domingo, 17 de mayo de 2020

Comentario a las lecturas del VI Domingo de Pascua 17 de mayo 2020


Comentario a las lecturas del VI Domingo de Pascua  17 de mayo 2020
En las dos semanas que quedan de Pascua, el Señor Resucitado nos prepara para vivir el misterio de su «ausencia». Nosotros pertenecemos a las generaciones que ya desde el principio merecieron la «bienaventuranza» de los que, como Cristo le dijo a Tomás, «creen sin haber visto».
Cristo mismo, a pesar de que no le vemos, porque está en estado glorioso, sigue estándonos presente: a pesar de que «vuelve» al Padre, sin embargo «no os dejaré desamparados», «yo sigo viviendo», «yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros». Es una buena ocasión -como lo ha sido todo el tiempo pascual- para insistir en la gozosa convicción de que Cristo no está lejos, sino entrañablemente cercano, según su promesa: en la comunidad, en su Palabra, en sus sacramentos, de modo particular en su Eucaristía, y también en la persona del prójimo.
Hoy es la «jornada del enfermo» y se nos dice que «las comunidades están llamadas a curar». Y ¿qué quiere decir «curar»? Curar quiere decir ofrecerles «razones para la esperanza».

La primera lectura es del libro de los hechos de los apóstoles  (Hech 8, 5-8. 14-17). Con el cap. 8 comienza la fase expansiva de la Iglesia fuera de Jerusalén (8. 1).
Los discípulos, una vez expulsados de Jerusalén, inician su segunda misión (Hch  8,4-9,43) en Judea y Samaría, según la palabra de Jesús: seréis testigos míos en  Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra (Hch 1,8). El primer  evangelizador de esta nueva misión es Felipe (Hch 21,8), uno de los siete hombres  escogidos para servir a la comunidad de los creyentes.
"En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaría y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía y los estaban viendo". Felipe, ya nombrado diácono-servidor de la comunidad, va a predicar a Samaria. Anuncia a los samaritanos que Jesús es el Mesías que ellos también esperaban. Su palabra va acompañada de la acción, la misma acción de Jesús: saca los espíritus malignos y da la salud a los inválidos. El gentío creía en el diácono Felipe, porque veía lo que hacía y escuchaba lo que decían de él. Y es que se cumplía el dicho: las palabras mueven, los ejemplos arrastran. El diácono Felipe hablaba y actuaba lleno del Espíritu Santo, del espíritu de la Verdad, predicaba la resurrección de Jesús y hacía prodigios en su nombre.
El resultado de la predicaci6n de Felipe es la alegría, tema típico de Lucas. Es la alegría propia de los últimos tiempos, del momento en que Dios interviene decisivamente en la historia humana. Ante el resultado de la predicación de Felipe, los apóstoles envían a unos representantes a confirmar en la fe a aquellos que han hecho caso de Felipe y han sido bautizados en el nombre de Jesús. En este caso, la imposición de manos comporta recibir el don del Espíritu.
Los dos temas centrales de este relato son la evangelización y el don de Dios, que es el  Espíritu Santo.
El  anuncio del mensaje de salvación en Samaría da lugar a un movimiento de masas. No hay  que olvidar que toda Palestina vive entonces bajo una fuerte tensión y expectativa  mesiánicas. Felipe, lo mismo que antes Simón el mago, son los catalizadores de esta  expectación en la ciudad de Samaría (vs.6-8. 12-13). El caso de Simón Mago es un ejemplo de la falsa actitud ante este doble  hecho cristiano. El, como los magos de Egipto (Ex 7,11-13), ha de reconocer que solamente  el mensajero del Dios verdadero tiene acceso a una fuente de poder más fuerte que la  magia del dios falso. El designio de Simón de comprar el don de Dios manifiesta que no  aprecia bastante el carácter interior del evangelio y de la operación del Espíritu Santo. Es  cierto que Simón había creído el mensaje de Felipe y había recibido el bautismo; pero no  era un hombre convertido, regenerado, nacido de lo alto; prueba de ello es su deseo de  manipular mágicamente al Espíritu.
Llama la atención los milagros y  prodigios que hacían (vs. 6-7. 11). Pero había  ausencia de una auténtica  disposición de fe por parte de la gente. "Creían a Felipe" (v. 12), exactamente igual que  antes habían creído al mago Simón.
Los de Samaria no  habían pasado de aceptar la palabra de Dios (v.14a), solamente habían quedado  bautizados en el nombre del Señor Jesús (v. 16b); les faltaba hacer activa esa palabra,  actualizar a Jesús.
Se daba el peligro de un cristianismo mágico, bautismo mágico, ritos  simplemente folklóricos. Y en estas  condiciones el bautismo no produce su efecto,  es decir, el Espíritu Santo no puede hacerse presente (v. 16).

El  responsorial es el salmo 65, (Sal 65, 1-3a. 4-5. 6-7a. 16 y 20)
R. aclamad al señor, tierra entera.
Como en muchos salmos de acción de gracias, se trata aquí de una oración ante todo "colectiva". En las siete primeras estrofas aparece el "nosotros": Israel recuerda las maravillas del Éxodo, en particular "el paso del agua", "la Pascua del Mar Rojo y del Jordán: obstáculos superados por la gracia de Dios... Pero ésta es también una oración "individual " De pronto se pasa al «yo" a partir de la estrofa 8: los actos "liberadores" que Dios hizo en la historia de Israel son "significativos" de todas las situaciones de prueba aun individuales en que Dios es siempre el mismo, el que libera.
Es el salmo 65 una súplica colectiva (cf. Sal. 103 y 74). Se da una combinación de lo que hace Dios en la naturaleza y su acción en la historia. No sabemos cuándo fue escrito; quizá fue después de una sequía o de un tiempo de sitio como en el tiempo de Ezequías (716-687 a. de J.C.).
Dios es digno de alabanza, v. 1 En vez de hacer un llamado a la alabanza, como es normal en los himnos, el salmista declara que Dios es digno de la alabanza.
El v. 1 da la impresión de una multitud que adora a Dios. Por cierto en Sion, en el pueblo de Dios, donde conocen quién es y qué hace, es donde las personas aprecian la adoración que Dios merece. Los demás párrafos del Salmo presentan motivos de esta alabanza.
 El perdón de Dios, vv. 2-4 Tú oyes la oración. El Dios de todo el universo oye nuestra oración.
 Pero tú perdonarás… (v. 3). Probablemente el himno fue cantado después de una restauración de comunión con Dios mediante el perdón de los pecados. La palabra perdonarás es kapar (de donde viene kippur) que se usa para la expiación (cubrir el pecado) por medio del sacrificio sangriento. La maldad y el pecado siempre estorban; pero Dios ha cubierto nuestro pecado, así el maligno no tiene de dónde agarrarnos.
El v. 4 presenta la gracia de Dios; el salmista da una visión de esta gracia. Y el beneficio y el deleite de esta gracia se viven en medio del pueblo de Dios. El contacto con y la actividad en el pueblo de Dios nos sacia con lo mejor de la vida.
El poder de Dios, vv. 5-8 Con hechos tremendos es lenguaje del éxodo. Nos responderás tiene en mente la oración del v. 2. Dios quiere mostrar su poder a sus hijos; quiere que oremos con fe para poder manifestar sus maravillas. Pero notemos que lo hace en justicia, no da respuestas contra lo que es correcto. Afirmas las montañas que eran símbolos de estabilidad y permanencia. El salmista, cuando piensa en el poder de Dios, también piensa en las olas poderosas del mar (v. 7) y cómo Dios las frena y las controla. Y esto le hace pensar en el ruido que hacen las multitudes; también Dios lo limita y lo controla.
Así comenta San Agustín los primeros versículos del salmo: " [v. 2]. Cantad salmos a su nombre. ¿Qué dijo? Que bendigáis su nombre con salmos. Creo que dije ayer lo que es salmodiar, y creo que lo recuerda vuestra Caridad. Se trata de tocar también el instrumento llamado salterio, y pulsarlo con las manos, de manera que voces y manos estén acordes. Porque si aclamáis con júbilo algo para que lo oiga Dios, tocadlo también con salmos, de manera que lo vean y lo oigan además los hombres; pero no lo hagáis en vuestro nombre. Guardaos de practicar vuestra justicia delante de los hombres, para que lo vean ellos6. ¿Y a nombre de quién tocaré salmos, me dirás, sin que vean lo hombres mis obras? Prestad atención a otra cita del Evangelio: Brillen vuestras obras ante los hombres para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos7. Que vean vuestras buenas obras, y den gloria no a vosotros, sino a Dios. Porque si hacéis obras buenas para ser glorificados vosotros, os responderá lo que él mismo dijo a unos que hacían eso mismo: Os lo aseguro: ya recibieron su recompensa. Y también: De otro modo no recibiréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos8. Entonces me replicarás: —luego ¿debo ocultar mis obras para no hacerlas delante de los hombres? No. ¿Qué es lo que dice? Brillen vuestras obras ante los hombres. Así que me quedo indeciso: por un lado me dices: Cuidado con practicar vuestra justicia delante de los hombres; y por otro me dices: Brillen vuestras buenas obras ante los hombres; ¿Cuál voy a practicar? ¿Qué voy a hacer? ¿Cuál de ellas debo omitir? Así como no se puede servir a dos señores, que te mandan cosas diversas, así tampoco a uno que te ordena cosas contrarias. —No, dice el Señor; no te mando cosas contrarias. Fíjate en el fin, canta el salmo mirando el fin; fíjate a ver con qué fin lo haces. Si lo haces para ser tú glorificado, esto es lo que te he prohibido; pero si lo haces para que sea Dios glorificado, esto es lo que yo he mandado. Cantad, pues, salmos no a vuestro nombre, sino al nombre del Señor vuestro Dios. Vosotros cantad salmos; que sea él alabado; vosotros vivid rectamente: sea él glorificado. ¿Y cómo lograréis vivir con rectitud? Si tuvierais al eterno, jamás habríais vivido mal; pero si procede de vosotros, nunca habríais vivido bien. (San Agustín. Comentario al salmo 65). [1]

La segunda lectura es de la primera carta del apóstol San Pedro ( 1Pe  3, 15 -18 , presenta varias  exhortaciones y entre ellas una de mayor  importancia: dar razón de la esperanza cristiana. San Pedro se lo decía a aquellos primeros cristianos, que vivían en un mundo hostil y difícil para ellos: que no se desanimaran, que mantuvieran firme su esperanza y que a todo el que se la pidiere le propusieran su esperanza cristiana .
Esta es una de las más completas  formulaciones del mensaje cristiano, sobre todo de cara a otros. Porque los cristianos,  vistos desde fuera, somos gente que espera. Esperanza estrechamente emparentada, casi  identificada con la fe y el amor. Pero esperanza. Esencial también para el hombre,  necesitado de ella ahora y en todo momento.
Se indica (v. 16) cómo se ha de dar razón de esta esperanza: de forma no impositiva ni  apabullante, sin presunción ni menosprecio hacia otros. Lo cual no es fácil precisamente  cuando uno está convencido. Por eso muy a menudo en el pasado, y también ahora,  aunque de forma diferente, hemos caído y caemos en intransigencias, censuras, juicios,  etc., acerca de quienes no piensan como nosotros. Y creemos que eso es testimonio, santa  desvergüenza, o cosas parecidas. No es esta la actitud que se nos recomienda en este  pasaje para dar razón de nuestra esperanza.
San Pedro nos exhorta a estar siempre dispuestos para dar razón de nuestra esperanza a  cuantos pregunten por ella. Estamos en deuda con todos y a todos debemos una  respuesta. Somos responsables de la  esperanza del mundo y sus testigos, sus mártires. Pero ¿qué debemos entender por "dar  razón de nuestra esperanza"? Desde luego, no es lo mismo que dar razones para que los  otros esperen lo que nosotros mismos no esperamos.
El que quiera dar razón de la esperanza, lo ha de hacer siempre con mansedumbre, pues  la agresividad no puede ser nunca señal de la esperanza, sino del miedo. Y lo ha de hacer  con respeto, con todo el respeto que merecen los que preguntan y, sobre todo, con el  respeto que debemos al Evangelio. Esto nos obliga a decirlo todo y a practicarlo todo, sin  mutilar el evangelio, ni avergonzarse de él. Pues todo el evangelio es motivo de esperanza  para el creyente. Pedro nos amonesta igualmente para que demos razón de nuestra  esperanza con buena conciencia; esto es, que hablemos de la esperanza sin doblez ni  segundas intenciones, que proclamemos la esperanza que vivimos y vivamos la esperanza  que proclamamos, que seamos sinceros con nosotros mismos y con los demás, que  seamos honestos delante de Dios y de los hombres.
Así comenta San Agustín esta segunda lectura “1 Pe 3,15-18: Por la fe a la contemplación
 Dios está muy lejos de odiar en nosotros esa facultad por la que nos creó superiores al resto de los animales. Él nos libre de pensar que nuestra fe nos incita a no aceptar ni buscar la razón, pues no podríamos ni aún creer si no tuviésemos almas racionales.
Pertenece al fuero de la razón el que preceda la fe a la razón en ciertos temas propios de la doctrina salvadora, cuya razón todavía no somos capaces de percibir. Lo seremos más tarde. La fe purifica el corazón para que capte y soporte la luz de la gran razón. Así dijo razonablemente el profeta: Si no creéis, no entenderéis (Is 7,9 LXX). Aquí se distinguen, sin duda, dos cosas. Se da el consejo de creer primero, para poder entender después lo que creemos. Por lo tanto, es la razón la que exige que la fe preceda a la razón. Ya ves que si este precepto no es racional, ha de ser irracional, y Dios te libre de pensar tal cosa. Luego, si el precepto es racional, no cabe duda de que esta razón, que exige que la fe preceda a la razón en ciertos grandes puntos que no pueden comprenderse, debe ella misma preceder a la fe.
Por eso amonesta el apóstol Pedro que debemos estar preparados a contestar a todo el que nos pida razón de nuestra fe y nuestra esperanza (1 Pe 3,15). Supongamos que un infiel me pide a mí la razón de mi fe y esperanza. Yo veo que antes de creer no puede entender, y le aduzco esa misma razón: en ella verá -si puede- que invierte los términos, al pedir, antes de creer, la razón de las cosas que no puede comprender. Pero supongamos que es ya un creyente quien pide la razón para entender lo que ya cree. En ese caso hemos de tener en cuenta su capacidad, para darle razones en consonancia con ella. Así alcanzará todo el conocimiento actualmente posible de su fe. La inteligencia será mayor si la capacidad es mayor; menos, si es menor la capacidad. En todo caso, no debe desviarse del camino de la fe hasta que llegue a la plenitud y perfección del conocimiento.
