Comentario a las lecturas
La Natividad del Señor Misa del Día 25 de diciembre 2019
Isaías
52, 7-10a
Salmo
97, 1.2-6
Hebreos
1, 1-6
Juan
1, 1-18
“La
Palabra se ha hecho carne, y ha puesto su casa entre nosotros”
En
este día de Navidad celebramos un hecho histórico y cargado de muchos
sentimientos y contenido: ¡Dios nos hace partícipes de su naturaleza divina!.
Sin vivir en el cielo, ya desde ahora, podemos besar, adorar, embelesarnos y
tocar la humanidad de Dios y, por lo tanto, también su divinidad. En la Navidad
celebramos que Dios, se aproxima tanto, que derrumba fronteras, abaja orgullos
y recompone este mundo nuestro. Otra cosa, muy distinta, el que ese mundo esté
dispuesto a reconstruirse o quedarse en el “todo va bien”.
Hoy
expresamos nuestra comunión y amistad con Jesús. Y, al entrar en contacto con
El sentimos que Dios forma parte de nuestra historia, no nos abandona, comparte
nuestra condición nos hace dioses. ¿Misterio? ¿Imposible de comprender y
abarcar todo esto? Hoy, la fe, entra por la vista, por el gusto, por el oído,
por el tacto y hasta por el olfato. ¡Has venido, Señor, y nos basta!
Hemos
venido, como los pastores, derechos a Belén. ¿Y qué hemos descubierto? Ni más
ni menos el gigantesco y colosal amor que Dios nos tiene. Dios se ha hecho
fiador. Dios rompe moldes. Dios deja su comodidad y en Belén se nos da. Y lo
hace por amor.
¡Dios
nos ama! Y, esa afirmación, no es poesía, no es frase que se escribe
tímidamente en una pared. Significa mucho más: ¡Dios se compromete con nuestra
causa! ¡Dios viene a salvarnos! ¿Cómo? Lo hace metiéndose en nuestra piel.
La
Navidad no es un disfraz con el que, Dios, llega a la humanidad para hacerse el
simpático. La Navidad, el Nacimiento de Jesús, es la apuesta más arriesgada de
un Dios (Omnipotente y Excelso) que desciende al encuentro y al rescate de la
humanidad.
La
Navidad es el momento en el que conmemoramos los cristianos el hecho inaudito y
asombroso: la encarnación de Dios en el hombre Jesús de Nazaret. Cristo no
vino, ni principal, ni preferentemente, para echarnos en cara nuestra
equivocación y nuestro pecado, sino para mostrarnos con su vida, muerte y
resurrección el único y verdadero camino que puede reconducirnos hacia nuestro
Padre Dios.
En
estos tiempos, recios y contradictorios, de luchas y de crisis, de
preocupaciones y falta de motivaciones para vivir un Niño nos ha nacido para
que recuperemos las ansias de vida, de salvación, de eternidad, de Dios. Y, ese
Niño, tiene un nombre: ¡Jesús!
La
Palabra –además de escucharse- se ve, toma forma, se hacer carne. Sin grandes
campañas de presentación ni grandes medios a su alcance.
Hoy,
en la humildad, en silencio pero con muchísimo amor….nos ha nacido el Salvador.
En
este día, se trata del nacimiento del Hijo de Dios que se hizo hombre. Todo lo
demás o vive de ello o bien muere y se convierte en ilusión. Navidad quiere decir: Él ha llegado, ha hecho clara
la noche. Ha hecho de la noche de nuestra
oscuridad, de nuestra ignorancia, de la noche de nuestra angustia y
desesperación una noche de Dios, una
santa noche. Eso quiere decir Navidad. El momento en que esto sucedió, realmente y por todos los tiempos,
debe seguir siendo realidad, a través de esta
fiesta, en nuestro corazón y en nuestro espíritu.
En
este día de Navidad celebramos la
manifestación del amor de Dios a
toda la humanidad. Es Dios quien toma la iniciativa, quien da el primer paso
para acercarse a los hombres. Queremos preparar nuestro interior de manera que
el Niño Dios encuentre en nosotros un pesebre cálido para su nacimiento.
Hoy
y durante todo el tiempo de Navidad, celebramos en primer lugar un hecho
histórico: el nacimiento de Jesús, el hijo de María, la esposa de José. El
mismo que después de unos treinta años de vida oculta, pasó haciendo el bien y
anunciando la buena nueva del evangelio del Reino, y que fue crucificado y
sepultado y después resucitó. Nació en un sitio determinado, en Belén, y en un
tiempo concreto, bajo el imperio del César Augusto y siendo Quirino gobernador
de Siria.
Anoche
resaltábamos las palabras que eran el hilo conductor de las lecturas. Hoy son
las mismas y si se podía con más claridad.
Alegría por la manifestación del proyecto
de Dios. La Palabra de Dios, que había hecho surgir el mundo y el hombre,
acampa en el mundo y se hace hombre para dar a los hombres el poder ser y
llamarse “hijos de Dios”. Percibida “en otro tiempo” (2.a Lect.) como una
revelación del proyecto de Dios sobre el mundo y el hombre, acontece ahora
entre nosotros como salvación.
Ya desde la primera lectura la alegría es
la palabra clave. La alegría que iba unida
al anunció al pueblo cuando era proclamado un nuevo rey en Sión, la usa
ahora el Profeta para anunciar la inauguración de un nuevo reinado de
Dios. La inminencia del retorno de los
exiliados, y el anuncio de paz subsiguiente, serán los signos perceptibles de
la acción divina.
La primera lectura de Isaias (Is 52,7-10) 1, pertenece
al Segundo Isaías. Este pasaje
del Segundo Isaías es uno de los más antiguos donde expresamente se hace una
reflexión sobre "la buena noticia", "la buena nueva ",
conectando con su procedencia de la Palabra de Dios.
El texto es uno de los himnos gozosos del Segundo
Isaías anunciando el retorno de los
exiliados de Babilonia a Jerusalén, y tiene la forma de un anuncio de
restauración dirigido a la ciudad
devastada.
Desde el país de exilio, de monte en monte, un
mensajero va transmitiendo la voz, el gran
anuncio. Este anuncio se sintetiza en: la "paz", que es la
plenitud de todos los bienes; la
"buena nueva" (en griego, "evangelio"), que es lo
que uno tiene ganas de oír para ser feliz,
la noticia más esperada; la "victoria", que es la liberación
de toda opresión; y finalmente, lo que
es la causa de todo: que "tu Dios es rey", él es el que conduce la
historia a favor de su pueblo.
Escuchar este mensaje es una gran alegría, y lo es más
aún cuando los centinelas de la ciudad
devastada también se unen a él: el retorno de los exiliados que ya se ven
llegar significa que realmente,
definitivamente, el Señor vuelve a estar presente en su ciudad. Ver el retorno es ver cara a cara al Señor mismo
que vuelve.
El profeta, entonces, entusiasmado, entona un cántico
dirigido a las ruinas de Jerusalén,
convocadas también a gritar de alegría porque el Señor reconstruye su
pueblo y su ciudad. Y acaba proclamando que esta obra maravillosa de Dios es un
anuncio de salvación que se dirige a todos
los pueblos de la tierra.
La paz, el evangelio, la victoria, la acción poderosa
de Dios, que se hicieron presentes en el
retorno del exilio para el pueblo dispersado y la ciudad devastada, ahora, con
la venida de Jesús, se hacen realidad
plena para la humanidad entera dolorida y para todas las devastaciones que hay en el mundo.
El profeta consuela al pueblo triste exiliado. El
pueblo de Israel lleva ya 50 años de exilio en Babilonia, pero el rey Ciro va a
ser el instrumento de esperanza que Dios Yahvé va a ofrecer al Pueblo escogido.
Narra un canto a la esperanza. Es un sueño pero un sueño que se hará realidad.
El mensajero canta la " Buena Noticia ", de la paz y de la
salvación.
El Profeta mensajero de la Buena Nueva describe
de una manera imaginaria todo este movimiento interior que suponen los nuevos
acontecimientos. Al final de este movimiento, que usa los valles que se llenan
y las montañas que se allanan, como acceso hacia la ciudad deseada de
Jerusalén, al final de todo esta Yahvéh, que les espera como centro de culto en
el Templo. El profeta invita al pueblo de Dios a que descubra el rostro de
Yahvé, que consuela y rescata de la esclavitud. Este reinado de Dios que salva
y rescata es una acción personal "de su santo brazo". Esta victoria y
"salvación " se extenderá hasta los últimos límites de la tierra.
Toda la tierra verá la salvación de Dios. Navidad es la Profecía
hecha realidad hoy en Jesús que nace.
"¡Qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia
la paz, que trae la buena nueva...!" (Is 52, 7).
El texto es uno de los pasajes más
entusiastas y exultantes que se han escrito. Sus palabras tiempo tienen el
sabor de tiempos antiguos y de paisajes bíblicos, enmarcados perfectamente en aquellos
escenarios de colinas y de montañas, en aquel ambiente de guerras interminables
y crueles... La paz era tan deseada que la gente, cuando llega su anuncio por
boca de los mensajeros, se llena de alegría y canta gozosa a los que la
hicieron posible. Isaías con su sentido
plástico se fija en los pies de quien trae la Buena Nueva, resumida en Palabras
de Dios que proclaman e interpretan los acontecimientos históricos del tiempo
desde una perspectiva de Dios que está presente en la liberación de su pueblo,
de la que Él mismo es la causa. Lo esencial es el hecho, el evento mismo visto
y proclamado desde una perspectiva divina. Es así cuando se convierte esta
palabra en Buena Nueva, en "Evangelio". Es la misma labor de la
Iglesia con relación a la palabra de Dios. Lo importante no es la
Palabra de la Iglesia, sino el hecho, el evento, el acontecimiento histórico de
la vida, muerte y resurrección de Jesús, Palabra de Dios. La Iglesia no
proclama solo su Palabra. La Iglesia proclama la palabra básica y
esencial de una persona: Jesús que ha venido a salvarnos.
La
insistencia de Isaías nos sirve también a nosotros: "Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al
Señor, que vuelve a Sión." Ver cara a cara al Señor es participar en
su llegada, o en su vuelta. Es la presencia inmediata, absolutamente, cercana
del Dios que acaba de llegar.
“Los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios”. Esta realidad la
celebramos ahora en Navidad. El nacimiento del “Enmanuel” Dios con nosotros.
Como cristianos estamos llamados a
ser receptores y anunciadores de la “Buena Noticia”.
El responsorial de hoy es el salmo 97 (Sal
97,1.2-6), es un himno al Señor rey del
universo y de la historia (cf. v. 6).
La Biblia nos da una muestra
más de aprecio por todo aquello que es bueno, alegre, positivo, humano: todo
colabora en el bien del hombre, todo redunda a gloria de Dios. Los salmos son
este eco fiel que van formando la conciencia del pueblo y le educan en una
actitud abierta y generosa que la ennoblece y dignifica.
El Salmo 97, es uno de estos
cantos de alabanza a Yahvé, rey del mundo, cuya actuación no es sino una serie
de maravillas y portentos en favor del hombre y del pueblo de Israel. Está influenciado,
como todos los de su grupo (salmo 46, 92, 95-98), por el Segundo Isaías en sus
miras universalistas, en su concepción de las nuevas realidades que se acercan
para Israel, en su jubilosa visión del mundo como escena de la actuación de
Dios y eco de su alabanza.
El salmo 97 tiene un claro
significado mesiánico y escatológico. Nos hace contemplar la victoria final de
Dios sobre el poder del mal y la salvación que conseguirá Israel para todos los
pueblos: El Señor da a conocer su victoria.
En este día cantemos, pues, la
victoria anticipada de Dios sobre el pecado del mundo, gracias a la Pascua de
Jesucristo. Y que, ante esta maravilla, toda nuestra vida sea un cántico nuevo,
proclamado ante los confines de la tierra. Que los hombres, que con tanta frecuencia
viven faltos de esperanza, comprendan que también a ellos el Señor les revela
su justicia, para que los confines de la tierra contemplen, como nosotros, la
victoria de nuestro Dios.
Lo podemos dividir en estas
secciones:
- vv. 1-3: cantan la victoria y
salvación de Yahvé.
V.
1: Comienza según la fórmula clásica invitando a la alabanza y enunciando el
motivo.
V. 2: Las victorias de Dios son
acciones salvadoras en la historia: el brazo de Dios se manifiesta con poder
irresistible. Y la victoria, ganada para salvar a un pueblo escogido, es
revelación para todas las naciones; porque es una victoria justa, es decir,
salvadora del oprimido y desvalido.
V. 3: Esta victoria histórica
no es un hecho particular, sino un punto en una línea coherente de amor: el
Señor es fiel a sí mismo, se acuerda de su fidelidad. Su amor por Israel es
revelación para todo el mundo.
- vv. 4-6: la humanidad ensalza
a Yahvé
VV. 4-6: Segunda estrofa:
intermedio orquestal con aclamaciones del pueblo al Señor Rey.
- vv. 7-9: la naturaleza se
suma a esta alabanza
Las dos primeras partes son las
leídas hoy:
La primera frase del salmo es
una invitación a la alabanza a Dios con un canto nuevo. Las maravillas de Dios
son tan grandes, tan inesperadas, que el pueblo no puede contentarse con las
alabanzas rituales conocidas: parece que requiere algo nuevo y grandioso. Dios
es el obrador de grandes cosas, y su victoria ha sido total. Su brazo, es
decir, su fuerza invencible, es quien ha actuado (no la fuerza del hombre).
El salmista piensa en la
restauración de Israel después del exilio de Babilonia, cuando tiene lugar un
nuevo inicio en la vida, en la religión, en la liturgia del templo. Este
período feliz vendrá después del retorno, y este solo pensamiento produce en el
salmista (igual que en Isaías) un potencial enorme de alegría y entusiasmo. Dios
realiza estas maravillas de salvación porque ama a su pueblo, porque nunca lo
ha olvidado y ha tenido siempre presentes su misericordia y su fidelidad.
El salmo comienza con la
proclamación de la intervención divina según la fórmula clásica invitando a la
alabanza y enunciando el motivo, dentro
de la historia de Israel (cf. vv. 1-3). Se define como «cántico nuevo» (v. 1), que en el lenguaje bíblico significa un
canto perfecto, pleno, solemne, acompañado con música de fiesta. Las imágenes
de la «diestra» y del «santo brazo» remiten al éxodo, a la
liberación de la esclavitud de Egipto (cf. v. 1).
Las victorias de Dios son
acciones salvadoras en la historia: el brazo de Dios se manifiesta con poder
irresistible. Y la victoria, ganada para salvar a un pueblo escogido, es
revelación para todas las naciones; porque es una victoria justa, es decir,
salvadora del oprimido y desvalido (V.2).
Esta victoria histórica no es
un hecho particular, sino un punto en una línea coherente de amor: el Señor es
fiel a sí mismo, se acuerda de su fidelidad. Su amor por Israel es revelación
para todo el mundo.la alianza con el pueblo elegido se recuerda mediante dos
grandes perfecciones divinas: «misericordia»
y «fidelidad» ( v. 3). Resuena
repetidamente el nombre del «Señor» (seis veces), invocado como «nuestro Dios» (v. 3).
Estos signos de salvación se
revelan «a las naciones», hasta «los confines de la tierra» (vv. 2 y 3),
para que la humanidad entera sea atraída hacia Dios salvador y se abra a su
palabra y a su obra salvífica.
El versículo 3 "se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel" ha inspirado muy de cerca el Magníficat
de María (Lc 1,54), cántico que se mueve en la misma sintonía de alabanza al
Dios que actúa en favor de su pueblo y de los humildes.
En la segunda estrofa hay aclamaciones
del pueblo y música al Señor Rey (vv. 4-6). En efecto, además del canto coral,
se evocan «el son melodioso» de la
cítara (cf. v. 5), los clarines y las trompetas (cf. v. 6).La acogida
dispensada al Señor que interviene en la historia está marcada por una alabanza
coral: además de la orquesta y de los cantos del templo de Sión (cf. vv. 5-6),
participa también el universo, que constituye una especie de templo cósmico.
Las obras de Dios son contempladas
por todo el mundo: "los confines de
la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios".
Es una acción de Dios que
percibe (o percibirá) el mundo entero, que conocerán todos los pueblos y por
esto alabarán a Dios. La vuelta a Sión, que según el Segundo Isaías superará en
grandiosidad al mismo Exodo (Is 49), será el comienzo de esta justicia de Dios
y la celebrarán todos los pueblos porque en la nueva etapa Israel será algo
grande y su nombre se dejará sentir en todas partes.
El salmista invita a toda la
tierra a cantar al Señor, a aclamar a Dios sonando toda clase de instrumentos:
ahora es la música quien acompaña esta sinfonía grandiosa de alabanza: "tañed la cítara... suenen los instrumentos".
Los instrumentos musicales son
muy citados en la Biblia como acompañamiento y complemento de la alegría y
alabanza. Baste recordar el último salmo del salterio con la enumeración de
tantos instrumentos al servicio de la liturgia jubilosa: trompetas, arpas, cítaras,
tambores, flautas, platillos sonoros... Todo esto para aclamar al Señor que es
rey sobre su pueblo y sobre el universo, y para que la alabanza sea más
armoniosa, más universal.
Así comenta San Juan Pablo II este salmo: “2. El Salmo se abre con la proclamación de la intervención divina dentro
dela historia de Israel (Cf. versículos 1-3). Las imágenes de la «diestra» ydel
«brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto
(Cf. versículo 1). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través
de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad» (Cf. versículo 3).
Estos signos
de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra»
(versículos 2 y 3) para que toda la humanidad sea atraída por Dios salvador y se
abra a su palabra y a su obra salvadora.
3. La acogida
reservada al Señor que interviene en la historia está marcada por una alabanza
común: además de la orquesta y de los cantos del templo de Sión (cfr vv. 5-6),
participa también el universo, que constituye una especie de templo cósmico.
Los cantores
de este inmenso coro de alabanza son cuatro. El primero es el mar con su fragor,
que parece un contrabajo de este grandioso acto de alabanza(Cf. versículo 7).
Le siguen la tierra y el mundo (Cf. versículos 4. 7) con todos sus habitantes,
unidos en una armonía solemne. La tercera personificaciónes la de los ríos que,
al ser considerados como brazos del mar, parecen batir palmas con su flujo
rítmico (Cf. versículo 8). Por último, aparecen las montañas que parecen bailar
de alegría ante el Señor, a pesar de ser las criaturas más macizas e imponentes
(Cf. versículo 8; Salmo 28, 6; 113, 6).
Un coro
colosal, por tanto, que tiene un único objetivo: exaltar al Señor,rey y juez
justo. El final del Salmo, como se decía, presenta de hecho a Dios «que llega
para regir (juzgar) la tierra... con justicia y los pueblos con rectitud»
(versículo 9).
Esta es
nuestra gran esperanza y nuestra invocación: «¡Venga tu reino!», un reino de
paz, de justicia y de serenidad, que restablezca la armonía originaria de la
creación.
4. En este
Salmo, el apóstol Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra
del misterio de Cristo. Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de
su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «la justicia de Dios se ha
revelado» (Cf. Romanos 1, 17), «se ha manifestado» (Cf. Romanos 3, 21).
La
interpretación de Pablo confiere al Salmo una mayor plenitud de sentido.Leído
en la perspectiva del Antiguo Testamento, el Salmo proclama que Dios salva a su
pueblo y que todas las naciones, al verlo, quedan admiradas. Sin embargo, en la
perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo,hijo de Israel;
todas las naciones lo ven y son invitadas a aprovecharse de esta salvación, dado
que el Evangelio «es potencia de Dios para la salvación de todo el que cree: del
judío primeramente y también del griego», es decir el pagano (Romanos 1,16).
Ahora «los
confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro Dios»
(Salmo 97, 3), sino que la han recibido.
5. En esta
perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto citado
después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del Salmo como una
celebración anticipada dela novedad cristiana del Redentor crucificado.
Escuchemos entonces su comentario que mezcla el canto del salmista con el
anuncio evangélico.
«Cántico nuevo
es el Hijo de Dios que fue crucificado --algo que nunca antes se había
escuchado--. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad
al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre;
pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como
Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a
paralíticos, purificó a leprosos,resucitó muertos. Pero también lo hicieron
otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un
innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo
de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo?
Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios
fue crucificado para elevarnos hasta el cielo» («74 homilías sobre el libro de
los Salmos» --«74 omeliesul libro dei Salmi»--, Milán 1993, pp. 309-310).( San Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 6 de noviembre
de 2002).
Desde
el salmo responsorial surgen unas preguntas.
*¿En qué
momentos y con qué gestos demostramos que adoramos a Dios?.
*¿En algún
momento expresamos, nos sentimos y queremos ser simplemente adoradores?.
La segunda lectura es de Hebreos (Hb
1,1-6). Presenta una
visión sintética de toda la revelación divina, contraponiendo la del
Antiguo Testamento, en que Dios habló repetidas veces y en varios modos por los profetas, y la del Nuevo Testamento,
en que nos habló por su Hijo,
cuyas prerrogativas se cantan.
El texto nos recuerda
a los cristianos que somos herederos de una tradición de proclamación de la
Palabra revelada. "En distintas
ocasiones y de muchas maneras habló Dios..." (Hb 1,1). A lo largo de
toda la Historia Dios no ha dejado de hablar a los hombres. Y es lógico que así
haya sido, si tenemos en cuenta que Dios es nuestro Padre y nos ama. Cuando una
persona ama a otra, le gusta comunicarse con ella, le transmite sus deseos y le
descubre sus sentimientos, le expresa sus temores y sus esperanzas, le
manifiesta sus quejas y sus satisfacciones... Dios nos sigue hablando, de otra
manera quizás, pero nos sigue amando y, por consiguiente, sigue comunicándose
con nosotros.
En los tiempos remotos
eran los profetas, los voceros del Señor, quienes hablaban a los hombres de
parte de Dios. Luego vino el Hijo de Dios y se hizo hombre. Así pudo el Señor
hablar con nuestras mismas palabras, usar nuestro lenguaje, comunicarse
directamente con los que convivieron con él... Luego él se marchó, pero dejó a
sus apóstoles para que trasmitieran sus palabras, de tal modo que quienes les
escuchan, es igual que si escucharan al mismo Jesús, según aseguró el Señor en
más de una ocasión.
En
el texto hay dos ideas fundamentales: la de contraste entre las dos
revelaciones, Antigua y Nueva Alianza (v.1-2a), y la de canto a las excelencias
del Mediador de la Nueva (v.2b-4). Esa idea de contraste, diversamente
matizada, aparece con frecuencia en los escritos del Apóstol (cf. 1 Cor 10:11;
2 Cor 3:6; Gal 4:3-4); siempre, sin embargo, en línea de continuidad, pues es
uno y mismo Dios el autor de ambas revelaciones. En el presente caso, el
contraste parece estar en que para la antigua revelación, que se fue haciendo
fragmentariamente (ττολυμερώς) y de muy variados modos (ττολυτρόπωβ), Dios se
valiσ de los profetas, simples siervos suyos; mientras que para la nueva se valió de su mismo Hijo en persona (cf.
Mc 12:2-6).
En
cuanto a la segunda idea, se trata, en realidad, de una cristología abreviada,
con enumeración de los principales títulos o excelencias de Jesucristo,
formando todo un período armónico, cuyos miembros van enlazándose rítmicamente.
Algunos de esos títulos miran directamente a su divinidad, tales como "esplendor
de la gloria" del
Padre , “impronta de su
sustancia” ; otros miran mαs bien a sus relaciones con el mundo creado,
tales como “heredero de todo” , “por quien hizo el mundo” “sustentando todas las cosas con su poderosa
palabra”, “habiendo realizado la purificación
de los pecados”, “se sentó a la
diestra., hecho tanto mayor que los ángeles, cuanto heredó un nombre más
excelente que ellos".
De
estos títulos, fijémonos en algunos de ellos . Primeramente, los dos relativos
a su divinidad: esplendor., impronta. (v.3). Se trata de dos metáforas
inspiradas en Sab 7:25-26, hablando de
la Sabiduría de Dios. Con ellas, aplicadas a Jesucristo, se
expresa, en lo que es posible hacerlo al lenguaje humano, la relación de origen
o procedencia del Hijo respecto del
Padre y su consustancialidad con El, del cual, sin embargo, se
distingue. El término "gloria" designa aquí la majestad radiante de
la divinidad y objetivamente es lo mismo que naturaleza divina; de esta "gloria," con que brilla el
Padre, es el Hijo una irradiación, un destello, luz de luz, como decimos en el Credo. Esto es
"impronta" o marca de la
sustancia divina, algo así como la impronta o marca producida por el sello en
la cera blanda.
En
cuanto a los títulos que competen a Jesucristo en su relación con el mundo, son
ideas expresadas ya también por el Apóstol en otros textos. Se comienza
diciendo que Dios le constituyó "heredero
de todo," es decir, dueño soberano de todas las cosas (v.a).
No
que el Padre haya de abdicar de su patrimonio, sino que el Hijo tiene sobre el
patrimonio del Padre, el universo entero, pleno y absoluto dominio, igual que
el Padre, que, como eterno, no se muere. Este dominio le compete desde siempre a Jesucristo, en razón de su
naturaleza divina, pero, en razón de su naturaleza humana, le ha
sido concedido en el tiempo; en realidad, desde el momento mismo de la encarnación, aunque su
plena manifestación sólo comienza a partir de su exaltación gloriosa, entronizado como rey universal,
sentándose a la derecha del Padre (cf. Flp 2:9-11). Es lo que se indica,al
decir "después de haber realizado la
purificación de los pecados," es decir, de haber llevado a cabo la obra redentora,
"se sentó a la diestra de la
Majestad en las alturas" (v.3). El término "Majestad"
sustituye aquí a Dios, modo de hablar que parece era entonces frecuente entre
los judíos (cf. 8:1), como lo es también hoy para designar al Rey. Con esa expresión se indica que Jesucristo
entra a participar de la soberanía real
del Padre y de su misma gloria.
Otro
título manifestativo también de la grandeza de Jesucristo es: "por quien Dios hizo el mundo” (v.2),
indicando la totalidad de las cosas creadas (cf. 11:3; Sab 13, 9; 18:4),
equivaliendo prácticamente al "cielo
y tierra" de Gen 1:1. La creación, como toda operación divina ad extra, es común a las tres
divinas personas, y conviene tanto al Padre como al Hijo, como al Espíritu
Santo, si bien cada una interviene conforme a su propiedad personal.
El
término "palabra" indica aquí expresión de voluntad y manifestación
de poder (cf. 11:3; Gen 1:3; Sal 33:6), dando a entender que puede hacerlo sólo
con decirlo, en contraposición a quienes no podrían hacerlo sino
trabajosamente.
Como
conclusión de esta especie de prólogo, en que se cantan las grandezas de
Jesucristo, el autor de la carta hace notar su inmensa superioridad sobre los
ángeles (v.4), los ministros de la antigua revelación (cf. Gal 3:19; Act 7:53),
con lo que hábilmente prepara la transición a lo que sigue, sin solución
literaria de continuidad. La superioridad sobre los ángeles, aunque bajo otra
terminología, está también expresada en Ef 1:21 y Col 2,io403. El
"nombre" que Cristo hereda es el "nombre sobre todo
nombre," de que se habla en Flp 2:9-11, y equivale prácticamente, según el
modo de hablar semítico, a dignidad o rango sobre todos los demás: es la
dignidad o rango de señor y soberano universal, cual corresponde al heredero
del Padre. La única diferencia con Filipenses es que allí ese "nombre
sobre todo nombre" se concreta en "Señor," mientras que aquí en
Hebreos se concreta en "Hijo de Dios" (ν.5), con lo
que se indica, además del aspecto de elevación y grandeza, el aspecto de
relación al Padre (cf. 1,5-14) y de relación a los hombres (cf. 2:10-18).
El
texto trata de hacer ver, a base de
textos de la Sagrada Escritura, la inmensa superioridad de
Jesucristo sobre los ángeles. Se pretende ilustrar esta superioridad con
palabras del texto bíblico; es normal en los autores sagrados del Nuevo
Testamento, todo en la antigua obra lo ven ordenado por Dios para que sirviera de preparación al
cristianismo, la época de "plenitud," a la que Dios apuntaba ya
desde un principio en todas sus realizaciones (cf. 1 Cor 10:11).
Fijémonos
en algunas de estas citas en apoyo de la superioridad de Cristo sobre los
ángeles. Las dos primeras (v.5) están tomadas de Sal 2:8 y 2 Sam 7:14,
respectivamente. Ambas son aplicadas a Jesucristo, a quien Dios llama
"Hijo," cosa que jamás hizo con los ángeles. El texto es mesiánico,
pero en su sentido literal histórico no se refiere exclusivamente al Mesías,
sino a la providencia "paternal" que Dios promete tener con la
dinastía davídica en general, a la que castigará si fuese culpable, pero no
apartará de ella su misericordia, como hizo con Saúl. Sin embargo, la cita está
perfectamente justificada, pues es en
el Mesías, mirando al cual promete Dios esa especial predilección a la dinastía
davídica, donde tendrán pleno cumplimiento esas palabras.
La
cita siguiente (v.6), para indicar que los ángeles están sometidos a Cristo,
está tomada de Sal 97:7. La cita se hace con perspectiva mesiánica.
El evangelio de hoy (Jn 1,1-18), es el prólogo del evangelio de Juan en el
que se identifica a Jesús con la Palabra, "el Logos" griego “La
Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.
El texto nos presenta un prólogo que es una especie de
Evangelio o Buena Nueva hecha en un resumen teológico desde la mente de Juan y
de su comunidad primitiva. Hay un progreso de Revelación desde el principio
hasta el fin. Se nos dice explícitamente que esta Palabra es el Hijo de Dios
(vv.14 y 18) y que el Dios del que se ha venido hablando desde el principio es
el Padre.
"Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre
nosotros..." (Jn
1, 14). El “Logos” dice el texto original
griego, que traduce el término hebreo “Menrah” y que la versión latina traduce
por “Verbum”. En castellano siempre se dijo el Verbo. Ahora se traduce por
Palabra en un afán de hacer más comprensible ese concepto joánico que intenta
dar un nombre al Inefable, que precisamente por serlo escapa a nuestras
posibilidades de comprensión y por tanto de nominación. De todas maneras el
misterio sigue envolviendo a este Dios que nos nace en Belén como un niño...
Él se hizo
carne en el seno virginal de María. Sí, carne, “sarx” en griego, “bashar” en
hebreo. Un niño de carne, como cualquier otro niño, pequeño y torpe, inerme y
blando, casi ciego, el pelo raído y escaso, desvalido y hambriento...
Es todo un misterio desvelado y revelado para una
mayor comprensión nuestra, hecha por Juan:
a. Es una Palabra Divina: No solo está junto a Dios
sino que ella misma es Dios pues existía desde el principio. Esta Cristología
de Juan en el Prólogo es la misma que Pablo usa en sus cartas y es la más
desarrollada de todo el Nuevo Testamento. No se remonta hasta la infancia de
Jesús, como hacen Mateo y Lucas, sino que se remonta hasta su preexistencia.
. Es Palabra creadora: Todo existe gracias a ella y
por ella. Y parte de esta creatividad es que no solo transmite la vida,
sino que ella misma es la vida que se identifica con la luz. En el Evangelio
Jesús dirá: "Yo soy la Luz del
mundo" y también "Yo soy la
vida". Y lo manifestará con signos y señales abundantes, con
portentosos milagros.
c. Es Palabra rechazada: El mismo Prólogo lo hace
constar. Ha sido una Palabra que no han podido apagar las mismas tinieblas. Ha
habido rechazo, ya que los suyos, que "no la recibieron", como la de
tantos otros que en acto de autosuficiencia se han negado a abrazar este signo
vital.
d. Es Palabra recibida: Los que oyen esta
palabra serán sus discípulos, y a estos les dará el honor de ser Hijos de la
Luz, Hijos de Dios.
e. Es Palabra testimoniada: Jesús va a ser el
testigo principal de esta palabra y otros le seguirán como discípulos. El
testigo reconoce perfectamente bien su función subordinada. Su vida es un
continuo contraste con esta palabra que hace de espejo donde se refleja la
propia vida con todos sus actos. (v.15).
f. Es Palabra iluminadora: (v. 9) De este mundo
al que Dios ha enviado su Palabra. Un mundo individual y colectivo,
que acepta o rechaza este don de Dios. Hay en este mismo Prólogo símbolos que han
sido preferidos por Juan para manifestar más claramente el contraste de las dos
realidades. Es un dualismo claro: luz y tinieblas, bien y mal, vida y
muerte, arriba y abajo. Pero aunque hay contraste, los términos y
los resultados no son iguales: Al final la luz vence a las tinieblas, la vida
vence a la muerte, la gracia al pecado.
La
Palabra de Dios recorrió un largo proceso en su acercamiento a los hombres. La
hemos contemplado presente en la Creación. La vemos, como señala la Carta a los
Hebreos, a lo largo de la historia del pueblo de Dios, al cual Dios ha hablado
en distintas ocasiones por medio de los profetas. En la etapa final de la
historia nos ha hablado por el Hijo, la luz verdadera. Pero lo más grave es que
los hombres prefirieron las tinieblas a la luz. Rechazaron la claridad para
vivir en la oscuridad.
Dice
San Agustín, "la Palabra de Dios se
ofrece a todos; cómprenla quienes puedan. Pueden todos los que piadosamente lo
quieren. En esa Palabra se encuentra la paz; y paz en la tierra a los hombres
de buena voluntad. Por tanto, quien quiera comprarla, que se dé a sí mismo. Él
es como el precio de la Palabra, si es posible expresarse así; quien lo da no
se pierde a sí mismo, a la vez que adquiere la Palabra por la que se da, y se
adquiere a sí mismo en la Palabra por la que se da. ¿Qué da la Palabra? Nada
que no pertenezca ya a aquella por quien se da; antes bien, se devuelve a la
Palabra para que ella rehaga lo que por ella fue hecho" (Sermón 117,
1-5).
¿Cómo recibimos nosotros la
Palabra? Ella acampa entre nosotros, toma
nuestra condición, "se hace hombre para divinizarnos a nosotros".
Ahora Jesús viene a nosotros y podemos descubrirle en los pobres y necesitados.
Muchas veces no le queremos ver cuando llama a nuestra puerta, le rechazamos
como fueron también rechazados José y María. Este el gran drama del hombre: el
rechazo de Dios y del hermano. Es significativo ver cómo tuvieron que ir fuera
de los muros de la ciudad, cómo los primeros que se dieron cuenta del
nacimiento de su hijo fueron los excluidos de aquella época, los pastores,
quienes, eran mal vistos porque nunca participaban del culto como los demás y
vivían al margen de los demás. O más bien eran ellos marginados por los
poderosos. Su trono fue un pesebre, su palacio un establo, su compañía un buey
y una mula… ¡Por algo quiso Dios que fuera así!
¿Qué le
podemos traer nosotros hoy a este Jesús que nace de nuevo?:
a. Un amor sencillo como el de un niño: Quizá
todos nosotros nos sintamos en el día de hoy como niños. Hemos pasado tantas
horas alrededor de ellos, como padres, abuelos, tíos, muchos de nosotros, que
este pudiera ser uno de los sentimientos que estuvieran presentes en nuestro
corazón. También recordamos que el Reino de los cielos es de los que tienen
esta actitud sencilla, de abandono ante un Dios, que es Padre y Madre de todos,
y que nos ha hecho sus hijos por plena gracia.
b. Una promesa de mayor fidelidad: La
meta de nuestra vida es ser fiel a Dios, para agradarle a Él que por ser Dios
merece nuestra alabanza y nuestro servicio. En las alegrías y en las tristezas
de la vida. Que cuando la vida cambie, y las tempestades lleguen,. y los
sufrimientos y enfermedades vengan, o las pruebas de todas clases nos acechen
por el camino de la vida, o la misma muerte… que en medio de tales pruebas,
hayamos aprendido a ser fieles. Como Jesús.
c. Una promesa de servir: Bien puede ser
esta un regalo a Dios, en humildad. El más grande entre nosotros ante los ojos
de Dios, es el que se convierte en siervo de los demás. Un servicio sobre todo
al pobre, al marginado, al refugiado, al que busca la vida dejando atrás a sus
familias. Que puedan encontrar en nosotros hospitalidad. Que en su
cara de hambrientos y pobres, podamos ver el rostro quebrantado de Jesús.
Ahí se realiza su Reino.
Hoy, día de Navidad, nos sentimos llamados a sentirnos
más conectados con la realidad de Dios que sigue viviendo e inspirando al
establecimiento de su Reino final, escatológico, podemos ver el contraste entre
lo que es pura realidad y lo que es pura fantasía o simple decoración.
Rafael
Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario