El Domingo de Ramos es un día alegre y, religiosamente, muy significativo. Es el primer día de la semana grande, de la Semana Santa, y en esta semana conmemoramos los cristianos la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, a quien nosotros consideramos como nuestro Salvador.
El evangelio que hoy inicia y acompaña a la
bendición y procesión de ramos, nos presenta un
relato, repetido por los otros evangelistas, que es sin duda uno de los
más entrañables y alegres de la historia de Jesucristo. En él
intervienen los apóstoles y discípulos, el pueblo llano que seguía entusiasmado
a Cristo, los niños que tanto le querían y admiraban.
El marco escénico también
contribuye a dar encanto y ternura, sencillez y magnificencia a un tiempo a
este suceso. El descenso desde Betfagé hasta Jerusalén, hacia la Puerta Dorada
probablemente, era un camino de bajada y subida que muchas veces habían
recorrido los peregrinos procedentes de Galilea. Descendía por el monte de los
Olivos, atravesaba el torrente Cedrón en el valle de Josafat, zona de sepulcros
y de muerte, para ascender casi en línea recta a la explanada del Templo por la
parte oriental, entrando por la Puerta Dorada, llamada también Puerta de la
Misericordia.
Del
evangelio proclamado en la bendición
comenta san Agustín: "No te
avergüences de ser jumento para el Señor. Llevarás a Cristo, no errarás la
marcha por el camino: sobre ti va sentado el Camino. ¿Os acordáis de aquel asno
presentado al Señor? Nadie sienta vergüenza: aquel asno somos nosotros. Vaya
sentado sobre nosotros el Señor y llámenos para llevarle a donde él quiera.
Somos su jumento y vamos a Jerusalén. Siendo él quien va sentado, no nos
sentimos oprimidos, sino elevados. Teniéndole a él por guía, no erramos: vamos
a él por él; no perecemos" . (San Agustín Sermón 189,4).
Toda la escena
tiene como trasfondo un pasaje de
Zacarías (Zac 9,9), a pesar de la inverosimilitud histórica. La profecía de
Zacarías -centro del relato- tuvo lugar entre los años 520 y 518 antes de
Cristo. Era la época del retorno de los judíos de la cautividad. El año
536 a.C. habían empezado los trabajos de reconstrucción del templo; pero
en forma tan modesta que los viejos, que habían conocido el templo de
Salomón, lloraban desconsolados. Zacarías y su contemporáneo Ageo quieren
presentar un Mesías sencillo, muy lejos de la imagen que los judíos
derrotados y humillados tenían de su soñado jefe. Por eso Zacarías lo
presenta sentado sobre un asno.
La aclamación"¡ Bendito el que viene en el nombre del Señor!" está tomada del salmo 118 (vv. 25-26), que se cantaba en algunas de las fiestas más solemnes; un salmo que nos ayuda a captar el verdadero sentido de aquel episodio, y que quizá recitaran completo. La aclamación "Hosanna" -"Dios salva"- había perdido su sentido como invocación para pedir la ayuda divina, y se había convertido en una expresión de júbilo y entusiasmo, como nuestro "viva" o "aleluya". La exclamación "Viva el Hijo de David" nos indica la realeza que esperan de Jesús: que restaure la monarquía davídica. De ahí la frase de Marcos: "Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David".
Ya
introducidos en la celebración vamos a seguir las lecturas.
La
primera lectura del libro de
Isaías (Is.50, 4-7)
es del tercer canto del Siervo. este aparece más como sabio que como profeta.
Asegura que el Señor le está introduciendo en su Sabiduría, para poder llevar
al abatido una palabra de aliento.
Mañana tras mañana le espabila y le abre el oído; y la
consecuencia de tener el oído abierto a la Palabra, es que no se rebela ni se
echa atrás; más bien afrontará todos los sinsabores de su historia, sin
histerismos ni timideces, a pecho descubierto, sabiendo que el Señor le ayuda,
y por tanto no quedará avergonzado.
. La unidad de este tercer
canto del siervo (50, 4-9) está en las cuatro proposiciones que tiene al Señor
por sujeto ("mi Señor me...": vs. 4.5.7.9). La persona del siervo,
así como su ministerio, son interpretados de forma profética: vocación o
misión, sufrimientos que conlleva su ministerio, así como su total confianza en
Dios.
El siervo escucha y predica el
mensaje divino, pero esta misión resulta imposible de llevarla a cabo a no ser
que el Señor le dé "lengua de iniciado" o le abra el oído para
entender (vs. 4-5, la misión siempre nace de una vocación).
El está convencido de que es
Dios el que ha obrado esta maravilla.
El mensaje que proclama de
parte del Señor es de esperanza, y es que su palabra se dirige a hombres
concretos con su problemática específica; la situación del pueblo - que
presupone el texto- es muy diversa ya que la larga duración del destierro ha
provocado la desesperación de la gente. Al abatido es necesario reanimarle,
dirigirle una palabra de consuelo, de esperanza en el Señor (v. 4a;).
- A la vocación e invitación el
siervo responde con prontitud . Sabe que su tarea es amarga y así lo confiesa
en este relato que se asemeja a las confesiones de Jeremías. Intenta suscitar
esperanza en el pueblo y sólo recibe escepticismo por la tardanza de la
liberación. Como Ezequiel (2, 8) abre su boca para comer el mensaje divino,
pero éste no es dulce sino que le acarrea un gran sufrimiento: le apalean, le
mesan la barba (v. 6).
Los ultrajes el siervo los
acepta y afronta con decisión, sin intentar vengarse; al insulto responde con
fría calma (v. 6); cree con total firmeza que el Señor está a su lado (le
nombra insistentemente: vs. 4.5.7.7.9) y por eso espera contra toda esperanza
sabiendo que al final el triunfo es suyo.
El, que dice al abatido una
palabra de consuelo, es un
incomprendido, y en consecuencia acepta su misión entregando su espalda a los
que le flagelan.
Confía plenamente en el éxito
de su misión, no porque tenga fuerzas sobrehumanas, sino porque «mi Señor me
ayudaba».
El responsorial es el Salmo 21 (Sal 21,8-9. 17-18a. 19-20. 23-24), en el repetimos la estrofa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado?
Jesús oro con este salmo, en uno de los
momentos más impresionantes de la pasión de Cristo, cuando pronuncia
aquellas palabras: "Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?" Expresan todo el drama
espiritual que sufre en medio de los tormentos de la cruz. San Mateo nos
han transmitido estas palabras, incluso en la lengua original: "Eli, Eli,
lama sabactani?" . Si todos recuerdan fácilmente estas palabras que
inspiran un hondo sentimiento de admiración hacia el crucificado
agonizante, no todos sabrán seguramente que las palabras de Jesús son el
inicio del salmo 21, y que él probablemente lo continuaría rezando,
siendo consuelo para su alma y realización de una palabra profética sobre
el Mesías.
A la luz de este salmo, la cruz no era
un fracaso, no era una derrota de uno que se había excedido en ilusiones
mesiánicas: era el cumplimiento de un plan trazado por Dios y desde
antiguo anunciado a su pueblo de Israel. Así el misterio de la cruz, escándalo
o locura, aparecía a la luz del salmo 21 como el misterio de la fuerza de
Dios. Cristo en la cruz ora con el salmo 21. Toda su vida ha orado con
los salmos de la Biblia, como buen israelita. Los ha hecho suyos, alimento
de su vida de creyente, se ha identificado con ellos, les ha dado cumplimiento.
Y así no es de extrañar que en el momento de su agonía vengan, a su mente
y a sus labios, las oraciones sálmicas más apropiadas. Concretamente el
salmo 21, que es uno de los más conmovedores del salterio.
A pesar de la
sensación de abandono y hasta desesperación que refleja el salmo 21 --"¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has
abandonado?"-- implora la ayuda de Dios y sabe de quien se ha fiado.
Las últimas palabras de este salmo son las que le dan su sentido esencial:
aunque parezca paradójico, se trata de un salmo de acción de gracias. El
salmista canta la acción de gracias de Israel resucitado a la vuelta del
exilio. Lo que más llama la atención, es que este poeta describe la
liberaci6n de su pueblo, bajo el «ropaje» de un «crucificado vuelto a la
vida».
8-9 "Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a
salvo, que lo libre si tanto lo quiere».
El suplicante es lo contrario
de los himnos de Israel. Pero, ¿cómo decir eso que está en contra de los
himnos, sino recurriendo también ahora a las palabras de los himnos,
tomadas al revés para que resulten una burla? «Nuestros padres esperaron y tú los libraste», dicen los
himnos. La burla dice hoy: «Acudió al
Señor, que lo ponga a salvo». ¿Para qué cambiar de palabras? En el
salmo 18 se ora asi: «Me libró
porque me amaba» (v. 20). La burla de Sal 21,9 es casi una cita de
esa acción de gracias!. De cara a
Dios, las palabras se agotan (v. 2) y, por lo que hace a los hombres, se vacían
y caen inertes. La muerte de las palabras anuncia la muerte del hombre. Muerte
y vida basculan en la vida orante. muerte. Quien no cree en la vida exige
pruebas y por ello mismo se ve rápidamente abocado a aportar él mismo las
pruebas de lo contrario. Quien no cree en la vida trabaja afanosamente a favor
de la muerte.
17 "Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de
malhechores, me taladran las manos y los pies", 18 "y puedo contar mis huesos. Ellos me miran
triunfantes, 19 se reparten mi ropa, se sortean mi túnica".
Es el momento de la inminencia.
La irrupción de los animales significa que ha pasado la hora de la
palabra. Se abren las fauces para atemorizar y devorar. Es la hora del
miedo, pues la víctima es la presa de una cacería a la inversa, en que
las grandes fieras utilizan a los perros contra el hombre, cuando lo habitual
es que el hombre se sirva de los perros contra las fieras. Pero no es eso
todo: los «perros» son en realidad los agentes humanos del mal. Son
hombres, como lo demuestra el paralelismo mastines/malhechores en el v.
17
20 "Pues tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a
auxiliarme; «¡Rápido! ». Se lanza el grito hacia «mi Dios»". 23 "¡Tú me respondiste!. Y yo proclamo tu nombre
ante mis hermanos, en medio de la asamblea te alabo."
Al igual que la muerte
significaba abandono, soledad, separación, la vida aparece como comunión,
y el que ha sido salvado se vuelve hacia los demás. Tan rápido como el
recién nacido se vuelve hacia su madre, el que ha sido salvado se vuelve
hacia sus hermanos para «proclamar» el nombre de su salvador. El
suplicante hablaba a Dios de sus enemigos. El hombre que canta un himno
habla de Dios a sus hermanos.
El salmista se encontraba hasta
ahora solitario; nadie había visto a los hermanos. Apenas salvado, entona
su canto dirigido a ellos y se convierte en el centro de una asamblea
convocada para entonar una alabanza. El que no era reconocido por el grupo
es el que convoca al grupo.
24 "Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo;
respetadlo, linaje de Israel";
La palabra que reúne a los grupos
es un himno en toda regla. Pero el himno tiene una forma que hace pensar
en el Evangelio: el pueblo es invitado («alabad», «glorificad»,
«respetad» ) a escuchar una buena noticia. Pero esta buena noticia, bien
conocida por nosotros, es que Dios se acerca al pobre y escucha su queja.
¿Por qué cambiar de palabras? Mirado en otro tiempo como una «vergüenza»
(v. 7) ante la que se esconde el rostro, el salmista anuncia a todos que
Dios, por su parte, no ha sentido ese horror, que no se ha «velado el rostro».
La buena nueva de los salmos es que Dios escucha a los pobres, a los
desdichados.
La segunda lectura de la carta del apóstol San Pablo a los
filipenses (Fil 2, 6-11), nos acerca a la actitud radical
de Jesús, su vaciamiento hasta la muerte.
Este himno cristológico refleja la entrega de Jesús, hasta vaciarse por
nosotros. Este despojo lleva un nombre técnico en teología: es la
"kenosis" de Cristo. Kenosis viene del griego "kenos", que
significa precisamente "vacío". Se concretizó en una obediencia total
a su misión, que era la voluntad del Padre. Y no sólo aceptó esta obediencia,
sino que escogió también el vivirla hasta el final, "hasta la muerte y la muerte en la cruz", esta muerte que era
reservada a los malhechores o a los esclavos. En este sentido, Jesús dio
libremente su vida.
San Pablo, encarcelado y juzgado por ser cristiano (Fil. 1,
13), probablemente en Éfeso , ya ha comparecido ante el tribunal, pero la
sentencia está todavía pendiente.
Desde allí escribe a los filipenses. San Pablo está en
condiciones de pedir con coherencia y autoridad a los miembros de la comunidad
de Filipos que den a su vez testimonio cristiano. ¿Qué tipo de testimonio? El
de la concordia y el amor. En efecto, el egoísmo, la envidia y la presunción
habían empezado a causar estragos en la comunidad; ésta se estaba convirtiendo
en un anti signo escandaloso. San Pablo pide a los cristianos de Filipos que
tengan la grandeza de ánimo suficiente para superar el propio interés y abrirse
con sencillez a los demás (Flp 2, 3-4). Al pedir esto, Pablo no se basa en una
simple pedagogía humana, sino en el caso concreto de Cristo Jesús, que siendo
Dios se hace hombre. Para ello, Pablo se sirve de un himno litúrgico, que él
incorpora a su carta. Este himno describe la dinámica existencial de Cristo
Jesús.
Este fragmento con toda probabilidad no fue compuesto por San
Pablo, sino que parece ser un himno, quizás litúrgico, que fue introducido por
el Apóstol en esta sección de la carta para apoyar su exhortación a la humildad
y sencillez, a la renuncia a creerse superior... cosas todas que quería
inculcar a los cristianos de Filipos.
El texto manifiesta la unión que hay entre la exhortación
moral de san Pablo a los Flp para que evitaran las disensiones y la motivación
cristológica de tal exhortación. ¿Por qué han de amarse los filipenses ¿Por qué
han de conservar la unidad? ¿Por qué han de respetarse unos a otros? La suprema
motivación que el Apóstol da a los filipenses para que eviten las disensiones
que amenazan la vida de toda la comunidad es "porque Dios nos ha
amado" Y, ¿cómo sabemos esto? Porque Cristo, siendo de condición divina,
descendió a nuestra condición humana, se humilló, abandonó el poder y entró por
este camino del amor humilde, del amor solidario, y se hizo obediente hasta la
muerte.
El texto nos presenta
el proceso de la Encarnación, abajamiento, exaltación y Resurrección de
Jesucristo.
El primer tema del himno
-aunque no el más importante en su estructura- es la preexistencia de Cristo.
Describe su condición divina (v. 6). No se describe en sí misma, sino como
punto de arranque de una actuación que inicia su marcha en el insondable mundo
de Dios.
Quiere indicar que la
existencia total de Jesús no comienza con su aparición en el mundo, sino tiene
una "prehistoria". Dicho de otro modo: la preexistencia es una forma
de expresar la trascendencia en términos temporales. Cristo-Jesús es el Hijo de
Dios desde siempre, igual al Padre.
* Condición humana (vs. 7-8).
Fruto de una decisión puramente libre. Está presentada polarmente: momento
inicial y final de la existencia humana de Jesús. Así el segundo punto es el
vaciamiento. No se trata de afirmaciones ontológicas sobre un imposible
abandono de la naturaleza divina por parte del Hijo, sino de insistir en su
solidaridad con el hombre, compartiendo el destino de ésta aun en sus lados más
oscuros y negativos. Indica una actitud contrastante con la de Adán, que quiso
ser lo que no podía. El Hijo, en cambio, no vive como podía, sino como
nosotros, haciendo una suerte de milagro por puro amor gratuito.
Jesús es hombre. Muere en la de
cruz -probablemente retoque personal paulino del himno original-. Lleva a cabo
su misión de predicar el Reino asumiendo las consecuencias de su vida, de su
acción concreta de predicar la justicia y el amor en un mundo donde ello a
menudo no se admite. Con ello corre el riesgo, al ser pobre, desamparado y
pacífico, de morir injustamente. Ello sucede de hecho.
El proceso termina en la
exaltación, como indica la segunda parte del himno.
* Condición glorificada (vs.
9-11). Entra en escena Dios, a quien la condición humana de Jesús ha puesto en
entredicho. Se trata de Jesús en su destino final y definitivo gloriosos, de su
proclamación como Señor de todo, o sea, de reconocimiento de cuanto era de
hecho, pero disimulado a lo largo de su vida mortal. Comenzado todo ello en su
Resurrección.
Los Evangelio de este día nos dan el
relato de la Pasión según San Lucas (Lc 22, 14-23, 56).
San Lucas orienta el relato de
la pasión hacia el descubrimiento del amor del Padre hacia su Hijo y hacia los
hombres. La cruz es así, para el tercer evangelista, el sacramento de la
misericordia divina.
Por eso San Lucas no recoge
generalmente los cargos que pesan sobre los judíos y sobre los discípulos:
¿para qué buscar responsabilidades cuando la sangre de Cristo lava toda falta? San
Lucas no recoge el hecho de que por tres veces Jesús encuentra a sus discípulos
dormidos (Mt. 26, 40-47); no dice, como los demás evangelistas, que los
discípulos huyeron en Getsemaní (Mt. 26, 56), y no menciona las imprecaciones
de Pedro contra los servidores del sumo sacerdote (Mt. 26, 74). Incluso los
enemigos de Jesús aparecen en la redacción de San Lucas con colores menos cargados que en otros
lugares. No se dice que los judíos escupieron a Jesús (Lc. 22, 63; cf. Mt. 26,
Lc. 67 y 27, 27-31), ni que le ataron para llevarle a Pilato (Lc. 23; cf. Mt.
27, 2).
Incluso en lo que se refiere a
Judas, San Lucas trata por desvirtuar al máximo la tradición (no dice nada del
convenio aludido por Mt. 27, 3-10). Finalmente, al contrario que los demás
evangelistas, no nos presenta a Jesús aislado en el Calvario; por eso no cita a
Zac. 13, 7 (sobre la dispersión del rebaño) y menciona la presencia de los
amigos y conocidos (Lc. 23, 49), contrariamente a Mt. 27, 55-56 y Mc. 15,
40-41.
San Lucas lava a casi todo el
mundo. El mismo Pilato aparece por tres veces inocente (Lc. 23, 4, 13-15,
20-22, todos ellos textos exclusivos de San Lucas). Uno de los agresores de
Jesús es incluso beneficiario de una curación después que un apóstol le había
cortado una oreja (Lc. 22, 51). En el momento mismo de la traición, Jesús tiene
todavía tiempo para mirar a Pedro e inducirle al arrepentimiento (Lc. 22, 61).
Las palabras de desesperación que Mateo y Marcos ponen en boca de Jesús en la
cruz (Mt. 27, 46) San Lucas las sustituye por palabras de perdón para todos los
judíos (Lc. 23, 34). Es igualmente el único que habla del perdón concedido al
ladrón (Lc. 23, 39-43) y del arrepentimiento que se adueña del centurión mismo
(Lc. 23, 47). Hasta la caricatura de reconciliación entre Herodes y Pilato (Lc.
23, 6-12) es fruto del perdón de la cruz.
El secreto de ese perdón y de
ese amor radica en la comunión particular de Jesús con su Padre. San Lucas es
el único que levanta en parte el velo de su intimidad. En las distintas
oraciones que San Lucas pone en labios de Jesús se puede captar un tono mucho
más personal que en los demás sinópticos. San Lucas es el único que descubre la solicitud de Dios que
consuela y da ánimos a Cristo en medio de su angustia (Lc. 22, 43). Se da
incluso una especie de intuición de la divinidad de Jesús. La muerte de Cristo
deriva, para San Lucas, de la confesión oral (Lc. 22, 71) de su divinidad.
En el momento mismo en que
"va a sufrir", Jesús vive en plena esperanza; no comerá ya la Pascua,
ni beberá más el vino de la fiesta; pero él sabe que la Pascua terrestre tendrá
su cumplimiento en los cielos y que él será su comensal; sabe que el Reino de
Dios vendrá ciertamente, y entonces volverá a encontrar a sus discípulos en la fiesta.
Más adelante, en los versículos 28 y 30, Jesús vuelve a hacer profesión de su
esperanza, con fórmulas que le otorgan un papel muy importante y muy activo en
el establecimiento del reino, mientras que en las expresiones que acabamos de
leer, Jesús era solamente el beneficiario de la venida del Reino. Ahora dice
"mi reino", y afirma que dispone de él en persona, tal como, explica,
"el Padre ha dispuesto" en su favor.
El gesto eucarístico será un
"memorial" de Jesús; con él los discípulos, acordándose de él,
guardarán igualmente el recuerdo de sus palabras, de sus actos, del misterio
del que él habrá sido el signo.
El cuerpo es "dado por vosotros"... "la sangre derramada por vosotros",.
San Lucas ve primeramente el don de Jesús hecho en beneficio de sus discípulos
y amigos. Queda muy subrayada la atmósfera familiar de la última cena; el
"discurso después de la Cena" que San Lucas propone, recoge la
invitación a los discípulos a comportarse unos con otros como siervos, y
recordando la fidelidad que estos discípulos han demostrado a Jesús durante
"sus pruebas", fidelidad que les valdrá participar en su triunfo.
Hasta ahora, es Jesús el que ha
sido "probado"; a partir de ahora les toca a sus discípulos ser
"tentados", "cribados por Satanás". Así San Pedro permanece
firme, para que sea un apoyo inquebrantable para los demás. Antes, conocerá San
Pedro la traición, consecuencia quizá de la presunción que aparece en su
declaración: porque existe una diferencia entre el "Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca", y el
"yo estoy dispuesto a ir contigo a
la cárcel y a la muerte".
El episodio de Getsemaní es
menos la tentación de Jesús que la de sus discípulos. Son ellos los que deben
"orar para no entrar en tentación".
Jesús ora, y su oración es el modelo de la oración cristiana (ver la semejanza
con el Padrenuestro); y el combate que libra es el modelo de la lucha que debe
entablar el cristiano: combate penetrado de oración y sostenido con la ayuda de
Dios.
El arresto de Jesús se
desarrolla muy rápidamente. Y en medio de este movimiento rápido, el único que
se hace notar por los lectores es Jesús: por la frase con que acoge a Judas...
y por la dulzura de que da pruebas con Malco. Resuena, su voz, que atribuye el
escenario en el que es la víctima, al temible poder de las tinieblas.
Al contar la traición de Pedro,
San Lucas nota sobre todo la mirada que Jesús dirige a Pedro. Esta mirada, dice
cómo Jesús, en medio mismo de su drama, sabe ser amigo.
La comparecencia de Jesús ante
el Sanedrín es referida brevemente. Hay una frase que reviste una particular
significación. "Desde ahora, afirma
Jesús, el Hijo del hombre está sentado...". Las decisivas palabras:
"desde ahora", van unidas a una cita que proclama el reino del Hijo
del hombre, sin mencionar su venida sobre las nubes. San Lucas llama, pues, la
atención sobre el presente, nuestro presente, que es ya el tiempo en que reina
el Hijo del hombre. No olvida el futuro, marcado por la última venida, subraya
la actualidad de una salvación que compromete nuestra comprensión de la vida,
de nuestra vida presente, diaria.
San Lucas no espera a la mañana
de Pascua para gritar al mundo ese "desde
ahora"; lo hace cuando Jesús es entregado por Judas, traicionado por
Pedro, ridiculizado por los criados, acusado por los jefes. Así relaciona
humillación y triunfo de una forma que resulta llamativa.
Acusado ante Pilato de
pretensiones políticas y de intrigas antiromanas, Jesús es, finalmente,
inocente; Pilato no "encuentra
ningún motivo de condena" en él: sorprendente afirmación del carácter
apolítico de la acción desarrollada por Jesús. San Lucas, es el único en
referir la comparecencia ante Herodes, la aprovecha para hacer ver el sentido
especial de la realeza de Jesús. "Tratado
con desprecio", convertido en objeto de un juego indigno, Jesús, sin
embargo, se halla revestido con una "vestidura
magnífica", que dice al creyente su verdadera dignidad.
Al dar cuenta de la segunda
audiencia de Pilato, San Lucas insiste, por una parte, en el juicio que hace -Jesús
es inocente- y, por otra, en la unanimidad que reúne a "sumos sacerdotes, jefes y pueblo"
en la condena de Jesús, conseguida con su insistencia, varias veces renovada...
De esta manera, los paganos salvan, en parte al menos, su responsabilidad,
mientras que los judíos comprometen gravemente la suya.
La subida al Calvario permite
una oposición muy esclarecedora para los cristianos de todos los tiempos. Entre
Simón de Cirene, que va "detrás de
Jesús" "llevando la cruz",
o las mujeres que sólo saben llorar el destino de Jesús, ¿cuál es el discípulo
más fiel? Simón de Cirene, sin duda; las mujeres que lloran por Jesús se
equivocan. Si hay que llorar es por el destino de los responsables de la muerte
de Jesús.
Lo que Jesús espera de sus
verdaderos amigos es no que se conmuevan por su suerte, sino que vayan con él
llevando la cruz y que, una vez llegada la muerte, sepan dirigirle la oración
de ese otro personaje modelo. El buen ladrón: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas...". Pero, ¿por qué es
necesario que los modelos de los cristianos hayan sido tomados no entre los
discípulos formados por la enseñanza de Jesús, sino entre unos ladrones o entre
quienes parecían encontrar a Jesús por primera vez o de casualidad? ¿Será que
es entre ellos donde se encuentra la verdadera fidelidad?
De la crucifixión que pinta San
Lucas, hay que fijarse sobre todo en las dos palabras de Jesús: la petición de
perdón que dirige a su Padre, junto con el motivo que se da -"No saben lo que hacen" y la frase
confiada con la que Jesús marca su muerte. Nada recuerda aquí el trágico grito
que refieren Marcos y Mateo. Jesús, según San Lucas, expira en medio de un
sorprendente movimiento de abandono filial: " Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu"
"Desde ahora, afirmaba Jesús, el Hijo del hombre estará
sentado...". De hecho, es a partir del ahora de su crucifixión, más
aún, de su muerte, cuando "las hijas de Jerusalén", símbolos de la
ciudad incrédula, se interesan por él, cuando uno de los ladrones crucificados
con él le saluda con un acto de fe, cuando un centurión "glorifica a Dios" por la muerte de
este justo, cuando la gente se arrepiente de esto, y sus amigos vuelven a
aparecer. Entre ellos, José de Arimatea, hasta entonces desconocido, se
enfrenta a Pilato y coloca a Jesús en una tumba digna de él, mientras las
mujeres empiezan los preparativos cuya inutilidad podrán comprobar en el cuerpo
desaparecido y resucitado.
Para nuestra vida
Jesús
hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un humilde borrico, como había sido
profetizado muchos siglos antes (Zacarías 4, 4).
Y los cantos del pueblo son claramente mesiánicos; esta gente conocía bien las
profecías y se llena de júbilo. Jesús admite el homenaje. Su triunfo es
sencillo, sobre un pobre animal por trono. Jesús quiere también entrar hoy
triunfante en la vida de los hombres sobre una cabalgadura humilde: quiere que
demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con
nuestra alegría, con nuestra serenidad, con nuestra sincera preocupación por
los demás. Desde el evangelio y meditando la reflexión de San Agustín podemos
decir: Como un borrico soy ante Ti, Señor..., como un borrico de carga, y
siempre estaré contigo.
En la primera lectura, vemos y contemplamos al
"Siervo de Yahvé" . Los judíos veían representado en él al
pueblo de Israel perseguido e incomprendido por los otros pueblos. Los
cristianos vemos en el "Siervo" la prefiguración del Mesías
sufriente, que en la cruz recibe insultos y salivazos, que ofrece la espalda a
los que le golpean. No es un loco ni un necio, sino alguien que se fía de Dios
y cumple su voluntad. Por eso, no se acobarda ni se echa atrás ante el
sufrimiento o la misma muerte. Sabe que el Señor le ayuda y que no quedará
avergonzado
Los contenidos oracionales del
salmo de hoy, se dan en Jesús hasta los más mínimos detalles sugeridos por el
salmista: la agonía, el carácter infamante del suplicio, la sed causada
por la deshidratación, los miembros dislocados, la sangre que mana de
pies y manos, el golpe de gracia con la lanza, las vestiduras dadas a los
verdugos según la costumbre, los insultos de los acusadores... En esta
primera parte del género «lamentación«, se expresa un punzante
sufrimiento, casi insoportable en su realismo, y en el cual podemos
admirar la belleza de este «hombre de dolores«: a diferencia de las
lamentaciones de Jeremías, no tiene rabia ni lanza maldiciones contra sus
verdugos... gime, sí... expresa su dolor en medio de una paz profunda en
que mezcla acentos de esperanza «Tú, sin embargo, eres santo... en Ti
esperaron nuestros padres... Tú me acogiste desde mi nacimiento... Tú eres mi
Dios...» Tampoco aparece ninguna preocupación filosófica sobre el
problema del mal: sufre, y ora con mayor intensidad.
Hoy
el salmo nos permite llegar a lo profundo del alma de Jesús: «Tú estás
lejos... no permanezcas alejado... me has respondido...» La Resurrección, la
gloria, la alabanza, estaban en su corazón aun mientras permanecía en la
cruz. Leyamos
una vez más la tercera parte de este salmo, poniéndola en labios de Jesús
en la cruz: es una esplendida acción de gracias (Eucaristía en griego). Ia
víspera de su muerte, Jesús «mimó» su sacrificio en la «acción de
Gracias» de la comida Pascual. Era consciente de la enorme fecundidad de
su muerte; convidó a todos sus hermanos a tomar parte en la «comida de
los pobres» para asociarlos a la alabanza del Padre: «¡Esta es la obra
del Señor!»
En la segunda lectura se nos
recuerda que por la cruz se llega a la luz.
El anonadamiento de Cristo es la puerta que conduce la glorificación. Sólo en
la cruz se desvela el misterio.
Ese Jesús crucificado es "verdaderamente el Hijo de Dios", es el
Cristo, Mesías Exaltó a aquél que se había despojado en la muerte. Estamos
acostumbrados a oír "al tercer día resucito de entre los muertos" que
apenas nos hace mella el despojamiento de la cruz (Ver Cuadernos de Oración,
núm. 75-1990: La locura de la cruz). Más allá de la vida nuevamente conseguida,
estas palabras se refieren al puesto que ahora se confía a Jesús, el obediente.
"En el cielo, en la
tierra, en el abismo". No se habla de hombres, sino de potestades. Se
trata de aquellas potestades que hasta ahora esclavizaban el destino de los
hombres y reducían la humanidad a esclavitud. Si doblan la rodilla ante Cristo,
esto significa no sólo que le reconocen como más poderoso, sino también que el
antiguo poder de ellos ha sido quebrantado. Se ha producido en el cosmos un
cambio de dominio. "KYRIOS": el Jesús obediente
ocupa ahora el puesto de Señor del universo.
El sentido del mundo no es ya
la insensatez, la ceguera, el azar, sino JC. Él es la respuesta a las preguntas
que turban a los hombres. En él recobra el mundo su sentido. Estas mismas
líneas maestras de este precioso himno a Cristo Señor se encuentran también en
el relato de la Pasión de este ciclo A. En la epístola a los Flp, JC "se
despojó de su rango"; en el evangelio parece que no quiere que la gente
descubra que Él es el Mesías: prohíbe hablar, manda callar.
Jesús se despojo y se hizo
obediente en una doble vertiente. Obediente no sólo al Padre. También se hizo
obediente a la condición humana que había tomado, a lo que exige la realidad de
vivir como hombre. Esto quiere decir que Cristo, al hacerse hombre, no lo hizo
con condiciones especiales. ¡Es que Él era Dios!, decimos.
Se sometió, "obediente
hasta la muerte" a todo lo que comporta vivir como hombre:
condicionamientos físicos y materiales (hambre, sed, calor, fatiga);
condicionamientos económicos y culturales (los de la propia sociedad de su
tiempo, cultura limitada, medios pobres, oportunidades concretas más o menos
reducidas); y, sobre todo, condicionamientos sociales, que le implican en los
intereses (legítimos o ilegítimos, puros o bastardos) de las gentes de su
tiempo, que le aman y son amados por él, le aceptan, o le rechazan, o le
utilizan... y finalmente le matan, porque no se acomodaba a lo que ellos
ansiaban y esto les molesta.
Se hizo obediente a la realidad
humana, promoviendo todo lo que era verdaderamente humano y rechazando todo lo
que era contrario al hombre. Y así, de esta forma, obediente también al Padre,
dando testimonio "hasta la muerte" de lo que el Padre quiere que sea
la realidad humana.
Y es esto precisamente lo que
san Pablo recomienda a los filipenses: "tened los mismos sentimientos de
Cristo Jesús"; la misma obediencia a la realidad humana y al Padre, aunque
esto pueda costaros la vida, "hasta la muerte".
La vida de Jesús es asumir la
situación de los otros y ver cómo desde dentro de esa situación se puede crear
la relación filial con el Padre y fraternal con los hermanos. Miremos el
ejemplo de Jesús: deja tu "condición divina" -porque todos nos
creemos de condición divina, nos hacemos absolutos y nos creemos dioses- y
ponte en la condición del otro y procura sentir desde dentro al otro y padecer
desde su situación.
¿Con qué personaje de la pasión nos
identificamos: con Pedro que le negó, con Judas que le traicionó, con el pueblo
que no le acepta, o con Juan y las mujeres que le acompañaron?.
Contemplado y orando desde la Pasión y la muerte
de Cristo, es el mejor medio de acercarnos a la semana Santa, al Triduo
pascual.
La pasión según san Lucas tiene
muchos aspectos característicos. Desde un punto de vista externo, por ejemplo,
el interrogatorio de Pilato está dividido en dos partes y entre las dos se
incluye la comparecencia de Jesús ante Herodes (vv 6-12), escena que sólo narra
el tercer evangelista. San Lucas tiende a disminuir la responsabilidad de
Pilato: declara tres veces inocente a Jesús (21s) propone castigarlo y soltarlo
(22). Jesús no calla ante él, sino únicamente ante Herodes. Se manifiesta así
una clara voluntad de rebajar la responsabilidad de los romanos en el proceso
de Jesús.
Dejando aparte estas
particularidades, que desempeñan un papel importante en el momento de
establecer un orden cronológico en los acontecimientos, la narración de San
Lucas se caracteriza por la manera de subrayar aspectos que podríamos llamar
pastorales y que apuntan a una aplicación práctica en la vida de los
cristianos. Esta parece ser la intención de tres episodios de la historia de la
pasión: el lamento de las mujeres, el
diálogo con el buen ladrón y la reacción del pueblo ante la muerte de Jesús.
El llanto de las mujeres
(27-31) evoca la lamentación de Zac 12,10: «derramaré sobre la casa de David un
espíritu de compunción y de pedir perdón. En la respuesta de Jesús (28-30) hay
una alusión al juicio de Israel (cf. Lc 13,34-35). Indirectamente exhorta San Lucas
a sus lectores a aceptar el mensaje de Jesús, camino de salvación.
La salvación que aporta Jesús
es explicitada también con la conversión del buen ladrón (39-43), ejemplo de
pecador convertido: en el momento de su muerte entrará ya en el paraíso.
La propia muerte de Jesús es
precedida de un gran grito de confianza
(v 46, cf. Sal 31,6) " Padre, a tus manos
encomiendo mi espíritu". La reacción de la gente ante
esta muerte (47-49) contiene el reconocimiento por parte del centurión de que
Jesús era un hombre justo (confesión primitiva de la fe). Los demás, por su
parte, se sienten interpelados por esta muerte: «se volvieron golpeándose el pecho» (48). La apertura y conversión
de la gente son también un ejemplo para la comunidad cristiana de cualquier
época.
La sepultura de Jesús cierra la
historia de la pasión y es a la vez un presupuesto necesario para las
narraciones del sepulcro vacío. Era costumbre de los romanos entregar el cuerpo
de los ejecutados, para enterrarlos, a los familiares o amigos que los
pidiesen. Desaparecidos los discípulos, un judío piadoso toma la iniciativa en
esta acción humanitaria. José de Arimatea, miembro del sanedrín (en desacuerdo
con la decisión de condenar a Jesús), tenía que sentir una gran simpatía por la
corriente mesiánica de Jesús, una gran piedad por el crucificado, para no
retroceder ante la impureza que conllevaba tocar un cadáver, en vigilias de la
gran fiesta judía. Como el anciano Simeón de los evangelios de la infancia,
"un hombre justo y piadoso que esperaba la consolación de Israel"
(2,25), José es caracterizado por su bondad y justicia y por su esperanza en el
reino de Dios (v 50). Sus cualidades morales se manifiestan en la acción que
lleva a término. Sin ser discípulo, ni galileo como la mayoría de ellos, José
debió de conocer a Jesús en la última etapa de su ministerio en Jerusalén.
San Lucas insiste en que el
sepulcro, excavado en la roca, aún no había sido usado. Quizá José de Arimatea
no creía en que Jesús fuera el Mesías, pero esto no era obstáculo para que
trate su cuerpo con el máximo respeto. Sin duda, José se había abierto a la
predicación de Jesús sobre el reino de Dios.
Unas mujeres, que seguían a
Jesús desde la Galilea, ven dónde y cómo es sepultado Jesús. Son las mismas
mujeres que, pasado el sábado, muy de mañana, irán al sepulcro y recibirán el
primer anuncio de la resurrección. Entre ellas están María Magdalena y Juana
(24,10), que son citadas entre los seguidores de Jesús en Galilea (8,2-3). De
esta manera San Lucas relaciona la narración de la pasión y de la pascua con el
ministerio galileo de Jesús.
Son las enseñanzas dadas allí
las que facilitarán la llave para interpretar la muerte de Jesús en Jerusalén y
para abrirse al mensaje de pascua. En estos momentos de silencio y de prueba,
los discípulos -hombres y mujeres- descubrirán el alcance y las exigencias de
la fe a la que les había llamado Jesús cuando estaban en la Galilea. La muerte
no tenía la última palabra. El crucificado, puesto en el sepulcro, les llamaba
en aquel momento de espera, como nos llama hoy a nosotros, a creer en su
mensaje de vida.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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