Aludiendo a eso, dice el Apóstol: Y, sin embargo, si sabéis algo de distinto modo, Dios también os lo revelará; pero cualquiera que sea el punto al que hayamos llegado, caminemos en él (Flp 3,15-16). Si ya somos fieles, hemos tomado el camino de la fe; si no lo abandonamos, no sólo llegaremos a una inteligencia extraordinaria de las cosas incorpóreas e inmutables, tal como pocos pueden alcanzar en esta vida, sino a la cima de la contemplación que el apóstol llama cara a cara. Hay algunos cuya capacidad no puede ser más modesta, y, sin embargo, marchando con perseverancia por este camino de la fe, llegan a aquella beatísima contemplación. En cambio, otros conocen a su modo la naturaleza invisible, inmutable e incorpórea, y también el camino que conduce a la mansión de tan alta felicidad; pero juzgan que no es válido ese camino, que es Cristo crucificado, y rehúsan mantenerse en él, y así no pueden mantenerse en el santuario de la misma felicidad. La luz de esta felicidad se contenta con emitir algunos rayos que tocan desde lejos las mentes de tales sabios”. (San Agustín. Carta 120,1, 3-4).

Aleluya Jn 14, 23 el que me ama guardara mi palabra --dice el señor--, y mi padre lo amará, y vendremos a él.

El  evangelio  de hoy de san Juan ( Jn 14, 15-21) es un fragmento de los discursos de despedida. Jesús dice a sus discípulos palabras de cariño y les hace varias promesas:
-- «Me veréis» Aunque es verdad que dentro de poco seré arrebatado de vuestra vista, pero enseguida me volveréis a ver (cf. Jn 16, 10). Por un momento no me veréis, pero después me volveréis a ver. La presencia será para siempre.
-- «El mundo no me verá» Es un problema. Judas, no el Iscariote, ya le preguntó a Jesús: «¿Qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» (Jn 14, 22). El mundo no verá a Jesús, porque no quiere escuchar y porque no ama a Jesús. Sólo escucha y sólo ama lo que le interesa. El mundo no verá a Jesús, no porque no lo quiera Jesús, sino porque el mismo mundo no quiere.
-- «Y viviréis» Ver a Jesús es vida. Un ver que es conocer, comprender, participar. Decía San Ireneo, que si la gloria de Dios es que el hombre viva, la vida del hombre es la visión de Dios. Y viviréis para siempre, «porque yo sigo viviendo».
--"Sabréis" La visión da conocimiento del misterio por participación. "Sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros". Sabréis este misterio de la interrelación y la comunión, porque participaréis de él. Mi Padre está conmigo y en mí. Yo estaré con vosotros y en vosotros.
--"Otro Defensor" Esto sí que no lo esperaban los discípulos. Como regalo supremo se les promete el gran Don del Espíritu. Es el mismo Espíritu de Dios, que será un Consolador, un Defensor, un Maestro y, sobre todo, un Huésped y Amigo. Quien lo recibe no necesita otros apoyos, ni otras recomendaciones, ni otras enseñanzas. Es un Espíritu Santo; por eso, no lo puede recibir cualquiera, sólo el que cree en él y se prepara para recibirlo.
-- «Guardaréis mis mandamientos» El Señor sólo pide a los discípulos que guarden sus palabras, que acepten y guarden sus mandamientos. Que no se limiten a escuchar ni sean olvidadizos o inconstantes. Su palabra es una semilla que, si se la acoge, puede dar mucho, muchísimo fruto. Cuando Jesús habla de estas cosas, su palabra aún no estaba escrita. Jesús quiere que la escriban en sus entrañas, que la guarden en la mente y en el corazón, que la hagan vida. Vivid lo que os he dicho, lo que os he mandado, lo que os he pedido. Y lo que Jesús ha dicho y ha mandado no es tan difícil de aprender y recordar. Todo lo que Jesús ha dicho se puede resumir en pocas palabras, quizá en una: amad, amaos, como yo; sed testigos del amor, de la misericordia, de la generosidad; sabed que Dios es Padre -Abba-, es Amor; dejaos amar y extended este amor. Como yo, que os he amado hasta el fin.
La primera afirmación de Jesús  relaciona el amor a él con "guardar sus mandamientos" (los "mandamientos" son el  mandamiento del amor). Para comprender la expresión de Jesús, es necesario evitar una interpretación de la palabra "mandamientos". No se trata de normas, leyes, prescripciones, prohibiciones. Es necesario superar una visión meramente legalista y jurídica para dar a la palabra "mandamientos" el sentido más amplio de "enseñanzas". Aquí se trata, en efecto, de la enseñanza de Jesús en su conjunto. No es una lista de rígidas disposiciones legalistas, sino un mensaje. No es un código, sino un evangelio. Y es precisamente este evangelio el que es "acogido" como palabra de Dios, y es "observado", o sea, debe hacerse principio inspirador de la conducta.
Creer y amar constituyen una unidad  indivisible. Sólo puede decir que cree el que ama.
Jesús insiste en que quien le ama guarda sus mandamientos y, también, en lo que puede ser un matiz algo distinto: la aceptación y guarda de esos mandamientos es señal de que se le ama.
La escena de hoy relaciona el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (la Trinidad) con los  discípulos (la Iglesia).
Este evangelio es presentado como un  proceso contra Jesús. También sus discípulos sufrirán un juicio en su contra. Por eso  necesitan a alguien que les defienda. Por eso Jesús pide al Padre que les envíe este  defensor, que es el Espíritu de la verdad. Su presencia será permanente.
El Espíritu es presentado como el "defensor". La palabra "paráclito" es un término jurídico para designar al abogado defensor. Con su ayuda es posible vivir desde el amor y mantener nuestra esperanza.
Después de la muerte y resurrección, Jesús no está presente de la misma manera que  antes de la muerte. Pero incluso aquellos que no han conocido a Jesús, si creen en él, lo  "verán", porque vivirán su misma vida 
Con todo, Jesús hace referencia a "entonces", aquel día es decir, al final de los tiempos,  cuando llegará a la plenitud su presencia, cuando se manifestará la comunión íntima entre  Jesús y el Padre, y los discípulos y Jesús.
Por la intervención de Jesús, el Padre enviará a los discípulos el  Espíritu Santo. El hecho de que el Padre dé el Espíritu Santo a los discípulos de su Hijo  Jesús, implica que quiere estar en ellos, como ellos están en el Hijo y el Hijo está en él. El  Espíritu une la Trinidad y los discípulos, y hace de la existencia de los discípulos una  existencia de comunión con Dios y entre nosotros. Pero los discípulos sólo recibirán el don  del Espíritu si se mantienen unidos a Jesús, si guardan su palabra, palabra que se ha  hecho relación (1,14), comida y bebida (6,55), donación libre por amor (10,17-18).  Jesús nos promete su presencia. No nos deja solos, porque quiere que vivamos la vida  que vive desde siempre al lado del Padre, una vida de comunión, una vida de amor en  plenitud, una vida libre y feliz para siempre. Por eso, el Padre nos dará el Espíritu, para que  éste haga manar de los corazones de los creyentes ríos de agua viva (7,38-39). El Espíritu  prometido transformará nuestros corazones para que sirvamos y amemos como Jesús, y  nos acompañará siempre en nuestro camino hacia la comunión con Dios y entre nosotros. 
El texto acaba recordando la relación amorosa entre el Padre, Jesús y los discípulos.  Esta relación es la que hace posible el conocimiento, la revelación de Jesús.

Para nuestra vida.
La cincuentena pascual está unificada por la alegría que proviene del Resucitado y se diversifica por los temas que se proponen a la consideración y vivencia cristiana. Hoy el creyente es invitado de manera especial a tomar conciencia explícita de la promesa del Espíritu Santo, el Defensor (éste es el significado exacto de “Paráclito”).
Desde el comienzo de la pascua las Escrituras se han enfocado en Jesús resucitado. De hoy hasta Pentecostés el centro de la atención es el Espíritu Santo. 
Si bien Jesús tuvo un precursor (San Juan Bautista), el precursor del Espíritu Santo es el mismo Jesús. "Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros"
Para recibir el E.S. nos preparamos abriendo el corazón a la Palabra de Dios.
Así , las lecturas de este domingo nos aconsejan estar atentos a la presencia del Espíritu. El Espíritu s quien, estando en Jesús, le hizo volver a la vida. Merece que a lo largo de estos siguientes días vayamos abriendo nuestro corazón a la inmediata llegada del Espíritu.

La primera lectura nos presenta la predicación de Felipe. El comportamiento del diácono Felipe debe servirnos a nosotros de ejemplo y meditación: no se trata sólo de hablar, sino de hablar y actuar en el nombre del Señor Jesús. Jesús es nuestro único modelo completo de comportamiento, es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. En el tema espiritual y de acción y predicación cristiana no tenemos que inventar cosas nuevas, sino hablar y actuar en nombre del que es nuestro modelo. Así hablaron y actuaron los apóstoles y discípulos del Maestro, los santos y grandes predicadores cristianos de todos los tiempos. Hagamos nosotros lo mismo, aunque en cada época tengamos que variar los métodos y usos propios del tiempo en el que nosotros hablamos y actuamos.
El don del Espíritu se vincula, en la primera lectura, a un gesto que la Iglesia conservará en adelante para indicar su efusión: la imposición de las manos. El domingo pasado la comunidad se ordenaba con ministerios, en este la acción del Espíritu… necesariamente, los cristianos tuvieron, desde muy pronto, que ir descubriendo cómo se iba formando la Iglesia, cómo se iba haciendo esa comunidad que compartía lo que tenía, aprendía a orar y escuchaba la Palabra.

El Salmo 65 es una invitación a contemplar las maravillas de Dios, a admirarse por ellas y dar gracias. Recuerda la maravilla fundamental del éxodo, pero recuerda sobre todo que Dios continúa actuando sin negar nunca su amor a quien se dirige a Él.
San Agustín al comentar este salmo hace una amplia reflexión de las obras de Dios, así dice: "5. [v. 3]. Decid a Dios: ¡Qué temibles son tus obras! ¿Por qué temibles y no amables? Escucha otras palabras del salmo: Servid al Señor con temor, y ensalzadle con temblor17. ¿Qué quiere esto decir? Escucha la voz del Apóstol: Trabajad con temor y temblor, dice, por vuestra salvación. ¿Por qué con temor y temblor? Y añade la causa: Pues es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar por su benevolencia18. Luego si Dios obra en ti, haces el bien por gracia de Dios, no por tus fuerzas. Y si te alegras, teme también, no sea que lo que se le dio al humilde, tal vez se le quite al soberbio. Debéis saber que esto les sucedió a los judíos por su soberbia, como si hubieran sido justificados por las obras de la ley, y por tanto se vinieron abajo, dice otro salmo: Éstos confían en sus carros y en sus caballos; nosotros, en cambio, añade, en el nombre del Señor, nuestro Dios, recibiremos la gloria del triunfo: como si los primeros pusieran toda su confianza en su energía y en sus medios, pero nosotros triunfaremos amparados en el nombre del Señor nuestro Dios19. Fijaos cómo aquéllos se ensalzaban a sí mismos; en cambio estos otros se gloriaban en Dios. Por eso ¿qué añade el salmo? A ellos se les han trabado los pies y han caído; nosotros, en cambio nos mantenemos en pie20. Mira cómo el mismo Señor nuestro dice lo mismo: Yo, dice, he venido para que los que no ven, vean, y los que ven queden ciegos21 .Mira cómo en una parte hay bondad, y en la otra una especie de malicia. Pero ¿cuál de las dos es mejor? ¿Dónde hay más misericordia, más justicia? ¿Por qué los que no ven, que vean? Por bondad.
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Los judíos descendían de los Patriarcas; nacieron de Abrahán, según la carne. ¿Y qué dice el Apóstol? Quizá digas: Han sido desgajados los ramos naturales, para ser yo injertado27. Sí es cierto, ellos fueron desgajados por su incredulidad. Tú, en cambio, te mantienes por la fe; no vayas a engreírte, sino más bien teme; porque si no perdonó Dios a las ramas naturales, tampoco te perdonará a ti. Fíjate cómo algunos ramos fueron arrancados, y tú fuiste injertado; no vayas a creerte más que ellos, sino que debes decirle a Dios: ¡Cuán temibles son tus obras! Hermanos, si no nos debemos creer más que los judíos, mirándolos con desprecio, ellos, que en otro tiempo fueron arrancados de la raíz de los patriarcas, sino más bien debemos temer, y decir a Dios: ¡Cuán temibles son tus obras! ¿Cuánto menos no debemos tener sentimientos de orgullo y desprecio hacia las recientes heridas de los desgajados? Primero fueron cortados los judíos e injertados los paganos; de ese injerto se han separado los herejes; pero ni tampoco contra ellos debemos tener sentimientos de orgullo, no vaya a merecer ser desgajado el que se complace en despreciar a los separados. Hermanos míos, si oís alguna voz de un obispo en este sentido, sea quien sea, os pido que estéis alerta; los que estáis dentro de la Iglesia, no despreciéis a los que no lo están. Mejor debéis orar para que ellos también lo estén. Poderoso es Dios para volverlos a injertar a ellos28. De los judíos dijo esto el Apóstol; y se ha realizado en ellos. Resucitó el Señor, y muchos han creído; no comprendieron cuando lo crucificaron; y sin embargo creyeron después, y les fue perdonado tamaño delito. La sangre derramada fue un don para los homicidas, que no los voy a llamar deicidas; porque si lo hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de la gloria. Ahora a los homicidas se les ha perdonado el derramamiento de la sangre de un inocente; y la misma sangre que derramaron por crueldad, la han bebido por gracia. Decid, pues, a Dios: ¡cuán temibles son tus obras! ¿Por qué temibles? Porque la ceguera de una parte de Israel sucedió, para que entrara en la fe la plenitud de los gentiles29. ¡Oh plenitud de los gentiles!, di a Dios: ¡Cuán temibles son tus obras! Y así alégrate, para que al mismo tiempo te estremezcas; no te pongas sobre los ramos cortados. Decid a Dios: ¡Qué temibles son tus obras!" (San Agunstin. Comentario al salmo 65. http://www.augustinus.it/spagnolo/esposizioni_salmi/index2.htm)

En la segunda lectura Pedro en su carta nos exhorta a estar siempre dispuestos para dar razón de nuestra esperanza a cuantos pregunten por ella. San Pedro observa la capacidad de calumniar y de endurecerse si no glorificamos en nuestros corazones a Jesús. Dice San Pedro: "...y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo". Es una excelente advertencia contra el fariseísmo o los excesos que producen aquellos que se creen en únicos poseedores de la verdad, pero incluso ante ellos solo cabe la mansedumbre y el respeto. Es la Cruz de Cristo quien nos dará la plenitud, pues si sufrió la Cabeza, como no van a aceptar el sufrimiento el resto de los miembros. Hay que mantener una atención muy precisa en todo lo que sea el trato con los hermanos y en él debe primar la mansedumbre, dejando la superioridad de un lado, que no es otra cosa que prueba de soberbia.
Estamos en deuda con todos y a todos debemos una respuesta. Somos responsables de la esperanza del mundo y sus testigos, sus mártires. Pero ¿qué debemos entender por "dar razón de nuestra esperanza"? Desde luego, no es lo mismo que dar razones para que los otros esperen lo que nosotros mismos no esperamos. Dar razón de la esperanza es mostrar que esperamos con paciencia en situaciones desesperadas y en la misma muerte. El que quiera dar razón de la esperanza, lo ha de hacer siempre con mansedumbre, pues la agresividad no puede ser nunca señal de la esperanza, sino del miedo. Se ha de hacer con respeto, con todo el respeto que merecen los que preguntan y, sobre todo, con el respeto que debemos al Evangelio. Esto nos obliga a decirlo todo y a practicarlo todo, sin mutilar el evangelio, ni avergonzarse de él.
La esperanza cristiana es nuestra esperanza fundamental, la que debe animar y dar sentido a todas nuestras otras esperanzas. Vivimos en un mundo en el que las esperanzas que predican los medios de comunicación son casi siempre esperanzas políticas, o económicas, o deportivas. En esta situación, los cristianos de hoy, cuando predicamos nuestra esperanza cristiana debemos hacerlo con mansedumbre y en buena conciencia. No se trata de avasallar, o despreciar las esperanzas mundanas de cada día, sino de saber establecer un orden de esperanzas. Lo primero es lo primero, y lo primera para los cristianos es la esperanza cristiana; esta esperanza es la que debe apoyar y fundamentar todas nuestras otras esperanzas. Debemos predicar nuestra esperanza cristiana con valentía y decisión, nunca con orgullo o prepotencia, siempre son mansedumbre, sencillez y buena conciencia. Esto es lo que El mundo en el que nosotros vivimos no es más difícil para los cristianos de hoy que el mundo en el que vivía san Pedro y los primeros cristianos de su época. Si también nosotros tenemos que sufrir por hacer el bien, hagámoslo en nombre de nuestro Señor Jesús, como hicieron los primeros cristianos.
Se indica también como dar razón de esta esperanza: con mansedumbre, pero sin titubeos, y que si tenían que sufrir por ello lo hicieran pensando en Jesucristo. Porque, decía san Pedro, “es mejor padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal”.

Ya, el domingo pasado, Jesús nos decía que un camino, una verdad y una vida nos aguardaba y apostábamos fuerte por Él. Pero la pregunta es la siguiente: ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo entrar en ese camino? ¿Cómo defender esa verdad? ¿Cómo sostener esa vida?
El Evangelio de hoy nos da la clave: “Un mandamiento nuevo os doy” (Jn 13:34).
Y el mensaje de Jesús en este tiempo pascual es claro: "Vosotros -les dice- viviréis, porque yo sigo viviendo". ¿Qué significa esto? Que la muerte de Jesús es la entrega de su vida y el que da la vida la gana para él y para los que le aman, que Jesús en su muerte da la vida por sus discípulos y a sus discípulos. La hora de su despedida es la hora de su entrega: en adelante, privados de la presencia física del maestro, los discípulos reciben la herencia del Espíritu Santo y el regalo inapreciable de la nueva presencia de Jesús resucitado. Según el evangelista Juan, Dios pide al hombre dos actitudes fundamentales: fe y amor. Esta respuesta del hombre al Evangelio comprende ya la plenitud de la nueva ley. Una fe vivida en el amor y un amor operante por la obediencia buscada a la Palabra del Señor constituyen aquella comunión de vida con Jesús que se presupone para que se cumplan las promesas que él hace a sus discípulos. Jesús no nos deja solo en la tarea de anuncia la Buena Noticia de su amor. Nos envía el Espíritu Santo para fortalecernos.
Jesús nos ofrece el secreto para permanecer en su persona como camino. Avanzando por los senderos de nuestra existencia tendremos que mirar a un lado y a otro. Nada de lo que ocurra, especialmente si es con el color del dolor, nos podrá resultar indiferente. Malo será que por ir deprisa, por mirar hacia adelante, por pretender alturas y grandezas….dejemos de lado al Jesús que se encuentra al borde del camino.
Los cristianos debemos tener siempre en cuenta que para nosotros Cristo es el camino, la verdad y la vida. Sólo a través de Cristo podemos llegar al Padre, sólo en Cristo encontraremos la Verdad y sólo en Cristo tendremos verdadera vida. En nuestra vida ordinaria, en nuestra vida de cada día, como ciudadanos que somos tenemos que convivir con múltiples verdades, que sólo son verdades a medias, verdades relativas, pero que no son en ningún caso la verdad absoluta. El mundo en el que vivimos no tiene la Verdad; sólo tiene verdades a medias, medias verdades que son medias mentiras. La única verdad absoluta es Cristo. Lo mismo podemos decir del camino y de la vida: Cristo es para nosotros el único camino recto para llegar a Padre, la única vida verdadera. Pretender amar a Cristo y no vivir según el espíritu de Cristo es una contradicción. Porque amar a Cristo es comulgar con Cristo, vivir en continua comunión espiritual con él, guardar sus mandamientos. "El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él". El ofrecimiento de Jesús es enorme. Nos va a amar el Padre y él se nos revelará". Quien dice que ama a Cristo y no guarda sus mandamientos es un mentiroso. Y no olvidemos que el amor a Cristo sólo es completo si incluye el amor al prójimo.  
Debemos amar al prójimo como Cristo nos amó a nosotros, con amor gratuito, generoso, pensando siempre en dar, más que en recibir. Siempre encontraremos en nuestro entorno personas de, de alguna manera, nos necesitan. Debemos saber descubrirlas y saber amarlas, tratando de ayudarles de la mejor manera que sepamos y podamos. Esto es vivir en el espíritu de la Verdad, en el Espíritu de Cristo. El paráclito que nos promete Jesús.
El Espíritu, del que se nos habla en el evangelio de este sexto domingo de Pascua tiene una doble función: en el interior de la comunidad mantiene vivo e interpreta el mensaje evangélico, al exterior da seguridad al fiel en su confrontación con el mundo, ayudándole a interpretar el sentido de la historia.
Lo que fue Jesús, para sus discípulos durante la vida pública, es ahora misión permanente del Espíritu en la Iglesia: testimoniar la presencia operativa de Dios en el mundo. Los que están llenos de Espíritu, tienen la visión y conocimiento pleno de la verdad, que es Jesús. Los hombres espirituales son siempre una crítica radical para los que tienen solamente espíritu mundano, pues la verdad de arriba se contrapone con la mentira de abajo.
Jesús promete enviar el Espíritu de la verdad. Ante la confusión de tanto discurso erróneo y el espejismo de valores mentirosos, es urgente defender la verdad y encontrar caminos para que brille. Muchos, como Pilatos, repiten la vieja pregunta: ¿qué es la verdad?
Se trata de una presencia, totalmente personal e íntima. Una presencia personal de conocimiento y amor, como de amigo con amigo, un "morar" en medio de nuestro corazón, en el fondo de nuestra alma, en lo oculto de nuestro ser. Una presencia que nos hace templos del Espíritu Santo. Esta presencia no depende de nuestro sentimiento, ni de nuestro estado de salud ni de las variables de nuestra alma. Es una realidad, aunque no nos percatemos de ella. Es desde luego objeto de fe. Esta presencia es real y operativa como la Fe y la gracia lo son. A pesar de ser oculta, esta presencia es perceptible y experimentable. "Él permanecerá y obrará en vosotros".
Recapitulemos nuestra reflexión de hoy.
A veces hablamos de Dios y de Jesús, como si estuvieran lejos, en el cielo. ¿No nos dice nada el saludo de cada domingo: que el Señor esté con nosotros? ¿Notamos que está con nosotros? ¿Estamos con él? ¿Lo atendemos en la oración?
-Jesús vive y está activo en los sacramentos: ¿Cómo los recibimos? ¿Somos conscientes, al administrarlos, que Jesús actúa en nuestras acciones? ¿Nos sentimos tocados por la gracia de Dios?
-Jesús vive y habla en su palabra: ¿Cómo escuchamos el evangelio? ¿Cómo hubiéramos escuchado a Jesús en aquel tiempo...? ¿Leemos con asiduidad el evangelio? ¿Qué hacemos para que se trasluzca en nuestra vida y obras?
-Jesús vive y está en la comunidad: ¿Somos comunidad? ¿Qué es lo que tenemos en común? ¿Nos sentimos unidos en la fe, en la esperanza y en el amor? ¿Estamos disponibles para trabajar por nuestra comunidad? ¿O tenemos tantas obligaciones que no nos queda tiempo para convivir y compartir con los hermanos de la parroquia?
-Jesús vive y está en los pobres y en los enfermos: ¿Lo atendemos? ¿Nos olvidamos? ¿Lo esquivamos?
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com




[1] http://www.augustinus.it/spagnolo/esposizioni_salmi/index2.htm)


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