Con la fiesta del Bautismo del Señor, de este domingo, finaliza el tiempo de Navidad, un tiempo en el que nos hemos alegrado por el nacimiento de nuestro redentor. Con esta fiesta terminamos el período de espera, que fue el adviento, y la celebración de los primeros años de vida del Señor. Recordemos que su bautismo fue realizado por Juan el Bautista cuando tenía
al menos 30 años, después del cual Jesús salió a predicar y a curar enfermos, a anunciar la buena noticia de la salvación, tiempo que duró unos tres años porque los mismos evangelios nos dicen que Jesús celebró tres pascuas con sus discípulos, la última en la que instituyó la eucaristía.
A partir del
lunes se iniciará el tiempo ordinario donde día a día seguiremos los pasos del
Señor, conoceremos su mensaje y apreciaremos sus milagros. Para esta fiesta del
Bautismo del Señor la liturgia nos propone el capítulo 42 del Profeta Isaías,
el salmo 28, el capítulo 10 de los Hechos de los Apóstoles, y en este ciclo C
meditamos el evangelio según san Lucas en su capítulo tercero.
Primera Lectura tomada del libro de Isaías ( Is 42,1-4.6-7), es un texto profético,
con el que comienza la segunda parte del libro de Isaías (40), cuya predicación
pertenece a un gran profeta que no nos quiso legar su nombre, y que se le
conoce como discípulo de Isaías (los especialistas le llaman el Deutero-Isaías,
o Segundo Isaías), es el anuncio de la liberación del destierro de Babilonia,
que después se propuso como símbolo de los tiempos mesiánicos, y los primeros
cristianos acertaron a interpretarlo como programa del profeta Jesús de
Nazaret, que recibe en el bautismo su unción profética.
Este es uno de los Cantos del Siervo de Yahvé (Isaías
42, 1-7) nos presenta a ese personaje misterioso del que habla el
Deutero-Isaías, que prosiguió las huellas y la escuela del gran profeta del s.
VIII a. C.) como el mediador de una Alianza nueva. Los especialistas han
tratado de identificar al personaje histórico que motivó este canto del
profeta, y muchos hablan de Ciro, el rey de los persas, que dio la libertad al
pueblo en el exilio de Babilonia.
La tradición cristiana primitiva ha sabido identificar
a aquél que puede ser el mediador de una nueva Alianza de Dios con los hombres
y ser luz de las naciones: Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios.
Mirad
a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Para
nosotros, los cristianos, el siervo de Yahvé es Jesús el Cristo de Nazaret, el
que fue bautizado en el Jordán por Juan el Bautista. Él vino a implantar el
derecho en la tierra, pero no quiso hacerlo con las armas, ni con una doctrina
intolerante y opresora; no quiso quebrar la caña cascada, ni apagar el pábilo
vacilante. Vino a abrir los ojos a los ciegos y la prisión a los cautivos;
quiso ser alianza de los pueblos y luz de las naciones. A este siervo de
Yahveh, a este Jesús el Cristo de Nazaret, es al que debemos convertirnos, del
que debemos revestirnos, cuando intentamos vivir como personas bautizadas en su
Espíritu.
El responsorial de hoy es el Salmo 28 (Sal
28,la.2.3ac4.3b.9b-10). En el salmo la Iglesia nos propone
un canto a la voz humana de Jesús; la que imperaba al viento y al mar: 'tace!',
'obmutesce!' "Increpó al viento y dijo al mar: «Calla, enmudece!» Y el
viento cesó y sobrevino una gran bonanza".
En el salmo
visualizamos la potencia divina del Señor sobre los seres naturales. Y así son
también las acciones salvadoras que Él obra, no sólo en la historia humana,
sino también en la historia singular de cada persona.
San Agustín
se complace en describir las maravillosas operaciones que la voz de Jesús
realiza también en el corazón humano: voz que "humillaba a los soberbios
mediante la contrición del corazón, ... que arrastraba a unos hacia su amor,
mientras dejaba a otros en su propia malicia, ... que manifestaba la opacidad
de los misterios contenidos en la Sagrada Escritura, ... " ( San Agustín. Enarrationes in psalmos, 28, 3).
