Eclesiástico 3, 2-6. 12-14
Colosenses 3, 12-21
Mateo 2, 13-15. 19-23
En medio de una fuerte crisis en
torno a la integridad de la familia, Dios Amor nos brinda nuevamente el modelo
pleno de amor familiar al presentarnos a Jesús, María y José.
Hoy celebramos la fiesta de la
Sagrada Familia, que es por una parte el recuerdo festivo, en el ambiente de la
Navidad, de la familia de Nazaret, y por otra, un compromiso cristiano cara a
nuestras propias familias.
La familia de Nazaret nos habla de
todo aquello que cada familia anhela auténtica y profundamente, puesto que
desde la intensa comunión hay una total entrega amorosa por parte de cada
miembro de la familia santa elevando cada acto generoso hacia Dios, como el
aroma del incienso, para darle gloria.
Por ello, a la luz de la Sagrada
Escritura, veamos algunos rasgos importantes de San José, María y Jesús.
Aunque no sabemos mucho de la
familia de Jesús, una cosa es segura: él quiso nacer y vivir en una familia,
quiso experimentar la vida de una familia, y por añadidura, pobre, de
trabajadores.
Una familia que tuvo la amarga
experiencia de la emigración y las zozobras de la persecución.
Una familia que tenía momentos
extraordinarios como la presentación en el Templo, y luego meses y años de vida
sencilla, monótona, de trabajo escondido en Nazaret. La fiesta de hoy es una
invitación a que valoremos y orientemos la vida de nuestra familia a la luz de
la de Nazaret.
La Iglesia propone a las familias cristianas este ejemplo:
el de la familia de Nazaret, en la que seguramente se daban las virtudes de que
se nos habla en las dos primeras lecturas.
La primera lectura es del libro del eclesiástico (Eclo 3,2-6.12-14, también llamado libro de Ben Sirá o "Sirácida".
El
autor, asumiendo el papel de padre, instruye al discípulo sobre sus
obligaciones con los antepasados. Es el único
comentario que existe en el A.T. sobre el Decálogo, concretamente del quinto
mandamiento (= cuarto de nuestros catecismos); honrar padre y madre.
En el texto, padre y madre son
intercambiables. Lo que se predica del uno puede afirmarse del otro ya que los
dos representan, por igual, a la institución familiar. Ambos nos transmiten la
vida, que es don de Dios. Gracias a esta vida, la historia del pueblo de Dios
puede seguir su curso (de ahí la importancia de las genealogías en la biblia).
Dios es la fuente de esta vida que transmiten los padres. No darles el honor
debido es una ofensa grave contra el Creador. Honra y respeto, los dos términos
repetidos, son el mandato que trata de inculcar el maestro al discípulo:
conceder a los padres toda la importancia que ellos tienen, sobre todo en los
días aciagos de la vejez. Y no sólo de palabras, sino también de obra. El
relato gira sobre los términos temor, respecto, honra. Es lo que el maestro
trata de inculcar al discípulo: dar a los padres toda la importancia que tienen
y se merecen, especialmente en los días aciagos de la vejez. Y no sólo de
palabra sino también de obra.
Existen muchas razones humanas para
honrar a los padres ya que su vida se perpetúa en la de los hijos -los dos no
son sino partes de un mismo ser (v. 11)-, pero el texto insiste más en las
razones religiosas: nos transmiten la vida que es don divino, siendo ellos los
continuadores de su obra creadora y salvadora. Además el honrar a los padres es
fruto del temor a Dios (v. 8), principio y raíz, corona y plenitud de toda
sabiduría. Sólo el que teme a Dios, es decir el que se entrega a Dios con un
amor real e incondicional, es capaz de valorar, en toda su profundidad, el
papel insustituible de los padres. Con su haber, los padres reflejan la
paternidad divina.
Los judíos en la época de Jesús, y
muchos de los pueblos primitivos, no conocían, ni conocen, las actuales
dificultades y crisis por las que atraviesa en nuestra época la institución
familiar. Lo normal era que la familia permaneciera unida, que los vínculos
entre sus miembros fueran muy estrechos y positivos. Es cierto que entre los
judíos existía el divorcio, a favor del varón, y que la mujer estaba completamente
sometida a la voluntad de su padre mientras era soltera y de su esposo cuando
se casaba; pero esto se vivía con naturalidad, pues no existían los criterios y
movimientos de autonomía femenina que existen en nuestra época.
El sabio que escribe este libro
unos doscientos años antes de Cristo se dirige sobre todo a los jóvenes para
instruirlos en los diversos aspectos de la vida. El sabio autor del
Eclesiástico, no manda. Se limita a mostrar con su palabra los caminos del
comportamiento humano que considera acorde con la sabiduría.
La palabra clave de este
fragmento es "honrar":
detrás de este concepto hay una idea de respeto y veneración con palabras y
obras.
En primer lugar habla de las
consecuencias de honrar al padre y a la madre, y va más allá de lo que prometía
el texto del libro del Éxodo (20, 12). El texto de hoy glosa el mandamiento del
Éxodo: «Honra a tu padre y a tu madre;
así prolongarás tu vida en la tierra que Yahvé, tu Dios, te va a dar» (Ex
20,12). La sabiduría habla de la vida y para la vida. Y lo hace con la palabra
que nace del esfuerzo del hombre, tratando de llenar como puede el vacío que
representa la imposibilidad de conocer la verdadera palabra, aquella de la cual
brota la vida y todas las cosas. Es decir, para el sabio existe una sabiduría
oculta, no descubierta ni intuida nunca por nadie, la del único sabio de
verdad, de quien viene todo: del Señor.
Afirma que hay un orden, no
establecido por los hombres, que regula las relaciones de los hijos para con
los padres sobre la base del respeto, la honra y la obediencia. Se trata,
concretamente, de un orden que implica incluso aceptar la vergüenza procedente
de la posible deshonra de los padres, que lleva a acogerlos cuando son
ancianos, sin hacerles sufrir nunca; que exige tratarlos con comprensión en
caso de que pierdan la razón. El hijo sabio trata de cumplir con sus padres
este orden que descubre como recto y justo.
La recompensa para quien respete,
comprenda y ayude a sus padres, cuando
ya sean ancianos y les fallen las fuerzas y chocheen, es
tener larga vida, tener la alegría de engendrar hijos, ser escuchado por Dios
en su oración y alcanzar el perdón de sus culpas. Se promete la bendición por
parte del Padre, bendición que robustece y afirma el hogar y la casa del hijo.
El sabio no puede garantizar
que estas promesas se cumplirán en todos los que hagan lo que él enseña. Por
tanto, si formula esas promesas no es porque tenga seguridad de que se
cumplirán, ya que nadie puede asegurar, por ejemplo, una larga vida a nadie. La
certeza del sabio es de otro tipo. Al recoger las promesas de bendiciones no
hace sino mostrar su seguridad de que el camino que enseña es bueno: quien lo
siga no sufrirá ningún mal, sino todo lo contrario. Para el sabio, los caminos
de Dios, los que él señala al hombre, son los que la sabiduría muestra como
buenos. Todo lo que el sabio ve como bueno y justo viene de Dios.
El
responsorial es el salmo 127 ( Sal
127,1-2.3.4-5) Este
salmo forma parte de los "salmos graduales" que los peregrinos
cantaban caminando hacia Jerusalén. Desde los 12, cada año, Jesús
"subió" a Jerusalén con motivo de las fiestas, y entonó este canto.
La fórmula final es una "bendición" que los sacerdotes pronunciaban
sobre los peregrinos, a su llegada: "Que el Señor te bendiga desde Sión,
todos los días de tu vida..."
En este salmo se describe un
cuadro de la "felicidad en familia", de una familia modesta: allí se
practica la piedad (la adoración religiosa... La observancia de las leyes...),
el trabajo manual (aun para el intelectual, constituía una dicha, el trabajo de
sus manos), y el amor familiar y conyugal...
En Israel, era clásico pensar
que el hombre "virtuoso" y "justo" tenía que ser feliz, y
ser recompensado ya aquí abajo con el éxito humano. Pensamos a veces que esta
clase de dichas son materiales y vulgares. Fuimos formados quizá en un
espiritualismo desencarnado. El pensamiento bíblico es más realista: afirma que
Dios nos hizo para la felicidad, desde aquí abajo... ¿Por qué acomplejarnos si
estamos felices? ¿Por qué más bien, "no dar gracias", y desear para
todos los hombres la misma felicidad?
No se trata tampoco de caer en
el exceso contrario, el de los "amigos de Job" que establecían una
ecuación casi matemática: ¡Sé piadoso, y serás feliz! ¡Sé malvado, y serás
desgraciado! Sabemos, por desgracia, que los justos pueden fracasar y sufrir, y
los impíos por el contrario, prosperar. El sufrimiento no es un castigo. Es un
hecho. Y el éxito humano, no es necesariamente señal de virtud.
