Comentario a las Lecturas del XXVI Domingo del Tiempo Ordinario 26 de septiembre de 2021
Las lecturas de esta domingo rompen, por un lado, cualquier sentido de lo exclusivo, de lo propio, del grupo, de “ser de los nuestros” y de “no dejar pasar a los otros”. Y también claman contra las injusticias, contra los abusos, contra el daño a los más pequeños, a los más débiles.
Nos invitan a reconocer el bien , venga de donde venga y lo haga quien lo haga, tal como nos lo recordó el Concilio Vaticano II.
"Los fieles descubran con gozo y respeto las semillas del Verbo que se ocultan en las tradiciones nacionales y religiosas de los países de misión" (AG II). [1]
"El Espíritu Santo, que llama a todos los hombres a Cristo por las semillas del Verbo y por la predicación del Evangelio…" (AG 15).
La primera lectura tomada del Libro de los Números (Nm 11, 25-29),
A partir de este capítulo el libro de los Números se narran una serie de acontecimientos y de peripecias que la tradición atribuye a aquel pueblo que peregrinó desde el Sinaí hasta la tierra de promisión. La etapa del desierto está llena de obstáculos y de dificultades. Y ante la prueba el pueblo protesta contra Moisés y contra el Señor.
El pueblo se había quejado ante Moisés, y Moisés se había lamentado delante de Yavé de tener que cargar sobre sus espaldas toda la responsabilidad de un pueblo tan numeroso. Para resolver el problema, Moisés elige 70 varones entre los ancianos de Israel. Después se dirige con ellos a la Tienda de Reunión, que estaba fuera del campamento, y en donde el Señor manifiesta su presencia con el símbolo de la nube. La comunicación del espíritu, que posee Moisés, a los 70 varones, significa que éstos van a compartir con él la difícil tarea de gobernar al pueblo.
La institución de los ancianos jugó un papel importante en toda la historia de Israel: los encontramos ya en Egipto (Ex 3, 16); durante la monarquía presiden las diferentes comunidades locales; los vemos de nuevo en el exilio de Babilonia (Ez 8, 1; 14, 1), y después de la repatriación (Esd 10, 8 ss) hasta los tiempos de Jesús. El presente pasaje de los Números confiere un carácter sagrado al origen de la institución de los ancianos, fundando así la importancia que tuvo siempre tanto religiosa como política. No es fácil determinar el significado de la palabra "profetizar" en el presente contexto. Posiblemente se trata de una especie de trance extático en el que se manifiesta la presencia de Dios, a semejanza de lo que se dice en 1 Sam 10, 5 y 19, 20.
Los celos de Josué anticipan la misma actitud de los discípulos de Jesús frente al exorcista que arrojaba demonios sin ser de su grupo (evangelio de hoy), y la respuesta de Moisés nos hace pensar de inmediato en la de Jesús a la pregunta de Juan. La gran tentación de la autoridad religiosa ha sido siempre monopolizar el espíritu, pero el Espíritu se comunica a quien quiere y como quiere. Los que mandan no deberían estar celosos, de que el pueblo profetice alguna vez; más bien debiera tomar nota de lo que dice Pablo a los obispos: "No apaguéis el Espíritu" (1 Tes 5, 19). El deseo de Moisés se convertirá con el tiempo en promesa para los tiempos mesiánicos (Joel 3, 1 s) y se cumplirá con la venida del Espíritu Santo sobre toda la comunidad de Jesús (Hech 2, 1-13).
El texto nos recuerda que no podemos, ni debemos monopolizar el Espíritu. El texto nos enseña que son muy diversas las actuaciones del Espíritu. Una de ellas es hablar en lenguas. Otra, más importante, es el haber recibido el encargo de dirigir y enseñar al pueblo de Dios. Desde Moisés, representante de Dios (que no hablaba en lenguas ni profetizaba con trances), el Espíritu se derrama sobre los inspirados. No siempre Dios comunica su espíritu por los canales oficiales. El Espíritu es soberano por encima de las instituciones. El carisma no debe ser rechazado por la autoridad. El presente pasaje de los Números confiere un carácter sagrado al origen de la institución de los ancianos, fundando así la importancia que tuvo siempre tanto religiosa como política.
