Las lecturas de este tercer domingo tienen un hilo conductor que es el profetismo. Todas ellas nos hacen una gran reflexión sobre la presencia de Dios en nosotros y en nuestro mundo y la alegría que esto provoca en cada uno. Hoy es el domingo de la alegría por la proximidad del nacimiento de Jesús, porque Él es nuestra verdadera alegría. A este domingo se le llama “domingo gaudete",
Hoy celebramos el Tercer Domingo de Adviento, “Domingo de Gaudete”El Tercer Domingo de Adviento lleva el nombre de “Domingo de Gaudete”, o ‘Domingo de la Alegría’. Se denomina así porque la tercera semana de Adviento parece despertar naturalmente una sensación de ‘cercanía’, de que el más grande acontecimiento está ‘pronto’ a suceder. Es esa experiencia del ‘falta poco’, por la que los corazones se animan porque el trecho mayor ya está recorrido. Y la liturgia recoge este sentir: la primera palabra que se dice en la introducción de la Misa es precisamente Gaudete, es decir, “¡Regocíjense!”.
En la celebración eucarística del día, el sacerdote se reviste con una casulla de color rosa, signo de gozo, y la Iglesia invita a los fieles a profundizar en el deseo de conversión, porque el Señor ha de llegar y todo debe estar bien dispuesto. De manera coincidente, tanto en los templos como en los hogares se enciende la tercera vela de la corona de Adviento, la única vela rosada.
El color rosa -asociado a la belleza y a la serena alegría- produce un contraste en la liturgia, en la que ha venido primando el violeta (morado) como signo de austeridad (actitud propia de las semanas de preparación para la Navidad). El color violeta ha de volver para el cuarto domingo de Adviento. En ese sentido, el rosa podría entenderse como un “ya, pero todavía no”, muy propicio para renovar esfuerzos o tomar aliento en el camino de conversión personal.
Hoy, vamos a encender la tercera vela de nuestra corona de Adviento. El Señor está más cerca de nosotros y su luz nos ilumina cada vez más. Abramos nuestro corazón, muchas veces oscurecido por las tinieblas del pecado, a la luz admirable del amor de Dios.
Acudamos ahora a Santa María, que colaborando con el Plan del Padre permitió que la luz del Señor ilumine a la humanidad, y pidámosle que siga intercediendo por nosotros en este tiempo de preparación. Rezamos un Padre nuestro y un Avemaría.
La semana que empezamos es también la semana que inaugura las siete ferias mayores antes de Navidad: del 17 de diciembre al 23. Son días de una gran riqueza de textos bíblicos y eucológicos, fuente de meditación y alimento espiritual.
Aparecen
tres profetas que anuncian la salvación, los tres animan a tener esperanza, los
tres denuncian la injusticia, los tres son perseguidos por decir la verdad y a
los tres les mueve el amor de Dios.
El
profeta Isaías anuncia a los desterrados en Babilonia que llegará un día en que
volverán a su tierra y "se despegarán los ojos del ciego, los oídos del
sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo
cantará".
Juan
el Bautista es el segundo profeta que nos presenta la Palabra de Dios de este
tercer domingo de Adviento. Manda una embajada para hablar con Jesús y éste le
confirma como profeta y más que profeta, el mayor de los nacidos de mujer. La
misión de Juan fue preparar el camino del Señor, ser el precursor del Salvador.
En
la carta de Santiago también aparece el mensaje profético. Santiago habla de la otra venida del señor al final de
los tiempos, la parusía que creía ya cercana. Insta a tener paciencia como el
labrador que espera el fruto de su cosecha, o los profetas que soportaron con
paciencia todos los sufrimientos.
la primera
parte del libro de Isaías. Los cap 34-35 presentan una visión escatológica de
dos escenas complementarias:
-a)
Dios interviene en la historia humana trayendo la venganza sobre Edom (cap.
34). La cólera divina se ceba sobre la ciudad y sus habitantes, la espada
"chorrea sangre", "su país se vuelve pez ardiente", los
cardos y ortigas crecen en sus palacios que se convierten, de este modo, en
guarida de chacales y crías de avestruz.
-b) Día de venganza sobre Edom, pero a la vez "año de desquite para la causa de Sión" (34, 8; cap. 35). El Señor en persona viene a liberar a su pueblo.
El
tema del texto de hoy es la vuelta al Paraíso. La venida del Salvador
transformará el desierto en Paraíso (vv. 1-2, 6-7;); todas las enfermedades
serán curadas (vv. 5-6) porque el nuevo Reino no conocerá ya el mal: hasta la
misma fatiga desaparecerá (v. 3).
Se
anuncia la abolición próxima de las maldiciones que acompañaron la caída de
Adán: la fatiga del trabajo (Gn 3. 19), el sufrimiento (Gn 3. 16), las zarzas y
las espinas del desierto (Gn 3. 18) no serán ya más que un mal recuerdo.
La
alegría es el "leit-motiv" de todo el texto: "regocijarse",
"alegrarse", "gozo y alegría" (vs 1b.2.10), quedan
excluidas toda pena y aflicción (v.10). Alegría que lo invade todo: la
naturaleza como morada cósmica del hombre, la tierra árida
("desierto", "yermo", "páramo" "estepa"
v.1) que recobra la lozanía, su vida ("florece" como las zonas
fértiles del Carmelo, Sarión y Líbano, v.2;), al mismo ser humano.
-Este
gozo y alegría se deben a la presencia divina que trae la liberación de los
desterrados (vs. 2b, 4b). Las expresiones "manos débiles",
"rodillas vacilantes", "cobardes de corazón" hacen alusión
a todos aquellos seres que en sus manifestaciones externas (manos/rodillas) e
internas (corazón) han dudado, tras el destierro, del poder divino. Todos ellos
contemplan la manifestación liberadora del Señor, el miedo será desterrado y
sus convicciones, externas e internas, adquirirán firmeza, madurez.
-Lo
menos importante a los ojos humanos, como son la tierra árida (v. 1), los seres
indecisos (vs. 3-4a), los mutilados (ciegos, sordos, cojos y mudos: vs. 6a)
serán los primeros en participar del gozo y alegría traídos por el Dios
liberador.
-Por
el camino del desierto (v. 8) avanzan los liberados por el Señor (v. 10), el
destierro ha terminado y la vuelta a Sión resulta alegre (v. 10) ya que han
sido liberados, como sus padres, de la esclavitud.
"himno" del reinado de Dios. A partir del
salmo 145, hasta el último, el 150, tenemos una serie que se llama el
"último Hallel", porque cada uno de estos seis salmos comienza y
termina por "aleluia". En esta forma el salterio termina en una
especie de ramillete de alabanza. Recordemos que la palabra
"hallélouia" significa, en hebreo "alabad a Yahveh",
"alabad a Dios".
El
salmista canta el amor de Dios.
Dios
-Que ha creado los cielos
-Que mantiene su fidelidad
-Que hace justicia a los oprimidos...
-Que da el pan a los hambrientos...
Yahvéh
-Que libera a los prisioneros...
Yahvéh
-Que abre los ojos a los ciegos...
-Que endereza a los encorvados...
Yahvéh
-Que ama a los justos...
Yahvéh
-Que guarda a los peregrinos...
-Que protege al huérfano y a la viuda...
La
tradición litúrgica judía usó este himno como canto de alabanza por la mañana:
alcanza su culmen en la proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia
humana.
Así,
el hombre se encuentra ante una opción radical entre dos
posibilidades opuestas:por un lado, está la tentación de "confiar en
los poderosos" (cf. v. 3), adoptando sus criterios inspirados en la
maldad, en el egoísmo y en el orgullo.
La
otra posibilidad, la que pondera el salmista con una
bienaventuranza:"Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el
que espera en el Señor su Dios" (v. 5). Es el camino de la confianza en el
Dios eterno y fiel. El amén, que es el verbo hebreo de la fe, significa
precisamente estar fundado en la solidez inquebrantable del Señor, en su
eternidad, en su poder infinito.
De
ello se sigue una verdad consoladora: no estamos abandonados a nosotros mismos;
las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del
hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido
ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de
fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus
atributos de amor y bondad (cf. vv. 6-9).
Dios
es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo vincula
a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los
hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos,
quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a
los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna
el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en
edad.
Son
doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la
plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano
alejado de sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel
que propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de
los oprimidos, de los infelices.
En
efecto, al final del salmo se declara: "El Señor reina eternamente"
(v. 10).
Segunda Lectura : Sant 5,7-10 Este pasaje se
sitúa en la parte última de la carta de Santiago sobre un horizonte
escatológico. Dos grandes temas dominan esta perícopa: la paciencia y la parusía.