Sigue siendo verdad en el
fondo, que el justo es el más feliz de los hombres, al menos espiritualmente,
en el fondo de su conciencia: "¡feliz, tú que adoras al Señor!"
La segunda lectura de la carta a los colosenses (Col 3,12-21), es un típico texto de exhortación ética de la
tradición paulina.
El
pasaje de la carta paulina a los Colosenses es una exhortación a la vida de
amor en el seno de una comunidad cristiana. Si Dios nos amó y nos perdonó
en Jesucristo, también nosotros debemos amarnos y perdonarnos los unos a los
otros. La Iglesia es como una gran familia que vive en la presencia del padre
Dios con los sentimientos tan elevados y nobles que San Pablo enumera en su
carta: misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión, perdón
mutuo, paz... Se nos llega a decir que somos un solo cuerpo y que Cristo es
como el árbitro en nuestro corazón.
El
texto comienza repitiendo la metáfora del vestido viejo y nuevo, que quiere
expresar una transformación radical.
“Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y
amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la
humildad, la dulzura, la comprensión." (Col 3, 12). La idea de
revestirse de Cristo, concepto muy amado por Pablo, conlleva el adoptar
sentimientos, actitudes y conductas nuevas, todas expresiones del amor
fraterno. El texto es un verdadero programa de vida comunitaria, tanto para los
grupos cristianos como para los hogares y familias. Se escalonan en secuencias
de consejos: soportarse mutuamente, perdonarse unos a otros, aconsejarse,
cantar y alabar a Dios, dar gracias a Dios, hacer todo en nombre de Jesús. Y
dos medios infalibles: la lectura de la Palabra en comunidad y la paz de Cristo
como árbitro en las relaciones humanas. Así la religión y la piedad no son para
practicarlas en el templo, sino en la vida y en todas las circunstancias de
nuestra existencia.
El texto es una exhortación a
la vida de amor en el seno de una comunidad cristiana. Si Dios nos amó y nos
perdonó en Jesucristo, también nosotros debemos amarnos y perdonarnos los unos
a los otros. La Iglesia es como una gran familia que vive en la presencia del
padre Dios con los sentimientos tan elevados y nobles que San Pablo enumera en
su carta: misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión,
perdón mutuo, paz... Se nos llega a decir que somos un solo cuerpo y que Cristo
es como el árbitro en nuestro corazón.
San Pablo muestra así, la unidad
del amor en la familia: «Sobrellevaos
mutuamente y perdonaos». El amor es el único vínculo que mantiene unida a
la familia más allá de todas las tensiones. Y esto una vez más no en plano de
la simpatía puramente natural, sino que «todo
lo que de palabra y de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús y en acción
de gracias a Dios Padre». El amor recíproco de los padres aparece
diferenciado: a los maridos se les recomienda auténtico amor (como el que
Cristo tiene a su Iglesia, precisa la carta a los Efesios), sin despotismo ni
complejo de superioridad; y a las mujeres, la docilidad correspondiente. El
amor mutuo entre padres e hijos se fundamenta con una psicología insólitamente
profunda: la obediencia de los hijos a los padres «le gusta al Señor». El comportamiento
de los padres, por el contrario, se fundamenta con precisión: «No exasperéis a vuestros hijos, no sea que
pierdan los ánimos». La autoridad paterna incontestada ha de fomentar en el
hijo su propio coraje de vivir, cosa que pertenece ciertamente a la esencia de
la auctoritas («fomento»).Después de haber recordado que, por el bautismo, nos
hemos despojado del "hombre viejo",
Pablo explica a los cristianos de Colosas en qué consiste el
"vestido" propio del "hombre
nuevo": en unos sentimientos que, de hecho, son los mismos
sentimientos de Cristo Jesús.
Hay recomendaciones generales
(v. 12-17) y particulares (v. 18-21). Gran parte del texto es igual al de los
catálogos de virtudes de la filosofía popular estoica o del judaísmo rabínico.
El contenido es de ética general o de sentido común, vertido en moldes
culturales del tiempo.
Es importante subrayar la
gradación que hace el apóstol, alejada de un espiritualismo desencarnado. Lo
primero que pide es que se sobrelleven mutuamente: a menudo es un paso imprescindible
para poder dar los siguientes. Después viene el perdón, como consecuencia del
conocimiento de uno mismo y del ejemplo de Jesucristo: si él nos ha perdonado,
también nosotros debemos hacerlo. Y, finalmente, el amor, que es el
"ceñidor" de la vestidura nueva de los bautizados y lo que mantiene
unidos a todos los miembros del cuerpo.
Pero aún queda una cosa por
decir, un pequeño añadido que es consecuencia de saberse amado infinitamente y,
a la vez, la posibilidad para la solidaridad y la paz. El agradecimiento es una
característica básica del cristiano, que es repetida con insistencia en el
párrafo siguiente.
Vienen tres aspectos que deben
estar presentes en la vida del hombre nuevo: la "palabra de Cristo", la "enseñanza", la "corrección"
y la plegaria gozosa y agradecida. Seguramente encontramos aquí una alusión a
la liturgia comunitaria, de la que podemos destacar la participación de todos
los miembros de la comunidad, incluso en la instrucción y la amonestación.
Finalmente Pablo habla de las relaciones
entre los miembros de la familia considerada débil (mujeres e hijos) y los
tenidos por fuertes (maridos y padres). El apóstol cristianiza preceptos de la
moral corriente, añadiendo la fórmula "en el nombre del Señor Jesús".
Así el v. 18 refleja la
condición femenina y del matrimonio en aquella época. Esto es preciso tenerlo
presente para no tomar como palabras de Dios lo que no es sino la forma
cultural en que se transmite un contenido de revelación. Lo ético, cuando pasa
a lo concreto, está más sujeto a estos condicionamientos culturales que otras
partes del mensaje neotestamentario, porque aplica los principios generales a
circunstancias históricas definidas. Cuando estas circunstancias cambian por
evolución humana, los principios permanecen, pero sus aplicaciones han de
adaptarse a las nuevas situaciones, precisamente para ser fieles a la Palabra.
San Pablo muestra, la unidad
del amor en la familia: «Sobrellevaos
mutuamente y perdonaos». El amor es el único vínculo que mantiene unida a
la familia más allá de todas las tensiones. Y esto una vez más no en plano de
la simpatía puramente natural, sino que «todo
lo que de palabra y de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús y en acción
de gracias a Dios Padre». El amor recíproco de los padres aparece
diferenciado: a los maridos se les recomienda auténtico amor (como el que
Cristo tiene a su Iglesia, precisa la carta a los Efesios), sin despotismo ni
complejo de superioridad; y a las mujeres, la docilidad correspondiente. El
amor mutuo entre padres e hijos se fundamenta con una psicología insólitamente
profunda: la obediencia de los hijos a los padres «le gusta al Señor», que ha
dado ejemplo de esta obediencia (Lc 2,51). El comportamiento de los padres, por
el contrario, se fundamenta con precisión: «No exasperéis a vuestros hijos, no
sea que pierdan los ánimos».
En cuanto a la familia, esta
perspectiva es esencial, dado que ha cambiado enormemente respecto a los
tiempos primitivos del cristianismo y continuará evolucionando sin duda alguna.
Así comenta San Agustín este fragmento: “ Tú educas a tu hijo. Y lo primero que
haces, si te es posible, es instruirle en el respeto y en la bondad, para que
se avergüence de ofender al padre y no le tema como a un juez severo. Semejante
hijo te causa alegría. Si llegara a despreciar esta educación, le castigarías,
le azotarías, le causarías dolor, pero buscando su salvación. Muchos se
corrigieron por el amor; otros muchos por el temor, pero por el pavor del temor
llegaron al amor. Instruíos los que juzgáis la tierra (Sal 2,10). Amad y juzgad.
No se busca la inocencia haciendo desaparecer la disciplina. Está escrito:
Desgraciado aquel que se despreocupa de la disciplina (Sab 3,11). Bien
pudiéramos añadir a esta sentencia: así como es desgraciado el que se
despreocupa de la disciplina, aquel que la rechaza es cruel. Me he atrevido a
deciros algo que, por la dificultad de la materia, me veo obligado a exponerlo
con más claridad. Repito lo dicho: el que desprecia o no se preocupa de la
disciplina es un desgraciado. Esto es evidente. El que la rechaza es cruel.
Mantengo y defiendo que un hombre puede ser piadoso castigando y puede ser
cruel perdonando. Os presento un ejemplo. ¿Dónde puedo encontrar a un hombre
que muestre su piedad al castigar? No iré a los extraños, iré directamente al
padre y al hijo. El padre ama aun cuando castiga. Y el hijo no quiere ser
castigado. El padre desprecia la voluntad del hijo, pero atiende a lo que le es
útil. ¿Por qué? Porque es padre, porque le prepara la herencia, porque alimenta
a su sucesor. En este caso, el padre castigando es piadoso; hiriendo es
misericordioso. Preséntame un hombre que perdonando sea cruel. No me alejo de
las mismas personas; sigo con ellas ante los ojos. ¿Acaso no es cruel
perdonando aquel padre que tiene un hijo indisciplinado y, sin embargo,
disimula y teme ofender con la aspereza de la corrección al hijo perdido?”
(San Agustín. Sermón 13,9).
Evangelio
de San Mateo ( Mt 2,
13-15.19.23)- nos presenta
un momento concreto de la vida de la sagrada familia: el de su huida a Egipto
para evitar la persecución desatada por Herodes. En los relatos de la infancia
de Mateo, el peso de la acción lo lleva José, movido siempre según la voluntad
de Dios, expresada a través del sueño y del ángel. José buscó para los suyos,
siguiendo las inspiraciones divinas, un lugar tranquilo y seguro, en donde
pudieran vivir honestamente, dedicados a sus humildes oficios, en la paz
doméstica.
San Mateo nos presenta un
momento concreto de la vida de la sagrada familia: el de su huida a Egipto para
evitar la persecución desatada por Herodes. ¿Acaso no debemos admirar la
valentía, la solicitud y la prudencia con que José cumple las instrucciones del
ángel, y la docilidad de María? ¿Acaso no es el pasaje un ejemplo de la
providencia paternal de Dios sobre estos humildes esposos, a los cuales ha
confiado los primeros pasos de su enviado? José buscó para los suyos, siguiendo
las inspiraciones divinas, un lugar tranquilo y seguro, en donde pudieran vivir
honestamente, dedicados a sus humildes oficios, en la paz doméstica. En
este evangelio de hoy vemos a dos personajes contrapuestos. José es el hombre
justo y bueno, obediente a Dios y cumplidor de sus designios. Herodes es un
personaje violento, ciego a la voluntad de Dios, que quiere impedir a toda
costa que alguien le arrebate su poder.
En
los relatos de la infancia de San Mateo, el peso de la acción lo lleva José,
movido siempre según la voluntad de Dios, expresada a través del sueño y del
ángel.
José
es el hombre de la casa de David que se fía, escucha las palabras de Dios y
acepta su misión como custodio y padre adoptivo del niño. Herodes es el hombre
que desconfía, tiene miedo de perder y no duda en aniquilar a cualquiera que
amenace su trono. Representa el poder mundano y político, la ambición, el afán
de riquezas y de dominio. En cambio, José representa la bondad, la sencillez,
la docilidad y el amor generoso.
Herodes
ordenará una masacre, pero no podrá llevar a cabo su cometido de asesinar al
niño. No podrá matar la historia de Dios. José será quien lo impedirá. De esta
lectura podemos extraer varias consecuencias.
Este
texto del Evangelio de San Mateo nos muestra las experiencias, las vicisitudes
y drama por las que tiene que pasar la familia
de Nazaret. El texto nos recuerda lo que siguió al nacimiento de Jesús: la despedida
de los Magos, la persecución al Niño Jesús por parte de Herodes, el sueño de
José y la huída a Egipto, país en el que la Sagrada Familia encuentra un
refugio de emergencia como lo fue muchas veces a su mismo pueblo a través de la
historia de la salvación.
La determinación de Herodes
desencadena una sucesión de hechos que van desde la huida a Egipto y el retorno
a Israel hasta el asentamiento en Nazaret, dentro ya de Israel. Esta sucesión
obedece a un mismo y único esquema de mandato divino y cumplimiento humano. Se
trata de un esquema narrativo habitual en la Biblia, el cual no busca
reproducir el modo de sucederse los hechos, como el de un dictado de los mismos
se tratara, sino que reproduce el modo de estar situado y de entender los
hechos. El esquema transparenta un perfecto entendimiento y una total
colaboración ante el hombre y Dios.
A su vez, el autor aborda esos
mismos hechos desde la perspectiva global de la historia de la salvación. La
Sagrada Familia encarna al Israel liberado de la esclavitud y peregrino en
busca de la libertad en la tierra prometida.
Es evidente el contrate entre
los paganos que han venido a homenajear al niño Jesús como rey y el rey de los
judíos, Herodes, que quiere eliminar a Jesús. Seguramente hallamos ya al inicio
de la vida de Jesús aquella realidad que expresará la parábola de los viñadores
homicidas.
Todo el fragmento remite a las
vicisitudes del pueblo de Israel, desde la bajada a Egipto huyendo del hambre
hasta el retorno a la tierra prometida.
Ya desde el s. VI a. de C.
existía en Egipto una comunidad judía en continuo crecimiento. Egipto no era
para los judíos únicamente el país de la antigua esclavitud, sino también un
lugar de refugio en tiempos de persecución ( cf. Dt 23. 8; Jr 26. 21). Por otra
parte, la narración de San Mateo se ajusta muy bien al talante y al
comportamiento cruel de Herodes, de quien se dice haber asesinado a tres hijos
suyos. Además, conocemos una antigua acusación del siglo primero en la que se
dice que Jesús aprendió la magia en Egipto. En fin, no parece históricamente
imposible lo que aquí narra San Mateo.
La cita de Oseas "llamé a
mi hijo, para que saliera de Egipto" es un ejemplo claro: el profeta se
refería a Israel; ahora el "hijo" que es llamado de Egipto es Jesús.
Oseas pone en boca de Yahvé estas palabras:
"Cuando Israel era un niño, yo le
amé, y de Egipto llamé a mi hijo" (Os 11. 1). Se trata de la salida de
Egipto, del éxodo de Israel en el comienzo de su historia. Pues bien, S. Mateo
lo interpreta refiriéndolo a Jesús, que es el verdadero Hijo de Dios. Y hace
notar que así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta. También la
expresión "ya han muerto los que
atentaban contra la vida del niño", es la misma que es comunicada a
Moisés para que vuelva a Egipto a liberar a su pueblo. Muerto Herodes el
Grande, le sucedió en el trono su hijo Arquelao como soberano de Judea, Samaria
e Idumea. Su crueldad pronto fue mayor que la de su propio padre. Se explica
que S. José, para escapar de la autoridad de Arquelao, no regresara a Belén de
Judá, sino a Nazaret de Galilea. Arquelao, uno de los hijos de Herodes, reinó
en Judea desde el año 4 aC hasta el 6 dC.
Y de nuevo San Mateo ve en este
hecho la confirmación de otra profecía. Probablemente se refiere ahora al
pasaje de Isaías en donde se habla del "vástago" (en hebreo "neser", palabra fonéticamente
emparentada con Naserath=Nazaret) del tronco de Jesé (Is 11. 1). No hallamos en
ningún profeta del Antiguo Testamento la expresión "se llamará
Nazareno". Algunos proponen como solución el hecho de que la palabra
hebrea que traducimos por "renuevo" en el texto de Isaías 11, 1:
"brotará un renuevo del tronco de Jesé" se asemeja a la palabra
"nazareno". Sea como fuere,
el calificativo "nazareno" para designar a Jesús debe ser muy
antiguo, y hace pensar en la manera sorprendente como actúa Dios.
Al establecerse en Nazaret se
cumple, así lo anota el evangelista, otra profecía: "sería llamado nazareno".
Efectivamente, así fue llamado
Jesús y así fueron llamados también los cristianos (He 24, 5). Pero el Antiguo
Testamento no contiene ninguna profecía en este sentido. Lo más probable es que
Mateo identifica la palabra "nossri", nazareno, con "nesser",
que significa el brote o vástago de una planta. Según esto, la Escritura
cumplida sería la de Isaías (Is 11, 1: un renuevo.. un vástago sale del tronco
de la de Isaí). También del siervo de Yahveh se dice "como un retoño
creció ante nosotros... “(Is 53, 2). Esta referencia a la Escritura sería un
argumento más a favor de la medianidad de Jesús.
Llama la atención la frase,
"para que se cumpliese la Escritura",
repetida tantas veces en este capítulo segundo. En otras ocasiones, en lugar de
citar expresamente la Escritura, se alude a la mentalidad y esperanzas de la
época. Al hacerlo así, Mateo pretende afirmar que, en Jesús, se cumplen todas
las esperanzas: él es el nuevo Moisés, el libertador, fundador del nuevo pueblo
de Dios, el Mesías oculto y perseguido, y, a través de él, se cumplen las
promesas de Dios y las esperanzas de los hombres.
En realidad lo que parece
interesarle al autor es la afirmación fundamental de que en Cristo se han
cumplido todas las promesas, a pesar de todas las asechanzas. San Mateo,
más allá de los acontecimientos, desea mostrar a Jesús como un nuevo Moisés que
experimenta lo mismo que el gran legislador: que lo persiguen y que debe huir
para luego regresar a Israel cumpliendo las Escrituras en que las que Dios
llama a su Hijo desde Egipto, experimentando así la protección del Padre del
Cielo a través de su padre según la Ley, José, cuya obediencia y confianza
permiten el cumplimiento del designio divino de salvación. Jesús es para S. Mateo el
libertador del pueblo igual que Moisés y mayor que él.
San Mateo además de querer
presentar a Jesús como un nuevo Moisés, quiere significar el nacimiento del
nuevo pueblo de Dios buscando paralelismos con el antiguo. San Mateo adapta el
texto de Oseas (Os 11, 1), "cuando
Israel era niño yo lo amé y de Egipto llamé a mi hijo", para hacer ver
que Jesús asume en su vida la suerte de su pueblo. El profeta no se refiere al
futuro Mesías, sino al pueblo de Israel y recuerda la experiencia del Éxodo.
Egipto es el lugar clásico de huida y refugio (1Re 11, 17; Jr 43).
Levantarse y marchar lejos, al
exilio, todavía hace más compleja la misión de José. Como tantas familias hoy,
que se ven obligadas a emigrar, la familia de Jesús comienza su andadura con un
destierro. Los autores sagrados subrayan con este hecho que toda la vida de
Jesús, en el futuro, estará marcada por el sufrimiento y el rechazo. Esta huída
a Egipto preludia lo que será su vida adulta, cuando sea rechazado por su
pueblo.
¡Cuántas realidades a nuestro
alrededor están llenas de Dios! Hemos de cuidarlas y protegerlas, aunque no
sean obra nuestra. En el mundo también hay muchos niños y personas desvalidas
que, aunque no sean hijos nuestros, ni parientes de nuestra sangre, son hijos
de Dios. El drama de los millones de refugiados que llaman a nuestras puertas
no debe dejarnos indiferentes. La Iglesia debe cuidar de las cosas de Dios,
debe atenderlos. Toda vida humana, y aún más la vida de la fe, pide una ardua y
necesaria tarea de cuidado.
Jesús es el Siervo de Yahvé
anunciado por Isaías, el Siervo marcado por la persecución y el sufrimiento
desde el comienzo de su vida. Jesús es el "vástago del tronco de
Jesé", nacido en Belén de Judá lo mismo que David. Jesús viene a restaurar
de un modo inesperado el trono de David su padre. La descendencia de David vive
oculta y perseguida por el tirano Herodes, que ha usurpado el trono y que se
empeña en retenerlo luchando vanamente contra los designios de Dios. Pero Dios
está con Jesús y lo protege, Dios mismo hará que se cumplan todas sus promesas
no obstante la resistencia de cuantos se oponen a su plan providencial.
José
al recibir la orden del Ángel del Señor de regresar a su pueblo, Arquelao había
heredado gobernar la parte de Judea, por eso José por cuestiones de seguridad
se traslada a Galilea, a una pequeña aldea llamada Nazaret, de ahí se cumple la
profecía que Jesús sería llamado Nazareno: “vástago” y también “consagrado a
Dios”, identificando Mateo esta palabra con el retoño mesiánico que brotará del
tronco de Jesé, que menciona el profeta Isaías.
Este evangelio
nos hace ver la unión de la familia en la dura experiencia de huir de la
violencia estatal. Es familia de "desplazados", a quienes la
violencia y la persecución obliga a huir a un país vecino en búsqueda de paz y
seguridad. José sigue ejerciendo el papel de confidente sufrido y eficaz. Le
corresponde cargar con los problemas domésticos y trascendentales, y
resolverlos ejecutando órdenes divinas. María es simplemente nombrada como la
madre del niño. Entre líneas puede suponerse su sujeción y obediencia a José,
quien toma la iniciativa.
Recién nacido el niño, la
familia de José, María y Jesús, ha de exiliarse por motivos políticos. El
exilio a Egipto tiene, en Mateo, una finalidad simbólica: el Hijo de Dios, Hijo
de Israel, ha de experimentar el Éxodo. Así el Padre podrá llamar a su Hijo de
Egipto. Pero en el exilio la Sagrada Familia experimenta el rechazo, la
soledad, el rompimiento de la estabilidad del hogar.
Pero, a pesar de todo, mantiene
su fe en Dios, la fidelidad entre los hombres. También las angustias de la
familia se han de vivir "en el Señor". Muchas familia pasan por
momentos difíciles, las dificultades menudean. Las separaciones y los divorcios
aumentan, a menudo, porque no se saben aguantar, soportar con fe y fidelidad,
las estrecheces de la vida cotidiana. La santa Familia exiliada es un gran
ejemplo para las familias, para tantas familias, que sufren.
Dios nos muestra a la familia
de Nazaret como ejemplo actual de la vivencia de muchas familias y en especial
la vida de los pobres y de los que sufren. Hoy en muchas familias emergen
problemas y dificultades debido a la carencia de valores y de ideales, el
materialismo, el hedonismo, la permisividad en los campos educativo y moral, y
por la falta de auténticos guías y formadores en este campo. Pero hay familias
que con sus hijos son también desplazados de su tierra, sin entender nada,
hacia tierras desconocidas, ya sea por cuestiones naturales o humanas, como el
hambre, la falta de lluvia, o la violencia, por eso el destino de Cristo no se
puede separar de tantos desplazados que sufren necesidades lejos de su lugar de
sustento. Dios permitió que su propio Hijo pasara, desde la infancia, por la
condición de perseguido, de emigrante; y todo esto, para poder darle esperanza
a todos sus hijos.
La familia de Nazaret fue una
familia con problemas, pero la presencia de Dios le comunicó fortaleza,
tranquilidad y paz interior porque Cristo es ese lazo de unión que toda familia
necesita.
La familia de Nazaret es
prototipo y modelo para las familias cristianas. Actualmente, se habla mucho de
la crisis de vocaciones sacerdotales. Yo diría que hay una crisis de familias
cristianas. Faltan hogares cristianos, donde puedan florecer las vocaciones.
Mirando a José y a María las familias pueden inspirarse para construir una realidad
armónica y consolidada, donde prime la voluntad de Dios.
Tener un hijo significa mucho
más que parir. Los padres han de ser conscientes de que construir un hogar pide
que en el matrimonio haya una enorme capacidad de entrega, desprendimiento y
amor. Los hijos necesitan ese amor, y necesitan mucho tiempo de sus padres
junto a ellos, educándolos. Cada vez hay más familias desestructuradas, no solo
económica sino emocionalmente. Estas situaciones exigen una profunda revisión
desde la antropología cristiana. El equilibrio social dependerá del familiar,
de que los roles de los padres queden bien definidos, así como su misión. Solo
así, con referencias sólidas, los niños crecerán de manera armónica.
Los padres tienen un espejo de
referencia en José y María. Su ejemplo los enseñará a quererse, a confiar el
uno en el otro, a confiar en Dios y cuidar y proteger a su familia. Y, sobre
todo, a dejar que Jesús corone la existencia de esa familia y habite en el
corazón del hogar.
Finalmente, todos los
cristianos somos una gran familia. Participando de la eucaristía, tomando el
pan y el vino, sentimos que formamos parte de la Iglesia. Esta otra familia,
más allá de los lazos biológicos, llegará a ser muy importante para nuestro
crecimiento como personas. Cuando se vive instalado en el Reino de Dios, la fe
crea lazos más fuertes que los consanguíneos. Aprendamos a sentirnos también
familia de Jesús en un día como hoy.
Viviéndolo todo "en el Señor", el cristiano mantiene
la esperanza en cualquier situación. Este domingo -también día de la
resurrección- tendría que animar a nuestras familias a seguir adelante en su
tarea humana, iluminada siempre por su fe en el Señor. A pesar de cierto
pesimismo que oprime los horizontes de la familia actual, la celebración de
esta fiesta tendría que ser un aliento para continuar una tarea difícil y
rodeada de sufrimientos pero fecunda y entusiasmadora.
Hoy día de la "Sagrada
familia" se nos invita a orar por las familias y hogares
"desplazados" por la violencia en todo el mundo.
¿Estamos nosotros como
cristianos aportando a que nuestras familias se unan más en ese amor mutuo que
nos ha enseñado Cristo y en esa confianza total que debemos tener en Nuestro
Padre Celestial?
¿Cómo estamos reaccionando
cuando situaciones de miseria, moral o material, se cruzan en nuestro caminar
diario?
¿Nos compadecemos atendiéndolas
generosa, sincera y gratuitamente o simplemente no les hacemos caso?
¿Acaso no debemos admirar la
valentía, la solicitud y la prudencia con que José cumple las instrucciones del
ángel, y la docilidad de María?
¿Acaso no es el pasaje un ejemplo de la
providencia paternal de Dios sobre estos humildes esposos, a los cuales ha
confiado los primeros pasos de su enviado?
También el texto nos sugiere
preguntas para nuestra vida personal y familiar:
-¿Cómo vivo la vida familiar?
-¿Tengo un desajuste entre lo
que digo en la sociedad pública y lo que vivo en la familia?
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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