viernes, 30 de junio de 2023

Comentario a las lecturas del XIII Domingo del Tiempo Ordinario 2 de julio 2023

Comentario a las lecturas del XIII Domingo del Tiempo Ordinario 2 de julio 2023


La primera lectura
es del segundo  libro de los reyes (2 R 4, 8-11. 14-16a)

El anuncio del nacimiento,  del hijo de la sunamita es una historia enmarcada en las promesa de un hijo a unos padres ancianos, como recompensa por su hospitalidad, y correspone a un género literario denominado "saga" que ya aparece en las narraciones patriarcales (v. g., promesa a Abraham y a Sara: Gn. 18, 1-15O y también en el NT. (v. g., la promesa de Juan el Bautista hecha a Isabel). 

Eliseo  acostumbraba a pasar por Sunem, especialmente cuando iba del Carmelo a su tierra natal.

Eliseo era rechazado por buena parte del Pueblo, especialmente por las autoridades políticas y religiosas. O sea: por la gente principal. Suele ocurrir, porque los hombres de Dios suelen cuestionar lo que hay, lo que se hace, lo que se piensa, lo que ha sido tradición -mal entendida- o tradición «interesada» durante mucho tiempo. Intentan poner las cosas en su sitio, y claro, a los que les va bien, no tienen el menor interés en que algo cambie. Estas cosas ocurrían en aquel entonces y ocurren también hoy.

  Parece que la sunamita tenía la costumbre de recibir al profeta en su casa e invitarle a comer. En la cultura judía, sentar a alguien a la mesa era un gesto de intimidad, de acogida, de cariño, de ofrecimiento personal. Ella es rica, es decir, tiene su vida resuelta, le va bien, tenía una buena posición y algún prestigio social, y por tanto se las apañaba por sí misma.”

Pero aquella mujer, capaz de percibir quién y qué era Eliseo, con la vida resuelta, tenía un vacío en su vida. Es posible que ese vacío, ese sufrimiento silente, le hubiera hecho más perceptiva para según que cosas. Ya alguien habló de ese crisol que purifica la vida interior que es el sufrimiento. No un sufrimiento buscado, sino uno inevitable, el que viene de vivir en coherencia la propia fe y el que viene de la propia fragilidad humana sometida a la enfermedad y la muerte.

En cualquier caso, su trato con Eliseo le provee de lo que más necesitaba, lo que más esperaba, su atención al profeta le obtiene de Dios el don de la vida.

Nos fijamos  en dos escenas :

-Hospitalidad de la sunamita (vs. 8-11): Sunem pudo ser un santuario israelita situado al Sur del Tabor, no lejos del Carmelo, y probablemente habitado por una comunidad de profetas.

Eliseo no se hospeda en su comunidad, sino en el hogar de la sunamita, prototipo de todo ser humano capaz de descubrir a Dios en la persona y obra del profeta. Tal vez los suyos no lo hubieran recibido... La mujer le prepara una cama, mesa, silla..., todo un superlujo para cualquier israelita habituado como estaba a dormir en la sala común sobre una dura esterilla que se desenrollaba al caer la noche. Recibir al profeta es un gran honor para la sunamita, pero para ser como ella necesitamos una mente muy abierta para saber discernir el dedo de Dios que pasa haciendo el bien. No abrir su casa a Eliseo hubiera sido cerrarla al Señor, cerrarla al futuro de las bendiciones. Pero abrirla a otros muchos que se presentan como los "oficiales" del Señor hubiera supuesto abrirla a unos chantajistas que juegan con Dios. La actitud adoptada por la sunamita no era nada fácil.

-Agradecimiento del profeta (vs. 12-17): Eliseo se pregunta: ¿Qué podríamos hacer por ella? (v. 14). Agradecido, el profeta quiere recompensarle ofreciéndole en primer lugar una recomendación de tipo político (v. 13: ¿una exención fiscal o militar? No seamos malos, esta oferta no llega a tráfico de influencias). Ante una negativa de la mujer, le anuncia a la anciana el nacimiento de un niño... Sara no se lo creyó, la sunamita también recela...

 

El responsorial es el salmo 88, (Sal 2-3. 16-17. 18-19). Es un "salmo real", cuyo fondo es la ceremonia de entronización de un nuevo rey: el trono, los atavíos reales, la corte, el palacio, los guardias, la campaña para vencer a los enemigos.

Pero estamos en Israel, sabemos que el régimen político de este pueblo tenía un carácter muy particular: el verdadero "rey" era Dios. De ahí que el comienzo del poema es un "himno" que canta el poder real de Yahveh.

Así comenta San  Agustín los versículos de este salmo: "[v.2]. Cantaré eternamente, Señor, tus misericordias; y mi boca anunciará tu verdad de generación en generación. Que mis miembros den honra, dice, a mi Señor. Yo hablo, pero hablo tus cosas; mi boca anunciará tu fidelidad. Si no soy obsecuente, no seré un siervo; si hablo por mí, soy un mentiroso. Entonces, yo hablaré, pero de tus cosas. Aquí hay dos realidades distintas: la tuya y la mía: la tuya es la verdad; la mía es la boca que habla. Oigamos, pues, qué verdades dice, y qué misericordias va a cantar.

3. [v.3]. Porque has dicho: La misericordia será edificada para siempre. Esto es lo que yo canto; esta es tu verdad, y mi boca está dispuesta a servirle anunciándola. Porque has dicho: La misericordia será edificada para siempre.

....

Ha expresado las misericordiosas, ha expresado la verdad; y ahora de nuevo las ha unido de esta forma: Porque has dicho: La misericordia será edificada para siempre. Tu verdad será cimentada en los cielos. También aquí repite la misericordia y la verdad. Porque todos los caminos del Señor son misericordia y verdad3. No aparecería la verdad como cumplimiento de las promesas, si la misericordia no precediera en la remisión de los pecados. Además, como se habían prometido proféticamente muchas cosas al pueblo de Israel, que procedía de la estirpe de Abrahán según la carne, y así se propagó aquel pueblo en el que habían de cumplirse las promesas de Dios; y, con todo, Dios no secó el manantial de su bondad para con las naciones extranjeras, que puso bajo el amparo de los ángeles, reservándose para sí únicamente la porción del pueblo de Israel. En estas dos estirpes el Apóstol distribuye, distinguiendo en cada una de ellas la misericordia de Dios y la verdad. De hecho, dice que Cristo se puso al servicio de los circuncisos a favor de la veracidad de Dios, para confirmar las promesas hechas a loso padres. Ya veis cómo Dios no engañó, y cómo no ha rechazado a su pueblo, que había conocido de antemano. Pues cuando se trata del abandono de los judíos, para nadie creyese fueron reprobados hasta el punto de no recogerse, en aquella bielda, ni un solo grano en las trojes, dice el apóstol que Dios no rechazó a su pueblo, que había conocido de antemano; porque yo también soy israelita4. Si todo él fueron espinas, ¿cómo yo, que os hablo, sería un buen grano? Luego La verdad de Dios se cumplió en aquellos israelitas que creyeron, y así vino a juntarse a la piedra angular una pared procedente de la circuncisión5. Pero aquella piedra no habría constituido el ángulo, si no hubiera sustentado la otra pared que procede de los gentiles. Aquella primera pared pertenece propiamente a la verdad, y esta segunda a la misericordia. Digo, pues, afirma el Apóstol, que Cristo se puso al servicio de la circuncisión, en favor de la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los patriarcas, y para que los gentiles glorificasen a Dios por su misericordia6. Con razón, En los cielos está cimentada tu verdad. En efecto, todos aquellos israelitas llamados apóstoles, se han hecho los cielos que proclaman la gloria de Dios. De estos cielos se dice: Los cielos proclaman la gloria de Dios, y el firmamento pregona la obra de sus manos. Y para que estéis seguros de que se habla de estos cielos, dice a continuación refiriéndose más expresamente a ellos: No es con palabras, ni con discursos cuyas voces no se oirán. Mira a ver a qué palabras se refiere, y no encontrarás otras arriba, sino las de los cielos. Si se trata, pues, de los Apóstoles, de cuyas conversaciones se ha oído su voz, son ellos de quien se ha dicho: A toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los límites del orbe su lenguaje7; porque aunque hayan muerto antes de que la Iglesia llenase el orbe de la tierra, no obstante sus palabras llegaron hasta los confines de la tierra. Bien cumplido vemos aquí lo que ahora leemos: Tu verdad será cimentada en los cielos.

