El tercer domingo de Adviento es
llamado “domingo de gaudete”, o de la alegría, por la primera palabra del
introito de la Misa: Gaudete, es decir, regocíjense.
El tema de este domingo es de alegría y gozo en la perspectiva de una realidad salvífica esperada, pero ya "misteriosamente" presente. En este clima se mueve la primera lectura y el salmo responsorial. La segunda lectura es una invitación a la alegría y el evangelio nos presenta el motivo o fundamento de la misma: la venida del Señor. Presencia real y operante aunque pocos sabrán apreciarla y tomar conciencia de que "en medio de vosotros está uno que no conocéis". La misión del Bautista es dar testimonio del Mesías que viene.
En esta fecha se permite la
vestimenta color rosa como signo de gozo, y la Iglesia invita a los fieles a
alegrarse porque ya está cerca el Señor. En la Corona de Adviento se enciende
la tercera llama, la vela rosada.
La
primera lectura es de Isaias (Is
61, 1-2.10-11). Esta lectura la componen un par de fragmentos del capítulo 61
de Isaías. Estamos, pues, en el tercer Isaías. Para tener una idea más completa
del mensaje profético es menester leer todo el capítulo. El tema fundamental es
un anuncio solemne de la salvación.
La comunidad ha vuelto del
destierro babilónico y se encuentra en Jerusalén. El profeta intenta unificar a
un pueblo dividido por la idolatría (cf. 57. 3-13; 65. 8-11...) y que se ha
aprovechado del destierro para apoderarse de los bienes de sus hermanos
(injusticias cometidas entre ellos: cf. 58. 3-10).
-La promesa de restauración
predicha por Is II no se ha cumplido, el templo y las murallas siguen sin
reedificarse (injusticias cometidas por parte de los opresores) y la
desesperación cunde entre todo el pueblo (cf. 59. 1/11/14; 63.11ss). La voz del
profeta quiere ser un rayo de esperanza.
Empieza el capítulo con una
autopresentación del profeta (v. 1a). El Espíritu del Señor que puede recaer
sobre cualquiera (sobre el Siervo, Ciro: cf. 42. 1; 48. 16...) lo hace sobre
este poeta anónimo, llamado Is III. Es la prueba o aval de la autenticidad de
su misión.
-El profeta es elegido para una
tarea concreta. Es el heraldo de la buena noticia, el mensajero de la alegría
para todos los que sufren porque son pobres o por cualquier otro motivo (Is 11.
4; 29. 19...). Es el consolador de todos los corazones desgarrados (Sal 51. 9).
Los cautivos y prisioneros no
son aquí los que sufren la cárcel del destierro -ya han sido liberados- sino
todos los que padecen por cualquier tipo de opresión (cf. 42. 7; 49. 9...). Y
la palabra del profeta es esperanzadora, ya que proclama el año de "gracia
y desquite" del Señor. Este es el año-jubilar de Lv 25. 10 ss. que se
celebraba cada cincuenta años y en el que cada uno recobraba su propiedad y
libertad.
Año de gracia porque Israel
recobra la dignidad perdida y recibe una recompensa por sus sufrimientos; día
de desquite (en paralelismo con gracia) porque Dios castiga al enemigo por sus
agresiones y violencias.
-Continúa el oráculo de
salvación en los vv. 3b-9 prometiendo un cambio de situación: se reconstruye la
ciudad abatida (v. 4), la tierra produce sus frutos siendo cultivada por gente
forastera (v. 5). Así Israel puede dedicarse al servicio de Dios, ya que todo
el pueblo elegido será un pueblo sacerdotal (v. 6; cf. Ex 19. 6; 1 P 2. 9). Los
israelitas reciben el nuevo nombre de "Robles del Señor" (v. 3b);
Israel es el plantel del Señor que provoca la admiración de los que lo
contemplan viéndose obligados a reconocer en él al pueblo bendito de Dios (vv.
8-9). Se contrasta la felicidad actual con la pasada (vv. 3b-7): los ritos de
luto se cambian en ritos de gozo, a la ignominia del destierro sigue el premio,
al sufrimiento en tierra extraña el gozo sin fin en la propia (cf. 35. 10; 51,
11). Fundamento del cambio es la justicia de Dios que detesta la violencia y
opresión (v. 8).
-Ante este oráculo de
salvación, la comunidad explota en un himno de agradecimiento (vv. 10-11). El
Señor es el origen y debe ser también la meta de todo gozo humano.
El
responsorial: es el Magníficat (Lc
1, 46-50.53-54)llama la atención la alegria de la Virgen: "Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador."
En los fragmentos proclamados del
cántico de María, resuena con toda claridad lo que acabamos de leer en la
lectura del profeta. El cántico de María recoge estas esperanzas proféticas y
las aplica a la nueva época que empieza con Jesús.
Es un cántico; acción de gracias. Aire
jubiloso con tendencia a la alabanza. Incontenible la alegría de la persona que se extiende a la comunidad. El
mundo entero da gracias y alaba al Señor, siguiendo este cántico de la Madre de Dios.
Muchos son los temas de meditación que
ofrece este misterio. Conocido el embarazo de Isabel, María marchó presurosa a
felicitarla, a celebrar y compartir con ella la alegría de una maternidad largo
tiempo deseada y suplicada: ¡qué lección a cuantos descuidamos u olvidamos
acompañar a los demás en sus alegrías! El encuentro de estas dos mujeres
embarazadas de forma providencial, madres gestantes por intervención especial
del Altísimo, sus cantos de alabanza y acción de gracias, y las escenas que
legítimamente podemos imaginar a partir de los datos evangélicos, constituyen
un misterio armonioso de particular ternura y embeleso humano y religioso:
parece como la fiesta de la solidaridad y ayuda fraterna, del compartir
alegrías y bienaventuranzas, del cultivar la amistad e intimidad entre quienes
tienen misiones especiales en el plan de salvación. Sería enriquecedor conocer
sus largas horas de diálogo, sus confidencias mutuas, sus plegarias y
oraciones, sus conversaciones sobre los caminos por los que Yahvé las llevaba y
sobre el futuro que podían vislumbrar para ellas y para sus hijos. Podemos
pensar que, de alguna manera, se resumen en la bienaventuranza que Isabel
dirigió a María, y en el cántico de acción de gracias por el pasado, el
presente y el futuro, que ésta elevó al Todopoderoso. Y todo ello constituye un
magnífico programa para ir configurando nuestro corazón y nuestro espíritu.
Asi comenta San Juan Pablo II
este texto: "1. María, inspirándose
en la tradición del Antiguo Testamento, celebra con el cántico del Magníficat las
maravillas que Dios realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen
al misterio de la Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ahora
María expresa el júbilo de su espíritu en Dios, su salvador. Su alegría nace de
haber experimentado personalmente la mirada benévola que Dios le dirigió a
ella, criatura pobre y sin influjo en la historia.
Con
la expresión Magníficat, versión
latina de una palabra griega que tenía el mismo significado, se celebra la
grandeza de Dios, que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia,
superando las expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los
más nobles deseos del alma humana.
Frente
al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta el sentimiento de su
pequeñez: «Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en
Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava» (Lc 1,46-48).
Probablemente, el término griego está tomado del cántico de Ana, la madre de
Samuel. Con él se señalan la «humillación» y la «miseria» de una mujer estéril
(cf. 1 S 1,11), que encomienda su pena al Señor. Con una expresión semejante, María
presenta su situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante Dios que,
con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven humilde de Nazaret,
llamándola a convertirse en la madre del Mesías. (San Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles de 6 de
noviembre 1996).
En
la segunda lectura: (1 Ts 5,
16-24)San Pablo nos exhorta claramente: " que todo nuestro ser, alma y
cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la parusía del señor."
El texto nos presenta las
exhortaciones que concluyen la primera carta de Pablo, dirigida a los
cristianos de Tesalónica, escrita hacia el año 51. Pablo acaba la carta con
algunas exhortaciones de cara al comportamiento (que no leemos) y después da
unos criterios generales de vida y de lo que fundamenta esta vida.
Los criterios generales de vida
son muy simples, pero marcan un estilo cristiano muy preciso: alegría, oración,
acción de gracias. Y, juntamente con todo esto, la capacidad de valorar todo lo
que el cristiano quiera aportar: el "don de profecía" es aquel conjunto
de exhortaciones o propuestas que nacen del corazón de cualquier cristiano, y
que deben ser siempre tenidos en cuenta, al menos para ser
"examinados" para ver si valen la pena. Y termina con la apelación a
aquel que lo fundamenta todo y permite vivir confiadamente en la espera de la
venida definitiva de Jesucristo.
El texto forma parte de un grupo de
exhortaciones que el Apóstol dirige a los cristianos de Tesalónica. Parte el
Apóstol de una verdad fundamental cristiana, es a saber, de la presencia en los
fieles del Espíritu Santo. El Espíritu Santo habita en ellos. Es fuego, es
vida, es un árbol cargado de copiosos frutos. Los fieles deben procurar no
poner trabas a su acción. El debe obrar con soltura. Que su fuego siga
llameando, para que sus frutos sean copiosos.
El primero y muy característico por
cierto, es la alegría, el gozo (v.16). El gozo nace de la posesión de un bien,
o de la seguridad plena de la posesión de un bien en un tiempo futuro. ¿No es
El, por ventura, el que nos hace sentirnos hijos de Dios y llamarle
afectuosamente Abba, Padre? ¿No es Él el Paráclito, el Consolador? De El
procede el gozo santo y la alegría sana.
El nos mantiene en unión con Dios. De
ello hablan los vv.:17-18. Oración
y acción de gracias constantes. «En El oramos y en El damos a Dios gracias de
todo bien recibido». Es menester secundar sus inspiraciones. Dejémosle obrar.
Evitemos el mal y movidos por El practiquemos el bien (21-22).
El deseo del Apóstol es que ese
Espíritu llene y transforme completamente el ser humano; el espíritu, lo más
alto y más agudo del alma humana; el alma entera con sus potencias; el cuerpo
en sus debilidades (v. 23). Todo debe ser transformado. Debe, por ahora,
conservarse sin mancha. La transformación perfecta tendrá lugar en la Venida
del Señor. Nuestros cuerpos serán transformados, resucitarán; veremos a Dios
tal cual El es. Todo es objeto de la esperanza cristiana. Nuestra esperanza es
firme; se apoya en la fidelidad de Dios (v.24).
La oración de Pablo no exige
encontrarse sin reproche tan solo en el momento del juicio. De hecho, se trata
de llevar toda una vida sin reproche, a lo largo de la cual se conserva la
integridad del compuesto humano, una integridad que aparecerá como tal el día
del juicio. Ahora bien, esa integridad del alma y del cuerpo es la prueba de la
acción de Dios: el hombre camina sin reproche, pero es Dios quien se la da por
mediación de su Hijo glorificado.
Pablo invita, pues, al
cristiano a situar su compromiso moral dentro de la perspectiva de la Parusía,
no precisamente porque el juicio de que va acompañada estimará, como desde
fuera, las obras de una vida humana, sino, sobre todo, porque la actitud del
cristiano en la vida de cada día es el signo real del advenimiento del Señor,
después que la gloria de Dios se ha manifestado en la vida -y en la muerte
misma de Cristo-. No se trata ya, pues, de sustraerse a una vida de destierro,
sino de asumirla como signo de la venida del Señor.
El evangelio es de San Juan (Jn 1, 6-8.
19-28)
El texto habla sobre el mismo Juan Bautista sobre el que hablaba San Marcos el
domingo pasado. Desde su presente, el autor mira hacia atrás y reflexiona sobre
Juan.
"Venía para un testimonio,
para testificar sobre la luz, para que por su mediación todos creyeran".
La terminología es forense. El autor no presenta a Juan Bautista como precursor,
sino como testigo que declara en un juicio. Esta presentación no tiene nada que
ver con la que hacía San Marcos el domingo pasado. "No era él la luz, sino
que venía a testificar sobre la luz". El autor puntualiza, matiza el papel
de Juan.
El análisis del texto nos
proporciona una visión de Juan Bautista muy distinta a la del domingo pasado. Cada
evangelista tiene su peculiar modo de presentar los hechos. Este domingo hablamos
de Juan Bautista como testigo de descargo en favor de Jesús. Esto quiere decir
que nos hallamos en un proceso judicial. Este es, en efecto, el marco en que se
mueve el cuarto evangelio. A lo largo de él asistimos a una confrontación entre
dos partes en litigio: luz-tinieblas, día-noche, videntes-invidentes, etc. El
problema puede planteársenos a la hora de concretar y personalizar esas partes.
El texto de hoy menciona a una de ellas: los judíos de Jerusalén.
Pero pensemos un poco. ¿Qué
hace cualquier colectivo organizado según derecho con las individualidades que
dentro de él no parecen proceder según ese derecho? Los judíos de Jerusalén no
hacen sino lo que hace cualquier autoridad, civil o religiosa, en cualquier
parte del mundo: interrogar, indagar, investigar. Reconozcámoslo sin
agresividad y con sinceridad: en nuestra Iglesia sucede hoy lo mismo que en el
Israel teocrático del tiempo del Bautista. ¿Tú quién eres? ¿Por qué haces tal
cosas si no estás autorizado? A la vista de la continuidad y universalidad del
procedimiento habrá que preguntarse si no se tratará de un procedimiento
necesario e inevitable en todo colectivo que busque perpetuarse. Cualquiera que
sea la respuesta que demos, lo que jamás podremos ya hacer es apostillar de
mala a la autoridad religiosa judía por el procedimiento empleado con Juan
Bautista. Lo más que podremos decir es que se trata de un caso entre otros
muchos.
La vida de Juan Bautista,
resultaba misteriosa y por eso provocaba curiosidad e inquietud. A la
delegación venida de Jerusalén para preguntarle oficialmente quién es, responde
Juan negando ser él Elías o el profeta que ellos esperan. Él no es más que una
voz que lo anuncia, un testigo. Ese profeta esperado está ya presente y vive
desconocido en medio de ellos en la persona de Jesús de Nazaret. Sólo falta
descubrirle y creer en él. Dada la fuerte tensión de espera, la pregunta de los
enviados a Juan está llena de sentido: ¿eres tú? Y la respuesta de Juan
también: yo no lo soy, pero lo tenéis ya presente entre vosotros.
Para nuestra vida
El tema del gozo invade este domingo.
El gozo es un fruto del Espíritu. ¿Hasta dónde llega nuestro gozo? Debemos
gozarnos en el Señor. El es nuestro Padre; El habita en nosotros. Somos
hermanos de Cristo; esperamos y nos gozamos de su Venida. Un gozo así se hace
comunitario. ¿Dónde está nuestra alegría; dónde nuestro gozo de ser cristianos?
¿No damos la sensación muchas veces de que caminamos agobiados por el peso de
nuestra religión? Probablemente el Espíritu de Dios no actúa considerablemente
en nosotros; no le damos facilidades.
La unión con Dios, la oración, la
acción de gracias. Son también fruto del Espíritu. El trato afectuoso con Dios
¿dónde está? La oración será una buena preparación para la Venida del Mesías.
Así mismo la práctica de las buenas obras.
La alegría es uno de los
principales temas de las Escrituras; se le encuentra por todas partes en el A.
y en el N.T. El mensaje de la Biblia es profundamente optimista: Dios quiere la
felicidad de los hombres; su éxito, su expansión, los quiere colmados de
abundancia y de plenitud. La alegría traduce, en el hombre, la conciencia de
una realización ya efectiva o todavía por venir.
El mundo actual apenas conoce
esta alegría integral, que supone una profunda unificación del ser en la línea
de su existencia según Dios. Hay algunas alegrías propias del hombre
moderno, por ejemplo, la que procura la transformación de la naturaleza. Pero
estas alegrías quedan reservadas a unos pocos e incluso, generalmente, son
dudosas. La mayor parte de los hombres buscan la alegría en la evasión, el
sueño y el placer, y aceptan una vida cotidiana sin relieve y sin sentido. Las
más de las veces el hombre se encuentra destrozado en todos los sentidos, y muy
pocos son los que llegan a unir los múltiples hilos de existencia concreta.
Los cristianos debemos saber
que la Buena Nueva de la Salvación es un mensaje de alegría. En un mundo rico
en posibilidades, pero, al mismo tiempo, sometido a contradicciones y tenido
como absurdo por algunos, deben comunicar a los que se encuentran a su
alrededor la alegría que ellos viven: una alegría extraordinariamente realista
y que expresa su certeza, basada en la victoria de Cristo, de que el futuro de
la humanidad se irá construyendo a través de dificultades y contradicciones
aparentes. El mundo no es absurdo, ya que Dios lo ama, y el principio vital de
su éxito se nos ha dado una vez por todas en JC. (...) La alegría adquiere
mayor profundidad a medida que deja de estar ligada a la posesión de un bien.
Yahvé reserva la verdadera alegría a los que se hacen pobres ante Él y lo
esperan todo de su Dios y de la fidelidad a su Ley. Nada puede entonces empañar
esta alegría: ni la angustia, ni el sufrimiento que, al contrario, pueden
fomentarla. La alegría de Yahvé es la fuerza de aquellos que le buscan. (...)
Además, esta alegría tiene su fuente en el mismo Mesías: Jesús ofrece una
alegría que es la suya y que ha engendrado en Él la entrega total de Sí y la
obediencia perfecta al Padre; pero sólo reciben esta alegría aquellos que, a su
vez, observan el mandamiento nuevo del amor sin límites. "Si observáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor, como Yo he observado los mandamientos
de mi Padre y permanezco en su amor. Os digo esto para que mi alegría esté en
vosotros y para que vuestra alegría sea perfecta" (Jn 15, 10-11).
El domingo pasado veíamos que no puede
haber cristianismo sin cambio interior. Hoy damos un paso más: todo cambio
auténticamente humano implica un compromiso con la comunidad. El cristianismo
no es solamente un movimiento del yo-hacia-dentro; no busca tan sólo obtener
buenos individuos. Desde siempre la fe bíblica estuvo enraizada en la comunidad
y en su destino histórico; por eso, desde siempre, la fe exige un cambio que
comprometa al individuo en la solución de los conflictos que vive su comunidad.
Aquí podríamos hacer la siguiente observación: mientras que, en general, los
movimientos políticos hablan poco del cambio interior del sujeto y dedican
todos sus esfuerzos a los cambios sociales, eI cristianismo ha pecado por el
exceso opuesto. Buscó hacer «un hombre bueno» aislándolo de sus relaciones y
compromisos comunitarios. Rastreando el pensamiento bíblico -sin prejuicios ni
apriorismos- se puede observar que la «justicia» a la que aluden los textos
proféticos tiene un sentido amplio e integrador. Baste como prueba la primera
lectura que hoy hemos escuchado en un texto de Isaías que el mismo Jesús
leyó cuando su primer sermón en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16-30) y cuyo
comentario casi le costó la vida.
La
primera lectura nos anuncia siglos
posteriores, cuando Cristo se aplicó a sí mismo el pasaje de Isaías, según nos
cuenta Lucas, en el discurso de la sinagoga de Nazaret:
«Hoy se cumple esto en Mí». El es el «Profeta» de que habla Juan. El está lleno
del Espíritu Santo; El es el Ungido; El es el Enviado; El es el Prometido; El
es el Esperado de las naciones.
Ahí están sus dones: para el
encarcelado, para el esclavo, para el oprimido injustamente, para el sujeto a
poderes despóticos, la liberación; para el agobiado, para el triste, para el
angustiado, para el que sufre, para el que llora, Gozo y Consuelo; Fuerza y
Salud para el enfermo, para el débil: Luz para el ciego, para el ignorante,
para el que yerra; para el pusilánime, para el apocado, para el paralítico e
inmóvil, Vida y Espíritu.
El tema que el profeta siente en sí,
vigoroso, es el espíritu de Dios que lo mueve e impulsa a proclamar
abiertamente, a los cuatro vientos, el plan divino de salvación. Esta, la
salvación, en manifiesto crescendo va extendiéndose desde la liberación de los
males, que aquejan al pueblo, hasta la promesa de posesión segura de todos los
bienes. Termina con una explosión de júbilo ante el estupendo plan de bendición
que Dios promete poner por obra.
Los dos fragmentos que se leen hoy son
el principio y el fin del poema. He ahí los puntos más importantes:
1) Se trata de un profeta -«el
Espíritu del Señor Yavé sobre mí»- que se siente movido por Dios. La unción de
que se habla, es su consagración como profeta. Es un enviado cualificado, un
profeta auténtico.
2) Su misión va dirigida a los pobres,
desamparados, abatidos, esclavos, injustamente oprimidos. Les anuncia la
liberación, el consuelo, la bendición de Dios. Esa es la Buena Nueva: gracia de
Dios para los pobres, día de venganza del Señor. Nótese: Jesús se aplicó a sí
mismo este pasaje. Identificó su misión con la misión del profeta en Isaías61. Léanse los vv. 16- 20 del capítulo
4 de Lucas. Nótese por otra parte
también la presencia de este texto en al formulación de las Bienaventuranzas (Mt 5, 3-10). A ellos dirigió Jesús su
mensaje, su Buena Nueva.
3) Conocido el plan de Dios, el gozo
invade el alma del profeta. ¡Dios va a hacer justicia, Dios va a darnos la
salvación! Con unas palabras semejantes comienza María el Magníficat.
La misión encomendada a este
profeta es muy similar a la atribuida al siervo de Dios en Is 42. 6. Se centra
de forma especial en los afligidos y débiles: deberá romper las cadenas de los
cautivos, vendar los corazones desgarrados..., pero su palabra deberá también
alcanzar la liberación del corazón humano, sede de la más auténtica liberación
humana. Esta liberación no elimina la primera sino que es su culminación. Sólo
así puede iniciarse el año de gracia del Señor.
-La misión descrita en este
texto constituye el centro de la cristología de Lucas. Jesús cita este texto en
la sinagoga de Nazaret como credencial y finalidad de su misión profética (Lc
4.). Jesús es el verdadero ungido de Dios (Hch 38.) en el que alcanzan pleno
sentido estas palabras proféticas. Is III no hace sino preparar el camino de
este gran Profeta que ha traído a nuestro mundo la buena y definitiva noticia.
El
responsorial es el texto del "Magníficat" atribuido a la Virgen. Este es el canto que servirá
de respuesta a la profecía de Isaías (1ª lectura): "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios
mi salvador".
La primera agraciada con la salvación
es la Virgen. Llena de gracia y de alegría, es la primera en proclamar la
grandeza de Dios y en comunicar la salvación divina, llena del Espíritu.
Dios ha obrado una maravilla. Sabemos
a qué se refiere el canto: el Misterio de la encarnación. La Virgen María ha
sido «elegida» madre de Dios: «Ha hecho obras grandes en mí (por mí)». La obra,
en lo personal, encumbra al humilde: «Ha
mirado la humillación de su esclava». Pero se desborda y alcanza a todas
las generaciones: «De generación en generación».
Dios es grande porque es bueno. Bueno
en todos los tiempos y en todas las circunstancias. Se acuerda siempre de su
misericordia. Y su misericordia es salvar. Salvar al humilde, al hambriento, al
pobre. Dios, bueno y poderoso, invierte los esquemas del mundo. Una verdadera
maravilla.
La Virgen explota de alegría. Le ha
envuelto la gloria de Dios y la ha encumbrado: «Me felicitarán todas las generaciones». La nueva y excelsa
«Abraham». Y la bendición se alarga y alarga hasta tocarnos a todos. Si nos
asemejamos a ella, naturalmente. Hemos de recoger la Palabra de Dios con
devoción y dedicación. ¿No dijo Jesús que seríamos «madre» y «hermanos» suyos
si cumplimos la voluntad de Dios? La Iglesia es la «virgen» de Cristo. Y la
Virgen María la mejor expresión de la Iglesia. La veneramos en el canto y la
acompañamos en la acción de gracias. El misterio de la encarnación nos llega a
todos: «Bendito sea el Señor».
Así comenta el Magníficat San Juan Pablo II. en Redemptoris Mater:
" 37. La Iglesia, que desde el
principio conforma su camino terreno con el de la Madre de Dios, siguiéndola
repite constantemente las palabras del Magníficat. Desde la profundidad de la fe de la Virgen
en la Anunciación y en la Visitación, la Iglesia llega a la verdad sobre el
Dios de la Alianza, sobre Dios que es todopoderoso y hace «obras grandes» al
hombre: «Su nombre es santo». En el Magníficat la Iglesia encuentra vencido de raíz el
pecado del comienzo de la historia terrena del hombre y de la mujer, el pecado
de la incredulidad o de la «poca fe» en Dios. Contra la «sospecha» que el
«padre de la mentira» ha hecho surgir en el corazón de Eva, la primera mujer,
María, a la que la tradición suele llamar «nueva Eva» y verdadera «madre de los
vivientes», proclama con fuerza la verdad no
ofuscada sobre Dios: el Dios
Santo y todopoderoso, que desde el comienzo es la
fuente de todo don, aquel que
«ha hecho obras grandes». Al crear, Dios da la existencia a toda la realidad.
Creando al hombre, le da la dignidad de la imagen y semejanza con él de manera
singular respecto a todas las criaturas terrenas. Y no deteniéndose en su
voluntad de prodigarse no obstante el pecado del hombre, Dios se da en el Hijo: «Porque
tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16). María es el primer
testimonio de esta maravillosa verdad, que se realizará plenamente mediante lo
que hizo y enseñó su Hijo (cf. Hch 1,1) y, definitivamente, mediante su Cruz y resurrección.
La
Iglesia, que aun «en medio de tentaciones y tribulaciones» no cesa de repetir
con María las palabras del Magníficat, «se
ve confortada» con la fuerza de la verdad sobre Dios, proclamada entonces con
tan extraordinaria sencillez y, al mismo tiempo, con esta verdad sobre Dios desea iluminar las
difíciles y a veces intrincadas vías de la existencia terrena de los hombres.
El camino de la Iglesia, pues, ya al final del segundo Milenio cristiano,
implica un renovado empeño en su misión. La Iglesia, siguiendo a Aquel que dijo
de sí mismo: «(Dios) me ha enviado para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (cf. Lc 4,18),
a través de las generaciones, ha tratado y trata hoy de cumplir la misma
misión."(San Juan Pablo II. El "magníficat" de la iglesia en
camino. Redemptoris Mater,
nn. 35-37).
Como
segunda lectura la carta de San Pablo a los Tesalonicenses da consejos para la
espera de la venida del Señor.
Se indican tres actitudes esenciales: la alegría, la oración constante y la
acción de gracias en toda ocasión. Estas son características fundamentales de
la vida del cristiano. Pero hay una más: no apagar el Espíritu. De hecho, esto
quiere decir no instalarse incluso ni en la alegría, ni en la oración, ni en la
continua acción de gracias; tener la flexibilidad de aceptar una puesta en
cuestión de nuestras cosas, provocada por la intervención de un hermano movido
por el Espíritu. Se trata de discernir el valor de todas las cosas. En esta
espera hay un elemento capital y reconfortante: Dios nos ha llamado, es fiel y
cumplirá sus promesas.
San Pablo nos dice: "Estad siempre alegres... dad gracias".
Esta actitud y estos sentimientos brotan de nuestro corazón, de la presencia
del Espíritu en nosotros. El cristiano, si sabe captar la riqueza que hay en su
interior, vive siempre alegre, ocurra lo que ocurra a su alrededor.
Exteriormente, puede que haya un gran temporal que levante altísimas olas, pero
a unos metros de profundidad el agua permanece tranquila.
También San Pablo en la carta
de hoy nos inste a que "no apaguemos el Espíritu", el mismo
Espíritu que se posó sobre Jesús cuando inició su tarea liberadora. Es el
Espíritu que nos llama a actuar proféticamente y a guardarnos de todo
mal, ofreciéndonos totalmente a Dios en el servicio a los hermanos, como
dice Pablo en los versículos 13-15: «Vivid en paz unos con otros.
Aconsejad a los que están desconcertados, animad y sostened a los débiles
y sed pacientes con todos. Que nadie devuelva mal por mal y procurad
siempre el bien mutuo y de todos.» Convendrá que no pasemos por alto la
constante alusión que tanto Isaías como los evangelistas, como Pablo,
hacen al Espíritu, íntimamente relacionado con la justicia liberadora.
Recordemos que
"espíritu" es sinónimo de aliento, soplo, vida, fuerza interior. Así
como el muñeco de barro cuando recibió el espíritu de Yavé se transformó
en hombre-Adán, así hoy el hombre necesita del espíritu para
transformarse en un ser nuevo.
La acción del Espíritu alude a
esta autenticidad de vida que es el signo y exponente de una justicia
verdadera. Por eso, sin Espíritu nuestros esquemas de liberación y justicia
no pasan de ser una mentira más. El Espíritu hace que nuestro proyecto
liberador sea vida y vida verdadera.
La advertencia de Isaías y de
San Pablo deben llamarnos a una seria reflexión y nos harán descubrir la
causa de la desilusión del pueblo cuando constata que en el corazón de
quienes proclaman la liberación y la justicia no reposa «el Espíritu del
Señor». No en vano, tal como veremos en los próximos domingos, Jesús desde su
primer momento de existencia es dado al mundo como fruto del Espíritu...
Esta es la novedad de la fe cristiana.
El
evangelio de hoy, nos presenta a san Juan Bautista, el precursor. "Y está entre vosotros el que viene detrás de mí".-La gente importante
del pueblo judío debía pensar que Juan Bautista estaba loco. Un hombre que
vivía en el desierto, mal alimentado y mal vestido, extraño, que invitaba a la
conversión. Era un personaje realmente raro. Pero él anunciaba que el Mesías ya
había llegado. Él, Jesús, se encuentra entre nosotros. Con Él lo podemos todo.
No estamos solos.
Juan se presenta de un modo
bien raro. No era ni el Mesías, ni Elías, ni un profeta. No era nadie. Era la
conciencia del pueblo fiel que esperaba la venida del Mesías. Tampoco nosotros
somos nadie, no tenemos ninguna importancia, no tenemos influencias, no tenemos
fuerza alguna. Pero esperamos al Salvador y sabemos que se encuentra entre
nosotros, sabemos que está en medio de nuestro mundo. Por eso tenemos derecho a
esperar y a creer que el mundo puede cambiar, que el mundo debe cambiar, que
todo debe ser distinto.
Lo que sucedía entonces
"al otro lado del Jordán" sucede hoy a "este lado", porque
Betania es la patria de todos los que no reconocen a Dios teniéndole a su lado.
Nuestra situación y la de entonces no son tan diferentes. Entonces, lo mismo
que ahora, había muchas mentes llenas de dudas y esperanzas.
Así comenta San Agustín este
texto y la figura de Juan el Bautista: " Juan era la voz; pero el Señor era la Palabra que existía ya al
comienzo de las cosas. Juan era una voz pasajera, Cristo la Palabra eterna
desde el principio.
Suprime
la palabra, y ¿qué es la voz? Donde falta la idea no hay más que un sonido. La
voz sin la palabra entra en el oído, pero no llega al corazón.
Observemos
el desarrollo interior de nuestras ideas. Mientras reflexiono sobre lo que voy
a decir, la palabra está dentro de mí; pero, si quiero hablar contigo, busco el
modo de hacer llegar a tu corazón lo que ya está en el mío.
Al
buscar cómo hacerla llegar a ti, cómo introducir en tu corazón esta palabra
interior mía, recurro a la voz y con su ayuda te hablo. El sonido de la voz
conduce a tu espíritu la inteligencia de una idea mía, y cuando el sonido vocal
te ha llevado a la comprensión de la idea, se desvanece y pasa, pero la idea
que te transmitió permanece en ti sin haber dejado de estar en mí.
Y
una vez que el sonido ha servido como puente a la palabra desde mi espíritu al
tuyo ¿no parece decirte: Es preciso que él crezca y que yo disminuya? Y una vez
que ha cumplido su oficio y desaparece ¿no es como si te dijera: Mi alegría
ahora rebasa todo límite? Apoderémonos de la palabra, hagámosla entrar en lo
más íntimo de nuestro corazón, no dejemos que se esfume.
¿Quieres
ver cómo la voz pasa y la divinidad de la Palabra permanece? ¿Dónde está ahora
el bautismo de Juan? Él cumplió su oficio y desapareció. Pero el bautismo de
Cristo permanece. Todos creemos en Cristo y esperamos de él la salvación; esto
es lo que dijo la voz.
Y
como es difícil discernir entre la Palabra y la voz, los hombres creyeron que
Juan era Cristo. Tomaron a la voz por la Palabra. Pero Juan se reconoció como
la voz para no usurparle los derechos a la Palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni
Elías, ni el Profeta. Le preguntaron: ¿Qué dices de tu persona? Y él respondió:
Yo soy la voz del que clama en el desierto: "Preparen el camino del
Señor.", como si dijera: "Soy la voz cuyo sonido no hace sino
introducir la Palabra en el corazón; pero, si no le preparan el camino, la Palabra
no vendrá adonde yo quiero que ella entre."
¿Qué
significa: Preparad el camino, sino: "Rueguen, insistentemente"? ¿Qué
significa: Preparen el camino, sino: "Sean humildes en sus
pensamientos"? Imiten el ejemplo de humildad del Bautista. Lo toman por
Cristo, pero él dice que no es lo que ellos piensan ni se adjudica el honor que
erróneamente le atribuyen.
Vio dónde
estaba la salvación, comprendió que él era sólo una antorcha y temió ser
apagado por el viento de la soberbia".( San Agustín
obispo. De los Sermones de san Agustín, obispo. Sermón
293, 3: PL 38, 1328-1329)
En este domingo alegrémonos y
démosle gracias a Dios, al comprobar que este mensaje se está ya realizando
(Domingo "Gaudete").
La alegría del mundo es
pobre y pasajera. La alegría del cristiano es profunda y capaz de subsistir en
medio de las dificultades. Es compatible con el dolor, con la enfermedad, con
los fracasos y las contradicciones. Yo os daré una alegría que nadie os podrá
quitar, ha prometido el Señor. Nada ni nadie nos arrebatará esa paz gozosa, si
no nos separamos de su fuente.
Tener la certeza de que
Dios es nuestro Padre y quiere lo mejor para nosotros nos lleva a una confianza
serena y alegre, también ante la dureza, en ocasiones, de lo inesperado. En
esos momentos que un hombre sin fe consideraría como golpes fatales y sin
sentido, el cristiano descubre al Señor y, con Él, un bien mucho más alto.
«¡Cuántas contrariedades desaparecen, cuando interiormente nos colocamos bien
próximos a ese Dios nuestro, que nunca abandona! Se renueva, con distintos
matices, ese amor de Jesús por los suyos, por los enfermos, por los tullidos,
que pregunta: ¿qué te pasa? Me pasa... Y, enseguida, luz o, al menos,
aceptación y paz». «¿Qué te pasa?» , nos pregunta. Y le miramos y ya no nos
pasa nada. Junto a Él recuperamos la paz y la alegría.
Tendremos dificultades,
como las han tenido todos los hombres; pero estas contrariedades - grandes o
pequeñas - no nos quitan la alegría. La dificultad es algo ordinario con lo que
debemos contar, y nuestra alegría no puede esperar épocas sin contrariedades,
sin tentaciones y sin dolor. Es más, sin los obstáculos que encontramos en
nuestra vida no habría posibilidad de crecer en las virtudes.
Concluyamos haciéndonos algunas
preguntas: ¿Somos luz, somos consuelo, somos alegría y fuerza para los demás?
Nuestra conducta será la voz que clame, será la antorcha que ilumine, el dedo
que indique: ¡Aquí está Cristo! Hay que hacer vivir al Espíritu. Pidamos al
Señor nos llene de su Espíritu. Sería una buena petición, al mismo tiempo que
preparación para la Venida del Mesías.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario