domingo, 10 de abril de 2022

Comentarios a las lecturas del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. 10 de abril de 2022

El Domingo de Ramos es un día alegre y, religiosamente, muy significativo. Es el primer día de la semana grande, de la Semana Santa, y en esta semana conmemoramos los cristianos la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, a quien nosotros consideramos como nuestro Salvador.

El evangelio que hoy inicia y acompaña a la bendición y procesión de ramos, nos presenta un  relato, repetido por los otros evangelistas, que es sin duda uno de los más entrañables y alegres de la historia de Jesucristo. En él intervienen los apóstoles y discípulos, el pueblo llano que seguía entusiasmado a Cristo, los niños que tanto le querían y admiraban.     
El marco escénico también contribuye a dar encanto y ternura, sencillez y magnificencia a un tiempo a este suceso. El descenso desde Betfagé hasta Jerusalén, hacia la Puerta Dorada probablemente, era un camino de bajada y subida que muchas veces habían recorrido los peregrinos procedentes de Galilea. Descendía por el monte de los Olivos, atravesaba el torrente Cedrón en el valle de Josafat, zona de sepulcros y de muerte, para ascender casi en línea recta a la explanada del Templo por la parte oriental, entrando por la Puerta Dorada, llamada también Puerta de la Misericordia.

Del evangelio  proclamado en la bendición comenta san Agustín: "No te avergüences de ser jumento para el Señor. Llevarás a Cristo, no errarás la marcha por el camino: sobre ti va sentado el Camino. ¿Os acordáis de aquel asno presentado al Señor? Nadie sienta vergüenza: aquel asno somos nosotros. Vaya sentado sobre nosotros el Señor y llámenos para llevarle a donde él quiera. Somos su jumento y vamos a Jerusalén. Siendo él quien va sentado, no nos sentimos oprimidos, sino elevados. Teniéndole a él por guía, no erramos: vamos a él por él; no perecemos" . (San Agustín Sermón 189,4).

Toda la escena tiene como trasfondo  un pasaje de  Zacarías (Zac 9,9), a pesar de la inverosimilitud histórica. La profecía de Zacarías -centro  del relato- tuvo lugar entre los años 520 y 518 antes de Cristo. Era la época del retorno de  los judíos de la cautividad. El año 536 a.C. habían empezado los trabajos de reconstrucción  del templo; pero en forma tan modesta que los viejos, que habían conocido el templo de  Salomón, lloraban desconsolados. Zacarías y su contemporáneo Ageo quieren presentar un  Mesías sencillo, muy lejos de la imagen que los judíos derrotados y humillados tenían de su  soñado jefe. Por eso Zacarías lo presenta sentado sobre un asno.

La aclamación"¡ Bendito  el que viene en el nombre del Señor!" está tomada del salmo 118 (vv. 25-26), que se  cantaba en algunas de las fiestas más solemnes; un salmo que nos ayuda a captar el  verdadero sentido de aquel episodio, y que quizá recitaran completo. La aclamación  "Hosanna" -"Dios salva"- había perdido su sentido como invocación para pedir la ayuda  divina, y se había convertido en una expresión de júbilo y entusiasmo, como nuestro "viva"  o "aleluya". La exclamación "Viva el Hijo de David" nos indica la realeza que esperan de  Jesús: que restaure la monarquía davídica. De ahí la frase de Marcos: "Bendito el reino que  llega, el de nuestro padre David".

Ya introducidos en la celebración vamos a seguir las lecturas.

 

La primera lectura del libro de Isaías  (Is.50, 4-7) es del tercer canto del Siervo. este aparece más como sabio que como profeta. Asegura que el Señor le está introduciendo en su Sabiduría, para poder llevar al abatido una palabra de aliento.

Mañana tras mañana le espabila y le abre el oído; y la consecuencia de tener el oído abierto a la Palabra, es que no se rebela ni se echa atrás; más bien afrontará todos los sinsabores de su historia, sin histerismos ni timideces, a pecho descubierto, sabiendo que el Señor le ayuda, y por tanto no quedará avergonzado.

. La unidad de este tercer canto del siervo (50, 4-9) está en las cuatro proposiciones que tiene al Señor por sujeto ("mi Señor me...": vs. 4.5.7.9). La persona del siervo, así como su ministerio, son interpretados de forma profética: vocación o misión, sufrimientos que conlleva su ministerio, así como su total confianza en Dios.

El siervo escucha y predica el mensaje divino, pero esta misión resulta imposible de llevarla a cabo a no ser que el Señor le dé "lengua de iniciado" o le abra el oído para entender (vs. 4-5, la misión siempre nace de una vocación).

El está convencido de que es Dios el que ha obrado esta maravilla.

El mensaje que proclama de parte del Señor es de esperanza, y es que su palabra se dirige a hombres concretos con su problemática específica; la situación del pueblo - que presupone el texto- es muy diversa ya que la larga duración del destierro ha provocado la desesperación de la gente. Al abatido es necesario reanimarle, dirigirle una palabra de consuelo, de esperanza en el Señor (v. 4a;).

- A la vocación e invitación el siervo responde con prontitud . Sabe que su tarea es amarga y así lo confiesa en este relato que se asemeja a las confesiones de Jeremías. Intenta suscitar esperanza en el pueblo y sólo recibe escepticismo por la tardanza de la liberación. Como Ezequiel (2, 8) abre su boca para comer el mensaje divino, pero éste no es dulce sino que le acarrea un gran sufrimiento: le apalean, le mesan la barba (v. 6).

Los ultrajes el siervo los acepta y afronta con decisión, sin intentar vengarse; al insulto responde con fría calma (v. 6); cree con total firmeza que el Señor está a su lado (le nombra insistentemente: vs. 4.5.7.7.9) y por eso espera contra toda esperanza sabiendo que al final el triunfo es suyo.

El, que dice al abatido una palabra de consuelo,  es un incomprendido, y en consecuencia acepta su misión entregando su espalda a los que le flagelan.

Confía plenamente en el éxito de su misión, no porque tenga fuerzas sobrehumanas, sino porque «mi Señor me ayudaba».

 

  El responsorial es el Salmo 21 (Sal 21,8-9. 17-18a. 19-20. 23-24), en el  repetimos la estrofa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

 Jesús oro con este salmo, en uno de los momentos más impresionantes de la pasión de Cristo, cuando pronuncia  aquellas palabras: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Expresan todo el  drama espiritual que sufre en medio de los tormentos de la cruz. San Mateo  nos han transmitido estas palabras, incluso en la lengua original: "Eli, Eli, lama sabactani?" . Si todos recuerdan fácilmente estas palabras que inspiran un hondo sentimiento de  admiración hacia el crucificado agonizante, no todos sabrán seguramente que las palabras  de Jesús son el inicio del salmo 21, y que él probablemente lo continuaría rezando, siendo  consuelo para su alma y realización de una palabra profética sobre el Mesías. 

A la luz de este salmo, la cruz no era un fracaso, no era una derrota de uno que se había  excedido en ilusiones mesiánicas: era el cumplimiento de un plan trazado por Dios y desde  antiguo anunciado a su pueblo de Israel. Así el misterio de la cruz, escándalo o locura,  aparecía a la luz del salmo 21 como el misterio de la fuerza de Dios.  Cristo en la cruz ora con el salmo 21. Toda su vida ha orado con  los salmos de la Biblia, como buen israelita. Los ha hecho suyos,  alimento de su vida de creyente, se ha identificado con ellos, les ha dado cumplimiento. Y así no es de extrañar que en el  momento de su agonía vengan, a su mente y a sus labios, las  oraciones sálmicas más apropiadas. Concretamente el salmo 21, que es uno de los más  conmovedores del salterio. 

 A pesar de la sensación de abandono y hasta desesperación que refleja el salmo 21 --"¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?"-- implora la ayuda de Dios y sabe de quien se ha fiado. Las últimas palabras de este salmo son las que le dan su sentido esencial: aunque  parezca paradójico, se trata de un salmo de acción de gracias. El salmista canta la acción  de gracias de Israel resucitado a la vuelta del exilio. Lo que más llama la atención, es que  este poeta describe la liberaci6n de su pueblo, bajo el «ropaje» de un «crucificado vuelto a  la vida». 

8-9 "Al verme se burlan de mí,  hacen visajes, menean la cabeza:  «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo,  que lo libre si tanto lo quiere». 

El suplicante es lo contrario de los himnos de Israel. Pero, ¿cómo decir eso que está en  contra de los himnos, sino recurriendo también ahora a las palabras de los himnos,  tomadas al revés para que resulten una burla? «Nuestros padres esperaron y tú los  libraste», dicen los himnos. La burla dice hoy: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo».  ¿Para qué cambiar de palabras? En el salmo 18 se ora asi: «Me libró porque  me amaba» (v. 20). La burla de Sal 21,9 es casi una cita de esa acción de gracias!.  De  cara a Dios, las palabras se agotan (v. 2) y, por lo que hace a los hombres, se vacían y  caen inertes. La muerte de las palabras anuncia la muerte del hombre. Muerte y vida basculan en la vida orante. muerte. Quien no cree en la  vida exige pruebas y por ello mismo se ve rápidamente abocado a aportar él mismo las  pruebas de lo contrario. Quien no cree en la vida trabaja afanosamente a favor de la  muerte.

17 "Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores, me taladran las manos y los pies",  18 "y puedo contar mis huesos. Ellos me miran triunfantes, 19 se reparten mi ropa, se sortean mi túnica". 

Es el momento de la inminencia. La irrupción de los animales significa que ha pasado la  hora de la palabra. Se abren las fauces para atemorizar y devorar. Es la hora del miedo,  pues la víctima es la presa de una cacería a la inversa, en que las grandes fieras utilizan a  los perros contra el hombre, cuando lo habitual es que el hombre se sirva de los perros  contra las fieras. Pero no es eso todo: los «perros» son en realidad los agentes humanos  del mal. Son hombres, como lo demuestra el paralelismo mastines/malhechores en el v. 17 

20 "Pues tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a auxiliarme;  «¡Rápido! ». Se lanza el grito hacia «mi Dios»". 23 "¡Tú me respondiste!. Y yo proclamo tu nombre ante mis hermanos,  en medio de la asamblea te alabo." 

Al igual que la muerte significaba abandono, soledad, separación, la vida aparece como  comunión, y el que ha sido salvado se vuelve hacia los demás. Tan rápido como el recién  nacido se vuelve hacia su madre, el que ha sido salvado se vuelve hacia sus hermanos  para «proclamar» el nombre de su salvador. El suplicante hablaba a Dios de sus enemigos.  El hombre que canta un himno habla de Dios a sus hermanos.

El salmista se encontraba hasta ahora solitario; nadie había visto a los hermanos.  Apenas salvado, entona su canto dirigido a ellos y se convierte en el centro de una  asamblea convocada para entonar una alabanza. El que no era reconocido por el grupo es  el que convoca al grupo.

24 "Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo;  respetadlo, linaje de Israel"; 

La palabra que reúne a los grupos es un himno en toda regla. Pero el himno tiene una  forma que hace pensar en el Evangelio: el pueblo es invitado («alabad», «glorificad»,  «respetad» ) a escuchar una buena noticia. Pero esta buena noticia, bien conocida por  nosotros, es que Dios se acerca al pobre y escucha su queja. ¿Por qué cambiar de  palabras? Mirado en otro tiempo como una «vergüenza» (v. 7) ante la que se esconde el  rostro, el salmista anuncia a todos que Dios, por su parte, no ha sentido ese horror, que no  se ha «velado el rostro». La buena nueva de los salmos es que Dios escucha a los pobres, a  los desdichados. 

 

La segunda lectura de la carta del apóstol San Pablo a los filipenses (Fil 2, 6-11), nos acerca a la actitud radical de Jesús, su vaciamiento hasta la muerte. Este himno cristológico refleja la entrega de Jesús, hasta vaciarse por nosotros. Este despojo lleva un nombre técnico en teología: es la "kenosis" de Cristo. Kenosis viene del griego "kenos", que significa precisamente "vacío". Se concretizó en una obediencia total a su misión, que era la voluntad del Padre. Y no sólo aceptó esta obediencia, sino que escogió también el vivirla hasta el final, "hasta la muerte y la muerte en la cruz", esta muerte que era reservada a los malhechores o a los esclavos. En este sentido, Jesús dio libremente su vida.

San Pablo, encarcelado y juzgado por ser cristiano (Fil. 1, 13), probablemente en Éfeso , ya ha comparecido ante el tribunal, pero la sentencia está todavía pendiente.

Desde allí escribe a los filipenses. San Pablo está en condiciones de pedir con coherencia y autoridad a los miembros de la comunidad de Filipos que den a su vez testimonio cristiano. ¿Qué tipo de testimonio? El de la concordia y el amor. En efecto, el egoísmo, la envidia y la presunción habían empezado a causar estragos en la comunidad; ésta se estaba convirtiendo en un anti signo escandaloso. San Pablo pide a los cristianos de Filipos que tengan la grandeza de ánimo suficiente para superar el propio interés y abrirse con sencillez a los demás (Flp 2, 3-4). Al pedir esto, Pablo no se basa en una simple pedagogía humana, sino en el caso concreto de Cristo Jesús, que siendo Dios se hace hombre. Para ello, Pablo se sirve de un himno litúrgico, que él incorpora a su carta. Este himno describe la dinámica existencial de Cristo Jesús.

Este fragmento con toda probabilidad no fue compuesto por San Pablo, sino que parece ser un himno, quizás litúrgico, que fue introducido por el Apóstol en esta sección de la carta para apoyar su exhortación a la humildad y sencillez, a la renuncia a creerse superior... cosas todas que quería inculcar a los cristianos de Filipos.

El texto manifiesta la unión que hay entre la exhortación moral de san Pablo a los Flp para que evitaran las disensiones y la motivación cristológica de tal exhortación. ¿Por qué han de amarse los filipenses ¿Por qué han de conservar la unidad? ¿Por qué han de respetarse unos a otros? La suprema motivación que el Apóstol da a los filipenses para que eviten las disensiones que amenazan la vida de toda la comunidad es "porque Dios nos ha amado" Y, ¿cómo sabemos esto? Porque Cristo, siendo de condición divina, descendió a nuestra condición humana, se humilló, abandonó el poder y entró por este camino del amor humilde, del amor solidario, y se hizo obediente hasta la muerte.

 El texto nos presenta el proceso de la Encarnación, abajamiento, exaltación y Resurrección de Jesucristo.

El primer tema del himno -aunque no el más importante en su estructura- es la preexistencia de Cristo. Describe su condición divina (v. 6). No se describe en sí misma, sino como punto de arranque de una actuación que inicia su marcha en el insondable mundo de Dios.

Quiere indicar que la existencia total de Jesús no comienza con su aparición en el mundo, sino tiene una "prehistoria". Dicho de otro modo: la preexistencia es una forma de expresar la trascendencia en términos temporales. Cristo-Jesús es el Hijo de Dios desde siempre, igual al Padre.

* Condición humana (vs. 7-8). Fruto de una decisión puramente libre. Está presentada polarmente: momento inicial y final de la existencia humana de Jesús. Así el segundo punto es el vaciamiento. No se trata de afirmaciones ontológicas sobre un imposible abandono de la naturaleza divina por parte del Hijo, sino de insistir en su solidaridad con el hombre, compartiendo el destino de ésta aun en sus lados más oscuros y negativos. Indica una actitud contrastante con la de Adán, que quiso ser lo que no podía. El Hijo, en cambio, no vive como podía, sino como nosotros, haciendo una suerte de milagro por puro amor gratuito.

Jesús es hombre. Muere en la de cruz -probablemente retoque personal paulino del himno original-. Lleva a cabo su misión de predicar el Reino asumiendo las consecuencias de su vida, de su acción concreta de predicar la justicia y el amor en un mundo donde ello a menudo no se admite. Con ello corre el riesgo, al ser pobre, desamparado y pacífico, de morir injustamente. Ello sucede de hecho.

El proceso termina en la exaltación, como indica la segunda parte del himno.

* Condición glorificada (vs. 9-11). Entra en escena Dios, a quien la condición humana de Jesús ha puesto en entredicho. Se trata de Jesús en su destino final y definitivo gloriosos, de su proclamación como Señor de todo, o sea, de reconocimiento de cuanto era de hecho, pero disimulado a lo largo de su vida mortal. Comenzado todo ello en su Resurrección.

 

Los Evangelio de este día nos dan el relato de la Pasión según San Lucas (Lc 22, 14-23, 56).

San Lucas orienta el relato de la pasión hacia el descubrimiento del amor del Padre hacia su Hijo y hacia los hombres. La cruz es así, para el tercer evangelista, el sacramento de la misericordia divina.

Por eso San Lucas no recoge generalmente los cargos que pesan sobre los judíos y sobre los discípulos: ¿para qué buscar responsabilidades cuando la sangre de Cristo lava toda falta? San Lucas no recoge el hecho de que por tres veces Jesús encuentra a sus discípulos dormidos (Mt. 26, 40-47); no dice, como los demás evangelistas, que los discípulos huyeron en Getsemaní (Mt. 26, 56), y no menciona las imprecaciones de Pedro contra los servidores del sumo sacerdote (Mt. 26, 74). Incluso los enemigos de Jesús aparecen en la redacción de San  Lucas con colores menos cargados que en otros lugares. No se dice que los judíos escupieron a Jesús (Lc. 22, 63; cf. Mt. 26, Lc. 67 y 27, 27-31), ni que le ataron para llevarle a Pilato (Lc. 23; cf. Mt. 27, 2).

Incluso en lo que se refiere a Judas, San Lucas trata por desvirtuar al máximo la tradición (no dice nada del convenio aludido por Mt. 27, 3-10). Finalmente, al contrario que los demás evangelistas, no nos presenta a Jesús aislado en el Calvario; por eso no cita a Zac. 13, 7 (sobre la dispersión del rebaño) y menciona la presencia de los amigos y conocidos (Lc. 23, 49), contrariamente a Mt. 27, 55-56 y Mc. 15, 40-41.

San Lucas lava a casi todo el mundo. El mismo Pilato aparece por tres veces inocente (Lc. 23, 4, 13-15, 20-22, todos ellos textos exclusivos de San Lucas). Uno de los agresores de Jesús es incluso beneficiario de una curación después que un apóstol le había cortado una oreja (Lc. 22, 51). En el momento mismo de la traición, Jesús tiene todavía tiempo para mirar a Pedro e inducirle al arrepentimiento (Lc. 22, 61). Las palabras de desesperación que Mateo y Marcos ponen en boca de Jesús en la cruz (Mt. 27, 46) San Lucas las sustituye por palabras de perdón para todos los judíos (Lc. 23, 34). Es igualmente el único que habla del perdón concedido al ladrón (Lc. 23, 39-43) y del arrepentimiento que se adueña del centurión mismo (Lc. 23, 47). Hasta la caricatura de reconciliación entre Herodes y Pilato (Lc. 23, 6-12) es fruto del perdón de la cruz.

El secreto de ese perdón y de ese amor radica en la comunión particular de Jesús con su Padre. San Lucas es el único que levanta en parte el velo de su intimidad. En las distintas oraciones que San Lucas pone en labios de Jesús se puede captar un tono mucho más personal que en los demás sinópticos. San Lucas es  el único que descubre la solicitud de Dios que consuela y da ánimos a Cristo en medio de su angustia (Lc. 22, 43). Se da incluso una especie de intuición de la divinidad de Jesús. La muerte de Cristo deriva, para San Lucas, de la confesión oral (Lc. 22, 71) de su divinidad.

En el momento mismo en que "va a sufrir", Jesús vive en plena esperanza; no comerá ya la Pascua, ni beberá más el vino de la fiesta; pero él sabe que la Pascua terrestre tendrá su cumplimiento en los cielos y que él será su comensal; sabe que el Reino de Dios vendrá ciertamente, y entonces volverá a encontrar a sus discípulos en la fiesta. Más adelante, en los versículos 28 y 30, Jesús vuelve a hacer profesión de su esperanza, con fórmulas que le otorgan un papel muy importante y muy activo en el establecimiento del reino, mientras que en las expresiones que acabamos de leer, Jesús era solamente el beneficiario de la venida del Reino. Ahora dice "mi reino", y afirma que dispone de él en persona, tal como, explica, "el Padre ha dispuesto" en su favor.

El gesto eucarístico será un "memorial" de Jesús; con él los discípulos, acordándose de él, guardarán igualmente el recuerdo de sus palabras, de sus actos, del misterio del que él habrá sido el signo.

El cuerpo es "dado por vosotros"... "la sangre derramada por vosotros",. San Lucas ve primeramente el don de Jesús hecho en beneficio de sus discípulos y amigos. Queda muy subrayada la atmósfera familiar de la última cena; el "discurso después de la Cena" que San Lucas propone, recoge la invitación a los discípulos a comportarse unos con otros como siervos, y recordando la fidelidad que estos discípulos han demostrado a Jesús durante "sus pruebas", fidelidad que les valdrá participar en su triunfo.

Hasta ahora, es Jesús el que ha sido "probado"; a partir de ahora les toca a sus discípulos ser "tentados", "cribados por Satanás". Así San Pedro permanece firme, para que sea un apoyo inquebrantable para los demás. Antes, conocerá San Pedro la traición, consecuencia quizá de la presunción que aparece en su declaración: porque existe una diferencia entre el "Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca", y el "yo estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte".

El episodio de Getsemaní es menos la tentación de Jesús que la de sus discípulos. Son ellos los que deben "orar para no entrar en tentación". Jesús ora, y su oración es el modelo de la oración cristiana (ver la semejanza con el Padrenuestro); y el combate que libra es el modelo de la lucha que debe entablar el cristiano: combate penetrado de oración y sostenido con la ayuda de Dios.

El arresto de Jesús se desarrolla muy rápidamente. Y en medio de este movimiento rápido, el único que se hace notar por los lectores es Jesús: por la frase con que acoge a Judas... y por la dulzura de que da pruebas con Malco. Resuena, su voz, que atribuye el escenario en el que es la víctima, al temible poder de las tinieblas.

Al contar la traición de Pedro, San Lucas nota sobre todo la mirada que Jesús dirige a Pedro. Esta mirada, dice cómo Jesús, en medio mismo de su drama, sabe ser amigo.

La comparecencia de Jesús ante el Sanedrín es referida brevemente. Hay una frase que reviste una particular significación. "Desde ahora, afirma Jesús, el Hijo del hombre está sentado...". Las decisivas palabras: "desde ahora", van unidas a una cita que proclama el reino del Hijo del hombre, sin mencionar su venida sobre las nubes. San Lucas llama, pues, la atención sobre el presente, nuestro presente, que es ya el tiempo en que reina el Hijo del hombre. No olvida el futuro, marcado por la última venida, subraya la actualidad de una salvación que compromete nuestra comprensión de la vida, de nuestra vida presente, diaria.

San Lucas no espera a la mañana de Pascua para gritar al mundo ese "desde ahora"; lo hace cuando Jesús es entregado por Judas, traicionado por Pedro, ridiculizado por los criados, acusado por los jefes. Así relaciona humillación y triunfo de una forma que resulta llamativa.

Acusado ante Pilato de pretensiones políticas y de intrigas antiromanas, Jesús es, finalmente, inocente; Pilato no "encuentra ningún motivo de condena" en él: sorprendente afirmación del carácter apolítico de la acción desarrollada por Jesús. San Lucas, es el único en referir la comparecencia ante Herodes, la aprovecha para hacer ver el sentido especial de la realeza de Jesús. "Tratado con desprecio", convertido en objeto de un juego indigno, Jesús, sin embargo, se halla revestido con una "vestidura magnífica", que dice al creyente su verdadera dignidad.

Al dar cuenta de la segunda audiencia de Pilato, San Lucas insiste, por una parte, en el juicio que hace -Jesús es inocente- y, por otra, en la unanimidad que reúne a "sumos sacerdotes, jefes y pueblo" en la condena de Jesús, conseguida con su insistencia, varias veces renovada... De esta manera, los paganos salvan, en parte al menos, su responsabilidad, mientras que los judíos comprometen gravemente la suya.

La subida al Calvario permite una oposición muy esclarecedora para los cristianos de todos los tiempos. Entre Simón de Cirene, que va "detrás de Jesús" "llevando la cruz", o las mujeres que sólo saben llorar el destino de Jesús, ¿cuál es el discípulo más fiel? Simón de Cirene, sin duda; las mujeres que lloran por Jesús se equivocan. Si hay que llorar es por el destino de los responsables de la muerte de Jesús.

Lo que Jesús espera de sus verdaderos amigos es no que se conmuevan por su suerte, sino que vayan con él llevando la cruz y que, una vez llegada la muerte, sepan dirigirle la oración de ese otro personaje modelo. El buen ladrón: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas...". Pero, ¿por qué es necesario que los modelos de los cristianos hayan sido tomados no entre los discípulos formados por la enseñanza de Jesús, sino entre unos ladrones o entre quienes parecían encontrar a Jesús por primera vez o de casualidad? ¿Será que es entre ellos donde se encuentra la verdadera fidelidad?

De la crucifixión que pinta San Lucas, hay que fijarse sobre todo en las dos palabras de Jesús: la petición de perdón que dirige a su Padre, junto con el motivo que se da -"No saben lo que hacen" y la frase confiada con la que Jesús marca su muerte. Nada recuerda aquí el trágico grito que refieren Marcos y Mateo. Jesús, según San Lucas, expira en medio de un sorprendente movimiento de abandono filial: " Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu"

"Desde ahora, afirmaba Jesús, el Hijo del hombre estará sentado...". De hecho, es a partir del ahora de su crucifixión, más aún, de su muerte, cuando "las hijas de Jerusalén", símbolos de la ciudad incrédula, se interesan por él, cuando uno de los ladrones crucificados con él le saluda con un acto de fe, cuando un centurión "glorifica a Dios" por la muerte de este justo, cuando la gente se arrepiente de esto, y sus amigos vuelven a aparecer. Entre ellos, José de Arimatea, hasta entonces desconocido, se enfrenta a Pilato y coloca a Jesús en una tumba digna de él, mientras las mujeres empiezan los preparativos cuya inutilidad podrán comprobar en el cuerpo desaparecido y resucitado.

 

Para nuestra vida

Jesús hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un humilde borrico, como había sido profetizado muchos siglos antes (Zacarías 4, 4). Y los cantos del pueblo son claramente mesiánicos; esta gente conocía bien las profecías y se llena de júbilo. Jesús admite el homenaje. Su triunfo es sencillo, sobre un pobre animal por trono. Jesús quiere también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres sobre una cabalgadura humilde: quiere que demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegría, con nuestra serenidad, con nuestra sincera preocupación por los demás. Desde el evangelio y meditando la reflexión de San Agustín podemos decir: Como un borrico soy ante Ti, Señor..., como un borrico de carga, y siempre estaré contigo.

 

En la primera lectura, vemos y contemplamos al "Siervo de Yahvé" . Los judíos veían representado en él al pueblo de Israel perseguido e incomprendido por los otros pueblos. Los cristianos vemos en el "Siervo" la prefiguración del Mesías sufriente, que en la cruz recibe insultos y salivazos, que ofrece la espalda a los que le golpean. No es un loco ni un necio, sino alguien que se fía de Dios y cumple su voluntad. Por eso, no se acobarda ni se echa atrás ante el sufrimiento o la misma muerte. Sabe que el Señor le ayuda y que no quedará avergonzado

Los contenidos oracionales del salmo de hoy, se dan en Jesús hasta los más mínimos detalles sugeridos por el salmista: la  agonía, el carácter infamante del suplicio, la sed causada por la deshidratación, los  miembros dislocados, la sangre que mana de pies y manos, el golpe de gracia con la lanza,  las vestiduras dadas a los verdugos según la costumbre, los insultos de los acusadores...  En esta primera parte del género «lamentación«, se expresa un punzante sufrimiento,  casi insoportable en su realismo, y en el cual podemos admirar la belleza de este «hombre  de dolores«: a diferencia de las lamentaciones de Jeremías, no tiene rabia ni lanza  maldiciones contra sus verdugos... gime, sí... expresa su dolor en medio de una paz  profunda en que mezcla acentos de esperanza «Tú, sin embargo, eres santo... en Ti  esperaron nuestros padres... Tú me acogiste desde mi nacimiento... Tú eres mi Dios...»  Tampoco aparece ninguna preocupación filosófica sobre el problema del mal: sufre, y ora  con mayor intensidad. 

 

Hoy el salmo nos permite llegar a lo profundo del alma de Jesús: «Tú estás  lejos... no permanezcas alejado... me has respondido...» La Resurrección, la gloria, la  alabanza, estaban en su corazón aun mientras permanecía en la cruz. Leyamos una vez más la  tercera parte de este salmo, poniéndola en labios de Jesús en la cruz: es una esplendida acción de gracias (Eucaristía en griego). Ia víspera de su muerte, Jesús «mimó» su  sacrificio en la «acción de Gracias» de la comida Pascual. Era consciente de la enorme  fecundidad de su muerte; convidó a todos sus hermanos a tomar parte en la «comida de los  pobres» para asociarlos a la alabanza del Padre: «¡Esta es la obra del Señor!»

En la segunda lectura se nos recuerda que por la cruz se llega a la luz. El anonadamiento de Cristo es la puerta que conduce la glorificación. Sólo en la cruz se desvela el misterio. Ese Jesús crucificado es "verdaderamente el Hijo de Dios", es el Cristo, Mesías Exaltó a aquél que se había despojado en la muerte. Estamos acostumbrados a oír "al tercer día resucito de entre los muertos" que apenas nos hace mella el despojamiento de la cruz (Ver Cuadernos de Oración, núm. 75-1990: La locura de la cruz). Más allá de la vida nuevamente conseguida, estas palabras se refieren al puesto que ahora se confía a Jesús, el obediente.

"En el cielo, en la tierra, en el abismo". No se habla de hombres, sino de potestades. Se trata de aquellas potestades que hasta ahora esclavizaban el destino de los hombres y reducían la humanidad a esclavitud. Si doblan la rodilla ante Cristo, esto significa no sólo que le reconocen como más poderoso, sino también que el antiguo poder de ellos ha sido quebrantado. Se ha producido en el cosmos un cambio de dominio. "KYRIOS": el Jesús obediente ocupa ahora el puesto de Señor del universo.

El sentido del mundo no es ya la insensatez, la ceguera, el azar, sino JC. Él es la respuesta a las preguntas que turban a los hombres. En él recobra el mundo su sentido. Estas mismas líneas maestras de este precioso himno a Cristo Señor se encuentran también en el relato de la Pasión de este ciclo A. En la epístola a los Flp, JC "se despojó de su rango"; en el evangelio parece que no quiere que la gente descubra que Él es el Mesías: prohíbe hablar, manda callar.

Jesús se despojo y se hizo obediente en una doble vertiente. Obediente no sólo al Padre. También se hizo obediente a la condición humana que había tomado, a lo que exige la realidad de vivir como hombre. Esto quiere decir que Cristo, al hacerse hombre, no lo hizo con condiciones especiales. ¡Es que Él era Dios!, decimos.

Se sometió, "obediente hasta la muerte" a todo lo que comporta vivir como hombre: condicionamientos físicos y materiales (hambre, sed, calor, fatiga); condicionamientos económicos y culturales (los de la propia sociedad de su tiempo, cultura limitada, medios pobres, oportunidades concretas más o menos reducidas); y, sobre todo, condicionamientos sociales, que le implican en los intereses (legítimos o ilegítimos, puros o bastardos) de las gentes de su tiempo, que le aman y son amados por él, le aceptan, o le rechazan, o le utilizan... y finalmente le matan, porque no se acomodaba a lo que ellos ansiaban y esto les molesta.

Se hizo obediente a la realidad humana, promoviendo todo lo que era verdaderamente humano y rechazando todo lo que era contrario al hombre. Y así, de esta forma, obediente también al Padre, dando testimonio "hasta la muerte" de lo que el Padre quiere que sea la realidad humana.

Y es esto precisamente lo que san Pablo recomienda a los filipenses: "tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús"; la misma obediencia a la realidad humana y al Padre, aunque esto pueda costaros la vida, "hasta la muerte".

La vida de Jesús es asumir la situación de los otros y ver cómo desde dentro de esa situación se puede crear la relación filial con el Padre y fraternal con los hermanos. Miremos el ejemplo de Jesús: deja tu "condición divina" -porque todos nos creemos de condición divina, nos hacemos absolutos y nos creemos dioses- y ponte en la condición del otro y procura sentir desde dentro al otro y padecer desde su situación.

 

  ¿Con qué personaje de la pasión nos identificamos: con Pedro que le negó, con Judas que le traicionó, con el pueblo que no le acepta, o con Juan y las mujeres que le acompañaron?.

Contemplado y orando desde la Pasión y la muerte de Cristo, es el mejor medio de acercarnos a la semana Santa, al Triduo pascual.

La pasión según san Lucas tiene muchos aspectos característicos. Desde un punto de vista externo, por ejemplo, el interrogatorio de Pilato está dividido en dos partes y entre las dos se incluye la comparecencia de Jesús ante Herodes (vv 6-12), escena que sólo narra el tercer evangelista. San Lucas tiende a disminuir la responsabilidad de Pilato: declara tres veces inocente a Jesús (21s) propone castigarlo y soltarlo (22). Jesús no calla ante él, sino únicamente ante Herodes. Se manifiesta así una clara voluntad de rebajar la responsabilidad de los romanos en el proceso de Jesús.

Dejando aparte estas particularidades, que desempeñan un papel importante en el momento de establecer un orden cronológico en los acontecimientos, la narración de San Lucas se caracteriza por la manera de subrayar aspectos que podríamos llamar pastorales y que apuntan a una aplicación práctica en la vida de los cristianos. Esta parece ser la intención de tres episodios de la historia de la pasión: el  lamento de las mujeres, el diálogo con el buen ladrón y la reacción del pueblo ante la muerte de Jesús.

El llanto de las mujeres (27-31) evoca la lamentación de Zac 12,10: «derramaré sobre la casa de David un espíritu de compunción y de pedir perdón. En la respuesta de Jesús (28-30) hay una alusión al juicio de Israel (cf. Lc 13,34-35). Indirectamente exhorta San Lucas a sus lectores a aceptar el mensaje de Jesús, camino de salvación.

La salvación que aporta Jesús es explicitada también con la conversión del buen ladrón (39-43), ejemplo de pecador convertido: en el momento de su muerte entrará ya en el paraíso.

La propia muerte de Jesús es precedida  de un gran grito de confianza (v 46, cf. Sal 31,6) " Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". La reacción de la gente ante esta muerte (47-49) contiene el reconocimiento por parte del centurión de que Jesús era un hombre justo (confesión primitiva de la fe). Los demás, por su parte, se sienten interpelados por esta muerte: «se volvieron golpeándose el pecho» (48). La apertura y conversión de la gente son también un ejemplo para la comunidad cristiana de cualquier época.

La sepultura de Jesús cierra la historia de la pasión y es a la vez un presupuesto necesario para las narraciones del sepulcro vacío. Era costumbre de los romanos entregar el cuerpo de los ejecutados, para enterrarlos, a los familiares o amigos que los pidiesen. Desaparecidos los discípulos, un judío piadoso toma la iniciativa en esta acción humanitaria. José de Arimatea, miembro del sanedrín (en desacuerdo con la decisión de condenar a Jesús), tenía que sentir una gran simpatía por la corriente mesiánica de Jesús, una gran piedad por el crucificado, para no retroceder ante la impureza que conllevaba tocar un cadáver, en vigilias de la gran fiesta judía. Como el anciano Simeón de los evangelios de la infancia, "un hombre justo y piadoso que esperaba la consolación de Israel" (2,25), José es caracterizado por su bondad y justicia y por su esperanza en el reino de Dios (v 50). Sus cualidades morales se manifiestan en la acción que lleva a término. Sin ser discípulo, ni galileo como la mayoría de ellos, José debió de conocer a Jesús en la última etapa de su ministerio en Jerusalén.

San Lucas insiste en que el sepulcro, excavado en la roca, aún no había sido usado. Quizá José de Arimatea no creía en que Jesús fuera el Mesías, pero esto no era obstáculo para que trate su cuerpo con el máximo respeto. Sin duda, José se había abierto a la predicación de Jesús sobre el reino de Dios.

Unas mujeres, que seguían a Jesús desde la Galilea, ven dónde y cómo es sepultado Jesús. Son las mismas mujeres que, pasado el sábado, muy de mañana, irán al sepulcro y recibirán el primer anuncio de la resurrección. Entre ellas están María Magdalena y Juana (24,10), que son citadas entre los seguidores de Jesús en Galilea (8,2-3). De esta manera San Lucas relaciona la narración de la pasión y de la pascua con el ministerio galileo de Jesús.

Son las enseñanzas dadas allí las que facilitarán la llave para interpretar la muerte de Jesús en Jerusalén y para abrirse al mensaje de pascua. En estos momentos de silencio y de prueba, los discípulos -hombres y mujeres- descubrirán el alcance y las exigencias de la fe a la que les había llamado Jesús cuando estaban en la Galilea. La muerte no tenía la última palabra. El crucificado, puesto en el sepulcro, les llamaba en aquel momento de espera, como nos llama hoy a nosotros, a creer en su mensaje de vida.

 

 

 

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

 

 

 

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