[vv.16-17]. ¿Y no nos vamos a alegrar de todas estas cosas? ¿O seremos capaces de comprender aquello de lo que nos gozamos? ¿Y las palabras serán capaces de expresar nuestra alegría? ¿O le será posible a la lengua expresar nuestro regocijo? Si, pues, no hay palabras capaces de ello, Dichoso el pueblo que conoce el júbilo. ¡Oh pueblo feliz! ¿Te parece a ti que conoces el regocijo? No es posible ser feliz si no sabes lo que es el regocijo. ¿Qué quiere decir que conoces el regocijo? Que sepas por qué te alegras de lo que no se puede explicar con palabras. Porque tu alegría no procede de ti, sino que el que se gloría, que se gloríe en el Señor. No te regocijes en tu soberbia, sino en la gracia de Dios. Fíjate cómo la gracia es tan grande, que la lengua no es capaz de explicarla; y entonces sí, habrás entendido lo que es el regocijo.

[v.18]. Porque tú eres gloria de su fortaleza, y según tu beneplácito se realza nuestro poder; porque a ti te ha parecido bien, no porque nosotros somos dignos.

 [v.19]. Porque Dios es nuestro apoyo. Puesto que yo he sido empujado como un montón de arena, para que cayera, y habría caído, si el Señor no me hubiera apoyado. Porque el Señor es nuestro apoyo, el Santo de Israel nuestro Rey. Él es quien nos sostiene, él te ilumina: con su luz estás seguro, en su luz caminas, por su justicia serás exaltado. Él te ha recibido, en tu debilidad él te protege; él te hace robusto por su fuerza, no por la tuya. (San Agustín. Salmo 88 I).

 

La segunda lectura es de de la Carta a los romanos (Rom 6,3-4.8-11) . Es un texto  típico de la Cristología paulina.

San Pablo presenta a Cristo solamente en sí mismo, sino en cuanto hace referencia y referencia salvadora, a nosotros.

San Pablo parte de una sencilla reflexión acerca del bautismo. El bautismo nos ha sumergido en la muerte de Cristo, hemos sido sepultados con él; pero también hemos resucitado con él para llevar una vida nueva. Es el bautismo el que nos hace participar plenamente del misterio pascual de Cristo, el signo que es una semejanza de la muerte y resurrección de Cristo y encierra en sí toda su realidad y actualidad.

La doctrina es sencilla y rigurosa; su puesta en práctica se revela difícil y siempre en situación de comenzar de nuevo.

Así la Resurrección la relaciona con sus efectos en la humanidad. Se fija en la transformación que comporta a los hombres que participan en ella. Evidentemente, se trata de una transformación para la salvación de estos hombres. Esta unión de Cristo y el cristiano se da en el bautismo y en la fe (téngase presente el modelo del bautismo de adultos, en el que la relación fe-sacramento es más clara que en el de niños). A partir de ahí, nos hacemos solidarios con el Señor resucitado, igual que él se ha hecho solidario con nosotros en su condición humana. Somos como arrastrados hacia su destino glorioso.

Esta condición nueva es descrita en estos versículos con las imágenes de vida y libertad, que se repiten a lo largo de este capítulo. Especialmente en el paso "muerte a vida" se intenta visualizar la transformación ocurrida. Lo cual indica la profundidad de ella. Supera con mucho los límites de una ética o una moral para colocarse en el plano del ser, que San Pablo describirá otras veces con vocabularios como "nueva creatura", "hombre nuevo", etc.

"Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo...": La vida del cristiano debe identificarse con las acciones salvíficas de la vida de Cristo, que para san Pablo se centran en la muerte, sepultura y resurrección. La fe y el bautismo nos introducen en ellas. Y así como el poder y la gloria del Padre se manifestaron en la resurrección de Cristo, también se manifiestan en el bautizado por el hecho de participar en la vida nueva del Resucitado. - "Si hemos muerto en Cristo, creemos que también viviremos con él...": La vida nueva del cristiano es, sin embargo, solo perceptible por la fe. Cristo no resucitó sólo para reivindicar su mesianidad o su justicia, sino en orden a llevar el hombre a una vida nueva por la fuerza del Espíritu.

 

El evangelio es de  San Mateo (Mt 10,37-42), El evangelio de hoy presenta el final de uno de los cinco discursos de Jesús, referido en este caso a la actividad apostólica. Jesús pronuncia, como  acabamos de escuchar, unas sentencias de radicalidad inaudita y extrema. Nunca ni nadie ha pretendido tanto. Exige lo que nadie se atrevió jamás a exigir. Pide una preferencia radical por él superior a la de los hijos en relación con sus padres, o la de los padres en relación con sus hijos. Por si ello fuera poco, exige a todos llevar su misma cruz. Eso no podríamos entenderlo si no hemos llegado a comprender el sentido de la encarnación y de la misión de Jesús en el mundo. Él ha venido a darnos, primero, lo que él nos pide. Nos introduce en la familia de Dios, nos deifica, comparte con nosotros su condición divina. Preferirle a él es la máxima opción posible en favor de los que amamos. Nunca amamos tanto como cuando vivimos en la cercanía de Dios.  Optar por Cristo es siempre la mejor opción del hombre. En él asumimos lo Absoluto. En Cristo siempre elegimos la mejor parte.

Optar por Cristo es optar siempre por una identidad superior. Con Cristo y en él entramos en el sentido más rico y profundo de la vida. Con Cristo y en él se realizan en nosotros los mejores ideales y deseos, las más gratificantes posibilidades. Nuestras vidas adquieren en Cristo un claro alcance que nos inserta en Dios. Tener como horizonte a Dios es nuestra más dichosa posibilidad. Nuestra vida en Cristo es nuestra suprema realización. En nuestra vida no deberíamos contraponer, sino integrar lo divino y lo humano, lo temporal y lo eterno, nuestra fe y nuestra capacidad de amar. Dios nos ha diseñado en Cristo desde toda la eternidad y Cristo es nuestra única historia, nuestro fin esencial y  total. Estamos diseñados para convivir eternamente con Dios, siendo cielo de Dios, amando con su amor, gozando con su misma dicha.

El texto de hoy es continuación del domingo anterior y recoge  las palabras de recomendación y de ánimo dadas por Jesús al nuevo Pueblo de Dios en previsión de las dificultades que ciertamente experimentará, al decidir seguir es estilo de vida evangélico.

Los vv. 37-39 tratan específicamente de la adhesión personal e íntima que hay que dar a Jesús para seguirle.

El v. 37 utiliza un lenguaje profético: rápido, intuitivo, desconcertante. Un lenguaje que busca concienciar al oyente de una necesidad imperiosa. va dirigido a todos y cada uno de los componentes del nuevo Pueblo y no a un grupo especial o de aspirantes a la perfección. No es fin en sí mismo sino medio para algo.

Descubrir este "para algo" es dar con el sentido de lo que se dice. El "para algo" de nuestro texto es la urgencia imperiosa de un nuevo Pueblo que revele y sustituya al viejo y decrépito pueblo religioso. La necesidad de un nuevo Pueblo religioso es un objetivo indeclinable; su existencia no se puede diferir en absoluto. El v. 37 no establece una jerarquía o una prioridad de sentimientos o afectos (primero Jesús, después la familia). Jesús no reclama el afecto de sus seguidores. Jesús sencillamente resitúa el mundo del sentimiento en el marco de un objetivo que dé a ese mundo una perspectiva, un horizonte, una razón de ser última.

La idea del versículo 38 es que seguir a Jesús es seguirle por un camino de sufrimientos públicos y violentos.

"Tomar la propia cruz" no es una expresión metafórica. La Cruz no es el medio y el símbolo de la unión mística del cristiano con Cristo. La cruz es el medio para hacer morir a Jesús y a sus discípulos. Jesús no prescribe a sus discípulos hacerse una cruz para seguirlo hasta el Calvario; pero tampoco alude a cualquier clase de sufrimientos más o menos vagos. Anuncia a sus discípulos la misma violencia y el mismo desprecio público que soportará él mismo. Por consiguiente, no se trata principalmente de cargar consigo mismo (identificando la persona con la cruz), ni de cargar para ofrecerlo a Jesús o aceptar tal o cual sufrimiento personal, ni de reconocerse culpable ante Dios, ni siquiera de imitar a Jesús, sino de prever y aceptar la soledad humana y la oposición violenta y cuasi oficial.

"Tomar la cruz" viene expresado en el v. 39 como "perder la vida". Son expresiones equivalentes para significar "morir de muerte violenta". Pero Jesús dice a su discípulo que esta disponibilidad hasta dejarse matar es la verdadera manera de ser uno mismo, de ganarse, de vivir.

En la misma línea del domingo anterior, el v. 39 es una palabra de ánimo a quien puede comprensiblemente experimentar el desánimo por lo difícil de la situación.

El v. 40 es la  conclusión de la instrucción a los apóstoles. Lo que es una adquisición personal, el conocimiento de la persona de Jesús, tienen que llegar a plenitud por la vida. Vivir la fe es construir la vida, no con una pretenciosa relevancia, sino con una sencilla colaboración. Así, dar hospitalidad al mensajero no es solamente recibir con los brazos abiertos al hermano, sino también acoger la palabra, aceptar el vivir como lo exige el compromiso adquirido ante Jesús. Palabras difíciles del evangelio, pero cargadas de esperanza.

En la línea de levantar el ánimo están redactados los vs. 40-42. Estos versículos  harán ver que esta adhesión íntima a Jesús tendrá que hacerse totalmente pública.

Al final de la instrucción de los doce, se hace la alabanza para con aquellos que los recibirán, y recibirán por medio de ellos el mensaje. El mismo Jesús se identifica con ellos, está presente en quienes anuncian el Evangelio. Aquí los doce representan toda la comunidad de los discípulos, en la que hay "profetas", "justos" y "pequeños". Este último adjetivo los caracteriza de una forma muy conforme con la primera bienaventuranza (5,3). Posiblemente se refieran a todos aquellos nuevos miembros recién incorporados a su comunidad, procedentes del paganismo, y que son observados a distancia por los judeocristianos.

Las palabras de Jesús que escuchamos en el evangelio de este domingo nos parecen duras. Es difícil ser cristiano. Por eso, antes de nada, debiéramos pedir espíritu de discernimiento. Jesús no nos habla de una alternativa (familia o Él), pues no puede negar algo bueno como es la familia, sino que quiere indicarnos que Él es el primer amor. Estamos ante el primer mandamiento: amar a Dios y lo que significa. Frente a las obligaciones familiares socialmente importantes o a las sugerencias familiares materialistas, Jesús propone una radicalidad absoluta, una armonización total entre la vida familiar y la opción de fe; propone purificar lo que en nuestras relaciones familiares o sociales no genera vida porque son contrarias al evangelio.

Jesús está hablando a misioneros, y ser testigo cristiano no es propagar doctrinas, sino tener la actitud de vida existencial del Crucificado, el estilo como perciben la realidad de la vida los crucificados del mundo. Nunca hay que olvidar que “el llevar la cruz”, por excelencia cristiana es la cruz del testimonio, el estilo de vida y situación constante que vivió Jesús aquellos momentos desde que fue condenado hasta que fue ejecutado, para nosotros es el “cada día”, todos los días.

 

Para nuestra vida

En el relato de la primera lectura contemplamos al profeta portador de la Palabra, auténtica y poderosa de Dios. El texto se enmarca en relatos de mujeres estériles que dan a luz. Lo que los ángeles realizaron en Sara y en las otras mujeres estériles al darles la fecundidad, es capaz de realizarlo también la Palabra, en beneficio de una pagana. El profeta es, pues, depositario real de la Palabra creadora y vivificante de Dios.

-Es sabido que una mujer que no tiene hijos propios proyecta sobre un extraño su afecto maternal. Eliseo, que ha abandonado su familia para ponerse al servicio de Dios, es aquí el beneficiario de esta bondad. Se destaca las actitudes de hospitalidad y de acogida.

Pero acoger a una persona insignificante significa acoger a Dios mismo (Mt 10. 40): la mujer experimenta este hecho beneficiándose de la visita de Dios. Al poner todo su ser al servicio de la hospitalidad, esta mujer descubre en Dios el secreto de su bondad.

El profeta sabe descubrir la necesidad y promete un hijo. Cada uno de nosotros como nuevos mensajeros del Señor también debemos saber ser útiles a la humanidad y no perderse en discursos largos y demasiadas veces vacios que ni siquiera nosotros mismos nos los creemos.

