sábado, 26 de febrero de 2022

Comentario a las lecturas del VIII Domingo del Tiempo Ordinario 27 de febrero 2022

 

Comentario a las lecturas del VIII Domingo del Tiempo Ordinario  27 de febrero  2022

Acaba hoy la primera parte del tiempo ordinario, porque el próximo miércoles iniciamos ya la Cuaresma.

Además, tanto en la segunda lectura como en el evangelio, concluimos la lectura de los textos que íbamos leyendo a los largo de las últimas semanas; así acabamos la lectura continuada de la primera carta de san Pablo a los cristianos de Corinto, y también el resumen del mensaje de Jesús que el evangelista Lucas ha recogido en el capítulo 6, y del que hoy leemos el tercer y último fragmento. 

Por tanto, toda la liturgia de hoy nos invita a cerrar un período, una etapa del año litúrgico, durante la cual hemos ido siguiendo los inicios del ministerio de Jesús, para iniciar otra la próxima semana: la Cuaresma, un tiempo fuerte, con todo lo que comporta. 

 

La primera lectura es del libro del Eclesiástico (Eclo 27,4-7) Un notable de Jerusalén escribe este libro con la sola intención de poner sus conocimientos de la Escritura al servicio de su pueblo. Se trata de un hombre que ha viajado mucho, que conoce el corazón del hombre.

El libro del Eclesiástico, conocido también con el nombre de Sirácida, fue compuesto en hebreo por Jesús, hijo de Sirá (cf. 50,27), en Jerusalén hacia el año 200 a.C., y traducido al griego por el nieto del autor en Egipto hacia el año 120-130 (cf. prólogo). Es la obra de un hombre que reflexiona a partir de la Escritura y de la historia de Israel, y elabora un conjunto de enseñanzas para mantener y valorar la fe y la tradición del pueblo, amenazadas por la fuerza creciente de la cultura helénica. Estas enseñanzas son la "sabiduría" verdadera, que tiene como depositario a Israel, el pueblo de Dios.

Este conjunto de enseñanzas son muy variadas. Lo que hoy leemos como preparación del evangelio de este domingo es un breve poema que invita a no equivocarse a la hora de valorar las personas. Cuando se agita la criba se ve lo que había bueno o malo; cuando el alfarero pone su obra en el horno se ve si estaba bien hecha; cuando un árbol da fruto se ve qué tipo de árbol es. De la misma manera, cuando el hombre se manifiesta exteriormente se ve qué llevaba en su interior.

¿Cómo conocer a los hombres? La lectura señala tres criterios: el de la criba, el del horno y el del fruto.

De la misma manera que la criba separa el trigo de la cascarilla y la suciedad que lo acompaña, así la bondad o la maldad de los hombres se reflejan en sus reflexiones y en sus palabras. De la misma manera que las deficiencias de las piezas de alfarería se manifiestan a la hora de ser cocidas en el horno, así las pasiones de los hombres se revelan en el calor de la discusión.

Lo mismo que los árboles se conocen por sus frutos, así los pensamientos y los corazones de los hombres se traslucen en sus palabras y en sus obras. En resumen, para pronunciarse sobre el modo de ser de un hombre, es necesario conocer antes su modo de pensar, hablar y obrar.

Salmo responsorial (Sal  91, 2-3. 13-14. 15-16 (r: cf. 2a)) Este salmo es un himno que se asemeja mucho al salmo I. Un hombre piadoso canta la "felicidad", que surge de su contemplación permanente de las "acciones" de Dios, obras de su "amor-fidelidad" (Hessed). En oposición, ve lo efímero de los impíos, cuyo éxito es sólo pasajero y frágil... Mientras los justos se arraigan en la solidez de Dios.

Así comenta el  Papa San Juan Pablo II en la catequesis de la audiencia general del miércoles, 12 de Junio

"Alabanza a Dios creador

1. La antigua tradición hebrea reserva una situación particular al salmo 91, que acabamos de proclamar como el canto del hombre justo a Dios creador. En efecto, el título puesto al Salmo indica que está destinado al día de sábado (cf. v. 1). Por consiguiente, es el himno que se eleva al Señor eterno y excelso cuando, al ponerse el sol del viernes, se entra en la jornada santa de la oración, la contemplación y el descanso sereno del cuerpo y del espíritu.

En el centro del Salmo se yergue, solemne y grandiosa, la figura del Dios altísimo (cf. v. 9), en torno al cual se delinea un mundo armónico y pacificado. Ante él se encuentra también la persona del justo que, según una concepción típica del Antiguo Testamento, es colmado de bienestar, alegría y larga vida, como consecuencia natural de su existencia honrada y fiel. Se trata de la llamada "teoría de la retribución", según la cual todo delito tiene ya un castigo en la tierra y todo acto bueno, una recompensa. Aunque en esta concepción hay un elemento de verdad, sin embargo -como dejará intuir Job y como reafirmará Jesús (cf. Jn 9, 2-3)- la realidad del dolor humano es mucho más compleja y no se puede simplificar tan fácilmente. En efecto, el sufrimiento humano se debe ver desde la perspectiva de la eternidad.

2. Pero examinemos ahora este himno sapiencial con matices litúrgicos. Está constituido por una intensa invitación a la alabanza, al canto alegre de acción de gracias, al júbilo de la música, acompañada por el arpa de diez cuerdas, el laúd y la cítara (cf. vv. 2-4). El amor y la fidelidad del Señor se deben celebrar con el canto litúrgico, que se ha de entonar "con maestría" (cf. Sal 46, 8). Esta invitación vale también para nuestras celebraciones, a fin de que recuperen su esplendor no sólo en las palabras y en los ritos, sino también en las melodías que las animan.

Después de esta invitación a no apagar nunca el hilo interior y exterior de la oración, verdadera respiración constante de la humanidad fiel, el salmo 91 presenta, casi en dos retratos, el perfil del malvado (cf. vv. 7-10) y del justo (cf. vv. 13-16). Con todo, el malvado se halla ante el Señor, "el excelso por los siglos" (v. 9), que hará perecer a sus enemigos y dispersará a todos los malhechores (cf. v. 10). En efecto, sólo a la luz divina se logra comprender a fondo el bien y el mal, la justicia y la perversión.

3. La figura del pecador se describe con una imagen tomada del mundo vegetal:  "Aunque germinen como hierba los malvados y florezcan los malhechores..." (v. 8). Pero este florecimiento está destinado a  secarse y  desaparecer. En efecto, el salmista multiplica los verbos y los términos que aluden a la destrucción:  "Serán destruidos para siempre. (...) Tus enemigos, Señor, perecerán; los malhechores serán dispersados" (vv. 8. 10).

En el origen de este final catastrófico se encuentra el mal profundo que embarga la mente y el corazón del malvado:  "El ignorante no entiende, ni el necio se da cuenta" (v. 7). Los adjetivos que se usan aquí pertenecen al lenguaje sapiencial y denotan la brutalidad, la ceguera, la torpeza de quien piensa que puede hacer lo que quiera sobre la faz de la tierra sin frenos morales, creyendo erróneamente que Dios está ausente o es indiferente. El orante, en cambio, tiene la certeza de que, antes o después, el Señor aparecerá en el horizonte para hacer justicia y doblegar la arrogancia del insensato (cf. Sal 13).

4. Luego se nos presenta la figura del justo, dibujada como en una pintura amplia y densa de colores. También en este caso se recurre a una imagen del mundo vegetal, fresca y verde (cf. vv. 13-16). A diferencia del malvado, que es como la hierba del campo, lozana pero efímera, el justo se yergue hacia el cielo, sólido y majestuoso como palmera y cedro del Líbano. Por otra parte, los justos están "plantados en la casa del Señor" (v. 14), es decir, tienen una relación muy firme y estable con el templo y, por consiguiente, con el Señor, que en él ha establecido su morada.

La tradición cristiana jugará también con los dos significados de la palabra griega fo¤nij, usada para traducir el término hebreo que indica la palmera. Fo¤nij es el nombre griego de la palmera, pero también del ave que llamamos "fénix". Ahora bien, ya se sabe que el fénix era símbolo de inmortalidad, porque se imaginaba que esa ave renacía de sus cenizas. El cristiano hace una experiencia semejante gracias a su participación en la muerte de Cristo, manantial de vida nueva (cf. Rm 6, 3-4). "Dios (...), estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo" -dice la carta a los Efesios- "y con él nos resucitó" (Ef 2, 5-6).

5. Otra imagen, tomada esta vez del mundo animal, representa al justo y está destinada a exaltar la fuerza que Dios otorga, incluso cuando llega la vejez:  "A mí me das la fuerza de un búfalo y me unges con aceite nuevo" (Sal 91, 11). Por una parte, el don de la potencia divina hace triunfar y da seguridad (cf. v. 12); por otra, la frente gloriosa del justo es ungida con aceite que irradia una energía y una bendición protectora. Así pues, el salmo 91 es un himno optimista, potenciado también por la música y el canto. Celebra la confianza en Dios, que es fuente de serenidad y paz, incluso cuando se asiste al éxito aparente del malvado. Una paz que se mantiene intacta también en la vejez (cf. v. 15), edad vivida aún con fecundidad y seguridad.