Estos dos temas se condicionan mutuamente. La paciencia viene motivada por la
parusía y la esperanza de la parusía pide la paciencia. El ejemplo perfecto, de
esta actitud de espera, es Cristo como modelo de la paciencia de Dios con los
hombres. Abrirse al prójimo exige paciencia y disponibilidad para la maduración
de las relaciones.
La
paciencia como capacidad de encajar la prueba y como firmeza de corazón en la
actitud que conviene a este tiempo de anterioridad a la Parusía. La paciencia
es saber situarse desde la fe en el mundo en que a uno le ha tocado vivir.
Desear otra serie de situaciones inexistentes, de uno a otro signo, es vivir
una vida cristiana irreal.
Respecto
a la parusía, aquí la parusía es más la de Dios que la de Cristo. Santiago está
en este punto más próximo a la mentalidad judía. Este horizonte escatológico se
evoca en la carta bajo varias formas (los últimos días 5, 3; la salvación 1,
21; 2, 14; la corona de la vida 1, 12; el Reino 2, 5; el juicio 2, 12-13; la
gehena 3, 6).
En el
evangelio de hoy (Mt 11,2-11) San Mateo recoge una tradición sobre la
perplejidad de Juan Bautista ante la actuación del Mesías. Este Evangelio se
compone de dos partes muy distintas: el relato de la embajada de los discípulos
de Juan Bautista (vv. 2-6) y el elogio de este último por el mismo Cristo
(vv.7-10).
a)
La embajada de los discípulos del Bautista lleva el encargo de investigar si
Cristo es realmente "el que tiene que venir". Hay que comprender esta
última expresión en el sentido que le da Juan Bautista. Está tomada de Is 40,
10 (pasaje que el Precursor conoce bien, puesto que cita ya el v. 3 en Mt 3,
3), en donde la venida del Mesías va acompañada de fuerza y de violencia. Ahora
bien, para Juan Bautista no hay lugar a duda de que el Mesías que él anuncia
será particularmente violento (Mt 3, 11). El Mesías, en efecto, debe hacer su
aparición dentro del aparato terrible de un día de Yahvé.
Pues
bien, Cristo desmiente esa espera poniendo de relieve que sus obras mesiánicas
están todas ellas hechas de dulzura y de salvación: en lugar de juzgar y de
condenar, cura y libera.
Aunque,
por otro lado, en todo eso no hay nada que no esté previsto por la Escrituras y
esté en conformidad igualmente con la esperanza mesiánica. Pero hay dos
conceptos opuestos del mesianismo que en aquella época se repartían al pueblo
elegido: los unos esperaban los últimos tiempos como tiempos de poder y de
violencia; los otros, como tiempos de liberación y de felicidad. Oponiéndose a
los discípulos de Juan, Cristo revela un estilo de vida que constituye un
problema para ellos y que no dejará de producir escándalo hasta tanto no se
penetre en el misterio del Hombre-Dios sobre la cruz. Eso es precisamente el
alcance del v. 6 (cf. Mt 13, 54-57; 16, 20-23; 26, 31-33, y , sobre todo, 1 Cor
1, 17; 2, 5). Si se produce el escándalo a causa de Cristo, aun comprendiendo
que da cumplimiento a tal o cual profecía, es porque en El se ha producido algo
inesperado, algo que ninguna profecía podía prever: el misterio del
Hombre-Dios.
b)
La segunda parte del texto se centra en Juan y en su papel dentro de la
historia de la salvación. La interpelación y la pregunta retórica dan a esta
parte viveza y fuerza. El desierto del que se habla es la misma falla geológica
del domingo pasado, paisaje árido y tórrido, salpicado en algunos lugares por
matorrales, arbustos y cañaverales. Siguiendo la margen occidental del Mar
Muerto, se llega a la altiplinicie rocosa, rodeada de barrancos. Su nombre
actual es Masada, que significa fortaleza. Se trata, en efecto, de una
fantástica fortaleza inexpugnable, donde, entre los años 37 a 31 a. de C.,
Herodes había construido un palacio dotado de todos los lujos y comodidades. Un
palacio proverbial, del que todo el mundo contaba mil maravillas.
Para
preparar a su auditorio a la idea de que el Bautista es un profeta, Jesús
utiliza una serie de imágenes: el contraste entre gentes bien vestidas y el
hombre vestido de pelos de camello (Mt 3, 4; 2 Re 1-8), entre el profeta que no
tiembla y la caña frágil (Jer 1, 17-19). Juan es incluso más que un profeta: es
el mayor de los profetas: citando Mal 3,1 y Ex 23, 20, Jesús define, en efecto,
la misión del precursor como la de un servidor que conduce al pueblo de Dios
hacia la tierra tanto tiempo prometida. Y, sin embargo (v. 11), Juan es el
personaje más pequeño del reino. Esta observación es capital para la
comprensión del verdadero alcance del Evangelio. Juan es el mayor del Antiguo
Testamento, pero, en cuanto tal, se mueve aún dentro de una interpretación
demasiado humana y demasiado específicamente judía de las profecías. Por eso es
el más pequeño en el reino: le falta, en efecto, la inteligencia del estilo
absolutamente inesperado que Cristo introduce con su existencia de Hombre-Dios.
Para nuestra vida.
El
Adviento es un camino. De nuestras actitudes depende que lo llenemos de la
esperanza y la alegría que nos propone la Palabra de Dios hoy. ¿Qué signos
“vemos y oímos” hoy entre nosotros? ¿Somos capaces de descubrir signos de
alegría y esperanza en medio de tanta crisis?.
Todas
las lecturas nos han animado a reflexionar sobre nuestro caminar. ¡sigamos
caminando y preparando los caminos al Señor! Y, si podemos, hagámoslo con
alegría. El Reino de Dios es paz, amor, alegría. También alegría, aunque
previamente haya que pasar por muchas contrariedades y sufrir mucho. Pero lo
último no es el sufrimiento, sino el gozo indestructible.
El
cristiano debe ser testigo de la alegría: en su talante, en su vida, en sus
celebraciones. La cruz sólo es un medio, no un fin. Es blasfemo presentar a un
Dios triste, enemigo de la vida.
El
misterio de la alegría nace en Dios, es un don, no se compra en nuestros
mercados, ni se encuentra en nuestras salas de fiesta. Brota de dentro y tiene
su origen en el Espíritu.
¿Seremos
capaces de ofrecerle a un Dios humillado y humanado, el regalo de nuestra
alegría por tenerle entre nosotros?
Que
nosotros, ya desde ahora, celebremos, gocemos, saboreemos y nos alegremos de la
cercanía de Dios en un humilde portal.
Desde
ahora, disfrutemos y gocemos con nuestra salvación. Y, como Juan, ojala que a
esa gran alegría, por ser los amigos de Jesús, respondamos –más que con
palabras- con nuestras obras. Es decir, con nuestra vida.
También
observemos que metidos en el tiempo de Adviento, la Iglesia quiere que
reavivemos la virtud de la esperanza. ¿Qué es eso de tener esperanza hoy?.
La
esperanza cristiana es una esperanza global y trascendente. Se eleva por encima
de todas las pequeñas esperanzas, para después centrarlas, purificarlas,
integrarlas en una meta trascendente, único lugar donde cobran un sentido
aceptable para el hombre.
En la primera lectura el profeta
Isaías Canta las grandezas de los tiempos mesiánicos. En medio de
las dificultades, en medio de las tinieblas que envuelven su época, brota su
palabra luminosa, llenando los corazones de alegría, disipando miedos y
colmando el alma de paz… Aquellos campos áridos, aquellos paisajes desnudos,
aquella tierra seca, tierra mostrenca, estéril como la arena. Un día se obrará
el prodigio. Florecerá, reverdecerá, dará copiosos frutos, ubérrimos frutos.
Será un bosque de cedros altos como los del Líbano, brotarán flores, como en el
valle del Sarón, como en el monte Carmelo.
El
profeta insiste en animarnos. “¡Sed
fuertes, No temáis, he ahí a nuestro
Dios. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y
os salvará.” Sin embargo tenemos las
manos desfallecidas, las rodillas vacilantes, el corazón apocado. Miedo y
timidez, aprietos del alma, angustia del corazón. Sentimientos indefinidos que
a veces atenazan el espíritu, que ahogan hasta robar la tranquilidad. Siempre
el hombre ha vivido entre peligros y apuros, entre riesgos y pesares, entre
prisas e incertidumbres. Sin embargo, es un hecho irrefutable que el ritmo de
la vida ha crecido notoriamente, es indudable que el bullicio del vivir, la
vorágine de la existencia humana ha aumentado.
Las
palabras de Isaias son palabras de
esperanza y fortaleza para nosotros cristianos del siglo XXI. Para nuestra
vida, tan seca a veces, tan estéril, tan árida. Tierra nuestra, seca y pobre,
un día Dios realizará, en nuestra vida un prodigioso florecer como en una maravillosa primavera, un florecer
prometedor de ricos frutos.
Los
tiempos mesiánicos de que habla Isaías nos invitan y cuentan con nuestra
colaboración. “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará
como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará”. Estas son las
obras que, según profetizó el profeta Isaías, hará el Mesías, cuando venga a
instaurar el reino de Dios; estas son las obras que hizo el Mesías Jesús de
Nazaret. Ahora es el tiempo de la Iglesia, el tiempo de los discípulos, el
distintivo del auténtico discípulo de Jesús siempre tendrá que ser este:
trabajar por la justicia, para que en este mundo nuestro puedan oír los sordos,
hablar los mudos, y que podamos vivir todos con dignidad cristiana, en nuestro
caminar.
El salmo
145, es una buena ocasión de meditar como es nuestra relación de confianza con
los otros seres humanos y la que tenemos puesta en Dios. Constituye un canto de alabanza al Dios poderoso compuesto con intenciones
didácticas. El motivo de la auténtica confianza unifica este poema antológico.
No se debe confiar en los hombres, aunque sean poderosos, porque sus planes
perecen lo mismo que ellos. Dios, que demuestra su poder con doce acciones
dirigidas a los más oprimidos de la humanidad, suscita la auténtica confianza.
Si el salmo se considera como una alabanza, el verso final proclama su
señorío universal; si es una lección en forma de oración, el salmo se cierra
con un augurio de que Dios ejerza su reinado para que tenga vida plena cuantos
confían en El. Formalmente se compone de una alabanza comunitaria, aunque se
exprese en singular (vv. 1-2). La exhortación que sigue termina con una
bendición (vv. 3-5). Continúa y finaliza con una confesión de fe colectiva a
cargo de la asamblea (vv. 6-10).
De la segunda lectura resuenan dos
afirmaciones importantes: “ paciencia” “cercanía del Señor” “Tened paciencia también
vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca.”.
El
Apóstol Santiago nos invita a tener paciencia (hasta cuatro veces lo repite).
Ese tiempo de paciencia y espera nos ayudará a discernir sobre cómo actuar en
cada momento, sin perder el norte y permaneciendo firmes. También nos ayudará a
ver con más profundidad y descubrir las huellas de Dios, los signos de su
presencia en nuestro mundo y en cada persona: “los ciegos ven, y los inválidos
andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y
a los pobres se les anuncia el Evangelio”.
La
confesión de fe que presenta el texto de Santiago resonaba entre los primeros
cristianos como una liberación, una norma moral relativizada y una exigencia de
rectitud ante el inminente juicio. El tiempo fue corrigiendo el error de la
comunidad apostólica y situando con realismo al creyente ante la historia. La
misma confesión ha adquirido así nuevas resonancias.
Por
una parte el Señor está llegando continuamente. Por eso se pone esta perícopa
en Adviento. Nos estamos encontrando cada vez más con Cristo en cada
circunstancia de la vida. Y es lógico que vivamos conforme a lo que somos ya,
hijos de Dios, para que esos encuentros sean coherentes con nuestro ser que,
por otro lado, es el mismo del propio Señor, pues El nos lo ha comunicado. El
Señor llega. No sólo litúrgicamente o simbólicamente. Mejor dicho, la liturgia
es símbolo de la llegada continua de Cristo a nuestras vidas. De ahí que
debamos vivir según El.
Por otro lado
la muerte de cada uno es la llegada definitiva del Señor. O de nosotros a Él.
Es lo mismo. Y eso no sabemos cuándo sucede. Hoy día tampoco hablamos mucho de
ello. El pasado abusó del tema y la reacción ha sido en sentido contrario. Por
eso no quita que siga siendo real. Y nos encontraremos con el Señor en cualquier
momento. Vivamos también conforme a esa esperanza. No temor, sino deseo de
encuentro anticipado en nuestra conducta concreta.
"Está
cerca". Lo que de El nos separa no es la distancia del tiempo, ni la
magnitud de su grandeza, ni la inaccesibilidad de su misterio, sino la pobreza
de nuestra fe. La fe raquítica, los afanes del mundo y de la riqueza, junto con
la inconsciencia, son velos que oscurecen la contemplación de la gloria del
Señor. Estos obstáculos nos alejan de El, encerrándonos en el egoísmo, la
mentira, la insolidaridad o la desesperación.
"Está
cerca". En el pobre y en el que sufre. En los acontecimientos, cuando
sabemos vivirlos como estímulos al crecimiento y al amor. En la naturaleza,
huella y obra del Creador. En nuestro interior profundo que reclama acercarse a
su origen divino por medio de experiencias positivas de paz, de crecimiento, de
riesgo justificado, de amor, de gozo, de eficacia.
"Está
cerca, pero misteriosamente. Sólo la fe dócil y confiada sabe leer sus mensajes
y presencias, a veces tan raras y sorprendentes.
Hoy el evangelio nos vuelve a
presentar la figura del Bautista. Lo vemos encarcelado por mandato del
rey Herodes. Su vida disoluta y sobre todo sus amoríos con la mujer de su
hermano habían provocado la denuncia abierta del Precursor. El rey al parecer
le tenía cierto respeto, le escuchaba aunque luego no le hiciera caso alguno.
Pero Heroidas no podía soportar que aquel hombre, surgido del pueblo, la
insultara impunemente. Día llegará en que pueda vengarse y eliminarlo de una
vez... Sólo la muerte pudo apagar la voz de Juan que decía la verdad.
Juan
fue un testigo fiel, un signo claro de la verdad que proclamaba. Por eso Jesús
elogia su fortaleza en el cumplimiento de su misión. Nada pudo doblegarlo, ante
nadie se inclinó. Fue recto y consecuente, prefirió la persecución, la cárcel y
la muerte, antes de claudicar. El Reino de los cielos, nos dice Jesús, sufre
violencia y sólo los violentos podrán conseguirlo. A primera vista podría
parecer que el Señor justifica y aconseja la violencia como tal. Pero no es ese
el sentido de sus palabras. Por el contexto podemos decir que Juan es un
ejemplo claro de lo que significan las palabras del Señor. La violencia del
Precursor fue la de sus palabras, la que ejerció contra sí en una vida
penitente y austera, la violencia de la persuasión y de la inmolación del
propio egoísmo, la violencia de los signos que él no ocultaba.
Hoy
también hay hombres y mujeres que son perseguidos y encarcelados por defender y
pregonar la verdad. Hoy también hay sonrisas y palabras de burla ante los
voceros de Dios, insultos descarados o encubiertos al paso de un sacerdote que
no tiene reparo en aparecer como lo que es, un signo ostensible, incluso
llamativo, que proclama con sólo su presencia un mensaje divino de perdón y de
misericordia, que ofrece abiertamente el camino de la salvación eterna. En un
mundo paganizado y desacralizado, viene a decir el Papa, es preciso dar relieve
a cuanto significa un vestigio de lo sobrenatural.
No
podemos avergonzaron de ser cristianos, El Evangelio es un mensaje que exige
ser proclamado, que no es compatible con el silencio. Es cierto que no hay que
provocar situaciones límites de tensiones inútiles, es verdad que nunca podemos
ser fanáticos, pero también lo es que no podemos conformarnos con lo que
contradice a nuestro Credo, ni aceptar como bueno, o como indiferente, lo que
desdice de la Ley de Dios. Y hay que obrar así aunque se nos señale con el
dedo, aunque vengamos a ser un signo molesto, o incluso chirriante y que crispa
a quienes opinan lo contrario.
El
Adviento es tiempo de esperanza. No se puede tener esperanza sino en la medida
que uno se siente limitado. El hombre es un ser que necesita una promesa para
poder existir. Se siente menesteroso, limitado, acosado, como un fuego
artificial que se sabe lleno de una vitalidad pasajera. La muerte crece dentro
de él al mismo compás que la vida misma. En ese contexto, del conjunto de
fracasos, de limitaciones, de pequeños anhelos frustrados, surge un deseo
global de un bien ilimitado y trascendente, que englobe y eleve toda nuestra
menesterosidad. Sólo quien bucea profundamente en su existencia terrena es
capaz de sentir la necesidad de la esperanza . Sólo ése -de alguna manera- es
sujeto capaz de esperanza. De una esperanza global, trascendente y total que,
como tal, ya es objeto de gracia, gratuita, y que necesita un tú absoluto en el
que apoyarse: Dios.
Es
preciso pues revisar, reflexionar, profundizar nuestra esperanza.
¿A
quién esperamos?. Tener esperanza
cristiana es haber elegido a Jesús como futuro nuestro. Y si nos alejamos de
esta esperanza, ¿a quién iremos?
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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