Comentario a las lecturas del XXIX Domingo del Tiempo
Ordinario 18 de octubre 2020
Celebramos
en este domingo la Jornada Mundial de la Propagación de la fe, día del Domund . Mientras en algunos continentes, la fe cristiana,
sigue sosteniendo y sigue siendo referencia en el modo de vivir, pensar y regir
de muchos pueblos, nos encontramos – severo contraste serio e incomprensible-
con una Europa que intenta arrinconar a Dios al santuario de la privacidad de
cada persona. ¿Es bueno? ¡Por supuesto que no! El mundo, la tierra, sus
habitantes…todo es de Dios y, por lo tanto, con el Evangelio en la mano –como
cristianos- nos hemos de comprometer a ofrecer y dar a Dios lo que es de Dios,
lo que es creación suya.
Hoy,
en este día del Domund, nuestros ojos no solamente observan y se
conforman con la realidad en la que vivimos, creemos y expresamos nuestra fe;
eso sería muy poco
Hoy,
en esta Jornada Mundial de la Propagación de la fe, nos
aventuramos con el Señor, porque no queremos arrodillarnos ante ningún “dios”
sino, sólo y exclusivamente ante El
Hoy,
como Pablo, conscientes de que hay muchísima gente que no
conoce a Jesucristo, muerto y resucitado por la salvación de la humanidad, nos
preguntaremos y reflexionaremos seriamente si estamos haciendo poco, mucho o
nada por el Evangelio.
La primera lectura es del libro de Isaías ( Is
45, 1. 4-6). La lectura de este domingo es un fragmento literario del
oráculo de Ciro (44. 24-45. 7; inclusión literaria con las expresiones: "Yo soy el Señor, creador de todo",
44. 24, y "Yo, el Señor, hago todo
esto, 45. 7).
En este oráculo podemos
distinguir dos partes:
* 1)Un telón de fondo: 44.
24-28 y 45. 7. La forma es la de un autohimno pronunciado por el mismo Dios.
Forma muy usada en la literatura babilónica.
Dios va
siendo definido como el Señor del cosmos y de la historia. Frente a los ídolos
(=nada, 44. 9-20), Dios es capaz de crear el cielo y la tierra sin esfuerzo
alguno. Su palabra se realiza en la historia, y su soberanía se extiende sobre
el poder cósmico (incluidas las tinieblas) y sobre la historia (también la
desgracia) pasada (cumplimiento de la palabra profética) y presente
(restauración del templo y de la ciudad). -En 44. 28 suena, por primera vez, el
nombre de Ciro como liberador del pueblo. Así un pagano entra de lleno en los
planes divinos, en la historia de la salvación querida por Dios.
* 2) Oráculo
de investidura de Ciro: 45. 1-6.
Esta forma
literaria es la única vez que aparece en Is II. Existía fuera de Israel y ha
dejado sus vestigios en algunos relatos bíblicos.
Este oráculo
recoge el momento profético de la esperanza. Y consta de:
a) Ritual:
"Unción" (v. 1): se trata del acto de coronación del rey que le
otorga habilidad para su oficio. "Ungido": no se refiere al futuro
Mesías -"llevar de la mano"
indica confirmarlo como rey- "darle
un título" (v. 4): implica íntima relación con el Señor. "Poner la insignia" (v. 5): acto de investidura.
Se trata del acto de investidura de un rey.
b) Oráculo
que implica una misión: cumplir lo ordenado (44. 28), y una promesa: Dios le
acompaña en persona y, como Soberano de la historia, le entrega reyes, ciudades
y tesoros. Dios es el auténtico artífice de todas sus victorias.
La elección
de Ciro está al servicio del pueblo de Israel (v. 4a). Su investidura aparece
en el marco de la historia de Dios con su pueblo elegido (44. 24a: Dios aparece
como el redentor y el que elige a Israel, lo salva y forma en el seno de su
madre, cf. Jr 1. 5; Sal 139. 13 ss.).
Ciro
era un rey persa, no judío, que no conocía al Dios de los judíos, sin embargo
Dios hace de él su Ungido, hace de él un instrumento necesario para conseguir
la restauración del templo judío, permitiendo que los desterrados judíos
pudieran volver a Jerusalén. "Así dice el Señor a su Ungido,
Ciro, a quien lleva de la mano…, te llamé por tu nombre, aunque no me
conocías…, te pongo una insignia, aunque no me conoces, para que sepan de
Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro".
Ciro no
conoce al Señor (vv 4b/5b), pero a pesar de ello va a ser el agente de la
liberación divina. Se rompe así la concepción raquítica y estrecha que tenía de
la elección de Israel y de su ungido (el rey); el pueblo de Dios no es un grupo
étnico o político (v. 6), la elección es don gratuito de Dios. Solo Él y no el
pueblo, tiene un puesto exclusivo.
A
Ciro se le llamó "ungido". Algo exclusivo de los reyes davídicos,
peculiar del futuro rey de los tiempos mesiánicos y nombre propio de Jesús de
Nazaret. ¿No es esto sorprendente? Sin duda que ello es debido a la misión que
realiza. Todo lo cual es un claro testimonio de que no son las personas quienes
en su perfección se proyectan hacia una misión, sino que es la misión divina o
vocación carismática quien transforma a las personas en la medida en que la
realizan actuando solidariamente con Dios y los hombres. Finalmente, esa
repetición enfática "soy yo, Yahvé",
que es como la síntesis de todo lo expuesto. Ya que no sólo implica una clara
reafirmación del monoteísmo tradicional sino primordialmente el carácter
secundario y dependiente que el hombre ocupa en el plan de Dios.
A
nosotros se nos ha enseñado que Dios es Uno, Providente, Ordenador de la
historia. Lo sabemos. Israel lo descubrió experimentalmente en su propia
historia gracias al Espíritu de Dios, que movía a los profetas. Quienes vivimos
los tiempos mesiánicos de efusión plena del Espíritu, deberíamos tener una
perspicacia mucho más profunda que ellos para descubrir la acción de Dios hasta
en los más pequeños pormenores de la evolución histórica de nuestras vidas y de
la vida de nuestros pueblos.
El responsorial es el salmo 95, ( Sal 95, 1
y 3. 4-5. 7-8. 9-10a y e ). Este salmo es un himno de alabanza . Se considera
un salmo de la realeza de Dios por incluir la expresión: " ! El Señor es
rey¡" (v. 10 a).
El salmo tiene tres partes (vv.
1-6; vv. 7-10; vv. 11-13). Los
versículos de hoy pertenecen a la primera y segunda parte. Las invitaciones a
cantar, bendecir, proclamar y anunciar, se dirige en a un pueblo de Dios.
Este salmo invita a cantar al
Señor un cántico nuevo, que consiste en alabar la realeza universal de Dios.
Después de las invitaciones a
cantar, bendecir, proclamar y anunciar a todos los pueblos (vv. 1-3), se
presenta el primero de los motivos, introducido por un " porque …"
(VV. 4-5).
Se compara a Dios (el Señor, V.
5) al resto de Dios es. El Señor es el creador, los otros son apariencia.
La segunda parte en (vv. 7-10)
presenta diversas invitaciones: aclamar, entrar en los atrios del templo
llevando ofrendas para adorar (vv. 7-9a). La tierra para que en la primera
parte se invita a cantar, debe ahora a temblar en la presencia del Señor (v.
9b). A los imperativos se dirigen a las familias de los pueblos (7a), tienen un
carácter internacional.
En el v. 10b se indican las
consecuencias del gobierno del Señor: el mundo no vacilarán nunca; se señala
también la principal característica del gobierno de Dios: es la rectitud cf.
dirige a todos los pueblosv (. 10b).
Este salmo expresa la
superación de un conflicto religioso entre las naciones. El Señor se ha convertido
en el Dios de todos los pueblos, el rey universal, creador de todas las cosas,
es el que gobierna a los pueblos con rectitud, como justicia infidelidad. La
superación del conflicto o se describe de este modo: "Porque es grande el Señor, y muy digno de
alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son
apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo." (vv. 4-5).
El salmo nos invita con
insistencia a "cantar". La palabra se repite tres veces al comienzo
de las tres primeras líneas. Más adelante, por tres veces, vuelve la
insistencia: "Dad gloria al Señor"... "Dad gloria al
Señor"... "¡Dad pues gloria al Señor!".
Así comentó San Juan Pablo II
este salmo: " Dios, rey y juez del universo
1. "Decid a los
pueblos: "El Señor es rey"". Esta exhortación del salmo 95
(v. 10), que se acaba de proclamar, en cierto sentido ofrece la tonalidad
en que se modula todo el himno. En efecto, se sitúa entre los "salmos del
Señor rey", que abarcan los salmos 95-98, así como el 46 y el 92.
Ya hemos tenido anteriormente
ocasión de presentar y comentar el salmo 92, y sabemos que en estos cánticos el
centro está constituido por la figura grandiosa de Dios, que gobierna todo el
universo y dirige la historia de la humanidad.
También el salmo 95 exalta
tanto al Creador de los seres como al Salvador de los pueblos: Dios
"afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos
rectamente" (v. 10). El verbo "gobernar" expresa la certeza de
que no nos hallamos abandonados a las oscuras fuerzas del caos o de la
casualidad, sino que desde siempre estamos en las manos de un Soberano justo y
misericordioso.
2. El salmo 95 comienza
con una invitación jubilosa a alabar a Dios, una invitación que abre
inmediatamente una perspectiva universal: "cantad al Señor, toda la
tierra" (v. 1). Se invita a los fieles a "contar la gloria" de
Dios "a los pueblos" y, luego, "a todas las naciones" para
proclamar "sus maravillas" (v. 3). Es más, el salmista interpela
directamente a las "familias de los pueblos" (v. 7) para
invitarlas a glorificar al Señor. Por último, pide a los fieles que digan
"a los pueblos: el Señor es rey" (v. 10), y precisa que el
Señor "gobierna a las naciones" (v. 10), "a los pueblos"
(v. 13). Es muy significativa esta apertura universal de parte de un pequeño
pueblo aplastado entre grandes imperios. Este pueblo sabe que su Señor es el
Dios del universo y que "los dioses de los gentiles son apariencia"
(v. 5).
El Salmo se halla
sustancialmente constituido por dos cuadros. La primera parte (cf. vv. 1-9)
comprende una solemne epifanía del Señor "en su santuario" (v. 6), es
decir, en el templo de Sión. La preceden y la siguen cantos y ritos
sacrificiales de la asamblea de los fieles. Fluye intensamente la alabanza ante
la majestad divina: "Cantad al Señor un cántico nuevo, (...) cantad
(...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su victoria (...), contad su
gloria, sus maravillas (...), aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad
la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas,
postraos (...)" (vv. 1-3, 7-9).
........
4. Pero pasemos al segundo
cuadro, el que se abre con la proclamación de la realeza del Señor (cf. vv.
10-13). Quien canta aquí es el universo, incluso en sus elementos más
misteriosos y oscuros, como el mar, según la antigua concepción bíblica:
"Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque,
delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra" (vv. 11-13).
Como dirá san Pablo, también la
naturaleza, juntamente con el hombre, "espera vivamente (...) ser liberada
de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de
los hijos de Dios" (Rm 8, 19. 21).
Aquí quisiéramos dejar espacio a
la relectura cristiana de este salmo que hicieron los Padres de la Iglesia, los
cuales vieron en él una prefiguración de la Encarnación y de la crucifixión,
signo de la paradójica realeza de Cristo.
5. Así, san Gregorio
Nacianceno, al inicio del discurso pronunciado en Constantinopla en la Navidad
del año 379 o del 380, recoge algunas expresiones del salmo 95:
"Cristo nace: glorificadlo. Cristo baja del cielo: salid a su
encuentro. Cristo está en la tierra: levantaos. "Cantad al Señor,
toda la tierra" (v. 1); y, para unir a la vez los dos conceptos,
"alégrese el cielo, goce la tierra" (v. 11) a causa de aquel que es
celeste pero que luego se hizo terrestre" (Omelie sulla natività, Discurso
38, 1, Roma 1983, p. 44).
De este modo, el misterio de la
realeza divina se manifiesta en la Encarnación. Más aún, el que reina
"hecho terrestre", reina precisamente en la humillación de la cruz.
Es significativo que muchos antiguos leyeran el versículo 10 de este salmo con
una sugestiva integración cristológica: "El Señor reina desde el
árbol de la cruz".
Por esto, ya la Carta a
Bernabé enseñaba que "el reino de Jesús está en el árbol de la
cruz" (VIII, 5: I Padri apostolici, Roma 1984, p. 198) y el
mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera
Apología, concluía invitando a todos los pueblos a alegrarse porque
"el Señor reinó desde el árbol de la cruz" (Gli apologeti greci,
Roma 1986, p. 121).
En esta tierra floreció el
himno del poeta cristiano Venancio Fortunato, Vexilla regis, en el que
se exalta a Cristo que reina desde la altura de la cruz, trono de amor y no de
dominio: Regnavit a ligno Deus. En efecto, Jesús, ya durante su
existencia terrena, había afirmado: "El que quiera llegar a ser
grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero
entre vosotros, será esclavo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha
venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por
muchos" (Mc 10, 43-45). (San Juan Pablo II. Audiencia general del miércoles, 18 de septiembre
de 2002 ).
La segunda lectura es de la primera carta del apóstol San Pablo a los tesalonicenses
1, 1-5b. Esta primera carta de San Pablo a los fieles de
Tesalónica es probablemente el escrito más antiguo de cuantos componen el Nuevo
Testamento. La fecha en que fue redactada data del año cincuenta. Y ya entonces
encontramos estos saludos en los que se desea la gracia y la paz. Hoy, cuando
han pasado tantos siglos, la Iglesia, a través de sus ministros y en nombre de
Dios, sigue deseando a los hombres la gracia y la paz.
Se trata de una carta colectiva. Escriben Pablo,
Silvano y Timoteo, colegialmente. Además, el destinatario es toda la comunidad
cristiana de Tesalónica, la iglesia local.
Después de un breve saludo, la carta comienza dando
gracias a Dios y recordando en esa acción de gracias a los fieles
tesalonicenses. Es como un "memento" y un "communicantes".
Este recuerdo y esta oración se hace por todos y por cada uno. Se describe
concisamente el estado en el que se halla la comunidad de Tesalónica. Es una
comunidad fundada en las tres virtudes teologales: en una fe que fructifica en
obras, en un amor sincero que va más allá del sentimiento y llega al compromiso
y en una esperanza capaz de aguantar todo lo que le echen. El centro de esa
comunidad es Jesucristo.
El trabajo de Pablo y de su equipo no fue en vano en
Tesalónica. Porque no fue pura palabrería, sino "manifestación del poder
del Espíritu" (1 Co 2. 13).
Ellos mismos pudieron comprobar entonces lo que más
tarde diría Pablo a los romanos: que "el evangelio es fuerza de Dios para
salvar a los creyentes" (1. 16). Y si ahora siguen fieles es porque
tuvieron la experiencia inolvidable de la fuerza de Dios en la predicación
apostólica.
Hoy se comienza la lectura de la primera carta a los
cristianos de Tesalónica antigua capital de la Macedonia romana. Pablo había
predicado allí, aunque con dificultades (Hch 17,1-10). Esta primera carta a los
Tesalonicenses parece ser el escrito cristiano más antiguo de los que han
llegado hasta nosotros. El saludo inicial es colectivo: Pablo, Silvano y
Timoteo saludan a la Iglesia de los tesalonicenses (1,1).
La predicación del evangelio había dado fruto allí,
constituyéndose una comunidad de creyentes. Los que remiten la carta dan ante
todo gracias a Dios en sus plegarias, haciendo constantemente memoria de ellos
por su fe, su caridad y su esperanza, demostradas en obras, fatigas y
constancia (v 3).
El texto, nos coloca frente a un hecho singular: la
sorprendente conciencia de sí mismos que manifiestan los predicadores de las
primeras horas. Para ellos, anunciar el evangelio ha llegado a ser una urgencia
inexcusable de la propia conciencia, ya que se sienten responsables ante Dios
por ello (2,4). Por el evangelio, en efecto, están dispuestos a sufrimientos y
contradicciones de toda ciase, como de hecho soportan (v 2). No les importa
nada más: ni la benevolencia y simpatía de los hombres, ni el provecho
material, ni quedar bien (v 5s).
aleluya flp 2, 15d. 16a "brilláis como lumbreras del mundo,
manteniendo firme la palabra de la vida"
El evangelio es de
san Mateo (Mt 22, 15-21). El evangelio de hoy y del próximo
domingo son dos escenas de controversia, en las que los fariseos buscan el modo
de comprometer a Jesús en sus palabras, con el fin de hallar un motivo para
acusarlo. El episodio de hoy gira en torno al tributo al César, el del próximo
domingo sobre el mandamiento más importante de la Ley, y entre ambos se
encuentra la pregunta de los saduceos sobre la resurrección de los muertos.
Los fariseos iban estrechando el cerco contra Jesús. En esta ocasión se unieron a los herodianos, a los partidarios de la dinastía de Herodes, a quienes los fariseos, sin embargo, rechazaban. Se cumple así el salmo segundo que habla de cómo los poderosos de la tierra se amotinan, todos a una, contra el Mesías. También durante la Pasión, Pilato y Herodes enemistados entre sí, se reconciliaron a costa de Jesús.
Las primeras palabras que le
dirigen serían un magnífico elogio de Jesús si hubiesen sido dichas con
sinceridad. La mayor alabanza que podía hacerse de un maestro consistía en
decir que era veraz y fiel en la interpretación de la Ley y que se comportaba
libremente en su trato con las personas. Jesús se da cuenta inmediatamente de
que, aparentando interés por una cuestión actual, lo que pretenden es hacerle
caer en una trampa. Así, después de ponerlos en evidencia -"¡Hipócritas!,
¿por qué me tentáis?"-, hace que los mismos que han formulado la pregunta
queden implicados en la respuesta.
La trampa urdida no podía
ser más insidiosa. Cualquier respuesta era comprometida. Si decía que era
lícito pagar el tributo al César, le acusarían de colaborar con el poder
extranjero, y si contestaba negativamente podrían denunciarle por rebelde ante
la autoridad romana. Astucia y malicia que denota el odio profundo que tenían
contra Jesús. Pero no sabían ellos que de Dios nadie se burla y que Cristo es
el Hijo de Dios. Por eso su respuesta deshizo de un golpe la trampa.
Este pasaje pertenece al relato de las
"tentaciones" a las que escribas, fariseos y saduceos someten a
Cristo. Los partidarios de Herodes formulan el primer ataque con la esperanza
de que Jesús pronunciará alguna palabra que pueda ser atentatoria contra el
César.
Lejos de pronunciarse sobre la legitimidad del poder,
Jesús se limita a precisar que ha sido aceptado y, por consiguiente, merece
obediencia.
Como los inquisidores se encuentran de esta forma no
sólo reducidos al silencio, sino confirmados además en su celo pro-romano,
Cristo añade: "y dad a Dios lo que es de Dios". La obediencia cívica
no constituye un obstáculo para los deberes para con Dios. La enseñanza es
doble: la autoridad civil tiene derecho a la obediencia, sobre todo de parte de
quienes se aprovechan de las ventajas que lleva consigo (Rm 13. 1-8 ).
Pero esta obediencia no puede ser un obstáculo a la
obediencia que se debe a Dios.
No existe, una verdadera oposición, basada en el
Evangelio, entre lo que es del César y lo que es de Dios. En efecto, el Reino
de Dios no se sitúa fuera de los reinos terrestres, puesto que éstos son
asumidos por Dios en JC. Querer dar a Dios lo que le es debido implica, pues,
que se dé al César lo que le pertenece. El Reino de Dios no es de este mundo en
el sentido de que no es uno más de los reinos de acá abajo; pero sí está en el
mundo en el sentido de que es extensible a todas las realezas terrestres. Por
tanto, no se puede ser cristiano auténtico al margen de las realidades.
Hay que dar al César lo que
es del César. Hay que cumplir con los deberes cívicos. Jesús mismo pagó el
tributo, aunque por su condición soberana no tenía obligación de hacerlo. Más
tarde San Pablo, siguiendo la enseñanza del Maestro, hablará también de la
obediencia debida al poder legítimamente constituido, de la obligación de pagar
los tributos impuestos por el Estado. La segunda parte de la respuesta de
Jesucristo establece la independencia y separación de los dos poderes, el civil
y el religioso. A Dios lo que es de Dios: la adoración rendida, la entrega
generosa, la obediencia fiel a su Ley, el amor sobre todas las cosas.
Para
nuestra vida.
Desde hace veinte
siglos, la Iglesia está en camino para llevar a cabo la misión de Jesús que es
hacer de todos los pueblos un solo pueblo, reconciliar a los hombres que andan
divididos, congregar en unidad a los dispersos, hacer de todos los hombres
hermanos, anunciando a Dios, Padre de Jesucristo y Padre nuestro, que nos llama
a convertirnos a El, para que vivamos reconociéndole como “Padre único de
todos”.
En Jesucristo, al
revelarnos a Dios como Padre suyo y Padre nuestro, se ha iniciado un camino,
que no tiene retorno, hacia el encuentro de todos los hombres, conduciendo a
los hombres y a los pueblos por los caminos del amor y de la fraternidad.
Jesucristo es quien puede conducirnos a una humanidad verdaderamente fraterna
que reconoce a Dios como padre único y de todos. Anunciar a Jesucristo hasta
los confines de la tierra y llamar a todos los pueblos y a todas gentes a que
se conviertan a Jesucristo es la urgencia apremiante que la Iglesia vive desde
siempre, particularmente avivada en nuestro tiempo ante el clamor que nos llega
del mundo contemporáneo, de las naciones pobres y marginadas, pueblos en conflicto
y desgarrados por el odio.
A ese mundo estamos
llamados a evangelizar, pero primero dejándonos también nosotros evangelizar,
siguiendo los pasos de Jesús.
En
la primera lectura, el profeta Isaías nos muestra que Dios rompe, una vez más,
nuestros esquemas. Elige a un "sin-Dios" para "ungirlo y que
lleve a su pueblo la libertad. Ciertamente Israel no esperaba la libertad desde
esa plataforma. Sin embargo esto demuestra que Dios es el Señor absoluto Él
escoge sus instrumentos donde nadie se le hubiese ocurrido elegirlos;
escogiendo personajes que nosotros hubiéramos rechazado, para decirnos que sólo
podremos descubrir las acciones del Señor cuando abandonemos nuestros esquemas
raquíticos y calculadores y nos entreguemos a Él sin condiciones.
A Ciro se le llamó "ungido". Algo
exclusivo de los reyes davídicos, peculiar del futuro rey de los tiempos
mesiánicos y nombre propio de Jesús de Nazaret. ¿No es esto sorprendente? Sin
duda que ello es debido a la misión que realiza. Todo lo cual es un claro
testimonio de que no son las personas quienes en su perfección se proyectan
hacia una misión, sino que es la misión divina o vocación carismática quien
transforma a las personas en la medida en que la realizan actuando
solidariamente con Dios y los hombres. Finalmente, esa repetición enfática
"soy yo, Yahvé", que es como la síntesis de todo lo expuesto. Ya que
no sólo implica una clara reafirmación del monoteísmo tradicional sino
primordialmente el carácter secundario y dependiente que el hombre ocupa en el
plan de Dios. A nosotros se nos ha enseñado doctrinalmente que Dios es Uno,
Providente, Ordenador de la historia. Lo sabemos. Israel lo descubrió
experimentalmente en su propia historia gracias al Espíritu de Dios, que movía
a los profetas. Quienes vivimos los tiempos mesiánicos de efusión plena del
Espíritu, deberíamos tener una perspicacia mucho más profunda que ellos para
descubrir la acción de Dios hasta en los más pequeños pormenores de la
evolución histórica de nuestras vidas y de la vida de nuestros pueblos.
Este puede ser un buen ejemplo
para nosotros: debemos reconocer las virtudes cristianas de los que, sin
profesar la religión cristiana, practican el mandamiento cristiano de amor a
Dios y al prójimo. Hay personas no cristianas que, en su vida cotidiana, nos
dan ejemplo de virtud cristiana. Debemos juzgar a las personas por lo que
hacen, sin fijarnos tanto en la religión que profesan. Vivimos en mundo muy
plural y nuestra religión depende mucho de las circunstancias espaciales y
temporales en las que hemos nacido y nos han educado. Todo el que hace obras
cristianas es, de algún modo, cristiano.
El
salmo 95 expresa de manera clara, que para los judíos, Dios era Rey, un Rey
total, con atribuciones incluso políticas y de Gobierno.
Para nosotros, sin embargo, su majestad es más del Espíritu. Jesús de Nazaret
nos enseñó que Dios es amor y en ese sentido lo aclamamos, sin olvidar que toda
la gloria es suya y que todo el poder posible está en sus manos.
Asi comenta San Juan Pablo II: " El salmo 95
comienza con una invitación jubilosa a alabar a Dios, una invitación que abre
inmediatamente una perspectiva universal: "cantad al Señor, toda la
tierra" (v. 1). Se invita a los fieles a "contar la gloria" de
Dios "a los pueblos" y, luego, "a todas las naciones" para
proclamar "sus maravillas" (v. 3). Es más, el salmista interpela
directamente a las "familias de los pueblos" (v. 7) para
invitarlas a glorificar al Señor. Por último, pide a los fieles que digan
"a los pueblos: el Señor es rey" (v. 10), y precisa que el
Señor "gobierna a las naciones" (v. 10), "a los pueblos"
(v. 13). Es muy significativa esta apertura universal de parte de un pequeño
pueblo aplastado entre grandes imperios. Este pueblo sabe que su Señor es el
Dios del universo y que "los dioses de los gentiles son apariencia"
(v. 5).
El Salmo se halla sustancialmente constituido por dos
cuadros. La primera parte (cf. vv. 1-9) comprende una solemne epifanía del
Señor "en su santuario" (v. 6), es decir, en el templo de Sión. La
preceden y la siguen cantos y ritos sacrificiales de la asamblea de los fieles.
Fluye intensamente la alabanza ante la majestad divina: "Cantad al
Señor un cántico nuevo, (...) cantad (...), cantad (...), bendecid (...),
proclamad su victoria (...), contad su gloria, sus maravillas (...), aclamad la
gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en
sus atrios trayéndole ofrendas, postraos (...)" (vv. 1-3, 7-9).
Así pues, el gesto fundamental ante el Señor rey, que
manifiesta su gloria en la historia de la salvación, es el canto de adoración,
alabanza y bendición. Estas actitudes deberían estar presentes también en
nuestra liturgia diaria y en nuestra oración personal.
3. En el centro de este canto coral encontramos
una declaración contra los ídolos. Así, la plegaria se manifiesta como un
camino para conseguir la pureza de la fe, según la conocida máxima: lex
orandi, lex credendi, o sea, la norma de la oración verdadera es también
norma de fe, es lección sobre la verdad divina. En efecto, esta se puede
descubrir precisamente a través de la íntima comunión con Dios realizada en la
oración.
El salmista proclama: "Es grande el Señor,
y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de
los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo" (vv.
4-5). A través de la liturgia y la oración la fe se purifica de toda
degeneración, se abandonan los ídolos a los que se sacrifica fácilmente algo de
nosotros durante la vida diaria, se pasa del miedo ante la justicia trascedente
de Dios a la experiencia viva de su amor.
4. Pero
pasemos al segundo cuadro, el que se abre con la proclamación de la realeza del
Señor (cf. vv. 10-13). Quien canta aquí es el universo, incluso en sus
elementos más misteriosos y oscuros, como el mar, según la antigua concepción
bíblica" (San Juan Pablo II.
Audiencia general del miércoles, 18 de septiembre de 2002 ).
El
salmo no oculta la alegría que causa la realiza universal de Dios. El tema de
la realeza del Señor es propio del periodo post exílico (a partir del 538 a.
C..), cuando ya no había reyes que gobernarán al pueblo de Dios..
En
nuestra sociedad donde se crean tantos Dios es falsos, es importante reflexionar
y meditar en nuestro corazón está la realeza de Dios, que viene y quiere
gobernar la tierra, empezando por nuestros corazones, con rectitud, con
justicia y con fidelidad. El mundo entero está invitado a celebrar este
acontecimiento que indudablemente puede cambiar desde la conversión de nuestros
corazones, las realidades temporales y social.
Es
un salmo muy adecuado para los momentos en los que queremos alabar a Dios por
el progreso de los pueblos, por la paz entre las naciones, y especialmente
cuando sentimos el deseo de pedir " venga a nosotros tu reino";
conviene rezar lo con esa actitud del corazón, sintiéndonos Hermanos de todos
los pueblos, rarezas y realidades creadas.
San
Pablo, en el comienzo de la Carta a los Tesalonicenses –que es nuestra segunda
lectura de hoy-- nos recuerda que una comunidad tiene que estar siempre regida
por la fuerza del Espíritu. No importa el número de
miembros, ni las pruebas que se presenten, ni el ambiente en que se desarrolle;
lo importante es la fidelidad a Dios, la vivencia evangélica, y que los
miembros hayan sido "tocados" por el mensaje de Cristo. Así lo llevaremos
"acuñado" en nuestra manera de vivir y la gente sabrá de quien somos,
al ver que nuestra relación con Dios brota del amor. Durante las próximas
semanas seguiremos leyendo esta carta a los Tesalonicenses.
San Pablo agradece a los primeros
cristianos de Tesalónica su fe, su esperanza y su amor cristiano, en medio de
las grandes dificultades sociales en las que vivían.: "Ante
Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el
esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo
nuestro Señor". En los tiempos difíciles es
cuando tenemos que demostrar los cristianos la fuerza de nuestro espíritu
cristiano y nuestra profunda convicción cristiana. No vivimos hoy en una
sociedad que nos facilite el ejercicio de la fe, la esperanza y el amor
cristiano, pero esto, en lugar de desanimarnos, lo que debe hacer es
fortalecernos con la fuerza del Espíritu de Cristo.
La gracia de nuestro Señor
Jesucristo, esto es, su benevolencia, su favor. Gracia, en el sentido que se
usa aquí, es lo contrario a paga estipulada. Se obtiene una gracia cuando se
recibe algo de forma gratuita. Por eso al desearnos la gracia de Dios, se nos
desea su perdón y su amor, que son siempre fruto de su bondad, y nunca el
resultado de un intercambio o una compraventa. De ahí que estar en gracia de
Dios equivale a estar en estado de amistad con él. Amistad que siempre resulta
de su benevolencia, y nunca de un derecho que el hombre tenga frente al Señor.
Así, pues, al desearnos la Iglesia la gracia de nuestro Señor Jesucristo nos
desea la amistad con Dios, lo mejor que podemos tener.
El Apóstol nos llama amados
de Dios, sin que ninguno haya merecido ese amor, o se le haya adelantado
tomando la iniciativa. ¡Amados de Dios!, si nos diéramos cuenta de lo que esto
significa, si supiéramos valorar esa realidad divina, si conociéramos el don de
Dios...
¡Tarde te amé --se
lamentaba san Agustín--, oh belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!
Estabas dentro de mí y yo te buscaba fuera de mí, y andaba errante en todo lo
bello que salió de tus manos. Todo eso me retenía lejos de ti, cuando todo eso
si no fuera por ti no existiría. Llamaste, clamaste, rompiste mi sordera, me
quemaste, resplandeciste y apagaste mi ceguera, me hiciste sentir tu fragancia
y mi espíritu corrió tras de ti a quien tan sólo anhelo...”
Palabras encendidas de un
corazón apasionado que, después de mucho buscar, encontró en Dios lo que
buscaba. Nos hiciste para ti -dirá también -, e inquieto está nuestro corazón
hasta que repose en ti. Ojalá que acabemos de apreciar el amor infinito que
Dios nos tiene y nos decidamos seriamente a querer a Dios sobre todas las
cosas, y amarle con todas nuestras fuerzas, con toda el alma.
Si cada uno de nosotros, como los
primeros cristianos de Tesalónica, tiene una fe activa, un amor esforzado y una
esperanza firme, siguiendo el ejemplo de Cristo, seguro que seremos un fermento
activo de cristianismo en la sociedad en la que nos ha tocado vivir.
Hoy la Jornada
Mundial por las Misiones, que celebramos : día del Domund, nos invita como a la
comunidad de Tesalónica, a ser evangelizadores. De aquella comunidad que había
acogido la Palabra con alegría en medio de tantas luchas y dificultades, esa
misma Palabra del Señor se extendía por todas partes.
Ser cristiano es
estar vuelto a Dios, es ser testigo de su amor. Y por eso mismo amarle por
encima de todas las cosas. “Amarás al Señor, tu Dios”, este es el santo y seña
de la identidad del cristiano. Enamorados de estas palabras, raíz y entraña de
la Iglesia, estas palabras han de ser la razón suprema de la existencia, de
toda existencia humana. Amar a Dios es plenitud del hombre. Dios, único y
eterno centro de nuestra vida: “Con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo
tu ser”. Totalidad de la persona; nada se escapa a este amor de Dios. Amar a
Dios no es poesía de fácil sentimiento; incluye en sí la fidelidad, gratitud,
adoración, sintonía en el pensar y querer de Dios; no como un peso que oprime
al hombre desde fuera, sino como aliento que nace libre y espontáneo en lo más
profundo de nuestro ser: porque allí está Dios, que es amor, nuestra fortaleza,
nuestra roca, alcázar, refugio, escudo, salvador y misericordia infinita.
En
el evangelio escuchamos el célebre relato del denario. San Mateo muestra el
deseo de engaño de los fariseos y la sagacidad práctica de Jesús.
La respuesta a la trampa está en la cara y en la cruz de un denario. Y es toda
una catequesis permanente para entender mejor nuestra vida: hemos de separar
los compromisos mundanos de los espirituales, no separándoles pero dando a cada
uno su sitio. Hoy todavía a muchos les gustaría que Dios y el César fuesen una
misma cosa.
Demasiadas veces estamos de tal forma ligados a un
"César" que nos es imposible reconocer al Señor; otras veces nos
resulta difícil admitir un más allá para
la vida presente; otras, finalmente, nos envuelve, al igual que los fariseos,
una intransigencia de tal calibre y en una pureza tal que no podemos identificar
a la Iglesia en todo el que llega.
San Mateo prepara así el capítulo 23 de su evangelio,
en el que Cristo maldice a esos oponentes, y el cap. 24, en el que Jesús
anuncia la nueva asamblea y la "bendición" de los nuevos congregados
(Mt 23. 34), opuesta a la "maldición" de quienes han rechazado la
invitación (Mt 23.), y la nomenclatura de los congregados (Mt 25.).
Fijémonos lo qué nos dice sobre la demanda de
Dios. Dice que vinieron a Jesús los fariseos y los herodianos, los primeros
representando el poder religioso y los herodianos el poder político de la
época. Estos dos poderes se confabularon para tentar a Jesús y como siempre,
cuando la religión y la política se combinan nada bueno puede esperarse.
Vinieron a Él, orgullosos de su condición y con palabras aduladoras: “Maestro,
sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de
Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres”.
Después de tanto serpentear, vino la pregunta, una pregunta capciosa: “¿Es
lícito dar tributo a César, o no?”. Jesús reconoció la hipocresía y
la malicia que había en sus corazones, sintió que los anillos de aquellas
víboras se cerraban sobre Él, y exclamó como para liberarse: ¿Por qué me
tentáis, hipócritas? Seguramente que se frotaban las manos –¡Ya es nuestro!
Cualquier respuesta sería comprometida. Un “sí” le daría a los fariseos ocasión
de acusarle como amigo del régimen romano, haciéndole perder autoridad ante el
pueblo, y un “no” haría que los herodianos lo tacharan de secesionista, lo cual
estaba penado con la muerte.
Pero Jesús no se amedrentó. Les inquiere:
Mostradme la moneda del tributo. Aquellos presuntuosos, pensando que la presa
estaba al caer, corrieron a presentarle un denario, la moneda de plata para el
tributo.
¿De quién es esta imagen, y la inscripción? De
repente, los interrogadores pasan de preguntar a ser ellos los cuestionados. La
respuesta, de todos modos no era difícil, era evidente: De César, y en ese
mismo instante, el cazador se vio cazado en su propia red. Sin que ellos lo
notaran, Jesús aparece como el verdadero soberano de aquella situación. La
respuesta ya se ha citado: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo
que es de Dios. Es la respuesta de uno que ama la verdad, y que enseña con
verdad el camino de Dios, y que no se cuida de nadie, porque no mira la
apariencia de los hombres.
Jesús pide su moneda como el César pide la
suya.
En este relato Jesús pide que le prestemos
atención a algo que los maliciosos inquisidores no tuvieron en cuenta: la
imagen y la inscripción de la moneda.
En la Biblia, leemos: “Entonces
dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y
señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en
toda la tierra y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. (Gen
2:26), El hombre fue también creado por Dios para reinar, a Su imagen y
conforme a Su semejanza. Llevaba grabado dentro de Él la imagen del Dios que
hizo los cielos y la tierra, del Dios vivo.
Cuando Dios, el mayor orfebre de este universo,
terminó de cincelar esta maravillosa obra maestra, no pudo menos que decir, con
satisfacción: “y vió Dios, que era bueno” (Génesis
1:31).
Dios tenía una moneda en esta tierra con su
imagen e inscripción, una moneda que le pertenecía y a la que amaba.
Conforme a esta doctrina no
es admisible mezclar lo político con lo religioso. No se puede comprometer a la
Iglesia en banderías humanas, no se la puede vincular a ningún partido. La
misión de la Iglesia es espiritual y trascendente, no material ni meramente
humana. Intentar otra cosa es traicionar a Cristo y destruir su Iglesia.
La respuesta
de Jesús es del todo inesperada y coge de sorpresa a sus interlocutores. Es una
respuesta que se sustrae a la lógica de tomar partido. No es una respuesta
evasiva. Evita el dilema, mas no por miedo a comprometerse. Lleva el
razonamiento a mayor profundidad, al centro inspirador, a saber, la justa
concepción de la dependencia de Dios y, por tanto, la justa libertad frente al
estado.
Evidentemente,
con su respuesta Jesús no coloca a Dios y al César en el mismo plano. En las palabras
"Dad al César lo que es del César, pero a Dios lo que es de Dios", el
acento me parece que cae en la segunda parte. La preocupación de Cristo es ante
todo salvaguardar en toda situación política los derechos de Dios.
También
están los derechos del estado; pero cuando el estado permanece en su sitio,
estos derechos se truecan en deberes de conciencia. Sin embargo, hay que
apresurarse a añadir que el estado no puede erigirse en valor absoluto; ningún
poder político: romano o no, cristiano o no, puede arrogarse derechos que
competen sólo a Dios, ni puede absorber el corazón entero del hombre, ni
reemplazar su conciencia ("pero a Dios lo que es de Dios").
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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