Concluyamos con las palabras de Orígenes, traducidas por san Jerónimo, que toman como punto de partida la frase en la que el salmista dice a Dios:  "Me unges con aceite nuevo" (v. 11). Orígenes comenta:  "Nuestra vejez necesita el aceite de Dios. De la misma manera que nuestro cuerpo, cuando está cansado, sólo recobra su vigor si es ungido con aceite, como la llamita de la lámpara se extingue si no se le añade aceite, así también la llamita de mi vejez necesita, para crecer, el aceite de la misericordia de Dios. Por lo demás, también los apóstoles suben al monte de los Olivos (cf. Hch 1, 12) para recibir luz del aceite del Señor, puesto que estaban cansados y sus lámparas necesitaban el aceite del Señor... Por eso, pidamos al Señor que nuestra vejez, todos nuestros trabajos y todas nuestras tinieblas sean iluminadas por el aceite del Señor" (74 Omelie sul Libro del Salmi, Milán 1993, pp. 280-282, passim)." (San Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 12 de junio de 2002).

 

La segunda lectura es de la primera carta del apóstol San Pablo a los corintios (1 Cor. 15, 54-58) En el contexto de este capítulo, dedicado a afirmar la resurrección de los hombres en virtud del influjo de Cristo Resucitado, llega Pablo a la coronación y final de todo el argumento.

Este es uno de los pasajes más esperanzadores para la vida del cristiano. San Pablo ha empezado ya a hablar de la resurrección. En los domingos 6° y 7°, Ciclo C, oímos sus reflexiones a este respecto. Aquí, tiene empeño en descender a puntualizaciones: "Lo que en nosotros es corruptible se convertirá en incorrupción, y lo que es mortal se revestirá de inmortalidad". A san Pablo le gusta la expresión "revestir" que, en él, como en otros escritos, no significa en modo alguno una forma exterior, sino una mutación real. Así, "por el bautismo, nos hemos revestido de Cristo" (Ga 3, 27). Mediante esta mutación, nos transformamos radicalmente... Se trata de un nuevo nacimiento. Encontramos aquí la misma imagen. Seremos revestidos de inmortalidad. Esta vestidura de inmortalidad es celestial (1 Co 15, 40; 47-50; 2 Co 5, 2). Nuestro cuerpo miserable, escribe también san Pablo, será transformado en cuerpo glorioso como el de Jesucristo (Flp 3, 20-21).

A partir de este momento, el cristiano ha de ver la muerte de manera enteramente distinta de como la ve el que no cree ni recibió el bautismo. En el cristiano se realizarán las palabras de la Escritura ¿En qué parte de la Escritura se lee esta reflexión? En realidad, no se encuentra así en la Biblia; tal reflexión, en san Pablo resulta de la lectura de dos pasajes distintos: el primero, en Isaías 25, 8, cuando el profeta escribe: "Aniquilará la muerte para siempre".

En las últimas frases del c. 15, las afirmaciones sobre la resurrección alcanzan su punto álgido y concluyente: en el mundo divino no existe muerte alguna ni corrupción alguna. De ahí que, como nosotros somos mortales, tendremos que transformarnos para poder entrar en el mundo de Dios. El inicio o puesta en marcha de este proceso ha sido establecido: el aguijón de la muerte, el pecado (Rm/07/07-24), ha sido derrotado por la muerte y la resurrección de Jesús. Las consecuencias prácticas son evidentes: quien pertenece al Señor (está "en el Señor") sabe que el esfuerzo de su fe y de su fidelidad no es vano, porque ése ya ha dado el paso de la muerte a la vida.

En primer lugar (vs. 54-55) hay una confesión de esperanza. Pablo sabe que no todo se ha cumplido ya con la Resurrección de Cristo, aunque cierta- mente están puestos los fundamentos para ello y puede decirse en otro sentido que todo ya se ha realizado. Pero hay un aspecto en que todavía es preciso esperar la victoria final individual. Esto es lo que afirma al principio del párrafo.

La muerte ha quedado vencida, herida de muerte, por la resurrección de Cristo, pero nosotros todavía morimos. Sin embargo, además de que esa nuestra muerte ya no es lo mismo que sin la resurrección de Cristo, todavía habrá de desaparecer plenamente. Una segunda afirmación sintética muy importante es la de el v.56, donde San Pablo relaciona una vez más, con toda fuerza, muerte, pecado y ley. Hay consecuencia de una categoría a la otra. No se puede separar pecado y muerte por un lado y ley por otro. Las tres pertenecen al mismo mundo. La "fuerza del pecado es la ley".

Se trata de una afirmación muy fuerte y muy seria. Fuerte porque crea y aumenta la conciencia del pecado y porque la ley, para nosotros de hecho, es ocasión de que pequemos más. No sólo por la atracción de lo prohibido, sino porque se nos fomenta la autosuficiencia y la soberbia por medio de la ley, sobre todo si se cumple. Esta podría ser una verosímil interpretación de esta acusadora frase paulina.

Termina el párrafo con una acción de gracias a quien hace posible nuestra liberación de todos esos poderes y una exhortación a seguir por este camino.

 

Aleluya Flp 2 15d. 16a.
"Brilláis como lumbreras del mundo, manteniendo firme la palabra de la vida.

El evangelio es según San Lucas (Lc 6, 39 - 45). Al igual que el domingo pasado, los destinatarios de las palabras de Jesús son absolutamente todos los oyentes (los doce, discípulos y gentío). Restringiendo esas palabras a los discípulos, la traducción litúrgica no hace justicia al texto de Lucas. El versículo inicial califica al texto de comparación o parábola. Todo el texto es parábola y no sólo los dos primeros versículos. A diferencia, sin embargo, de otros casos, la parábola de hoy es discontinua o, mejor, es un mosaico de cinco piezas distintas, como lo demuestra el hecho de que en Mateo esas mismas piezas se encuentren diseminadas en contextos diferentes.


El texto evangélico forma parte de la conocida enseñanza que comienza con las bienaventuranzas. Lucas presenta esta enseñanza como una instrucción a los discípulos. Al hacerlo así va persiguiendo un fin pedagógico: configurar el comportamiento de todo aquel que quiera ser seguidor de Jesús.

Este texto  evangélico tiene dos partes: la primera consiste en una llamada a la humildad, a la sencillez, a la hora de valorarnos a nosotros y a los demás.

Los dos versículos iniciales 39-40 van precisamente en esa línea , buscan motivar al discípulo, despertar en él el ansia de aprender. El cristiano está llamado a ser guía, a orientar. Debe por tanto saber hacerlo, debe aprender. Nadie, en efecto, nace enseñado; sólo el aprendizaje hace del discípulo un buen maestro.

Los vs. 41-42 abordan un tema concreto de aprendizaje. Lo hacen de una manera gráfica y deliberadamente exagerada y grotesca: la mota en el ojo del otro; la viga en el ojo propio. El cuadro gráfico ilustra la inclinación que experimenta el ser humano a criticar y a encontrar defectos en el prójimo, sin el más mínimo asomo de autocrítica y de conciencia de los propios defectos, que con frecuencia superan con creces a los del prójimo criticado.

A partir de las imágenes del ciego que no puede ser guía de otro ciego, y del discípulo que no está tan instruido como su maestro, Jesús hace una llamada a ser conscientes de la propia limitación, a la capacidad de autocrítica. Este pensamiento culmina con el ejemplo de la viga en el propio ojo y la mota en el del vecino: "¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?" 

Los versículos finales 43-45 completan el tema anterior abordándolo de una manera positiva. La formulación es gráfica, tomada esta vez del campo de la agricultura y de las leyes que la rigen. Como cada árbol y cada especie vegetal, cada persona debe saber desarrollar sus capacidades.

A partir de la falsa situación del que pretende enseñar siendo ciego o un simple discípulo, y del que pretende corregir a los demás cuando él está aún más cargado de faltas, Jesús invita, en esta segunda parte del texto, a descubrir al hombre en su propia realidad. Una realidad que halla su aspecto más auténtico en lo que hay en el fondo del corazón. Lo que vale en cada persona no es lo que dice, ni lo que hace, sino lo que hay en su corazón. Y lo que hay en el fondo del corazón se expresará después en sus palabras y en sus obras.

En vez de fijarse en los defectos de los demás, el discípulo es aquél que aprende a fijarse en sus propios defectos y aprende a ser fructífero.

 

Para nuestra vida

La primera lectura de hoy está tomada del libro del Eclesiástico y es el típico texto de la literatura sapiencial con sabor poético. A partir de varias imágenes (la criba, el horno, el fruto del árbol) se nos dice que la bondad del hombre se manifiesta auténticamente después de haber sido probada, después de haber sido examinada. Tan sólo entonces se constata si es algo sólo superficial o si es algo que mana de lo hondo del corazón: "No alabes a nadie antes de que razone, porque ésa es la prueba del hombre". 

Este texto no es más que un breve eco de una doctrina a la que Ben Sira da una gran importancia. Conoce todos los pecados de la lengua: las discusiones que provoca, las promesas demasiado rápidas, las mentiras y los chismes y, sobre todo, la falsedad.

La palabra pertenece, pues, al ser más intimo del hombre; revela su fuerza y su vitalidad, su espíritu y sus proyectos. Que la palabra corra sin penetrar en el fondo de la persona no es solamente un pecado, sino una dicotomía profunda y desequilibrada. Pero la cultura moderna, sometida a la publicidad o a la propaganda, enajena la palabra, la desata de toda raíz humana y la hace el elemento de un juego incontrolado, hasta el punto de que el lenguaje pierde su valor racional, no une ya entre ellas a las personas, sino que agrupa en una enorme torre de Babel a aquellos que creen emplear el mismo vocabulario y hablar el mismo idioma. No es únicamente el corazón de un hombre al que revela la palabra, sino el mismo corazón de toda la civilización en desorden.

 

El salmo de hoy nos recuerda precisamente la importancia de que las raíces sean hondas y estén agarradas en el Señor, "El justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano: plantado en la casa del Señor.. En la vejez seguirá dando fruto... "

Este salmo es un himno que se asemeja mucho al salmo I. Un hombre piadoso canta la "felicidad", que surge de su contemplación permanente de las "acciones" de Dios, obras de su "amor-fidelidad" (Hessed). En oposición, ve lo efímero de los impíos, cuyo éxito es sólo pasajero y frágil... Mientras los justos se arraigan en la solidez de Dios.

La liturgia cristiana, como originariamente la hebrea, ha cantado siempre el salmo 91 en la mañana del sábado, debido precisamente al contenido de esta estrofa. Por medio de ella, la Iglesia, que tiene como misión declarar sobre la tierra la gloria del Señor, celebra las obras admirables de Dios: la Creación, la Redención y la Santificación.

Lo mismo que le sucede con la tierra, el agua, las plantas y los animales, el hombre judío, que respira por todos sus poros la naturaleza circundante, contempla el día y la noche como destello de la gloria de su Creador. Por eso, de acuerdo con las leyes del paralelismo propio de la poesía hebrea, el día y la noche son citados aquí por separado como sugiriendo que, por encima de la alternancia de ambos, hay un algo que debe permanecer constante: nuestra alabanza agradecida a Dios misericordioso y fiel, por medio de su Hijo, en Espíritu Santo.[1]

El Justo se alzará como un Cedro del Líbano: Aquí intuimos una alusión tipológica a Cristo Resucitado. Él mismo expresó su misterio con la figura del árbol de la vida, plantado en la Iglesia -la Casa del Señor- que con esta victoria suya -la más completa que cabe pensar- realiza la redención objetiva y así destruye a los malvados para siempre: todos los pecados de cada uno de los hombres y nuestra condenación eterna. Sin olvidar el optimismo que dimana de esa certeza: mis oídos escucharán su derrota.

He ahí por qué dar gracias al Señor y tocar para su nombre (v. 2) es, en definitiva, entonar un canto de alabanza a la obra de la Redención.

La robustez, la fecundidad y la longevidad de los cedros y de las palmeras -las plantas más lozanas de Palestina- son un símbolo expresivo de la inefable riqueza de la vida interior de Jesucristo. Debido a la bondad y solidez de su raíz, este Árbol santísimo -Cristo mismo- crece y fructifica en tantos y tantos Santos que adornan, desde los primeros siglos, el jardín espléndido de la Iglesia. Oportunamente señala Agustín:[2] "Tenemos una raíz que se orienta hacia lo alto. Nuestra raíz es Cristo, que asciende al Cielo."

5. Catequesis del Papa en la audiencia general del miércoles, 3 de Septiembre

Alabanza al Dios creador

" 1.Se nos ha propuesto el cántico de un hombre fiel al Dios santo. Se trata del salmo 91, que, como sugiere el antiguo título de la composición, se usaba en la tradición judía "para el día del sábado" (v. 1). El himno comienza con una amplia invitación a celebrar y alabar al Señor con el canto y la música (cf. vv. 2-4). Es un filón de oración que parece no interrumpirse nunca, porque el amor divino debe ser exaltado por la mañana, al comenzar la jornada, pero también debe proclamarse durante el día y a lo largo de las horas de la noche (cf. v. 3). Precisamente la referencia a los instrumentos musicales, que el salmista hace en la invitación inicial, impulsó a san Agustín a esta meditación dentro de la Exposición sobre el salmo 91:  "En efecto, ¿qué significa tañer con el salterio? El salterio es un instrumento musical de cuerda. Nuestro salterio son nuestras obras. Cualquiera que realice con sus manos obras buenas, alaba a Dios con el salterio. Cualquiera que confiese con la boca, canta a Dios. Canta con la boca y salmodia con las obras. (...) Pero, entonces, ¿quiénes son los que cantan? Los que obran el bien con alegría. Efectivamente, el canto es signo de alegría. ¿Qué dice el Apóstol? "Dios ama al que da con alegría" (2 Co 9, 7). Hagas lo que hagas, hazlo con alegría. Si obras con alegría, haces el bien y lo haces bien. En cambio, si obras con tristeza, aunque por medio de ti se haga el bien, no eres tú quien lo hace:  tienes en las manos el salterio, pero no cantas" (Esposizioni sui Salmi, III, Roma 1976, pp. 192-195).

2.Esas palabras de san Agustín nos ayudan a abordar el centro de nuestra reflexión, y afrontar el tema fundamental del salmo:  el del bien y el mal. Uno y otro son evaluados por el Dios justo y santo, "el excelso por los siglos" (v. 9), el que es eterno e infinito, al que no escapa nada de lo que hace el hombre.

Así se confrontan, de modo reiterado, dos  comportamientos  opuestos. La conducta del fiel celebra las obras divinas, penetra en la profundidad de los pensamientos del Señor y, por este camino, su vida se llena de luz y alegría (cf. vv. 5-6). Al contrario, el malvado es descrito en su torpeza, incapaz de comprender el sentido oculto de las vicisitudes humanas. El éxito momentáneo lo hace arrogante, pero en realidad es íntimamente frágil y, después del éxito efímero, está destinado al fracaso y a la ruina (cf. vv. 7-8). El salmista, siguiendo un modelo de interpretación típico del Antiguo Testamento, el de la retribución, está convencido de que Dios recompensará a los justos ya en esta vida, dándoles una vejez feliz (cf. v. 15) y pronto castigará a los malvados.

En realidad, como afirmaba Job y enseñó Jesús, la historia no se puede interpretar de una forma tan uniforme. Por eso, la visión del salmista se transforma en una súplica al Dios justo y "excelso" (cf. v. 9) para que entre en la serie de los acontecimientos humanos a fin de juzgarlos,  haciendo  que  resplandezca el bien.

3. El orante vuelve a presentar el contraste entre el justo y el malvado. Por una parte, están los "enemigos" del Señor,  los "malvados", una vez más destinados a la dispersión y al fracaso (cf. v. 10). Por otra, aparecen en todo su esplendor los fieles, encarnados por el salmista, que se describe a sí mismo con imágenes pintorescas, tomadas de la simbología oriental. El justo tiene la fuerza irresistible de un búfalo y está dispuesto a afrontar cualquier adversidad; su frente gloriosa está ungida con el aceite de la protección divina, transformada casi en un escudo, que defiende al elegido proporcionándole seguridad (cf. v. 11). Desde la altura de su poder y seguridad, el orante ve cómo los malvados se precipitan en el abismo de su ruina (cf. v. 12).

Así pues, el salmo 91 rebosa felicidad, confianza y optimismo, dones que hemos de pedir a Dios, especialmente en nuestro tiempo, en el que se insinúa fácilmente la tentación de desconfianza e, incluso, de desesperación.

4. Nuestro himno, en la línea de la profunda serenidad que lo impregna, al final echa una mirada a los días de la vejez de los justos y los prevé también serenos. Incluso al llegar esos días, el espíritu del orante seguirá vivo, alegre y activo (cf. v. 15). Se siente como las palmeras y los cedros plantados en los patios del templo de Sión (cf. vv. 13-14).

El justo tiene sus raíces en Dios mismo, del que recibe la savia de la gracia divina. La vida del Señor lo alimenta y lo transforma haciéndolo florido y frondoso, es decir, capaz de dar a los demás y testimoniar su fe. En efecto, las últimas palabras del salmista, en esta descripción de una existencia justa y laboriosa, y de una vejez intensa y activa, están vinculadas al anuncio de la fidelidad perenne del Señor (cf. v. 16). Así pues, podríamos concluir con la proclamación del canto que se eleva al Dios glorioso en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis:  un libro de terrible lucha entre el bien y el mal, pero también de esperanza en la victoria final de Cristo:  "Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de las naciones! (...) Porque sólo tú eres santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti, porque  han quedado de manifiesto tus justos designios. (...) Justo eres tú, aquel que es y que era, el Santo, pues has hecho así justicia. (...) Sí, Señor, Dios  todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos" (Ap 15, 3-4; 16, 5. 7). (San Juan Pablo II. Catequesis en la audiencia general del miércoles, 3 de septiembre de 2003)

 

En la segunda lectura San Pablo nos recuerda dónde se encuentra el fundamento de nuestra esperanza: la victoria de Cristo que ha engullido la muerte. Si arraigamos profundamente nuestro corazón en esta convicción, nuestra vida será un auténtico testimonio de la fe que profesamos. "¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo! De modo que, hermanos míos queridos, manteneos firmes e inconmovibles.

Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor, convencidos de que vuestro esfuerzo no será vano en el Señor. ".

San Pablo finaliza este cap. 15 de su carta, dedicado al tema de la resurrección y a los problemas que suscitaba en la comunidad de Corinto, con una especie de himno a la victoria definitiva de la vida sobre la muerte que Jesucristo ha alcanzado.

Cuando todos los elegidos habrán llegado ya a aquella vida "incorruptible", "inmortal", entonces se habrá cumplido ya el objetivo final de Dios manifestado en la Escritura, que es la liquidación del poder de la muerte. Pablo utiliza dos textos de la Escritura (Is 25,8 y Os 13,14), citados muy libremente, para expresar este objetivo, y lo enlaza con la explicación del porqué de esta aniquilación del poder de la muerte: la causa era el pecado, y el pecado existía debido a la Ley, que mostraba qué había que hacer pero no ofrecía la fuerza para hacerlo, de modo que los hombres tenían que vivir siempre con la conciencia culpable de ser infieles a la voluntad de Dios; ahora, Jesús sí ha realizado lo que realmente es la voluntad de Dios, y el hombre puede adherirse a él y liberarse del pecado.

San Pablo sabe que esta transformación a imagen del Señor Jesús ya ha comenzado, pero también percibe que no ha llegado a desarrollar todas las virtualidades que contiene en sí. Lo que aún falta lo resume con la palabra "corrupción" y con la de mortalidad, que resaltan bien los aspectos negativos todavía presentes en la existencia.

Lo importante está en la certeza de la victoria. De tal manera que, aun siendo algo futuro, permite emplear a Pablo un pasado: «la muerte ya ha sido absorbida por la victoria». Es un enemigo herido, precisamente, de muerte, aunque todavía no haya desaparecido del todo. Sería bueno destacar que, por todo esto, la esperanza no es algo sólo futuro, sino que hunde sus raíces en el pasado de Cristo y de cada uno de nosotros. Porque ello permitiría vivir en consonancia mayor con esta situación cristiana fundamental. A lo cual exhorta el Apóstol en los versículos los finales del párrafo.

Es interesante también destacar la vinculación entre muerte, pecado y ley. Muerte no sólo física, sino en cuanto acertado símbolo de cuanto deshumaniza y hace la vida humana menos humana; pecado como fuerza del mal presente y actuante en el mundo, productora de deshumanizaciones varias, como podemos ver todos los días. Y ley. En la misma categoría negativa de las dos potencias anteriores. Ley, no sólo judía, sino actitud de autosuficiencia, pecadora soberbia y consiguiente desprecio de los demás.

Estos tres poderes, los tres, también han sido ya vencidos por el Señor Jesús, no de un modo general, sino en cada uno de nosotros que podemos y debemos vivir según esa victoria.

El razonamiento paulino acaba con una conclusión en orden a la vida cristiana. Este convencimiento de victoria y de vida plena en Jesucristo, que estamos invitados a creer firmemente, es lo que empuja a "trabajar siempre por el Señor, sin reservas", con la seguridad de que realmente vale la pena.

 

El evangelio de hoy usa el estilo de la primera lectura, con una serie de máximas e imágenes del mismo tipo de las que hemos visto en la primera lectura, algunas incluso calcadas: el ciego y el hoyo, el discípulo y su maestro, la mota y la viga en el ojo, el árbol y sus frutos, el corazón y la boca.

El pasaje del evangelio es un conjunto de consignas y sentencias del Jesús sin unidad entre ellas. pero resulta claro que el pensamiento central lo constituye la alegoría del árbol. el árbol bueno da buenos frutos y el árbol enfermo da frutos dañados; "no se cosechan higos de las zarzas".

También el mensaje de este fragmento de Lucas enlaza con el de la 1ª lectura. El núcleo de este mensaje  consiste en valorar lo interior. Jesús invita a la profundidad y a la sinceridad de corazón; a no quedarse con la imagen exterior, que sólo es al fin y al cabo un reflejo de la interioridad de la persona. 

Jesús nos invita a cultivar la dimensión interior de la persona, aquello que constituye la parte más profunda y auténtica de su ser. Una dimensión interior que Jesús ve en positivo, al decir que "El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien". Pero este tesoro de bondad que cada cual guarda en su corazón se ha de cultivar para que dé su fruto. Por eso es tan importante trabajar la vida interior de las personas, su capacidad de reflexión, de escucha, de meditación, de silencio. 

El tema de los falsos profetas y de los falsos maestros era un tema candente en la sociedad de Jesús y en las primeras comunidades cristianas. los escritos del nuevo testamento hacen referencia a ellos con frecuencia. basta leer las diatribas de mateo con las que Jesús abre los ojos del pueblo sencillo para que no se dejen embaucar (Mt. 23,3). ¿quiénes son los verdaderos profetas? ¿quiénes orientan debidamente al pueblo de dios? ¿de quiénes nos hemos de fiar? Jesús ofrece un criterio indefectible para reconocerlos. es preciso preguntarse: ¿qué pretenden? ¿qué intereses les mueven? ¿qué actitudes despiertan con su palabra y su conducta?

También nosotros somos profetas, testigos del señor. ¿Cómo reconocerán la autenticidad de nuestro mensaje? ¿por nuestras palabras llenas de misticismo y entusiasmo? ¿por nuestros rezos y celebraciones? ¿Cómo sabremos que caminamos de verdad por las sendas del evangelio? en este sentido es necesario satisfacer una doble exigencia: que el amor se traduzca en obras y que las obras estén animadas por el amor. es decir, se nos invita a un amor afectivo y efectivo.

Amor con obras. todo el nuevo testamento está sembrado de llamadas a un amor efectivo y a no engañarse a sí mismo con el follaje de las creencias, los sentimientos infecundos, los deseos vaporosos, los cultos y oraciones muy solemnes y las palabras altisonantes. sólo las obras son el verdadero test con garantía de autenticidad de la fe. advierte jesús categóricamente: "no basta decir: ¡señor, señor!, para entrar en el reino de dios; no, hay que poner por obra la voluntad de mi padre del cielo" (Mt. 7,21). el mismo mensaje tiene la parábola de los dos hijos (Mt. 21,28-32), la parábola de la higuera estéril (le 13,6-9), la maldición de la higuera infecunda (Mt. 21,18-32). cuando le indican a Jesús que su madre y sus hermanos quieren verle, contesta: "mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra y la ponen por obra" (le 8,21). es conocidísimo el dicho de santa teresa de Jesús: "obras son amores y no buenas razones". sólo es auténtica y verdadera la fe que actúa por la caridad.

Las obras con que hemos de demostrar el amor son, ante todo, obras de servicio, de solidaridad con el prójimo, principalmente con el necesitado. ni el padre ni Jesucristo necesitan nada para sí. como sabemos, San Juan advierte muy seriamente: "el que diga: yo amo a dios, mientras se despreocupa de su hermano, es un embustero, porque quien no ama a su hermano a quien está viendo, no puede amar a dios a quien no ve" (Jn 4,20).

Jesús insiste que no bastan las obras; se requiere que estén animadas por el amor. las motivaciones egoístas y la búsqueda de diversos intereses pueden viciar miserablemente gestos en sí generosos. lo advierte seriamente Jesús poniendo para escarmiento las "buenas obras" de los escribas y fariseos, que las realizan "para ser bien vistos de los hombres". ni sus limosnas, ni sus oraciones, ni sus ayunos les sirven para nada.

Generalmente nuestras motivaciones son mixtas, están impulsadas por un cierto nivel de generosidad y por algunos  intereses egoístas que los acompañan. siguiendo la alegoría de Jesús, diremos que el árbol de nuestro espíritu está más o menos enfermo, y por eso sus frutos no son ni todo lo abundantes ni todo lo sanos que deberían ser. necesitamos, por lo tanto, redoblar los cuidados. Para producir frutos abundantes y sanos es necesario que la savia circule por el árbol. y esa savia vital nos viene de Cristo: "el que sigue conmigo y yo con él es quien da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn. 15,5). necesitamos un proceso de interiorización para producir frutos abundantes y sanos.

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

 

 



[1] H. RAGUER OSB, El día y la noche en los salmos, en "Orar con los salmos", Dossiers CPL, 43, Barcelona, 1990, p. 64.

[2] S. AGUSTIN, Enarrationes in psalmos, 91, 13.

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