Como el 19 de marzo, solemnidad de San José, coincide este año con el cuarto domingo de Cuaresma, la Conferencia Episcopal Española ha trasladado la celebración litúrgica de la solemnidad de San José al lunes 20 de marzo.
La tradición en el culto a San José tardó en tomar
fuerza dentro del mundo cristiano, a pesar de ser el padre elegido para Jesús.
El motivo más probable es que en sus orígenes los cristianos sólo rendían algún
tipo de culto a los mártires y no era el caso de San José.
En los principios del siglo IV ya comenzaba a aparecer
el culto a San José entre los Coptos (Egipcios de fe cristiana), apareciendo su
festividad en el día 20 de julio del calendario Copto.
En el mundo occidental aparecen las primeras
referencias a su culto en el año 1129, donde se encuentra una Iglesia dedicada
a su nombre en Bolonia (Italia).
Los padres Carmelitas fueron los primeros en trasladar
su culto desde Oriente hasta Occidente de una manera completa y tras su
aparición en el calendario Dominico fue ganando cada vez más fuerza.
Durante los años posteriores, grandes personalidades
que después fueron santos, en algunos de los casos, tuvieron una gran devoción
por San José, lo que hizo que su culto tomase más fuerza. Es significativa la
aportación de Jehan Charlier Gerson que en 1400 compuso un Oficio de los
Esponsales de San José.
En el pontificado de Sixto IV, San José fue
introducido en el calendario romano, que es el que ha llegado hasta nuestros
días, en el día del 19 de marzo.
Esto fue fundamental y a partir de ese momento se convirtió en fiesta simple, pasando luego a fiesta doble por Inocencio VIII, fiesta doble de segunda clase por Clemente XI. Finalmente Pío IX le nombró patrono de la Iglesia Católica.
Las lecturas tienen un marcado carácter mesiánico. Dios juró a David que su linaje sería perpetuo y que edificaría su trono para todas las edades (1 lect. y salmo resp.) José, el esposo de María, es de la estirpe de David, padre por la fe, de Jesús, en quien alcanzan su plenitud las promesas hechas por Dios en el Antiguo Testamento (2 lect.). José es modelo de fe, al aceptar la revelación divina sobre el embarazo de María: «No temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo» (Ev.). Así fueron confiados a su fiel custodia los primeros misterios de la salvación de los hombres (orac. colecta). Y él se entregó por entero al servicio del Hijo de Dios hecho hombre (orac. sobre las ofrendas).
Primera
lectura 2Sam 7 4-5, 12-14, 16.
El libro 2 Samuel comienza narrando el auge y el
reinado de David como rey de Israel e ilustra la generosidad y la bondad de
Yahvé con los que le son fieles. Sin embargo, al relatar los pecados de David y
de sus hijos Amnón y Absalón, en este libro también se muestran el pesar y la
tragedia que acompañan la violación de los mandamientos del Señor. A través de
su estudio del libro de 2 Samuel, los alumnos podrán aprender que si no somos
fieles en guardar los mandamientos de Dios, podemos cometer errores que alteren
dramáticamente el curso de nuestra vida y acarreen consecuencias dañinas para
nosotros y para otras personas.
No se sabe con certeza cuándo
ni dónde se escribió 2 Samuel. Tampoco se sabe con certeza quién escribió 2
Samuel. Los libros de 1 y 2 Samuel originalmente eran un solo libro de
Escritura.
En el libro 2 Samuel se narra la unción y el reinado de
David como rey de Israel. A David se le recuerda como el más grande rey de la
historia de Israel. Por causa de su fidelidad, Yahvé lo bendijo y lo honró. Sin
embargo, en 2 Samuel vemos que aun los más rectos pueden caer si no son
diligentes en guardar los mandamientos.
El relato de hoy nos sitúa ante la profecía
de Natán sobre la herencia de David referente al templo.
