El domingo IV
de Cuaresma es notable, como se sabe, por diversos motivos: es el domingo
"Laetare" -según el título clásico- que anuncia la proximidad de la
Pascua, pasada ya la mitad de la Cuarentena; es el segundo domingo de
escrutinios, segunda etapa de esta gran experiencia de examen interior y
renovador que todos estamos llamados a realizar, en solidaridad con los
candidatos al bautismo, incluso si éstos no son visibles en nuestra comunidad,
pero que existen ciertamente en la Iglesia, es, en fin, sobre todo en el ciclo
A, el domingo "luminoso": las lecturas y la eucología ambientan la
celebración en un tono pre-pascual.
La primera lectura
del primer libro de Samuel (1S 16, 1b. 6-7. 10-13a) es un relato que idealiza la juventud del rey David.
La unción de
David en Belén por mano de Samuel se ajusta a un esquema muy uniforme, que se
repite en casi todos los relatos de elección. Empezando por el propio pueblo de
Israel, éste no ha sido elegido por ser el más numeroso ni por ser el mejor,
siendo así que es el más pequeño y de dura cerviz, sino por puro amor
(/Dt/07/07-08). Esta gratuidad divina se pone luego de manifiesto en las
distintas elecciones de los dirigentes del pueblo.
Desde el
primer momento, Dios ha intervenido ya en la historia de este joven de Belén
(elección), ordenando a Samuel ungirle como rey.
Saúl, que
había sido ungido para ser el primer rey de Israel, no ha sido fiel al Señor.
Ahora el Señor escogerá a otro. El profeta Samuel es enviado a ungir al que
debe ser el nuevo rey. La unción consagraba a la persona ungida para una misión
y le confería la fuerza para llevarla a cabo. Al ver a Eliab, Samuel cree que
ya ha encontrado al que debe ungir. Pero el Señor no ha escogido a un hombre
"de buena estatura", como
Saúl, sino al más joven de todos, que hacía de pastor. El Señor, como tantas
veces repetirá la Escritura, no se fija en las apariencias, sino en el fondo
del corazón.
Anticipación
de un rito que, en realidad, acaeció mucho después (cf. 2 S 2. 4; 5. 3). En su
interpretación teológica, el autor juega con la oposición entre las palabras
"ver"(="elegir":v.1/7) y "rechazar" (vv. 1/7; cf.
15. 23/26). Por su actitud, Saúl ha sido rechazado, y David es el elegido del
Señor; se hace necesario el traspaso de poderes. Lamentarse por Saúl (v. 1)
indica la muerte efectiva de su reinado (cf. cap. 15); por eso Dios ordena
buscar el sustituto (v.1). Las escenas del sacrificio y de la unción (vv.5-13)
nos evocan la unción de Saúl (9.-10. 1). El nuevo consagrado deberá suplantar
al primero. Dios no se fija en las apariencias humanas
(v.7:"apariencia" es una palabra en hebreo derivada de
"ver"). Eliab (v.6) es un muchacho de buena estatura como David (9.2;
10. 23), pero el Señor sólo atiende al corazón humano, centro y sede de toda
actividad humana, y por eso elige al menor (VV. 10-11). El Señor escoge la
debilidad humana para que así brille su poder y su gracia (1 Co 1. 27).
La unción es
el signo de esta elección. Como en el bautismo de Jesús (Mc 1. 10 ), también
aquí desciende el espíritu sobre él de forma estable (v.13). Es el testimonio
de fe de una comunidad que siempre considera a David como el elegido del
Señor.
Finalmente,
Samuel se da cuenta de que el Señor quiere por rey a aquel en quien nadie
pensaba: el hijo pequeño de Jesé, que estaba guardando el rebaño. La imagen del
pastor para designar la misión del rey de Israel y la del Señor mismo entrará
en la tradición de Israel y llegará al Nuevo Testamento.
La unción de
David se presenta con unos efectos perennes. El Espíritu del Señor se apodera
de David, no por un tiempo pasajero, como sucedió con Saúl, sino por siempre.
El responsorial: es el Salmo (Sal
22, 1-3a. 3b-4. 5. 6 ) Fijémonos en la estrofa oracional: El señor es mi pastor, nada me falta. El salmo 22, comienza con una afirmación
atrevida: "El Señor es mi pastor, nada me falta".
Dios como
pastor (vv. 1-4)
Dios como
anfitrión (v. 5-6).
El salmista
habla en primera persona a lo largo de todo el poema y en la primera parte describe
su experiencia bajo la solicitud y el amor de su pastor.
Con metáforas
sacadas del mundo pastoril va enumerando las pruebas del exquisito amor del
pastor hacia él, afirmando ya desde el principio que nada le falta porque Dios
piensa en todo: verdes praderas, fuentes tranquilas, sendero justo: todo lo
positivo y lo agradable de la vida se lo proporciona el pastor de quien se
siente hondamente amado. Dios obra así "en honor de su nombre", es
decir, para que su reputación de Dios bondadoso, grande en misericordia y rico
en perdón, se manifieste y se viva. Dios no puede ser tildado de negligente o
indiferente en lo que respecta a su pueblo y al bien de los suyos.
Frente a las
dificultades y angustias de la vida, simbolizadas por las "cañadas
oscuras", el salmista nada teme. Se fía del Pastor. Se encuentra en sus
manos, y por tanto, ¿qué le puede suceder de malo? ¿no le protegerá el amor y
la solicitud de su pastor?
"Tu vara y tu cayado me sosiegan".
Una doble imagen que puede ser simplemente una redundancia, pero que igualmente
pueden significar una defensa: la vara contra los animales, chacales, lobos, y
el cayado como una guía que encamina y endereza e impide descarriarse. Así el
salmista se siente protegido, seguro, feliz.
El tema del
"Pastor" aparece constantemente, en la Biblia. Los judíos vivían en
una civilización rural y hasta cierto punto nómada. Para un hombre cuyo rebaño
es la principal riqueza, toda la vida está "polarizada" por su
cuidado: encontrar verdes praderas, conducir a las ovejas al abrevadero, hacer
reposar el rebaño bajo la sombra, conocer los senderos seguros y evitar los
pasajes peligrosos, proteger con el bastón los ataques de las fieras. Dios es
presentado como este "Pastor" diligente: (Ezequiel 34 - Oseas 4,16 -
Jeremías 23,1- Miqueas 7,14 - Isaías 40,10; 49,10; 63,11).
La descripción
muestra con claridad meridiana la bondad
de Dios, su providencia, su atención solícita hacia aquellos que confían en él.
La tradición
cristiana, desde los primeros tiempos, ha visto poéticamente en la mención de
la vara y el cayado los dos brazos de la cruz de Cristo, el buen Pastor: así,
por ejemplo, san Justino y san Zenón de Verona.
Siguiendo el
tono simbólico, el salmista pasa del pastor guía y protector de sus ovejas, a
la imagen del huésped espléndido o anfitrión que invita a un banquete.
El salmista ve este banquete como una cosa continuada, de
cada día. Así como el pastor siempre se preocupa de sus ovejas, las guía y las
alimenta, así ahora, igualmente, el mismo Dios, con la figura del huésped,
favorece magníficamente a aquellos que se sienten amados por él, les regala con
dones exquisitos. Por esto el salmista no ha imaginado otra cosa más expresiva
que un banquete: una mesa preparada, un ambiente de alegría y de riqueza
(ungüento para la cabeza, rebosar de la copa).
La mención de
los enemigos la hace el salmista para recalcar la seguridad de aquél que es
favorecido por Dios; así como antes hablaba de cañadas oscuras, ahora menciona
a los enemigos, que son ya impotentes y se ven como derrotados viendo la suerte
feliz de aquél a quien querían malherir o aniquilar.
Se habla del
creyente como el huésped de Dios, para
expresar una experiencia de intimidad con Dios, utiliza dos imágenes
universales: el pastizal... el festín... (el Pastor... y el huésped...). En los
países en que la vida está en armonía con la naturaleza, este lenguaje es
poético.
El tema del
"huésped" es también universal. Cuanto más sencillas son las
civilizaciones, más sentido de hospitalidad tienen los hombres. Cuanto más
pobre, más generoso, ordinariamente. Aquí, la hospitalidad se resume en tres
detalles concretos: la mesa con abundantes alimentos, la copa desbordante en la
mano, el aceite perfumado que se echa en la cabeza para refrescar al visitante
que llega, del sol abrasador.
En la Biblia,
este tema se aplica también constantemente a Dios: el tema del Templo,
considerado "Casa de Dios" en la que se quiere habitar, como los
levitas, que tenían la fortuna de pasar su vida en la Casa de Dios. No
olvidemos que el Templo de Jerusalén era el lugar de los sacrificios rituales:
los animales inmolados, ofrecidos a Dios (asados al fuego, que simbolizaba
justamente a Dios), eran cocidos, y distribuidos entre los fieles en forma de
"comida sagrada". En Israel, la "mesa" y la
"copa" no eran solamente un símbolo, eran realmente un festín
sagrado.
El salmo nos
presenta como realidad la intimidad con Dios. Sería grave, que los cristianos
apareciéramos como gente desesperada y
triste, nosotros que tenemos el secreto fantástico de la plena alegría: la
humanidad avanza hacia Dios, felicidad infinita. ¿Por qué no comenzar de
inmediato? " Tu bondad y tu
misericordia me acompañan todos los
días de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor todos los días de mi vida".
El clima árido "de la sociedad de consumo" lleva a muchos jóvenes y
menos jóvenes a la búsqueda de "fuentes frescas". El hombre no vive
solamente de pan ni de supermercados, ni de placeres... Hoy descubre alegrías
más profundas. La experiencia de la "vida con" Dios hace parte de
estas alegrías secretas: "porque Tú
estás conmigo"... "Nada me falta", cuando vivo esta
experiencia.
Vuelta a la
naturaleza. Es esta una de las aspiraciones del hombre moderno. Este salmo nos
invita a mirar las praderas, las fuentes, los trabajos pastoriles: " El Señor es mi pastor, nada me falta: en
verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas"
, la mesa en que recibimos a los amigos, las casas que nos alojan. Muchas
alegrías inocentes están a nuestro alcance. ¿Por qué no aprovecharlas? ¿Por qué
no proporcionarlas a los demás?
El salmo 22 ha
sido muy frecuentemente comentado por los Padres.
Para San
Cirilo de Jerusalén es una profecía de la iniciación cristiana: "El
bienaventurado David te da a conocer la gracia del sacramento (de la Eucaristía),
cuando dice: "Has preparado una mesa delante de mis ojos, frente a los que
me persiguen. ¿Qué otra cosa puede significar con esta expresión sino la
Mesa del sacramento y del Espíritu que Dios nos ha preparado? Has ungido
mi cabeza con óleo. Sí. El ha ungido tu cabeza sobre la frente con el
sello de Dios que has recibido para que quedes grabado con el sello, con
la consagración a Dios. Y ves también que se habla del cáliz; es aquél sobre
el que Cristo dijo, después de dar gracias: Este es el cáliz de mi
sangre" (Catequesis Mistagógicas IV. PG 33, 1.101. 1.104).
San Ambrosio
comenta el mismo salmo y le da la misma explicación: "Escucha cuál es el sacramento que has
recibido, escucha a David que habla. También él preveía, en el espíritu,
estos misterios y exultaba y afirmaba "no carecer de nada".
¿Por qué? Porque quien ha recibido el Cuerpo de Cristo no tendrá jamás
hambre. ¡Cuántas veces has oído el salmo 22 sin entenderlo! Ahora ves qué
bien se ajusta a los sacramentos del cielo" (Ambrosio de Milán.
Los sacramentos, 5. 12-13).
Así pues, el
salmo 22 es considerado como una síntesis de la catequesis sacramental y ocupa
un puesto importante en el rito de iniciación cristiana que se hacía en la
antigüedad. Hemos de citar todavía otros dos pasajes patrísticos en los
que descubrimos la preocupación pastoral que tenían los Padres.
San Gregorio
Nisa escribe: "En el salmo,
David invita a ser oveja cuyo Pastor sea Cristo, y que no te falte bien alguno
a ti para quien el Buen Pastor se convierte a la vez en pasto, en agua de
reposo, en alimento, en tregua en la fatiga, en camino y guía,
distribuyendo sus gracias según tus necesidades. Así enseña a la Iglesia
que cada uno debe hacerse oveja de este Buen Pastor que conduce, mediante
la catequesis de salvación, a los prados y a las fuentes de la sagrada
doctrina" (Gregorio de Nisa. PG 46 692).
San Cirilo de
Alejandría dice de este salmo que es "el canto de los paganos convertidos, transformados en discípulos de
Dios, que alimentados y reanimados espiritualmente, expresan a coro su
reconocimiento por el alimento salvador y aclaman al Pastor, pues han
tenido por guía no un santo como Israel tuvo a Moisés, sino al Príncipe
de los pastores y al Señor de toda doctrina en quien están todos los
tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Cirilo de Alejandría, PG 69,
840).
La segunda lectura
es de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (Ef 5, 8-14) y forma parte
de la última sección de Efesios,
que como tantas otras cartas de la tradición paulina, está dedicada a la
práctica de la vida cristiana. Y también se fundamenta en la
actuación del cristiano en temas fundamentales. Son como recuerdos de la
condición fundamental en que estamos para animar a vivir en la realidad
conforme a ella.
La intención de
este texto es motivar a los cristianos a esas conductas. Han de ser conscientes
de lo que son. La práctica ha de corresponder a la teoría, pues no hay
dicotomías entre los distintos aspectos de la persona, so pena de caer en la
incoherencia.
Cristo ha venido
para hacernos ver cómo la ética, el comportamiento humano concreto, está
integrado en los planes de Dios acerca del hombre. Por tanto, quienes dicen
aceptar esos planes, lógicamente también han de preocuparse de que esa
aceptación no se quede en una mera palabrería.
Por medio de
dos imágenes contrapuestas, tinieblas-luz, San Pablo -como eco de lo que antes
llamaba hombre viejo y hombre nuevo- insiste a los creyentes para que tomen
conciencia de lo que son y se decidan a obrar según su estado. Tinieblas y luz
indicarían dos posibles maneras de ser, opuestas y excluyentes entre sí, como
la noche y el día, oponiendo lo que estos hombres eran y lo que ahora son. La
luz, que brilla, ilumina y se esparce, hace pensar en las obras buenas, en el
fruto «lleno de bondad, honradez y sinceridad» (v 9). También las tinieblas son
operantes, pero sus obras son «estériles» (11), hechas "en secreto" y
de las que da vergüenza hablar (12). Que los cristianos se guarden de mezclarse
en las obras de la oscuridad, aunque sea para criticarlas y oponerse a ellas.
Antes, también
ellos eran tinieblas, pero ahora son luz, aunque no han sido ellos los que se
han convertido, sino la luz misma la que los ha iluminado y hecho suyos. Es
decir, la imagen de la luz indica lo que son: la obra de Cristo en ellos (13s).
Son luz, no debido a su voluntad, sino a Cristo que los ha transformado.
Así comenta San Agustín este texto: “Te
doy gracias, Señor, porque tú sabes lo que estoy diciendo o quise decir; no
obstante, alimenta a mis consiervos de las migajas de tu mesa; alimenta y nutre
también a los que regeneraste. ¿Qué era antes esta muchedumbre? Tinieblas,
ahora, en cambio, es luz en el Señor. Es el Apóstol quien lo dice: Fuisteis en
otro tiempo tinieblas; ahora, en cambio, sois luz en el Señor (Ef 5,8). ¡Oh
vosotros los bautizados, que fuisteis en otro tiempo tinieblas, pero ahora sois
luz en el Señor! Si sois luz, sois ciertamente día, pues Dios llamó día a la
luz (Gn 1,5). Erais tinieblas y os hizo luz, os hizo día. A vosotros se refería
lo que hemos cantado: Este es el día que hizo el Señor; alegrémonos y gocémonos
en él (Sal 117,24). Huid de las tinieblas. La embriaguez forma parte de ellas.
No marchéis de aquí sobrios y regreséis ebrios; después de mediodía volveremos
a veros. El Espíritu Santo ha comenzado a habitar en vosotros. ¡Que no se tenga
que marchar! No lo excluyáis de vuestros corazones. Es buen huésped: si os
encuentra vacíos, os llena; si hambrientos, os alimenta; finalmente, si os
halla sedientos, os embriaga. Sea él quien os embriague, pues dice el Apóstol:
No os embriaguéis de vino, en el cual está todo desenfreno.
Y como queriendo
enseñarnos de qué debemos embriagarnos, añadió: Antes bien, llenaos del
Espíritu Santo, cantando entre vosotros con himnos, salmos y cánticos espirituales;
cantando al Señor en vuestros corazones (Ef 5,18-19). ¿No se parece a un
borracho quien se alegra en el Señor y canta sus alabanzas con gran entusiasmo?
Demuestro esta embriaguez: Pues en ti, ¡oh Dios!, está la fuente de la vida, y
les darás a beber del torrente de tus delicias. ¿De dónde? Pues en ti, ¡oh
Dios!, está la fuente de la vida, y en tu luz veremos la luz (Sal 35,9-10). El
Espíritu de Dios es luz y bebida. Si averiguas que hay una fuente en la
oscuridad, enciendes una lámpara para llegar a ella. No enciendas una lámpara
junto a la fuente de la luz; sea ella tu luz, la que te guíe hasta sí. Cuando
llegue el momento de beber, acércate y recibe la iluminación. Acercaos a él y
seréis iluminados (Sal 33,6); no os alejéis de ella para no caer en las
tinieblas. Señor Dios, llama para que nos acerquemos a ti, afiánzanos para que
no nos alejemos. Renueva a tus hijos, convirtiéndolos de niños en ancianos;
pero no de ancianos en muertos. Es licito, en efecto, envejecer en esta
sabiduría, pero no morir.” (San
Agustín. Sermón 225,4).
El evangelio de
hoy de san Juan (Jn 9, 1-41), nos sitúa ante la mirada de Jesús: "Vio, al pasar, a un hombre ciego de
nacimiento" (Jn 9, 1). Admiremos una vez más esta capacidad que tiene
Jesús de vernos pasar. En el relato de San Juan se advierte hasta qué punto la
escena se ha grabado profundamente en el espíritu de los apóstoles y ha
renovado su manera de observar a los otros y de observarse a sí mismos. Y más
especialmente su observación del pecado y de los pecadores.
Un hombre
ciego de nacimiento, al borde del camino. Un marginado. Y la pregunta de los
discípulos, que da por descontado que la ceguera es un castigo de Dios por los
pecados de alguien: "Maestro, ¿quién
había pecado, él o sus padres, para que naciera ciego?" Era la
ideología dominante. Los males de la sociedad no se podían achacar directamente
a Dios, pero se le atribuían indirectamente: alguien que había pecado
individualmente había provocado contra sí mismo o contra sus descendientes la
ira divina. Así no había que preocuparse demasiado por los sufrimientos de los
demás: siempre se debía a algún oscuro pecado.
Jesús le
atiende: "[Jesús] escupió en tierra,
hizo barro con la saliva, le untó su barro en los ojos y le dijo: -Ve a lavarte
a la piscina de Siloé (que significa 'Enviado')".
Jesús pone en
los ojos del ciego la imagen del hombre nuevo, simbolizada por el barro,. Y lo
manda a lavarse en la piscina . Esto es, le ofrece un proyecto de hombre, el
hombre que vive preocupándose, por amor, de la felicidad de los demás; ese
proyecto es Jesús mismo -su saliva, su barro-, que es la luz del mundo. Se lo
pone en los ojos y lo invita a descubrirlo y a aceptarlo libremente. Y el que
había sido ciego percibe la luz por primera vez y ve, se ve a sí mismo, se conoce:
"Fue, se lavó, y volvió con vista.
Los vecinos... preguntaban: ¿No es ése el que estaba sentado y mendigaba?... Él
afirmaba: Soy yo". Ya no va a dejar que la tiniebla le venza de nuevo,
aunque la tiniebla lo va a intentar.
Los fariseos,
los ideólogos religiosos de aquel tiempo, los que se sentían responsables de
conservar la fe y las tradiciones recibidas, empezaron a cavilar: ¿Cómo es
posible que un hombre que no cumple las leyes religiosas actúe en nombre de
Dios? ¿Cómo es posible que un hombre que hace barro en día de sábado (día en el
que estaba expresamente prohibido hacer barro y cualquier otro trabajo) dé
vista a los ciegos, tarea que los profetas habían anunciado que realizaría el
Mesías?
Atacan
virulentamente: primero intentan negar el hecho, a pesar de estar clarísimo: «Los dirigentes judíos no creyeron que aquél
había sido ciego y había llegado a ver...»; después pretenden que aquel
hombre afirme, también en contra de la evidencia de los hechos, que el que lo
había curado era un pecador y, por tanto, no actuaba en nombre de Dios: "Llamaron entonces por segunda vez al hombre
que había sido ciego y le dijeron: Reconócelo tú ante Dios. A nosotros nos
consta que ese hombre es un pecador". Y como el hombre se resiste, lo
excomulgan, lo declaran fuera del pueblo de Dios: "Empecatado naciste tú de arriba abajo... Y lo echaron fuera".
Al no someterse, lo marginan.
Cuando el
hombre aquel ha asumido su nueva realidad con firmeza, después de haber sido
expulsado de su religión y haberse mantenido firme, Jesús sale a su encuentro y
se da a conocer. Sólo entonces le propone que le dé su adhesión, que acepte su
fe: "Se enteró Jesús de que lo
habían echado fuera, fue a buscarlo, y le dijo: " ¿Crees tú en el Hijo del hombre?". Y el que había sido ciego,
ahora que ve claro, acepta:"Creo, señor». Y se postró ante él" .
Los fariseos
que se encontraban presentes se sintieron aludidos por las palabras de Jesús, y
le preguntan entre indignados e irónicos si también a ellos los cuenta entre
los ciegos a quienes debe prestar ayuda para que recuperen la vista. Es una
pregunta que delata incredulidad y autosuficiencia.
Con su
respuesta Jesús afirma que no es pecado ser ciego, pero sí lo es el no querer
abrir los ojos, el serlo voluntariamente, rechazando toda evidencia. Los
dirigentes no sólo no quieren ver, sino que imponen sus mentiras como verdades.
Son ciegos voluntarios que buscan cegar a los demás. No obran
inconscientemente, saben muy bien lo qué pretenden. Van a quedar
definitivamente ciegos. ¿No es éste el pecado "contra el Espíritu
Santo"? (Mt 12,31-32).
Termina el
capítulo con una fuerte acusación a los dirigentes religiosos de Israel. El
relato comenzó con la negación de la relación entre la ceguera física y el
pecado, y concluye con la afirmación de que la ceguera del corazón sí que es
causada por el pecado.
Para nuestra vida.
La primera lectura nos presenta los inicios del
rey David. Las figuras bíblicas son de carne y hueso y no de cartón como tantas
veces nos han presentado a los santos. David es un ser contradictorio con
grandes defectos, pero también con grandes cualidades: guerrero que recurre al
pillaje, pero incapaz de clavarle la lanza a Saúl que le persigue con ánimo de
matarle, adúltero con alevosía, pero hombre íntegro que sabe reconocer su culpa
y pedir perdón, político de grandes miras, y a la vez astuto y cicatero
negociador con el filisteo... David todo lo hace a lo grande, con entusiasmo,
con pasión, poniendo la carne en el asador... Es cierto que sus etapas de luz
fueron mas numerosas que las de sombra, pero cuando se equivocó supo
reconocerlo con humildad.
En el
responsorial vemos al salmista, creyente en Yahveh, que se sabe guiado y
acompañado por la mano firme y protectora del pastor. Tiene todo lo
que necesita: conducción, seguridad, alimento, defensa, escolta, techo donde
habitar...
Dios, el gran
protagonista del salmo, se nos describe con los colores más hermosos que puedan
representar la bondad, la providencia, la ayuda, la generosidad, la
esplendidez. Dios no deja nada de lo que pueda contribuir al bien, a la
alegría, a la paz de sus fieles. Por esto el salmista confiesa, agradecido, que
la bondad y la misericordia del Señor le acompañan siempre, todos los días de
su vida. Constata su situación de privilegio, , sentirse amado por Dios, y plenamente consciente
de sus favores, de su predilección.
Y de la misma
forma, por su experiencia de un Dios tan inmensamente bueno y providente, se
siente seguro de aquella bondad que ha experimentado siempre, y prorrumpe en
una afirmación llena de fe y de esperanza: "habitaré en la casa del Señor por años sin término".
Solamente el
espíritu cristiano puede comprender la profundidad de esta mención de la
eternidad feliz. El salmista la ignoraba del todo en su tiempo, y por esto lo
que él veía y pretendía era la certeza de vivir junto al templo del Señor hasta
el final de sus días. Nada le separa del templo, nada le alejara de aquella
intimidad, de aquella experiencia de un Dios que él mismo calificó de pastor y
de huésped.
Nuevamente la
antigua tradición cristiana leyó algunas veces esta segunda parte del salmo en
clave sacramental: la mesa preparada sería la eucaristía; el ungüento o la
unción en la cabeza significaría la unción del Espíritu, la confirmación; las
cañadas oscuras de antes (sombras de muerte) eran imagen del bautismo, ser
sepultados con Cristo. Todas estas gracias sacramentales harán que el cristiano
tenga siempre vida eterna, ahora ya en este mundo, y luego, para siempre, en la
gloria.
En la segunda lectura San Pablo siente la dificultad de conseguir
que otros piensen y vean las cosas como él las piensa y las ve. Experimenta la
dificultad, mejor imposibilidad, de transmitir el propio conocimiento del
misterio de Cristo. Es decir, no puede, por más que insista, hacer ver a los
creyentes lo que él -por gracia- ha visto y vivido. Así, las imágenes de
tinieblas y luz, en lugar de ser un juicio sobre la conducta de los hombres,
representan un recurso de Pablo para mostrar a los cristianos que lo que les
pide no es sino lo que ellos, en el fondo, desean y buscan en todo momento,
aunque no siempre lo consigan: vivir como personas sensatas y no como necios,
como inteligentes y no como insensatos, no a base de vino y lujuria, sino por
el Espíritu. Por eso, que eviten las obras malas, como rechazan las tinieblas,
y busquen obrar el bien como son atraídos por la luz. Una llamada, en fin, a la
propia conciencia de cada uno, para que caigan en la cuenta de que Pablo no les
pide sino lo que siempre han buscado, el bien, y para que se decidan con
esfuerzo a practicarlo.
Consejos
paulinos muy importantes y necesarios en nuestras comunidades y vida personal.
En el evangelio nos encontramos con un ciego de
nacimiento al que Jesús cura. Las dificultades que rodean al ciego
en su experiencia de iluminado son, por otro lado, indicativas de situaciones
paralelas en nuestras vidas: el cristiano se encuentra fácilmente con
reacciones de admiración, de contradicción, de exclusión, de interrogación,
incluso de desconocimiento ("No es él, pero se le parece"). Hace
falta toda la convicción de la fe para mantener el testimonio, y únicamente
dejándonos iluminar más y más por el Señor conseguiremos llevar una vida
luminosa.
Esta luz es
frágil, también en nuestros tiempos. La Cuaresma es el tiempo propicio para
alimentarla: con la Palabra de Dios, con la contemplación personal, con los
sacramentos de la Eucaristía y de Penitencia.
La acusación
de los fariseos a Jesús nos motiva a hacernos algunas preguntas. ¿Es lícito o
no curar en sábado? A nosotros la pregunta nos hace reír. Pero, si insertamos
la pregunta en un contexto contemporáneo (cualquier orden establecido). ¿Se
puede hacer el bien cuando su ejecución tropieza con el orden establecido? Dar
de comer al hambriento, socorrer al que necesita ayuda, dar albergue al
forastero, son otras tantas obras de misericordia. Son "obras
buenas". Pero si el hambriento o el que nos pide ayuda o posada resulta
ser enemigo del orden establecido, la obra de misericordia nos convierte en
cómplices ante la ley. ¿También el bien debe hacerse sólo dentro de un orden?
La ambigüedad de esta situaciones, más frecuentes de lo que sería deseable,
fuerza al creyente a radicalizar la cuestión.
¿Sólo es justo
lo que la ley permite o debe ser la ley la que se atenga a lo que es justo?
¿Hay que hacer el bien dentro de un orden? ¿Y quién decide ese orden? Para los
creyentes la respuesta es tan sencilla como comprometida la responsabilidad.
Para el creyente el primer orden es el establecido por Dios. Cualquier otro
orden al margen o en contra del orden divino es puro desorden legalizado.
Porque un creyente no puede aceptar de ninguna manera que una autoridad (sea
política o eclesiástica) intente desautorizar la autoridad soberana de Dios. Y
de Dios hemos recibido el imperativo: haced el bien a vuestros enemigos, a los
que os persiguen y calumnian.
Jesús fue, sin
duda ninguna, un hombre absolutamente libre, un hombre que rompió todos los
esquemas de su tiempo y todos los esquemas de los tiempos que le sucedieron.
Concretamente en el terreno religioso fue un judío que "sin abolir la Ley,
sino dándole su cumplimiento", dio en su entorno y para la posteridad una
lección clarísima de cómo deben entenderse las relaciones con Dios.
Difícilmente
encontraremos en el Evangelio normas ni reglamentos sino más bien actitudes;
metas altísimas que estimulan al hombre y lo lanzan hacia un Dios Padre que
está atento no a la letra sino al Espíritu.
Por eso ni
Jesús ni sus discípulos guardaban el sábado, porque sabiamente opinaban que no
era el sábado para el hombre sino el hombre para el sábado; ni hacían las
abluciones rituales antes de comer porque no es lo que el hombre toca sino lo
que el hombre alberga en su interior, lo que lo hace puro o impuro. Por eso a
Jesucristo no le importa comer con los oficialmente "pecadores"
-porque eran ellos y no los "buenos" oficiales los que lo buscaban y
lo necesitaban imperiosamente- y no le importaba que una Mujer como Magdalena
-que había amado tanto- regara con sus lágrimas de mujer, consciente de sus
pequeñeces, los pies que no habían sido lavados por el anfitrión, y no le
importó que aun cuando la ley mosaica mandaba lapidar a las adúlteras "in
fraganti", aquella adúltera que estaba delante de El saliera como nueva
sin recibir ni siquiera un reproche de sus labios. Por eso no le importó calificar
a los fariseos con los más rotundos epítetos que encontramos en su léxico y
llamar "zorro" a Herodes. No le importó hacer todo eso porque Jesús
era, fue, un hombre absolutamente libre que no conocía más que una norma: hacer
la voluntad de su Padre, un Padre que es fundamentalmente espíritu. Y, por eso,
a los suyos, cuando les dice que llegará un día en que los dejará, les promete
enviarles no un Código para que sepan exactamente lo que tiene que hacer en
cada momento sino el Espíritu que soplara donde quiera y de la manera más
extraordinaria y hará el milagro de convertir a aquellos hombres vulgares y
corrientes en hombres libres dispuestos a todo.
Jesús vino a
traer la luz a los que son conscientes de no ver: a los que se reconocen
pecadores y necesitados de salvación- liberación; y la ceguera a los que creen
que ven, como los fariseos. Su misión no es la de juzgar a la humanidad, pero
con su mensaje y su vida denuncia las obras perversas del "mundo" y
obliga a definirse. Quienes estén a favor del bien del hombre, estarán a favor
de Jesús; los que busquen sus intereses y privilegios, se le pondrán en contra.
Y resulta que los que buscan el bien de los demás son los pobres..., los que el
"mundo" cree "que no ven"; mientras que los "que
ven" andan afanados, preocupados de sí mismos... Jesús "ha venido a
este mundo para que los que no ven vean y los que ven se queden ciegos".
Palabras duras y verdaderas para todas las épocas de la historia. ¡Cuándo
descubriremos que es necesario ser pobre para evangelizar y dejarse
evangelizar! Y no olvidemos que no se es pobre por decirlo, como tampoco
cristiano.
En las
actitudes que con relación a Jesús han adoptado el hombre que recobró la vista
y los fariseos se reflejan los dos caminos que seguirán los hombres. Los que
vivan en la ilusión de tener buena vista, de poseer el debido conocimiento de
Dios y de sí mismos..., mientras explotan y engañan al pueblo con falsas ideas
y doctrinas, estarán cada vez más ciegos, Ios que sean conscientes de sus
limitaciones y pecados... verán cada vez mejor la realidad como es.
Al filo de
estas consideraciones podríamos preguntarnos si los cristianos damos a los que
no lo son la sensación de que somos hombres maduros o más bien parecemos niños
pequeños necesitados siempre de atención y consejo. Si damos la sensación de
hombres capaces de autonomía o de ciegos o tullidos que necesitan siempre la
mano de otro para que nos diga por dónde tenemos que andar. Sería cuestión de
pensarlo seriamente y dar respuesta sincera a la luz de la actuación de Jesús
en el evangelio de hoy.
Dejemos que
Jesús cuide nuestra mirada. Cristo está aquí. En su mano tiene el lodo que
proporciona la salud. Y la misteriosa piscina de Siloé está representada por el
cáliz con el agua y sangre que brotaron
del costado del Crucificado. Todo está dispuesto para la salvación, para la
iluminación. Y he aquí que también nosotros, los ciegos de nacimiento, estamos
presentes. Pero ¡con qué facilidad el pecado vuelve de nuevo a enturbiar
nuestra vista! Los enigmas de la vida, la confusión de los acontecimientos
mundiales, las angustias y contratiempos de nuestra propia existencia nos
acongojan. Vemos el poder de las tinieblas y la debilidad de los buenos, y no
lo acabamos de comprender. Es que no penetramos hasta el fundamento de la
historia, que es donde actúan las manos creadoras del amor divino. Demasiadas
veces caminamos como ciegos, no viendo la realidad como Dios quiere que la
veamos.
No olvidemos
que lo Jesús, por mucho que nosotros nos empeñemos, no es una religión, ni lo
será por muchos esfuerzos que nosotros hagamos para deformar sus enseñanzas. Lo
de Jesús no es una religión y por eso la gente religiosa, cuando lo veía
actuar, sentenciaba sin rubor: «no viene de Dios». Y lo que viven muchos
cristianos -de todos los tiempos y lugares- tampoco es una religión; por eso
hay muchos religiosos que, a estos cristianos, les llaman ateos, comunistas
(ahora habrá que buscarles un calificativo nuevo), y otras lindezas por el
estilo.
La religión,
demasiadas veces, es cómoda; nos deja tranquilos y contentos, no nos crea
apenas problemas, o son de fácil solución; lo tiene todo previsto y regulado y
no hay que hacer más que seguir las normas, cuanto más al pie de la letra,
mejor. Ser cristiano complica la vida; se nos puede llegar a llamar de todo:
que no venimos de Dios, ateos, rojos, revolucionarios, que nos metemos en
política, que no somos piadosos... Complica, pero merece la pena.
También el texto del evangelio nos plantea la
realidad del pecado. La mirada que los contemporáneos de Cristo dirigen a las
personas es una mirada que juzga. ¿Es diferente la mirada que nosotros
dirigimos a nuestros contemporáneos? En el momento mismo en que negamos el
pecado. (¿Acaso, según el pensamiento moderno, no nos encierra en un universo
mórbido y destructivo? ¿La libertad a la que el hombre tiene derecho no exige
la liberación de las reglas y de los tabúes al mismo tiempo que la negación de
todo valor?). Clasificamos a los hombres en buenos y malos, justos e injustos,
pecadores y sin pecado. Nos presentamos como justos ante los demás. Me hago el
justo ante mi parroquia cuando desdeño todas las iniciativas. Los que
frecuentamos tal o cual grupo, quienes vivimos en tal o cual corriente, sabemos
bien qué mediocre y carente de impulso es la parroquia. ¡Sólo van unos
cristianos sociológicos, adeptos a la misa de once. Y además llegan
tarde!".
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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