Quizá el contrasentido más grave de la historia humana sea el haber convertido a Jesús, rey desde la cruz, en un rey a la manera de este mundo, haciéndole funcionar como resorte contra los moros, los indios paganos y los revolucionarios liberales o comunistas. Quizá sea éste el mayor pecado. En nombre de Cristo se puede morir, pero no se pueden justificar los crímenes.
En el reino de Dios no cabe imposición ni odio ni, por tanto, victoria del hombre sobre el hombre. En las victorias humanas hay vencedores y vencidos; hay siempre imposición de unos sobre otros. En cambio, el reino de Dios es la victoria sobre la opresión y la muerte, y se inaugura con el perdón de Jesús desde la cruz: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen".
No
quiero servir a un rey que se pueda morir. Estas palabras de San Francisco de
Borja, pasmado ante el cadáver de una reina, expresa para nosotros no el
"menosprecio" del mundo, sino la "nobleza" del cristiano:
"Agnosce christiane dignitatem tuam" (reconoce, cristiano, tu
dignidad), nos exhorta el gran papa · San León Magno. Jesús dijo: "pagadle
al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios'. Del César -en un
sentido amplio, naturalmente- es la regulación de la convivencia social,
económica, política, cultural, el progreso de la ciencia y del arte... De Dios
es el fondo de la vida, la totalidad de nuestra existencia..., que nos jugamos
precisamente día tras día en las opciones que vamos tomando en lo que es del
César; hambrientos, sedientes, forasteros, enfermos, encarcelados..."
De
esto reflexionamos hoy en la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.
Esta fiesta es
la culminación de todas las fiestas del Señor que hemos celebrado a lo largo
del año. ¿Cómo, dónde, cuándo tiene que reinar Jesucristo? Su reino no es de
este mundo, por eso su forma de reinar es desde la humildad, desde la cruz....
Su corona es de espinas, su cetro una caña cascada, su manto un trapo de color
púrpura, su trono la cruz. Reina en el corazón de cada hombre y cada mujer que
se acerca al otro, descubre su necesidad y le ayuda. Reina en aquél que
descubre a Cristo en el rostro del mendigo, en la madre angustiada por el hijo
que se pierde, en el anciano que se muere en soledad. Cristo debe reinar ya en
nuestro interior, porque su Reino ya ha comenzado, pero todavía no ha llegado a
su plenitud. Es el "ya, pero todavía no" en tensión escatológica.
La
primera lectura es de la profecía de Ezequiel (Ez 34,
11-12. 15-17).
En el texto destaca la imagen del pastor y su rebaño, profundamente arraigada
en la experiencia de un pueblo de origen nómada y en una civilización de
pastores (cfr. Dt 26,5), aparece frecuentemente en la biblia para explicar las
relaciones entre los dirigentes y el pueblo. Sirviéndose de esta metáfora el
profeta Ezequiel denuncia vigorosamente, en todo este capítulo 34, los abusos
de los "pastores" de Israel y anuncia después que el mismo Dios se hará
cargo del rebaño: "Así dice el Señor , Yavé: Aquí estoy yo contra los
pastores" (v.10); "Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y
velaré por él" (v.11).
El
texto se sitúa históricamente en la
diáspora y en el exilio de Israel en Babilonia. El fracaso de la monarquía, la
incapacidad de los dirigentes, fue la causa principal de la dispersión y el
exilio de los hijos de Israel. Pero he aquí que el Señor, Yahvé, no desistirá
de su plan de salvación.
Precisamente
en el fracaso de los hombres brillará con más fuerza la fidelidad de Yahvé, que
ahora se dispone a intervenir en persona como último recurso para salvar a su
pueblo. El mismo será pastor y saldrá en busca de las ovejas descarriadas y
dispersas por todas las naciones, y las reunirá, y las devolverá a la tierra de
donde fueron alejadas.
Si
leemos todo el capítulo 34, la raíz "pasc" (apacentar, apacentarse,
pastor, pastos, pastorear...) se repite como un sonsonete que llega a
cansarnos, pero que da unidad a los vv. 1-24. Jeremías, profeta contemporáneo
aunque un poco mayor que Ezequiel, tiene un relato muy parecido a éste (Jr 23.
1-8).
(vv.
1-16) Contraposición entre los malos pastores del pasado (vv. 1-10) y el pastor
del futuro (vv. 11-16).
El
sentido de estos vv. es muy claro: el Señor en persona va a sustituir a los
pastores humanos que han fracasado estrepitosamente en su misión de pastorear.
La grey (=Israel) anda errante desde el año 587 a. de C, desde la conquista de
Jerusalén por Nabucodonosor; pero el Señor no les abandona en el peligro, sino
que los libera, los reúne y los reconduce a unos buenos pastos (=Nuevo Éxodo),
los pastorea, les venda las heridas, cura a las ovejas enfermas (vv. 11-16).
Los
jefes religiosos y políticos, cuya única razón de ser es la de atender al
pueblo, son los responsables del caos que impera entre la grey: en vez de
pastorear se dedican a buscar su propio provecho ("os coméis su enjundia,
os vestís con su lana, matáis las más gordas, y las ovejas no las apacentáis
(v. 3), en vez de apacentar, se apacientan a sí mismos, ya que abusan de su
poder, son crueles y egoístas, no están al servicio de su pueblo... Por eso la
dispersión y el destierro es algo inevitable.
(vv.
17-22) Cambio de escena: los derechos de las ovejas débiles no sólo son
pisoteados por los falsos pastores, sino también por las ovejas más robustas
(=poderosos, ricos, hombres influyentes...). Pero aunque intenten manipular a
los débiles, quebrantar sus derechos..., el Señor no lo va a consentir, y
contra ellos dirige su juicio.
El
responsorial es el Salmo 22 (Sal 22, 1-2a. 2b-3. 5. 6 ) El salmo 22,
comienza con una afirmación atrevida: "El
Señor es mi pastor, nada me falta". Este creyente que se sabe guiado y
acompañado por la mano firme y protectora del pastor, proclama con tranquila
audacia su ausencia de ambiciones. Tiene todo lo que necesita: conducción,
seguridad, alimento, defensa, escolta, techo donde habitar... Difícilmente
anidarán en su corazón la agresividad, la envidia, la rivalidad, todas esas
actitudes que amenazan siempre el convivir con los otros fraternalmente.
El
salmo 22 es uno de los salmos más breves del salterio: sólo 6 versículos.
Dentro de su unidad temática se distinguen dos partes bien diferenciadas que
podríamos llamar:
Dios
como pastor (vv. 1-4)
Dios
como anfitrión (v. 5-6).
El
salmo empieza con la cierta y serena afirmación de que Dios es el pastor del
salmista. Este habla en primera persona a lo largo de todo el poema y en la
primera parte describe su experiencia bajo la solicitud y el amor de su pastor.
Con
metáforas sacadas del mundo pastoril va enumerando las pruebas del exquisito
amor del pastor hacia él, afirmando ya desde el principio que nada le falta
porque Dios piensa en todo: verdes praderas, fuentes tranquilas, sendero justo:
todo lo positivo y lo agradable de la vida se lo proporciona el pastor de quien
se siente hondamente amado. Dios obra así "en honor de su nombre", es
decir, para que su reputación de Dios bondadoso, grande en misericordia y rico
en perdón, se manifieste y se viva. Dios no puede ser tildado de negligente o indiferente
en lo que respecta a su pueblo y al bien de los suyos. Así, por su actitud
hacia los fieles de Israel, mostrará su superioridad sobre los ídolos de los
paganos.
Frente
a las dificultades y angustias de la vida, simbolizadas por las "cañadas
oscuras", el salmista nada teme. Se fía de su pastor, de su Dios. Se
encuentra en sus manos, y por tanto, ¿qué le puede suceder de malo? ¿no le
protegerá el amor y la solicitud de su pastor?
(v.
4) "Tu vara y tu cayado me sosiegan".
Una doble imagen que puede ser simplemente una redundancia, pero que igualmente
pueden significar una defensa: la vara contra los animales, chacales, lobos, y
el cayado como una guía que encamina y endereza e impide descarriarse. Así el
salmista se siente protegido, seguro, feliz.
Descripción
completa, que muestra con toda luminosidad la bondad de Dios, su providencia,
su atención solícita hacia aquellos que confían en él.
La
tradición cristiana, desde los primeros tiempos, ha visto poéticamente en la
mención de la vara y el cayado los dos brazos de la cruz de Cristo, el buen
Pastor: así, por ejemplo, san Justino y san Zenón de Verona.
Siguiendo
el mismo tono simbólico, el salmista hace un viraje en su pensamiento. Del
pastor guía y protector de sus ovejas, pasa ahora a la imagen del huésped
espléndido o anfitrión que convida a un banquete. La imagen de la oveja queda
también transformada en la del amigo o deudo del Señor que ha sido convidado a
un festín.
Y
este festín no lo hemos de imaginar cómo un momento o un día especial: el pensamiento
del salmista lo ve como una cosa continuada, de cada día. Así como el pastor
siempre se preocupa de sus ovejas, las guía y las alimenta, así ahora,
igualmente, el mismo Dios, con la figura del huésped, favorece magníficamente a
aquellos que se sienten amados por él, les regala con dones exquisitos. Por
esto el salmista no ha imaginado otra cosa más expresiva que un banquete: una
mesa preparada, un ambiente de alegría y de riqueza (ungüento para la cabeza,
rebosar de la copa).
La
mención de los enemigos la hace el salmista para recalcar la seguridad de aquél
que es favorecido por Dios; así como antes hablaba de cañadas oscuras, ahora
menciona a los enemigos, que son ya impotentes y se ven como derrotados viendo
la suerte feliz de aquél a quien querían malherir o aniquilar.
Dios,
protagonista del salmo, se nos describe con los colores más hermosos que puedan
representar la bondad, la providencia, la ayuda, la generosidad, la
esplendidez. Dios no deja nada de lo que pueda contribuir al bien, a la alegría,
a la paz de sus fieles. El salmista confiesa, agradecido, que la bondad y la
misericordia del Señor le acompañan siempre, todos los días de su vida.
Constata su situación de privilegio, diríamos de mimo, la situación de un alma
que se siente querida por Dios, que es bien consciente de sus favores, de su
predilección.
Y
de la misma forma, asegurado por su experiencia de un Dios tan inmensamente
bueno y providente, lanza al futuro su mirada, se siente seguro de aquella
bondad que ha experimentado siempre, y prorrumpe en una afirmación llena de fe
y de esperanza: "habitaré en la casa del Señor por años sin término".
La
antigua tradición cristiana leyó algunas veces esta segunda parte del salmo en
clave sacramental: la mesa preparada sería la eucaristía; el ungüento o la
unción en la cabeza significaría la unción del Espíritu, la confirmación; las
cañadas oscuras de antes (sombras de muerte) eran imagen del bautismo, ser
sepultados con Cristo. Todas estas gracias sacramentales harán que el cristiano
tenga siempre vida eterna, ahora ya en este mundo, y luego, para siempre, en la
gloria.
La segunda
lectura es de la
primera carta del apóstol San Pablo a los corintios (Cor. 15, 20-26. 28). El cap. 15 de
la primera carta a los corintios responde organizadamente a un conjunto de
cuestiones sobre la resurrección. Ante un auditorio que tenía una concepción
más griega que judía de la persona humana, Pablo señala este mensaje
fundamental: así como Jesucristo ha resucitado, también los cristianos
resucitaremos. La muerte no es, pues, una liberación para el alma encarcelada,
sino un poder que Jesucristo ha destituido. El fragmento que leemos presenta,
en visión global, el proceso de la humanidad hacia su término, mostrando el
camino que aún queda por recorrer hasta la plena realización de la escatología:
así como en otros lugares del NT se acentúa que por la fe participamos ya de la
vida en plenitud, aquí se señala que esta plenitud todavía no está plenamente
alcanzada.
La
vida, la vida eterna, es el último fruto de toda la historia de salvación. En
Cristo resucitado tenemos ya las primicias de la gran cosecha que esperamos; en
él comienza la resurrección de los muertos y la vida eterna. Si Cristo ha
resucitado, también nosotros resucitaremos (Rm 8, 11; 1 Tes 4,14).
Si
el primer hombre, Adán, fue el comienzo de una historia abocada a la muerte, el
segundo Adán, Jesucristo, es el principio de la nueva vida y de otra historia
en la que será vencido el último enemigo, que es la muerte (Rm. 5, 12s).
Pero,
si la historia del pueblo de Dios, a partir de Jesucristo, está ya decidida en
favor de la vida, y la historia de perdición y de muerte ha sido liquidada,
cada uno de nosotros puede todavía optar por la vida o por la muerte. El
sentido de la historia es la vida, pero aún es posible vaciar de sentido
nuestras vidas individuales si no queremos solidarizarnos con el nuevo
principio que es Cristo.
Cada
cosa a su tiempo: primero resucitó Cristo, que es la vida y la Vida misma;
después resucitarán los que son de Cristo.
Entonces
llegará el fin (el texto traduce indebidamente los "últimos", en vez
de "será el fin"). Se acabará todo principado, poder y fuerza (esto
es, todo cuanto se opone a la vida a partir de Adán y, principalmente, todo
señorío, despotismo y autoritarismo que esclaviza y mortifica a los hombres), y
comenzará el Reino de Dios, el Padre.
El evangelio de San Mateo (Mt 25, 31-46), nos
sitúa ante la última
enseñanza de Jesús según este evangelio.
El
lugar que ocupa nuestra perícopa dentro del evangelio nos muestra su gran importancia
pues se trata de la última instrucción amplia de Jesús a sus discípulos
inmediatamente antes de empezar la pasión. Introducción: los vv. 31-33
describen con cierto detalle (el juez universal es un pastor) el escenario del
juicio.
Cuerpo
central: los vv. 34-45 describen los dos diálogos (34-40.41-45) entre los
examinados y el juez universal que ahora es tratado de ‘rey’. En ellos está la
clave de comprensión de la sentencia final y la autodefensa de los acusados. El
juez universal desestima la “pregunta-replica” final con un solemne
“dicho-amen” que desvela su identificación con los más pequeños.
Conclusión: el v. 46 refiere con brevedad el
destino definitivo de los que aman y de los que carecen de amor.
El texto se ha considerado como la “parábola
del juicio final” pero se trata más bien de una “descripción de juicio” porque
la parte principal del texto esta constituido de dos diálogos de juicio
(34-40.41-45). No es un “apocalipsis” porque no hay ninguna ‘visión’, ni una
“parénesis de juicio” porque no contiene ninguna interpelación directa a los
lectores.
El
lenguaje del texto es profético, aunque
en algún momento se acerca a la parábola y a la alegoría. La imagen del pastor
que separa las ovejas de las cabras está tomada del texto de Ezequiel (primera
lectura). Es importante no olvidar este detalle, pues sólo así comprenderemos
que se trata evidentemente de un juicio entre los explotadores y explotados,
entre los que hacen la injusticia y los que la padecen. El Señor saldrá al fin
en defensa de los pobres, de los que sufren, de los perseguidos por su amor a
la justicia...
Estas
últimas palabras de Jesús nos describen la venida del Hijo del Hombre en gloria
y poder para el juicio; cuando se ha sentado en el trono y se dispone a juzgar
es llamado Rey: los que son juzgados le llaman Señor y, al hablar de "mi
Padre", se nos muestra también como el Hijo: los títulos que la Iglesia
primitiva da a Cristo resucitado, como expresión de su fe, se han concentrado
aquí en pocas líneas.
El
juicio se hace sobre todo el mundo ("todas las naciones"), como
también a todos debe ser predicado el Evangelio (cfr. 28,19). La descripción
del juicio es sobria, y estructurada en dos partes paralelas y antitéticas. La
división derecha e izquierda o entre ovejas y cabras -imagen que recuerda al
pastor que al caer la tarde reúne a su rebaño- es convencional y pedagógica.
Las
palabras con que se acoge o se rechaza la entrada al Reino son un repaso de las
llamadas obras de misericordia. Si toda la Ley consiste en amar a Dios y al
prójimo , lo que aquí aparece es el amor manifestado en hechos muy concretos.
Por tanto, cada uno es declarado justo o es condenado según haya servido a los
demás o se haya abstenido de hacerlo.
Ante
este juicio aplicado por igual a "todas las naciones", cada uno de
los dos grupos contesta a coro expresando la extrañeza cuando oyen que al
ocuparse de un hermano o al dejar de hacerlo se lo hacían o rechazaban hacerlo
al mismo Cristo. Y esta pregunta prepara las palabras del Juez sobre la razón
de la sentencia: El Hijo del Hombre, Jesús, se hace solidario de aquellos que
tienen alguna necesidad de ayuda. "Estos, los humildes" no son sólo
los miembros de la Iglesia o comunidad de Cristo, sino que su alcance es
universal, como el juicio: esto significa que la identificación de Cristo con
ellos es independiente de su situación subjetiva.
El
juicio será según las obras, no según lo que decimos creer y confesar. Así que
son las obras las que distinguen y juzgan a los hombres al fin y al cabo, no
las palabras ni los rezos. Cualquier otra discriminación o distinción no vale
nada y no permanecerá: ni la raza, ni el dinero, ni la cultura, ni los
honores..., colocan en verdad a los hombres a la izquierda o a la derecha del
Señor. Pero las obras que pueden salvarnos son siempre obras de amor, porque la
ley con la que vamos a ser juzgados se resume en el amor.
El
cumplimiento del mandamiento del amor o su incumplimiento anticipa ya en el
mundo el juicio final. El que ama a Cristo en los pobres y se solidariza con su
causa se introduce en el reino de Dios.
La
separación entre buenos y malos que se realizará a la hora del juicio
escatológico de Dios, será consecuencia de lo que cada uno habrá hecho en bien
de los demás. Toda persona necesitada es un sacramento de la presencia de Jesús
en medio de nosotros.
San
Mateo usa la idea de juicio como advertencia para esta comunidad que debe
prepararse ahora para el juicio y tiene que responder ante el Hijo del Hombre:
La buena semilla son los ciudadanos o del Reino, la cizaña son los secuaces del
Malo … este Hombre enviará a sus ángeles, escardarán de su reino a todos los
corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido (13,38s)
Estas son las ideas del evangelio de San Mateo
sobre el juicio futuro:
En primer lugar hay que reseñar la coherencia
básica de la idea de juicio en San Mateo: El juez es Jesús el Hijo del Hombre,
rodeado de ángeles sobre las nubes del cielo. Antes del juicio la ordenación
cósmica se vendrá abajo y la venida del Hijo del Hombre superará todas las limitaciones
espaciotemporales. El juicio será universal para todos los hombres y la
comunidad cristiana no tendrá un trato especial. El fin de la historia acaba en
un gran dualismo: la vida eterna o el fuego inextinguible. Más allá de eso el
evangelio no dice nada.
En
segundo lugar, podemos observar la parquedad de ideas apocalípticas. Mateo
recurre al género mencionado pero lo hace sin recurrir a detalles minuciosos:
Apenas explica qué tal se estará en la vida eterna o en el infierno. Lo único
claro es que los injustos del infierno estarán fuera, alejados de Dios y en
tinieblas: (8,12; 22,13; 25,12), mientras que los justos disfrutan en el
banquete del cielo (8,11s; 22,11; 25,10.23) y vivirán en la luz junto a Dios.
La razón de esta parquedad de detalles está en el mismo Jesús que también se
manifestó muy reservado ante estas cosas aunque compartiese ideas
apocalípticas.
Tanto
San Mateo como la apocalíptica tiene un sentido lineal del tiempo: El juicio
final se va a producir dentro del tiempo: Inmediatamente después de la angustia
de aquellos días el sol se hará tiniebla… (24,29), aunque con la ‘parussia’ se
interrumpa la secuencia de acontecimientos del Cap 24 para que ya nos se
produzcan más hechos temporales posteriores. Lo cierto es que Mateo (24,29s) creía
en la próxima llegada de la parussia aunque esto no es una categoría decisiva
en Mateo. Lo determinante para la parénesis es más bien la incertidumbre sobre
el instante temporal de la parussia, que puede llegar en cualquier momento; por
eso los discípulos deben estar provistos de aceite o deben velar en todo
memento. El axioma de la proximidad temporal de la parussia intensifica esta
“espera permanente” y puede consolar además a la comunidad y a los misioneros
que viven en la persecución y la aflicción.
Para
San Mateo, como para Jesús, lo
importante no es la información sobre el futuro sino la relación de amor y
servicio que debe imperar en las relaciones humanas de sus lectores. El juicio
tiene la virtualidad de fijar la naturaleza del mensaje ético: la alternativa
entre la vida-cielo y muerte-infierno; de ahí la importancia del comportamiento
humano.
Para
salvarse son decisivas lo obras; la “sola fides” no es decisiva, la gracia
tampoco parece decisiva, dada la importancia que le da a las obras, a los
frutos: -…todo árbol que no dé buen fruto será cortado (3,10) -…por sus frutos
los conoceréis. (15,20) " -…cuando
creció la hierba y dio fruto, creció la cizaña" (13,26) "…viendo una
higuera … no halló en ella más que hojas y dijo: ¡que jamás nazca fruto de
ti" (21,19). Lo decisivo no es la calidad del árbol, sino los frutos
(7,15-20), no es la escucha de la Palabra sino su cumplimiento (7,24-27), no es
la recepción de los talentos, sino su rentabilidad (25,14,30).
San
Mateo nunca habla de la fe en relación al juicio: en el juicio invocar al Señor
no servirá de nada (7,21s; 25,11). En el caso de San Mateo las obras son tan importantes no son
pertinentes posturas que tratan equilibrar la fe y las obras, la gracia y la
conducta. Hasta el punto de que algunos se plantean si en Mateo no hay un
cierto menosprecio de la gracia y de la acción de Dios de cara a la salvación.
Para nuestra vida.
Hoy
finalizamos el año litúrgico. Por eso hoy celebramos la fiesta de Jesucristo,
nuestro Rey y Señor. Jesús es la síntesis de nuestra fe, es la manifestación
plena del Reino de Dios hecho servicio a los hombres. Por eso, hoy es el día en
que seremos juzgados por la Palabra de Dios, pues deberemos confrontar nuestra
vida con el testimonio de Cristo. Hoy seremos juzgados según la medida de
nuestro amor servicial al prójimo.
Celebremos
la fiesta de Cristo Rey y miremos nuestra vida desde este gran espejo de
nuestra fe: Jesús que da su vida por la salvación de todos.
En la primera lectura se nos habla de
la misión de nuestros pastores (obispos, pastores...) que es
orientar, encarrilar, curar, vendar..., apacentar. Pero ¿apacientan o se
apacientan? "¡Ay de los pastores que se apacientan a si mismos! ¿No son
las ovejas lo que tienen que apacentar los pastores? Os coméis su enjundia, os
vestís con su lana, matáis las más gordas..."
-Apacentarse,
y no apacentar, es la actitud de esos jerarcas, más funcionarios que seguidores
de Jesús, que no se dedican a proclamar el mensaje liberador de Jesús sino a
anunciar a todos los vientos "sus verdades", queriendo que todos
comulguen con estas ideas que, demasiadas veces, nada tienen que ver con el
mensaje del Evangelio.
-Apacentar,
y no apacentarse, es estar cerca del oprimido, del pobre, del que no puede
devolvernos nada porque nada tiene.
-Apacentar,
y no apacentarse, es saber escuchar el balido débil de las ovejas marginadas,
pisoteadas, de los que vagan por la vida sin rumbo fijo, sin pan ni vestido.
-Apacentar,
y no apacentarse, es tratar con el marginado, con la prostituta, con el enfermo
de sida, con el pobre extranjero que recorre nuestras calles para poder
malvivir...
-Apacentar,
y no apacentarse, es salir en defensa del desvalido frente a los poderosos y
prepotentes de la vida, es.
-¿No
tendrán parte de culpa, por descuido, los pastores de tantas desgracias y
miserias que nos rodean?.
-Pero
entre la grey cristiana nunca debe cundir el desaliento. El texto de Ez termina
con la promesa de un nuevo pastor (vv. 23-25) que nunca nos abandona. Este
pastor es Jesús, siempre fiel a su pueblo; no permitirá que sus ovejas anden
errantes sin dirección, sin pastor..
El salmo 22, tesoro
auténtico del salterio, alimento espiritual de miles de generaciones que se han
visto fortalecidas y animadas con la simple lectura de este salmo.
El
salmo 22 afirma esto que debemos meditar sin prisas: "El Señor es mi pastor: nada me falta; en verdes praderas me hace
recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas, me guía por
el sendero justo; aunque camine por cañadas oscuras, nada temo...; tu vara y tu
cayado me sosiegan".
"
El Señor es mi pastor, nada me falta"
(v. 1).
El
corazón del pastor me ha reconciliado con la banalidad de todo el rebaño. Las
deficiencias de los demás ya no me escandalizan. Sé a dónde mirar y me doy
cuenta de que «nada me falta» (v. 1). Cuando se ha descubierto el corazón del
pastor, no se tienen ganas ya de hacer el inventario de las miserias de los
compañeros de viaje.
(vv.
2-3)."En verdes praderas me hace
recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas"
Jugamos a ser personas importantes, siempre
atareadas. Oración, distensión, silencio, reflexión. No tenemos tiempo para
estas cosas. Tenemos todo el tiempo ocupado en mil naderías, que llamamos
pomposamente «compromisos urgentes», «necesidades improrrogables» y no tenemos
un minuto para dedicarlo a nosotros mismos. Por eso estamos siempre cansados. Y
nuestro espíritu en vez de robustecerse, se entristece y entumece
alarmantemente, ni nos damos cuenta de que existe. Damos vueltas en el vacío,
creyéndonos que hacemos algo.
No
pongo en duda que me guíes «por el
sendero justo» (v. 3). Justo con el criterio de Dios. Según el camino de
Dios para mi. Puede que no coincida con el camino o sendero que yo quiero
recorrer.
(v.
4). "Aunque camine por cañadas
oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo"
Como
quiera que sea el sendero está allí y yo me voy por él. Pero cuando creo que me
separa una gran distancia del rebaño, cuando he perdido todo camino de vuelta,
me encuentro junto a ti, «tú vas conmigo»
(v. 4). Ahora me siento seguro: «tu vara
y tu cayado me sosiegan» (v. 4).
Después
de esta visión reemprendo el camino acostumbrado lleno de polvo, accidentado y
aburrido. Pero no me lamento ya «porque
tú vas conmigo» (v. 4).
A
veces soy yo quien va a buscar el mal. Un sendero seductor y voy por él sin
pensar. El rebaño me molesta. Algunas normas no las entiendo. Ciertas
imposiciones pesan demasiado. Las prohibiciones me irritan, las considero
atentados contra mi libertad. Además, precisamente las ovejas que se dicen más
fieles y celosas, viéndolas de cerca, me desilusionan y casi me empujan a
marchar, hay virtudes que me hacen odiar a ciertas personas que se dicen virtuosas.
También
aquí bastaría con mirar al pastor en vez de fijarse en la miseria, la porquería
e hipocresía de ciertos compañeros de viaje.
Has
tomado la iniciativa, me acompañas siempre. Has abandonado a las otras. Una
oveja extraviada vale tanto para ti como todas las otras juntas.
Has
venido a buscarme. A pesar de que alguien te diría: «No te preocupes, déjale,
al fin de cuentas ha sido porque ha querido, nadie le ha echado, puede volver
cuando quiera...».
Ni
una palabra siquiera de reprensión. «¿Qué has hecho?. ¿Mira cómo estás?». He
entendido en qué estado me encontraba por tu gesto de subirme a las espaldas
evitando hasta la fatiga del retorno. Y como castigo:
(v.
5). "Preparas una mesa ante mí enfrente
de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa"
(v.
6)." Tu bondad y tu misericordia me
acompañan todos los días de mi vida (v. 6). Y habitaré en la casa del Señor por
años sin término"
La
segunda lectura es una síntesis del sentido de la historia desde la
perspectiva cristiana. El trasfondo lo constituye la propia historia, es
decir, el quehacer humano, pero en cuanto víctima de unas fuerzas y poderes
intrahistóricos, cuya sinrazón última está en el propio hombre, tipificado en
Adán, y cuyo desenlace inevitable es la muerte en su vertiente trágica de
ausencia de todo posible horizonte.
El
papel principal ya no lo tiene Adán, sino Cristo, cuya aparición en escena ha
dado al traste con la hegemonía de la sinrazón.
Cristo
no es un protagonista con alcance exclusivamente individual; es primicia, es
decir, el primer fruto de una gran cosecha y la garantía cierta de la misma. A
la vez, Cristo no actúa por cuenta propia: es el enviado de Dios Padre. Es,
pues, el Padre quien en definitiva está compro- metido en la lucha a muerte con
la sinrazón. ¡Y el compromiso de Dios es eficaz! (=omnipotente). Es éste el
fundamento último de por qué Cristo es la certeza total y absoluta que el
hombre tiene.
Llegará
un día en que el proceso histórico puesto en marcha por Cristo se manifestará
en toda su fuerza y dimensión. Ese día se revelará al fin con toda claridad que
Dios había sido desde siempre la razón de ser del hombre.
En el evangelio San Mateo con la
imagen profética del juicio final, propone un ejemplo claro de cómo vivir hoy,
esperando responsablemente la venida del Hijo del hombre: el test
definitivo de la propia verdad y fidelidad de hombres, condición esencial para
la salvación/perdición definitiva, se juega en las relaciones cotidianas de
acogimiento o rechazo del necesitado, signo objetivo de la presencia humilde y
escondida de Cristo rey..
El
golpe de efecto de la separación de los hombres ante el trono del rey no son
las seis obras de misericordia a los necesitados, sino la identificación del
rey con los más pequeños de sus hermanos, que revela, al mismo tiempo, su nuevo
rostro y la radical seriedad de la acción solidaria hacia los necesitados.
San
Mateo funde, en esplendida síntesis, los dos ejes alrededor de los cuales gira
su mensaje evangélico: Jesucristo y el
amor solidario, síntesis de la voluntad de Dios Padre que está en los cielos.
El
hijo-rey, sentado como juez escatológico, se autopresenta como el que ha tenido
hambre y sed, el que ha sido forastero y ha andado desnudo, enfermo y en la
cárcel. Por tanto, el cara a cara decisivo entre los hombres y Cristo no tiene
lugar en un marco de gestos heroicos y extraordinarios, sino en la cotidianidad
de los encuentros humanos.
¿Qué nos dirá a nosotros Jesús: "Venid,
benditos de mi Padre" o "Apartaos de mí, malditos?" Y
preguntémonos: ¿Damos de comer a los que pasan hambre, aquí y en los países del
Tercer Mundo? ¿Acogemos a los forasteros? ¿Visitamos a los enfermos? ¿Visitamos
a los presos y tenemos verdadera "compasión" (="sufrir
con") por los delincuentes? Estos son los criterios. "Todas las
naciones" reunidas ante Jesús creían, seguramente, que los criterios
serían si uno había dado terrenos para edificar iglesias o si había escrito
artículos defendiendo la fe católica o si había rezado mucho, y se encontraron
con que todas estas acciones, aunque importantes y buenas, no eran los
criterios definitivos.
El
juicio escatológico muestra:
a)
lo que le está permitido esperar a los que practican obras de amor en clave
minimalista: Si alguno despreciare alguno de estos preceptos menores … será
tenido por menor en el reino … (5,9), pero de profundo significado evangélico:
… el que diere de beber a uno de estos pequeños un vaso de agua fresca… no
perderá su recompensa (10,49); el que se humille como un niño… será el más
grande en el reino (18,4); …tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me
disteis de beber, estaba desnudo y me vestisteis, peregriné y me acogisteis…
(25,35),
b) lo que pueden esperar los que practican
obras de egoísmo y omiten la justicia en asuntos supuestamente irrelevantes
como ir por el camino ancho y fácil: ancha es a puerta y espaciosa la senda que
conduce a la perdición (7,13); al que no tuvo piedad con su deudor, …lo entregó
a sus torturadores hasta que pagase toda la deuda… (18,30.34); al siervo que no
está en vela, su Señor lo enviará a un lugar en el que habrá llanto y rechinar
de dientes (24,51)a las vírgenes que olvidaron el aceite para recibir al esposo
se les cerró la puerta (25,10) … a los que no han dado de comer, ni de beber,
ni de vestir, ni han acogido al extranjero… irán al suplicio eterno (25,46).
San
Mateo, como hemos visto a lo largo del año, tiene la preocupación por mostrar
cuál es el estilo de vida que ha de llevar el nuevo pueblo de Jesús. El nuevo
pueblo sabe que los criterios son éstos. Y sabe también que sólo el seguimiento
de estos criterios hace que tenga sentido pertenecer a la comunidad de los seguidores
de Jesús.
El
Reino es otorgado no a aquellos que han luchado por conseguir un lugar público
para el Rey-Cristo en la sociedad, sino a aquellos que -sin necesidad de
conocerlo explícitamente- lo han servido en cada "uno de éstos mis
humildes hermanos".
«El
infierno son los otros» decía J. P. Sartre. El infierno son los otros cuando
cada uno se empeña en comer para sí mismo. El cielo son los otros cuando cada
hombre no se preocupa de sí mismo, sino de dar de comer a los hermanos. Ese es
el cielo al que aspiramos, el Reino de Dios que comenzamos ya a construir.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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