Comentario a
las lecturas del VI Domingo de Pascua 17
de mayo 2020
En las dos
semanas que quedan de Pascua, el Señor Resucitado nos prepara para vivir el
misterio de su «ausencia». Nosotros pertenecemos a las generaciones que ya
desde el principio merecieron la «bienaventuranza» de los que, como Cristo le
dijo a Tomás, «creen sin haber visto».
Cristo mismo,
a pesar de que no le vemos, porque está en estado glorioso, sigue estándonos
presente: a pesar de que «vuelve» al Padre, sin embargo «no os dejaré desamparados»,
«yo sigo viviendo», «yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con
vosotros». Es una buena ocasión -como lo ha sido todo el tiempo pascual- para
insistir en la gozosa convicción de que Cristo no está lejos, sino
entrañablemente cercano, según su promesa: en la comunidad, en su Palabra, en
sus sacramentos, de modo particular en su Eucaristía, y también en la persona
del prójimo.
Hoy es la
«jornada del enfermo» y se nos dice que «las comunidades están llamadas a
curar». Y ¿qué quiere decir «curar»? Curar quiere decir ofrecerles «razones
para la esperanza».
La primera lectura es del libro de los hechos de los
apóstoles (Hech 8, 5-8. 14-17). Con el cap. 8 comienza la fase expansiva de
la Iglesia fuera de Jerusalén (8. 1).
Los
discípulos, una vez expulsados de Jerusalén, inician su segunda misión
(Hch 8,4-9,43) en Judea y Samaría, según la palabra de Jesús: seréis
testigos míos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los
confines de la tierra (Hch 1,8). El primer evangelizador de esta nueva
misión es Felipe (Hch 21,8), uno de los siete hombres escogidos para
servir a la comunidad de los creyentes.
"En
aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaría y predicaba allí a Cristo. El
gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar
de los signos que hacía y los estaban viendo". Felipe, ya
nombrado diácono-servidor de la comunidad, va a predicar a Samaria. Anuncia a
los samaritanos que Jesús es el Mesías que ellos también esperaban. Su palabra
va acompañada de la acción, la misma acción de Jesús: saca los espíritus
malignos y da la salud a los inválidos. El gentío creía en el diácono Felipe,
porque veía lo que hacía y escuchaba lo que decían de él. Y es que se cumplía
el dicho: las palabras mueven, los ejemplos arrastran. El diácono Felipe
hablaba y actuaba lleno del Espíritu Santo, del espíritu de la Verdad,
predicaba la resurrección de Jesús y hacía prodigios en su nombre.
El resultado
de la predicaci6n de Felipe es la alegría, tema típico de Lucas. Es la alegría
propia de los últimos tiempos, del momento en que Dios interviene decisivamente
en la historia humana. Ante el resultado de la predicación de Felipe, los
apóstoles envían a unos representantes a confirmar en la fe a aquellos que han
hecho caso de Felipe y han sido bautizados en el nombre de Jesús. En este caso,
la imposición de manos comporta recibir el don del Espíritu.
Los dos temas
centrales de este relato son la evangelización y el don de Dios, que es
el Espíritu Santo.
El
anuncio del mensaje de salvación en Samaría da lugar a un movimiento de masas.
No hay que olvidar que toda Palestina vive entonces bajo una fuerte
tensión y expectativa mesiánicas. Felipe, lo mismo que antes Simón el
mago, son los catalizadores de esta expectación en la ciudad de Samaría
(vs.6-8. 12-13). El caso de Simón Mago es un ejemplo de la falsa actitud ante
este doble hecho cristiano. El, como los magos de Egipto (Ex 7,11-13), ha
de reconocer que solamente el mensajero del Dios verdadero tiene acceso a
una fuente de poder más fuerte que la magia del dios falso. El designio
de Simón de comprar el don de Dios manifiesta que no aprecia bastante el
carácter interior del evangelio y de la operación del Espíritu Santo. Es
cierto que Simón había creído el mensaje de Felipe y había recibido el
bautismo; pero no era un hombre convertido, regenerado, nacido de lo
alto; prueba de ello es su deseo de manipular mágicamente al Espíritu.
Llama la
atención los milagros y prodigios que hacían (vs. 6-7. 11). Pero había ausencia de una auténtica disposición de
fe por parte de la gente. "Creían a Felipe" (v. 12), exactamente
igual que antes habían creído al mago Simón.
Los de Samaria
no habían pasado de aceptar la palabra de Dios (v.14a), solamente habían
quedado bautizados en el nombre del Señor Jesús (v. 16b); les faltaba
hacer activa esa palabra, actualizar a Jesús.
Se daba el
peligro de un cristianismo mágico, bautismo mágico, ritos simplemente
folklóricos. Y en estas condiciones el
bautismo no produce su efecto, es decir, el Espíritu Santo no puede
hacerse presente (v. 16).
