miércoles, 11 de mayo de 2011

Conocer a Cristo.

Tras haber estado unos años con sus discípulos, Jesús les pregunta "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?".


Pedro, a quien el Padre le había revelado la verdad, responde adecuadamente. "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" es la respuesta acertada a semejante interrogación. Saber quién es Cristo es imprescindible para tener comunión plena con Él, pero puede ocurrir que sepamos quién es Él y en realidad no le conozcamos.
En toda relación amorosa se dan una serie de etapas que acaban conduciendo al climax final donde los amantes dejan de ser dos para convertirse en uno. Hay un primer contacto donde se produce un conocimiento meramente intelectual del otro. Sabemos que existe, que está ahí y que incluso nos atrae lo bastante como para que nos apetezca "seguirle la pista". Poco a poco el interés deja lugar a la necesidad. No es ya que nos interese la otra persona. Es que necesitamos estar con ella. Sólo así nos encontramos a gusto y podemos dar rienda suelta a nuestras emociones, a nuestros sentimientos más profundos. El que ama necesita al amado, no de forma egoísta sino pura. Entonces se está listo para dar el paso definitivo: la unión bendecida de lo alto que ha de producir nueva vida como fruto del amor santo entre los cónyuges.

Con el Señor ocurre lo mismo. Al principio sabemos quién es, nos atrae, nos interesa y queremos conocer más cosas de Él. Pero sólo cuando llega el momento en que realmente necesitamos su presencia es que podemos decir que se acerca la hora de que podamos conocerle de verdad. Y sólo cuando nuestra unión con Cristo es todo lo perfecta que puede ser dentro de nuestras limitaciones humanas es cuando podemos decir que realmente le conocemos. Cuando conoces a Cristo, cuando le amas, te das por completo, te entregas sin reservas, ofreces todo tu ser y deseas disolverte en su amor que Él te regala por pura gracia. Y en ese abrazo divino con el Hijo, vislumbramos el amor del Padre, quien es nuestro fin, nuestra meta, nuestro destino eterno. El Espíritu Santo es quien hace la obra. Nos ayuda a conocer a Cristo y por Cristo llegamos al Padre. Sólo así descubrimos quién es verdaderamente Dios: por la obra del Espíritu Santo que nos conduce hacia el amor del Hijo el cual nos abre el camino a la gracia del Padre quien nos acoge como verdaderos hijos suyos. La vida trinitaria es necesaria para nuestra existencia terrenal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario