sábado, 5 de enero de 2019

Comentario a las Lecturas de La Epifanía del Señor 6 de enero de 2019


Comentario a las Lecturas de La Epifanía del Señor 6 de enero de 2019

La Iglesia celebra la epifanía a los doce días de la navidad. Se trata de una fiesta que tiene un carácter similar al de la anterior. Navidad y epifanía surgen en la Iglesia como dos fiestas idénticas. En lugares distintos, en fechas y con nombres distintos, pero con un mismo contenido fundamental. Al menos en su fase original, ambas solemnidades celebraron el nacimiento del Señor. Sin embargo, después de un proceso de sedimentación, al asentarse ambas fiestas definitivamente en Oriente y Occidente se configuran con perfiles distintos, hasta ofrecer un contenido específico con matices propios e independientes.
La epifanía es de origen oriental y, probablemente, comenzó a celebrarse en Egipto. De allí pasó a otras iglesias de Oriente, y posteriormente fue traída a Occidente, primero a la Galia, más tarde a Roma y al norte de Africa. La aparición de esta fiesta al principio del siglo IV coincidió aproximadamente con la institución de la navidad en Roma. Durante este siglo tuvo lugar un proceso de imitación recíproca de ambas iglesias. Mientras que las iglesias occidentales adoptaban la fiesta de la epifanía, las orientales, con algunas excepciones, no tardaron mucho en introducir la fiesta de navidad. Como resultado de esta nivelación o "gemelización", ya en el siglo IV o v las iglesias orientales y occidentales celebraban dos grandes fiestas en el tiempo de navidad.
Se ha descrito la fiesta del 6 de enero como la navidad de la Iglesia de Oriente. Podríamos considerar exacta esta descripción si nos atenemos al período de los orígenes. No hay duda de que, en el tiempo de su institución, la epifanía conmemoraba el nacimiento de Cristo y, en este sentido, no era tan diferente de nuestra navidad; ambas eran fiestas de natividad.
Cuando la epifanía se popularizó, se implantó la costumbre de añadir las tres figuras de los magos a la cuna de navidad. Ellos llegaron a conquistar la fantasía popular. La leyenda les dio unos nombres y los convirtió en reyes. En la gran catedral gótica de Colonia se puede ver la urna de los tres reyes. Sus "huesos" fueron llevados allí, desde Milán, en 1164, por Federico Barbarroja.
Los grandes padres latinos, san Agustín, san León, san Gregorio y otros, se sintieron fascinados por esas tres figuras, pero por una razón distinta. No sentían curiosidad por conocer quiénes eran o su lugar de procedencia. No tenían interés alguno en tejer leyendas en torno a ellos. Su interés se centraba en determinar lo que ellos representaban, su función simbólica, la teología subyacente en el relato evangélico. En sus reflexiones sobre Mateo 2,1-12 llegaron a la misma conclusión: los sabios de Oriente representaban a las naciones del mundo. Ellos fueron los primeros frutos de las naciones gentiles que vinieron a rendir homenaje al Señor. Ellos simbolizaban la vocación de todos los hombres a la única Iglesia de Cristo.
Con esta interpretación de epifanía, la fiesta toma un carácter más universal. Amplía nuestro campo de visión, abre nuevos horizontes. Dios deja de manifestarse sólo a una raza, a un pueblo privilegiado, y se da a conocer a todo el mundo. La buena nueva de la salvación es comunicada a todos los hombres. El pueblo de Dios se compone ahora de hombres y mujeres de toda tribu, nación y lengua. La raza humana forma una sola familia, pues el amor de Dios abraza a todos.

En la primera lectura  ( Isaias 60, 1-6 ) Estamos en la tercera parte del libro de Isaías, la recopilación escrita después del retorno del exilio de Babilonia. Los exiliados ya han vuelto, la ciudad aún está por reconstruir, pero el profeta ve y anuncia la gloria de esta reconstrucción. En el fondo, es una llamada a los que han vuelto para que vivan la tarea de reconstrucción como una labor gozosa, que Dios guiará y llevará a feliz término.
El oráculo tiene la forma de una llamada a la ciudad de Jerusalén para que se dé cuenta de todo lo que está pasando y lo viva como una gran alegría. La Jerusalén recobrada, dice el profeta, se ha convertido nuevamente en luz entre las tinieblas, porque en ella está el Señor.
Y, a partir de aquí, el profeta imagina como una nueva caravana que se acerca a la ciudad.
Esta nueva caravana está formada, por una parte, por los "hijos e hijas" que aún no están en Jerusalén: tanto los que se han quedado en el exilio como los que están dispersos por otros países. Y, por otra parte, está formada también por los pueblos extranjeros que, atraídos por la luz del Señor, se acercan con sus dones para ayudar en la reconstrucción de la ciudad.