El
responsorial es el salmo
65, (Sal 65, 1-3a. 4-5. 6-7a. 16 y 20)
R. aclamad al señor, tierra entera.
Como en muchos
salmos de acción de gracias, se trata aquí de una oración ante todo
"colectiva". En las siete primeras estrofas aparece el
"nosotros": Israel recuerda las maravillas del Éxodo, en particular
"el paso del agua", "la Pascua del Mar Rojo y del Jordán:
obstáculos superados por la gracia de Dios... Pero ésta es también una oración
"individual " De pronto se pasa al «yo" a partir de la estrofa
8: los actos "liberadores" que Dios hizo en la historia de Israel son
"significativos" de todas las situaciones de prueba aun individuales
en que Dios es siempre el mismo, el que libera.
Es el salmo 65
una súplica colectiva (cf. Sal. 103 y 74). Se da una combinación de lo que hace
Dios en la naturaleza y su acción en la historia. No sabemos cuándo fue
escrito; quizá fue después de una sequía o de un tiempo de sitio como en el
tiempo de Ezequías (716-687 a. de J.C.).
Dios es digno
de alabanza, v. 1 En vez de hacer un llamado a la alabanza, como es normal en
los himnos, el salmista declara que Dios es digno de la alabanza.
El v. 1 da la
impresión de una multitud que adora a Dios. Por cierto en Sion, en el pueblo de
Dios, donde conocen quién es y qué hace, es donde las personas aprecian la
adoración que Dios merece. Los demás párrafos del Salmo presentan motivos de
esta alabanza.
El perdón de Dios, vv. 2-4 Tú oyes la oración.
El Dios de todo el universo oye nuestra oración.
Pero tú perdonarás… (v. 3). Probablemente el
himno fue cantado después de una restauración de comunión con Dios mediante el
perdón de los pecados. La palabra perdonarás es kapar (de donde viene kippur)
que se usa para la expiación (cubrir el pecado) por medio del sacrificio
sangriento. La maldad y el pecado siempre estorban; pero Dios ha cubierto
nuestro pecado, así el maligno no tiene de dónde agarrarnos.
El v. 4
presenta la gracia de Dios; el salmista da una visión de esta gracia. Y el
beneficio y el deleite de esta gracia se viven en medio del pueblo de Dios. El
contacto con y la actividad en el pueblo de Dios nos sacia con lo mejor de la
vida.
El poder de
Dios, vv. 5-8 Con hechos tremendos es lenguaje del éxodo. Nos responderás tiene
en mente la oración del v. 2. Dios quiere mostrar su poder a sus hijos; quiere
que oremos con fe para poder manifestar sus maravillas. Pero notemos que lo
hace en justicia, no da respuestas contra lo que es correcto. Afirmas las
montañas que eran símbolos de estabilidad y permanencia. El salmista, cuando
piensa en el poder de Dios, también piensa en las olas poderosas del mar (v. 7)
y cómo Dios las frena y las controla. Y esto le hace pensar en el ruido que
hacen las multitudes; también Dios lo limita y lo controla.
Así comenta
San Agustín los primeros versículos del salmo: " [v. 2]. Cantad salmos a su nombre. ¿Qué dijo? Que bendigáis su nombre
con salmos. Creo que dije ayer lo que es salmodiar, y creo que lo recuerda
vuestra Caridad. Se trata de tocar también el instrumento llamado salterio, y
pulsarlo con las manos, de manera que voces y manos estén acordes. Porque si
aclamáis con júbilo algo para que lo oiga Dios, tocadlo también con salmos, de
manera que lo vean y lo oigan además los hombres; pero no lo hagáis en vuestro
nombre. Guardaos de practicar vuestra
justicia delante de los hombres, para que lo vean ellos6.
¿Y a nombre de quién tocaré salmos, me dirás, sin que vean lo hombres mis
obras? Prestad atención a otra cita
del Evangelio: Brillen vuestras obras ante los hombres para que vean vuestras
buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos7.
Que vean vuestras buenas obras, y den gloria no a vosotros, sino a Dios. Porque
si hacéis obras buenas para ser glorificados vosotros, os responderá lo que él
mismo dijo a unos que hacían eso mismo: Os
lo aseguro: ya recibieron su recompensa. Y también: De otro modo no recibiréis recompensa de
vuestro Padre que está en los cielos8.
Entonces me replicarás: —luego ¿debo ocultar mis obras para no hacerlas delante
de los hombres? No. ¿Qué es lo que dice? Brillen vuestras obras ante los
hombres. Así que me quedo indeciso: por un lado me dices: Cuidado con practicar
vuestra justicia delante de los hombres; y por otro me dices: Brillen vuestras
buenas obras ante los hombres; ¿Cuál voy a practicar? ¿Qué voy a hacer? ¿Cuál
de ellas debo omitir? Así como no se puede servir a dos señores, que te mandan
cosas diversas, así tampoco a uno que te ordena cosas contrarias. —No, dice el
Señor; no te mando cosas contrarias. Fíjate en el fin, canta el salmo mirando
el fin; fíjate a ver con qué fin lo haces. Si lo haces para ser tú glorificado,
esto es lo que te he prohibido; pero si lo haces para que sea Dios glorificado,
esto es lo que yo he mandado. Cantad, pues, salmos no a vuestro nombre, sino al
nombre del Señor vuestro Dios. Vosotros cantad salmos; que sea él alabado;
vosotros vivid rectamente: sea él
glorificado. ¿Y cómo lograréis vivir con rectitud? Si tuvierais al
eterno, jamás habríais vivido mal; pero si procede de vosotros, nunca habríais
vivido bien. (San Agustín. Comentario al salmo 65). [1]
La segunda lectura es de la primera carta del
apóstol San Pedro ( 1Pe 3, 15 -18 , presenta
varias exhortaciones y entre ellas una
de mayor importancia: dar razón de la esperanza cristiana. San Pedro se
lo decía a aquellos primeros cristianos, que vivían en un mundo hostil y
difícil para ellos: que no se desanimaran, que mantuvieran firme su esperanza y
que a todo el que se la pidiere le propusieran su esperanza cristiana .
Esta es una de
las más completas formulaciones del mensaje cristiano, sobre todo de cara
a otros. Porque los cristianos, vistos desde fuera, somos gente que espera.
Esperanza estrechamente emparentada, casi identificada con la fe y el
amor. Pero esperanza. Esencial también para el hombre, necesitado de ella
ahora y en todo momento.
Se indica (v.
16) cómo se ha de dar razón de esta esperanza: de forma no impositiva ni
apabullante, sin presunción ni menosprecio hacia otros. Lo cual no es fácil
precisamente cuando uno está convencido. Por eso muy a menudo en el
pasado, y también ahora, aunque de forma diferente, hemos caído y caemos
en intransigencias, censuras, juicios, etc., acerca de quienes no piensan
como nosotros. Y creemos que eso es testimonio, santa desvergüenza, o
cosas parecidas. No es esta la actitud que se nos recomienda en este
pasaje para dar razón de nuestra esperanza.
San Pedro nos
exhorta a estar siempre dispuestos para dar razón de nuestra esperanza a cuantos pregunten por ella. Estamos en deuda
con todos y a todos debemos una
respuesta. Somos responsables de la
esperanza del mundo y sus testigos, sus mártires. Pero ¿qué debemos
entender por "dar razón de nuestra esperanza"? Desde
luego, no es lo mismo que dar razones para que los otros esperen lo que nosotros mismos no
esperamos.
El que quiera
dar razón de la esperanza, lo ha de hacer siempre con mansedumbre, pues la agresividad no puede ser nunca señal de la
esperanza, sino del miedo. Y lo ha de hacer
con respeto, con todo el respeto que merecen los que preguntan y, sobre
todo, con el respeto que debemos al
Evangelio. Esto nos obliga a decirlo todo y a practicarlo todo, sin mutilar el evangelio, ni avergonzarse de él.
Pues todo el evangelio es motivo de esperanza
para el creyente. Pedro nos amonesta igualmente para que demos razón de
nuestra esperanza con buena conciencia;
esto es, que hablemos de la esperanza sin doblez ni segundas intenciones, que proclamemos la
esperanza que vivimos y vivamos la esperanza
que proclamamos, que seamos sinceros con nosotros mismos y con los
demás, que seamos honestos delante de
Dios y de los hombres.
Así comenta San
Agustín esta segunda lectura “1 Pe
3,15-18: Por la fe a la contemplación
Dios
está muy lejos de odiar en nosotros esa facultad por la que nos creó superiores
al resto de los animales. Él nos libre de pensar que nuestra fe nos incita a no
aceptar ni buscar la razón, pues no podríamos ni aún creer si no tuviésemos
almas racionales.
Pertenece al fuero de la razón el que preceda la
fe a la razón en ciertos temas propios de la doctrina salvadora, cuya razón
todavía no somos capaces de percibir. Lo seremos más tarde. La fe purifica el corazón
para que capte y soporte la luz de la gran razón. Así dijo razonablemente el
profeta: Si no creéis, no entenderéis (Is 7,9 LXX). Aquí se distinguen, sin
duda, dos cosas. Se da el consejo de creer primero, para poder entender después
lo que creemos. Por lo tanto, es la razón la que exige que la fe preceda a la
razón. Ya ves que si este precepto no es racional, ha de ser irracional, y Dios
te libre de pensar tal cosa. Luego, si el precepto es racional, no cabe duda de
que esta razón, que exige que la fe preceda a la razón en ciertos grandes
puntos que no pueden comprenderse, debe ella misma preceder a la fe.
Por eso amonesta el apóstol Pedro que debemos
estar preparados a contestar a todo el que nos pida razón de nuestra fe y
nuestra esperanza (1 Pe 3,15). Supongamos que un infiel me pide a mí la razón
de mi fe y esperanza. Yo veo que antes de creer no puede entender, y le aduzco
esa misma razón: en ella verá -si puede- que invierte los términos, al pedir,
antes de creer, la razón de las cosas que no puede comprender. Pero supongamos
que es ya un creyente quien pide la razón para entender lo que ya cree. En ese
caso hemos de tener en cuenta su capacidad, para darle razones en consonancia
con ella. Así alcanzará todo el conocimiento actualmente posible de su fe. La
inteligencia será mayor si la capacidad es mayor; menos, si es menor la
capacidad. En todo caso, no debe desviarse del camino de la fe hasta que llegue
a la plenitud y perfección del conocimiento.
Aludiendo a eso, dice el Apóstol: Y, sin embargo,
si sabéis algo de distinto modo, Dios también os lo revelará; pero cualquiera
que sea el punto al que hayamos llegado, caminemos en él (Flp 3,15-16). Si ya
somos fieles, hemos tomado el camino de la fe; si no lo abandonamos, no sólo
llegaremos a una inteligencia extraordinaria de las cosas incorpóreas e
inmutables, tal como pocos pueden alcanzar en esta vida, sino a la cima de la
contemplación que el apóstol llama cara a cara. Hay algunos cuya capacidad no
puede ser más modesta, y, sin embargo, marchando con perseverancia por este
camino de la fe, llegan a aquella beatísima contemplación. En cambio, otros
conocen a su modo la naturaleza invisible, inmutable e incorpórea, y también el
camino que conduce a la mansión de tan alta felicidad; pero juzgan que no es
válido ese camino, que es Cristo crucificado, y rehúsan mantenerse en él, y así
no pueden mantenerse en el santuario de la misma felicidad. La luz de esta
felicidad se contenta con emitir algunos rayos que tocan desde lejos las mentes
de tales sabios”.
(San Agustín. Carta 120,1, 3-4).
Aleluya Jn 14, 23 el que me ama guardara mi
palabra --dice el señor--, y mi padre lo amará, y vendremos a él.
El
evangelio de hoy de san Juan ( Jn 14, 15-21) es un fragmento de
los discursos de despedida. Jesús dice a sus discípulos palabras de cariño y
les hace varias promesas:
-- «Me veréis» Aunque es verdad que dentro
de poco seré arrebatado de vuestra vista, pero enseguida me volveréis a ver
(cf. Jn 16, 10). Por un momento no me veréis, pero después me volveréis a ver.
La presencia será para siempre.
-- «El mundo no me verá» Es un problema.
Judas, no el Iscariote, ya le preguntó a Jesús: «¿Qué pasa para que te vayas a
manifestar a nosotros y no al mundo?» (Jn 14, 22). El mundo no verá a Jesús,
porque no quiere escuchar y porque no ama a Jesús. Sólo escucha y sólo ama lo
que le interesa. El mundo no verá a Jesús, no porque no lo quiera Jesús, sino
porque el mismo mundo no quiere.
-- «Y
viviréis» Ver a Jesús es vida. Un ver que es conocer, comprender, participar. Decía
San Ireneo, que si la gloria de Dios es que el hombre viva, la vida del hombre
es la visión de Dios. Y viviréis para siempre, «porque yo sigo viviendo».
--"Sabréis"
La visión da conocimiento del misterio por participación. "Sabréis que yo
estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros". Sabréis este
misterio de la interrelación y la comunión, porque participaréis de él. Mi
Padre está conmigo y en mí. Yo estaré con vosotros y en vosotros.
--"Otro
Defensor" Esto sí que no lo esperaban los discípulos. Como regalo supremo
se les promete el gran Don del Espíritu. Es el mismo Espíritu de Dios, que será
un Consolador, un Defensor, un Maestro y, sobre todo, un Huésped y Amigo. Quien
lo recibe no necesita otros apoyos, ni otras recomendaciones, ni otras enseñanzas.
Es un Espíritu Santo; por eso, no lo puede recibir cualquiera, sólo el que cree
en él y se prepara para recibirlo.
-- «Guardaréis
mis mandamientos» El Señor sólo pide a los discípulos que guarden sus palabras,
que acepten y guarden sus mandamientos. Que no se limiten a escuchar ni sean
olvidadizos o inconstantes. Su palabra es una semilla que, si se la acoge,
puede dar mucho, muchísimo fruto. Cuando Jesús habla de estas cosas, su palabra
aún no estaba escrita. Jesús quiere que la escriban en sus entrañas, que la
guarden en la mente y en el corazón, que la hagan vida. Vivid lo que os he
dicho, lo que os he mandado, lo que os he pedido. Y lo que Jesús ha dicho y ha
mandado no es tan difícil de aprender y recordar. Todo lo que Jesús ha dicho se
puede resumir en pocas palabras, quizá en una: amad, amaos, como yo; sed
testigos del amor, de la misericordia, de la generosidad; sabed que Dios es
Padre -Abba-, es Amor; dejaos amar y extended este amor. Como yo, que os he
amado hasta el fin.
La primera
afirmación de Jesús relaciona el amor a él con "guardar sus
mandamientos" (los "mandamientos" son el mandamiento del
amor). Para comprender la expresión de Jesús, es necesario evitar una
interpretación de la palabra "mandamientos". No se trata de normas,
leyes, prescripciones, prohibiciones. Es necesario superar una visión meramente
legalista y jurídica para dar a la palabra "mandamientos" el sentido
más amplio de "enseñanzas". Aquí se trata, en efecto, de la enseñanza
de Jesús en su conjunto. No es una lista de rígidas disposiciones legalistas,
sino un mensaje. No es un código, sino un evangelio. Y es precisamente este
evangelio el que es "acogido" como palabra de Dios, y es
"observado", o sea, debe hacerse principio inspirador de la conducta.
Creer y amar
constituyen una unidad indivisible. Sólo puede decir que cree el que ama.
Jesús insiste
en que quien le ama guarda sus mandamientos y, también, en lo que puede ser un
matiz algo distinto: la aceptación y guarda de esos mandamientos es señal de
que se le ama.
La escena de
hoy relaciona el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (la Trinidad) con los
discípulos (la Iglesia).
Este evangelio
es presentado como un proceso contra Jesús. También sus discípulos
sufrirán un juicio en su contra. Por eso necesitan a alguien que les
defienda. Por eso Jesús pide al Padre que les envíe este defensor, que es
el Espíritu de la verdad. Su presencia será permanente.
El Espíritu es
presentado como el "defensor". La palabra "paráclito" es un
término jurídico para designar al abogado defensor. Con su ayuda es posible
vivir desde el amor y mantener nuestra esperanza.
Después de la
muerte y resurrección, Jesús no está presente de la misma manera que
antes de la muerte. Pero incluso aquellos que no han conocido a Jesús, si creen
en él, lo "verán", porque vivirán su misma vida
Con todo,
Jesús hace referencia a "entonces", aquel día es decir, al final de
los tiempos, cuando llegará a la plenitud su presencia, cuando se
manifestará la comunión íntima entre Jesús y el Padre, y los discípulos y
Jesús.
Por la
intervención de Jesús, el Padre enviará a los discípulos el Espíritu
Santo. El hecho de que el Padre dé el Espíritu Santo a los discípulos de su
Hijo Jesús, implica que quiere estar en ellos, como ellos están en el
Hijo y el Hijo está en él. El Espíritu une la Trinidad y los discípulos,
y hace de la existencia de los discípulos una existencia de comunión con
Dios y entre nosotros. Pero los discípulos sólo recibirán el don del
Espíritu si se mantienen unidos a Jesús, si guardan su palabra, palabra que se
ha hecho relación (1,14), comida y bebida (6,55), donación libre por amor
(10,17-18). Jesús nos promete su presencia. No nos deja solos, porque
quiere que vivamos la vida que vive desde siempre al lado del Padre, una
vida de comunión, una vida de amor en plenitud, una vida libre y feliz
para siempre. Por eso, el Padre nos dará el Espíritu, para que éste haga
manar de los corazones de los creyentes ríos de agua viva (7,38-39). El
Espíritu prometido transformará nuestros corazones para que sirvamos y
amemos como Jesús, y nos acompañará siempre en nuestro camino hacia la
comunión con Dios y entre nosotros.
El texto acaba
recordando la relación amorosa entre el Padre, Jesús y los discípulos.
Esta relación es la que hace posible el conocimiento, la revelación de Jesús.
Para nuestra vida.
La cincuentena
pascual está unificada por la alegría que proviene del Resucitado y se
diversifica por los temas que se proponen a la consideración y vivencia
cristiana. Hoy el creyente es invitado de manera especial a tomar conciencia
explícita de la promesa del Espíritu Santo, el Defensor (éste es el significado
exacto de “Paráclito”).
Desde el comienzo de la pascua las
Escrituras se han enfocado en Jesús resucitado. De hoy hasta Pentecostés el
centro de la atención es el Espíritu Santo.
Si bien Jesús tuvo un precursor (San
Juan Bautista), el precursor del Espíritu Santo es el mismo Jesús. "Yo le
pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros"
Para
recibir el E.S. nos preparamos abriendo el corazón a la Palabra de Dios.
Así , las
lecturas de este domingo nos aconsejan estar atentos a la presencia del
Espíritu. El Espíritu s quien, estando en Jesús, le hizo volver a la vida.
Merece que a lo largo de estos siguientes días vayamos abriendo nuestro corazón
a la inmediata llegada del Espíritu.
La primera lectura nos presenta la predicación de
Felipe.
El comportamiento del diácono Felipe debe servirnos a nosotros de ejemplo y
meditación: no se trata sólo de hablar, sino de hablar y actuar en el nombre
del Señor Jesús. Jesús es nuestro único modelo completo de comportamiento, es
nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. En el tema espiritual y de
acción y predicación cristiana no tenemos que inventar cosas nuevas, sino hablar
y actuar en nombre del que es nuestro modelo. Así hablaron y actuaron los
apóstoles y discípulos del Maestro, los santos y grandes predicadores
cristianos de todos los tiempos. Hagamos nosotros lo mismo, aunque en cada
época tengamos que variar los métodos y usos propios del tiempo en el que
nosotros hablamos y actuamos.
El don del
Espíritu se vincula, en la primera lectura, a un gesto que la Iglesia
conservará en adelante para indicar su efusión: la imposición de las manos. El
domingo pasado la comunidad se ordenaba con ministerios, en este la acción del
Espíritu… necesariamente, los cristianos tuvieron, desde muy pronto, que ir
descubriendo cómo se iba formando la Iglesia, cómo se iba haciendo esa
comunidad que compartía lo que tenía, aprendía a orar y escuchaba la Palabra.
El Salmo 65 es una invitación a contemplar las
maravillas de Dios, a admirarse por ellas y dar gracias. Recuerda la
maravilla fundamental del éxodo, pero recuerda sobre todo que Dios continúa
actuando sin negar nunca su amor a quien se dirige a Él.
San Agustín al
comentar este salmo hace una amplia reflexión de las obras de Dios, así dice:
"5. [v.
3]. Decid a Dios: ¡Qué temibles son tus obras! ¿Por qué temibles y no
amables? Escucha otras palabras del salmo: Servid al Señor con temor, y
ensalzadle con temblor17.
¿Qué quiere esto decir? Escucha la voz del Apóstol: Trabajad con temor y
temblor, dice, por vuestra salvación. ¿Por qué con temor y temblor? Y añade la
causa: Pues es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar por su
benevolencia18.
Luego si Dios obra en ti, haces el bien por gracia de Dios, no por tus fuerzas.
Y si te alegras, teme también, no sea que lo que se le dio al humilde, tal vez
se le quite al soberbio. Debéis saber que esto les sucedió a los judíos por su
soberbia, como si hubieran sido justificados por las obras de la ley, y por
tanto se vinieron abajo, dice otro salmo: Éstos confían en sus carros y en
sus caballos; nosotros, en cambio, añade, en el nombre del Señor,
nuestro Dios, recibiremos la gloria del triunfo: como si los primeros
pusieran toda su confianza en su energía y en sus medios, pero nosotros
triunfaremos amparados en el nombre del Señor nuestro Dios19. Fijaos cómo
aquéllos se ensalzaban a sí mismos; en cambio estos otros se gloriaban en Dios.
Por eso ¿qué añade el salmo? A ellos se les han trabado los pies y han caído;
nosotros, en cambio nos mantenemos en pie20. Mira cómo
el mismo Señor nuestro dice lo mismo: Yo, dice, he venido para que los que
no ven, vean, y los que ven queden ciegos21
.Mira cómo en una parte hay bondad, y en la otra una especie de malicia. Pero
¿cuál de las dos es mejor? ¿Dónde hay más misericordia, más justicia? ¿Por qué
los que no ven, que vean? Por bondad.
....
Los
judíos descendían de los Patriarcas; nacieron de Abrahán, según la carne. ¿Y
qué dice el Apóstol? Quizá digas: Han sido desgajados los ramos naturales,
para ser yo injertado27.
Sí es cierto, ellos fueron desgajados por su incredulidad. Tú, en cambio, te
mantienes por la fe; no vayas a engreírte, sino más bien teme; porque si no
perdonó Dios a las ramas naturales, tampoco te perdonará a ti. Fíjate cómo
algunos ramos fueron arrancados, y tú fuiste injertado; no vayas a creerte más
que ellos, sino que debes decirle a Dios: ¡Cuán temibles son tus obras!
Hermanos, si no nos debemos creer más que los judíos, mirándolos con desprecio,
ellos, que en otro tiempo fueron arrancados de la raíz de los patriarcas, sino
más bien debemos temer, y decir a Dios: ¡Cuán temibles son tus obras! ¿Cuánto
menos no debemos tener sentimientos de orgullo y desprecio hacia las recientes
heridas de los desgajados? Primero fueron cortados los judíos e injertados los
paganos; de ese injerto se han separado los herejes; pero ni tampoco contra
ellos debemos tener sentimientos de orgullo, no vaya a merecer ser desgajado el
que se complace en despreciar a los separados. Hermanos míos, si oís alguna voz
de un obispo en este sentido, sea quien sea, os pido que estéis alerta; los que
estáis dentro de la Iglesia, no despreciéis a los que no lo están. Mejor debéis
orar para que ellos también lo estén. Poderoso es Dios para volverlos a
injertar a ellos28.
De los judíos dijo esto el Apóstol; y se ha realizado en ellos. Resucitó el
Señor, y muchos han creído; no comprendieron cuando lo crucificaron; y sin
embargo creyeron después, y les fue perdonado tamaño delito. La sangre
derramada fue un don para los homicidas, que no los voy a llamar deicidas;
porque si lo hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de la gloria.
Ahora a los homicidas se les ha perdonado el derramamiento de la sangre de un
inocente; y la misma sangre que derramaron por crueldad, la han bebido por
gracia. Decid, pues, a Dios: ¡cuán temibles son tus obras! ¿Por qué
temibles? Porque la ceguera de una parte de Israel sucedió, para que entrara
en la fe la plenitud de los gentiles29.
¡Oh plenitud de los gentiles!, di a Dios: ¡Cuán temibles son tus obras! Y
así alégrate, para que al mismo tiempo te estremezcas; no te pongas sobre los
ramos cortados. Decid a Dios: ¡Qué temibles son tus obras!" (San Agunstin. Comentario al salmo 65. http://www.augustinus.it/spagnolo/esposizioni_salmi/index2.htm)
En la segunda lectura Pedro en su carta nos
exhorta a estar siempre dispuestos para dar razón de nuestra esperanza a
cuantos pregunten por ella. San Pedro observa la capacidad de calumniar y de
endurecerse si no glorificamos en nuestros corazones a Jesús. Dice San Pedro:
"...y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el
que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para
que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que
denigran vuestra buena conducta en Cristo". Es una excelente
advertencia contra el fariseísmo o los excesos que producen aquellos que se
creen en únicos poseedores de la verdad, pero incluso ante ellos solo cabe la
mansedumbre y el respeto. Es la Cruz de Cristo quien nos dará la plenitud, pues
si sufrió la Cabeza, como no van a aceptar el sufrimiento el resto de los
miembros. Hay que mantener una atención muy precisa en todo lo que sea el trato
con los hermanos y en él debe primar la mansedumbre, dejando la superioridad de
un lado, que no es otra cosa que prueba de soberbia.
Estamos en
deuda con todos y a todos debemos una respuesta. Somos responsables de la
esperanza del mundo y sus testigos, sus mártires. Pero ¿qué debemos entender
por "dar razón de nuestra esperanza"? Desde luego, no es lo mismo que
dar razones para que los otros esperen lo que nosotros mismos no esperamos. Dar
razón de la esperanza es mostrar que esperamos con paciencia en situaciones
desesperadas y en la misma muerte. El que quiera dar razón de la esperanza, lo
ha de hacer siempre con mansedumbre, pues la agresividad no puede ser nunca
señal de la esperanza, sino del miedo. Se ha de hacer con respeto, con todo el
respeto que merecen los que preguntan y, sobre todo, con el respeto que debemos
al Evangelio. Esto nos obliga a decirlo todo y a practicarlo todo, sin mutilar
el evangelio, ni avergonzarse de él.
La esperanza
cristiana es nuestra esperanza fundamental, la que debe animar y dar sentido a
todas nuestras otras esperanzas. Vivimos en un mundo en el que las esperanzas
que predican los medios de comunicación son casi siempre esperanzas políticas,
o económicas, o deportivas. En esta situación, los cristianos de hoy, cuando
predicamos nuestra esperanza cristiana debemos hacerlo con mansedumbre y en
buena conciencia. No se trata de avasallar, o despreciar las esperanzas
mundanas de cada día, sino de saber establecer un orden de esperanzas. Lo
primero es lo primero, y lo primera para los cristianos es la esperanza
cristiana; esta esperanza es la que debe apoyar y fundamentar todas nuestras
otras esperanzas. Debemos predicar nuestra esperanza cristiana con valentía y
decisión, nunca con orgullo o prepotencia, siempre son mansedumbre, sencillez y
buena conciencia. Esto es lo que El mundo en el que nosotros vivimos no es más
difícil para los cristianos de hoy que el mundo en el que vivía san Pedro y los
primeros cristianos de su época. Si también nosotros tenemos que sufrir por
hacer el bien, hagámoslo en nombre de nuestro Señor Jesús, como hicieron los primeros
cristianos.
Se indica
también como dar razón de esta esperanza: con mansedumbre, pero sin titubeos, y
que si tenían que sufrir por ello lo hicieran pensando en Jesucristo. Porque,
decía san Pedro, “es mejor padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de
Dios, que padecer haciendo el mal”.
Ya, el domingo pasado, Jesús nos decía que un
camino, una verdad y una vida nos aguardaba y apostábamos fuerte por Él. Pero
la pregunta es la siguiente: ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo entrar en ese camino? ¿Cómo
defender esa verdad? ¿Cómo sostener esa vida?
El Evangelio
de hoy nos da la clave: “Un mandamiento nuevo os doy” (Jn 13:34).
Y el mensaje de Jesús en este tiempo pascual es
claro:
"Vosotros -les dice- viviréis, porque yo sigo viviendo". ¿Qué
significa esto? Que la muerte de Jesús es la entrega de su vida y el que da la
vida la gana para él y para los que le aman, que Jesús en su muerte da la vida
por sus discípulos y a sus discípulos. La hora de su despedida es la hora de su
entrega: en adelante, privados de la presencia física del maestro, los
discípulos reciben la herencia del Espíritu Santo y el regalo inapreciable de
la nueva presencia de Jesús resucitado. Según el evangelista Juan, Dios pide al
hombre dos actitudes fundamentales: fe y amor. Esta respuesta del hombre al
Evangelio comprende ya la plenitud de la nueva ley. Una fe vivida en el amor y
un amor operante por la obediencia buscada a la Palabra del Señor constituyen
aquella comunión de vida con Jesús que se presupone para que se cumplan las
promesas que él hace a sus discípulos. Jesús no nos deja solo en la tarea de
anuncia la Buena Noticia de su amor. Nos envía el Espíritu Santo para
fortalecernos.
Jesús nos
ofrece el secreto para permanecer en su persona como camino. Avanzando por los
senderos de nuestra existencia tendremos que mirar a un lado y a otro. Nada de
lo que ocurra, especialmente si es con el color del dolor, nos podrá resultar
indiferente. Malo será que por ir deprisa, por mirar hacia adelante, por
pretender alturas y grandezas….dejemos de lado al Jesús que se encuentra al
borde del camino.
Los cristianos
debemos tener siempre en cuenta que para nosotros Cristo es el camino, la
verdad y la vida. Sólo a través de Cristo podemos llegar al Padre, sólo en
Cristo encontraremos la Verdad y sólo en Cristo tendremos verdadera vida. En
nuestra vida ordinaria, en nuestra vida de cada día, como ciudadanos que somos
tenemos que convivir con múltiples verdades, que sólo son verdades a medias,
verdades relativas, pero que no son en ningún caso la verdad absoluta. El mundo
en el que vivimos no tiene la Verdad; sólo tiene verdades a medias, medias
verdades que son medias mentiras. La única verdad absoluta es Cristo. Lo mismo
podemos decir del camino y de la vida: Cristo es para nosotros el único camino
recto para llegar a Padre, la única vida verdadera. Pretender amar a Cristo y
no vivir según el espíritu de Cristo es una contradicción. Porque amar a Cristo
es comulgar con Cristo, vivir en continua comunión espiritual con él, guardar
sus mandamientos. "El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me
ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a
él". El ofrecimiento de Jesús es enorme. Nos va a amar el Padre y él
se nos revelará". Quien dice que ama a Cristo y no guarda sus mandamientos
es un mentiroso. Y no olvidemos que el amor a Cristo sólo es completo si
incluye el amor al prójimo.
Debemos amar
al prójimo como Cristo nos amó a nosotros, con amor gratuito, generoso,
pensando siempre en dar, más que en recibir. Siempre encontraremos en nuestro
entorno personas de, de alguna manera, nos necesitan. Debemos saber
descubrirlas y saber amarlas, tratando de ayudarles de la mejor manera que
sepamos y podamos. Esto es vivir en el espíritu de la Verdad, en el Espíritu de
Cristo. El paráclito que nos promete Jesús.
El Espíritu,
del que se nos habla en el evangelio de este sexto domingo de Pascua tiene una
doble función: en el interior de la comunidad mantiene vivo e interpreta el
mensaje evangélico, al exterior da seguridad al fiel en su confrontación con el
mundo, ayudándole a interpretar el sentido de la historia.
Lo que fue
Jesús, para sus discípulos durante la vida pública, es ahora misión permanente
del Espíritu en la Iglesia: testimoniar la presencia operativa de Dios en el
mundo. Los que están llenos de Espíritu, tienen la visión y conocimiento pleno
de la verdad, que es Jesús. Los hombres espirituales son siempre una crítica
radical para los que tienen solamente espíritu mundano, pues la verdad de
arriba se contrapone con la mentira de abajo.
Jesús promete
enviar el Espíritu de la verdad. Ante la confusión de tanto discurso erróneo y
el espejismo de valores mentirosos, es urgente defender la verdad y encontrar
caminos para que brille. Muchos, como Pilatos, repiten la vieja pregunta: ¿qué
es la verdad?
Se trata de una
presencia, totalmente personal e íntima. Una presencia personal de conocimiento
y amor, como de amigo con amigo, un "morar" en medio de nuestro
corazón, en el fondo de nuestra alma, en lo oculto de nuestro ser. Una presencia
que nos hace templos del Espíritu Santo. Esta presencia no depende de nuestro
sentimiento, ni de nuestro estado de salud ni de las variables de nuestra alma.
Es una realidad, aunque no nos percatemos de ella. Es desde luego objeto de fe.
Esta presencia es real y operativa como la Fe y la gracia lo son. A pesar de
ser oculta, esta presencia es perceptible y experimentable. "Él
permanecerá y obrará en vosotros".
Recapitulemos
nuestra reflexión de hoy.
A veces
hablamos de Dios y de Jesús, como si estuvieran lejos, en el cielo. ¿No nos
dice nada el saludo de cada domingo: que el Señor esté con nosotros? ¿Notamos
que está con nosotros? ¿Estamos con él? ¿Lo atendemos en la oración?
-Jesús vive y
está activo en los sacramentos: ¿Cómo los recibimos? ¿Somos conscientes, al
administrarlos, que Jesús actúa en nuestras acciones? ¿Nos sentimos tocados por
la gracia de Dios?
-Jesús vive y
habla en su palabra: ¿Cómo escuchamos el evangelio? ¿Cómo hubiéramos escuchado
a Jesús en aquel tiempo...? ¿Leemos con asiduidad el evangelio? ¿Qué hacemos
para que se trasluzca en nuestra vida y obras?
-Jesús vive y
está en la comunidad: ¿Somos comunidad? ¿Qué es lo que tenemos en común? ¿Nos
sentimos unidos en la fe, en la esperanza y en el amor? ¿Estamos disponibles
para trabajar por nuestra comunidad? ¿O tenemos tantas obligaciones que no nos
queda tiempo para convivir y compartir con los hermanos de la parroquia?
-Jesús vive y
está en los pobres y en los enfermos: ¿Lo atendemos? ¿Nos olvidamos? ¿Lo
esquivamos?
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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