Somos la viña del Señor y su plantel preferido. Él espera de nosotros una buena cosecha, para que corra la justicia como un río y los hombres puedan vivir en paz y en fraternidad.
En la primera lectura el profeta Isaías hace una amonestación a la gente de
su tiempo, la cual, hoy, nos interpela a nosotros: son los frutos los que
cuentan, son las obras las que tienen valor a los ojos de Dios. No sirve que
seamos conocedores de todos los dogmas, ni de las verdades, ni de los poderes,
si no producimos los frutos que el Reino quiere, el Señor se quedará triste al
contemplar hoy su viña. Y los frutos del Reino son: verdad, justicia, paz,
perdón, acogida a los despreciados... y todo esto hecho desde la vida.
El salmo 79, que proclamamos
guarda una completa correspondencia con el Evangelio y con la primera lectura.
Es una súplica para que el Señor Dios restaure el Reino de Salomón, el momento
más glorioso de Israel. La viña es la alegoría de la familia del Señor, citada
muchas veces en el Antiguo Testamento.
La segunda lectura, nos dice que hay que poner nuestra confianza en el
Señor. San Pablo nos apremia a que recuperemos la fe perdida; y él
mismo nos dice como encontrarla: en la oración.
El Evangelio de
San Mateo nos cuenta como se aperciben los jefes de los sacerdotes y los
fariseos de que las palabras de Jesús, que narran la parábola de la viña y de
sus arrendadores asesinos, se refieren a ellos. También hoy se refieren a
nosotros, pero, ¿somos capaces de reconocer que se refieren a nosotros, a
nuestros graves delitos? No, porque, normalmente, cuando oímos en boca de Jesús
cosas que no nos gustan, siempre creemos que las dice por los demás o para
personas que otras épocas. Jesús de Nazaret nos habla directamente a nosotros.
La primera lectura es del libro de Isaías 5, 1-7. Este
canto de la viña, compuesto por Isaías al principio de su ministerio y
recitado, probablemente, con ocasión de la fiesta de la vendimia, es una de las
piezas líricas más hermosas de toda la Biblia.
En esta alegoría de la viña el profeta se compara al "amigo del
esposo", encargado de proteger la virginidad de la prometida y acompañarla
ante el esposo el día de sus nupcias.
El texto presenta:introducción (v. 1a), tres estrofas centrales
(vv. 1b-2; 3-4; 5-6) los vv. 3-5 invitan a la concurrencia a que se haga cargo
de la determinación que se verá obligado a tomar, condenando a su esposa infiel
a la esterilidad (v. 6).y una estrofa en forma de glosa, que sirve de
conclusión nos da la clave de la alegoría. (v. 7).
-En la introducción, el profeta, amigo del esposo, se dispone a entonar un
cántico. De forma intencionada, el autor no quiere decirnos quién es este
amigo, lo deja a la intuición de los oyentes. Ellos serán los que lo descubran
en el momento oportuno.
Esta alegoría de la viña inaugura el tema de las bodas de Yahvé con Israel,
tema que será tocado repetidas veces en la literatura bíblica. En diversos
pasajes de la Biblia, a Israel se le designa, unas veces, como una viña
(Jr 2. 21; Ez 15. 1-8; 17. 3-10; 19. 10-14); otras, como la esposa mimada
y después repudiada (Ez 16.; Dt 22. 2-14; 25. 1-13). En este pasaje de Isaías
se entremezclan perfectamente ambas consideraciones.
La intervención del profeta (v. 1) llama la atención sobre la misión del
amigo del esposo. Las delicadas atenciones de que es objeto la viña (v. 2;) son
las que Dios prodiga a su esposa (Ez 16. 1-14 o Ef 5. 25-33). El
juicio que Dios emite sobre su viña se desarrolla públicamente (vv. 3-4), según
lo prescribía la Ley en caso de adulterio.
Finalmente la condenación de la viña a la esterilidad (v. 6) es la
maldición prometida a la esposa infiel, y la decisión de derribar el muro y la
cerca (v. 5) recuerdan la orden de exponer a la mujer adúltera a la vergüenza
pública antes de proceder a su muerte por lapidación (Ez 16. 35-43; Os 2.
4-15).
Desde que el amor de Dios al hombre se hace patente, aparece revestido de
un acusado matiz dramático. La justificación de este amor no es otra que él
mismo, siendo el sujeto que lo recibe un ser indigno de tal prerrogativa.
La paciencia de Dios afrontará, a todo lo largo de los siglos, la debilidad e inconsistencia del hombre, hasta que un buen día, en el corazón de la humanidad, surja una viña, fiel y capaz de dar abundantes frutos de vida divina; esta nueva viña no es otro que Jesucristo (cf. Jn 15.).
El
responsorial salmo79 (Sal 79, 9 y 12. 13-14.
15-16. 19-20) El salmo 79 es la oración de Israel ante una gran
desgracia. El enemigo ha invadido el territorio nacional y ha destruido la
ciudad y el templo, y Dios parece mostrarse indiferente y callado ante tamaña
desgracia:«Señor Dios de los Ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y
nos salve».
La vid, los
pámpanos, las montañas, la cerca. Destrucción y ruina; y el hombre a quien
escogiste y fortaleciste. Términos de ayer para realidades de hoy.
San Juan Pablo II comenta así este salmo:
"1. El salmo que se acaba de proclamar tiene el tono de una
lamentación y de una súplica de todo el pueblo de Israel. La primera parte
utiliza un célebre símbolo bíblico, el del pastor y su rebaño. El Señor es
invocado como "pastor de Israel", el que "guía a José como un
rebaño" (Sal 79, 2). Desde lo alto del arca de la alianza, sentado sobre
los querubines, el Señor guía a su rebaño, es decir, a su pueblo, y lo protege
en los peligros.
Así lo había hecho cuando Israel atravesó
el desierto. Sin embargo, ahora parece ausente, como adormilado o indiferente.
Al rebaño que debía guiar y alimentar (cf. Sal 22) le da de comer
llanto (cf. Sal 79, 6). Los enemigos se burlan de este pueblo
humillado y ofendido; y, a pesar de ello, Dios no parece interesado, no
"despierta" (v. 3), ni muestra su poder en defensa de las víctimas de
la violencia y de la opresión. La invocación que se repite en forma de antífona
(cf. vv. 4. 8) trata de sacar a Dios de su actitud indiferente, procurando
que vuelva a ser pastor y defensa de su pueblo.
2. En la segunda parte de la oración,
llena de preocupación y a la vez de confianza, encontramos otro símbolo muy
frecuente en la Biblia, el de la viña. Es una imagen
fácil de comprender, porque pertenece al panorama de la tierra prometida y es
signo de fecundidad y de alegría.
Como enseña el profeta Isaías en una de
sus más elevadas páginas poéticas (cf. Is 5, 1-7), la viña encarna a
Israel. Ilustra dos dimensiones fundamentales: por una parte, dado que ha
sido plantada por Dios (cf. Is 5, 2; Sal 79, 9-10), la viña
representa el don, la gracia, el amor de Dios; por otra, exige el trabajo
diario del campesino, gracias al cual produce uvas que pueden dar vino y, por
consiguiente, simboliza la respuesta humana, el compromiso personal y el fruto
de obras justas.
3. A través de la imagen de la viña,
el Salmo evoca de nuevo las etapas principales de la historia judía: sus
raíces, la experiencia del éxodo de Egipto y el ingreso en la tierra prometida.
La viña había alcanzado su máxima extensión en toda la región palestina, y más
allá, con el reino de Salomón. En efecto, se extendía desde los montes septentrionales
del Líbano, con sus cedros, hasta el mar Mediterráneo y casi hasta el gran río
Éufrates (cf. vv. 11-12).
Pero el esplendor de este florecimiento
había pasado ya. El Salmo nos recuerda que sobre la viña de Dios se abatió la
tempestad, es decir, que Israel sufrió una dura prueba, una cruel invasión que
devastó la tierra prometida. Dios mismo derribó, como si fuera un invasor, la
cerca que protegía la viña, permitiendo así que la saquearan los viandantes,
representados por los jabalíes, animales considerados violentos e impuros,
según las antiguas costumbres. A la fuerza del jabalí se asocian todas las
alimañas, símbolo de una horda enemiga que lo devasta todo (cf. vv. 13-14).
4. Entonces se dirige a Dios una
súplica apremiante para que vuelva a defender a las víctimas, rompiendo su
silencio: "Dios de los Ejércitos, vuélvete: mira desde el
cielo, fíjate, ven a visitar tu viña" (v. 15). Dios seguirá siendo el
protector del tronco vital de esta viña sobre la que se ha abatido una tempestad
tan violenta, arrojando fuera a todos los que habían intentado talarla y
quemarla (cf. vv. 16-17).