Este oráculo, de hecho, es un texto de exaltación nacionalista (el país reconstruido, y los extranjeros ayudando a la reconstrucción). Pero apunta a otro sentido nuevo y universalista, entendiendo Jerusalén como símbolo de la presencia de Dios en el mundo: así es comprendido en la liturgia de hoy.
Todo el capitulo es un himno a la nueva Jerusalén como símbolo de una humanidad transformada por Dios en un pueblo justo, pacífico y feliz. Dios será todo en todos y todos se sentirán como hijos de Dios, sin odios ni ruines ambiciones. El prestigio de la ciudad santa será inmenso y se incorporará a ella lo mejor de todas las naciones, sus hijos más nobles.
El profeta mira a la Jerusalén humilde que apenas renace de sus ruinas. Esa, de repente, se transfigura con la luz de la futura Jerusalén, llena de las riquezas de Yavhé, y que será su propia esposa.
vv. 1-3: se habla de una manifestación o epifanía salvadora del Señor. El poeta está tan seguro de ese futuro que usa los tiempos en pasado, como si ya se hubiese realizado (pasado profético).
-"¡Levántate!" (v.1) es el grito que se da para despertar al que está dormido así como también para infundir coraje al que está desesperado. El segundo imperativo: "¡brilla!"=revístete de esplendor es la invitación a mostrar un rostro risueño porque la tristeza y desesperación han cesado.
Hay un contraste entre la luz y las tinieblas (=presencia y ausencia de Dios). La luz, tan ansiada, ya está amaneciendo sobre la Ciudad Santa, en contraste con las tinieblas que se extienden sobre las otras naciones. Este amanecer hace referencia a la gran epifanía o manifestación de Dios (58.8); el sol y la luna de la primera creación serán sustituidos por la luz eterna del Señor que irradiará un brillo cegador (60.19). Donde está Dios está la luz y está la vida; si Jerusalén desea vivir deberá estar unido a su Dios. Y ante esta epifanía del Señor también los otros pueblos se ponen en movimiento saliendo de la oscuridad.
vv. 4-7: Una nueva época se instaura en la ciudad: no sólo vuelven los desterrados sino también los otros pueblos, atraídos por la luz del Señor se dirigen a Jerusalén. Es la antítesis de la dispersión del año 586. El edicto de repatriación de Ciro sólo hizo volver a algunos, pero la epifanía de Dios, a todos, incluso a los más lejanos que traen los dones más preciados de Oriente. Cuando todo esto acaezca ya no será necesario dar ánimos a Jerusalén. Ella lo verá con sus propios ojos y su rostro se volverá risueño.

En el Salmo de hoy (Salmo 71), expresamos nuestra actitud ante Dios y reconocemos   obra de Dios. Este salmo probablemente corresponde a la liturgia de coronación de un nuevo rey en Jerusalén. Fundamentándose en las promesas a David, se proclama un doble deseo: una actuación en favor de los pobres y los débiles, y una ampliación de sus dominios. En Jesús se realiza el primer deseo y, en sentido espiritual, el segundo (simbolizado en los obsequios de los magos que leemos en el evangelio).
Este salmo, escrito después del exilio, en una época en que ya la dinastía de David no estaba en el trono, se refiere directamente al "rey-Mesías", ¡al reino Mesiánico esperado como "universal' y "eterno"! Sólo Dios puede tener un reino eterno, "que dure tanto como el sol, hasta la consumación de los siglos". En vano un rey cualquiera puede pretender tal cosa. Como en los demás salmos, encontramos en éste, el procedimiento literario llamado de "revestimiento": se trata de un lenguaje florido, que utiliza el "estilo de las cortes reales de oriente", con sus hipérboles gloriosas y su ideología real, para expresar un "misterio", para "revestir" una revelación no sobre un sistema político sino sobre Dios mismo. 
Asi comenta San Juan pablo II este salmo: "Es de notar la particular insistencia con la que el salmista subraya el compromiso moral de regir al pueblo según la justicia y el derecho: «Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud... Que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador» (versículos 1-2.4).
 Así como el Señor rige al mundo según la justicia (Cf. Salmo 35, 7), el rey que es su representante visible en la tierra --según la antigua concepción bíblica-- tiene que uniformarse con la acción de su Dios.
 2. Si se violan los derechos de los pobres, no se cumple sólo un acto políticamente injusto y moralmente inicuo. Para la Biblia se perpetra también un acto contra Dios, un delito religioso, pues el Señor es el tutor y el defensor de los oprimidos, de las viudas, de los huérfanos (Cf. Salmo 67, 6), es decir, de quienes no tienen protectores humanos.
 Es fácil intuir que la figura del rey davídico, con frecuencia decepcionante, fuera sustituida --ya a partir de la caída de la dinastía de Judá (siglo VI a.C.)-- por la fisonomía luminosa y gloriosa del Mesías, según la línea de la esperanza profética expresada por Isaías: «Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra» (11,4). O, según el anuncio de Jeremías, «Mirad que días vienen --dice el Señor-- en que suscitaré a David un germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra» (23,5).
 3. Después de esta viva y apasionada imploración del don de la justicia, el Salmo amplía el horizonte y contempla el reino mesiánico-real en su desarrollo a través de dos coordinadas, las del tiempo y el espacio. Por un lado, de hecho, se exalta su duración en la historia (Cf. Salmo 71, 5.7). Las imágenes de carácter cósmico son vivas: se menciona el pasar de los días al ritmo del sol y de la luna, así como el de las estaciones con la lluvia y el nacimiento de las flores.
 Un reino fecundo y sereno, por tanto, pero siempre caracterizado por esos valores que son fundamentales: la justicia y la paz (Cf. versículo 7). Estos son los gestos de la entrada del Mesías en la historia. En esta perspectiva es iluminador el comentario de los padres de la Iglesia, que ven en ese rey-Mesías el rostro de Cristo, rey eterno y universal.
 4. De este modo, san Cirilo de Alejandría en su «Explanatio in Psalmos» observa que el juicio que Dios hace al rey es el mismo del que habla san Pablo: «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza» (Efesios 1, 10). «En sus días florecerá la justicia y abundará la paz», como diciendo que «en los días de Cristo por medio de la fe surgirá para nosotros la justicia y al orientarnos hacia Dios surgirá la abundancia de la paz». De hecho, nosotros somos precisamente los «humildes» y los «hijos del pobre» a los que socorre y salva este rey: y, si llama ante todo «"humildes" a los santos apóstoles, porque eran pobres de espíritu, a nosotros nos ha salvado en cuanto "hijos del pobre", justificándonos y santificándonos por medio del Espíritu» (PG LXIX, 1180).
 5. Por otro lado, el salmista describe también el espacio en el que se enmarca la realeza de justicia y de paz del rey-Mesías (Cf. Salmo 71, 8-11). Aquí aparece una dimensión universal que va desde el Mar Rojo o el Mar Muerto hasta el Mediterráneo, del Éufrates, el gran «río» oriental, hasta los más lejanos confines de la tierra (Cf. versículo 8), evocados con Tarsis y las islas, los territorios occidentales más remotos según la antigua geografía bíblica (Cf. versículo 10). Es una mirada que abarca todo el mapa del mundo entonces conocido, que incluye a árabes y nómadas, soberanos de estados lejanos e incluso los enemigos, en un abrazo universal que es cantado con frecuencia por los salmos (Cf. Salmos 46,10; 86,1-7) y por los profetas (Cf. Isaías 2,1-5; 60,1-22; Malaquías 1,11)." ( San Juan Pablo II. Dios es defensor de los oprimidos. Comentario a la primera parte del Salmo 71 Audiencia del miércoles, 1 diciembre 2004).

La segunda lectura de San Pablo a los efesios (Efe 3, 2-3a 5-6), En la sección Ef 3. 1-13 se habla de la misión del apóstol (supuestamente Pablo) como anunciador y pregonero del Misterio, que es el tema principal de Efesios.
También los gentiles son coherederos de la promesa Tres versículos y medio de la carta a los Efesios sirven para sintetizar la novedad del Evangelio como superaci6n de las barreras del pueblo de Dios y expresar el sentido que el evangelista Mateo quería dar al relato del evangelio de hoy.
La voluntad de Dios ha sido, desde siempre, ir más allá de los límites del pueblo escogido.
Hasta ahora, dice Pablo, esta voluntad de Dios no era conocida, y su llamada se circunscribía al pueblo de Israel. Pero ahora, por Jesucristo, esta voluntad se ha manifestado. Y Pablo ha sido su adalid.
Este Misterio es, en el fondo, el de la Revelación total de Dios en Cristo. Naturalmente ello no era conocido antes de la venida del Hijo. Pero una vez realizado entre nosotros, no hay fronteras para ese anuncio.
El conocimiento del alcance universal de la presencia del Señor es un don.
Esta lectura nos habla del carácter de "revelación" que asume el plan de Dios. El "misterio" que se ha dado a conocer a Pablo es el plan salvífico que estaba escondido desde la eternidad en Dios. Su revelación es una decisión libre de Dios, fruto del amor que tiene al hombre. Es la salvación que se realiza en Cristo y por Cristo.
