domingo, 23 de febrero de 2020

Comentario a las lecturas del VII Domingo del Tiempo Ordinario 23 de febrero de 2020


Comentario a las lecturas del VII Domingo del Tiempo Ordinario 23 de febrero de 2020

La primera lectura  ( Lv 19,1-2.17-18 ) presenta un pasaje perteneciente a una compilación legislativa realizada después del destierro (Lv 17-25) y designada con el nombre de "Ley de santidad" porque se muestra particularmente sensible a la santidad de Dios y a las exigencias que esa trascendencia impone al pueblo que ha establecido una alianza con él. Santidad es la palabra que se repite en el estribillo: "Sed santos, porque yo, el Señor... soy Santo".
La "ley de santidad" sección central y la más compacta del Levítico (Lv 17-26), se trata de modelar el orden humano a partir de la santidad de Dios. Santidad es aquí un concepto que no habla tanto de Dios en sí, cuanto de Dios como fundamento del mundo. De ahí que sea una exigencia radical del mundo mismo para ser verdaderamente lo que es o está llamado a ser. La ley se dirige al pueblo de Dios en el mundo, para enseñarle el camino de acceso a la santidad de Dios o a la plena realización de sí mismo.
-La pericopa litúrgica de hoy recoge algunas leyes, y no las más interesantes.
-v.2: antes de exponer las diversas leyes, el autor nos da la razón o motivo por el que debemos cumplirlas. Así nuestra obediencia no será ciega, sino razonable. Si Dios nos exige es porque primero nos ha dado, porque nos ha otorgado el don de la salida de Egipto, de la tierra de la esclavitud (v.36), por eso puede ordenar el cumplimiento de unos preceptos.
El Señor santo de la Alianza exige la santificación de su pueblo, y esto no se obtiene con la construcción de un santuario y la práctica de un culto (Ex.25-31;35-40), sino con el cumplimiento de los preceptos morales de este Dios santo, como nos lo dice el cap. 19. La santidad implica separación, pero no de un lugar o de un espacio -tan frecuentemente aconsejada por la Iglesia-, sino por la calidad de nuestras obras, como decía Orígenes. Es el mismo mensaje que nos inculca hoy el N.T.: "Sed perfectos..." A través de esta fórmula de presentación, las leyes humanas se insertan en la fe israelítica.
-vs.15-18: en su contexto primitivo, todo estos versículos se referían a las normas que debían observarse en todo proceso judicial. Al emitir sentencia, el juez no debe favorecer al rico para obtener ganancias, ni tampoco al pobre por falso sentimentalismo, sino que en su juicio debe resplandecer siempre la verdad y la justicia (v.15). El v.16 se refiere a los testigos y el v. 17 alude a que todo miembro del pueblo puede recurrir al tribunal en caso de disputa; el hecho de no acudir a este organismo acarrea el peligro de incubar en el corazón humano el odio al hermano, y el odio o rencor pueden llevar a la venganza (v.18)
En este código de preceptos fundamentales de relación humana, la exigencia es no sólo de obras, sino también de actitudes y sentimientos hacia el otro; de ellos son hijas las obras. Denomina por su nombre a las actitudes que no pueden llegar a ningún compromiso con la santidad: el odio, el rencor, la venganza; y a las que son exigidas por ella: la corrección o reprensión justa, el amor. Los primeros son sentimientos que niegan al otro, lo destruyen; por supuesto, destruyen también al sujeto del que emanan. La corrección del culpable y la denuncia del mal son exigencias radicales en el que busca el bien, y son también justicia que el hombre le debe al que está en el error. Es la señal de que busca afirmarlo.
Pero la suprema afirmación del otro la hace el amor. El amor verdadero no es un superficial y caprichoso sentimiento, que puede encubrir un solapado amor propio. Se salvaguarda de cualquier malentendido en un criterio y en una medida que debe valer para acreditarlo: amor al otro como a sí mismo. Este es el reto más grande que se puede hacer a la relación del hombre con el hombre. El yo es llamado a desplazarse hacia el tú que está delante, a considerarlo como un yo y a comportarse con él como consigo mismo.
Este precepto compromete al hombre en sus obras y en sus sentimientos y nunca podrá decir que lo ha cumplido cabalmente; su incumplimiento le estará denunciando siempre.

  El responsorial de hoy,  el  salmo 102 (Sal 102,1-2.3-4.8.10.12-13) es atribuido a David y tiene un mensaje casi idéntico al conocido salmo 50, al “Miserere”. Es, un himno de alabanza que recorre toda la historia de Israel señalando que todos los bienes proceden del Señor. Para nosotros mismos, hoy, debe ser una oración de agradecimiento por todo lo que somos y recibimos.
El salmo 102 es el gran salmo de la ternura de Dios. El concepto de amor contiene variados y múltiples alcances, y uno de ellos es el de la ternura. No obstante, a pesar de entrar la ternura en el marco general del amor, tiene ella tales matices que la transforman en algo diferente y especial en el contexto de amor.
La ternura es, ante todo, un movimiento de todo el ser, un movimiento que oscila entre la compasión y la entrega, un movimiento cuajado de calor y proximidad, y con una carga especial de benevolencia. Para expresar este conjunto de matices disponemos en nuestro idioma de otra palabra: cariño.
Allá, en las raíces de la ternura, descubrimos siempre la fragilidad; en ésta nace, se apoya y se alimenta la ternura. Efectivamente, la infancia, la invalidez y la enfermedad, donde quiera que ellas se encuentren, invocan y provocan la ternura; cualquier género de debilidad da origen y propicia el sentimiento de ternura. Por eso, la gran figura en el escenario de la ternura es la figura de la madre.
Ciertamente, la Biblia, cuando intenta expresar la ternura de Dios, siempre saca a relucir la figura paterna, debido sin duda al carácter fuertemente patriarcal de aquella cultura en que se movieron los hombres de la Biblia. No obstante, si analizamos el contenido humano de las actividades divinas, llegaremos a la conclusión de que estamos ante actitudes típicamente maternas: consolación, comprensión, cariño, perdón, benevolencia. En suma, la ternura.
En el salmo 102 se han condensado todas las manifestaciones de la ternura humana, transferidas esta vez a los espacios divinos. Desde el versículo primero entra el salmista en el escenario, conmovido por la benevolencia divina y destacando la realidad de la gratitud; salta desde el fondo de sí mismo, dirigiendo a sí mismo la palabra, expresándose en singular que, gramaticalmente, denota un grado intenso de intimidad, utilizando la expresión «alma mía» y concluyendo enseguida «con todo mi ser».
En el versículo segundo continúa todavía en el mismo modo personal, dialogando consigo mismo, conminándose con un -«no olvides sus beneficios». E inmediatamente, -y siempre recordándose a sí mismo- despliega una visión panorámica ante la pantalla de su mente: el Señor perdona las culpas, sana las enfermedades y te ha librado de las garras de la muerte (v. 3-4). No sólo eso: y aquí el salmista se deja arrastrar por una impetuosa corriente, llena de inspiración:
"te colma de gracia y ternura, sacia de bienes todos tus anhelos y como un águila se renueva tu juventud" (v. 4-5).
No hay mejor palabra, que misericordia, que mejor defina a Dios; ella expresa admirablemente los rasgos fundamentales del rostro divino. Es, además, hija predilecta del amor y hermana de la sabiduría; nace y vive entre el perdón y la ternura.
Estas dos palabras, entrañablemente emparentadas -ternura y misericordia- sintetizan la riqueza viviente del responsorial de hoy.  
Todas las experiencias vividas por Israel a lo largo de los siglos, y por el salmista a lo largo de sus años, están expresadas en esa fórmula que parece el artículo fundamental de la fe de Israel:
«El Señor es compasivo y misericordioso,  lento a la ira y rico en clemencia» (v. 8).
Israel -y el salmista- que ha convivido largos tiempos con el Señor, con todas las alternativas y altibajos de una prolongada convivencia, sabe por experiencia que el ser humano es oscilante, capaz Je deserción y de fidelidad pero que el Señor se mantiene inmutable en su fidelidad, no se cansa de perdonar, comprende siempre porque sabe de qué barro estamos constituidos.
Para El perdonar es comprender, y comprender es saber: sabe que el hombre muchas veces hace lo que no quiere y deja de hacer aquello que le gustaría hacer, que vive permanentemente en aquella encrucijada entre la razón que ve claro el camino a seguir y los impulsos que lo arrastran por rumbos contrarios.
Por eso no le cuesta perdonar, y el perdón va acompañado de ternura, y a esto lo llamamos misericordia, sentimiento-actitud espléndidamente expresado en este versículo: «El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas» (Sal 145,8). Parece una fórmula litúrgico que, con variantes, va apareciendo en los distintos salmos, y que el pueblo la proclamaba como la verdad fundamental acerca de Dios.
A partir de versículo 9 el salmista penetra en las entrañas mismas de Dios, esto es, de la Misericordia, y, después de desmenuzar todos los tejidos constitutivos, va sacando a la luz los mecanismos e impulsos que mueven el corazón de Dios.
Le han puesto la fama de que no hace otra cosa que levantar el índice y acusar, y de que guarda las cuentas pendientes hasta la tercera o cuarta generación. Pero no sucede nada de eso, sino todo lo contrario: el pueblo sabe que si el Señor nos tratara como lo merecen nuestras culpas, ¿quién podría respirar? Si nos pagara con la fórmula del «ojo por ojo», para este momento todos nosotros estaríamos aniquilados en el polvo:
«No nos tratan como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas» (v. lo).
Mucho más. Si nuestras demasías, amontonadas unas encima de otras, alcanzaran la cumbre de una montaña, su ternura alcanza la altura de las estrellas. ¿Hay alguien en el mundo que pueda escudriñar las profundidades del mar y que logre llegar hasta aquellas latitudes últimas, hechas de silencio y oscuridad? Mucho más profundo es el misterio de su amor.
¿Quién consiguió tocar con sus manos las cumbres de las nieves eternas? ¿Qué ojo penetró en las inmensidades del espacio para explorar allí sus misterios? Pues bien; si nuestros desvíos y apostasías tocaran todos los techos del mundo, lo-largo-y-lo-ancho-y-lo-alto-y-lo profundo de su misericordia alcanza y sobrepasa todas las fronteras del universo. Bendice, alma mía, al Señor. «Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles; -como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos» (vv. 11-13).
En los versículos siguientes, la misericordia y la ternura se dan la mano explícitamente: «como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles; porque El conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro» (vv. 13-14).
Dios, ante la fragilidad humana, en lugar de sentir rencor y cólera, siente piedad y compasión. Y no podía ser de otra manera porque nos conoce mejor que nosotros a nosotros mismos, y por eso nos comprende y perdona más fácilmente que nosotros a nosotros mismos. De donde deducimos ¡qué sabio y realista es el contenido de la revelación de Jesús! cuando dice que los últimos serán los primeros, que los pobres son especialmente amados, que los heridos y pecadores se llevan las preferencias y cuidados del Padre y que, en fin, el Papá-Dios vuelca todo su cariño sobre la resaca humana que deja el río de la vida; y que, cuanto más miseria, mayor ternura, porque, al final, sólo el amor puede sanar la miseria.

En la segunda lectura (  primera Carta a los Corintios 1 Cor 3,16-23) San Pablo  , marca la esencia predicadora y evangelizadora del cristiano. Y que no es otra cosa que la unidad de Dios Padre con Jesús y, al mismo tiempo, nuestra unidad total con la Trinidad Santa mediante el Espíritu.
En el proceso de la primera carta a los corintios, San Pablo termina el tema de la sabiduría divina, recapitulando lo ya expuesto en perícopas anteriores. Pero con matices: uno de ellos es el mostrar cómo el abrirse a Cristo-sabiduría no es cuestión de pensamiento sólo, sino que implica la inhabitación del Espíritu en todo el hombre, lo que implica también un modo de vivir en consonancia con esa realidad.
Esta es la actitud básica de la que brotará el amor. Y además tiene otra consecuencia, a primera vista inesperada, que aparece en los últimos versículos: quien se encuentra de esa forma unido con Dios es libre y está por encima de todo.
"¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?":
Pablo contempla su ministerio evangelizador como una obra de construcción de la que la comunidad de Corinto es el resultado. También en otros pasajes aplicará la imagen del templo al cuerpo de los bautizados. Es una aplicación que depende de esta otra: los bautizados son templo del Espíritu en tanto que comunidad.
- "Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios": Los corintios han cometido el error de valorar a sus evangelizadores a partir de los criterios de este mundo y no a partir del criterio de la sabiduría de la cruz. Pablo les censura por eso utilizando dos citas del AT: una de Job 5,12, acomodándola sustituyendo el término "hombres" por "sabios", y otra del Salmo 93,11.
- "Que nadie se gloríe en los hombres...": Ningún cristiano ha de poner su confianza en los hombres, aunque éstos sean los mensajeros del Evangelio, en perjuicio de la unidad de la comunidad eclesial. El apóstol está al servicio de la construcción de la Iglesia y no a la inversa.
- "Todo es vuestro...": toda la obra de difusión del Evangelio y toda la realidad creada están al servicio de la salvación de los hombres. Cristo es el artífice de esta salvación y el único Señor, de acuerdo con los planes de Dios. La comunidad cristiana participa de ese dominio de su Señor en la fe y la esperanza.
Se trata de construir el templo de Dios. Este templo es la comunidad cristiana; no es un grupo cualquiera, y san Pablo la compara con un cuerpo; también la ha comparado con un edificio. Ahora la ve como un templo sagrado, un templo de Dios. Este templo está construido en cada cristiano habitado por el Espíritu. Campo de Dios y edificio de Dios, la comunidad es también templo de Dios. Esta vez hemos llegado no ya a una imagen, sino a una realidad que coincide exactamente con lo que es la comunidad. Pues la comunidad es cuerpo de Cristo, y Cristo crucificado es templo que supera a todo edificio material. Desdichados los que profanan este templo. Pues bien, se le profana si se da preferencia a la sabiduría de este mundo: los razonamientos de los sabios no son más que viento.
San Pablo vuelve al verdadero objeto de su inquietud: no hay que gloriarse en los hombres. Entonces reanuda el tema de la libertad, que más arriba desarrolló. El cristiano trabaja y vive ya en este Templo que es eterno, y debe dejar atrás lo que es secundario: el cristiano es de Cristo, y Cristo es de Dios. A todos se nos invita a ver en la comunidad una presencia dinámica que supera a todo y exige que nuestra fe se sitúe por encima de toda sabiduría según el mundo, para vivir nuestra liberación en Cristo y en Dios.

En el evangelio de hoy (Mt 5,38-48 ), San Mateo sigue narrándo las enseñanzas de Jesús de Nazaret en el Sermón de la Montaña. Hoy expresa la plenitud del amor cristiano que rompe hasta lo razonable: nos pide que amemos a nuestros enemigos. Pero sucede que para Jesús no puede haber amores a medias, amores de conveniencia. El amor ha de romperlo todo y construirlo de nuevo si hubiera desaparecido.
Dios es el Santo. Nadie como Él es justo y bueno, distinto y singular, trascendente y
diverso. Por eso los que ha elegido para formar parte de su Pueblo, los que creen el Él, han de ser santos, perfectos, hombres consagrados para servirle.
De hecho, al ser bautizado el creyente es consagrado, santificado. Todo su ser queda, en cierto modo, separado del uso meramente profano, su persona queda consagrada a Dios. De tal forma que cuanto el bautizado haga, si permanece unido al Señor por la gracia, viene a ser algo grato al Señor, algo también santo. El estar consagrado implica dedicación a Dios, y por eso mismo supone también perfección.
En efecto, cuanto se consagraba a Dios había de ser intachable, sin el menor menoscabo. Por eso la consagración supone santidad, e implica también perfección y rectitud en el orden moral. El creyente, mediante el Bautismo, es un ser sagrado, queda constituido en hijo de Dios, y como tal ha de comportarse.
Lo dirá expresamente Jesús: "Sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto". El lugar paralelo de san Lucas formula de otra forma lo mismo al decir: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso". Es  en la misericordia donde está el aspecto divino que podemos imitar. Hay que extirpar como mala hierba cualquier tendencia que nos incline al rencor o al odio. Más aún hay que fomentar el deseo de ayudar al prójimo en cuanto podamos, no sólo en el plano moral sino también en el material. Hay que aprender a ponerse en el lugar del prójimo, de ese que está junto a nosotros. Hay que amar al otro como a uno mismo.
En otra ocasión Jesús nos dará una medida aun mayor para la práctica de la misericordia, para vivir el amor. Como yo os he amado, nos dice, así habéis de amaros los unos a los otros. Por tanto, la medida de amor que tiene Jesús, esa ha de ser nuestra propia medida. Sólo así llegaremos a esa perfección y santidad que el Señor nos exige.
" ojo por ojo, diente por diente". Este pasaje corresponde a una de las antítesis que Jesús pronuncia en el Sermón de la Montaña. Aunque es cierto que la Ley sigue en vigor, hay sin embargo un modo nuevo de vivirla, una exigencia de mayor interiorización y autenticidad en su cumplimiento. Jesús dirá que el mandamiento de no matar implica también un respeto hacia el hermano, hasta el punto que quien se enfade contra su prójimo, o le insulte, es reo de juicio o del fuego de la Gehena.
En el caso de la ley del Talión, Cristo abre unas perspectivas nuevas. Es cierto que el ojo por ojo y diente por diente en la ley del Talión era un modo de atemperar la venganza personal o la represalia. Se intentaba, en efecto, que quien se tomara la justicia por su mano no se excediera, llevado por su indignación ante el daño sufrido, y causara un mal desproporcionado.
Sin embargo, Cristo considera que hay que desechar todo deseo de venganza o de justa compensación por el daño sufrido. Según la doctrina evangélica, no hay que enfrentarse a quien nos perjudica, no hay que devolver mal por mal. Aunque eso sea lo normal, e incluso podemos decir que lo natural.
Jesucristo, por el contrario, desea que actuemos, no como hijos de los hombres, sino como hijos de Dios. Es decir, quiere que nos parezcamos más a nuestro Padre Dios. Y si Él no distingue entre buenos y malos a la hora de mandar la lluvia o de hacer salir el sol, tampoco quienes somos sus hijos podemos dejarnos llevar de criterios meramente humanos. Hemos de luchar por ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto, o, como dice el paralelo de Lucas, hemos de ser misericordiosos como nuestro Padre celestial es misericordioso.

Para nuestra vida.
La primera lectura  del Libro del Levítico, nos muestra que ya Dios, encarga a Moisés que enseñe a cada miembro del pueblo elegido que tiene que amar al prójimo como a sí mismo. En realidad la enseñanza de Dios ha sido siempre la misma. Pero el pueblo judío olvidó la enseñanza divina y tuvo que venir Jesús a dar plenitud al mensaje del Padre de todos.
El Levítico advierte al pueblo para que deje a un lado el odio, el rencor y la venganza. Llega incluso a decir que cada uno debe “amar al prójimo como a uno mismo”.
En el Levítico, la santidad tiene una relación directa con el amor al prójimo. En el tiempo en que se escribió este libro, unos 1400 años antes de Cristo, ya regía la Ley del talión, una ley que prohibía la venganza desproporcionada, sólo podíamos castigar al que nos ofendía en la misma proporción y medida en la que habíamos sido ofendidos, nunca más. Y, además, en este tiempo la palabra prójimo se refería literalmente a la persona cercana, próxima a nosotros, esto es, a nuestros parientes y personas de nuestra misma etnia o religión. Amar al prójimo como a nosotros mismos era amar a los nuestros como a nosotros mismos. En eso consistía fundamentalmente la santidad humana. "

El salmo de hoy (102) señala que  Dios es siempre, compasivo y misericordioso, no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas.
Es un salmo de alabanza, que nos invita a una actitud de admiración y alegría, sobre todo por el amor que Dios nos muestra. Empieza y acaba de la misma manera: "bendice, alma mía, al Señor". Es, pues, una auto invitación a la alabanza, desde lo más profundo del ser. Cada uno de nosotros -"alma mía"- está llamado  a esta bendición.
b) El Salmo va describiendo con entusiasmo un retrato de Dios: "perdona, cura, rescata, colma de gracia, sacia de bienes, hace justicia, defiende, enseña...". Pero sobre todo, siguiendo la idea de Moisés (Ex 34,6), llega a la definición: "el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia"; y hace suyo el comentario del profeta (Is 57,16): "no está siempre acusando, ni guarda rencor perpetuo"... Es una imagen entrañable de un Dios que se muestra perdonador, magnánimo, paciente, Padre. La experiencia la ha tenido el salmista y todo el pueblo de Israel. La cita de Moisés está en el contexto del perdón que Dios ha concedido a su pueblo después de su grave pecado: el becerro de oro.
c) El autor del Salmo, en clave poética, no sabe cómo expresar su admiración ante esta paciencia y este amor de Dios:
-"como se levanta el cielo sobre la tierra,  se levanta su bondad sobre sus fieles",
-"como dista el oriente del ocaso,  así aleja de nosotros nuestros delitos",
- "como un padre siente ternura por sus hijos,  siente el Señor ternura por sus fieles"...
d) El Salmo hace un diagnóstico de nuestra naturaleza humana acentuando sus límites y debilidades. Pero a cada una de estas flaquezas se contrapone el amor de Dios, que es muy superior a todo lo que nosotros podemos experimentar:
-el pecado: "él perdona todas tus culpas", "no nos trata como merecen nuestros pecados" "ni nos paga según nuestras culpas";
-la enfermedad: "y cura todas tus enfermedades", "él rescata tu vida de la fosa".
-la opresión: "el Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos"; "su justicia pasa de hijos a nietos".
-la caducidad: "los días del hombre duran lo que la hierba...", "pero la misericordia del Señor dura siempre"; "porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro"...
Por encima de toda nuestra historia, está el amor y la misericordia de Dios. Y esto lo sabe muy bien el pueblo de Israel, muchas veces reincidente en los mismos pecados y desgracias, pero siempre objeto de la paciencia amorosa de un Dios que se le ha mostrado Padre: "enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel". Dios siempre ha superado el mal con su amor.
e) Aplicación a nuestra vida de hoy. Este cuadro de flaquezas humanas, y a la vez experiencia constante del amor de Dios, no es exclusivo de los tiempos del salmista judío: seguimos débiles, pecadores, caducos (somos de barro), oprimidos por enfermedades y angustias...
El Salmo, es una invitación  a nosotros a ver la vida desde esta perspectiva de admiración y de confianza: estamos en las manos de un Dios que muestra su grandeza no sólo en las obras magnificas de la creación sino sobre todo en su ternura de Padre que siempre está cerca para ayudar y perdonar.

San Pablo en la segunda lectura nos habla del  templo de Dios y señala como tal a la comunidad cristiana de Corinto, a la asamblea reunida en el nombre de Jesús. No cualquier persona, o cualquier grupo, es templo de Dios, sino sólo aquellos en los que el Espíritu de Dios habita en ellos. ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? .El Espíritu de Dios es el Espíritu de Jesús, del Jesús crucificado, muerto y resucitado. Es “la sabiduría de la cruz”, frente a la cual la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios. Según la sabiduría de este mundo Pablo, Apolo, Cefas, eran distintos, pero según la sabiduría de Dios, la sabiduría de la cruz, los tres debían ser lo mismo, porque los tres hablaban no según su propia sabiduría, sino según la sabiduría de la cruz de Cristo. Que nuestra sabiduría y nuestro amor sean sabiduría de la cruz y así habitará en cada uno de nosotros y en nuestra propia comunidad cristiana el Espíritu de Dios. A esta perfección es a la que estamos llamados cada uno de nosotros.
El texto  de San Pablo es un párrafo muy importante que deberíamos leer asiduamente y hacerle sitio en nuestros corazones.

Jesús, como hemos visto en el evangelio de hoy, amplió el concepto de amor al prójimo, y, consecuentemente, el concepto de santidad, extendiendo este amor hasta los mismos enemigos. Para los discípulos de Jesús este texto del Levítico se queda corto y estrecho: no es que Jesús haya anulado la ley del talión, es que la ha ampliado y mejorado, como se puede ver con toda claridad en la parábola del Samaritano. "Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo…", No odiarás de corazón a tu hermano… No te vengarás, ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto". La perfección de la que aquí habla Jesús es la perfección en el amor. El amor perfecto es amar a todos, porque Dios, nuestro padre celestial ama a todos y “hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos”.
Sí, Jesús nos manda amar a todos, incluidos los enemigos, y a poner la mejilla izquierda cuando nos abofetean en la derecha. En esto, nos dice Jesús, consiste la perfección del amor, perfección a la que estamos llamados todos los discípulos de Jesús. ¿Es realmente posible esta perfección que Jesús nos pide?.
 Sí, entendiendo bien lo que significa la palabra <amor>. No se trata de un amor afectivo y sensible, sino de un amor religioso, que consiste, en querer hacer siempre el bien a los que nos ofenden y ultrajan. Es una verdad evidente y comprobable que a quien le han matado un ser querido no siempre puede amar afectivamente a quien ha matado injusta y violentamente. No le puede amar afectivamente, pero sí le puede amar religiosamente, es decir, puede desear de corazón el bien a su enemigo, y rezar por él para que se convierta y viva. Dios quiere que todas las personas se salven, que los pecadores se conviertan y vivan. Esto es lo que nosotros debemos querer para todos, incluidos nuestros enemigos, y esta es la perfección a la que Jesús nos llama.
Una persona es moralmente perfecta, acabada y madura, cuando ha alcanzado la perfección a la que está llamada, la suya, de acuerdo con las posibilidades de su naturaleza. Nunca podremos alcanzar la perfección de Dios, porque la medida de Dios es infinita y nosotros somos finitos, pero siempre podremos alcanzar, con la gracia de Dios, nuestra propia perfección. A esta perfección, a la nuestra, es a la que debemos aspirar.
¿Por qué perdonar a nuestros enemigos?. Porque Dios es el primero que nos perdona a nosotros, porque, como proclamamos en el salmo, “el Señor es compasivo y misericordioso”. Él no nos trata como merecen nuestros pecados y derrama raudales de misericordia con nosotros.
Contrasta la “ternura” de Dios con aquella imagen de Dios “eternamente enojado”, que me parece muy poco acorde con el Evangelio. ¿Cómo puedo llegar a amar a un enemigo? Miremos a Jesús en la cruz. Dijo "Perdónalos porque no saben lo que hacen". Estas palabras sólo se pueden pronunciar cuando se ve algo distinto de un populacho excitado sádicamente. Sólo lo puede decir cuando en todos los que rodean su cruz ve hijos pródigos y equivocados. El amor al prójimo no reside en un acto de la voluntad, con el que intento reprimir todos mis sentimientos de odio, sino que se basa en una gracia: en que se me dan unos nuevos ojos para ver al prójimo.
Al rezar hoy el Padrenuestro no seamos hipócritas. Seamos sinceros al decir “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Seamos comprensivos y compasivos como lo es Dios con nosotros. Nos daremos cuenta que lo imposible es posible.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com

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