En este punto el Salmo se abre a una
esperanza con colores mesiánicos. En efecto, en el versículo 18 reza así:
"Que tu mano proteja a tu escogido, al hijo del hombre que tú fortaleciste".
Tal vez el pensamiento se dirige, ante todo, al rey davídico que, con la ayuda
del Señor, encabezará la revuelta para reconquistar la libertad. Sin embargo,
está implícita la confianza en el futuro Mesías, el "hijo del hombre"
que cantará el profeta Daniel (cf. Dn 7, 13-14) y que Jesús escogerá
como título predilecto para definir su obra y su persona mesiánica. Más aún,
los Padres de la Iglesia afirmarán de forma unánime que la viña evocada por el
Salmo es una prefiguración profética de Cristo, "la verdadera vid"
(Jn 15, 1) y de la Iglesia.
5. Ciertamente, para que el rostro
del Señor brille nuevamente, es necesario que Israel se
convierta, con la fidelidad y la oración, volviendo a Dios salvador.
Es lo que el salmista expresa, al afirmar: "No nos alejaremos de
ti" (Sal 79, 19).
Así pues, el salmo 79 es un canto marcado
fuertemente por el sufrimiento, pero también por una confianza inquebrantable.
Dios siempre está dispuesto a "volver" hacia su pueblo, pero es
necesario que también su pueblo "vuelva" a él con la fidelidad. Si
nosotros nos convertimos del pecado, el Señor se "convertirá" de su
intención de castigar: esta es la convicción del salmista, que encuentra
eco también en nuestro corazón, abriéndolo a la esperanza. " ( San Juan
Pablo II. Catequesis del Papa en la audiencia general del miércoles, 10 de
abril 2002)
La segunda
lectura es de la carta del apóstol san
Pablo a los filipenses (Fil 4, 6-9).
Uno de los problemas que a los primeros
cristianos se les planteó o se plantearon ellos mismos repetidas veces fue el
de la moral.
Si el Evangelio era una Buena Nueva, si
era efectivamente algo nuevo, ¿había también una moral nueva? La moral antigua,
la ética del sentido común y de la ley natural, ¿seguía teniendo vigencia para
ellos, o el cristianismo suponía una moral nueva, inventada, partiendo de cero,
haciendo tabla rasa del sentido moral habitual? La pregunta no se quedó allí.
Pablo respondió claramente en un texto que este domingo leemos en la liturgia
de la Palabra. Pero la pregunta sigue latiendo hoy, porque nuestra conducta
habitual no se basa sobre la respuesta de Pablo, sino sobre unos supuestos bien
distintos.
Como en
tantas otras cartas paulinas, el final de filipenses está dedicado a las
exhortaciones éticas. Es muy importante saber situar esta sección moral con el
resto de los escritos paulinos para no desvirtuar su sentido. En efecto, San
Pablo no es un moralista cuyo mayor interés fuera impartir adoctrinamiento
práctico. Así han procedido no pocos predicadores, antiguos y modernos, pero
ésa no es la forma de proceder de Pablo ni del mismo Jesús, aunque a primera
vista quizá no sea tan evidente.
Pablo, con un destino muy incierto, se
despide de los filipenses. Y lo hace con una invitación a la paz: "Nada os
preocupe" (V. 6). Ahora bien, esta actitud del cristiano no surge de una
filosofía o modo de entender la vida a nivel simplemente humano, sino que surge
de la seguridad del próximo encuentro con el Señor.
-"Y la paz de Dios, que sobrepasa
todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo
Jesús" (v. 7): La paz que proviene de Dios está en otro plano que la paz
que proviene de las posibilidades humanas y de su modo de comprenderla. Es una
paz que, como un centinela, mantiene al cristiano adherido de corazón y
pensamiento a Jesucristo.
-"Finalmente, hermanos, todo lo que
es verdadero, tenedlo en cuenta" (v. 7): El apóstol termina con una doble
recomendación a la comunidad de Filipo: asumir los valores humanos aceptados y
divulgados por los pensadores griegos y vivir los valores del Evangelio
("lo que aprendisteis, recibisteis..." (v. 9)).
El modelo de
comportamiento que se propone a los creyentes es el del mismo Pablo, en tanto
que su vida es una vida en Xto. El cristiano no será nunca un hombre pasivo,
sino que se interesa por todo lo bueno y justo que hay en el mundo: las
cualidades que aquí se enumeran ("lo que es verdadero, noble,
justo...") formaban parte del ideal del mundo pagano de la época. Todo
esto lo vivirá el cristiano desde su pertenencia a Xto y dará como
fruto la presencia de Dios en él.
Aleluya cf. jn 15,
16 "yo os he elegido del mundo - dice el señor -, para que vayáis
y deis fruto, y vuestro fruto permanezca".
El evangelio es de san Mateo (Mt 21, 33-43).
Poco antes de la pasión, el evangelista
Mateo hace resaltar, en una larga secuencia, la infidelidad del pueblo de la
alianza. Una concatenación, de tres parábolas (la de los dos
hijos, vv 28-32; los viñadores, 33-46, y el banquete nupcial,
22,1-14) que simbolizan tres momentos centrales de la historia de salvación en
los cuales el pueblo elegido se ha mostrado infiel: el testimonio de Juan
Bautista, la venida de Cristo, la misión de los apóstoles.
En la segunda parábola: la muerte del
hijo. Transparencia que alegoriza la muerte de Jesús, el Mesías Hijo de Dios.
Comienza evocando un texto muy conocido del libro de Isaías (c. 5): el Cántico
de la Viña. Imagen clásica del pueblo de Israel, simbolizado frecuentemente por
la ciudad de Jerusalén.
Jesús dirige su palabra crítica a los
sumos sacerdotes y senadores del pueblo, a los jefes de Israel, y a los
fariseos (v. 45). La viña de la parábola es todo el pueblo de Israel, pero los
jefes son los responsables que deben cuidar de esa viña y dar al amo lo que le
pertenece y espera; esto es, el derecho y la justicia (primera lectura de hoy).
No hay padre que entregue a su hijo a
semejante banda de criminales, pero Dios ha amado tanto al mundo que ha
entregado a su propio Hijo para que se salven cuantos crean en él y tengan vida
(Jn 3, 16). En estas palabras de Jesús hay una profecía de la muerte que le
espera en Jerusalén y una confesión indirecta de que él es el Hijo de Dios.
Mateo, teniendo en cuenta los acontecimientos de la crucifixión de Jesús en el
calvario, dice aquí que los arrendatarios, agarrando al heredero, "lo
empujaron fuera de la viña y lo mataron". Recordemos que Jesús murió fuera
de los muros de Jerusalén, rechazado por los jefes de Israel y el pueblo judío.
Hecho éste al que atribuye un hondo significado el autor de la carta a los
hebreos (13, 12s).
-"Llegado el tiempo de la vendimia,
envió a sus criados para percibir los frutos...": En el momento decisivo
Dios pide cuentas a su pueblo. Los primeros enviados son los profetas. Estos
sufren la violencia que está descrita en forma de lapidación, tradicional
descripción de la persecución de los profetas en tiempos de Jesús e incluso en
los primeros tiempos del cristianismo.
-"Por último, les mandó a su
hijo...": Es la última oportunidad que tienen los labradores para la
conversión. El término "hijo" tiene una referencia directa a Jesús.
Aunque en el judaísmo del tiempo de Jesús el término "hijo" no tenía
un sentido mesiánico, el evangelio de Mateo lo utiliza -más que los otros
evangelistas- para referirse a la mesianidad de Jesús.
-"Al ver al hijo se dijeron: Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia": el crimen de los labradores es cometido con plena responsabilidad, no por desconocimiento de la identidad del hijo. Así la parábola quiere subrayar la gravedad del rechazo de Jesús: es un rechazo de Dios en la persona de su enviado. Jesús ya ha manifestado suficientemente con sus obras que es el enviado de Dios.
-"Cuando vuelva el dueño de la viña,
¿qué hará con aquellos labradores?": Así como el canto del profeta Isaías incluía
un interrogante al oyente, a fin de que se convirtiera en juez de aquella
situación, también ahora Jesús interpela a los dirigentes judíos para que
juzguen. Será un juicio sobre su propia actuación. La respuesta implica las
referencias del evangelista a la caída de Jerusalén, contemplada como un
castigo por su negativa a creer en Jesús como el Mesías.
-"La piedra que desecharon los
arquitectos es ahora la piedra angular": se cita el salmo 117 que sirve
para explicar el trastorno de situaciones que provoca la persona de Jesús.
Quien ahora es desechado, será el jefe de un nuevo pueblo que dará máximo
fruto.
La parábola de los viñadores homicidas es
un resumen esplendido de la escalada de los hombres contra Cristo y contra
todos aquellos que, como él, pretenden dar testimonio de Dios. Los viñadores
están impacientes por apoderarse de la viña, de la herencia. En cuanto lo
consigan, ya no serán obreros dependientes, sino los poseedores de lo que se
les había dado como gracia. El asesinato del heredero es casi ritual. El hijo
se ha convertido en el rival, en el obstáculo a su deseo. Una vez muerto él, la
vida se hará, al fin, igualitaria, sin necesidad de gracias ni favores. Una
religión sin el Hijo y, en definitiva, sin hijo alguno.
Esta es la explicación del asesinato de
Jesucristo. Nada obligaba a matarlo, a no ser la voluntad hipócritamente
religiosa de los sacerdotes y notables de conservar una religión sin
dependencia filial. Una religión en la que cada uno cumple su deber, y así
queda en paz con Dios. ¡Pero que Dios envíe a su propio Hijo es demasiado! La
historia es de ayer... y es de hoy, en que hombres religiosos torturan al
hombre en nombre de un supuesto "orden cristiano". ¿Hasta dónde
llegará la escalada del crimen y el holocausto? Pero Dios responde con otra
escalada: la del amor y la Alianza. No conoce más respuesta que la de
comprometerse cada vez más con su obra escarnecida. Los viñadores mataron al
Hijo, pero Dios lo resucita para que él mismo sea la Viña.
Nosotros somos los sarmientos de esa viña
y los miembros de ese cuerpo. ¿Qué hemos hecho de él? Nosotros también hemos
destrozado al Amado. ¿Qué otra cosa hacer, sino entrar en la escalada
evangélica, renunciando a todo espíritu de posesión? ¡Que donde impera la
violencia opongamos una dulzura sin límite! Eso es dar fruto. No el fruto
insípido de nuestros contratos, sino un fruto luminoso, madurado al calor del
Espíritu, sin otro artífice que la gracia. Daremos fruto si la resurrección de
Cristo pasa a través de nosotros como la savia que da vida a los sarmientos. La
alianza entre Dios y los hombres será cosa de amor o no será nada, en cuyo caso
seguiremos matando al hombre para dar gloria a un Dios-Idolo.
Para nuestra
vida
Hoy tanto el
profeta Isaías como el evangelio de Mateo utilizan la imagen de la viña para
resaltar la relación de Dios con su pueblo. Una elación que construye
una historia de amor y desamor, de gracia y desagradecimiento.
La primera
lectura del profeta Isaías, diremos que este fervoroso y literariamente bello
canto del profeta Isaías a la viña del Señor se refiere, evidentemente, al
pueblo de Israel.
Isaías utiliza un motivo alegórico de gran tradición, el de la viña del
Señor que es la casa de Israel (Os 10. 1; Jr 2. 21; 5. 10; 6. 9; 3.
14; 27. 2-5). Pero esta alegoría logra en el canto de Isaías su versión más
brillante, en la que se inspirará la parábola de Jesús que vamos a escuchar en
el evangelio de hoy. El profeta, el poeta (deberíamos escuchar con atención a
los verdaderos poetas, pues la poesía auténtica es muchas veces latente
profecía) pronuncia un canto inocente, adaptado a la situación festiva del
momento.
El amor, el amigo del profeta, eligió para su viña la mejor tierra: un
collado de tierra grasa. La cavó y la plantó con las mejores cepas. Con las
piedras que sacó del campo construyó una tapia, y coronó esa tapia de espinos
(v. 5). Después levantó en medio de la viña una torre de vigilancia y excavó
una bodega en la roca. No podía hacerse más con esa viña. Pero la viña no le
dio al amo lo que era de esperar, sino agrazones. Por eso se querella contra su
viña. Los habitantes de Jerusalén escuchan estas quejas y son requeridos para
sentenciar en el pleito. Tenemos aquí un caso análogo al de Natán cuando invita
al rey David para que juzgue sobre un asunto que resultaría ser el suyo (2 S
12. 1 ss.). Pues los habitantes de Jerusalén son "la viña del Señor".
¿Qué podrán decir en su defensa? Nada, por eso no responden.
Y ante el silencio de la viña, de la casa de Israel, Yahvé pronuncia una
sentencia sobre ella y contra ella. El amo derribará la tapia para que la coman
los rebaños y la devasten, la dejará yerma para que crezcan de nuevo los cardos
y mandará a las nubes para que pasen de largo. Dios abandonará a Israel a su
propia suerte y lo entregará como fácil presa a los asirios. Pues esperaba uvas
y le ha dado agrazones; quería que corriera el derecho y la justicia como un
río y sólo corre la sangre inocente y los lamentos de los oprimidos.
Dios había
esperado de su pueblo derecho y justicia, pero su pueblo le respondió con
asesinatos y lamentos. Aplicándonos nosotros este texto a nosotros mismos,
debemos preguntarnos ahora si nosotros hemos respondido siempre con derecho y
justicia, es decir, con fidelidad, a la oferta de salvación que el Señor nos ha
hecho repetidamente a lo largo de nuestra vida.
Es verdad que
Dios no se cansa de buscarnos. Pero nosotros, nuestra sociedad,
muchas veces y en muchos momentos y circunstancias no nos dejamos encontrar por
Dios. Y es que, para salvarnos, no es suficiente con que Dios nos busque, es
necesario que nosotros nos dejemos encontrar por Dios. Claro que la salvación,
en estricta teología, siempre es gratuita, porque nuestra salvación es obra de
la infinita misericordia de Dios. Pero Dios no fuerza a nadie a dejarse salvar
por él. Sería tanto como negar el valor de la libertad humana y caer en
un predestinacionismo absoluto que anula totalmente la libertad
humana. No puede ser igual para Dios que nosotros respondamos a su oferta de
salvación con obras buenas o con obras malas. No puede ser indiferente para
Dios que sus criaturas hagan el bien o hagan el mal. Por eso, en este bello
canto del profeta Isaías a la viña del Señor se nos dice que el Señor arrasará
su viña, al pueblo de Israel, por no haber sido fiel a su amor. Seamos, pues,
nosotros consecuentes con nosotros mismos: el Señor nos ofrece su salvación,
pero si nosotros la rechazamos el Señor no podrá salvarnos.
" La viña del Señor es
la casa de Israel". Frase del salmo 79, que
repetimos en el salmo responsorial, resume los textos de la primera
lectura del profeta Isaías y el texto del evangelio según san Mateo.
El salmo también nos
recuerda la obra de Dios en nosotros. , el Señor Dios nos restaurará, hará
brillar su rostro sobre nosotros y nos salvará. Todo para que seamos buenos
nosotros, y podamos hacer el bien .
Demasiadas veces el mundo es un valle de
lagrimas. Y desde este valle de lágrimas, la Iglesia implora la visita de su
Señor. Él la escucha, viene y se hace presente en su Liturgia: "Cristo
está presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica ... No sólo en la
celebración de la Eucaristía y en la administración de los Sacramentos, sino
también, con preferencia a los modos restantes, cuando se celebra la Liturgia
de las Horas. En ella Cristo está presente en la asamblea congregada, en la
Palabra de Dios que se proclama y cuando la Iglesia suplica y canta salmos,
pues Él mismo prometió que: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre,
allí estoy Yo en medio de ellos.»"[1]
La presencia de Cristo en la Liturgia es una
presencia dinámica y eficaz, que hace de los actos litúrgicos acontecimientos
de salvación. En la Eucaristía esta presencia es, además, substancial:
"Tal presencia se llama 'real', no por exclusión, como si las otras no
fueran 'reales', sino por antonomasia".[2]
Además de ser el Maestro y el Modelo,
Cristo es siempre el Mediador y el Sujeto de nuestra oración. Como Mediador,
ora por nosotros; como sujeto, es el Orante que une a Sí a la Iglesia
haciéndose presente en aquellos que se reúnen en su nombre. Así pues, nuestra
oración de hoy presupone a Cristo activamente presente, implicando en su
alabanza e intercesión a la Iglesia, de la que es Cabeza y a la humanidad de la
que es Primogénito, según la expresión de Tertuliano: "Cristo es el
Sacerdote universal del Padre."[3]
"Se puede y se debe rezar de varios
modos, como la Biblia nos enseña con abundantes ejemplos. 'El Libro de los
Salmos es insustituible'. Hay que rezar con «gemidos inefables» para entrar en
el 'ritmo de las súplicas del Espíritu mismo'. Hay que implorar para obtener el
perdón, integrándose en el profundo grito de Cristo Redentor (Hb 5: 7). Y a
través de todo esto hay que proclamar la gloria. 'La oración es siempre un
«opus gloriae»'."[4]
La tradición de la Iglesia ha entendido
siempre que esta viña de Dios es la Iglesia, que extiende sus pámpanos hasta el
mar y sus brotes hasta el Gran Río. El Señor es la verdadera vid, nosotros los
sarmientos y su Padre el labrador. De las cepas de los Patriarcas y los
Profetas, ha germinado Cristo, como un vástago prodigioso.[5] La
antigua viña infiel ha sido renovada por Él y de ella ha nacido la Iglesia,
plenitud de Cristo mismo, que forma con Jesús una misma cosa y se extiende y
dilata sobre toda la superficie de la tierra.
En la segunda
de la carta a los Filipense San Pablo, , se dirige a unos cristianos que vivían
en una sociedad mayoritariamente pagana. Vivían en
minoría y se sentían menospreciados y, a veces, perseguidos. San Pablo les dice
que no se preocupen por ello, que mantengan siempre un comportamiento justo y
ejemplar y que el Señor les dará la paz. La paz, en hebreo, shalom, es el
mayor don que Dios podía dar a una persona, porque incluía el bienestar
material y espiritual.
San Pablo presenta un estilo de moral, una forma de comportamiento que no
tiene nada que ver con la moral pagana, sino que camina en otra línea. Señala
varios puntos de apoyo que los creyentes harán bien en tomar. El primero es que
el actuar cristiano se desarrolla en la oración, en un clima de ternura en
Cristo Jesús. La prescripción de toda moral queda desplazada por una visión de
amor y esto lo expresa el creyente en la acción de gracias. Algo que cada
domingo toda comunidad cristiana se esfuerza por poner de manifiesto.
Según el pensamiento de San Pablo la paz no es algo que se caracteriza
exclusivamente por la ausencia de guerra, no es siquiera una virtud moral, sino
es el saberse salvado por Jesús. Esta es la paz fundamental de la que dimana
toda otra paz. Pues bien, el creyente tendrá que esforzarse, si quiere ser
consecuente con el hecho de Jesús, por ser un hombre de paz. El cristiano es,
por definición, un pacifista, un no violento nato, un antimilitarista profundo,
porque cree que el mejor medio para llegar al entendimiento entre dos personas
es el camino de la paz. Construir la paz es querer infundir serenidad y coraje,
simpatía y ánimo.
El creyente, dice San Pablo, se caracteriza por una gran humanidad. Queda
superada la concepción del que se aleja de los hombres porque le defraudan y
"se refugia" en Dios. Ciertamente ese Dios no lo es tal, porque el
Dios de Jesús pasa por el hombre Jesús. Por eso se podría definir al creyente
como un apasionado por todo lo humano, por mejorar lo que se pueda mejorar
dentro de la vida del hombre, por hacer al hombre más hombre.
Intentemos
también nosotros vivir siempre en paz, en la paz de Dios, en medio de todas las
dificultades materiales, sociales y espirituales en las que nos toque
vivir." Nada os preocupe… y la paz de Dios custodiará vuestros
corazones y vuestros pensamiento en Cristo Jesús… Todo lo que es verdadero,
noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo
en cuenta" .
En el evangelio
vemos como a Dios no le quedó otro remedio que entregar su viña (su
Reino) a otro pueblo que produzca frutos.
La rebelión de los viñadores significa la infidelidad de los responsables,
que se niegan a cumplir los compromisos de la Alianza. Culmina con la pasión de
Cristo, Hijo de Dios. Pasión que, por un designio admirable, se transfigura en
glorificación (v 42). La Alianza pasa a otro pueblo (43). Es decir, a todos los
pueblos de la tierra (Mt 28,19) reunidos en Iglesia universal. Este drama del
pueblo elegido lo vivían dolorosamente las comunidades de Mateo, compuestas en
buena parte de cristianos provenientes del judaísmo. Pero, al redactar Mateo
este capítulo, ya no se dirigía a los responsables inmediatos de la muerte de
Jesús. Sus palabras son un aviso a las comunidades cristianas. A toda la
Iglesia.
Llamados y elegidos del pueblo santo, no seáis infieles. Condición para no
serlo: dar frutos. El imperativo de «dar frutos» es característico del
Evangelio de Mateo. Habla de ello con frecuencia. Después de inculcarlo en la
segunda parte del sermón escatológico con diversas parábolas (las lámparas
encendidas, los talentos...) declarará en la visión del juicio (25,31-46) que
el fruto que Dios pide es el amor realizado en buenas obras con los hermanos al
servicio de Cristo. Rompe la alianza el que hace estéril el tesoro de gracia
que el amo ha confiado a su concreta capacidad de administrarlo. La parábola nos
interpela a todos: sed fieles en dar los frutos a su tiempo (v 41).
La historia de
la viña es la historia del pueblo de Israel, la historia de la humanidad. Ahora
la viña del Señor es la Iglesia, llamada a ser sacramento universal de
salvación. Su misión es, como señalaba la "Lumen Gentium", anunciar y
establecer el Reino de Dios, cuyo germen se encuentra ya en este mundo.
Todos somos
trabajadores activos en la viña del Señor. En nuestras comunidades
parroquiales se anuncia estos días el plan del nuevo curso con multitud de
grupos y actividades -pequeñas parcelas- en las que los miembros de la
comunidad pueden colaborar. La pasividad y el pasotismo son nefastos para la
Iglesia. Has recibido un carisma por parte de Dios, no lo entierres, sé
generoso. Todos estamos llamados a dar testimonio en medio del mundo, que es el
lugar donde se desenvuelve nuestra vida cotidiana. Dejemos que cada cual aporte
su granito de arena en la construcción del Reino.
Todos los
cristianos estamos invitados a tomar conciencia de nuestra responsabilidad en
el trabajo de la viña, todos somos corresponsables. ¿Has escuchado la llamada
que Dios te hace a trabajar en la viña?, ¿te has preguntado alguna vez cuál es
la parcela de la viña de la que te encarga el Señor?
Así el
evangelio nos presenta la viña como la casa de Israel. Yahvé la plantó, arregló
y preparó con todo esmero para que diera fruto. Derrochó en ella todo su amor.
Sólo esperaba de ella una cosa: que diera uvas, el fruto de la vid. En el pacto
de la Alianza en el Sinaí quedó claro el compromiso de ambas partes:
"vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios". El Señor fue
fiel, pero el pueblo olvidó su juramento. Dios sólo deseaba que diera frutos de
amor, por su propio bien, por su propia felicidad. A pesar de todo, envió a sus
mensajeros los profetas (los criados de la parábola) para recordárselo, pero no
sólo no les escucharon sino que les apedrearon o les mataron. ¿Qué más podía
hacer por su viña que no haya hecho? Lo impensable: envió a su propio hijo.
Pero los labradores acabaron con su vida para quedarse con la viña. Mateo,
teniendo en cuenta los acontecimientos de la crucifixión de Jesús en el
calvario, dice aquí que los arrendatarios, agarrando al heredero, "lo
empujaron fuera de la viña y lo mataron".
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
[1] SC, n. 7
[2] San PABLO Vl, Enc. Mysterium fidei, 3.IX.1965, n. 22.
[3] Tertuliano, Adv. Marc. IV, 9, 9; PL 2, 405.
[4] San Juan Pablo II,
Cruzando el umbral de la esperanza, Barcelona, 1994, p. 39. Hb 5: 7: "El
cual (Cristo), ofre- ciendo en los días de su vida
mortal oraciones y súplicas con poderoso clamor de lágnmas al que podía salvarle de la
muerte, fue escuchado por su piedad." Esta 'definición' de la oración que
ha escrito el Papa recuerda la expresión 'supplex gloria' contenida en el
himno "O Lux" (Il y IV Domingos, II Vísperas). Se
trata de una expresión sumamente concisa y densa que nos muestra los dos
aspectos esenciales para configurar todo himno litúrgico: la alabanza y la
súplica. Todo himno y, en cierto modo, la oración es, a la vez, un cántico que
celebra la majestad de la Trinidad beatísima, y una súplica que se dirige a
Dios para invocar socorro, perdón o alivio, en la esperanza de un Cielo donde
sólo reinará la alabanza perfecta de los elegidos y como una sonrisa de toda la
creación; mientras, sobre la tierra, como canta el "O Lux", 'supplex gloria'.
[5] Is 11, 1
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