Comentario a las
lecturas del IV
Domingo del Tiempo Ordinario 29 de enero de 2023
Introducidos ya en el tiempo litúrgico llamado "ordinario", vemos cómo Jesús crece, habla y se sienta enseñando como un Maestro . Nos va presentando aspectos prácticos para nuestra vida de cristianos, esta ya no queda reducida a un figurar como acompañantes de Jesús (ni tan siquiera imitadores) sino conscientes de lo que dice y de los efectos que produce el “pertenecer” a esa gran comunidad donde resuena el programa y las palabras de Jesús.
En la primera lectura (Sof 2,3; 3,12-13), vemos como Sofonías, contemporáneo de Jeremías, colabora con
Josías en la gran reforma religiosa.
Una idea
dominante aparece a lo largo de su corto libro: la gran catástrofe que se
cierne sobre Jerusalén ("Día de la Ira"). El profeta Sofonías vivió
tiempos difíciles, en los que los gobernantes oprimían a los más débiles. El
profeta le dice al pueblo que no se desanime, porque el Señor les va a
auxiliar. Ellos, el pueblo, deben confiar en el Señor, pero sabiendo que
confiar en el Señor supone y exige vivir según una determinada ética,
defendiendo siempre la justicia, la bondad y la verdad. El hombre ha de rendir
cuenta a Dios, y por eso invita a la penitencia y conversión mientras hay
tiempo. Al final, un resto de Israel se salvará (2,7.9;3,13); Sofonìas cierra
su obra como otros muchos profetas, con un oráculo de restauración.
El profeta
ha perdido toda esperanza en la conversión de la clase dirigente, de los
dignatarios y sacerdotes de Judá. Por eso la catástrofe nacional es inevitable,
pero "quizás" exista aún la posibilidad de que "los pobres de la
tierra", el pueblo llano y humilde, pueda escapar sano y salvo cuando
llegue el día de "la cólera de Yavé". Por eso la exhortación del
profeta se dirige a este pueblo, no a la clase dirigente. La salvación de los
pobres depende mucho de la capacidad que tengan para reaccionar y superar el
desaliento que padecen. Sofonías les invita a "buscar a Yavé" con
todas sus fuerzas y a desear la justicia. Ellos son los mejor dispuestos para
buscar a Yavé y su justicia. Vivamente les recomienda que recuperen el
"ánimo y busquen" ellos mismos, en vez de dejarse llevar por el
desaliento y por los que desalientan con su conducta al pueblo.
Mientras la
literatura sapiencial bíblica tiende a considerar la pobreza como el resultado
de la pereza, los profetas ven en los pobres a los oprimidos y en la pobreza de
éstos la consecuencia de la injusta riqueza de los ricos. Para Sofonías los
"humildes de la tierra" son los justos, pero también la ínfima clase
social constituida por los jornaleros del campo. La posibilidad que tienen los
pobres de salvarse se anuncia ahora como promesa de Dios que ha de cumplirse.
El pueblo pobre y humilde será el "resto de Israel" (cfr. Mi 2,12) y
el heredero de todas las promesas. Los pobres de la tierra, desposeídos de la
riqueza y el poder, tendrán ocasión de poner toda su confianza en Dios. Y se
apartarán de toda falsa autosuficiencia y la vana pretensión de apoyarse en el
prestigio de una sabiduría extranjera; tampoco confiarán en alianzas políticas
con las grandes potencias. Dios será su único y verdadero refugio.
El hombre
debe prepararse para el día del juicio del Señor (Dies/Irae) en el que se va a
pedir cuentas para castigar. En 2,1-3, el heraldo se dirige a dos grupos muy
diversos: "el pueblo despreciable" que va a ser aniquilado y el
"pueblo humilde" que buscando la justicia busca a Dios.
En los vv.
3, 9-20 se invita a Sión al gozo y a la alegría: "grita, lanza vítores,
festeja exultante" (v.14). El miedo debe ser desterrado: "no temas,
no te acobardes" (vs. 15-16). ¿Qué es lo que ha ocurrido? Sofonías nos
habla de una restauración, de una época dorada en Jerusalén que anula la
anterior de humillación y de corrupción. La Jerusalén humillada por tiranos
(v.15) y obligada a pagar tributo y rendir culto a los dioses extranjeros será
el centro del mundo: tendrá fama ante los otros pueblos (v.20) quienes,
unificados, invocarán y servirán al Dios del Israel (vs. 9-10). Su nuevo amo
será un rey y soldado victorioso: el Señor (vs. 15-16).
La
Jerusalén rebelde, manchada y opresora (vs. 1-2) por la conducta denigrante de
sus príncipes, jueces, profetas y sacerdotes (vs.3-4) queda purificada con la
presencia de Dios como rey y guerrero, garantía de prosperidad y de protección
eficaz para el pueblo (vs. 15-16; cfr.Ez. 48,35;Zac.8,23).
La
restauración reúne a los dispersos (v.19) y deja un resto "que no cometerá
crímenes ni dirá mentiras..." (vs. 12 s). Es tiempo de alegría, de la que
participa el Señor: El "se goza, se alegra contigo, se llena de
júbilo" (v.17). Y esa alegría acarrea la paz y la tranquilidad: el resto
"pastarán y se tenderán sin que nadie les espante".
El responsorial de hoy (Sal 145,7-10), es el mismo
que se nos proclamó en el del III domingo de adviento.
Es un
"himno" del reino de Dios. A partir del salmo 145, hasta el último,
el 150, tenemos una serie que se llama el "último Hallel", porque
cada uno de estos seis salmos comienza y termina por "aleluia". En
esta forma el salterio termina en una especie de ramillete de alabanza.
Recordemos que la palabra "hallélouia" significa, en hebreo
"alabad a Yahveh", "alabad a Dios".
El salmista
canta el amor de Dios en una enumeración de obras divinas festivas.
Dios
-Que ha
creado los cielos
-Que
mantiene su fidelidad
-Que hace
justicia a los oprimidos...
-Que da el
pan a los hambrientos...
-Que libera
a los prisioneros...
-Que abre
los ojos a los ciegos...
-Que
endereza a los encorvados...
-Que ama a
los justos...
-Que guarda
a los peregrinos...
El salmo como alabanza comunitaria, tiene varias
partes. La primera se exprese en singular (vv. 1-2). La exhortación que sigue
termina con una bendición (vv. 3-5). Continúa y finaliza con una confesión de
fe colectiva a cargo de la asamblea (vv. 6-10), esta última parte es la que
viene en el responsorial de hoy.
La estrofa que repetimos entre los versículos del
salmo nos sitúa ante la realidad de los pobres. Los pobres, entre los que podemos incluir
a los que lloran, y a los humildes, son esta categoría de personas desvalidas,
conscientes de que solos no pueden salir de su situación y que no quieren salir
de ella a base del poder y la fuerza. De hecho, algunos autores afirman que se
podría explicar el término "humildes" diciendo
"no-violentos". Son aquellos que tienen a Dios por rey, según la
expresión de Isaías y del salmo que hemos leído. La "justicia" va más
allá de lo que entendemos normalmente por justicia. Es la relación correcta con
Dios, con los demás y con el mundo. Practicar la justicia es hacer la voluntad
de Dios, que a menudo se contrapone a los deseos humanos, lo que provoca la
persecución para los que quieren ser justos.
Así comentó
San Juan Pablo II este salmo 145: " 1. El
salmo 145, que acabamos de escuchar, es un "aleluya", el primero de
los cinco con los que termina la colección del Salterio. Ya la tradición
litúrgica judía usó este himno como canto de alabanza por la mañana:
alcanza su culmen en la proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia
humana. En efecto, al final del salmo se declara: "El Señor reina
eternamente" (v. 10).
De ello se sigue una verdad consoladora:
no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se
hallan bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan
una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se
desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de
letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad (cf. vv. 6-9).
2. Dios es creador del cielo y de la
tierra; es custodio fiel del pacto que lo vincula a su pueblo. Él es quien hace
justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él
es quien abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan,
quien ama a los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al
huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina
soberano sobre todos los seres y de edad en edad.
Son doce afirmaciones teológicas que, con su
número perfecto, quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción
divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que está
comprometido en su historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en
favor de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices.
3. Así, el hombre se encuentra ante una
opción radical entre dos posibilidades
opuestas: por un lado, está la tentación de "confiar en los
poderosos" (cf. v. 3), adoptando sus criterios inspirados en la maldad, en
el egoísmo y en el orgullo. En realidad, se trata de un camino resbaladizo y
destinado al fracaso; es "un sendero tortuoso y una senda llena de
revueltas" (Pr 2, 15), que
tiene como meta la desesperación.
En efecto, el salmista nos recuerda que el
hombre es un ser frágil y mortal, como dice
el mismo vocablo 'adam, que en
hebreo se refiere a la tierra, a la materia, al polvo. El hombre -repite a
menudo la Biblia- es como un edificio que se resquebraja (cf. Qo 12, 1-7), como una telaraña que el
viento puede romper (cf. Jb 8,
14), como un hilo de hierba verde por la mañana y seco por la tarde (cf. Sal 89, 5-6; 102, 15-16). Cuando la
muerte cae sobre él, todos sus planes perecen y él vuelve a convertirse en
polvo: "Exhala el espíritu y vuelve al polvo; ese día perecen sus
planes" (Sal 145, 4).
4. Ahora bien, ante el hombre se presenta
otra posibilidad, la que pondera el salmista con una bienaventuranza:
"Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en
el Señor su Dios" (v. 5). Es el camino de la confianza en el Dios eterno y
fiel. El amén, que es el verbo
hebreo de la fe, significa precisamente estar fundado en la solidez
inquebrantable del Señor, en su eternidad, en su poder infinito. Pero sobre
todo significa compartir sus opciones, que la profesión de fe y alabanza, antes
descrita, ha puesto de relieve.
Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad
divina, dar pan a los hambrientos, visitar a los presos, sostener y confortar a
los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y a
los miserables. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas;
es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que más tarde
será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se concluirá la
historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a Cristo en el
hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo y en
el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a
mí me lo hicisteis" (Mt
25, 40): esto es lo que dirá entonces el Señor.
5. Concluyamos nuestra meditación del salmo
145 con una reflexión que nos ofrece la sucesiva tradición cristiana.
El gran escritor del siglo III Orígenes, cuando
llega al versículo 7 del salmo, que dice: "El Señor da pan a los
hambrientos y liberta a los cautivos", descubre en él una referencia
implícita a la Eucaristía: "Tenemos hambre de Cristo, y él mismo nos
dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Los que
hablan así, tienen hambre. Los que sienten necesidad de pan, tienen
hambre". Y esta hambre queda plenamente saciada por el Sacramento
eucarístico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de
Cristo (cf. Orígenes-Jerónimo, 74
omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 526-527). (San Juan Pablo II. Audiencia del Miércoles 02 de julio del
2002).
En la segunda
Lectura : 1 Cor 1,26-31 San Pablo invita a los
corintios a tomar conciencia de lo que sucede en su propia comunidad y aprendan
así a descubrir lo que es verdaderamente importante para responder a la llamada
de Dios.
Corinto era
una ciudad que, en aquella época pasaba del medio millón de habitantes, dos
terceras partes de los cuales eran esclavos. La comunidad cristiana, que ya
debía contar algunos centenares de miembros, también estaba formada
mayoritariamente por esclavos y personas de clase baja. De esta situación de
hecho, que Pablo recuerda al inicio del fragmento, el apóstol deduce
afirmaciones de principio. La elección de cada cristiano es una decisión
personal de Dios. De aquí que "a los ojos del mundo" sorprenda la
clase de gente que conforma la comunidad cristiana. De hecho, Pablo parte de aquella
corriente profética del Antiguo Testamento según la cual Dios invierte los
valores de los hombres: el Señor no se complace en el poder y la fuerza, sino
en la humildad y el servicio.
La única
riqueza, el único motivo de gloria es Jesucristo, que ha sido dado por Dios
gratuitamente. Así, pues, citando libremente el texto de Jeremías, Pablo afirma
que el status social de la mayoría debe servir para comprender que sólo pueden
gloriarse en el Señor.
La
experiencia de la fe que tiene esta comunidad confirma lo que había dicho
Jesús: que los pobres son los evangelizados y que de ellos es el Reino de Dios.
Pues Dios se complace en elegir a los pobres, a los ignorantes, a los humildes,
para que en medio de la debilidad y de la ignorancia resplandezca la fuerza y
la sabiduría divinas. Y esto lo pueden comprobar ellos mismos con tal de
fijarse en los que asisten a sus asambleas. La descripción que hace Pablo de la
comunidad cristiana de Corinto coincide con la que se hace de otras comunidades
cristianas en los Hechos.
-"Fijaos en vuestra asamblea...": En
continuidad con el tema de la sabiduría de la cruz, San Pablo hace caer en la
cuenta a los corintios de que su misma situación social y cultural es
demostrativa de los caminos inauditos de Dios. La ciudad de Corinto, como
ciudad portuaria y de tráfico comercial, tenía una gran proporción de esclavos
en su población. Su primera comunidad cristiana no podía ser muy diferente a
sus habitantes.
-"...lo necio del mundo lo ha escogido Dios
para humillar a los sabios": Dios invierte los criterios y proyectos humanos. Ha
llamado a la fe a aquellos que no pertenecían al pueblo escogido, a los
gentiles; y todavía de entre los gentiles, a aquellos que contaban poco en la
sociedad. Ponía así en evidencia la vaciedad de aquellos que confían en sus
solas propias fuerzas y, al mismo tiempo, ponía de manifiesto que sus criterios
son los de la pura misericordia.
-"Por él vosotros sois en Cristo Jesús...":
Los corintios, de no ser nada, han pasado a ser una nueva creación en Cristo.
Han obtenido la sabiduría, la justicia, la santidad y la redención: todo el
conjunto de las aspiraciones de los griegos y de los judíos. Jesucristo
crucificado es la expresión máxima de la sabiduría de Dios; es al mismo tiempo
el cumplimiento fiel de las promesas por las que Dios manifiesta su justicia;
es el paso hacia la resurrección que posibilita el don del Espíritu de
santificación; y, finalmente, es la muerte liberadora de la esclavitud del
hombre.
Así comenta
San Agustín esta lectura: "A veces
los hombres se causan un gran daño a sí mismos, mientras temen ofender a los
demás. Mucha es la influencia de los buenos amigos para el bien y de los malos
para el mal. Por ello el Señor, con el fin de que despreciemos las amistades de
los poderosos con vistas a nuestra salvación, no quiso elegir primero a
senadores, sino a pescadores. ¡Gran misericordia la del autor! Sabía, en
efecto, que si elegía a un senador, iba a decir: «Ha sido elegida mi dignidad».
Si hubiera elegido primero a un rico, hubiese dicho: «Ha sido elegida mi riqueza».
Si hubiese elegido antes al emperador, hubiese dicho: «Ha sido elegido mi
poder». Si el elegido hubiese sido un orador, hubiese dicho: «Ha sido elegida
mi elocuencia». Si el elegido hubiese sido un filósofo, hubiera dicho: «ha sido
elegida mi sabiduría». «Está gente soberbia -dijo el Señor- puede sufrir una
pequeña dilación; está muy hinchada». Hay diferencia entre la magnitud y la
hinchazón; una y otra cosa son algo grande, pero no algo igualmente sano.
«Sufran dilación -dijo- estos soberbios; han
de ser sanados con algo sólido. Dame en primer lugar este pescador. Tú, pobre,
ven y sígueme; nada tienes, nada sabes, sígueme. Sígueme tú, pobre ignorante.
Nada hay en ti que se asuste, pero hay mucho para ser llenado». A tan amplia
fuente ha de llevarse el vaso vacío. Dejó sus redes el pescador, recibió la
gracia el pecador y se convirtió en divino orador. He aquí lo que hizo el
Señor, de quien dice el Apóstol: Dios eligió lo débil del mundo para
confundir a lo fuerte; eligió también lo despreciable del mundo y lo que no es
como si fuera, para anular lo que es (1 Cor 1,27-28). Y ahora se leen las palabras de los pescadores y se doblega la
cerviz de los oradores. Desaparezcan, pues, de en medio los vientos vacíos;
desaparezca de en medio el humo que a medida que se eleva se esfuma;
despréciense totalmente en bien de la salvación." ( San Agustín.
Sermón 87,12).
El evangelio de hoy ( Mt 5,1-12a), nos presenta el Sermón de la Montaña, que es considerado como la Carta Magna del Reino de Dios.
San Mateo,
el evangelista del Reino, nos presenta este largo discurso del Señor al
principio de su ministerio público, como un exordio en el que se recogen los
principales puntos del mensaje de Cristo. Es cierto que en él se entremezclan
diferentes temas, pero en todos ellos hay un espíritu común, un mismo latido de
sencillez y de humildad, de alegría y de paz.
Al proclamar
las bienaventuranzas, Jesús no enunció condiciones para entrar en el Reino. Más
bien: proclamó a la manera profética que determinadas situaciones desgraciadas
(las más típicas habitualmente consideradas en el estilo profético) habían por
fin provocado la atención benevolente de Dios, que sin tardar y gratuitamente
iba a hacer llegar su Reino.
En primer
lugar se señala una actitud inicial básica que se convierte en exigencia para
llegar al Reino de Dios. El que adopta esa actitud es ya "dichoso",
pues hay para él una promesa. En la primera y en la última bienaventuranza la
promesa es expresamente el Reino de los Cielos, en las otras se trata de la
misma realidad considerada bajo diversos aspectos.
El versículo inicial, que da cuenta de la presencia de la gente y de los discípulos, ya había quedado preparado el domingo pasado con la invitación al seguimiento y con la actividad por toda Galilea. En la montaña y en postura docente, a semejanza de los rabinos rodeados de discípulos. Para el marco Mateo sigue sirviéndose del cliché del Éxodo: presenta a Jesús en la montaña a semejanza de Moisés, a quien Jesús da sentido y cumplimiento.
-"...al ver Jesús al gentío, subió a la montaña...":
Desde la montaña, como desde un nuevo Sinaí, Jesús proclama ante las multitudes
y no sólo para el grupo restringido de los discípulos, la nueva ley del Reino,
convocando al pueblo de la Nueva Alianza. La bienaventuranza o felicidad
proclamada es escatológica, pero también presente ya de una manera latente en
quienes viven según el programa del Reino; sólo por la fe puede percibirse.
-"Dichosos los pobres en el espíritu...":
La primera y la última bienaventuranza enmarcan el conjunto de las otras seis
(tres referidas a situaciones de sufrimiento y tres referidas a actitudes en
bien del hombre). La primera es una invitación a optar por la condición de
pobre. El término "en el espíritu" no es ningún intento de aguar su fuerza
social: indica que se trata de una pobreza que abraza lo más profundo de la
persona y que, por tanto, no se puede reducir a una situación sociológica fruto
de la necesidad ni a un sentimiento de desprendimiento de carácter interior.
Contra la idolatría del poder del dinero se trata de una opción fundamental por
Dios. De aquí que la promesa sea la entrada en el Reino, en el ámbito de la
realeza única de Dios.
-"Dichosos los que lloran...": Las
tres bienaventuranzas siguientes hablan de situaciones de sufrimiento fruto de
la opresión y de la injusticia. Los términos para expresarlo provienen del AT:
los que lloran (los oprimidos) reciben la recompensa del consuelo de la
liberación ; los humildes, los sufridos, (los desposeídos de la tierra), la
alegría de poseer el país; y los que tienen hambre y sed de realización de la
justicia de Dios, verán cumplidos su deseo con el establecimiento del Reino.
-"Dichosos los misericordiosos...":
Las otras tres bienaventuranzas hablan de las actitudes activas de la
compasión, de la misericordia y de la pureza de corazón que son el indicativo
de una conducta sincera hacia los demás y ante Dios, y de la creación de
situaciones de paz como anticipación del Reino mesiánico y definitivo en el que
todos serán hijos de un mismo Padre.
-"Dichosos los perseguidos...": La
última de las bienaventuranzas tiene estrecha relación con la primera. La
opción contra el poder y el dinero, contra la idolatría, provoca la
persecución. Pero este fracaso de los discípulos en el mundo es también prenda
de felicidad. Comparten la misma suerte de los profetas y del mismo Jesús,
indica de que están en el camino que conduce a la verdadera felicidad de la
vida del Reino.
Para nuestra vida
En la primera lectura vemos como al profeta
Sofonías le tocaron años difíciles. Israel y sus jefes iban tras alianzas con Egipto
que garantizasen su seguridad contra Asiria. El rey de Judea, Amón, fue
asesinado por unos oficiales partidarios de la alianza con Egipto. Josías, que
tiene entonces ocho años, sube al trono. Es en esa época cuando profetiza
Sofonías.
Sofonías
anuncia un día terrible, "el día del Señor”, para aquellos que no confían
en Dios y sí en tratados políticos. Por eso, para que la desgracia no se abata
sobre ellos, llama a los "humildes" a la conversión. Los humildes se
oponen, en Sofonías, a todos los que encuentran su fuerza en ellos mismos: los
dignatarios, los ricos, los que no les importa Dios. Pero el profeta habla
claro: la única actitud posible para mantenerse es "buscar a Dios su
justicia". Buscad la justicia, buscad la moderación, quizá así podáis
libraros el día del juicio de Dios. Sofonías mira a esos que son humildes, a
esos que pasan desapercibidos, a esos que no suenan, esos que no brillan. Ellos
serán los que se verán libres el día de la ira del Señor.
Es muy duro
ser pobre y humilde en nuestro mundo; los soberbios, arrogantes y mentirosos
están mejor vistos. Los últimos suelen triunfar, mientras que a los primeros se
les deja de lado: no ocupan cargos importantes, ni van de etiqueta por la vida.
Muchas veces su sinceridad les hace perder la confianza de sus jefes, perdiendo
sus puestos incluso en la misma Iglesia de Dios. En el hombre no deben confiar,
pero sí en Dios ya que éste acoge lo humilde y necio del mundo para confundir a
los prepotentes y arrogantes. Este es el mensaje de Sofonías, de Pablo y del
Evangelio.
Dirigiéndose
a los humildes, a los sencillos que cumplen la ley de Dios sin ostentación, sin
aparato externo, hombres que buscan la justicia haciéndola una realidad en sus
propias vidas, Sofonías destaca lo que importa, lo único necesario. Vivir cara a Dios, buscar
en la vida sólo una cosa, hacer su justicia, cumplir su voluntad. Sin añorar el
aplauso de los hombres, sin pretender su beneplácito, sin intentar obtener sus
alabanzas. Hacer lo que hay que hacer, sencillamente, continuamente. Esperando
del Señor la recompensa. Al fin y al cabo Él es el único que sabe pagar, el
único que sabe apreciar justamente nuestro esfuerzo.
Una vez más
brota del mensaje profético la promesa de una liberación, la esperanza de una
restauración que reúna en un pueblo nuevo a todos los hijos de Dios, dispersos
por los mil rincones de la tierra. Ese pueblo nuevo resurgirá con la llegada de
Cristo. Él, como otro Moisés, librará a los suyos del peso de la esclavitud.
En la segunda lectura vemos como en tiempos de
san Pablo, la mayoría de los cristianos que acudían a la asamblea eucarística
eran de condición social baja. San Pablo les dice que pongan su confianza en el
Señor, porque todo lo bueno que tienen es un don de Dios.
En nuestras
asambleas eucarísticas, hoy día, hay personas de todas las clases sociales. Lo
que nos diría hoy a nosotros san Pablo es que todos nos comportemos como
hermanos, intentando vivir en auténtica fraternidad cristiana. Que consideremos
la vida y todo cuanto tenemos como un regalo de Dios y que pongamos todo,
incluidas nuestras vidas, al servicio del evangelio. Somos obreros de Dios y
todos debemos trabajar con humildad para que el reino de Dios pueda hacerse
realidad entre nosotros, tal como lo hizo, mientras vivió entre nosotros, Jesús
de Nazaret, nuestro Maestro, nuestro Guía, nuestro Salvador. Y, si nos
gloriamos de algo, que nos gloriemos en el Señor.
La
valoración que San Pablo hace de la comunidad contrasta con la preocupación,
hoy frecuente, de buscar hombres de valía personal para dar tono a las
asambleas eclesiales. A juzgar por las palabras de Pablo, la comunidad de
Corinto no estaba formada por hombres de grandes cualidades intelectuales o de
una especial procedencia social. Pero el Apóstol, siguiendo el hilo de su
razonamiento, da de ella una valoración definitiva y evangélica: Dios «eligió
lo plebeyo del mundo... para anular a lo que existe» (v 28). El canto y la
esperanza de los pobres que hacen descansar su existencia en la iniciativa de
Dios, actitud constante en la Escritura, es para san Pablo la señal más clara
de la elección que Dios hace cuando, por su palabra, se acerca a los hombres.
San Mateo nos presenta el sermón del monte, en el se nos proclaman
las Bienaventuranzas.
La
proclamación de las bienaventuranzas produce siempre inquietudes , porque
parece imposible vivir así y compartir la claridad de Cristo al pronunciarlas
con toda rotundidad.
Sin
embargo, es un ideal por el que tenemos que luchar, sabiendo que en ese
esfuerzo contamos con la ayuda divina.. Todos queremos ser felices y merece la
pena esforzarnos por encontrar la felicidad en lo que Dios nos dice que nos la
garantizará . Dice San Agustín:“No puede
encontrarse, en efecto, quien no quiera ser feliz. Pero ¡ojalá que los hombres
que tan vivamente desean la recompensa no rehusaran la tarea que conduce a
ella! ¿Quién hay que no corra con alegría cuando se le dice: «Vas a ser feliz»?
Mas ha de oír también de buen grado lo que se dice a continuación: «Si esto
hicieres». No se rehúya el combate si se ama el premio. Enardézcase el ánimo a
ejecutar alegremente la tarea ante la recomendación de la recompensa. Lo que
queremos, lo que deseamos, lo que pedimos vendrá después. Lo que se nos ordena
hacer con vistas a lo que vendrá después, hemos de realizarlo ahora”. (San
Agustín, Sermón 53, 1-6).
Ante las bienaventuranzas, lo primero que hay que
decir es que son palabras que Jesús dirige no sólo a los discípulos sino también a las
muchedumbres que, como se dice al final del Sermón, escuchaban con admiración
las palabras del Rabí de Nazaret. Esto significa, en contra de lo que algunos
opinan, que el Señor se dirige a todos, cuando nos pide esa santidad y
perfección que suponen las bienaventuranzas. Es decir, todos estamos llamados a
ser santos. Aunque la santidad que a cada uno nos pide el Señor no tiene las
mismas características, sí tiene las mismas exigencias de un gran y profundo
amor.
De la
santidad nos decía el Papa Francisco en la Audiencia general del miércoles 2 de octubre de 2013: "Dios
te dice: no tener miedo de la santidad, no tener miedo de apuntar alto, de
dejarse amar y purificar por Dios, no tener miedo de dejarse guiar por el
Espíritu Santo. Dejémonos contagiar de la santidad de Dios. Todo cristiano esta
llamado a la santidad (cfr Cost. dogm. Lumen gentium, 39-42); y la santidad no
consiste primero en el hacer cosas extraordinarias, sino en el dejar actuar a
Dios. Y el encuentro de nuestra debilidad con la fuerza de su gracia, es tener
confianza en su acción que nos permite vivir en la caridad, de hacer todo con
alegría y humildad, para la gloria de Dios y en el servicio al prójimo. Hay una
célebre frase del escritor francés Léon Bloy; en los últimos momentos de su
vida decía: "Hay una sola tristeza en la vida, la de no ser santos".
No perdamos la esperanza en la santidad, recorramos todos este camino.
¿Queremos ser santos? El Señor nos espera a todos, con los brazos abiertos; nos
espera para acompañarnos en el camino de la santidad. Vivamos con alegría
nuestra fe, dejémonos amar por el Señor... pidamos este don a Dios en la
oración, para nosotros y para los otros." (Papa Francisco celebra la
Audiencia general del miércoles 2 de octubre de
2013).
En las
bienaventuranzas se plasman los contenidos de
la obra de santidad que Dios quiere hacer - y hace- y valora en cada
ser humano, es verdad que contando siempre con nuestra colaboración. Jesús en el monte dio y nos dio un mensaje
dirigido directamente a nuestro corazón, expresando aquello que Dios valora en
la vida del ser humano. Pero no es fácil
ese convencimiento que inunda de luz el enigmático mensaje de las
bienaventuranzas. Hemos de orar mucho y pedir que nuestro corazón y
entendimiento se abran a la eficacia vivificadora de la Palabra de Dios.
Sería un
error escuchar las bienaventuranzas como un mensaje imposible, como una
cuestión que, tal vez, pueda cumplirse en la vida futura o que, por otra parte,
es una utopía de imposible realización. Podemos observar su existencia y sus
efectos en la vida cotidiana, en personas que tenemos cercanas.
Todo el
contenido de las bienaventuranzas se convierte en realidad. Esa realidad ya
viene anunciada en la primera lectura. Sofonías profetiza la obra de Dios,
Jesús da plenitud a esa obra al proclamar las bienaventuranzas.
Rafael
Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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