor.
Ya en el siglo IV se hizo famoso un dicho de san
Cipriano, haciendo un juego de palabras latinas decía: "Ullus christianus,
nullus christianus". Traducido significa: "Un solo cristiano no es
ningún cristiano". Es decir, un cristiano en solitario es un imposible. Es
como una abeja sola; no puede existir; se muere inexorablemente. Afirma
rotundamente el Vaticano II: "Dios
ha querido salvar a los hombres en comunidad". Más claro, imposible.
Y el Papa Francisco en una entrevista dice: " La pertenencia a
un pueblo tiene un fuerte valor teológico: Dios, en la historia de la
salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a
un pueblo. Nadie se salva solo,
como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja
trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana.
Dios entra en esta dinámica popular." (Papa Francisco. Entrevista a Spadaro, 19 de agosto de 2013)
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario