domingo, 27 de diciembre de 2020

Comentario a las Lecturas del Domingo Sagrada Familia, Jesús, María y José 27 diciembre de 2020

 Comentario a las  Lecturas del Domingo Sagrada Familia, Jesús, María y José  27 diciembre de 2020

La primera lectura del libro del Eclesiástico (Qo 3, 2-6. 12-14)

El salmo responsorial es el salmo 127 (Sal 127,1bcd-2. 3. 4-5)

La segunda lectura es de la Carta de San Pablo a los Colosenses (Col. 3,12-21)

Evangelio es  de San Lucas (Lc 2, 22-40)

La fiesta de la sagrada familia se celebra el domingo que cae dentro de la octava de navidad. Es una fiesta, introducida por primera vez como celebración opcional en 1893. El culto de la sagrada familia se hizo muy popular en el siglo pasado, sobre todo en Canadá. El papa León XIII lo promovió muchísimo. En unos tiempos en que las fuerzas secularizantes constituían una amenaza clara para la familia cristiana, se propuso a la sagrada familia de Nazaret como modelo, como fuente de inspiración y de ayuda.


Si consideramos la Fiesta de la Sagrada Familia de manera positiva, puede ayudarnos a ver la encarnación en un contexto más amplio, a considerar sus consecuencias culturales y sociales. Efectivamente, no basta con decir que el hijo de Dios se hizo hombre. Esto sucedió en un tiempo y en un lugar concreto. El adoptó una familia, un hogar, una ciudad, unos medios culturales determinados; creció en este entorno, fue educado en la fe judía, aprendió el oficio de carpintero e hizo amigos. Los años pasados en Nazaret fueron años de formación, de preparación para su misión.

En una bella homilía que se lee en el Oficio de lecturas, San Pablo VI [1]llama la atención sobre este aspecto de la encarnación. Y reflexionando sobre la vida familiar de Cristo en Nazaret, dice: "Sobre todo aquí se hace patente la importancia de tener en cuenta la pintura general de su vida entre nosotros, con su concreto entorno de lugar, tiempo, costumbres, lengua, práctica religiosa". Dios se hizo hombre, trabajador, carpintero e hijo de carpintero, nazareno, cuyos padres eran conocidos en aquel lugar. Le reconocemos como verdadero hombre, pero no perdemos de vista jamás su naturaleza divina. Efectivamente, "adoramos al hijo del Dios vivo que se hizo" Hijo en una familia humana".

La familia es una realidad cardinal en la vida y a la vez una paradoja. Junto a la familia nos encontramos hoy su impugnación y «contestación».

Cristo asume y acepta la realidad familiar, comulga con ella, pero a la vez la pone en cuestión muy radicalmente.

En los medios católicos tradicionales, y en otros medios, ha habido como una absolutización de la familia, una especie de idolización. La familia lo era todo, y en aras de la familia había que sacrificarlo todo. Jesús da un rotundo «no» a esta concepción. La desmitificación que hace Jesús de un exagerado aprecio de la familia se extiende a todos los aspectos de la cuestión, a la vocación social, la vocación política, la vocación personal... que nunca pueden ser absorbidas por el grupo familiar cerrado.

La evolución actual nos hace comprender mejor esta puesta en cuestión del absolutismo familiar. Los jóvenes reciben fuera de la familia tanto como dentro de ella. Reciben de fuera cada vez más las ideas, la cultura, la enseñanza, la amistad, incluso el dinero, el alimento y el techo, pues muchos trabajan, ganan y viven fuera gran parte del tiempo. El grupo familiar queda en cierto modo homologado con los otros grupos humanos.

Ahora bien, la familia, aunque relativizada, mantiene todo su valor singular, inintercambiable. Diversos hechos contemporáneos lo confirman. La experiencia de los países donde se ha llevado al máximo la socialización y los estudios psicoanalíticos muestran la decisiva trascendencia que para toda la vida tiene la relación paterno-filial.

 

La primera lectura del libro del Eclesiástico, nos habla de la familia y de la relación entre el padre, y la madre y los hijos.

"El que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha". La familia parental está formada por padres, hijos, y nietos; tíos, primos y sobrinos. Nadie ha hecho más por el niño, el joven, el adulto, el viejo, que la familia parental. Con todos sus defectos, limitaciones y excepciones, cuando tenemos problemas físicos, psicológicos, económicos, sociales, al final siempre queda y, en muchos casos, sólo queda, la familia. La familia es siempre la primera que nos ayuda, nos comprende, nos defiende, nos corrige, nos anima, nos ama. Demos hoy, especialmente, gracias a Dios por la existencia de la familia parental. Y defendámosla.

"Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole" (Qo 3, 3) El padre merece el respeto y la veneración de los hijos. Estos, al fin y al cabo, le deben la vida, que es lo más grande y hermoso que el hombre ha recibido. Además, a nuestros padres debemos de ordinario lo que somos. Ellos nos iniciaron en el camino que hemos recorrido y se sacrificaron -a veces de forma heroica- para sacarnos adelante. Se desvelaron sin tregua cuando fue necesario, se preocuparon por nuestro bien, sufrieron y lloraron por nuestro mal.

Por todo eso son merecedores de nuestra gratitud, de todos los sacrificios que sean precisos para atenderles y cuidarlos. Con ello no haremos sino cumplir con nuestro deber, pagar una deuda pendiente, saldar una cuenta antigua e ineludible. Dios ha querido que el amor a los padres  sea la mejor manifestación de una auténtica caridad. Por eso el Señor valora y paga con creces cuanto hagamos por nuestros padres. Si no amamos con obras a los nuestros, difícilmente podremos amar, según Dios, a los demás.

"Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas." (Qo 3, 14). Exhortación de gran actualidad hoy -una época de abandono de nuestros mayores- La exhortación del texto nos hace comprender lo importante que es cuanto dice. Nos explica que nuestros padres son, en cierto modo, los representantes de Dios, los instrumentos de que él se ha valido para traernos a la existencia. De ahí que ofender a un padre es ofender, de forma singular, al mismo Dios de quien, según San Pablo, procede toda paternidad.

 

El salmo de hoy (Sal 127) nos recuerda de donde y como viene la bendición de Dios.

Este salmo es parte de los "salmos graduales" que los peregrinos cantaban caminando hacia Jerusalén. Desde los 12, cada año, Jesús "subió" a Jerusalén con motivo de las fiestas, y entonó este canto. La fórmula final es una "bendición" que los sacerdotes pronunciaban sobre los peregrinos, a su llegada: "Que el Señor te bendiga desde Sión, todos los días de tu vida..."

Tenemos en este salmo un cuadro de la "felicidad en familia", de una familia modesta: allí se practica la piedad (la adoración religiosa... La observancia de las leyes...), el trabajo manual (aun para el intelectual, constituía una dicha, el trabajo de sus manos), y el amor familiar y conyugal...

En Israel, era clásico pensar que el hombre "virtuoso" y "justo" tenía que ser feliz, y ser recompensado ya aquí abajo con el éxito humano. Pensamos a veces que esta clase de dichas son materiales y vulgares. Fuimos formados quizá en un espiritualismo desencarnado. El pensamiento bíblico es más realista: afirma que Dios nos hizo para la felicidad, desde aquí abajo... ¿Por qué acomplejarnos si estamos felices? ¿Por qué más bien, "no dar gracias", y desear para todos los hombres la misma felicidad?

No se trata tampoco de caer en el exceso contrario, el de los "amigos de Job" que establecían una ecuación casi matemática: ¡Sé piadoso, y serás feliz! ¡Sé malvado, y serás desgraciado! Sabemos, por desgracia, que los justos pueden fracasar y sufrir, y los impíos por el contrario, prosperar. El sufrimiento no es un castigo. Es un hecho. Y el éxito humano, no es necesariamente señal de virtud.

Sigue siendo verdad en el fondo, que el justo es el más feliz de los hombres, al menos espiritualmente, en el fondo de su conciencia: "¡feliz, tú que adoras al Señor!"

"Dichoso el que teme al Señor..." (Sal 127, 1) Parece contradictorio que haya dicha cuando hay temor, parece imposible que coexistan la felicidad y el miedo. Y digo parece, porque Dios no puede afirmar una cosa tan absurda, y mucho menos tratar de engañarnos con una frase que, si se toma como parece a primera vista, es contraria en sí misma.

El que tema al Señor guardará sus mandamientos, andará por los caminos señalados por la sabiduría divina. Por eso precisamente será muy dichoso... Nadie como Dios conoce lo que es bueno, nadie como él sabe lo que nos beneficia, y nadie como él puede concedernos lo que necesitamos para alcanzar esa dicha, que todos y cada uno anhelamos desde lo más íntimo de nuestro corazón.

 "Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien(Sal 127, 2) Si somos fieles a Dios, si buscamos agradarle en todo, si cumplimos con esmero su voluntad , entonces el Señor nos mira con  especial cariño, se siente inclinado  hacia nosotros con amor misericordioso. El cariño - humanamente y con Dios-, crece cuando es correspondido, y los beneficios y favores se multiplican cuando quien los recibe es agradecido.

Que la bendición del salmo descienda sobre todas nuestras comidas en común al rezar y dar gracias:

«Comerás el fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida».

 

            La segunda lectura es una recopilación de consejos para la vida cotidiana, abarcando la familia natural familia eclesial ( liturgia ) y la vida social .

Hay que evitar entender los textos prescindiendo de su encuadramiento histórico. Una interpretación literal, sin tener en cuenta las circunstancias sociales y personales de hace veinte siglos, es la mejor manera de desacreditar los textos bíblicos y hacerlos inservibles. No vale engañarse. Hablar hoy de autoridad de maridos y cosas tales no es válido para familias de finales del siglo XXI. Y no sólo porque hayan perdido el sentido cristiano. Sino porque hay que interpretar los textos bíblicos, y cuanto más concretos sean, más vinculados a unas determinadas condiciones culturales. Es preciso tomar el núcleo de la exhortación y aplicarlo a relaciones humanas, matrimoniales, propias de nuestro momento histórico.

La sección Col 3. 5-17 parece ser una instrucción ética impartida en el bautismo, mientras que a partir de 3. 18 nos encontramos con resonancias de las exhortaciones domésticas usuales en el mundo grecorromano. En los dos casos se trata de exhortar a la vida cristiana práctica y cotidiana.

En la primera parte del texto (vv. 12-17) las imágenes son bastante claras y la comprensión general es fácil.

Se trata, pues, para los cristianos de vivir una moral que sea signo de la soberanía de Cristo sobre la humanidad. De ahí que el pasaje de san Pablo les interpele a ese nivel: aplicándoles los títulos de santos y de elegidos e invitándoles a "revestir" determinados sentimientos propios hasta ahora exclusivamente de Dios (vv. 12-15).

Hay que evitar una lectura dulzona o en exceso mitigada de estas palabras que se prestan a un cristianismo atontado o fuera de la realidad. Cada uno ha de verlo en concreto. Las actitudes base están claras. Pero nadie piense que el mensaje quiere que sus receptores sean hombres poco presentes en la vida y reacciones normales de los seres humanos. Así no fue Jesús.

Otra aplicación de la soberanía de Cristo se pone de manifiesto en el "estilo de las celebraciones litúrgicas". Pablo les dedica los vv. 16-17. En ellos se descubre el esquema esencial de las reuniones: la proclamación y el comentario de la Palabra de Dios, el canto de los salmos y de los himnos, la acción de gracias en último término (vv. 15b y 17). Pero la liturgia apenas se diferencia de la vida, y Pablo se preocupa con la misma intensidad de la repercusión de la Palabra, de los cánticos y de la acción de gracias en los corazones y las actitudes de la vida cotidiana como de la liturgia en sí.

San Pablo describe diferentes situaciones humanas: relaciones conyugales y familiares, relaciones entre esclavos y amos. Era un procedimiento normal en la catequesis primitiva enfocar así esas situaciones concretas en las que se desarrollaba la vida de los cristianos para subrayar a la vez las exigencias de la moral común y la originalidad del comportamiento cristiano.

En la familia parental y en la familia eclesial siempre se ama más al que más lo necesita; amemos, por tanto, con especial atención y esfuerzo a las personas que más sufren dentro de iglesia, que quiere ser la familia humana en general. No hagamos distinción de razas, ni de lenguas; amemos a todos, porque todos son de nuestra familia, de la Iglesia que quiere reunir Cristo sobre la tierra.

Fijémonos en el mensaje del texto que comienza resaltando  nuestra condición de pueblo  "Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro".

Nuestra vida esta llamada a ser vivida desde un corazón pletórico de paz. "Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestros corazones". Por amor a Cristo, y como buenos discípulos de Cristo, amamos a todas las personas como a hermanos, como a miembros de nuestra familia. Amenos a todos como Cristo nos amó.

"Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados".

San Pablo nos recuerda que somos el pueblo elegido por Dios, que somos hijos suyos y que por tanto hemos de comportarnos como tales. De modo especial en nuestra vida de hogar, en donde pasamos la mayor parte de nuestra existencia. En casa, nuestra actitud habitual ha de ser de misericordia entrañable, de bondad, de humildad, de dulzura y de comprensión. El Apóstol nos sigue diciendo que el Señor nos ha perdonado y que, por consiguiente, también hemos de hacer lo mismo cada uno de nosotros. Y por encima de todo y siempre el amor, que es el ceñidor de la paz consumada... Familia en paz, bendición de Dios que la Iglesia pide y desea para todos los hombres. Y es que si vivimos en un ambiente familiar en el que reine la paz y la alegría de Dios, todas nuestras dificultades están superadas.

 

En el  Evangelio de hoy, tomado de San Lucas se nos habla de la familia de Jesús.  Poco, casi nada, sabemos de la vida de José, María y el Niño, mientras vivieron en Nazaret. Y, cuando Jesús comienza su vida pública, es el mismo Jesús el que nos dice que su familia es “toda persona que cumple la voluntad de Dios”. Cumplir la voluntad de Dios es cumplir el mandamiento nuevo de Jesús, “amarnos unos a otros como él nos amó”. Si, como nos dice San Pablo, en su carta a los Colosenses, “el amor es el ceñidor de la unidad consumada”, hoy debemos pensar que fue el amor sagrado el que hizo sagrada a la Sagrada Familia.

"Cuando llegó el tiempo de la purificación de María..." (Lc 2, 22) Dentro del tiempo de Navidad celebra la liturgia la fiesta de la Sagrada Familia. Con ello intenta la Iglesia que los creyentes, y todos los hombres, fijemos la mirada en ese hogar de Nazaret, donde se desarrolló la vida sencilla y humilde, maravillosa como ninguna otra, de Jesús, María y José, la Trinidad en la tierra como la llamaron los clásicos de la literatura ascética.

"José y María, la madre de Jesús, estaban admirados de lo que se decía del niño… "

El centro del pasaje lo constituye la revelación de Simeón (2, 25-35). Jesús ha  sido ofrecido al Padre; el Padre responde enviando la fuerza de su Espíritu al anciano  Simeón, que profetiza (2, 29-32.34-35). En sus palabras se descubre que el antiguo israel  de la esperanza puede descansar tranquilo; su historia (representada en Simeón) no acaba  en vano: ha visto al salvador y sabe que su meta es ahora el triunfo de la vida. En esa vida  encuentran su sentido todos los que esperan porque Jesús no es sólo gloria del pueblo  israelita, es el principio de luz y salvación para las gentes.

Tomadas en sí mismas, las palabras del himno del anciano (2. 29-32) son hermosas,  sentimentalmente emotivas. Sin embargo, miradas en su hondura, son reflejo de un dolor y  de una lucha. Por eso culminan en el destino de sufrimiento de María (2, 34-35).Desde el  principio de su actividad, María aparece como signo de la Iglesia, que llevando en sí toda la  gracia salvadora de Jesús se ha convertido en señal de división y enfrentamiento. La subida  de Jesús al templo ha comenzado con un signo de sacrificio (2, 22-24); con signo de  sacrificio continúan las palabras reveladoras de Simeón. Todo el que escucha las palabras de consuelo en que Jesús se muestra como luz y como  gloria (2, 29-32) tienen que seguir hacia adelante y aceptarle en el camino de dureza,  decisión y muerte; en ese caminar no irá jamás en solitario, le acompaña la fe y el  sufrimiento de María.

"El niño iba creciendo y robusteciéndose y se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba". Pues lo mismo que ocurría en el hogar de Nazaret, ocurre en los nuestros. Habrá paz y alegría, la dicha que siempre brota donde hay amor que sabe de renuncias y de comprensión. La unión indisoluble del matrimonio, elevado a sacramento por Jesucristo, se reforzará con el paso de los años.

  La vida familiar es un valor importantísimo, pero no absoluto. Jesús buscó ante todo la voluntad de su Padre. "¿No sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?" Y llegará el momento en que Jesús abandone el hogar y a sus padres para adoptar la vida incómoda de un predicador itinerante, sin hogar y sin un lugar donde reclinar su cabeza. No deja de amar a sus padres ni rompe todos los lazos y relaciones con el hogar, pero tiene que distanciarse de la vida segura circunscrita a Nazaret, a fin de entregarse por completo a su misión. Había que establecer nuevas relaciones que trascendieran el parentesco puramente humano. Jesús mismo llegaría a declarar que sus padres y sus hermanos eran los que hacían la voluntad de su Padre.

Los seguidores de Jesús estamos llamados también a dejar la seguridad del hogar y de la familia, a sacrificar todo aquello que es lo más deseable desde una perspectiva humana. Ese es el contenido de toda vocación religiosa o de una vocación que encierra una llamada concreta a seguir a Cristo y a servir a sus hermanos. Es necesario que nos perdamos a nosotros mismos para encontrarnos. Hay que ampliar el horizonte de nuestra familia para abrazar a todos los hombres y mujeres. Esto no significa un frío distanciamiento de nuestra propia parentela, sino la no esclavización en el apego a ellos. Jesús no se distanció de su madre, pues ella le acompañó hasta el final. Nosotros no dejamos o abandonamos a nuestros padres o familiares, sino que establecemos una relación nueva y más profunda con ellos. Porque el Señor, complacido en nuestro sacrificio, nos devolverá, en una forma más profunda y bella, a nuestros padres, hermanos, hermanas y amigos.

En esta fiesta de la Sagrada Familia,  debemos pedir a Dios por todas las familias, para que hagan del amor el soporte y el vínculo de su unidad familiar.

Pedir particularmente por la familia cristiana. En ella el amor, la fidelidad y el compromiso, son lo esencial. De ello Jesús, José y María fueron testimonio ejemplar. No somos nosotros seguidores de un libro, ni de una teoría. Nuestra norma dimana de una vida que fue ejemplar, que se nos propuso y que da buenos resultados.

A partir de esta conciencia de pertenecer a la sagrada familia que todos componemos y en la que «no hay griego ni judío, bárbaro, esclavo o libre, sino que Cristo es todo y en todos» (Col 3,11), se nos presenta un nuevo esquema de relaciones en las que todos y cada uno, desde su situación, debe buscar «despojarse del hombre viejo con sus obras y revestirse del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar la plenitud según la imagen de su Creador» (Col 3,9-10).

 

 Anexo 1.- De las Alocuciones del papa Pablo sexto

Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio.

Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida.

Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de lo que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene un sentido.

Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de una disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo.

¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!

Pero estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa el estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas
no partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.

Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por
tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad,' enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros.

Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve.

Se nos ofrece además una lección de vida familiar.

Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social.

Finalmente, aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble.

Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir: a Cristo nuestro Señor. " ( Oficio de lectura del Domingo de la Sagrada  Familia. Segunda lectura " Alocuciones de San Pablo VI).

 

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

 

 



[1] .- Ver anexo 1 al final.

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