"Habían quedado en el campamento dos del grupo..." (Nm 11, 26).
Aquellos dos hombres no habían asistido a la reunión junto a la Tienda de Dios. A pesar de eso, comenzaron a profetizar pues la fuerza de Yahvé también les había alcanzado. El Señor, dando muestras de su liberalidad, no quiso supeditar su don a un lugar determinado. Cuando le cuentan a Moisés lo ocurrido, Josué que le había ayudado desde siempre siente celos. No le parece bien que profeticen quienes no habían asistido a la asamblea, y pide a Moisés que se lo prohíba. Pero el caudillo del desierto no se deja llevar por aquella celotipia. Él sabe que Dios es el que da sus dones, sin mérito alguno por parte del que lo recibe. Por eso contesta magnánimo: "Ojalá que todo el pueblo recibiera el espíritu de Yahvé y profetizara".
El salmo 18 (Sal 18, 8.10 12-13.14) nos recuerda la importancia de la Ley."LOS MANDATOS DEL SEÑOR SON RECTOS Y ALEGRAN EL CORAZÓN"
Para los hebreos, los mandatos del Señor son mucho más que cumplir una serie de normas y preceptos. La ley expresa el designio divino para toda la humanidad. El cumplimiento de sus mandatos no es una obligación estricta, sino un imperativo de carácter urgente y bueno, que pide una respuesta por lo crucial y vital de su naturaleza. Por esto, para el creyente judío un precepto de Dios es un anuncio gozoso, porque detrás de él late el deseo inagotable del Creador que quiere la felicidad de su criatura.
El amor a Dios pasa por el amor a la Torah. El pueblo de Israel va tomando conciencia progresiva de que Dios es justo, y su justicia está basada en el amor a su pueblo. En su ley no hay falacia ni engaño: es verdadera porque nos ayuda a ampliar nuestros horizontes como personas. Nuestra respuesta a su ley nos ayudará a vivir más auténticamente. Dios nos lo pedirá todo, pero hasta donde nosotros podamos responderle; él nos conoce bien y su justicia es infinita.
Esta ley orienta la vida del creyente hacia Dios, le ayuda a vivir con rectitud y con plenitud. Una vida ordenada y coherente lleva a una profunda paz interior y, como consecuencia, a un estado vital de comunión en lo más profundo del corazón. Dios desea la calma, el sosiego, la confianza, el descanso del espíritu. El desconocimiento de sus leyes nos llevaría a caminar sin rumbo, vagando hacia el vacío.
En lo más hondo de nuestro ser, todos deseamos conectar con la bondad de Dios y vivir instalados en la certeza de que somos amados por él. La ley del Señor manifiesta su lealtad y fidelidad al hombre. Dios desea que el corazón humano se abra a él y que toda persona pueda conocerle.
Conocer esta ley es conocer las mismas entrañas de Dios. El corazón de Dios es pura esencia amorosa. Desde siempre y para siempre, él desea estar a nuestro lado. Nada ni nadie puede apartarlo de esta profunda convicción. Su deseo de permanencia en nosotros responde al pacto de fidelidad que ha asumido para salvarnos.
La repetición de la palabra «ocultar» en los vv. 7 y 13 es intencionada. El sol penetra, mediante su calor, hasta lo invisible. Del mismo modo, la verdad de la Ley no estará completa hasta que llegue a las zonas ocultas del hombre. Algunos dirán que, gracias a la Ley, puedo ver de golpe todas mis faltas y todas mis buenas acciones. No acepta el salmista ese lenguaje especular en que una superficie (la de una página) refleja otra superficie (la de un hombre). La verdadera luz de la Ley debe penetrarlo todo para que nada le quede oculto, exigencia que podría interpretarse como la de un escrúpulo obsesivo por llegar a la perfección. En la armonía del conjunto, es más justo ver las cosas de otro modo. Como el sentido de la palabra no está en las palabras, sino en el silencio creado por una buena escucha, tampoco la justicia está en una observancia particular. La sede de la justicia está más bien en el centro invisible del hombre, al que el hombre mismo no puede acceder si queda abandonado a solas sus fuerzas. Sólo Dios puede «purificarle» (v. 13).
La señal, en fin, de que alguien se ha quedado en la superficie de la Ley es que ello le hace sentirse orgulloso. Ello es cierto si se trata de las palabras de Moisés o de las de Cristo. Es admirable que una plegaria en que se pide observar la Ley acabe con la demanda de no caer en la peor de todas las trampas que pueda tender:
"La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma" (v. 8).
En la conciencia del pueblo judío estaba arraigada la convicción de que Yahvé está cercano a través de su palabra y a través de esa forma particular de su palabra que es la ley.
"Los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos; más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila" (v. 10-11).
La ley de que habla el salmo es una ley al servicio del hombre para su crecimiento, para la realización plena de su destino. Estamos por tanto lejos del legalismo formalista, de la obsesión jurídica de la observancia escrupulosa de reglas minuciosas. Estamos, ante la ley al servicio del crecimiento del hombre. El hombre se realiza a sí mismo a través de la ley, en la libertad. La ley por tanto no está sobre o ante el hombre, sino en su corazón.
Pero no puedo contentarme con la observancia de la ley. La observancia más fiel de los mandamientos divinos no me libra, por ejemplo, del pecado de arrogancia.
Me convierto en un «ser regio» sólo cuando rechazo la arrogancia y me reconozco sencillamente como siervo (v. 12) del rey de la gloria.
"¿Quién conoce sus fallos? Absuélveme de lo que se me oculta" (v. 13).
" Preserva a tu siervo de la arrogancia, para que no me domine" (v. 14).
Hay que fiarse exclusivamente del Dios vivo y no poner la propia complacencia en el cumplimiento de sus preceptos. Lejos de la superficie de la creación, lejos de la superficie de la Ley se oculta el gran secreto propio de las dos, que es la humildad. Creación y Ley cumplidas en lo más oculto, hechas realidad en la humildad.
En la segunda lectura, tomada de Santiago (San 5,1-6) , El texto que hoy nos presenta la liturgia, trata de la riqueza pero en relación con los demás. Con un lenguaje que recuerda el usado por los profetas, el autor no sólo anuncia el final de los lujos y del bienestar, sino también la inmoralidad de la riqueza por lo que comporta de insolidaridad.
El término "rico" en el Nuevo Testamento se utiliza, a menudo, como expresión de un planteamiento vital encerrado en un horizonte puramente humano, independientemente de su potencial económico, por eso "no hay lugar" para los ricos en el Reino de Dios (cf. Lc 6,24;18,15).
Se nos recuerda algo que ya plantean algunos libros del Antiguo Testamento, donde las riquezas se presentan como una señal de las bendiciones divinas. Se valoran las riquezas como posibilidad de practicar la "justicia" haciendo sacrificios a Dios. Pero la Biblia condena unánimemente el abuso de los ricos, la ambición desmedida y la explotación de los pobres. Además, los profetas han visto en la riqueza una fuente de injusticia. Para los evangelistas la riqueza aparece como un serio obstáculo que impide la entrada en el Reino de Dios.
La actitud de Santiago en contra de las riquezas y de los ricos por su evidente obra de opresión, es tajante. Para él los ricos son un ejemplo del espíritu del mundo, hablan y planean como si Dios no existiera con un afán inmoderado de dinero y bienes.
El rico cree que le ha tocado en la vida el lado bueno pero, en realidad, “os ha tocado una desgracia” que les tendría que hacer “llorar (dice “aullar”) y lamentarse”. Están en la peor de las situaciones, aunque ellos se crean a salvo de todo. Les amenaza la caída más grande y rápida, ya que la fuerza de las riquezas encierra, con frecuencia, grandes debilidades.
Pero además, es connatural con toda riqueza el que sus valores “están corrompidos… apolillados… herrumbrados”. Tienen en su interior su propia destrucción. Esa “herrumbre” será el peor testigo de cargo contra ellos en este “tiempo final”. Es decir, las riquezas y su mundo es el peor agente de maldad en la historia humana, aquello que crea desigualdad e injusticia, inhumanidad por tanto. Quienes se asientan en la riqueza son la anti-humanidad y, por ello, lo anti-Dios, aquello que es lo más opuesto a la propuesta de Jesús y su reino. Su acción inhumana no pasará desapercibida al Dios que ama la justicia y la igualdad (según el parámetro retributivo del judaísmo).
Y, peor aún, el “jornal defraudado”, porque se ha pagado mal y tarde, porque se ha retenido injustamente, porque han engullido sus beneficios los ricos que no han trabajado en el campo, toda esa maldad “ha llegado hasta el oído del Señor”. Dios sigue escuchando el grito del socialmente oprimido, desde los viejos tiempos del Éxodo (Ex 3,7) hasta hoy (“sobornos, comisiones, regalos fuera de lo normal, es llevar pan sucio para los hijos”: papa Francisco). Quizá no haya que poner el acento en la amenaza de Dios, sino en la evidencia de que la riqueza amasada con injusticia es una ruina hasta para la misma riqueza. Y que hay posibilidades de una economía humanizadora, sensata, que busque el bien común, con ganancias razonables para todos lo muestran muchas personas que caminan en otra dirección económica.
Las palabreas utilizadas no recuerdan el tono profético, al estilo de Amós, cuando dice que los ricos, por su comportamiento inhumano, “están engordados para el día de la matanza”. Así es, la riqueza acumulada con la que han “engordado” se volverá contra ellos, como muchas veces sucede.
El evangelio es de San Marcos (Mc 9,38-43.45.47-48). El texto nos presenta dos temas muy diferenciados: el monopolio del nombre de Jesús, y el escándalo en el seno de la comunidad.
La primera generación cristiana daba importancia especial al uso del nombre de Jesús en las fórmulas sacramentales y los exorcismos (cf. Hc 3,6). Jesús no es monopolio de los Doce. Es de admirar la amplitud de miras con que contesta Jesús, y a la vez nos interpela: hoy, "el nombre de Jesús" ¿es monopolio de las instituciones eclesiales, o de los grupos cristianos, o de la misma Iglesia?
El segundo tema es el del escándalo que podemos nosotros causar con nuestras ideas o nuestro comportamiento. Escándalo no es sólo aquello que repugna moralmente, sino todo aquello que pueda menoscabar la fe del prójimo. El esquema ternario de miembros del cuerpo (mano, pie, ojo) no es exclusivo, sino abierto. El acento recae en la radical renuncia que Jesús exige a los suyos para evitar el mal a los demás. Renunciar a las cosas, al ejercicio de las convicciones... al propio cuerpo, por un valor mayor: la unidad de la comunidad.
Los discípulos informan a Jesús de un hecho que los ha molestado mucho. Han visto a un desconocido «expulsando demonios». Está actuando «en nombre de Jesús» y en su misma línea: se dedica a liberar a las personas del mal que les impide vivir de manera humana y en paz. Sin embargo, a los discípulos no les gusta su trabajo liberador. No piensan en la alegría de los que son curados por aquel hombre. Su actuación les parece una intrusión que hay que cortar.
Le exponen a Jesús su reacción: «Se lo hemos querido impedir porque no es de los nuestros». Aquel extraño no debe seguir curando porque no es miembro del grupo. No les preocupa la salud de la gente, sino su prestigio de grupo. Pretenden monopolizar la acción salvadora de Jesús: nadie debe curar en su nombre si no se adhiere al grupo.
Juan fue, sin duda, un hombre apasionado. Por eso quizá era tan amigo de Pedro y tan querido por el Maestro, que tanto aprecia la entrega total, y tanto abomina las medias tintas. Llevado de su carácter apasionado, Juan quiso impedir a uno que no era de los suyos, que echase a los demonios en nombre de Jesús. Se creía tener la exclusiva, le molestaba que otro hiciera el bien sin ser de su grupo.
Jesús reprueba la actitud de sus discípulos y se coloca en una lógica radicalmente diferente. Él ve las cosas de otra manera. Lo primero y más importante no es el crecimiento de aquel pequeño grupo, sino que la salvación de Dios llegue a todo ser humano, incluso por medio de personas que no pertenecen al grupo: «el que no está contra nosotros, está a favor nuestro». El que hace presente en el mundo la fuerza curadora y liberadora de Jesús está a favor de su grupo.
Jesús rechaza la postura sectaria y excluyente de sus discípulos que solo piensan en su prestigio y crecimiento, y adopta una actitud abierta e inclusiva donde lo primero es liberar al ser humano de aquello que lo destruye y hace desdichado. Éste es el Espíritu que ha de animar siempre a sus verdaderos seguidores.
Para nuestra vida
En las lecturas de hoy podemos fijarnos en diversos consejos que afectan a nuestra vida cristiana. Son consignas que contribuyen a que vayamos amoldando nuestros criterios de actuación a la mentalidad de Jesús.
La primera lectura de hoy. Números 11, 24-30 y Marcos 9, 38-50 son relatos similares. La lección principal que se deriva de las lecturas de hoy es la denuncia del que puede ser uno de los pecados más propios de los que nos creemos "los buenos", "los practicantes": pensar que tenemos el monopolio del bien o de la verdad.
Santiago, con su característica viveza, denuncia a los ricos que se han aprovechado injustamente de los demás para prosperar ellos, y les avisa que todo lo que han amasado no les va a servir de nada a la hora de la verdad
La primera lectura del libro de Los Números nos puede ayudar a redescubrir la función esencial del Espíritu, a través de unos hombres, en la edificación de las comunidades.
El profeta no es un adivino del futuro, sino alguien por medio del cual Dios hace sentir a todo su pueblo -y, en definitiva, a toda la humanidad- su voz. El profeta exhorta al pueblo, lo amonesta, incluso lo amenaza, y lo conduce por los caminos queridos por Dios. Moisés es el mayor de todos los profetas, porque a través de él Dios aglutinó aquellos clanes de beduinos, los convirtió en un pueblo y los condujo a través del desierto a la conquista de la tierra prometida. Con ningún otro tiene Dios la intimidad que tuvo con Moisés (Num 12,6-8). El Mesías será un nuevo Moisés. A éste, según Dt 18,18, Dios le promete suscitar un día, de entre sus hermanos, "un profeta semejante a él". Por ello, al aparecer Juan el Bautista, los enviados de Jerusalén le preguntan si es "el Profeta" (Jn 1,21). Moisés, según los textos sacerdotales, tiene en permanencia el Espíritu. Los setenta ancianos lo reciben excepcionalmente. Eldad y Medad también entran sólo por un breve espacio de tiempo en el estado de exaltación profética. Recordemos que la misión de los setenta ancianos era ayudar a Moisés a gobernar el pueblo. La de las "profecías" de Eldad y Meldad sería animarlo, con aquel signo de la presencia activa de Yahvé en medio de ellos, a seguir adelante, con fe, a pesar de las dificultades: nótese que este episodio se sitúa entre la murmuración del pueblo, que pide carne, y el prodigio de las codornices. Los profetas son, pues, animadores de comunidad. Y esta condición no puede ser negada a nadie que de modo efectivo resulte acreditado por el Espíritu como animador. En el Antiguo Testamento el Espíritu era dado a unos pocos y transitoriamente; en el Nuevo Testamento el Espíritu reposará habitualmente sobre todo el pueblo creyente. Nos ayudamos, los unos a los otros, a no perder la esperanza, y eso constituye un carisma muy importante. Es el anhelo de Moisés, sin ningún tipo de celos: "¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!" (11,29).
El texto nos dice que el profeta Moisés actuó de un modo parecido a como actuó Jesús en el caso que presenta hoy el evangelio.
Los celos de Josué anticipan la misma actitud de los discípulos de Jesús frente al exorcista que arrojaba demonios sin ser de su grupo (evangelio de hoy). La gran tentación de la autoridad religiosa ha sido siempre monopolizar el Espíritu, pero el Espíritu se comunica a quien quiere y como quiere. Los que mandan no deberían estar celosos de que el pueblo profetice alguna vez; más bien debiera tomar nota de lo que dice Pablo a los obispos: "No apaguéis el Espíritu".
Lo importante es que el Espíritu del Señor se infunda y se difunda por todo el pueblo, sin distinción de clases sociales, o jerarquías religiosas. Nadie debe estar celoso de sus privilegios, o facultades religiosas; todo el que habla en nombre de Dios y dice la Verdad de Dios debe ser bienvenido. Hay personas ignorantes que hablan sabiamente y personas muy doctas que hablan neciamente.
El salmo responsorial es el 18 (Vs.8.10,12.13.14). Mediante este salmo, entramos en contacto con el alma de Israel, aferrada a la ley divina (la Torah) mediante un amor ardiente y sincero. La admirable evocación del cosmos que "habla" a quienes saben mirarlo (El universo, los cielos, las estrellas, el sol), es sólo una introducción a esta afirmación increíble: Dios ha "hablado" a un pueblo... y le ha "revelado" sus pensamientos sobre la humanidad. Para un judío fervoroso, la ley, lejos de ser una traba minuciosa, una regla legalista y formalista, es un verdadero "don de Dios". Al revelar al hombre la ley de su ser, Dios hace Alianza con él, para ayudarlo en sus comportamientos vitales: como el sol que "desposa la tierra" para darle vida, en el don de la ley hay algo así como la alegría de las nupcias, ¡es un misterio nupcial! La letanía de "cualidades" atribuidas a la ley recuerda las cualidades que se dan los enamorados. La mitad de estas cualidades es "objetiva", pues definen la ley en sí misma: es perfecta... segura... recta.. límpida... pura... justa...
En la segunda lectura el apóstol Santiago, con una inspiración semejante a la de los antiguos profetas cuando atacaban la injusticia de los ricos, Santiago se vuelve ahora contra aquellos que se aferran de un modo culpable a sus bienes (vv. 2-3) hasta el extremo de no pagar debidamente a sus obreros (v. 4) y de oprimir, por añadidura, a las personas menos afortunadas que ellos. Santiago adopta contra estos ricos el estilo de las invectivas empleado por los profetas.
Comienza invitándoles a llorar a gritos: tan enormes son las desgracias que les amenazan (v. 1). Sin duda se vale de este género de amenazas para tratar de mover a unos corazones tan endurecidos (cf. Am 8, 3).
Por lo demás, el castigo es inminente. Santiago lo describe valiéndose de verbos en perfecto: el mal ha comenzado ya y solo quedan los ricos para que no haya lugar a dudas de que el castigo se cierne sobre ellos. El oro comido por el orín y la podredumbre de las riquezas llegarán a sus detentadores como un fuego devorador.
El pecado de esos ricos consiste en no pagar a sus obreros (v. 4), a pesar de los insistentes reproches de la ley (Lev 19, 13; Dt 24, 15) y de los profetas (Mal 3, 5; Eclo 31, 4; 34, 21-27). Este procedimiento era, en aquella época, uno de los medios más rápidos de enriquecimiento, y los procesos (v. 6) permitían las más de las veces, gracias al procedimiento judicial y a la venalidad de los jueces, desposeer al justo y al inocente en provecho de los grandes terratenientes (cf. la viña de Nabot, 1 Re 21). Santiago no teme lanzar sus duras invectivas contra los ricos.
Comprobamos que lo planteado en la segunda lectura , hoy es una realidad, los que viven bien deben su bienestar a que miles y miles de personas viven en la miseria.
Como los ricos de nuestro tiempo no han cambiado sustancialmente su actitud y las riquezas se edifican, ahora como siempre, sobre las espaldas de los pobres, las invectivas de Santiago conservan todavía su razón de ser. Pero ¿quién se preocupa, sin temer las consecuencias, de proclamarlas? ¿Es que, acaso, no hay ricos en el pueblo de Dios para que la audacia profética de Santiago no encuentre en él un lugar absolutamente necesario?
"Ahora vosotros, los ricos, llorad y lamentaos por las desgracias que os han tocado. Vuestra riqueza está corrompida… habéis vivido en este mundo con lujo y entregados al placer… condenasteis y matasteis al justo; Él no os resiste". Este texto del apóstol Santiago contra los ricos inmisericordes es muy duro. Lo que debemos hacer cada uno de nosotros es mirarnos a nosotros mismos, para ver si realmente este texto también nos dice algo a nosotros. No debemos pensar que sólo los muy ricos tienen que hacer misericordia y vivir con más austeridad; muchos de nosotros, sin ser muy ricos, también tenemos y malgastamos bienes superfluos, que serían muy necesarios para los pobres. La defensa de sus privilegios trae cada año como consecuencia inevitable la muerte injusta de millones de personas por hambre, represión y guerras. Los países ricos son incapaces de acoger en su tierra a los que huyen de la miseria o de la guerra. El evangelio, que es Buena Noticia para los pobres, se convierte en mala noticia para los ricos. Sin embargo, los ricos siguen acaparando riquezas sin caer en la cuenta de que el juicio de Dios es inminente. La retención del jornal es aquí sólo un botón de muestra de la explotación y de la injusticia de los ricos. Claramente lo expone la Doctrina Social de la Iglesia, la gran ignorada. Sarcásticamente, el autor dice a estos ricos que son como los cerdos que se ceban para la matanza.
EL señor llama a toda persona cristiana a ser sobria y caritativa, si quiere ser fiel a la doctrina y a la vida del Maestro. La corrupción y la tacañería no son defectos exclusivos de los muy ricos.
Examinemos nuestra conducta.
Así comenta San Agustín esta lectura: " Sant 5,1-6: Cuando despojas a un cristiano, despojas a Cristo
Pero me dice el ladrón de cosas ajenas: «Yo no soy como aquel rico. Celebro ágapes, llevo alimento a los encarcelados, visto a los desnudos, doy hospitalidad a los peregrinos». ¿Piensas que das? No quites y ya diste. A quien das, se alegra; pero a quien lo quitas, llora; ¿a quién de estos dos va a escuchar el Señor? Dices a quien diste: «Da gracias porque recibiste». Pero desde la parte contraria te dice el otro: «Lloro porque me lo quitaste». Quitaste a éste casi todo y diste a aquél sólo una mínima parte. Pero ni aunque hubieras dado a los necesitados todo lo que quitaste al otro, agradarían a Dios tales obras. Te dice Dios: «Necio; te mandé dar, pero no de lo ajeno. Si tienes, da de lo tuyo; si no tienes nada propio que dar, es mejor que no des a nadie antes de despojar a los otros».
Cuando Cristo el Señor se siente en el día del juicio y haga la separación poniendo a unos a la derecha y a otros a la izquierda, dirá a los que han obrado bien: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino; en cambio, a los estériles, los que nada bueno hicieron en favor de los pobres, les dirá: Id al fuego eterno. ¿Y qué ha de decir a los buenos? Pues tuve hambre y me disteis de comer, etc. Ellos responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento? y él a ellos: Cuando lo hicisteis a uno de mis pequeños, a mí me lo hicisteis. Comprende, pues, necio, que quieres dar limosna de lo robado, que si cuando alimentas a un cristiano alimentas a Cristo, cuando despojas a un cristiano despojas también a Cristo. Considerad lo que ha de decir a los de la izquierda: Id al fuego eterno. ¿Por qué? Porque tuve hambre y no me disteis de comer; estuve desnudo y no me vestisteis (Mt 25,34-45). Si, pues, irá al fuego eterno aquel a quien Cristo diga: «Estuve desnudo y no me vestiste», ¿qué lugar tendrá en el ruego eterno aquel a quien diga: «Estuve vestido y me desnudaste»?
Es posible que te diga Cristo: «Estuve vestido y me desnudaste», y, cambiando de costumbre, pienses en despojar al pagano y vestir al cristiano. También entonces te responderá Cristo; mejor, te responderá ahora por cualquiera de sus ministros; te responderá y te dirá: «También aquí debes evitarte males. Si siendo cristiano despojas a un pagano, le impides que se haga cristiano». Quizá tengas qué responder todavía a esto: «No le aplico el castigo por odio, sino más bien por amor a la disciplina misma; así, pues, despojo al pagano para que mediante esta disciplina dura y saludable se haga cristiano». Te escucharía y creería si le devolvieses siendo ya cristiano lo que le quitaste cuando era pagano." (San Agustín. Sermón 178,4-5)
En el evangelio de hoy se nos presentan dos temas muy diferenciados: el monopolio del nombre de Jesús, y el escándalo en el seno de la comunidad.
En la primera parte del texto evangélico de hoy, , Jesús dirige unas palabras, contra esa determinada concepción de la autoridad como control y monopolio exclusivo y excluyente. Hay aquí un canto en favor de los "pequeños" que creen en Jesús. Poco estimados, más ignorantes o débiles en la fe, jamás hay que hacerles tropezar (escandalizar). Estos pequeños pueden ser en la comunidad los que necesiten ser ayudados con cariño y paciencia para poder evolucionar sin desconcertar su fe. Pero también los que sufren la tentación de abandonar la Iglesia por la lentitud de ésta en renovarse. Todo el que se hace discípulo de Jesús y aún no ha llegado a una fe adulta es "pequeñuelo". Y el que aparta de su camino a uno de estos pequeñuelos es un homicida, ya que les impide llegar a la verdadera vida. "Escándalo" es la piedra que nos hace tropezar, el impedimento que se encuentra en el camino. La tentación nunca procede exclusivamente de fuera; de ahí que el hombre deba procurar también no escandalizarse a sí mismo. Y esto no es posible si uno no lucha contra sus propias inclinaciones y no toma medidas negándose a sí mismo.
También en nuestros días hay muchos hombres que luchan contra el mal y la injusticia de nuestra sociedad y, con todo, no son expresamente cristianos, éstos son de los nuestros aunque no sean "de los nuestros", pues es claro que no están contra nosotros. Son personas solidarias e implicadas en organizaciones humanitarias que luchan denodadamente contra la exclusión que sufren millones de personas en nuestro mundo. Son hombres y mujeres que hacen el bien y viven trabajando por una humanidad más digna, más justa y más liberada. En ellos está vivo el Espíritu de Jesús.
Hemos de sentirlos como amigos y aliados, nunca como adversarios. No están contra nosotros pues están a favor del ser humano, como estaba Jesús.
No les impidamos actuar, sumemos nuestras fuerzas a las suyas, nuestros proyectos a los suyos, para hacer un mundo más humano. También ellos colaboran a la extensión del Reino de Dios, la “civilización del amor”.
El relato también es muy iluminador. como el domingo pasado, nos presenta, algunos defectos de los apóstoles. Defectos que con la ayuda divina fueron superando a lo largo de su vida. Ejemplo y aliento para nuestra vida personal, tan llena con frecuencia de pequeñas o grandes faltas. También nosotros las podremos superar si luchamos y pedimos con humildad la ayuda del Señor.
El problema de fondo abordado por el texto de hoy es el de la convivencia pacífica o comunión eclesial.
Estar atentos a las menazas a esta convivencia: el comportamiento puntilloso y la actitud intolerante de los doce y, por extensión, de cualquier creyente.
Este un comportamiento y actitud son gravísimos.
Hay que cuidar de no ver enemigos en todas partes. Apreciar los pequeños buenos gestos de los demás en la vida ordinaria. Magnanimidad. A veces los ataques son respuestas inducidas por la propia intolerancia del atacado. Pensar, pues, que hay ataques merecidos. Si el domingo pasado no se trataba de una cuestión de humildad, hoy sí que puede serlo.
Rafael Pla Calatayud
rafael@betaniajerusalen.com
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