Eliseo, no pensaba al principio hacer milagros, pero le anuncia proféticamente que a la vuelta de un año tendrá el hijo deseado. Lo mismo que Sara, la madre de Isaac, esta mujer recibe el anuncio con escepticismo. Pero también ahora se va a cumplir la palabra de Dios, la palabra del profeta. En ambos casos, el nacimiento del hijo prometido será una recompensa de Dios a la hospitalidad prestada a sus enviados. Siglos más tarde, Jesús establecerá esta ley de retribución: "Quien reciba a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta" (evangelio de hoy).

 

El salmo nos sitúa ante una actitud de agradecimiento al DiosCantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Porque dije: tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad».

El llamamiento es claro y definitivo. Dios es poderoso, todo lo puede en el cielo que tú has hecho y en la tierra que has creado. Además de ser poderoso, es fiel, cumple siempre las promesas que hace.

Se enumeran las obras hechas a David. La promesa a David de que sus descendientes gobernarían a Israel para siempre, promesa que seguiría en pie aunque esos descendientes no fueran dignos. El trono de David en Israel sería tan firme como el sol y la luna en los cielos.

Toda la tradición, desde la generación apostólica, han visto en David rey el gran tipo de Cristo. El es verdaderamente el primogénito del Padre, su trono es eterno, vence a los enemigos y extiende su poder a todo el mundo; él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua.

La paradoja es que el Padre permitió a su Hijo pasar por la afrenta y la derrota, lo hizo entrar en la zona de la cólera divina, en la dimensión contada del tiempo humano; sostuvo a sus enemigos y lo dejó bajar hasta la muerte. ¿Dónde quedaba la misericordia y la fidelidad del Padre?

Todos los títulos y todos los poderes se los da el Padre a su Hijo, de modo nuevo y definitivo, en la resurrección. Aquí es necesario situarnos ante la reflexión que San Pablo hace  de la resurrección. A la luz de esta, resplandecen más el poder cósmico y el poder histórico de Dios; se ve que la ira y el castigo eran limitados; con la luz de la resurrección realizada en Cristo y compartida en nosotros desde el bautismo, comprendemos finalmente y cantamos en un himno cristiano «la misericordia y la fidelidad de Dios».

Alabanza y fiarse de las promesas es válido y necesario para nuestra vida cristiana.

Es muy importante como nos dice San Agustín que Dios es el que realmente obra: "Es así, dices, como yo edifico; pero a algunos los destruyes para edificarlos. Porque si ningunos fueran destruidos para ser edificados, no se le habría dicho a Jeremías: Mira que te he puesto a ti para destruir y para edificar1. Y, sin duda, todos los que adoraban a los ídolos y rendían culto a las piedras, no habrían podido ser edificados en Cristo, si antes no fueran destruidos en su primer error. Además, si algunos no fueran destruidos, para no ser ya edificados, no se habría dicho: Los destruirás, y ya no los edificarás2. Ahora bien, para que no se pensase, por los que son destruidos temporalmente, y luego reedificados, que lo serían también temporalmente, el salmista, cuya boca está al servicio de la verdad de Dios, se atiene a la misma verdad de Dios. Por eso anunciaré, por eso hablo: Porque tú has dicho; yo, hombre hablo con seguridad, porque tú, Dios, has hablado; y, aunque yo titubee con mi palabra, seré confirmado con la tuya. Porque tú has hablado. ¿Y qué dijiste? La misericordia será edificada para siempre. Tu verdad será afianzada en los cielos. Repite ahora lo que había dicho al principio: Cantaré eternamente, Señor, tu misericordia; y mi boca proclamará tu verdad de generación en generación". (San Agustín. Salmo 88 I).

 

En la segunda lectura San Pablo insiste en el hecho de que la resurrección de Cristo no es tan solo un hecho aislado, prenda de una resurrección futura, sino que nos compromete ya desde ahora con Él. Estamos ya muertos "con él" (v. 3), estamos ya enterrados "con él" (v. 4), vivimos ya "con él" una vida nueva (v. 5)..., cinco veces aparece la palabra "con" en estos pocos versículos para que el cristiano tome conciencia de que el bautismo ya le ha sumergido en el proceso que le conduce a la resurrección. La muerte natural no puede comprometer el desarrollo de un proceso que hace penetrar cada vez más en nuestros miembros una vida divina, a la medida de nuestra imitación del servicio, del desprendimiento de uno mismo, del amor que constituyen las características de la muerte del Hombre-Dios y de la vida de Dios.

Esta intima relación de la resurrección  de Cristo con la humanidad, tiene dos consecuencias: Esta nueva vida es operativa y no sólo interna. Y esa actividad conforme a la nueva condición no es automática, sino requiere una actitud por parte del cristiano. Por ello se combinan en el texto expresiones en indicativo que expresan lo sucedido de hecho, y en exhortativo, que animan a vivirlo consciente y humanamente. Con Cristo hemos muerto al pecado, pero tenemos que considerarnos muertos a él y vivir conforme a eso. Tenemos vida nueva, pero hay que vivirla para Dios. Es una tensión entre el ser que ya se es y el deber ser que lo pone en la práctica por así decirlo. No se puede olvidar ninguno de estos extremos.

Otra consecuencia es la eterna tensión escatológica, en la base de la expresión anterior, entre el "ya" -lo que se es- y el "todavía no" -el vivirlo seriamente.

En adelante, nuestra vida es nueva y, por consiguiente, también su orientación es nueva. Porque nos hemos convertido en ese Cristo del que nos hemos revestido, y porque ese Cristo que somos ha muerto al pecado y vive para Dios en Cristo.

Cambiar de mentalidad, revisar la orientación de nuestra vida, conformar nuestros juicios de valor con aquello en que nos hemos convertido, en esto consiste la actividad primordial de todo hombre bautizado en Cristo. La severidad de esta condición de vida no es más que una de sus facetas; todos cuantos hacen la experiencia de esta incesante búsqueda de adaptación a su nuevo ser, saben que es un trabajo de esperanza capaz de entusiasmar y origen de paz y de gozo. Es preciso desear "gustarlo" y no creer que se trata únicamente de la pretensión de los "especialistas" de la vida cristiana. En realidad, es el ideal fundamental de todos cuantos han optado por Cristo.

 

En las palabras del texto evangélico de la misión distinguimos dos secciones: en primer lugar, la necesidad que tiene aquel que es enviado de una adhesión personal a Cristo por encima de todo; y, en segundo lugar, la acogida que deben recibir los que son enviados.

El hecho de colocar el amor a los padres y a los hijos y el amor a Cristo uno junto al otro, no significa de ninguna manera un desprecio para el primero. Lo que quiere subrayarse es la exigencia y el sentido de totalidad que debe tener el amor a Cristo. Jesús no reclama para sí el mundo de los afectos familiares. Lo que pide es que esos afectos sirvan para un objetivo de bien común, y no para cerrarse en sí mismos.

La visión que Jesús tiene de los lazos familiares no es negativa; solamente quiere decir que, cuando la familia, en el grado o nivel que sea, llega a constituir un obstáculo para el reino, es preciso romper y hacer una clara opción por Jesús. No se pone tanto el acento en una situación límite cuanto en lo absoluto del reino, en la total disponibilidad del que va por los caminos de la fe.

La exigencia del seguimiento de Cristo es tan fuerte que pone en juego a toda la persona, de tal modo que esta debe estar dispuesta a perder su propia vida, a renunciar a sí mismo. La exigencia del amor a Cristo parece que va aumentando en intensidad en estas sentencias iniciales: en caso de conflicto, el discípulo será lo suficientemente libre como para que el amor humano no sea un impedimento para seguir a Cristo. Y esta vida de seguimiento es definida como tomar la cruz juntamente con el Maestro, como signo de la actitud de entrega personal y de sufrimiento que esto lleva consigo. Esta actitud supone, evidentemente, no tener miedo a perder la propia vida -lo mejor que tiene el hombre- por fidelidad a Cristo. Esta actitud va acompañada de una promesa: estos serán los únicos que verdadera y definitivamente se apropiarán de la vida.

Fijémonos ahora en la segunda "El enviado es igual que aquel que le envía". Las palabras de Jesús del versículo 40 ("el que os recibe a vosotros, me recibe a mí...") encajan perfectamente en esta idea corriente en el mundo judío. La dignidad le viene al discípulo de la palabra que le ha sido confiada por el propio Jesús, y, a través de Jesús, por el Padre. "Recibir" al discípulo no significará sólo ofrecerle hospitalidad, sino sobre todo aceptar la palabra de la que es portador. La actitud que se adopte para con el enviado es reflejo de la actitud que se tiene hacia Cristo.

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

 

 


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