Comentario a
las Lecturas del I Domingo de Adviento 29 de noviembre del 2020
Primera lectura: Isaías (Is 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7).
Responsorial es el salmo 79 (Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19).
Segunda
lectura: Primera carta San Pablo a los Corintios (1 Cor. 1,3-9).
Evangelio: San Marcos (Mc 13, 33-37).
Comenzamos un nuevo ciclo
litúrgico (Ciclo B), en este tiempo de Adviento. En este nuevo ciclo litúrgico,
cambiamos de evangelista ahora será San Marcos quien nos acompañará.
Al comenzar el ciclo litúrgico, la Iglesia nuestra Madre nos recuerda que este mundo ha de tener un final. Con ello nos va preparando a rememorar la venida a la tierra del Hijo de Dios hecho hombre, su nacimiento en Belén que inicia la Redención. A primera vista pudiera parecer que son dos hechos, el del fin del mundo y el de la Navidad, que no tienen conexión alguna entre sí.
Y, sin embargo, sí que la tienen, pues se trata en
ambos casos de la venida del Señor. En efecto, cuando todo termine vendrá de
nuevo Jesús hasta nosotros, para juzgar a vivos y muertos. En el tiempo precedente
a la venida de Cristo es preciso prepararse con penitencias y ayunos, con la
enmienda de la vida, avivando el deseo de su llegada.
Durante esta primer semana
las lecturas bíblicas y la predicación son una invitación con las palabras del
Evangelio: "Velad y estád preparados, porque no sabéis cuándo llegará el momento".
Es importante que, como Iglesia, nos hagamos un propósito que nos permita
avanzar en el camino hacia la Navidad. Como resultado de nuestras reflexiones
deberemos buscar el perdón de
quienes hemos ofendido y darlo a quienes nos hayan ofendido para comenzar el
Adviento viviendo en un ambiente de armonía
y amor creyente. Desde luego,
esto deberá ser extensivo también a los grupos de personas con los que nos
relacionamos diariamente, como la familia, el trabajo, los vecinos, etc. Esta
semana, en cada comunidad parroquial, encenderemos la primer vela de la Corona
de Adviento, color morada, como signo de vigilancia y deseos de conversión.
La necesidad que tenemos de la venida del Señor a nuestro
encuentro, para poder ser salvados.
Lo cantamos todos los años al comenzar el Adviento: "rorate,
Coeli, desuper et nubes pluant justum" ( destilad, cielos, el rocío y
lloved, nubes, al justo).
Las lecturas bíblicas de estos cuatro domingos del
Adviento litúrgico se refieren al Adviento espiritual, tiempo de preparación
para la llegada del Reino de Dios, de la parusía, tal como lo entendieron los
judíos, durante siglos. El color propio de este Adviento espiritual sería el
color verde, que significa esperanza. De hecho, el color verde es el color que
usamos en la liturgia durante todo el tiempo ordinario, porque, como hemos
dicho, toda nuestra vida es preparación y esperanza en nuestra Pascua
definitiva, junto a Cristo, que ocurrirá después de nuestra muerte. Nuestro
Adviento litúrgico debe ser, también, un recuerdo del largo Adviento judío, que
duró siglos, esperando al Mesías.
El Adviento litúrgico, que hoy comienza durará hasta el día de Navidad. El Adviento
litúrgico es el tiempo que la Iglesia quiere que los cristianos lo dediquemos a
prepararnos para conmemorar dignamente el aniversario de la venida de nuestro
Señor Jesucristo al mundo, acontecimiento que, como sabemos, ocurrió hace ya
dos mil diecisiete años. El Adviento litúrgico se refiere, naturalmente, a la
preparación litúrgica. El color morado que usamos en las celebraciones de
Adviento significa preparación y penitencia, porque queremos llegar a la
Navidad con el alma limpia. También es propia de este tiempo la que llamamos
“corona de Adviento”, que son las cuatro pequeñas velas de esta corona, que
significan la luz de Cristo que debe alumbrar nuestro camino hasta el día de
Navidad. Tres de estas velas son de color morado, penitencia, y una de color
rosado, alegría propia del tercer domingo, domingo Gaudete, por la alegría que
nos proporciona la cercanía de la Navidad. Frente a este Adviento litúrgico
está el Adviento espiritual que a nosotros nos dura toda la vida, porque toda
la vida es tiempo de preparación para encontrarnos definitivamente con Cristo,
cuando Dios nos llame a su lado
Al comenzar este Adviento litúrgico, no olvidemos que
toda nuestra vida es un Adviento espiritual en preparación para la muerte. Un
tiempo en el que deben predominar las virtudes de penitencia interior, lucha
contra el pecado, y esperanza en que la presencia redentora de Cristo nos salvará,
siendo la luz y el camino que nos guiará hasta nuestro encuentro definitivo con
Dios nuestro Padre. Vigilemos, pues, y oremos durante todo este tiempo y
durante toda nuestra vida para que, cuando Dios nos llame, nos encuentre bien
preparados, porque no sabemos ni el día, ni la hora en los que va a ocurrir
este encuentro. La palabra clave en este tiempo de Adviento que hoy
comenzamos es "vigilancia" en espera de la venida del
Señor.
Al comenzar la liturgia de este primer domingo del
Adviento deseémonos mutuamente la gracia y la paz de Dios nuestro padre y de
Jesucristo, el Señor, palabras que oiremos en la segunda lectura.
En la primera lectura de Isaías se
nos proclama “Y, sin
embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero:
somos todos, obra de tu mano”. La plegaria de lamentación de Is 63 7-64,11
es una típica plegaria de adviento, llena de esperanza, a pesar de reflejar la
desilusión de la comunidad postexílica por el retraso de la manifestación de
Dios. Forma parte de la recopilación de Is 56-66 que nace de una desilusión
superada y de una esperanza enraizada en la convicción de que la salvación y la
justicia de Dios están cerca (temática de fondo del tercer Isaías).
La lectura
de hoy, por un lado, pone de relieve el momento crítico en que vive la
comunidad: el peligro de los ídolos y las divisiones internas. Y, por otro,
manifiesta esta esperanza enraizada e indestructible: en medio de todas las
cosas (enraizados en una situación concreta) Señor, eres nuestro padre;
"nosotros somos la arcilla y tú el alfarero; somos todos obra de tus
manos"
-¿ Dejará Dios
que nos perdamos?
En este
texto el profeta pone en boca del pueblo un grito de auxilio al Señor Yahvé, su
padre y redentor, para que no les deje desamparados y solos. El pueblo reconoce
que su pecado es la causa de sus males y, por eso, pide al Señor que, como
padre que es, olvide las culpas de sus hijos y les salve: no te excedas en la
ira, Señor, no recuerdes siempre nuestra culpa; mira que somos tu pueblo. ¿Qué
relación puede tener este texto con el tiempo de Adviento que hoy comenzamos?.
Desde las
palabras de esta primera lectura se anuncia la espera del Adviento¡ “Ojalá
rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste,
y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un
Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en el. Sales al
encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos".
En este primer domingo de Adviento podemos y
debemos decir, con el profeta Isaías, que Dios nos ama y nos gobierna como un
padre y un pastor que aman a sus ovejas y las dirige hacia fuentes tranquilas.
El profeta Isaías es el cantor de nuestra esperanza en un Dios misericordioso,
en un Dios redentor, en un Dios Padre, en un Dios alfarero que quiere hacernos
dignos hijos suyos. Pero para que esto pueda ocurrir nosotros debemos dejarnos
hacer y rehacer por Dios, como la arcilla se deja formar y transformar por las
manos del alfarero. Ninguna preparación mejor que esta podemos hacer en estos
cuatro domingos del tiempo litúrgico de Adviento. Pidamos a Dios que nos
preparemos para el día de Navidad dejándonos formar y transformar por las manos
misericordiosas de un Dios que quiere ser nuestro Padre, nuestro redentor,
nuestro pastor supremo y el alfarero de nuestras vidas.
"¿Puedes
quedarte insensible ante todo esto, Señor?". Así suplicaba Israel a Dios,
y así podemos seguir suplicando en el siglo XXI ante tantas desgracias que se
abaten sobre nuestro mundo: armas atómicas que pueden dejar hecha la tierra un
desierto, flagrantes injusticias que asolan a países enteros del tercer mundo
con el hambre y enfermedades... ¿Por qué continúas obcecando nuestro corazón?
¿Seremos incapaces de romper con estas fuerzas salvajes? ¡Ojalá que rasgases el
cielo y bajases...!
El hombre de
nuestra sociedad o no siente a Dios o lo ve muy lejano, ajeno a nuestro mundo.
Su silencio nos suena a ausencia, a no existencia.
Muchas frases
de este relato suenan a ateas. Y es que Israel no sabe descubrir a ese Dios
liberador, lo pone en duda y se queja amargamente. Pero esta queja es ya una
súplica, un abrirse al Dios Padre. Así lamentándose Israel nos enseña a
descubrir a nuestro verdadero Padre.
Al empezar
el Adviento, también nosotros confesamos nuestras culpas; y en medio de los
negros nubarrones, del denso silencio del que a veces está rodeada nuestra
vida, gritamos con fuerza y esperanza: "Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros, la arcilla, y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano.".
En el salmo
responsorial (Salmo 79) de hoy, imploramos la necesidad de la ayuda del Señor,
sin esa ayuda, caeremos como las hojas del árbol en otoño y nuestras maldades
nos arrastrarán como el viento. Por eso, nosotros rezamos hoy en el salmo
responsorial: Oh Dios, restáuranos, que
brille tu rostro y nos salve. Es el grito que dirigimos a Dios desde la
desesperanza, el desánimo o la impotencia. Es posible que incluso le pidamos
que venga sobre el mundo su castigo para que reaccione, que baje desde el cielo
y derrita los montes para imponer la auténtica justicia, como dice el profeta
Isaías.
El salmista lamenta el silencio de Dios. También el
hombre de hoy es testigo de ese silencio: Dios calla y los ídolos han sido
destruidos. Pero se trata de un silencio diferente. Nos resulta difícil hablar
sobre Dios y dirigirnos a él. Pero también es preciso aceptar que el silencio
es el estado habitual y definitivo de Dios, incluso en su revelación, como dice
certeramente san Juan de la Cruz: «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo,
y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída por el
hombre».
En el comentario
a este salmo 79, San Juan Pablo II decía: "2. En la segunda parte de la oración, llena de preocupación y a la
vez de confianza, encontramos otro símbolo muy frecuente en la Biblia, el de la
viña. Es una imagen fácil de comprender, porque pertenece al
panorama de la tierra prometida y es signo de fecundidad y de alegría.
Como enseña el profeta Isaías en una
de sus más elevadas páginas poéticas (cf. Is 5, 1-7), la viña encarna a Israel. Ilustra dos dimensiones
fundamentales: por una parte, dado que ha sido plantada por Dios (cf. Is 5, 2; Sal 79, 9-10), la viña representa el don, la gracia, el amor de
Dios; por otra, exige el trabajo diario del campesino, gracias al cual produce
uvas que pueden dar vino y, por consiguiente, simboliza la respuesta humana, el
compromiso personal y el fruto de obras justas.
3. A través de la imagen de la viña,
el Salmo evoca de nuevo las etapas principales de la historia judía: sus
raíces, la experiencia del éxodo de Egipto y el ingreso en la tierra prometida.
La viña había alcanzado su máxima extensión en toda la región palestina, y más
allá, con el reino de Salomón. En efecto, se extendía desde los montes
septentrionales del Líbano, con sus cedros, hasta el mar Mediterráneo y casi
hasta el gran río Éufrates (cf. vv. 11-12).
Pero el esplendor de este
florecimiento había pasado ya. El Salmo nos recuerda que sobre la viña de Dios
se abatió la tempestad, es decir, que Israel sufrió una dura prueba, una cruel
invasión que devastó la tierra prometida. Dios mismo derribó, como si fuera un
invasor, la cerca que protegía la viña, permitiendo así que la saquearan los
viandantes, representados por los jabalíes, animales considerados violentos e
impuros, según las antiguas costumbres. A la fuerza del jabalí se asocian todas
las alimañas, símbolo de una horda enemiga que lo devasta todo (cf. vv. 13-14).
4. Entonces se dirige a Dios
una súplica apremiante para que vuelva a defender a las víctimas, rompiendo su
silencio: "Dios de los Ejércitos, vuélvete: mira desde el
cielo, fíjate, ven a visitar tu viña" (v. 15). Dios seguirá siendo el
protector del tronco vital de esta viña sobre la que se ha abatido una
tempestad tan violenta, arrojando fuera a todos los que habían intentado
talarla y quemarla (cf. vv. 16-17).
En este punto el Salmo se abre a una
esperanza con colores mesiánicos. En efecto, en el versículo 18 reza así:
"Que tu mano proteja a tu escogido, al hijo del hombre que tú
fortaleciste". Tal vez el pensamiento se dirige, ante todo, al rey
davídico que, con la ayuda del Señor, encabezará la revuelta para reconquistar
la libertad. Sin embargo, está implícita la confianza en el futuro Mesías, el
"hijo del hombre" que cantará el profeta Daniel (cf. Dn 7, 13-14) y que Jesús escogerá
como título predilecto para definir su obra y su persona mesiánica. Más aún,
los Padres de la Iglesia afirmarán de forma unánime que la viña evocada por el
Salmo es una prefiguración profética de Cristo, "la verdadera vid" (Jn 15, 1) y de la Iglesia.
5. Ciertamente, para que el
rostro del Señor brille nuevamente, es necesario que Israel se
convierta, con la fidelidad y la oración, volviendo a Dios salvador.
Es lo que el salmista expresa, al afirmar: "No nos alejaremos de
ti" (Sal 79, 19)."(San Juan Pablo II en la audiencia
general del miércoles, 10 de abril 2002).
San Pablo en el fragmento de esta segunda lectura, nos confirma con sencillez y profundidad esa
paternidad de Dios Padre, por revelación de Jesucristo. Hay
además un matiz muy importante para estos tiempos: el llamamiento que Pablo de
Tarso que hace a los Corintios contiene una invocación a la unidad, por la misma
que mantienen Padre e Hijo. Y hemos de tenerlo en cuenta en este primer día del
Adviento. Hemos de esperar a Jesús pero todos unidos. Eso no significa un
uniformismo a ultranza o un diseño exclusivo del pensamiento de los fieles
cristianos. La discrepancia es posible y hasta aconsejable. Pero no en nada de
lo que es fundamental y que no es otra cosa que nuestra comunión en la unidad
de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Habría además una unidad
operativa, útil y no restadora de libertades, que es la posición fraterna de
todos aquellos que comparten la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo,
pues dicha unidad es fuente de confianza para aquellos hermanos alejados que se
acercan a nosotros.
En este primer domingo de Adviento es bueno que también
nosotros hoy nos deseemos unos a otros la gracia y la paz de Dios nuestro Padre
y de Jesucristo, el Señor. Un Adviento vivido, individual y comunitariamente,
en la gracia y en la paz de Dios será siempre un buen Adviento, porque el que
vive en la gracia y en la paz de Dios vive en el amor de Dios y amando a los
hermanos. Si, como venimos diciendo, el Adviento es tiempo de penitencia y
preparación para la Navidad, ninguna penitencia mejor para esto que dejarnos
formar y transformar cada día por las manos misericordiosas de Dios, nuestro
Padre, nuestro Rey y el Buen Pastor de nuestras almas.
Constatando nuestras debilidades, necesitamos la
gracia de Dios, para que el Señor, con su fuerza, restaure nuestra naturaleza
caída y menesterosa, y podamos así recibirle con dignidad cristiana, en esta
Navidad y siempre. Necesitamos la paz de Dios, una paz que es a su vez gracia y
don, no cálculo interesado de nuestros egoísmos y conveniencias particulares.
Sí, la paz de los hombres necesita estar siempre defendida con armas y dinero;
la paz de Dios, en cambio, brota del corazón y busca siempre el bien del
prójimo tanto como el de uno mismo.
En el
Evangelio de San Marcos, evangelista correspondiente a este ciclo B que hoy
iniciamos, se nos exhorta a la vigilancia: " Mirad, vigilad, pues no sabéis cuándo es el
momento”.
Esta invitación a vivir vigilantes, será el hilo
conductor del tiempo de Adviento. La vigilancia es un imperativo ético en todas
las edades y situaciones de la vida de un ser humano. Cuando desaparece la
vigilancia aumenta el riesgo y la posibilidad de corrupción y decadencia, tanto
en la vida corporal, como en la vida social y en la vida religiosa. Un
creyente serio y responsable es siempre
una persona vigilante, con una vigilancia activa y esperanzada. Se nos pide que
vivamos siempre vigilantes y preparados, para que cuando el Señor llegue nos
encuentre bien preparados para poder recibirle con dignidad cristiana. No se
trata sólo de preparar con dignidad cristiana las fiestas de la Navidad, sino de
vivir siempre bien preparados y dispuestos para que cuando venga el Señor a
nuestras vidas nos encuentre bien preparados. En este primer domingo del
Adviento hagamos el propósito firme de ser siempre personas espiritualmente
activas, para que cuando el Señor venga a nuestro encuentro, no nos encuentre
dormidos.
San
Marcos nos llama a la vigilancia. Es el Señor quien nos la
recomienda insistentemente: "Al atardecer, a medianoche, al canto del
gallo, al amanecer", las cuatro vigilias en que se dividía la noche. Velad
como el vigilante de una obra en construcción, como el jugador que espera que
el entrenador le ponga a calentar, o el hombre de negocios la ocasión propicia;
como el profeta a la escucha de cualquier signo, como la esposa que espera la
llegada del amado, como el guardaespaldas para defender a la persona
encomendada. Necesitamos velar para reconocerlo y acogerlo. Es lo propio del
Adviento. El Señor está cerca. El Señor viene. Es el tiempo de la preparación
de nuestro interior.
Mirad, vigilad, velad: son
tres palabras y una misma actitud. Mirar es ver con detenimiento y profundidad.
Mirar es fijar los ojos con interés y con alguna esperanza. Mirar es dejarse
sorprender. Miremos de verdad a las personas, a las cosas, a los acontecimientos,
a la vida.
La vigilancia es fruto de
la fe, de la esperanza y del amor. Vigilamos cuando esperamos, vigilamos cuando
creemos, vigilamos cuando confiamos, vigilamos cuando amamos. No dejemos de
velar.
*Velad, porque Dios es
sorprendente. El viene siempre, pero no sabemos cuándo, cómo y por dónde. Velad
para no dormir, dejando pasar la ocasión del encuentro.
* Velad para reconocer y
acoger a Dios, siempre que quiera presentarse.
*Velad, pero cumpliendo
cada uno su tarea.
*Velad, porque la vigilancia
es hija de la esperanza.
*Velad, porque vivimos en
un adviento continuado.
En este
domingo se nos recuerda el horizonte último de la historia, que se identifica
con la venida del Hijo del Hombre. Ahí se inscribe nuestra vida, se subraya la
importancia de lo que está en juego y constituye una llamada a la seriedad. De
aquí la recomendación a velar: con frecuencia nos dormimos, nada es automático,
es necesaria una verdadera elección.
Una cierta
tensión atraviesa los textos de hoy y de todo el Adviento: "a ti, Señor,
levanto mi alma; en ti, Dios mío, confío; los que esperan en ti no quedan
defraudados" (entrada). "Aviva en tus fieles el deseo de salir al
encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras"
(colecta). "Cuando venga de nuevo podamos recibir los bienes prometidos
que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar" (prefacio). Una cierta
tensión, una sana tirantez debería ser también la tónica de nuestra vida.
Como cristianos no debemos dejarnos atrapar en las
mallas sinuosas del ambiente
desencantado, regalón o "pasota" que nos rodea. y debemos extraer
continuamente razones de vivir y esperar a la fuente inagotable de la fe.
Dejamos este poema de Pedro Casaldàliga, que nos puede
ayudar a caminar en este tiempo de Adviento.
"Hay que nacer de nuevo, hermanos Nicodemos"
"De
esperanza en esperanza, de pesebre en pesebre, todavía hay Navidad"
"Sube a
nacer conmigo, dice el poeta Neruda.
Baja a nacer conmigo,
dice el Dios de Jesús.
Hay que nacer de nuevo,
hermanos Nicodemos
y hay que nacer subiendo desde abajo.
De esperanza
en esperanza,
de pesebre en pesebre,
todavía hay Navidad.
Desconcertados por el viento del desierto
que no sabemos de dónde viene
ni adónde va.
Encharcados en sangre y en codicia,
prohibidos de vivir con dignidad,
sólo este Niño puede salvarnos.
De esperanza
en esperanza,
de pesebre en pesebre,
de Navidad en Navidad.
Siempre de noche naciendo de nuevo,
Nicodemos.
“Desde las
periferias existenciales;”
con la fe de María y los silencios de José
y todo el Misterio del Niño,
hay Navidad.
Con los pobres
de la tierra,
confesamos que Él nos ha amado hasta el extremo
de entregarnos su propio Hijo,
hecho Dios venido a menos,
en una Kénosis[1]
total.
Y es Navidad.
Y es Tiempo Nuevo.
Y la
consigna es que todo es Gracia,
todo es Pascua, todo es Reino."
(Pedro
Casaldàliga)[2]
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
[1] En la teología cristiana, la kénosis (del griego
κένωσις: «vaciamiento») es el vaciamiento de la propia voluntad para llegar a
ser completamente receptivo a la voluntad de Dios.
[2] Pere Casaldáliga (Balsareny, Barcelona: 16 de febrero de 1928- 8 de agosto de 2020, Batatais, Estado de São Paulo, Brasil). Fue un religioso, escritor y poeta español, que permaneció gran parte de su vida en Brasil. Estuvo siempre vinculado a la teología de la liberación y fue siempre un defensor de los derechos de los menos favorecidos.
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