Comentarios a la lecturas de la Inmaculada Concepción de Santa María Virgen. 8
de diciembre 2020
Primera
lectura Génesis 3, 9-15. 20
Interleccional:
Salmo 97, 1-4
Segunda
lectura de Efesios 1,3-6.11-12
Evangelio
de San Lucas 1, 26- 38
Ya metidos en el Adviento, la
cristiandad celebra el Día de la Inmaculada Concepción que es uno de los
"grandes" del calendario litúrgico. La Virgen María es protagonista
plena de ese tiempo de Adviento, en el que se celebra la Encarnación y
Nacimiento de Cristo. El Evangelio de la misa de hoy refleja la muy bella
narración de Lucas sobre la Anunciación del Arcángel San Gabriel a María. No
existe en todo el Evangelio página más bella que ésta en la que San Lucas narra
el encuentro entre el Arcángel San Gabriel y María de Nazaret. Debemos dedicar
muy especialmente nuestras meditaciones de estos días de Adviento a Santa María
y recordarla en la advocación que nos sea más querida. Esa cercanía popular de
la devoción a la Virgen es una de las páginas más hermosas y más entrañables de
nuestro quehacer como seguidores de Cristo. Y por ello la Solemnidad de la
Inmaculada es, digámoslo así, un avance especialísimo para el tiempo de espera.
La fiesta de la Inmaculada, flanqueada
por otras advocaciones marianas que se celebran en este tiempo, adquiere su
verdadera dimensión eclesial encuadrada en la expectación del Adviento, como
símbolo de la humanidad que espera y se prepara para ser visitada de lo alto
por el que ha querido ser “Dios con nosotros”.
La festividad de la Inmaculada, en
medio del Adviento, desata, religiosamente hablando, todos los resortes más
sensibles y utópicos de lo que ha perdido la humanidad. Si analizamos todo ello
psicológicamente, habría que recurrir a muchos elementos culturales,
ancestrales, pero muy reales, del pecado y de la gracia. El contraste entre la
mujer del Génesis que se carga de culpabilidad y la mujer que aparece en la
Anunciación, resuelve, desde el proyecto del Dios del amor, lo que las culturas
antifeministas o feministas no pueden resolver con discusiones estériles.
La historia de los hombres arrastra,
clavado en su corazón, el drama del mal y del pecado: el mal que nos hacemos y
hacemos a los demás, el pecado que nos hace revelarnos frente a Dios.
Sobre este fondo oscuro, descrito en
el relato del Génesis, se proyecta desde el principio una promesa de salvación
por parte de Dios, que en el propio texto aparece ya misteriosamente ligada a
la figura de la mujer, que “herirá a la serpiente en su cabeza”. Hoy,
festividad de la Inmaculada, celebramos el cumplimiento de esa promesa en
María, entregada en todo su ser al plan de salvación de Dios para los hombres.
La Inmaculada, la que nunca estuvo
sujeta a la esclavitud del pecado, fue objeto de todas las complacencias
divinas. Pero también fue la mujer más libre y responsable, sin
condicionamientos de un mal pasado, capaz de asumir una función especialísima
en la historia de nuestra salvación. Su maternidad fue efectivamente responsable,
fue madre porque quiso serlo. María acogió al Mesías deseado por todo el pueblo
y soñado por todas las mujeres de Israel. En ella llega a su culminación la
esperanza de todos los hombres y mujeres del mundo.
María es la "nueva Eva". Eva es
seducida y engañada por el orgullo y el ansia de dominio. Se dejó seducir por
el pecado y fue sometida al yugo de la violencia, del temor, de la tristeza, de
la culpabilidad, de la ignorancia y de la tiranía. María también es seducida,
pero es por el Amor de Dios. Por eso recibe del ángel este mensaje lleno de
confianza: "no temas". María". María, humilde y confiada, libre
y obediente es el prototipo de la mujer nueva, el principio de la nueva
humanidad basada en el amor y en la confianza en la voluntad de Dios. María
quiere alimentarse de la Palabra de Dios, no de otras cosas pasajeras o
engañosas. María se contrapone a Eva, salva a Eva, la rehabilita. Eva transmite
dolor y esclavitud, María ofrece liberación y gracia. La "llena de
gracia" vence al mal y nos invita a nosotros a asociarnos con ella en la
lucha. Sabemos que el Señor "está con nosotros".
La fiesta de la Inmaculada, al comienzo de este tiempo, es
pues, un estímulo para nuestra "espera confiada".
Profundicemos en el mensaje de las lecturas de hoy.
La primera lectura del Génesis, es la
manifestación teológica de un autor llamado “yahvista” que se limita
a poner por escrito toda la tradición religiosa de siglos, en ambientes
culturales diversos, sobre la culpabilidad de la humanidad: Adán-Eva. El hombre
siempre se ha preguntado por el origen del mal y ha procurado darse una
respuesta.
El cap. 3 del
Génesis describe la convicción de la fe de Israel de que la condición humana es
una consecuencia de una primitiva transgresión de la humanidad contra Dios. Una
existencia humana marcada por la fragilidad existencial y moral, en forma de
trabajo y esfuerzo contra la naturaleza, en forma de tensiones y violencias, e
incluso de luchas fratricidas, abocada a la muerte.
El pecado nos
abruma, nos envuelve, nos fascina, nos empapa en libertad desmesurada, hasta
que vemos que estamos con las manos vacías. Entonces empiezan las
culpabilidades: la mujer, el ser débil frente al fuerte, como ha sucedido en
casi todas las culturas. Y por medio aparece el mito de la serpiente, como
símbolo de una inteligencia superior a nosotros mismos, que no es divina, pero
que parece.
Desde su fe en el Dios salvador del Éxodo, Israel afirma que no es éste el plan de Dios sobre la humanidad. Ha sido la misma humanidad la que ha subvertido el ideal de Dios. La fiesta de hoy, no obstante, no nos quiere retener en la contemplación del pecado, sino de la gracia, la promesa de salvación que contiene el v. 15: "Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (este versículo ha inspirado la imaginería mariana de los últimos siglos). La humanidad tiene la promesa de la victoria final sobre el mal que ella misma ha provocado. La serpiente como representación simbólica del mal es común a las culturas del Medio Oriente. El texto proclamado ha sido referido a la madre del mesías-rey, que, con ojos cristianos, es María, la madre de aquel que, con su muerte inocente y su resurrección, ha vencido el círculo vicioso del pecado, y nos ha abierto el camino de la victoria final sobre el pecado de la humanidad.
El
salmo 97 era cantado en el Templo de Jerusalén en ocasiones muy solemnes. Se
glorifica al Dios grande y poderoso que ha creado el mundo y lo mantiene.
El salmo 97 tiene un claro significado
mesiánico y escatológico; nos hace contemplar la victoria final de Dios sobre
el poder del mal y la salvación que conseguirá Israel para todos los pueblos: El Señor da a conocer su
victoria.
El salmo (v1): Comienza según
la fórmula clásica invitando a la alabanza y enunciando el motivo.
Continua señalando (v2)las victorias
de Dios son acciones salvadoras en la historia: el brazo de Dios se manifiesta
con poder irresistible. Y la victoria, ganada para salvar a un pueblo escogido,
es revelación para todas las naciones; porque es una victoria justa, es decir,
salvadora del oprimido y desvalido.
Se comienza con la proclamación
de la intervención divina dentro de la historia de Israel
Esta victoria histórica no es
un hecho particular, (v 3) sino un punto en una línea coherente de amor: el
Señor es fiel a sí mismo, se acuerda de su fidelidad. Su amor por Israel es
revelación para todo el mundo.
Las imágenes de la «diestra» y
del «santo brazo» remiten al éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto
(cf. v. 1). En cambio, la alianza con el pueblo elegido se recuerda mediante
dos grandes perfecciones divinas: «misericordia» y «fidelidad» (cf. v. 3).
Estos signos de salvación se
revelan «a las naciones», hasta «los confines de la tierra» (vv. 2 y 3), para
que la humanidad entera sea atraída hacia Dios salvador y se abra a su palabra
y a su obra salvífica.
Para nosotros, hoy, es una oportunidad
de dar gracias al Padre que nos envió a su Hijo por medio de María
Meditemos con
esta reflexión de San Juan pablo II: “Esta
es la gran esperanza y nuestra invocación: «¡Venga tu reino!», un reino de paz,
de justicia y de serenidad, que restablezca la armonía originaria de la
creación.
4. En este
salmo, el apóstol san Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la
obra de Dios en el misterio de Cristo. San Pablo se sirvió del versículo 2 para
expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «se ha
revelado la justicia de Dios» (cf. Rm 1,17), «se ha manifestado» (cf. Rm 3,21).
La
interpretación que hace san Pablo confiere al salmo una mayor plenitud de
sentido. Leído desde la perspectiva del Antiguo Testamento, el salmo proclama
que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al contemplarlo, se
admiran. En cambio, desde la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación
en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo contemplan y son invitadas a
beneficiarse de esa salvación, ya que el Evangelio «es fuerza de Dios para la
salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es
decir del pagano (Rm 1,16). Ahora «todos los confines de la tierra» no sólo
«han contemplado la salvación de nuestro Dios» (Sal 97,3), sino que la han
recibido.
5. Desde esta
perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto recogido
después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del salmo como una
celebración anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado. Por
eso, sigamos su comentario, que entrelaza el cántico del salmista con el
anuncio evangélico: «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado, algo
hasta entonces inaudito. Una realidad nueva debe tener un cántico nuevo.
"Cantad al Señor un cántico nuevo". En realidad, el que sufrió la
pasión es un hombre; pero vosotros cantad al Señor. Sufrió la pasión como
hombre, pero salvó como Dios».
Prosigue Orígenes: Cristo «hizo milagros en medio de los judíos: curó paralíticos, limpió leprosos, resucitó muertos. Pero también otros profetas lo hicieron. Multiplicó unos pocos panes en un número enorme, y dio de comer a un pueblo innumerable. Pero también Eliseo lo hizo. Entonces, ¿qué hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre, para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado, para elevarnos hasta el cielo» (74 omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 309-310).” [San Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 6 de noviembre de 2002]
La
segunda lectura nos recuerda que Dios
nos ha destinado a ser sus hijos, según un plan o decreto divino y eterno.
Plan de amor, cuya realización se llama Historia de la Salvación.
EL fragmento presenta un himno (que
como otros himnos del NT que se cantaban) es una confesión de fe, en alabanza
al Dios salvador, que por Jesucristo se ha revelado a los hombres. Este himno
se nos presenta a Cristo ya desde los orígenes, antes incluso de la creación el
mundo y con Cristo se tiene presente a toda la humanidad. Se alaba a Dios
porque, en Cristo, nos ha elegido para ser santos y sin tacha (diríamos sin
pecado) en el amor. Como santos nos parecemos a Dios, y por eso estamos
llamados a vivir sin la culpabilidad y el miedo del pecado. Esto lo logra Dios
en nosotros por el amor. Porque Dios nos ha destinado a ser sus hijos, no sus
rivales.
Esta historia de culpabilidades entre los
fuertes y los débiles, entre hombre y mujer, es atentar contra la dignidad de
la misma creación. Cristo, pues, viene para romper definitivamente esa historia
humana de negatividad, y nos descubre, por encima de cualquier otra cosa, que
todos somos hijos suyos; que los hijos de Dios, hombre o mujer, esclavos o
libres, estamos llamados a la gracia y al amor. Esta es nuestra herencia.
"Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que
fuésemos santos e irreprochables ante él por el amo" r.
Esta es nuestra vocación, nuestra llamada. La virgen María, la Inmaculada, lo
consiguió porque se vació de sí misma y se fio de Dios, dejándose llenar de su
gracia y de su amor. Imitemos a María, para que así también nosotros, “los que
ya esperábamos en Cristo, seamos alabanza de su gloria”, como nos pide hoy San
Pablo.
En
síntesis el texto paulino es recordarnos que estamos llamados a la santidad. "Él
nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos
santos e irreprochables ante él por amor" (Ef 1, 4) En la fiesta de
María Inmaculada se nos recuerda que también nosotros, como nuestra Madre,
hemos de ser santos e irreprochables. Ese es proyecto que nuestro Dios y Señor
tuvo desde siempre sobre cada uno de los hombres. Todos, sin excepción alguna,
estamos por tanto llamados a la santidad. Y a serlo no a los ojos de los
hombres, sino ante la mirada amorosa de nuestro Padre Dios.
A esto estamos destinados,
insiste el Apóstol, por decisión del que lo hace todo según su voluntad. Esta
verdad llena de gozo a San Pablo que comienza su carta a los Efesios alabando
al Señor y recordando que nosotros, si somos fieles a la llamada divina, también
seremos una alabanza de su gloria. Intentemos de nuevo ser santos de verdad.
Hoy es buena ocasión para pedírselo a Santa María, la Inmaculada, la Sin-pecado.
El
fragmento del evangelio nos presenta el relato de la “Anunciación” que es el
reverso de la página del Génesis.
"El ángel, entrando a
su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia..." (Lc 1,28) Al
saludar el arcángel Gabriel a la Virgen, la llama "llena de gracia", y no la muy favorecida o agraciada como
algunos traducen. "Kecharitomene" dice el texto original griego de
San Lucas, expresión que, desde los primeros tiempos, tradujeron los cristianos
por "Gratia plena", la “Llena
de gracia”. De esta forma se traducía con fidelidad el sentido profundo de
las palabras del arcángel, lleno de admiración ante la perfección y santidad de
María.
Con razón canta la liturgia diciendo en una de sus más inspiradas antífonas: "Toda hermosa eres María, y en ti no hay mancha de pecado original". En efecto, nuestra Madre fue concebida sin mancha de pecado, en ella nunca tuvo parte el pecado. En previsión de los méritos de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, María fue siempre pura, inocente, santa, inmaculada.
En el texto de hoy, todo sirve para
reivindicar la grandeza de lo débil, de la mujer. Para mostrar que Dios, que
había creado al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, tiene que decir
una palabra definitiva sobre ello. Dios restablece el equilibrio en la
creación, para ello queriendo actuar de
una forma nueva, extraordinaria e inaudita para arreglar este mundo que han
manchado los poderosos, elige a la mujer, que se abre a Dios y a la gracia.
Eva es seducida y engañada por el
orgullo y el ansia de dominio. Se dejó seducir por el pecado y fue sometida al
yugo de la violencia, del temor, de la tristeza, de la culpabilidad, de la
ignorancia y de la tiranía. María también es seducida, pero es por el Amor de
Dios. Por eso recibe del ángel este mensaje lleno de confianza: "no
temas". María". María, humilde y confiada, libre y obediente es el
prototipo de la mujer nueva, el principio de la nueva humanidad basada en el
amor y en la confianza en la voluntad de Dios. María quiere alimentarse de la
Palabra de Dios, no de otras cosas pasajeras o engañosas. María se contrapone a
Eva, salva a Eva, la rehabilita. Eva transmite dolor y esclavitud, María ofrece
liberación y gracia. La "llena de gracia" vence al mal y nos invita a
nosotros a asociarnos con ella en la lucha. Sabemos que el Señor "está con
nosotros". La fiesta de la Inmaculada, al comienzo de este tiempo es un
estímulo para nuestra "espera confiada". María tiene una misión
importante en la Iglesia porque es Madre y modelo de la Iglesia. Nuestra
devoción a María debe llevarnos a su Hijo Jesucristo: "Haced lo que El os
diga". Todo lo que tiene, todo lo que es María le viene de Cristo.
Al contemplar a María nos
impresiona, sobre todo, que en este itinerario hacia la Navidad, Ella, reza,
espera, vive y sirve como nadie. Sin ser Dios, porque sabe que no lo es,
disfruta entrando de lleno en su Palabra. Sin muchas seguridades, agarrándose a
la fe, espera aguardando a que se cumpla el mensaje del Ángel.
¡Cuánta humildad en María!
Su belleza fue precisamente su alma interior. No tuvo más orgullo que
satisfacer siempre los proyectos del Creador. Lejos de subirse en el pódium del
poder o del engreimiento se sintió, ya desde el principio, agasajada por los
humildes y desconcertando a los poderosos. Lejos de dejarse seducir por el
pecado (ser como Dios) se entregó en un cheque en blanco para vivir con
intensidad, sin fisura alguna y con regocijo el amor de Dios: amada de Dios,
discípula perfecta del Señor. ¡Dichosa Tú, María, por tu limpia morada para
Dios!
María es la primera cristiana. Es un
estímulo para nosotros, cristianos del siglo XXI.
Al igual que María tengamos un corazón
abierto, acogedor, para que la Palabra habite en nosotros y nos ilumine el
camino a seguir. María nos enseña la humildad, la ilusión, la esperanza,
la espera paciente y la aceptación de la voluntad de Dios.
Como María dejemos que la Luz nos inunde, que
Cristo se haga presencia en nuestro interior, que meditemos en el silencio como
lo hizo María y respondamos «Si» a los planes de Dios, aunque estos nos saquen
de nuestra comodidad, de nuestra rutina, porque responder afirmativamente es
vivir con alegría, con esperanza, con amor, es dejar que Él nos guié.
Junto a María contestemos: «hágase en
mi tu voluntad».
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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