La fraternidad -solidaridad- constituye lo más típico del culto cristiano. A los cristianos nuestra liturgia nos invita a la solidaridad. No olvidemos que la palabra "liturgia" se deriva de un verbo griego que significa "servir".
Las lecturas de este domingo nos iluminaran y motivaran para vivir la invitación de Manos Unidas, que nos propne la plena solidaridad.
La primera lectura (Eclo 15,15-20) aborda el
eterno problema humano de la responsabilidad del pecador y expone la forma en
que a su juicio es posible resolverlo.
Lo que no cabe es que el pecador haga
responsable de sus pecados al Señor y le eche la culpa. El buen sentido dice
que «el Señor aborrece la maldad y la blasfemia» (13). Por tanto, también han
de aborrecerlas quienes lo temen. El responsable de sus culpas es el hombre, al
que «el Señor creó y lo dejó en manos de su albedrío» (14). A partir de ese
momento, es el hombre, y sólo él, quien debe escoger entre lo que tiene
delante: agua y fuego, vida y muerte. Sin embargo, el Señor no lo pierde de
vista, contempla qué hace y advierte quiénes lo temen y quiénes no, sin intervenir
para nada en las decisiones humanas.
"Si quieres, guardarás sus mandatos": El contexto de esta
primera lectura viene centrado en la reafirmaciòn de la libertad del hombre a
la hora de elegir él mismo el camino de la sabiduría o el camino del pecado. El
bien y el mal aparecen ante el hombre para que éste realice su opción.
- "Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo":
Al lado de la afirmaci6n sobre la libertad del hombre encontramos la afirmación
del poder de Dios. Un poder, pero, que no incapacita en absoluto al hombre para
ejercer su libertad. El mal y el pecado no proceden de Dios, sino de la libre
elección del hombre.
La enseñanza del libro del
Eclesiástico es pues bien clara: el mal
no procede de Dios, sino que tiene su causa en la libertad del hombre
únicamente. Dios no quiere jamás el mal. Si éste se da, lo castiga. Ante el
hombre siempre está la posibilidad de la vida o la muerte (pecado). El hombre,
si quiere, puede optar por la primera, pero, si elige el pecado, la responsabilidad
es sólo suya. Libertad y responsabilidad del hombre. " A nadie obligó a ser impío, y a nadie dio
permiso para pecar".
Solamente una seria reflexión
sobre el pensamiento bíblico nos revela el profundo amor del mandamiento como
liberación de los peligros, de la muerte. Los mandamientos son el sendero para
la realización de nuestro "mejor yo", de nuestro mejor
"nosotros".
Mandato, mandamiento, precepto,
obligación son palabras que nuestra sensibilidad, consciente o inconsciente,
acusa como motivo de un cierto malestar. Nos molesta lo impuesto, aunque sea de
Dios. Nos hemos educado en una "falsa conciencia" que dio por
resultado el "aceptar" que lo molesto, lo duro y hasta lo imposible
era signo de una "perfección, por otro lado también, casi imposible o
reservada para los "santos".
Este hecho tiene su explicación
y hemos de ser sinceros y escudriñar nuestro interior. La queja, tantas veces
oída, de que los mandamientos de Dios eran negativos más que positivos es
consecuencia de una visión incompleta y muy tosca del pensamiento bíblico.
Escritor famoso hubo entre nosotros que dijo: "El Padrenuestro está muy
bien escrito... los mandamientos no tanto".
¿Qué es el mandamiento, los
mandamientos, en el pensamiento bíblico? ¿Cómo puede haber el gran "mandamiento"
del amor? En esta lectura podemos encontrar el sentido del mandato y la
superación de perspectivas cortas y hasta inexactas.
Para el pueblo de Israel, como
más tarde para el pueblo cristiano, el mandamiento no tiene el sentido de
"ley" de la mentalidad moderna. El mandamiento es una propuesta de
libertad, aunque nos parezca paradójico. El Dios de la Alianza establece unos
mandamientos que son cuestión de vida o muerte.
El cumplirlos es vivir, el
olvidarlos es morir. Y el hombre tiene libertad para elegir entre la vida o la
muerte. El mandamiento es el camino de la salvación. Y la salvación no se
impone. Es convocatoria positiva.
Descubrir en el mandamiento la vida, la auténtica vida, nuestra mejor vida, es entrar en el ámbito de la fe que es situar nuestra vida donde realmente está: ante Dios. Y ante Dios sólo hay una salida: la salvación. Pero todo esto "si quieres".
No hay lugar para una concepción fatalista de los acontecimientos.
El salmo (Sal
118,1-2.4-5.17-18.33-34)
Después de una larga noche de espera y
vigilia orante en el templo, cuando aparece en el horizonte la aurora e inicia
la liturgia, el fiel está seguro de que el Señor escuchará a quien ha pasado la
noche orando, esperando y meditando en la Palabra divina. Confortado por esta
certeza, ante la jornada que se abre ante él, ya no temerá los peligros. Sabe
que no lo alcanzarán sus perseguidores, que lo asedian a traición, porque el
Señor está junto a él.
El salmo 118 es un canto a la
Ley, de un piadoso israelita que vive en un ambiente de indiferencia religiosa,
muy parecido a muchos de nuestros ambientes actuales. La Ley significa, para
él, la revelación, las promesas, la palabra misma de Dios que se dirige a su
pueblo.
El Salmo responsorial muestra la fidelidad a la Ley por parte del judío piadoso: “dichoso el que, con vida intachable, guarda tus preceptos. Tú los promulgas para que se observen exactamente. Ojalá esté firme mi camino para cumplir. Viviré y cumpliré tus palabras. Las seguiré puntualmente. Enséñame a cumplir y a guardar tu Ley”. La interpretación de Jesús, en los 3 casos, pareciera -a simple vista- que radicaliza aún más extremadamente el cumplimiento de la Ley, ya que no es suficiente no matar, sino que también es culpable el que se enoja y el que insulta a su hermano. No es suficiente no cometer adulterio, sino que ni siquiera hay que desear a una persona comprometida. No es suficiente no jurar, sino que hay que discernir la intención de cada sí y de cada no. Sin embargo, si observamos más profundamente, no radicaliza el cumplimiento de la Ley, la cual no solo contenía los diez mandamientos, sino que además había en toda la Torá, que es así como llamaban a la Ley, 613 preceptos.
Puesto en el umbral del
domingo, el fragmento del salmo 118 que vamos a escuchar puede darnos el
sentido pleno de nuestro día festivo. El autor del salmo es un joven y piadoso
israelita que se encuentra rodeado de indiferencia religiosa y nos hace
participar de sus sentimientos, manifestándonos su propia experiencia: «¡Estoy tan afligido! Mi vida -la
vida de mi integridad religiosa- está
siempre en peligro, porque los malvados constantemente me tienden un lazo.
Pero yo -dice al Señor- encuentro siempre luz en tu palabra, ella es
una lámpara para
mis pasos; iluminado por ella, aunque las tentaciones sean
recias, yo no me
desviaré de tus decretos».
El domingo será para nosotros y
para todos los cristianos el día de la palabra amorosamente escuchada y
meditada. Rodeados durante la semana de enemigos, al empezar el domingo nos
disponemos a colocar la lámpara de la palabra divina
ante nuestros ojos; ella iluminará nuestros
pasos y así nosotros, aunque se presenten dificultades
numerosas, llegaremos a poseer la
alegría de nuestro corazón, nuestra herencia perpetua, inaugurada
por la resurrección de Cristo en el primer domingo que vivió la humanidad.
La
segunda lectura (1 Cor 2,6-10) Después de una ardua discusión entre el contraste que existe entre la
sabiduría humana y la sabiduría de Dios, el apóstol de los gentiles nos muestra
las características de la verdadera sabiduría. En aquel entonces la iglesia de
Corinto se encontraba influenciada por algunas filosofías y sectas heréticas
que proclamaban tener la verdadera sabiduría, entre ellos los gnósticos; pero
Pablo ha refutado haciéndoles ver que la sabiduría que busca la exaltación del
propio ser y está basada en los conceptos terrenales es completamente vana.
Además afirma que la verdadera sabiduría proviene de Dios y se encuentra
contenida en el mensaje del evangelio, que es el mensaje de la Cruz. Ahora les
enseña a sus lectores las características de esta.
En primer lugar, la verdadera sabiduría que procede únicamente de Dios
instruye y vuelve maduros a aquellos que se expone a ella. Como creyentes se
espera que crezcamos y maduremos en la vida cristiana pero esto es posible
únicamente a través del conocimiento exacto de la palabra de Dios: “La ley
de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel,
que hace sabio al sencillo”, (Salmo 19:7). Cada cristiano es responsable
por buscarla con diligencia y así conocer el temor de Dios: “Hijo mío,
si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo
estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia,
si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la
plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el
temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios”, (Proverbios 2:1-5).
Sin embargo, a pesar de que la verdadera sabiduría se encuentra en la Biblia y
ella puede hacernos crecer y madurar, no todos los creyentes son responsables en
su búsqueda, incluso la misma iglesia de Corinto, aunque algunos se jactaban de
ser sabios, eran inmaduros lo cual se reflejaba en su conducta carnal: “De
manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a
carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún
no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois
carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no
sois carnales, y andáis como hombres?”, (1 Corintios 3:1-3). El mismo autor
a los hebreos identifico la falta de avance que los cristianos judíos habían
tenido en crecer en el conocimiento del evangelio: “Porque debiendo ser
ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a
enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis
llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido”,
(Hebreos 5:12). Y el mismo apóstol Pedro exhorta a sus lectores en crecer no
solo en la gracia del Señor sino también en su conocimiento: “Antes
bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo”, (2 Pedro 3:18). Toda esta insistencia en conocer la palabra de
Dios es porque nos ayuda a madurar, al ponerla por obra sabremos que estamos
haciendo la voluntad de Dios y ella misma nos capacitara para ser hombres y
mujeres preparados para toda buena obra: “Toda la Escritura es
inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para
instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente
preparado para toda buena obra”, (2 Timoteo 3:16-17).
La segunda característica de la verdadera sabiduría de Dios es que esta es
un misterio: Más hablamos sabiduría de Dios en misterio. En la
Biblia la palabra misterio tiene un significado diferente al que usualmente se
le da en el mundo, y esta viene del griego mustérion (μυστήριον), la cual se usa para referirse a una verdad espiritual que estaba oculta
para la humanidad, pero que ahora es revelada por el evangelio. Por tanto, la
sabiduría que proviene de Dios es un misterio que le es revelada a sus hijos
por medio del mensaje del evangelio la cual fue predestinada desde antes de los
siglos para gloria de los mismo cristianos.
La tercera característica de la sabiduría que proviene de Dios es que está reservada solo para los cristianos, para los incrédulos de este mundo está oculta. Esto es así porque esta sabiduría se obtiene únicamente con la ayuda del Espíritu Santo, el cual el hombre natural no posee, tal y como lo dice más adelante: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”, (1 Corintios 2:14). Los príncipes de este siglo a los que se refiere Pablo son de acuerdo a la mayoría de comentarista los líderes judíos que crucificaron a Jesús, los cuales aunque tuvieron la oportunidad de conocerlo y escuchar sus enseñanzas, sus corazones se cerraron para creer. De igual forma el mundo cierra su corazón para no creer en el mensaje del evangelio, rechazando así la única fuente de sabiduría incluyendo la vida eterna.
En la
sabiduría se encuentran ocultas todas las mayores riquezas espirituales que
proviene únicamente de Dios.
La sabiduría
que proviene de Dios trae a la vida del hombre cosas inefables, que jamás en
vida se pensó disfrutar, la verdadera riqueza no se encuentra en nada que este
mundo pueda ofrecer, sino en una herencia espiritual la cual Dios ha preparado
para todos aquellos que le amen y abracen su santo evangelio. Por eso, Jesús
exhorto a sus discípulos a no poner tanto esfuerzo por hacer riquezas
materiales, las cuales pueden ser robadas o perdidas, sino a invertir en el
reino de Dios: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el
orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el
cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni
hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”,
(Mateo 6:19-21). Para poder ver esto y hacerlo así se requiere tener sabiduría
para discernirlo correctamente, y solamente Dios puede darla.
En el evangelio de hoy
(Mt 5,17-37) Jesús
, siguiendo con el Sermón del Monte, nos presente unas enseñanzas profundas y
actuales. Destacar dos aspectos:
*
la vigencia del Antiguo Testamento y
*la
fidelidad matrimonial como camino de estabilidad solidaria.
Jesús afirma que ha venido a dar plenitud a la Ley.
Esa plenitud no fue un mayor fundamentalismo de la Ley, sino profundizarla,
interiorizarla, llevarla al corazón, como lo habían hecho algunos profetas del
Antiguo Testamento, como Jeremías o Isaías. Para Jesús, no interesa el mero
cumplimiento externo, sino las decisiones del corazón. En el lenguaje bíblico,
corazón es también el ámbito de la conciencia y de las 4 decisiones. En el
mismo Evangelio de Mateo, Jesús dice: “del corazón provienen los malos
pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los
falsos testimonios y las calumnias. Estas cosas son las que contaminan al
hombre” (Mt 15,19-20). Por lo tanto, Jesús está diciendo que hay formas de
matar con el corazón; por ejemplo, la violencia del enojo y del insulto. Hay
formas de ser adúltero con el pensamiento; por ejemplo, deseando a quien no
corresponde y hay formas de no decir la verdad; por ejemplo, usando
ambiguamente un sí por no o un no por un sí. La plenitud de la Ley no está en
la obra externa y en el mero cumplimiento, ya que, en el cumplimiento, “cumplo
y miento” o como dice el refrán popular “hecha la Ley, hecha la trampa”, sino
en discernir las decisiones del corazón.
No
se trata de diferenciar entre el bien y el mal, sino sopesar nuestras opciones
y las consecuencias de vida y las consecuencias de muerte que conllevan. No es
lo mismo tomar las decisiones en términos de bien y de mal, de premios o de
castigos, que asumirlas con sus consecuencias de vida o consecuencias de
muerte. De hecho, la primera lectura afirma: “ante los hombres está la vida y
la muerte” (Eclo 15,17). Jesús, lejos de extremar la radicalidad de la Ley, la
simplifica, la esencializa. De hecho, solo otorga un solo Mandamiento, en el
cual se reducen todos los otros, el Mandamiento del amor (cf. Jn 15,12.17).
No
solo que reduce la Ley -de 613 preceptos, los lleva a uno solo, lo cual es un
gran alivio y liberación- sino que su ética consiste en ponernos frente a
nuestro propio corazón y discernir las opciones de vida y las opciones de
muerte que realizamos. Por eso el Apóstol San Pablo, en la segunda lectura,
afirma que esto es una sabiduría para los maduros y adultos en la fe (cf. 1 Co
2,6) y, en una de sus cartas, sostiene que el amor es la única deuda que nos
debemos unos a otros, ya que en el amor se cumple toda la Ley (cf. Rm 8,13).
Ojalá que nosotros, como cristianos, no nos perdamos en disquisiciones sobre lo
que está bien o lo que está mal, sino que cada uno discierna -en su propio
corazón- las elecciones y las consecuencias que favorecen los frutos de vida o
los frutos de muerte.
El
evangelio nos presenta a Jesús y su relación con la Ley. Del Mesías se esperaba
que trajera la nueva Torá, su propia Torá. La Torá es el libro que contiene la
Ley y la identidad del pueblo israelita. Jesús nos presenta una “nueva” Ley,
basada ahora sobre la libertad; ahí radica la paradoja, una Ley para ser
libres. Esa libertad, por tanto, tiene un contenido, una orientación, y por
ello está en contradicción con todo lo que esclaviza. La “Torá del Mesías” es
totalmente nueva, diferente, pero precisamente por eso “da cumplimiento” a la
Torá de Moisés. No se trata de abolir sino de dar cumplimiento, y este
cumplimiento exige algo más y no algo menos de justicia: «porque os digo que si
vuestro modo de obrar no supera al de los letrados y fariseos, no entraréis en
el reino de los cielos». Jesús viene a presentar cuatro grandes temas para
ponerlos en cuestión; sobre la ofensa, el adulterio, el divorcio y respecto a
los juramentos. El Antiguo Testamento dice «no matarás, no cometerás adulterio,
no jurarás»: ciertamente, no todos somos asesinos, pero en el interior del ser
humano hay ira, odio, violencia; no todos son adúlteros, sin embargo los
pensamientos y relaciones de los hombres no buscan la continuidad y la
fidelidad; no todos juran, pero si levantan falsos testimonios y no van con la
verdad por delante. Jesús comenzando su predicación sobre el homicidio, cita el
libro del Éxodo donde se encuentran escritos los mandamientos, conocidos
también como la Ley. Las penas aquí señaladas guardan relación con la gravedad
de la ofensa. Jesús presenta algo novedoso para ese momento: la reconciliación.
Siguiendo con la lógica anterior sobre el homicidio, cuando Jesús habla de
adulterio no se trata sólo de no cometer adulterio, sino también de no querer
cometerlo. Hay que tener también un corazón limpio y desinteresado. El ejemplo
de Jesús nos habla del corazón y no de la mirada. El “cielo, la tierra y
Jerusalén” eran fórmulas usadas para evitar jurar por Dios pero se referían a
Él como se aclara en los versículos siguientes. Jesús lleva el corazón de la
cuestión de los juramentos, votos y promesas al lugar central: la credibilidad
personal. La mejor manera de gozar de la credibilidad en el prójimo no es
haciendo promesas irresponsables como suelen hacer los demagogos, sino diciendo
la verdad.
Para nuestra vida.
La primera lectura nos recuerda
que tenemos ante nosotros, de forma continua, dos caminos: uno que nos aleja de
Dios, otro que nos acerca a Él. Uno, es verdad,
fácil de recorrer, cómodo de andar, atractivo a nuestros intereses. El otro
duro y estrecho, poco apetecible a nuestro espíritu cómodo. Pero ya sabemos por
la fe, y muchas veces por la
experiencia, que al término del camino ancho nos aguarda la tristeza, el
fracaso, la angustia, la muerte. En cambio, después de recorrer el camino duro
encontramos la paz, la alegría, la esperanza, la vida.
.-
Si quieres, guardarás sus mandamientos, porque es prudencia cumplir su
voluntad… Ante ti están fuego y agua, echa mano a lo que
quieras. En este texto del libro del Eclesiástico aparece el problema de la
libertad humana. Dios quiere que le amemos y cumplamos sus leyes, no a la
fuerza, sino libremente. Sabemos que somos de barro, que somos débiles, que
nuestra voluntad es frágil y quebradiza, pero esto no nos impide actuar con
libertad. No es una libertad absoluta, porque ya nacemos fuertemente inclinados
al mal, pero, con la ayuda de Dios, podemos superar nuestras malas inclinaciones
y actuar de acuerdo con nuestra recta conciencia.
"Ante ti están puestos fuego y agua, echa
mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que
él escoja". Dios ha prometido
ayudarnos, venir a nuestro lado cuando le llamemos con fe y confianza, ha
prometido darnos su gracia, sin dejar por eso de premiar el éxito final que con
su ayuda y nuestro pobre esfuerzo consigamos. Necesitamos la gracia de Dios
para obrar el bien, pero Dios no niega a nadie su gracia, si sabemos pedírsela
con insistencia y humildad.
Dios
es inmensamente sabio, infinitamente poderoso. Él es capaz de hacer libre al
hombre, de darle una voluntad apta para la lucha, para querer, para decidirse
por una cosa o por otra. Querer, intentar, poner los medios. Y es esa
voluntariedad, esa intención lo que determina la bondad o la maldad de nuestros
actos. Tanto es así que si intentando, de buena fe, hacer algo bueno, resulta
algo malo, Dios mirará a lo que intentamos y no a lo que hicimos.
En el salmo 118 se hace un elogio de
la ley compuesto por un judío piadoso. Al cantarlo hoy como salmo
responsorial en la Misa se proclamamos de nuevo que la verdadera felicidad nace
en la fidelidad a Dios, que manifiesta su voluntad por medio de la ley.
San
Pablo nos habla de esta sabiduría de
Dios, una sabiduría que Dios nos da a través de su Espíritu.
"Hablamos,
entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo".
Los cristianos lo tenemos muy claro en la teoría: actuamos con sabiduría divina
siempre que actuamos con la sabiduría de Cristo. Actuar como cristiano es
actuar dirigidos por el espíritu de Cristo. Y como Dios es Amor, según nos dice
repetidamente san Juan, si actuamos dirigidos por el amor, actuamos dirigidos
por Cristo, es decir, actuamos con sabiduría divina. La ley de Cristo es el
amor de Cristo, un amor que se manifestó sobre todo en la cruz de Cristo.
Aceptemos las dificultades de la vida, aceptemos la cruz de la vida y hagamos
todo con amor y por amor y así Dios nos dará “lo que ha preparado para los que
le aman, algo que ni el ojo vio, ni el oído oyó”.
En el evangelio de hoy, Jesús nos
llama a ir más allá del legalismo: «Os digo que si no sois mejores que los
escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos».
La Ley de Moisés apunta al mínimo necesario para garantizar la convivencia,
pero el cristiano ha de procurar superar este mínimo para llegar al máximo
posible del amor. Lo que hoy nos enseña Jesús es a no creernos seguros por el
hecho de cumplir esforzadamente unos requisitos con los que podemos reclamar
méritos a Dios, como hacían los maestros de la ley y los fariseos. Más bien
debemos poner el énfasis en el amor a Dios y los hermanos, incluso a los
enemigos, amor que nos hará ir más allá de la fría ley y a reconocer humildemente
nuestras faltas en una conversión sincera.
El
Señor nos llama a ser personas consecuentes: “Deja tu ofrenda allí, delante del
altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano”, es decir, la fe que
profesamos cuando celebramos la Liturgia debería influir en nuestra vida
cotidiana y afectar a nuestra conducta. Por ello, Jesús nos pide que nos
reconciliemos con nuestros enemigos. Un primer paso en el camino hacia la
reconciliación es rogar ellos, como Jesús nos pide.
Destacar
como en este pasaje se da una exigencia radical en la práctica de la virtud de
la castidad. En la Ley se mandaba no cometer adulterio. Jesús va más allá y
advierte que quien miró con malos ojos a una mujer, ya ha cometido adulterio en
su interior. El interior del hombre, lo que hay en su más recóndita intimidad,
eso es lo que cuenta a los ojos de Dios, la intención y el deseo consentido.
Jesús que se nos entrega del todo y nos promete el todo, también lo quiere todo
y de verdad. No se conforma con las apariencias, con un formalismo sin vida ni
vibración.
Sin
negar las condenas anteriores, la Ley del Sinaí, referentes a la fidelidad
matrimonial, que ponían el acento y prueba en lo fisico, Jesús nos dice que la
semilla del adulterio está sembrada y germina en el corazón. Aquí radica, fundamentalmente,
la bondad o maldad y es una de las diferencias que tenemos respecto a los
animales. El adulterio no es solo un acto corporal, limitado en el
espacio-tiempo. Es una ofensa a otra persona y a Dios del conjunto del ser
humano. Está tiñendo espiritualmente a toda la persona. No por ello niega las
dañinas consecuencias familiares o sociales. Se trata de ser íntegro, honesto, coherente,
en la totalidad armónica de la persona.
Esta nueva manera de cumplir la
Ley en su plenitud nada tiene que ver con el legalismo de los escribas y
fariseos. No se trata de una hermenéutica más perfecta de la letra de la Ley,
sino de la interiorización de su espíritu. Si se encuentra la clave que todo lo
simplifica, no sólo se evitan las angustias y el miedo. Paradójicamente, sólo
cuando se abandona el legalismo está el creyente en condiciones de ser radical.
En ninguno de los cuatro casos
que se proponen -en las frases de Jesús- se fomenta manga ancha, se facilita la
Ley, se niega o simplifica la responsabilidad. Pero cobra tal relieve interior
la figura del hermano, de la mujer y de
uno mismo (¡la dignidad de "hijos" hace que nos debamos mostrar cómo
somos sin más juramentos!), que el respeto al hombre se hace radical. Se
convierte en raíz de todo nuestro comportamiento. Una raíz que reside en
nuestro interior, no en la pura exterioridad de unos actos públicos o visibles,
sino allí donde está el secreto de nuestra verdadera personalidad humana y
creyente.
Hay
muchos cristianos que, casi, detestan la narración del Antiguo Testamento.
Otros no lo entienden. Y una mayoría creen que es una “servidumbre obligada”
pero no muy necesaria. Y ello contrasta con la firmeza y solemnidad con que
Jesús dice que no ha venido a abolir la ley y los profetas, sino a darle
cumplimiento. Y que aquel que se salte uno de los preceptos menos importantes
de la Ley, será ya él mismo el menos importante. Realmente, la ley de Moisés la
tenemos presente todos los días. Y ahí están los Diez Mandamientos de la Ley de
Dios, que son la base primera de nuestro comportamiento ético y moral. Jesús ha
venido a ampliar y modernizar toda esa ley, tal como ha dicho en el largo
recorrido de las frases que comienzan por “se dijo por los antiguos”, Y
terminan con “pero yo os digo…”
Así
San Mateo pone en frases de Jesús un repaso rápido de cuanto la Ley exigía a
sus contemporáneos. Y la advertencia de que El no ha venido a destruirla sino a
darle su cumplimiento. Pero hechas esas dos afirmaciones, Jesucristo se dirige
a los suyos, a los que con El estaban en aquel momento histórico y a los que a
través de los tiempos seguirían. Y pone ante sus ojos un reto. La Ley decía
esto y aquello, pero para vosotros la Ley, que hay que cumplirla, hay que
superarla.
Otro
reto por parte de Jesús. Vivimos en un mundo en el que todo debe figurar por
escrito. Es lógico que en el tráfico normal así sea. Pero Jesús pide a los
suyos una integridad a toda prueba. Un cristiano debía ser una especie de
"fe pública". En reiteradas ocasiones, Jesús advierte en el Evangelio
a su discípulos que deben bastarles dos palabras para ir por el mundo dando
testimonio suyo. Son las dos palabras más importantes de la vida: si y no. Sin
más añadidos. Cuando un hombre sabe decir si a determinadas situaciones y
mantener ese sí, por encima de todo y, al propio tiempo, sabe decir no ante
otras situaciones determinadas y mantener ese no por encima de todo, nos hemos
topado con un hombre conforme a la voluntad de Jesús .
¿Qué
nos dice Dios en la Palabra?
· ¿Vivo los
mandamientos como una norma rígida y pesada con la cual debo cargar, o más bien
como aquello que ordena mi vida y me conduce a la libertad?
· ¿Me esfuerzo por
vivir los mandamientos cada día? ¿Comprendo que la recompensa está en el Reino
de los Cielos?
· ¿De qué sirve
cumplir la Ley si carezco de amor? ¿Comprendo que la plenitud de la Ley radica
en el amor?
· ¿Qué me dice el
mandamiento “no matarás”, siento que me es ajeno? ¿Con que actitudes, gestos o
pensamientos elimino a mis hermanos de mi vida? ¿De qué modo vivo este llamo a
la reconciliación? ¿Soy de los que esperan que el otro tome la iniciativa? ¿A
partir de ahora estoy dispuesto a ser yo quien dé el primer paso?
· ¿Comprendo que Jesús
quiere de nosotros corazones puros y limpios? ¿Qué significa para mí vivir la
pureza? ¿Qué debo cambiar y/u ordenar en mi vida? ¿Entiendo que solo aquellos
que tienen un corazón puro y limpio pueden ver de mejor modo a Dios?.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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