Comentario a las lecturas del II Domingo de Pascua 28 de abril de 2019
Continuamos con la actitud exultante
que tan bien describía el Cardenal Montini, posteriormente Papa San Pablo VI y
que recordábamos la semana pasada: «Dicimus 'alleluia' ut solamen viatici», dice San Agustín (Nosotros decimos 'Alleluia' como consuelo de nuestro peregrinar, como nuestro
viático). Y San Jerónimo afirma que, durante los primeros siglos, ese grito se
había hecho tan habitual en Palestina que quienes araban los campos y trabajaban,
gritaban de tanto en tanto: ¡Alleluia! Y aquellos que
conducían las barcas, cuando se aproximaban, decían: ¡Alleluia!
Es decir, que este grito, que surgía en medio de las acciones profanas, era una
especie de jaculatoria. Pero ¡qué bella jaculatoria ésta, tan breve como
expresiva, tan querida de la espiritualidad cristiana y que tanto resuena en la
Liturgia de la Iglesia! ¡Cómo deberíamos hacerla nuestra, a modo de recuerdo
pascual!"( G. B. Card. Montini, Discurso
pronunciado el 3 de abril de 1961 en la Catedral de
Milán, en Discorsi, vol. II. Milano, Arcivescovado,
1962 p. 253 ss.).
Estamos en Pascua. ¡Resucitó el Señor
y nos llama a la vida! ¡Señor qué vea! ¡Señor, que viva! ¡Señor, que crea en
ti! Deben ser exclamaciones que broten desde lo más hondo de nuestras ganas de
celebrar, sentir y vivir a Jesús. Con Santo Tomás, hacemos un acto de fe:
“Señor mío y Dios mío”.
Están aún muy vivos los recuerdos de las celebraciones
del Triduo Pascual y este domingo las
lecturas nos centran en el efecto de la Resurrección del Señor. La aparición
del Señor Resucitado en el cenáculo en el “primer día de la semana” es el
origen de la consagración del Domingo –el Día del Señor, que eso significa
domingo—frente al sábado ritual de los judíos. La importancia del descubrimiento
de la divinidad de Cristo, acrisolada por el hecho inaudito de su Resurrección
y de la visible glorificación de su cuerpo, hizo que se modificara la ancestral
costumbre judía de reservar el sábado a la oración y al descanso.
La
primera lectura del Libro de los Hechos
( Hch 5,12-16).
Este fragmento del Libro de los Hechos es un resumen del tipo que encontramos
en los Sinópticos sobre momentos de la vida pública de Jesús, y que,
evidentemente, no son síntesis históricas, sino teológicas. Se repite de los
discípulos de Jesús y de la comunidad primitiva algo que ya se había dicho de
Jesús.
Nueva descripción "sumaria" de la vida de
la comunidad, de forma parecida a como ya se había hecho en 2:42-47 y 4:32-35.
Por un lado, los apóstoles (los
«buenos») con todo el pueblo a su favor, convertidos en el centro de una fiesta
generosa en prodigios de curaciones de enfermedades y de liberación de
espíritus impuros. Por otro, en cambio, el gran sacerdote y todos los que
estaban con él (los "malos""), las autoridades religiosas,
cegados por los celos e inconmovibles en sus torcidos propósitos.
Se indica el lugar (pórtico de Salomón), es el lugar
habitual donde se reúne la naciente iglesia.
Se toma a Pedro por un
taumaturgo, sin que éste se oponga como Pablo y Bernabé en un caso semejante
(Hech 14, 14s). El autor transmite simplemente el dato histórico. En la
antigüedad la sombra es como una proyección de la persona misma. La depuración
de la fe cristiana se llevó a cabo poco a poco; por eso no es de extrañar que
aún se relaten ciertos detalles que rayan con la superstición. Lo que sí es
cierto es que en este sumario se explícita un principio que surca las páginas
del N. T.: la fuerza de Jesús es la fuerza de los discípulos; lo mismo que hace
Jesús harán sus discípulos; si él hizo curaciones, los discípulos también las
harán en su nombre (cf. 3,6). La fuerza de Jesús resucitado sigue viva en los
que creemos en él.
Un
verdadero derroche de milagros, se deja entender la narración de San Lucas que
hacían los apóstoles (v.1a.15). Buena respuesta a la oración que en este
sentido habían hecho al Señor. Es natural que el número de fieles creciese más
y más (v.14) y que la fama saliese muy pronto fuera de Jerusalén (v.16), dando
sin duda ocasión a que la Iglesia comenzase a extenderse por Judea.
Esos
"otros" que no se atrevían a unirse a los apóstoles (v.13) serían los
ciudadanos de cierta posición, que se mantenían apartados por miedo al
sanedrín, en contraste con la masa del pueblo, que abiertamente se mostraba
bien dispuesta. Las reuniones solían tenerse en el "pórtico de
Salomón", lugar preferido para reuniones públicas de carácter religioso, y
donde ya Pedro, a raíz de la curación del rengo de nacimiento, había tenido el
discurso que motivó su primer arresto por parte del sanedrín.
El responsorial hoy es
parte del salmo 117 (Sal 117,2-4.22-27). Como el domingo anterior hoy se nos
presenta como responsorial, el salmo pascual por excelencia (Sal
117), el texto sálmico más expresivo de
la acción de gracias por la victoria pascual del Señor.
Siendo hoy
el domingo de la Misericordia, se recoge expresamente en el estrofa que
repetimos a modo de oración de petición agradecida. Cambian algunos versículos,
del salmo.
Según testimonio de los tres
evangelistas sinópticos, Jesús se aplicó explícitamente este salmo (Mateo
21,42; Marcos 12,10; Lucas 20,17), para concluir la parábola de los
"viñadores homicidas": "la piedra que desecharon los
constructores, se convirtió en la ¡piedra angular!".
Jesús, se consideraba como esta
"piedra" rechazada por los jefes de su pueblo (anuncio de su muerte),
y que llegaría a ser la base misma del edificio espiritual del pueblo de Dios.
El día de los ramos, los mismos evangelistas señalan cuidadosamente que la
muchedumbre aclamó a Jesús con las palabras del salmo: "¡Hosanna, bendito
el que viene en nombre del Señor!".
Todo fue obra del Señor: «ha sido un
milagro patente» (v. 24), «es el Señor quien lo ha hecho» (v. 23). «Este es el
día en que actuó el Señor'» (v. 24) ¡cantos de victoria para el Señor!
¡Aleluyas y hurras para nuestro victorioso salvador!, «sea nuestra alegría y
nuestro gozo» (v. 24), resuene la música en nuestra trastienda, sea nuestra
existencia una fiesta, nuestros días una danza, y la alegría sea nuestra
respiración.
Al referirse a este salmo dice San
Agustín: "Dad gracias al Señor
porque es bueno, porque es eterna su misericordia: "¿Qué otra cosa
podremos cantar allí -en el Cielo- sino sus alabanzas? Tú eres mi Dios, te doy
gracias; Dios mio, yo te ensalzo. Pero no proclamaremos estas alabanzas con
palabras; más bien será el amor mismo, que nos unirá a Él, quien gritará. Esa
voz, incluso, será la voz del mismísimo amor. Dad gracias al Señor porque es
bueno, porque es eterna su misericordia: el texto comienza y concluye con estas
palabras; son el primer versículo y el último del salmo porque de todo lo que
hemos venido narrando desde el principio hasta el fin, no hay cosa que más nos
pueda embelesar que la alabanza a Dios y un eterno «Aleluya»." (S. Agustín, enarrationes in psalmos 117,
27.).
La
segunda lectura es del Apocalipsis ( Ap
1,9-11a.12-13.17.19 ). El texto de hoy pertenece a la introducción del libro del Apocalipsis. Juan se presenta
como hermano de aquellos a quienes envía su escrito. No se sitúa en una
posición superior, lo que escribe, es fruto de un "éxtasis" que le ha
sido concedido gratuitamente por Dios. Es hermano porque comparte el mismo
destino de los demás cristianos: la realeza, pero también las penas y la
paciencia para soportarlas. Incluso vive deportado a causa de su fe. Patmos
es una isla desde la cual se pueden "intuir", colocadas en
semicírculo, las siete ciudades a cuyas iglesias dirige el escrito.
El día del Señor, el domingo,
el día de la resurrección, el Espíritu se apodera de Juan. Al igual que ha sucedido
con los profetas, su misión y su palabra no son fruto de la propia voluntad,
sino de la de Dios. La "voz potente" simboliza esta voz que supera a
la palabra puramente humana.
La predicación será oral y escrita, para enviarla a "las
siete Iglesias" que simbolizan a toda la Iglesia y que son simbolizadas, a
su vez, por los "siete candelabros de oro". El nuevo pueblo de Dios
ya no es el que se reúne en el templo de Jerusalén, sino la Iglesia, que tiene
en su centro "una figura humana", es decir, Jesucristo. La imagen,
sacada de Daniel, hace referencia al juez escatológico que actúa con el poder
de Dios. La túnica hasta los pies y el cinturón de oro eran distintivos propios
de los reyes y los sacerdotes.
Ante la manifestación de Dios,
el hombre se siente anonadado. Sólo la palabra amorosa del mismo Dios lo puede
reincorporar. Jesús se da a conocer con el mismo nombre de Dios. Pero es Jesús:
es el que "estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los
siglos". El es el que vive. ¡El, hombre como los demás, es Dios!.
En el evangelio continuamos con San Juan (Jn 20,19-31) Con este texto nos encontramos
ante el segundo grupo de episodios narrados por el cuarto Evangelio en el
contexto de la resurrección de Jesús.
En este texto hay claramente tres partes:
*la aparición de Jesús a los
discípulos, sin Tomás (vv 19-23);
Los discípulos, que habían
comenzado su éxodo siguiendo a Jesús, se encuentran desamparados en medio de un
ambiente hostil. No tienen experiencia de Jesús vivo. Pero están en la noche en
que el Señor va a sacarlos de la opresión. Jesús viene a liberar a los suyos.
Su primer saludo de paz recuerda a los discípulos su presencia anterior en
medio de ellos y su victoria, eliminando el miedo y la incertidumbre. Se les da
a conocer como el que les demuestra su amor hasta la muerte, con las señales
que indican su poderío (manos) y la permanencia de su amor (costado).
El nuevo saludo en v. 21 sirve
para transmitir seguridad y valentía en la misión que comienza para ellos y
que, como la de Jesús, va a consistir en la actividad liberadora del hombre,
hasta la entrega total. La comunidad cristiana es la alternativa que Jesús
ofrece para dar testimonio ante el mundo de la realidad del amor del Padre. El
resultado de la misión de la comunidad viene formulado en términos positivo y
negativo en el v. 23. Ante el testimonio de amor que la comunidad tiene que
dar, sucederá lo mismo que sucedió con Jesús: habrá quienes lo acepten y den su
adhesión y quienes se endurezcan en su actitud hostil al hombre.
Como Jesús, pues, la comunidad
es mediación de salvación o de condena, no porque ella enjuicie a nadie, sino
porque la actitud que se adopte ante ella refrendará lo que cada uno es y
decide de por sí.
*la aparición de Jesús estando
presente Tomás (24-29),
La fe en Jesús vivo y
resucitado consiste en reconocer su presencia en la comunidad de los creyentes,
que es el lugar natural donde él se manifiesta y de donde irradia su amor.
Tomás representa la figura de
aquél que no hace caso del testimonio de la comunidad ni percibe los signos de
la nueva vida que en ella se manifiestan. En lugar de integrarse y participar
de la misma experiencia, pretende obtener una demostración particular. No
quiere aceptar que Jesús vive realmente y que la señal tangible de ello es la
comunidad transformada en la que ahora se encuentra. La comunidad transformada
es ahora lo importante: ella es el medio que las generaciones posteriores
tendrán para saber que Jesús vive realmente.
* y, finalmente, la conclusión
del Evangelio (30-31). Notemos que, con estos dos versículos (30-31) aparece la
conclusión original de la obra, ampliada más tarde con la inclusión del
capítulo 21.
De esta forma, el enlace entre la escena de
Tomás y la conclusión resulta todavía más directo e importante. La
estructuración de las apariciones está hecha en paralelo con los dos primeros
episodios de este capítulo 20: por una parte, los discípulos y la fe; por otra,
la aparición a Tomás forma un claro paralelo con la aparición de Jesús a María
de Magdala, y el énfasis en este segundo caso se centra en la dificultad de reconocer
a Jesús y en la correspondencia de Jesús a la fe de los creyentes.
En el texto se relaciona la
mañana y la tarde del domingo. En la mañana del domingo se rememora el
descubrimiento del sepulcro vacío que tiene su culminación en el cuarto
Evangelio en la tarde de ese mismo domingo. Si por la mañana el sepulcro vacío
dominaba el relato, por la tarde lo domina la presencia de Jesús en medio de
sus discípulos. Esta presencia explica aquel vacío, pero, sobre todo,
restablece una continuidad de relación Jesús-discípulos. De aquí arranca la
intencionalidad del texto. Al servicio del final de la relación está el miedo
de los discípulos; al servicio de la reanudación de la relación están el
saludo, enfáticamente repetido, y la identificación del propio Jesús como la
misma persona que antes habían conocido los discípulos. La reanudación de la
relación se sella con la alegría de los discípulos, quienes, a partir de ahora,
hablan de Jesús como el Señor, enraizándolo por completo con Dios. La
aceptación de la identificación de Jesús por los discípulos se plasma en la
fórmula de confesión de fe "ver al Señor".
Pero la reanudación de la
relación con el Señor, es sólo un primer paso. El siguiente es el envío de los
discípulos por Jesús, en continuidad con el envío de Jesús por el Padre. Los
discípulos deben hacer presente a Jesús y prolongar su obra, como Jesús ha
hecho presente al Padre y prolongado su obra. Este envío no debe entenderse
limitado a los doce. En el cuarto Evangelio la denominación discípulos es sinónima
de creyentes. La comunidad creyente en su totalidad es la enviada.
El tercer paso es la donación
del Espíritu, que capacita para el envío. El símbolo de exhalar el aliento
significa la transmisión de vida. Aquí se trataría, por consiguiente, de una
participación en la vida de Jesús resucitado, que posee personalmente el
Espíritu de Dios y que lo transmite a la comunidad creyente.
El último paso es la potestad
de perdonar los pecados. La potestad se da en el seno de la comunidad creyente,
más allá y por encima de las concreciones históricas que esa potestad ha
asumido con posterioridad.
A partir del v. 24 el relato
avanza con la conocida historia de Tomás, al que el autor presenta como
"uno de los doce", una expresión que en el cuarto Evangelio se
reserva para Tomás y para Judas el traidor. Los discípulos hacen ante Tomás
confesión de su fe: "hemos visto al Señor". Tomás les responde que él
hará suya esta misma confesión, siempre y cuando tenga razones tangibles para
hacerlo. Jesús en persona le aporta esas razones y Tomás hace suya la confesión
de fe. Jesús la acepta, pero reprocha a Tomás el modo de llegar a ella,
declarando, en cambio, bienaventurados a los que crean sin necesidad de basarse
en la comprobación tangible.
A través de esta
bienaventuranza el texto se abre al futuro, a las personas no contemporáneas de
Jesús, a los lectores del cuarto Evangelio. Así se pone explícitamente de
manifiesto en los dos versículos finales, en los que el autor da cuenta de la
doble finalidad de su escrito.
La frase "para que creáis" no va dirigida a
no creyentes, a quienes se intenta ganar, sino a creyentes, a quienes se
intenta afianzar en la fe que ya tienen.
Esta finalidad cristológica se
completa con otra soteriológica: "para
que tengáis vida".
Para nuestra vida.
Hoy es el domingo de la
"Divina misericordia" y hay algo que todavía no tenemos asumidlo
los cristianos y es que: tenemos que ser
misericordiosos. Sus llagas nos han curado. Jesús nos
envía a perdonar no a condenar, nos entrega el evangelio de la misericordia.
Así lo ha expresado el Papa Francisco: “La Cruz de Jesús es la Palabra con la
que Dios ha respondido al mal del mundo. A veces nos parece que Dios no
responde al mal, que permanece en silencio. En realidad Dios ha hablado, ha
respondido, y su respuesta es la Cruz de Cristo: una palabra que es amor,
misericordia, perdón. Y también juicio: Dios nos juzga amándonos. Recordemos
esto: Dios nos juzga amándonos. Si acojo su amor estoy salvado, si lo rechazo
me condeno, no por él, sino por mí mismo, porque Dios no condena, El sólo ama y
salva”. Dios no se cansa de perdonar. Nos ha dicho, además, que tenemos que
anunciar la misericordia de Dios. Nosotros tenemos que ser mensajeros de
perdón, aprender a perdonarnos primero a nosotros mismos y ser instrumentos de
perdón y reconciliación para todos. Este es el Evangelio auténtico.. Que la
celebración de este día nos ayude a ser misericordiosos y compasivos todo el
año.
Las
lecturas de este tiempo de Pascua nos llevan a dos actitudes que deben arraizar
profundamente en nuestras vidas: la fe y la paz.
Hermosa síntesis de la experiencia que
tienen los primeros cristianos de la resurrección de Jesús, el fragmento del
Apocalipsis incluye testimonios de la Resurrección y las apariciones de Jesús a
los Apóstoles centran el relato de este Segundo Domingo del Tiempo Pascual, y
marcan ese arco histórico de muchos años en la primitiva vida de la Iglesia.
Del cenáculo lleno de hombres temerosos iba a salir, gracias a Espíritu, el
fermento, fuerte e ilustrado, de una Iglesia pujante, eficaz… y perseguida. La
mejor clave para adorar y meditar la Resurrección de Jesús está en el efecto de
ese prodigio suscitado en los Apóstoles. Primero --ya, de una vez—creyeron que
Él era Dios; y, entonces, se convirtieron en seguidores conscientes de una
actitud y de un camino de indudable trascendencia: de la divinidad y humanidad
de Cristo y del camino por Él marcado. Antes de la Cruz y de la Resurrección,
los Doce y sus acompañantes no eran otra cosa que una banda irregular de
seguidores, llenos de dudas. Para que no existan lagunas en el "discurso
litúrgico" de esa transformación, bien claro está el contenido del Libro
de los Hechos de los Apóstoles y de la velocidad en el crecimiento del número
de fieles. Pedro ya está constituido como primado de esa naciente Iglesia y no
sólo lo establece su autoridad humana, porque la autoridad divina le llega en
su capacidad --y en la de su sombra
Los apóstoles dudaron. Pedro no se fía
de lo que decían las mujeres. Tomás exige ver las señales de los clavos en las
manos y de la lanza en el costado. De ello se deduce que la duda es algo
connatural al hombre. Pero la duda tiene su aspecto positivo: evita que
caigamos en el desatino o en lo irracional. Un creyente no es un crédulo que
acepta todo sin pasarlo por el tamiz de la razón. Un creyente de verdad tiene
que pasar del fideísmo a la fe adulta, responsable y personalizada, que nos
hace gritar: "¡Señor mío y Dios mío!" No creemos porque nos lo han
dicho otros, sino porque nosotros mismos hemos experimentado la presencia de
Jesús vivo en nuestra vida. Creer es fiarse de Alguien: Jesús de Nazaret, el
Resucitado, que ha vencido a la muerte, dando un nuevo sentido a nuestras
vidas. El mejor don que nos regala la fe en Jesús es la paz, plenitud de todos
los dones. Es una paz que produce en nuestro interior una sensación profunda de
felicidad y realización personal. Sin embargo, esta paz no puede quedar
encerrada en nosotros mismos, sino que tiene que salir hacia afuera, tiene que
notarse y ser testimoniada. La construcción de un mundo en paz es una tarea de
todo cristiano, partiendo siempre de la justicia y el amor. Hoy la paz se
siente amenazada por los atentados terroristas. Matar en nombre de Dios es una
blasfemia, porque Dios nos regala siempre su paz.
Para vivir esta fe y paz
tenemos que relacionarse con Dios desde la confianza filial consciente de que
habla con su Padre. Dios es la fidelidad misma, cumple siempre, no falla jamás.
El cristiano tiene que corresponder a esa fidelidad ,siendo fieles al que nos
es fiel hasta la muerte.
La fe de la que hablamos no es algo
racional y abstracto, sino que tiene que
ser operante, acompañada de buenas obras. Una fe, sin obras, está muerta. El
creyente se ha comprometido a guardar los mandamientos, la palabra de Cristo.
La fe, si está viva, produce necesariamente obras de amor operativo. En la vida
espiritual, la fe es el "espíritu" y las obras la "letra";
y, si no hay letra, no puede haber espíritu de la letra. "Cree de verdad aquel que practica con la
vida la verdad que cree", dice S. Gregorio Magno. La fe actúa por la
caridad
Esta vida de fe activa nos da la
claves de otra realidad; también las lecturas nos sitúan ante el nacimiento de
las primeras comunidades cristianas. ¿Qué diferencias y semejanzas, hay entre
aquellas y las nuestras?. El recuerdo idealizado de la primera comunidad
cristiana en el Libro de los Hechos muestra las cualidades que tiene el grupo
de los seguidores de Jesucristo: hacías signos y prodigios, los enfermos eran
curados, la gente "se hacía lenguas de ello".....Comparado todo esto
con la imagen miedosa de muchos cristianos del siglo XXI, puede parecer que nos
encontramos muy lejos de aquel ideal. Parece que en lugar de aumentar,
disminuye en algunos lugares el número de los que se adhieren a Jesús. Sin
embargo, no es del todo cierto que seamos peores en general, a pesar de los
escándalos de algunos cristianos y sacerdotes, presentados en los medios de
comunicación o en el cine con cierta morbosidad interesada. La Iglesia es santa
y pecadora al mismo tiempo, santa porque fue fundada por Jesucristo, aspira a
la santidad de todos sus miembros y es apoyada siempre por la gracia salvadora
de Jesucristo. Pero está compuesta por hombres y mujeres pecadores. Pretender
que en ella todo sea santo es no comprender la condición humana. La fe se vive
y se celebra en comunidad y es ella, la Iglesia, el medio e instrumento de
salvación, a pesar de sus defectos y pecados.
La
primera lectura nos sitúa ante los
apóstoles que hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Este
tercer resumen destaca la actividad milagrosa de los apóstoles y su repercusión
en el pueblo.
El lugar indicado,(pórtico de
Salomón), del que se ha hecho mención más arriba (3, 11), es el lugar habitual
donde se reúne la naciente iglesia. Del tipo de estas reuniones nos ha
informado también el autor anteriormente (2, 44-47).
Mucha
gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando enfermos y poseídos por
espíritus inmundos, y todos se curaban. Que Jesús curaba a los enfermos es
una de las verdades que más frecuentemente repiten los evangelios. Ante un
enfermo el alma de Jesús se conmovía y su corazón misericordioso le impulsaba a
curarlo. Sus Apóstoles quisieron hacer siempre lo mismo que había hecho su
Maestro: predicar el Reino de Dios, curar enfermos, anunciar la buena nueva, el
evangelio, a todas las personas, con especial atención a las personas más
desprotegidas y marginadas de la sociedad. Esa era la señal distintiva de los
discípulos del Maestro: amarse entre ellos y extender su amor a todas las
personas necesitadas de amor.
Todo esto se nos presenta como
algo difícil, pero Jesús mantiene lo
mismo que les dio a los primeros discípulos. Cristo les dio y nos da el
soplo del Espíritu Santo, los inunda de paz y, ungiéndolos sacerdotes, los
envía a predicar y perdonar los pecados. Vigorizados y ungidos, los apóstoles
salen y “hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo y crecía el número
de los creyentes, que se adherían al Señor” (He 5,12-16). Hoy nuestra Iglesia
está en esa misma realidad. El Resucitado no nos ha dejado huérfanos.
Esta llamada y don lo describe así San Cirilo de Alejandría:
"Nuestro Señor Jesucristo instituyó
a aquellos que habían de ser guías y maestros de todo el mundo y
administradores de sus divinos misterios, y les mandó que fueran como astros
que iluminaran con su luz no sólo el país de los judíos, sino también a todos
los países que hay bajo el sol, a todos los hombres que habitan la tierra
entera. Es verdad lo que afirma la Escritura: Nadie puede arrogarse
este honor: Dios es quien llama. Fue,
en efecto, nuestro Señor Jesucristo el que llamó a sus discípulos a la gloria
el apostolado, con preferencia a todos los demás". (San Cirilo de
Alejandría. Sobre el evangelio de San Juan).
Y San Basilio de Seleucia nos
recuerda: " Este es el ejército
seducido por el Señor; estos son los hijos de la piscina bautismal, las obras
de la gracia, la cosecha del Espíritu. Han seguido a Cristo sin haberle visto,
le han buscado y han creído. Le han reconocido con los ojos de la fe, no con
los del cuerpo. No han puesto su dedo en las marcas de los clavos, sino que se
han unido a su cruz y han abrazado sus sufrimientos. No han visto el costado
abierto del Señor, pero por la gracia han llegado a ser miembros de su cuerpo y
han hecho suya su palabra: «¡Dichosos los que crean sin haber visto!» (San Basilio de Seleucia. Sermón: Creer sin
haber visto).
En respuesta a la actividad
apostólica, se va congregando una comunidad cada vez más numerosa, hombres y
mujeres que se adhieren al Señor. Los rasgos más característicos son: el poder
de la palabra y los signos que acompañan la predicación apostólica, el favor
que el pueblo les dispensa y la fraternidad entre todos los creyentes. La
iglesia nace y crece como respuesta al evangelio, es fundación de Dios en
Cristo y en sus enviados. Por eso confesamos su origen apostólico.
Con esta afluencia de las gentes a la
ciudad de Jerusalén, comienza a cumplirse la segunda parte del programa de los
apóstoles que predicaron el evangelio hasta los confines de la tierra (Hech 1,
8). Va a llegar un momento en la primitiva Iglesia en que se lancen a predicar
fuera de Jerusalén. Las curaciones de enfermos provocarán la persecución de los
misioneros por parte de los judíos (8, 1.4).Y la comunidad cristiana crecerá
fuera de Jerusalén (9, 31). En definitiva, la fuerza del resucitado llega a
todo hombre que cree.
Así comenta
san Juan Pablo II el salmo responsorial de hoy: " Cuando el cristiano, en sintonía con la voz orante de Israel, canta el
salmo 117, que acabamos de escuchar, experimenta en su interior una emoción
particular. En efecto, encuentra en este himno, de intensa índole litúrgica,
dos frases que resonarán dentro del Nuevo Testamento con una nueva tonalidad.
La primera se halla en el versículo 22: "La piedra que desecharon
los arquitectos es ahora la piedra angular". Jesús cita esta frase,
aplicándola a su misión de muerte y de gloria, después de narrar la parábola de
los viñadores homicidas (cf. Mt
21, 42). También la recoge san Pedro en los Hechos de los Apóstoles: "Este Jesús es la piedra que
vosotros, los constructores, habéis desechado y que se ha convertido en piedra
angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que
nosotros debamos salvarnos" (Hch
4, 11-12). San Cirilo de Jerusalén comenta: "Afirmamos que el Señor
Jesucristo es uno solo, para que la filiación sea única; afirmamos que es uno
solo, para que no pienses que existe otro (...). En efecto, le llamamos piedra, no inanimada ni cortada por
manos humanas, sino piedra angular,
porque quien crea en ella no quedará
defraudado" (Le Catechesi,
Roma 1993, pp. 312-313). La segunda frase que el Nuevo Testamento toma del
salmo 117 es la que cantaba la muchedumbre en la solemne entrada mesiánica de
Cristo en Jerusalén: "¡Bendito el que viene en nombre del
Señor!" (Mt 21, 9; cf. Sal 117, 26). La aclamación está
enmarcada por un "Hosanna" que recoge la invocación hebrea hoshia' na':
"sálvanos".
2. Este espléndido himno bíblico
está incluido en la pequeña colección de salmos, del 112 al 117, llamada el
"Hallel pascual", es
decir, la alabanza sálmica usada en el culto judío para la Pascua y también
para las principales solemnidades del Año litúrgico. Puede considerarse que el
hilo conductor del salmo 117 es el rito procesional, marcado tal vez por cantos
para el solista y para el coro, que tiene como telón de fondo la ciudad santa y
su templo. Una hermosa antífona abre y cierra el texto: "Dad gracias
al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (vv. 1 y 29).
La palabra "misericordia"
traduce la palabra hebrea hesed,
que designa la fidelidad generosa de Dios para con su pueblo aliado y amigo.
Esta fidelidad la cantan tres clases de personas: todo Israel, la
"casa de Aarón", es decir, los sacerdotes, y "los que temen a
Dios", una expresión que se refiere a los fieles y sucesivamente también a
los prosélitos, es decir, a los miembros de las demás naciones deseosos de
aceptar la ley del Señor (cf. vv. 2-4).
3. La procesión parece
desarrollarse por las calles de Jerusalén, porque se habla de las "tiendas
de los justos" (v. 15). En cualquier caso, se eleva un himno
de acción de gracias (cf. vv. 5-18), que contiene un mensaje
esencial: incluso cuando nos embarga la angustia, debemos mantener
enarbolada la antorcha de la confianza, porque la mano poderosa del Señor lleva
a sus fieles a la victoria sobre el mal y a la salvación.
El poeta sagrado usa imágenes
fuertes y expresivas: a los adversarios crueles se los compara con un
enjambre de avispas o con un frente de fuego que avanza reduciéndolo todo
a cenizas (cf. v. 12). Pero la reacción del justo, sostenido por el Señor, es
vehemente. Tres veces repite: "En el nombre del Señor los
rechacé" y el verbo hebreo pone de relieve una intervención destructora
con respecto al mal (cf. vv. 10-12). En efecto, en su raíz se halla la diestra
poderosa de Dios, es decir, su obra eficaz, y no ciertamente la mano débil e
incierta del hombre. Por esto, la alegría por la victoria sobre el mal
desemboca en una profesión de fe muy sugestiva: "el Señor es mi
fuerza y mi energía, él es mi salvación" (v. 14).
4. La procesión parece haber
llegado al templo, a las "puertas del triunfo" (v. 19), es
decir, a la puerta santa de Sión. Aquí se entona un segundo canto de acción de
gracias, que se abre con un diálogo entre la asamblea y los sacerdotes para ser
admitidos en el culto. "Abridme las puertas del triunfo, y entraré para
dar gracias al Señor", dice el solista en nombre de la asamblea
procesional. "Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán
por ella" (v. 20), responden otros, probablemente los sacerdotes.
Una vez que han entrado, pueden
cantar el himno de acción de gracias al Señor, que en el templo se ofrece como
"piedra" estable y segura sobre la que se puede edificar la casa de
la vida (cf. Mt 7, 24-25). Una
bendición sacerdotal desciende sobre los fieles, que han entrado en el templo
para expresar su fe, elevar su oración y celebrar su culto.
5. La última escena que se abre
ante nuestros ojos es un rito gozoso de danzas sagradas, acompañadas por un
festivo agitar de ramos: "Ordenad una procesión con ramos hasta los
ángulos del altar" (v. 27). La liturgia es alegría, encuentro de fiesta,
expresión de toda la existencia que alaba al Señor. El rito de los ramos hace
pensar en la solemnidad judía de los Tabernáculos, memoria de la peregrinación
de Israel por el desierto, solemnidad en la que se realizaba una procesión con
ramos de palma, mirto y sauce.
Este mismo rito evocado por el Salmo
se vuelve a proponer al cristiano en la entrada de Jesús en Jerusalén,
celebrada en la liturgia del domingo de Ramos. Cristo es aclamado como
"hijo de David" (Mt
21, 9) por la muchedumbre que "había llegado para la fiesta (...). Tomaron
ramas de palmera y salieron a su encuentro gritando: Hosanna, Bendito el que viene en nombre del
Señor, el Rey de Israel" (Jn
12, 12-13). En esa celebración festiva que, sin embargo, prepara a la hora de
la pasión y muerte de Jesús, se realiza y comprende en sentido pleno también el
símbolo de la piedra angular, propuesto al inicio, adquiriendo un valor
glorioso y pascual.
El salmo 117 estimula a los cristianos a reconocer en
el evento pascual de Jesús "el día en que actuó el Señor", en el que
"la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra
angular". Así pues, con el salmo pueden cantar llenos de gratitud:
"el Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación" (v. 14).
"Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro
gozo (v. 24)
". (Juan Pablo II. Audiencia general. Miércoles 5 de
diciembre de 2001
La segunda lectura es del Libro del
Apocalipsis. Cuando
San Juan escribe en la Isla de Patmos, la Iglesia ya está establecida en todo
el mundo conocido de entonces. Y tiene problemas de heterodoxia y persecuciones
durísimas, con la fuerza terrible del Estado --el romano-- más poderoso de la
tierra. Ha pasado mucho tiempo y muchas cosas. Y el episodio --muy importante,
muy notable-- que completa el citado "discurso litúrgico", va desde
la alegría por la Aparición del cenáculo hasta el testimonio singular y
maravilloso de un anciano que nos dice que sigue disfrutando de la misma
juventud interior que en los días --ya lejanos-- de la Resurrección gloriosa de
Jesús, el Maestro.
"Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la
tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la
isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús".
Ser
fiel al evangelio de Jesús, normalmente no sale gratis. Porque el “mundo”, en
el sentido que le da San Juan a esta palabra, es enemigo de Jesús, es enemigo
de la verdad. Seamos nosotros fieles a la verdad del evangelio, aunque nos
cueste más de un disgusto, porque, al final, sólo la verdad nos hará libres.
Después de todo, sólo Dios es el que vive por los siglos de los siglos y tiene
las llaves de la muerte y de la vida.
Hoy el
Evangelio nos describe lo que sucede en el Cenáculo ocho días después de la crucifixión, por
primera vez en la ausencia de Tomás, a continuación, en su presencia.
"
Al anochecer
de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con
las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo: Paz a vosotros. Y los discípulos se llenaron de alegría al
ver al Señor".
Antes
de recibir el Espíritu Santo los discípulos de Jesús no tenían paz interior.
Sabían que los judíos que no creían en Jesús como el Mesías de Israel, les
odiaban a ellos y querían exterminarlos. Antes de recibir el Espíritu Santo,
los discípulos no se atrevían ni a salir a la calle, porque sabían que vivían
rodeados de un mundo hostil. Pero cuando ven, de pronto, a Jesús en medio de
ellos, exhalando sobre ellos su aliento y su paz, se llenan de alegría,
desaparece el miedo y su alma se llena de paz y vigor.
Jesús
da el Espíritu a los discípulos para que tengan su misma vida, una vida que se
caracteriza por la reconciliación, por la capacidad de ser corderos de Dios que
quitan el pecado del mundo a base de dar la propia vida por amor y con plena
libertad.
Decía
Orígenes que la flor de la Sagrada Escritura es el Nuevo Testamento, y la flor
del Nuevo Testamento es el evangelio de San Juan. La esencia del Evangelio de
San Juan es el discurso de la Santa Cena. En los capítulos 14, 15 y 16 nos
entrega el Evangelio de la alegría. Se intenta explicar el gozo infinito
de Dios, y el destino del hombre al gozo infinito. Ya aquí se nos invita a
gozar y disfrutar de la alegría.
"La
paz os dejo, mi paz os doy". (Jn 14,27)
"Os
he dicho estas cosas para que mi alegría esté dentro de vosotros, y
vuestra alegría sea completa". (Jn 15,11)
"...pero
vuestra tristeza se cambiará en alegría". (Jn 16,20)
"Así también vosotros
estáis ahora tristes, pero yo os veré otra vez y vuestro corazón se alegrará, y
nadie os quitará ya vuestra alegría". (Jn 16,22)
En
este sentido, debemos nosotros examinarnos a nosotros mismos y ver hasta qué
punto la presencia del espíritu de Jesús nos llena de paz y nos da suficiente
ánimo y vigor para hacer frente a las adversidades interiores y exteriores que
frecuentemente nos amenazan. Un alma llena del espíritu de Jesús, del espíritu
de Dios, es un alma en paz, aunque por dentro y por fuera nos veamos frágiles e
inseguros. Las propias dolencias físicas y las dolencias del alma que nos
causan los acontecimientos exteriores no deben nunca robarnos la alegría y la
paz interior. Los grandes santos fueron personas de una gran paz interior,
aunque todos ellos tuvieron que sufrir mucho, en su lucha contra las
tentaciones interiores y contra el mundo hostil que les rodeaba. Pidamos a Dios
que no nos falte nunca su espíritu, el espíritu de Dios, el Espíritu Santo.
El
texto presenta la nueva forma de vida del Señor que no permite ya que se le
conozca según la carne, es decir, a base tan solo de los medios humanos. Ya no
se le reconocerá como hombre terrestre, sino en los sacramentos y la vida de la
Iglesia, que son la emanación de su vida de resucitado. La "fe" que
se le pide a Tomás permite "ver" la presencia del resucitado en esos
elementos de la Iglesia, por oposición a toda experiencia física o histórica.
La fe está ligada al "misterio", en el sentido antiguo de la palabra.
El
género de visión (v. 25) que los apóstoles han tenido de Cristo resucitado no
ha sido el tipo de visión material (vv. 26-31) exigida por Tomás. Si no hay
diferencia entre estas dos experiencias, no se ve por qué Cristo habría de
reprocharle lo que no reprocha a los demás y por qué habría que exigir al
primero una fe que no les ha exigido a los segundos. En realidad, los diez
apóstoles han tenido una experiencia real del Señor resucitado, pero
probablemente fue más mística que la experiencia a que aspiraba Tomás. Para
evitar a los hombres a "creer sin ver", ¿no deben, los apóstoles, los
primeros, aprender a pasar las pruebas materiales? La resurrección es signo en
la medida en que la fe la ilumina, y es, al mismo tiempo, interior a la fe.
" Contestó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!". Tomás no era distinto de los demás apóstoles
de Jesús. También él necesitó ver para creer, para ahuyentar el miedo del alma,
para recobrar una paz interior que había perdido. Tampoco Tomás era muy
distinto de muchos de nosotros, cuando pensamos que los límites de la ciencia
son los límites de la religión y cuando creemos que la creencia no puede ir más
allá de la certeza científica y comprobable. La fe religiosa, nuestra fe
cristiana, tiene unos fundamentos que van más allá de los postulados
empíricamente científicos, porque se basa en la autoridad del Dios que se nos
ha revelado en Jesucristo.
Toda la liturgia de estos domingos está bajo
el influjo de la Pascua. Pero la Iglesia se preocupa para que la Pascua
sea algo más que una palabra, de ahí que constantemente nos presente el
ejemplo de la primera comunidad cristiana que hizo de la Pascua un
programa concreto de vida. Con la Pascua nace la comunidad y el espíritu de la
Pascua la desarrolla invitándola a la gran obra de la evangelización
universal. Por todo esto, durante este tiempo vamos a mirar cómo se desarrolla
la vida de esta comunidad que es la nuestra.
Pidamos
a Dios que nos dé una fe tan viva y profunda como la que recobró Tomás cuando
vio corporalmente a Jesús y que nos permita decir con toda el alma: ¡Señor mío
y Dios mío!
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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