"
Algunos estudiosos consideran el salmo 28
como uno de los textos más antiguos del Salterio. Es fuerte la imagen que lo
sostiene en su desarrollo poético y orante: en efecto, se trata de la
descripción progresiva de una tempestad. Se indica en el original hebraico con
un vocablo, qol, que significa simultáneamente «voz» y
«trueno». Por eso algunos comentaristas titulan este texto: «el salmo de los
siete truenos», a causa del número de veces que resuena en él ese vocablo. En
efecto, se puede decir que el salmista concibe el trueno como un símbolo de la
voz divina que, con su misterio trascendente e inalcanzable, irrumpe en la
realidad creada hasta estremecerla y asustarla, pero que en su significado más
íntimo es palabra de paz y armonía." (San Juan Pablo II. Audiencia
general del Miércoles 13 de junio de 2001).
En
la segunda lectura tomada del libro de
los Hechos de los Apóstoles (Hch 10,34-38), escuchamos el testimonio de San
Pedro "Me refiero a Jesús el Cristo de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y
curando a los oprimidos por el diablo".
Lucas habla
siempre a lectores que, a su juicio, conocen los acontecimientos de la vida y
muerte de Jesús. Se trata siempre de algo que ha acontecido en medio de
vosotros. Son hechos que no se pueden discutir, que se pueden reconstruir
históricamente, pero que deben ser interpretados. De ahí la fórmula de Pedro:
Conocéis lo que aconteció en el país de los judíos. Comienza por el bautismo de
Jesús, la unción por el Espíritu significa que Jesús ha sido elegido para
realizar la salvación. Con Jesús llegó el "fuerte" que despoja al
enemigo. Las enfermedades que Jesús cura tienen una incidencia que va más allá
del cuerpo. Jesús, con su obra, ha abierto el camino de la libertad, es el
salvador.
Esta pericopa
forma la primera parte del discurso de Pedro vv. 34-43. La evangelización de
los gentiles constituyó un grave problema para las comunidades cristianas. La
intervención de Dios, en el caso de Cornelio, hizo superar las barreras. La
misión a los gentiles no será una victoria de las ideas o decisiones de Pablo o
de Pedro, sino una obligación derivada de la intervención de Dios.
El plan
literario y teológico de los Hechos depende en gran parte de la concepción de
Lucas según el cual la proclamación del mensaje se inicia en Jerusalén y llega
a toda la tierra. En este caminar misionero el Espíritu tiene la función de
guía. En el episodio de Cornelio, Pedro reconoce el designio de Dios sobre los
gentiles. Pedro comprende que no debe distinguir ya entre alimentos puros e
impuros, tampoco entre gentiles y judíos. Pero proclama la universalidad de la
salvación que realiza Dios en Cristo. Todos los hombres son iguales ante la
salvación de Dios.
Pedro
confiesa abiertamente que ahora comprende lo que dicen las Escrituras, que Dios
no hace distinciones y que el Evangelio no puede detenerse ante las fronteras
de ningún pueblo, raza o nación. La igualdad de los hombres ante Dios era
comúnmente aceptada por los helenistas, esto es, por los cristianos procedentes
de la gentilidad que habían sido mentalizados por la filosofía estoica. Sin
embargo, para Pedro y los cristianos procedentes del judaísmo se trataba de un
cambio radical en su concepción de la historia de salvación. Pero confiesa que
el Evangelio es para todo el mundo, porque Jesús es el Señor de todos los
hombres.
Después de
esta introducción, Pedro pasa ahora a predicar el Evangelio de Jesucristo. En
atención a sus oyentes gentiles, Pedro destaca particularmente el poder de
hacer milagros y la fuerza con la que Jesús libera a los oprimidos por el
diablo.
Jesús es el
"ungido", es decir, el Cristo o Mesías. Sobre él descendió el
Espíritu Santo y fue consagrado con toda la plenitud de Dios. Su dignidad
mesiánica está inseparablemente unida a su misión salvadora.
Jesús, con
la fuerza del Espíritu Santo, pasó por el mundo haciendo bien y curando a los
oprimidos. Esta expresión sugiere el título de Salvador (Soter) y Benefactor
(Euergetes), títulos que solían dar los antiguos a los soberanos después de su
apoteosis. Claro que todos estos "salvadores y benefactores" no
entendieron su autoridad como un servicio que se acercaba al menos al que
prestó el Siervo de Yahveh. Los cristianos de la naciente Iglesia, confesando
su fe en Cristo, el Señor, protestaban contra todo culto a los emperadores.
Sólo Jesús vino a servir y no a ser servido, por eso Jesús es el Señor.
Pedro, antes
que Pablo y más allá de cualquier propuesta humana, asume que la iniciativa de
bautizar a los gentiles no proviene de los hombres sino de Dios. Dios, que no
hace distinciones, toma una decisión que señala un cambio decisivo. Desde este
momento nadie puede ser tenido por impuro. Todo hombre puede ser grato a Dios.
En el evangelio de hoy tomado de San Lucas (Lc 3,15-16.21-22) leemos " Un día en que
se bautizó mucha gente, también Jesús el Cristo se bautizó. Y mientras Jesús el
Cristo oraba se abrió el cielo, y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma
visible, como una paloma, y se oyó una voz que venía del cielo:"Tú eres mi
Hijo el amado, en ti me complazco."
Después de los relatos de la infancia y como
preparación a la actividad pública de Jesús, Lucas narra los acontecimientos
que se refieren a Juan Bautista, el bautismo de Jesús, las tentaciones de
Jesús; este conjunto sirve como de introducción a la verdadera y propia
actividad de Jesús y le da sentido. El evangelista concentra en un cuadro único
y completo toda la actividad de Juan: desde el comienzo de la predicación en
las orillas del río Jordán (3,3-18) hasta el arresto mandado por Herodes
Antipas (3,19-20). Cuando Jesús aparece en la escena en 3,21 para ser bautizado
ya no se menciona a Juan. Con esta omisión Lucas clarifica su lectura de la
historia salvífica: Juan es la última voz profética de la promesa
veterotestamentaria. Ahora el centro de la historia es Jesús, es Él quien da
comienzo al tiempo de salvación que se prolongará en el tiempo de la Iglesia.
Comienza la lectura diciéndonos que el pueblo estaba a la
expectativa ante la persona de Juan el Bautista. Esto se debe a que Israel
durante varios años vivió una “ausencia” de profetas en su pueblo, y la llegada
de Juan significó una buena noticia. Por fin había de nuevo un profeta cuya
vida también le acreditaba como tal. Notablemente diferente a los demás, por su
estilo de vida, su forma de hablar y su mensaje, constituía un nuevo paradigma
que difícilmente tendría similitudes a otros. Era tan grande la impresión
causada por este, que muchos comenzaron a señalarlo como el Mesías esperado.
Por aquel tiempo, Juan invitaba a un bautismo que se distinguía
de las acostumbradas abluciones religiosas. Este bautismo se caracteriza por no
ser repetible, y por ser la consumación concreta de un cambio que determina de
modo nuevo y para siempre toda la vida. Está vinculado a un llamamiento
ardiente a una nueva forma de pensar y actuar, está vinculado sobre todo al
anuncio del juicio de Dios y al anuncio de alguien más Grande que ha de venir
después de él. Este bautizará con el Espíritu Santo y con el fuego. Y Juan
reconoce la autoridad y el honor de esta persona, a la que afirma que no es digno
de desatarle la correas de las sandalias.
Jesús quiere ser bautizado, y se mezcla entre la multitud que
espera a las orillas del Jordán. Puesto que el bautismo de Juan comporta un
reconocimiento de la culpa y una petición de perdón para poder empezar de
nuevo, este sí a la plena voluntad de Dios encierra también, en un mundo
marcado por el pecado, una expresión de solidaridad con los hombres, que se han
hecho culpables pero que tienden a la justicia.
San Lucas nos dice que Jesús recibió el bautismo mientras oraba,
es decir, entra en diálogo con el Padre. El Cielo se abre, y el Espíritu Santo
bajó sobre Jesús como una paloma, y se oyó una voz del cielo que se dirige a
Jesús “Tú eres mi hijo querido, mi predilecto”. El Espíritu Santo es
representado “como una paloma”, probablemente, a causa del primer versículo del
Génesis, donde el Espíritu de Dios, según la tradición judía, aleteaba sobre
las aguas “como una paloma”. Este símbolo evocaría entonces la nueva creación
inaugurada en el bautismo de Jesús.
La imagen del cielo abierto, nos habla de la plena comunión de
Jesús con la voluntad del Padre, y a ello se añade la presencia del Espíritu
Santo, las tres personas de la Santísima Trinidad.
San Gregorio
Nacianceno comentando este pasaje dice: " «Se abrió el cielo» (Lc ,).
Cristo se revela, dejémonos iluminar con él; Cristo se hace
bautizar, descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él… Juan está
bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo tiempo a aquel
por quien va a ser bautizado, y sin duda para sepultar en las aguas a todo el
viejo Adán. Santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y de
la misma manera que él mismo era espíritu y carne, para iniciarnos mediante el
Espíritu y el agua… Jesús por su parte asciende también de las aguas. En
efecto, lleva con él al mundo y le hace subir con él. «Ve como se rasgan los
cielos y se abren» (Mc 1,10) que Adán había hecho que se cerraran para sí y
para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la
espada de fuego.
También el Espíritu Santo da testimonio de la divinidad, acudiendo, por
cierto, a favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues se
encontraba allí precisamente Aquel de quien se había dado testimonio; del mismo
modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra su cuerpo, ya que por
deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había
anunciado el fin del diluvio (Gn 8,11)… " ( San Gregorio
Nacianceno, obispo y doctor de la Iglesia- Homilía
39, para la fiesta de las Luces: PG 36, 349.
Para
nuestra vida.
Yo
digo: «Soy cristiano». Pero tal vez no sepa bien lo que digo ni diga con
verdad lo que soy, pues «ser de Cristo» es misterio que nadie puede
abarcar, ni puede nadie acabar de serlo.
El
Espíritu de Dios y su gracia, la contemplación de los hechos de Cristo, la
oración de
Considera
lo que celebras en la fiesta del Bautismo del Señor: “Hoy Cristo ha entrado
en el cauce del Jordán para lavar el pecado del mundo”. Tú, Iglesia de
Cristo, ves bautizado en el Jordán al que es tu cabeza, y eres tú, su cuerpo,
la purificada; entra en el agua Jesús, y la corriente se lleva tus pecados;
mientras Jesús ora, el cielo se abre también para ti; asciende Jesús de las
aguas, y lleva consigo hacia lo alto el mundo entero.
Retomado la
primera lectura, el siervo de Yahveh,
en este siglo XXI, el actual discípulo de Jesús el Cristo, bautizado en su
Espíritu, debe ser una persona mansa y humilde, luchadora contra las
injusticias de este mundo y anunciadora de un reino de justicia, de amor y de
paz. A ello nos invita esta lectura.
El
salmo nos recuerda la obra de Dios. Dios espera
nuestra petición El Señor bendice a su pueblo con la paz. Pues recemos
hoy todos con el salmo 28 y pidamos fervientemente al Señor que Él nos bendiga
a todos con su paz, especialmente a los más la necesiten.
" Este salmo lo propone la Iglesia el
domingo del "bautismo de Jesús": "Se abrió el cielo... Se oyó
una voz... Tú eres mi Hijo". El evangelio como cosa normal, utiliza todos
los esquemas culturales del pueblo en el cual fue primeramente proclamado. ..
Para un judío de ese tiempo, el "trueno", era "la voz de
Dios". Y San Juan, no vacila en narrar lo siguiente: "Una voz vino
del cielo: yo lo he glorificado y lo glorificaré aún". La muchedumbre que
se encontraba allí y que había oído decía que se trataba de un trueno: otros decían
que un ángel le había hablado". (Juan 12,28 - 29). El mismo San Juan, en
el Apocalipsis, escuchó también "Siete ruidos de trueno" (Apocalipsis
10,3 - 4), exactamente como en este salmo. Se comprende por qué, el día de
Pentecostés, también la presencia de Dios se sintió como una tempestad que
conmovió la casa en que los apóstoles estaban reunidos... y por qué Saulo fue
derribado por un relámpago en el camino de Damasco (Hechos 9,3 - 4).
Para actualizar este salmo, y meditarlo en
el hoy del mundo moderno, no se puede hacer caso omiso de las dos lecturas
precedentes. Por el contrario, habiendo comprendido el lenguaje utilizado por
los antiguos, debemos traducirlo en nuestra propia cultura contemporánea.
Comulgar con las grandes fuerzas de la
naturaleza que nos superan. Nuestra civilización científica tiende a separarnos
del medio natural. Sabemos hoy (algo que ignoraban los pueblos antiguos), que
la tempestad tiene leyes precisas, y que el rayo no es más que electricidad,
que sigue leyes ya bien conocidas que nos permiten tomar las precauciones del
caso. Pero esto no es óbice para que hoy también comprendamos nuestra pequeñez
ante la furia de las potencias cósmicas. ¿No puede acaso la tempestad hablarnos
de Dios? ¿Es demasiado metafórico hablar de la "voz de Dios?" ¡Y
quien haya vivido la belleza salvaje de una tempestad en la montaña, nunca
podrá olvidarla! El encuentro con Dios puede tomar la apariencia del relámpago
que fulmina y desvanece (la experiencia de San Pablo en el camino de Damasco);
ciertos convertidos recientes se expresan con el mismo lenguaje.
En medio de los "miedos" y de
los terrores humanos, permanecer como un hombre de paz. Cuando todo tiembla
alrededor de Israel, el pueblo creyente, "canta serenamente la
"gloria de Dios", en su templo, se encuentra tranquilo bajo las
"bendiciones de un Dios" que lo colma de beneficios". ¡Esto es
admirable! ¡Es la palabra final de este salmo! Con ojos abiertos y oídos
atentos comprobamos que si bien el hombre se ha liberado de algunos miedos
pánicos que asediaban el cielo de nuestros antepasados, es presa de otros
terrores como el miedo atómico, el miedo por el futuro, la degradación de la
naturaleza, los terrores sociales de toda clase, fuerzas nuevas difícilmente
controlables, la huelga, la inflación, los desequilibrios económicos, etc.
Recitar este salmo hoy día es erguirse arrogantemente, valientemente, y pensar
que el hombre de fe no tiene miedo, no tiene miedo de nada, pues sabe que todo
está en manos de Dios. Recordemos aquel pasaje en que Juan fue llamado por
Jesús: "Boanerges", es decir "hijo del trueno" (Marcos
3,17). No era pues un "hombre a medias"; exiliado, torturado en
Patmos, seguía proclamando "la gloria de Dios" en el corazón mismo
del Imperio Romano, el perseguidor. Ese es el hombre de fe (Apocalipsis 1,9).
La certeza de la victoria final de Dios.
"El domina, el Señor reina eternamente". La imagen de la tempestad
que fulmina los cedros, que domina la fuerza de las aguas, nos dice
elocuentemente que Dios tendrá efectivamente la última palabra contra todas las
potencias hostiles. Jesucristo es este "Señor de la gloria" cantado
ya por el salmista. El es verdaderamente la "voz del Señor", su
palabra triunfante que como el fuego "destruirá el pecado con el soplo de
su boca" (2 Tesalonicenses 2,8). No, el mal no puede permanecer ante Dios
¡Alegrémonos por ello! Que nuestras liturgias sean un grito ininterrumpido:
"¡Gloria!".".(Noel Quesson 50
salmos para todos los días. tomo I paulinas, 2ª edición. Bogota Colombia, 1988,
págs. 68-71).
En la segunda lectura tomada del
Libro de los Hechos de los apóstoles San Pedro San
Pedro pronuncia estas palabras en Cesarea, en casa del centurión romano
Cornelio. Pedro se ha dado cuenta de que Jesús no es para los judíos, sino para
todo el mundo, y lo profesa así.
Hace
como un resumen biográfico de Jesús ante los nuevos conversos, ante aquellos
que ahora quieren creer y que, sin embargo, le dieron la espalda en los días de
la Pasión y en dicho resumen va a decir lo más fundamental de lo que fue la
misión de Jesús: “Me refiero a Jesús de
Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que paso haciendo el
bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él”.
Haciendo el bien y curando a los oprimidos es
también nuestra misión y no debemos de olvidarlo, hoy, muchos hermanos
necesitan el bien que les podamos hacer y la curación de sus enfermedades de
cuerpo y Espíritu.
Inmediatamente,
hace una breve síntesis, intensa y perfecta: presenta a Jesús como "el
ungido de Dios con la fuerza del Espíritu Santo", "que pasó haciendo
el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con
Él".
El
texto termina así: "Nosotros somos
testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Le dieron muerte
colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se
apareciese, no a todo el pueblo sino a nosotros, los testigos designados de
antemano por Dios, a nosotros que comimos y bebimos con él después de su
resurrección. Nos encargó predicar al pueblo y atestiguar que Dios lo ha
nombrado juez de vivos y muertos. Todos los profetas dan este testimonio de él,
que en su nombre reciben el perdón de los pecados todos los que creen en él."
El evangelio
de hoy nos da una respuesta de fe, a la pregunta de quién es Jesús: El Padre manifestó
su identidad: "Tú eres mi Hijo
amado, mi predilecto". Pero, al mismo tiempo, asume su misión: pasar
por el mundo haciendo el bien, abriendo los ojos de los ciegos, sacar a los
cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas. Es
decir, se identifica con la misión del "Siervo de Yahvé" del profeta
Isaías. Será luz de las naciones e implantará la justicia en todas las islas
-todas las naciones de la tierra- Para nosotros, sus discípulos, es un ejemplo
y al mismo tiempo señala una meta y objetivo. ojala de cada uno de nosotros se
pudiera decir: "pasó por el mundo haciendo el bien, porque Dios estaba con
él".
Hoy
nos encontramos con la realidad del bautismo que configura nuestras vidas.
Jesús
fue bautizado con agua por Juan en el
Jordán
Nosotros hemos recibido el bautismo "en
el Espíritu Santo". ¿Somos conscientes de la gracia recibida, de nuestra
consagración como sacerdotes, profetas y reyes? Nuestra misión es ser fieles al
honor recibido, no traicionar el amor de Dios Padre. Nuestra misión es aspirar
a la santidad --somos sacerdotes todos--, luchar por un mundo donde reine la
justicia --nuestra misión profética-- y servir a los más necesitados con los
dones recibidos --somos ungidos como reyes--.
Di
y toma conciencia de que eres cristiano : «Soy cristiano», y estarás
diciendo: «He sido lavado con Cristo en las aguas de su bautismo, he creído
en el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, he visto desaparecer
perdonados todos mis pecados, se han abierto también para mí las puertas de la
casa de Dios, he subido con Cristo desde lo hondo de la esclavitud humana a la
condición de hijo amado de Dios».
Pero
no es eso sólo lo que vives hoy, pues también se te permite contemplar al
Espíritu que baja sobre Jesús, y oír la voz que viene del cielo: “Tú eres mi
Hijo, el amado, el predilecto”. Si en comunión con Cristo Jesús quedaste
purificada por las aguas de su bautismo, en Cristo quedaste también ungida con
el Espíritu que a él lo ungió, y escuchaste, como dichas también para ti, las
palabras que él oyó, palabras de amor que nunca en tu pequeñez hubieras podido
imaginar.
Si
ahora dices: «Soy cristiano», estás diciendo: «Soy hijo de Dios en
Cristo, soy amado de Dios en Cristo, soy en Cristo un predilecto de Dios».
Aprende
lo que eres; agradece con todos los redimidos lo que el amor de Dios ha hecho
de ti; comulga con Cristo y, en esa comunión, admira la belleza del misterio
que hoy se te ha revelado, saborea su dulzura, goza con la abundancia de la misericordia
que se te revela, escucha de nuevo, dichas para el Unigénito, dichas también
para ti, las palabras de aquel día en el Jordán: “Tú eres mi Hijo amado, mi
predilecto”.
Los
cristianos somos personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo. Como
Cristo inicia su vida pública, también nosotros estamos llamados en nuestra
condición de bautizados a vivir un estilo propio y peculiar de vida en el
Espíritu de Jesús el Cristo.
¿
Que significa vivir como personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo?.
Vivir,
en fin, como personas bautizadas, es intentar vivir como vivió nuestro Maestro
y Señor , movidas y dirigidas por el
Espíritu de Dios. .
Vivir
como personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo es vivir como
discípulos del que quiso nacer y vivir como pobre, del que vivió luchando
contra unos poderes políticos y religiosos que querían hacer de la religión un
mercado y un negocio al servicio de los más ricos y poderosos.
Vivir
como personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo es seguir al Cristo
que prefirió morir en una cruz, antes que callarse y claudicar ante jefes y
autoridades ambiciosas y corruptas.
Vivir
como personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo es vivir como
personas llenas de Dios que, en medio de las intimas y personales debilidades, actúan movidas siempre por el
Espíritu.
Vivir
como personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo es como personas llamadas
a evangelizar, empeñadas en construir en la tierra el reino de Dios.
Vivir
como personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo es vivir predicando
el amor a Dios y al prójimo, vivir en la fraternidad universal, en la justicia
misericordiosa, sembrando paz y esperanza en este mundo lleno de egoísmos y
ambiciones, de guerras y discordias.
Feliz
domingo. Feliz fiesta del Bautismo del Señor.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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