Habiendo narrado el autor el episodio del
traslado del arca desde Quiriat Jearim a Jerusalén, añade una noticia muy
distante, cronológicamente, de la anterior, pero unida por razón del tema. Lo
que en esta sección se refiere tuvo lugar hacia los últimos años de David,
cuando la paz interior habíase consolidado y en las fronteras del reino
imperaba la paz. Israel había dejado de ser un pueblo seminómada. El rey tenía
su palacio; sólo el arca ocupaba un edificio provisional y endeble. Este estado
precario del arca no podía prolongarse. De sus preocupaciones hizo confidente
al profeta Natán. “En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra del
Señor: “
La promesa de la perpetuidad de su trono está
condicionada, a que sus sucesores sigan los senderos de Yahvé y cumplan el
pacto de la alianza. En el ν. 16 promete Dios a David que su casa y su trono
durarán para siempre ante su rostro; pero no especifica cómo se realizará esta
promesa. Muchos exegetas no creen que el texto de 2 Sam 7:13-15 se refiera al
hijo determinado y concreto de David, Salomón, sino a toda su posteridad.
“Ve y dile a mi siervo David: "Esto dice el
Señor: Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré
después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el
trono de su realeza. Él construirá una casa para mi nombre y yo consolidaré el
trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mi
hijo. Tu casa y tu reino durarán para siempre en mi presencia; tu trono permanecerá
por siempre”. Esencialmente, la promesa se refiere a la continuidad de la
dinastía davídica en el trono de Israel (v. 12-16), como lo entiende el mismo
David. La perspectiva profética, pues, rebasa la persona concreta de Salomón.
Entre líneas cabe vislumbrar en el texto un descendiente de David en el que se
realizarán todos los matices y pormenores contenidos en el oráculo. De ahí que
gran número de exegetas admitan el carácter mesiánico de la profecía,
discrepando en señalar la manera como se refiere a la persona del Mesías. Unos
explican el texto en sentido exclusivamente mesiánico; otros, en sentido
literal, lo refieren a Salomón, y en sentido típico a Cristo.
La profecía será el origen de la espera en el Mesías; profecía que el Señor Dios cumplirá. Los judíos esperaban esa promesa y en tiempos de Jesús presidía los mejores anhelos del pueblo justo.
El
responsorial es el Salmo 88 (Sal 88, 2-5, 27, 29). En el se expresa
un profundo contenido mesiánico. En David
se fundará un ‘linaje perpetuo’ y se verificará una alianza estable. La
relación paternal de Dios con esa descendencia se expresa claramente.
El salmista declara solemnemente que las relaciones
del Señor con su pueblo y sus fieles se desarrollan siempre conforme a las
exigencias de su piedad y fidelidad.
Este modo de proceder Dios da ánimos al salmista para
abordar el problema de las relaciones históricas de su Dios con Israel, su
pueblo. La piedad y la fidelidad son dos atributos de Dios que permanecen por
siempre, y, por tanto, son indefectibles y aplicables a todas las situaciones.
El Señor es el mismo de los tiempos antiguos, cuando protegía a su pueblo; por
consiguiente, no puede abandonarlo cuando éste se halle en situaciones
críticas. “Cantaré eternamente las
misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Porque
dije: "Tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has
afianzado tu fidelidad. ” (salmo 88, 1-2). La fidelidad de Dios a sus
promesas tiene sus cimientos en los cielos, que son inconmovibles; por eso, sus
promesas llevan el sello de la estabilidad inalterable. Y entre ellas sobresale
la declarada a David.
“Yo sellé una alianza con mi elegido, jurando
a David, mi siervo: Dios es siempre fiel a su Palabra y a sus promesas ".
En lenguaje poético expresa el salmista “Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable. El me dirá: Tú eres mi padre, mi Dios, mi
Roca salvadora". Es lo que se dice en 2 Sam: “Yo seré para él padre
y él será para mí hijo. Si hace mal, le castigaré con vara de hombres y con golpes
de hombres” (2 Samuel 7,14) y sigue luego: “pero no apartaré
de él mi amor, como lo aparté de Saúl a quien quité de delante de mí. Tu casa y
tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme, eternamente”
(2 Samuel 7,15).
La alianza hecha a su persona se continuará en
su posteridad, que mantendrá la realeza por siempre, mientras duren los cielos.
“ El me invocará: «Tú eres mi
padre, mi Dios, mi Roca salvadora.»
Le mantendré eternamente mi favor y mi
alianza con él será estable” . (vv. 27,29).
Por eso David, con toda lealtad, puede llamar Padre a Dios; podrá invocar a Dios pues Él estará siempre dispuesto a protegerlo y a defenderlo de sus enemigos. ¿Habrá amor más grande hacia David, que el que Dios le ha manifestado?.
En la segunda
lectura Rm 4 13, 16-18,22 San Pablo, narra a los paganos ya
convertidos otra promesa fundamental: la hecha por Dios a Abrahán y que paso de
ser un anciano estéril a padre de todos los pueblos.
San Pablo con una amplia riqueza de palabras y de
imágenes, describe el ministerio apostólico como la luz de Dios en las tinieblas
del mundo. Al hacerlo, explica de nuevo, con mayor claridad, sus verdaderos
objetivos, para defender su ministerio y su conducta ministerial frente a las
suspicacias y ataques de que era objeto en Corinto (4,2.5).
Cuando Dios llamó a Abran, prometió, “Y haré de ti una
nación grande” (Génesis 12:2). Esa promesa no podía ser cumplida por medio de
la obediencia de la ley por Abran, porque serían cuatro siglos más tarde que
Dios entregó la ley en Sinai. La virtud de Abran era la fe en vez de la observación
de la ley.
La única parte de la promesa que Abraham fue permitido
a observar fue el nacimiento de Isaac – su hijo y heredero. “Ni Abraham ni sus
más inmediatos herederos – su hijo Isaac y su nieto Jacob – habían tenido
propiedades en Canaán, excepto un pequeño campo cerca de Mamre en el que se
ubicaba la cueva de Machpelah… Abraham vio la Tierra Prometida y erró por ella
como nómada, pero nunca fue suya”. Es por eso que San Pablo puede decir que la
promesa vino a Abraham por medio de la fe. Vivió y murió sin ver cumplida la
promesa de Dios, pero confiando que sería cumplida.
“Abraham, el cual es padre de todos nosotros”
(v. 16). San Pablo escribe a una iglesia que incluye a ambos judíos y gentiles.
Que él diga que Abraham es “padre de todos nosotros” es algo bastante radical.
Cristianos judíos clamarían ser semilla de Abraham por línea sanguínea, pero
Pablo nos dice que todo cristiano puede reclamar ser descendiente espiritual de
Abraham.
“Según está escrito: «Te he constituido padre
de muchos pueblos»;” (griego: ethnon – se puede traducir “naciones” o
“gentiles”) (v. 17).
“la promesa está asegurada ante aquel en quien
creyó, el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no
existe.” (v. 17). Pablo se fija en dos atributos de Dios:
Primero, Dios “da
vida á los muertos.” Esto hace pensar de Abraham y Sara, quienes se creían
muertos, pero por la gracia de Dios dieron vida a descendientes “como las
estrellas del cielo en multitud, y como la arena inmunerable que está á la
orilla de la mar” (Hebreos 11:12. También hace pensar de los huesos secos que
revivieron ante la palabra de Dios (Ezequiel 37). El punto de Pablo es que
gentiles estaban espiritualmente muertos, pero el Dios que revive los muertos
ha respirado vida aún en el pueblo gentil.
Segundo, Dios “Al encontrarse con el Dios, que da
vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe, Abrahán creyó..”
“El verbo llamar puede significar nombrar o convocar. También puede significar
crear, y ése es el significado que encontramos aquí… Pablo habla de Dios
creando, por medio de su llamada, algo de nada (Morris, 208-209). Igual que
Dios creó un pueblo de Dios de los descendientes carnales de Abraham que se
hallaban convertidos en esclavos en Egipto, también así Dios ha creado un
pueblo de Dios de entre gentiles humildes.
“Abrahan creyó en esperanza contra esperanza, para
venir á ser padre de muchas gentes” (v. 18). Abran encuentra una promesa contra
un problema. El problema era que él y su esposa, Sarai, eran ancianos – el
tiempo de criar niños ya muy pasado. Pero Dios le había enseñado a Abran las
estrellas, diciendo, “Así será tu descendencia” (v. 18).
“Por lo cual le valió la justificación”.
Necesitamos hacer lo que hizo nuestro Padre Abraham. Necesitamos creer que Dios
puede hacer lo imposible y que nada es demasiado difícil para Dios. Necesitamos
creer en el poder y las promesas de Dios, sin dudar. Necesitamos creer y estar
dispuestos a obedecer voluntariamente a Dios, salir de este mundo y apartarnos
del pecado.
Finalmente, por medio del ejemplo de Abraham, vemos
que debemos demostrar nuestra fe en Dios por la obediencia y haciendo buenas
obras que demuestran nuestra fe. Nuestra fe es perfeccionada al hacer buenas
obras.
Tener fe y hacer buenas obras es una fe viva. “Yo te mostraré mi fe por mis obras”
(Santiago 2:18).
El evangelio
de hoy (Mt 1, 16, 18-21, 24), forma parte del primer capítulo de
Mateo que a su vez forma parte de la sección referente a la concepción,
nacimiento e infancia de Jesús. El
centro de todo el relato es la persona de Jesús a la que se suman todos los
sucesos y las personas mencionadas en la narración.. Se debe tener presente que
el Evangelio revela una teología de la historia de Jesús, por eso, al
acercarnos a la Palabra de Dios debemos recoger el mensaje escondido bajo los
velos de la historia sin perdernos, como sabiamente nos avisa San Pablo, “en
las cuestiones tontas”, guardándonos “de las genealogías, de las cuestiones y
de las discusiones en torno a la ley, porque son cosas inútiles y vanas”. (Tm
3:9)
El texto se conecta con la genealogía de Jesús, que
San Mateo compone con el intento de subrayar la sucesión dinástica de Jesús, el
salvador de su pueblo (Mt 1:21). A Jesús le son otorgados todos los derechos
hereditarios de la estirpe davídica, de “José, hijo de David” (Mt 1:20;)
su padre legal. Para el mundo bíblico y hebraico la paternidad legal bastaba
para conferir todos los derechos de la estirpe en cuestión (cf.: la ley del
levirato y de la adopción Dt 25:5 ss) Por esto, después del comienzo de la
genealogía, a Jesús se le designa como “Cristo hijo de David” (Mt 1:1),
esto es, el ungido del Señor hijo de David, con el cual se cumplirán todas las
promesas de Dios a David su siervo.
Jesús nace de “María desposada con José” Mt
1:18a) que “se halló en cinta por obra del Espíritu Santo” (Mt 1:18b). Mateo no
nos cuenta el relato de la anunciación como lo hace Lucas (Lc 1, 26-38), pero
estructura la narración desde el punto de vista de la experiencia de José el
hombre justo. La Biblia nos revela que Dios ama a sus justos. Pensamos en Noé
“hombre justo e íntegro entre sus contemporáneos” (Gén 6:9). O en Joás que
“hizo lo que era recto a los ojos del Señor” (2Re 12:3).
Una idea constante en la Biblia es el “sueño” como lugar privilegiado donde Dios da a conocer sus proyectos y planes, y algunas veces revela el futuro. Bien conocido son los sueños de Jacob en Betel (Gén 28: 10ss) y los de José su hijo, como también los del coopero y repostero prisioneros en Egipto con él, (Gén 37:5ss; Gén 40:5ss) y los sueños del Faraón que revelaron los futuros años de prosperidad y carestía (Gén 41:1ss).
A José se le aparece “en sueños un ángel del Señor”
(Mt 1.20) para revelarle el plan de Dios. En los evangelios de la infancia
aparece a menudo el ángel del Señor como mensajero celestial y también en otras
ocasiones esta figura aparece para tranquilizar, revelar el proyecto de Dios,
curar, liberar de la esclavitud (cf.: Mt 28,2). Muchas son las referencias al
ángel del Señor también en el Antiguo Testamento, donde originariamente
representaba al mismo Señor que cuida y protege a su pueblo siempre
acompañándolo de cerca.
La liturgia de la Iglesia nos invita a leer
las palabras que describen a José, primero en la genealogía de Jesús (“Jacob
engendró a José, el esposo de María”; Mt 1,16) y luego en el relato del
anuncio de la concepción virginal de Jesús (Mt 1,18-24).
En la
genealogía de Jesús, José aparece como un verdadero Israelita, el descendiente
davídico que le da esta dignidad –por adopción- a Jesús. El listado
de los descendientes tiene una variante justo cuando llega José, para exponer
que José es esposo de María pero que Jesús no es hijo natural de José. Jesús,
ni es generado ni genera, con él culmina la lista. Con todo, gracias a José,
Jesús se inserta en la historia del pueblo del cual es la plenitud. Por medio
de José recibe una nación, un pueblo, una cultura y la adhesión al pueblo de
Abraham.
El pasaje
siguiente relata cómo José supera sus dudas y acoge a María en su casa. Con
pocas palabras se dice muchísimo sobre Jesús, María y José. El relato apunta a
la afirmación de que Jesús no tiene un padre terreno, sino que le debe el
origen de su existencia al Espíritu Santo, a la obra creadora de Dios. Dios ha
intervenido y ha puesto un nuevo comienzo en la historia de la humanidad.
Pero José
tiene un rol importante en los acontecimientos. El relato nos presenta las
diversas fases de por las que pasa José para comprender su lugar y su misión
allí. Después de quedar perplejo por la noticia del embarazo de María (1,18),
José intenta resolver el impase jurídico con un repudio en secreto (1,19). Está
planeando esto cuando Dios interviene con una palabra que contradice sus planes
(1,20-21), a lo cual José responde positiva y puntualmente (1,24).
Todo podría
sintetizarse en la “justicia” de José. De hecho, es llamado “justo” (1,19).
Esta justicia consiste en la obediencia a los proyectos de Dios: se trata de
una persona madura en la fe, que tiene una honda relación con Dios, que percibe
sus caminos y transita por ellos. Jesús nace a la sombra de este
“justo”, testigo de la maduración en la fe.
Precisamente
ese talante le permite confrontar su proyecto personal con el proyecto de Dios
y dejarse vencer por el segundo. Lo hace porque es capaz de comprender a Dios,
y es por eso está en condiciones de saltar las barreras legales que se le
presentan en el momento crítico de su vida y hacer algo inaudito. José
comprende el proyecto de Dios en su esposa y opta por él.
El evangelio nos coloca hoy ante un cuadro estimulante: un hombre con una
gran estatura en su fe, que no es eximido de las vacilaciones y temores ante
las situaciones difíciles, pero que es capaz de dar el salto por el cual se
abandona en la gracia iluminadora de Dios que el ángel le arrojó cuando le
dijo: “No tengas miedo” (v.20). Así atraviesa la cortina oscura y se abre
participativamente ante el gran horizonte de la salvación que se inaugura en
Jesús.
Entre las poquísimas cosas que se dicen de él, hay una que vale por todas:
“José, su esposo, siendo bueno, siendo justo…” José era un hombre bueno, un
hombre cabal, una persona de bien. José era un santo, una de esas personas que
a todos nos gustaría tener como compañero de ruta y de trabajo. Un hombre de
fiar. Aunque sólo supiéramos esto de José ya sabíamos mucho, quizá lo más
importante.
San José “nace”, evangélicamente hablando, al desposarse con María. Por
eso, no es posible pensar y hablar de José sin hacerlo al mismo tiempo de María
con quien se desposa.
María, al ser Inmaculada, es tan buena que no se plantea problemas en
compaginar su deseo de vivir virgen y su decisión de desposarse con José.
Piensa que eso es la voluntad de Dios y Dios sabrá lo que hace. Por su parte,
lo que rige y regirá su vida entera es el “hágase en mí según tu Palabra”.
San José, sin embargo, no es inmaculado y no desconoce la oposición entre
el matrimonio y la virginidad. Él ha escogido el matrimonio, no la vida
religiosa, y para él los desposorios son el preludio de un matrimonio normal.
Pero, los planes de Dios son distintos. Ve a María embarazada, y no desconfía
de ella; desconfía de él, porque no lo entiende. Y, amando profundamente a Dios
–era justo-, y amando profundamente a María, a quien había escogido por esposa,
decide retirarse. Piensa atinadamente que Dios anda por el medio, y él no calza
el número que se necesita para continuar unos planes que no entiende y que no
sabe a qué ni a dónde conducen.
Hasta ahí, José. Y desde ahí, Dios, en medio de un sueño y por mediación de
un ángel, para manifestarle sus planes y caminos sobre su vida con María, que,
lógicamente, él ni sospechaba. José no lo entiende. Presiente, además, que su
vida no va a ser tan fácil como él esperaba. Pero, es Dios quien se lo pide; y
además, vivirá con María, a quien ama como a nadie en la tierra.
San José, lo que significa su persona y su papel en el hogar y en la vida
de María, siendo sinceros, no está de moda. San José, según el Evangelio, es el
“justo”, el bueno, el santo; según la liturgia, el ejemplo de fe y confianza en
Dios, en su esposa, María, y en su “Hijo”, Jesús. Esto no es lo que sobresale
en el mundo que nos toca vivir. Estos no son los temas que predominan en los
medios. Estas no son las virtudes, tras de las cuales, corremos los humanos.
No, la justicia, bondad, santidad, fe y confianza de San José no es lo que más
abunda entre nosotros.
En el sermón 2, sobre San José, San Bernardino de Siena dice:
“…cuando la gracia divina elige a alguien para algún oficio especial o algún
estado muy elevado, otorga todos los carismas que son necesarios a aquella
persona elegida, y que le adornan con profusión.” Es por esto que Dios proyectó
dentro de su plan de salvación, que Jesucristo naciera dentro de una familia.
Sus padres serían María y José.
No podemos dudar siquiera un instante, que nuestras vidas
estan en las manos de Dios y que nuestro nombre está grabado en el corazón de
Dios . Ni un sólo detalle escapa de su mirada. Tan solo hay que creerle a él,
obedecer a sus consejos, someternos a sus mandatos y confiar en sus promesas;
como demostró José al recibir el mensaje del Ángel, “José hizo como el Ángel
del Señor le había mandado y tomó consigo a su mujer.”
Fue necesario que José , como hombre justo y
bueno, acogiera la voluntad de Dios , tomando a María como esposa , y se
convirtiera el en fiel cuidador y guardián de los “más precidos tesoros ” del
Padre, “su Hijo y su esposa; cargo que él cumplió con absoluta fidelidad.”
Para nuestra vida
La
primera lectura es del Segundo Libro de Samuel. José es descendiente de la
familia de David, con lo que en Jesús –su Hijo adoptivo- se cumple la promesa
hecha al rey David de poner a un descendiente suyo en ese trono que duraría por
siempre en la Presencia de Dios.
Yahvé hará que su pueblo no lleve en adelante
vida seminómada, sino que lo afincará definitivamente en Palestina, donde
echará raíces y vivirá en paz y prosperidad, no molestándole, como hicieron
antes, los hijos de la iniquidad.
Dios promete a David la continuidad del reino
entre sus descendientes. Porque acontecerá que, al cumplirse los años de su
peregrinación (1Cr 17:11) sobre la tierra y baje al sepulcro para descansar
allí junto a sus padres (Gen 28:8; Gen 47:30; 1Re 2:10), suscitará Dios de él
su posteridad (zera: simiente), que saldrá de sus entrañas (Gen 15:4) y
afirmará su reino. “El edificará la casa a mi nombre y yo, añade Dios,
estableceré por siempre el trono de su reino.”
El término zera=simiente, designa una colectividad y
un individuo particular (v.13). No cabe duda que el oráculo constituye el
primer anillo de la cadena de profecías que anuncian un Mesías hijo de David.
El Mesías será hijo de David y su reino será eterno: he aquí el sentido pleno
que late bajo el sentido obvio de las palabras "El edificará un templo
en mi honor..." (2 S 7,13) y que se cumplió plenamente.
Primero en figura, espléndida pero efímera, y luego en la realidad, aunque de
forma inaudita y definitiva. En efecto, el primer rey de la dinastía davídica, Salomón,
construyó el templo de Jerusalén, una de las maravillas del mundo antiguo. Pero
aquel templo sería destruido por los asirios. Después Esdras y Nehemías lo
reconstruyen modestamente. Finalmente el templo es restaurado de manera
ambiciosa por Herodes.
En el salmo se expresa un
profundo contenido mesiánico. En David se fundará un
‘linaje perpetuo’ y se verificará una alianza estable. La relación paternal de
Dios con esa descendencia se expresa claramente.
El salmo expresa estos mismos pensamientos, que se destacan las relaciones
paternales del Señor con la dinastía davídica. David se convierte así en el
primogénito del Señor; “Y yo haré de él
el primogénito, el Altísimo entre los reyes de la tierra” (Salmos (Sal 88,
29) y, en consecuencia, se halla exaltado sobre todos los reyes de la tierra.
La alianza hecha a su persona se continuará en su posteridad, que mantendrá la
realeza por siempre, mientras duren los cielos.
San Pablo en el fragmento
de hoy de su Carta a los Romanos nos habla de Abraham, el padre
de todos los creyentes, porque creyó contra toda esperanza que sería padre de
muchas naciones.
La promesa es una
iniciativa unilateral, soberana, producto de la gracia de Dios, un llamado
especial, irresistible, determinado por Dios solamente, revisemos nuevamente
Gn. 15:1-6. No es Abraham el que eleva una oración a Dios pidiendo ser padre de
muchedumbre de gentes, no es Abraham el que presenta a Dios ciertos términos
para que Dios le conceda su bendición, no es Abraham el que pide a Dios hacer
un acuerdo, en el cual Abraham se compromete a algo y por lo tanto Dios debe
concederle algo, tal como algunos entienden erróneamente los llamados pactos o
promesas de fe. La Biblia nos enseña que es Dios quien hace esta promesa a
Abraham, y no leemos en este pasaje que Dios condicione en manera alguna su
cumplimiento, es un plan de Dios, y Dios lo llevará a cabo, porque tiene todo
el poder para hacerlo, es Dios quien da la promesa de hacer de Abraham una gran
nación, y de darle una tierra especial en la cual habite esa nación, pero aún
más, de hacer benditas en él, todas las familias de la tierra (Gn. 12:3).
Los patriarcas
Abraham, Isaac y Jacob, recibieron la promesa de Dios y la entregaron también a
sus descendientes, confiando en aquel que había hecho tal promesa, no en lo que
sus descendientes o incluso ellos mismos pudieran hacer para alcanzarla. En la
historia de los patriarcas no vemos que la promesa fuese puesta bajo condición
alguna, no se puso a depender del estricto cumplimiento de la ley. Ni los
patriarcas que no conocían el decálogo en tablas de piedra, ni el pueblo en la
época de Moisés que sí lo conoció, ni ninguno de nosotros, ha podido ni podrá
por medio de estas exigencias alcanzar la justicia divina, antes por el
contrario, se nos muestra cuán injustos y cuán incapaces somos de cambiar por
nosotros mismos a menos que la misericordia de Dios obre en nosotros.
Es por Fe solamente en
la gracia de Dios. “Es fácil ver que la promesa hecha por Dios a Abrahán, o más bien a su
descendencia, de que el mundo le pertenecería, no era fruto de la Ley, sino de
la nueva "justicia que procura la fe" ( v.13). ”. Si realmente creemos
que la gracia de Dios es un favor inmerecido, su gran misericordia derramada
sobre su criatura, dicha gracia al ser un regalo de Dios, no depende en manera
alguna de la criatura pecadora que es
beneficiada libre y soberanamente por Dios, Padre misericordioso. Podemos decir
que somos salvados por gracia, pero mantenemos nuestra salvación por medio de
las obras de la ley. De principio a fin, nuestra salvación, nuestra declaración
de justicia es por fe, así pasó con Abraham y así pasa con todos los creyentes,
es por fe solamente en la gracia de Dios.
También nosotros necesitamos confiar en la guía y
dirección de Dios al llevarnos a un territorio desconocido. En nuestro viaje
como extranjeros y peregrinos en el mundo, necesitamos mirar en fe al venidero
Reino de Dios y en la nueva Jerusalén. Nuestra fe en la herencia futura en el
mundo que vendrá debería motivarnos a vivir nuestra vida por fe.
El
evangelio nos recuerda el mensaje de la primera lecturas. José es descendiente
de David. Así lo llama el Ángel cuando se manifiesta en sus
sueños en el momento en que lo consumía la preocupación por la situación que
generaba el aparentemente injustificado embarazo de María, su esposa. Como a
José, el Señor siempre nos muestra cual es el Camino.
Sin lugar a dudas, San José es el santo más popular del santoral cristiano,
aunque no podamos decir de él muchas cosas, ya que históricamente sólo
conocemos algunos detalles, muy pocos, de su cercanía a Jesús y a María, las
raíces más profundas y auténticas, por otra parte, de la santidad. Lo demás,
leyendas, relatos apócrifos, cosas que pudieron ser ciertas, pero que también
pudieron ser sólo piadosas elucubraciones.
San José no es de esos santos vestidos de santos desde que nacen hasta que
mueren. Hizo sólo lo que tenía que hacer y lo hizo bien, como tenía que
hacerlo; tan bien que apenas se le notó. Y estuvo y se mantuvo donde tenía que
estar, sin renunciar a lo que en todo momento creyó que era la voluntad de
Dios.
San José parece que fue carpintero o, mejor, artesano, en Nazaret, un
pueblo entonces y ahora muy pequeño. Pero, no conservamos ninguna obra suya.
Ningún discurso, como el de Juan Bautista; ninguna oración, como la de
Zacarías; ningún cántico. Nada. Algunas apariciones de ángeles, y siempre en
sueños, y poco más.
Apenas cuenta su identidad, prevaleciendo su relación: es el esposo de, el
padre de, el patriarca de, el protector de… Como si no contara tanto lo suyo
cuanto lo que tenía entre manos y a su cuidado. Un hombre enredado en su
relación.
Hoy san José nos anima a unirnos a la “moda” de hablar de justicia, de
autenticidad, de solidaridad, aunque estas virtudes no brillen por su
existencia sino sólo por la moda de hablar de ellas como de una necesidad cada
vez más destacada y dominante, quizá por su ausencia. Somos de los soñadores
que, como José, quisiéramos vivir estos sueños y estas virtudes de una forma
sencilla, callada y, a la vez, tan eficaz como la sal y la levadura en la masa.
Aunque viviéndolo “no estemos de moda”, ésta es hoy nuestra apuesta, recordando
y celebrando a San José.
Siendo sinceros, también hay que reconocer que hay muchas personas buenas,
justas y santas. Hay muchos y muchas que se fían de Dios y confían en él y en
María. Personas modélicas a todos los niveles, como José y, salvando las
distancias, María. Personas que sueñan con la justicia y con la bondad, con más
humanidad, más solidaridad, más fraternidad, más gratuidad. Personas que
tampoco entienden sus sueños, pero se sienten atraídos por lo que Dios trata de
manifestar a través de ellos. Estas personas son un marco de referencia para
los que quieren vivir su integridad en medio de un mundo demasiado cargado de
corrupción, de inseguridad y de egoísmo.
Así
reflexiona el Papa Benedicto XVI sobre san José: " Del ejemplo de San José llega a todos nosotros
una fuerte invitación a desarrollar con fidelidad, sencillez y modestia la
tarea que la Providencia nos ha asignado. Pienso ante todo en los padres y
madres de familia, y ruego para que sepan siempre apreciar la belleza de una
vida sencilla y laboriosa, cultivando con atención la relación conyugal y
cumpliendo con entusiasmo la grande y no fácil misión educadora. A los
sacerdotes, que ejercen la paternidad respecto a las comunidades eclesiales,
les obtenga San José amar a la Iglesia con afecto y plena dedicación, y
sostenga a las personas consagradas en su gozosa y fiel observancia de los
consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. Que proteja a los
trabajadores de todo el mundo para que contribuyan con sus distintas
profesiones al progreso de toda la humanidad, y que ayude a todo cristiano a
realizar con confianza y amor la voluntad de Dios, cooperando así al
cumplimiento de la obra de la salvación".(Benedicto XVI, Ángelus 19 de marzo de 2006).
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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