San Pablo afirma que en el tiempo presente se da una más profunda penetración del misterio de Dios. El proceso de penetración del plan de salvación con frecuencia sigue un camino lleno de dificultades como lo demuestra la misión apostólica de Pablo. La Iglesia está siempre en camino hacia este conocimiento y ha de saber intuir los signos de Dios.

El Evangelio de hoy  (Mateo, 2, 1-12), se presenta con frecuencia como el relato de los magos, es una narración midráshica que quiere exponer la historia de la salvación a partir de unos ejemplos típicos. Balaam, que "venía de los montes de oriente" había predicho a Judá una estrella (Nm 24, 17). Esta formulación profética, escrita en tiempos de David, para indicar la estrella que debía aparecer, se convirtió en un "tópico" mesiánico. Un pagano había predicho a los paganos una luz y un Señor que había de aparecer en el seno de Israel.
Nos describe el momento en el que el Niño de Belén se muestra a unos personajes que se habían esforzado mucho para poder encontrarle
El texto los presenta como magos. La palabra es oriunda de Persia y con ella se designaba a los dirigentes religiosos. En el griego corriente es utilizada para designar a los magos propiamente dichos o practicantes de artes mágicas. ¿Qué significa en nuestro texto? Por supuesto que no son reyes. Esta creencia surgió posteriormente bajo la influencia de algunos pasajes bíblicos (Sal 72, 10; Is 49, 7; 60,10: vendrán reyes y honrarán a Yahveh).
Posteriormente, en el siglo V se concretó su número sobre la base de los dones ofrecidos. Finalmente, en el siglo octavo, reciben los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. Tampoco eran lo que hoy conocemos como sabios; tenían conocimientos de astrología. Hoy los llamaríamos astrólogos.
 Unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén, preguntando: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?. Que el Dios de Israel se apareciera a unas personas no judías tenía que parecer a muchos judíos, en aquella época, algo raro y hasta escandaloso. El pueblo de la promesa era Israel y ninguno más. Sólo a ellos, a sus profetas, a sus sacerdotes y a sus reyes, les había hablado el Señor. Sólo al pueblo de Israel había prometido Yahveh su protección, su alianza y su continuo amor. Ni Herodes, ni ninguno de los sabios de Jerusalén habían detectado el nacimiento encarnado de Dios en un niño nacido en Belén. Es verdad que ellos no le habían buscado, porque no necesitaban buscarle, porque ellos lo conocían ya, lo adoraban como a su único Dios desde tiempos inmemoriales.
Resultado de imagen de adoracion reyesEl hecho de que estos Magos de Oriente acudieran a adorar al Niño Jesús le da un carácter de universalidad a su nacimiento. Es una manera de decir que Dios ama a todas las personas, de todas las naciones . Por eso el nombre que recibe esta fiesta de hoy es “epifanía”, que significa “manifestación, aparición”. Dios se ha manifestado a todos los pueblos, a todas las personas.
La estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a posarse encima de donde estaba el niño”. Ante esa estrella distintos personajes tienen actitudes distintas: Herodes y los pontífices y los letrados del país no supieron ver la estrella que guiaba a los Magos porque tenían el corazón lleno de orgullo y los ojos sombreados por la   ambición. San Agustín decía que a los ojos enfermos la luz les resultaba odiosa.
El texto acaba diciéndonos que los reyes magos “...se marcharon a su tierra por otro camino" (Mt 2, 12). Dios premió su constancia y abnegación, su firme fe y su acendrada esperanza. Aquella estrella que tenía un brillo especial les llamó la atención desde el primer momento. Por otro lado, había un clima universal de expectación, en una parte y en otra se oía decir que vendría un Salvador. Además la situación en muchos lugares de la tierra era cada vez más penosa, los anhelos de salvación eran profundos. Por eso no era extraño que Dios se apiadara y enviase al Mesías esperado.
Aquellos magos de Oriente vinieron por un camino y se marcharon por otro, vinieron con la ansiedad de quien busca y se marcharon con el gozo del que ha encontrado lo que tanto buscaban. El camino de ida era incierto y penoso, el de vuelta seguro y alegre... La estrella sigue brillando en nuestra sociedad, demasiadas veces convulsa y  desorientada, con la estrella de Belén, se han abierto los caminos divinos de la tierra. Pero es preciso recorrerlos, avanzar hacia Cristo para seguir caminando con seguridad y esperanza, con alegría y paz.

Para nuestra vida
La Epifanía es el otro nombre que recibe la Navidad, el nombre que le dieron las iglesias orientales desde el principio. Si la Navidad, fiesta de origen latino, alude al nacimiento: "La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros", Epifanía significa manifestación y sugiere la idea de alumbramiento o de dar a luz: "y hemos visto su gloria, gloria propia del Hijo del Padre, lleno de gracia y de verdad". Por consiguiente, la metáfora bíblica de esta fiesta es la luz: "la gloria del Señor que amanece sobre Jerusalén", "la revelación del misterio escondido", la estrella de los magos que vienen de oriente.
La fiesta de la epifanía del Señor nos dice que Dios encuentra al que le busca, al que busca su rostro. Dar igual ser judío o gentil. Si nosotros buscamos al Señor, él nos encuentra. Y cuando el Señor nos encuentra , alegres,sentimos la necesidad de comunicar el gozo del encuentro a los demás, a todas las personas que amamos. La fiesta de la epifanía del Señor nos anima a buscar siempre a Dios y a ser anunciadores y evangelizadores de su presencia entre nosotros.
Jesús nace en Belén para todos los hombres, para los de cerca y para los de lejos, para los judíos y para los gentiles, para los pastores y para los magos que vienen de oriente.
En la Epifanía, celebramos la buena nueva de la salvación que es comunicada a todos los hombres. El pueblo de Dios se compone ahora de hombres y mujeres de toda tribu, nación y lengua. La raza humana forma una sola familia, pues el amor de Dios abraza a todos.

En la primera lectura, tomada de Isaías 60,1-6, tenemos una visión espléndida de la entrada de las naciones en la Iglesia. El profeta predice el retorno de los exiliados a Jerusalén. Se representa a la ciudad como a una madre que guarda luto por la dispersión de sus hijos y que se regocijará pronto por su vuelta. La liturgia considera que esta profecía se ha cumplido en la Iglesia. Ella es una madre, y se regocija al ver que sus hijos vienen de lejos:
Alza en torno los ojos y contempla, todos se reúnen y vienen a ti,  tus hijos llegan de lejos,  y tus hijas son traídas en brazos.
Una visión de universalidad, como una gran procesión de pueblos que proceden de todas las partes del mundo y convergen en la ciudad santa, la Iglesia. Y estos pueblos no vienen con las manos vacías, sino llevando dones: "Porque a ti afluirán las riquezas del mar, y los tesoros de las naciones llegarán a ti". ¿Cómo tenemos que entender esos dones? ¿Se trata simplemente de riquezas y de recursos naturales, o representan riquezas espirituales? En mi opinión, son lo último, los tesoros invisibles; y éstos incluyen la sabiduría, la cultura heredada y las tradiciones religiosas de cada nación. Todo esto tiene que entrar en relación con la Iglesia si ésta ha de ser verdaderamente católica. No se puede aceptar todo. Algunos elementos deberán pasar por una purificación, o incluso deberán ser rechazados; pero la Iglesia reconoce que cuantos valores de verdad y de bondad se encuentran entre esos pueblos son signos de la presencia oculta de Dios entre ellos.
En esta primera lectura, el profeta Isaías habla de una luz de Dios que se posará sobre una Jerusalén triunfadora y radiante, luz que llenará de orgullo y de alegría a un pueblo que ha sido guiado a la victoria final por su Dios, por Yahveh  “Los pueblos caminarán a su luz”. Nosotros tenemos que aprender a ver la luz de Dios en la humildad de sus criaturas, de manera especial en las personas humanas. Lo importante para nosotros es aprender a ver la luz de Dios en el pobre, en el niño y en el anciano, en una puesta de sol o en una relampagueante tormenta, en la ternura de una flor o en la santidad del héroe o en el testimonio de quien da razón de su fe. Tenemos, sobre todo, que aprender a ver a Dios en el interior de nuestro corazón, como nos recuerda San Agustin “¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de tí aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti” .
Y el elemento simbólico  de esta fiesta de la Epifania, aparece ya en esta primera lectura, cuando esa manifestación se concreta en Jerusalén, centro religioso universal: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz!”. Esa luz que aparece en Jerusalén, alcanzará a todas las naciones de la tierra.
La epifanía que describe Is.III no es tan concreta como la de su predecesor. El cambio tendrá lugar cuando Dios quiera, y por eso debemos estar siempre en una continua espera esperanzadora. La palabra de Dios se ha empezado a cumplir ya con la Epifanía de Jesús. Él es la luz del mundo, y luz verdadera (Jn 1. 4/8); el que le sigue no camina en tinieblas (Jn 8.12). Pero todavía estamos a la espera de una nueva creación epifánica (Ap 21.)
-La nueva Jerusalén, la Iglesia, debe ser morada epifánica del Señor. Ella no es la luz sino el instrumento que hace posible esta luz. Nuestra humanidad se abate en las tinieblas... La Iglesia, con sus orientaciones, ¿es vehículo de la luz? ¿Confluyen hacia ella todos los pueblos del s.XXI con sus variadas riquezas: diversidad de opiniones, opciones...? Tal vez sea necesario gritarle de nuevo: "¡levántate y brilla!", ¡despierta y vístete de esplendor! ¡cambia tu rostro hosco, amenazante, encerrado en ti mismo por la alegría, la esperanza, la apertura...!.
Son sugerentes las orientaciones del Papa Francisco: "Iglesia en salida". En el primer año de su Pontificado, el papa Francisco publicó su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013)[1], un documento de teología pastoral o práctica. En ella expresaba la necesidad de anunciar el evangelio en el mundo actual de manera novedosa y creativa, exhortando a los creyentes a iniciar una nueva etapa de evangelización.  Es un documento programático para “Despertar”. La llamada del Papa es muy profunda, como si nos dijera: ¡Despertad”! No sigamos perdiendo el tiempo en cosas secundarias. ¡Entremos en un estado de misión, de salida, de cercanía con todos!
¡Que nadie se quede sin oír el anuncio de un Dios que nos ama, que nos salva, que vive! ¡No nos quedemos encerrados, salgamos! No nos pide que organicemos alguna misión popular sino que entremos en un “estado permanente de misión” (EG, 25). Sin “prohibiciones ni miedos” (EG 33), sin temor a equivocarnos o a ser cuestionados. Hay que ser “audaces y creativos”, y actuar con generosidad y valentía” (EG, 33).
El papa Francisco pide que pongamos todo al servicio de una misión: llegar a la vida de cada ser humano con el anuncio central del Evangelio. Para logarlo, tenemos que “repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades” (EG, 33).

En el salmo responsorial (Sal 71) volvemos a la idea propia de la Epifania, de los tres  reyes : "Los reyes de Tarsis y las islas le pagarán tributo. Los reyes de Arabia y de Sabá traerán presentes". Tal vez fue este salmo el que dio pie a la tradición, presente ya en Tertuliano, de que los magos eran reyes. Posteriormente se dio una interpretación mística incluso a los dones mismos. Significaban misterios divinos. El oro reconocía el poder regio de Cristo; el incienso, su sumo sacerdocio, y la mirra, su pasión y sepultura.
"Esta oración por el rey", esta "oración por el reino de Jesús", hay que rehacerla, darle vida hoy. Nosotros tenemos esta misión. No podemos esperar pasivamente: tenemos que trabajar en ello. Y cada uno de nosotros lo puede, aunque su situación sea muy modesta...
"Hasta los confines de la tierra... Todos los países, todas las razas..." ¿Tenemos el corazón suficientemente abierto? ¿Nos encerramos en nuestro cómodo y pequeño universo? El proyecto de Dios es universal. Puedo obrar, mediante la oración, y mis compromisos. las misiones y todas las obras en favor de los pobres del tercer mundo, esperan nuestra cooperación activa.
"Que aplaste al explotador... Que sus enemigos muerdan el polvo..." ¡Sí, el mal tiene que desaparecer! La explotación del hombre por el hombre tiene que desaparecer. ¿Cómo podemos marginarnos de las luchas humanas que buscan acabar el mal entre los hombres?
"La justicia... " La aspiración a la justicia es cosa de todas las épocas (¡ella colma este salmo!). Pero se ha reavivado particularmente en nuestro tiempo. ¡Tanto mejor! ¿Qué hacemos para que esto sea una realidad?¿Podré recitar este salmo 71 sin comprometerme en la lucha por la justicia allí donde Dios lo quiere?
"Los desgraciados... Los pobres... El mendigo..." La justicia no consiste solamente en mantener la balanza equilibrada, sino en hacerla inclinar voluntariamente en favor de aquellos que están más expuestos a padecer los golpes de la injusticia. Es más grave perjudicar al débil que al poderoso, porque el poderoso tiene con qué defenderse, no así el "pequeño". El rey-Jesús-Mesías toma partido por los pobres: ¿y nosotros?
"La abundancia... El oro de Saba... El país convertido en un campo de trigo..." Imágenes de fecundidad y de felicidad, imágenes de prosperidad casi milagrosa de la era Mesiánica. Imágenes materiales, símbolos de la felicidad espiritual que Jesús trae aun a aquellos que están desamparados y que desconocerán siempre las riquezas y la saciedad. Esta felicidad Mesiánica esencial, es la "paz", unida dos veces a la "justicia" en esta oración. Señor, danos la "paz", da a todos los hombres la "paz" (Shalom).
Todos responsables. La "oración" por el "rey" expresada en este salmo puede parecer "pasada de moda" a muchos hombres de hoy, cuyo ideal es la participación al máximo de los grupos, las asociaciones, el pueblo, los sindicatos, en el "poder". Si hoy hay menos reyes, hay por otra parte más y más personas responsables en todos los niveles. Entonces, oremos por ellos. En su oración universal de cada domingo, la Iglesia nos invita a hacerlo. Este salmo tomaría una tonalidad muy moderna si supiéramos actualizarlo orando precisamente por aquellos que tienen cargos de responsabilidad. Que gobiernen con justicia, respetando los derechos de los débiles y los pobres, luchendo contra la opresión y la violencia y  promoviendo la prosperidad y la paz" Y no olvidemos que "orar por los responsables" no nos dispensa jamás de participar en su trabajo. El éxito del bien común, la marcha de una empresa, el ambiente de una familia, no dependen solamente de aquellos que tienen el poder: todos tenemos una parte de responsabilidad en el progreso de la justicia.
El rey no es el Rey. Israel nos da una lección válida para todos los tiempos y todos los sistemas políticos: ¡en la Biblia, el rey no es el rey! ¡El Rey es Dios! Bajo la apariencia de un régimen semejante al de sus vecinos, Israel vivió de hecho una experiencia original: ni realeza, ni democracia... sino teocracia, Dios es el Señor. Hay alguien que está "sobre" aquellos que tienen el poder. Ellos no pueden gobernar a su capricho, ni para su provecho personal. Los notables serán juzgados. Cuando se "ora por el rey" en Israel, es en el fondo una manera de recordarle sus deberes: hay un proyecto de Dios sobre las sociedades, al que debemos todos tratar de amoldarnos.
Todo esta enseñanza es válida para nosotros , cristianos del siglo XXI.

En la segunda lectura (Ef 3,2-6) se nos habla del misterio celebrado en la Epifanía y oculto desde generaciones pasadas, pero revelado ahora a través del Espíritu, "que los paganos comparten ahora la misma herencia, que forman parte del mismo cuerpo y que se les ha hecho la misma promesa, en Cristo Jesús, a través del evangelio".
San Pablo afirma que los gentiles "son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa..." (Ef 3,6).Esa es la gran revelación que hoy celebramos, la gran manifestación que en esta festividad conmemoramos, la gran epifanía del amor y el poder de Dios: Todo hombre, sea cual fuere su raza o condición, está llamado a participar de la Promesa de salvación que los profetas habían anunciado desde antiguo, y que muchos decían que se limitaba sólo a los descendientes de Abrahán, al pueblo judío.
En tiempo de Pablo los griegos dividían a los hombres en griegos y bárbaros, y los judíos, en judíos y gentiles. También en nuestros ambientes hay la inclinación a dividir la humanidad en dos partes según el gusto de cada uno. No usamos la misma terminología que los griegos y judíos, pero vivimos la misma realidad. Hoy la Iglesia no está comprometida por la tensión entre judíos y gentiles, pero hay otras tensiones y divisiones. No podemos olvidar que la revelación del plan salvífico de Dios continúa siendo el centro y el punto de referencia de la vida de la Iglesia.
En San Pablo la visión del misterio de Cristo se ha ido profundizando en el curso de las experiencias misioneras. Ha sufrido en su carne el problema de la unidad de la Iglesia. La Iglesia tiene hoy una sensibilidad peculiar en el tema de las relaciones con las otras religiones porque su misión es manifestar al mundo la salvación de Dios.
Hoy es el día en que conmemoramos, revivimos, el momento en el que Dios se manifiesta a los gentiles, es decir, cuando el Señor abre las puertas de su Reino a todos los hombres, sean o no hebreos, pertenezcan o no al pueblo judío, el elegido en primer lugar. Hasta que Cristo nace los que no fueran descendientes de Abrahán no podían entrar en el Reino de Dios. Eran los gentiles, gente impura cuya cercanía manchaba, hasta el punto de que no se podía entrar en sus casas sin quedar impuros ante Dios.
La fiesta de la epifanía es  la fiesta de la catolicidad de la Iglesia de Cristo. Todos estamos llamados a formar parte del rebaño del único pastor, Cristo Jesús. Los católicos sabemos que somos hermanos de todas las personas del mundo, sin distinción de raza, ni de lengua, ni de color, ni de posición social. Nosotros queremos ser hermanos hasta de los que no quieran ser hermanos nuestros. Nuestras manos siempre estarán tendidas y nuestras puertas abiertas para que entre todo el que, con sincero corazón, busque la verdad y el verdadero rostro de Dios. Ser discípulo de Cristo es ser católico, es decir, ser universal, teniendo a Cristo como nuestro verdadero camino, verdad y vida.

El evangelio San Mateo nos presenta a unos personajes que se han puesto en camino hacia el país de los judíos (el texto no nos dice que la estrella les guíe) y allí se encuentran con la indiferencia y nerviosismo de los que ellos imaginaban que más contentos tendrían que estar. Herodes se asusta, mientras que los responsables de la religión de Israel les indican fríamente lo que dicen las profecías.
A partir de aquel momento, la escena se llena de fuerza. La estrella aparece y les guía, y les conduce al lugar donde está el niño. Su reacción es "una inmensa alegría" y el inmediato homenaje a aquel niño que tiene como única característica el hecho de estar, como toda criatura, con su madre (algo parecido a las "señas" de las que hablaban los ángeles de Lucas: "un niño envuelto en pañales"). Los regalos que ofrecen realizan el homenaje de todos los pueblos al Mesías, llevando a cabo el sentido profundo y auténtico de lo que leíamos en la primera lectura y en el salmo.
El relato tiene, pues, un doble mensaje básico: que Jesús es el Mesías esperado, en el que se realizan las promesas hechas a Israel; y que todos los pueblos de la tierra son llamados a compartir, en plano de igualdad, estas promesas, y a reconocer este Mesías universal.
Aquella estrella que tenía un brillo especial les llamó la atención desde el primer momento. Por otro lado, había un clima universal de expectación, en una parte y en otra se oía decir que vendría un Salvador. Además la situación en muchos lugares de la tierra era cada vez más penosa, los anhelos de salvación eran profundos. Por eso no era extraño que Dios se apiadara y enviase al Mesías esperado.
Aquellos magos de Oriente vinieron por un camino y se marcharon por otro, vinieron con la ansiedad de quien busca y se marcharon con el gozo del que ha encontrado lo que tanto buscaban. El camino de ida era incierto y penoso, el de vuelta seguro y alegre... La estrella sigue brillando, "se han abierto los caminos divinos de la tierra", repetía el San Josemaría. Pero es preciso recorrerlos, avanzar hacia Cristo para seguir caminando con seguridad y esperanza, con alegría y paz.
Nos fijamos en las palabras de los magos: " «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo»."  Para nosotros, los cristianos, Jesús es la estrella que nos guía por los caminos de este mundo hasta el encuentro con el Padre. Esto lo sabemos y ya lo hemos dicho aquí muchas veces. Pero ahora no voy a referirme a la Estrella, sino a las muchas estrellas que, en nuestras vidas diarias, desde que nacemos hasta que morimos, nos guían y nos orientan. No me refiero, claro, a las estrellas del cielo, sino a las más cercanas estrellas de la tierra. En circunstancias normales, para los niños las primeras estrellas que les alumbran y les guían son, sin duda, sus padres. Los niños nacen teniendo ya unos padres determinados, no al revés. No son los niños los que eligen a sus padres, sino que son los padres los que deciden tener, o no, a los hijos. De ahí la inmensa responsabilidad de ser padre. Los niños nacen dejándose manejar y guiar por sus padres. Es una ley de la naturaleza y nadie podrá sustituir a los padres en la tarea de educar a los hijos en los primeros años de la vida. Otras personas podrán ayudarles, pero nunca sustituirles. Esto, claro, en circunstancias normales, porque excepciones siempre las habrá. Cuando los niños se hacen ya mayorcitos empiezan a buscarse, más o menos libremente, otras estrellas que les guíen, al lado o al margen de sus padres. Suelen ser los amigos y amigas, los educadores, los medios de comunicación, la calle. La mayor parte de los que trabajamos en esta hoja de <Betania> somos educadores o padres de niños. Nuestra responsabilidad es grande, porque, queramos o no, podemos ser luz o estrella para algunas personas.
La estrella que guio a los Magos les condujo hacia Jesús; nosotros, ¿hacia dónde guiamos a las personas que buscan en nosotros orientación y guía? La responsabilidad de las estrellas es siempre grande, aún en lo pequeño. Debemos aceptar nuestro papel, y nuestra responsabilidad, de estrellas, sabiendo, eso sí, que como estrellas sólo podemos orientar, no forzar. La estrella aparece para orientar, no para arrastrar. Como la estrella de Belén.
Hoy es también el día de los regalos. Ellos ofrecieron sus cofres a rebosar de oro, incienso y mirra. Todos tenemos un gran cofre en el interior de cada uno. ¡Volquémoslo sobre Belén! Un corazón que se ha dado de frente con la Navidad, como ocurrió con los Reyes, se da, se ofrece, se entrega, se vacía, se postra.
Es una tradición muy cristiana y socialmente aceptada ¿ qué podemos regalar? : regalar a alguien amor y amistad. Que el regalo sea, por encima de cualquier otra consideración, sólo, o preferentemente, eso: regalar amistad y amor. Podremos necesitar algunas otras cosas, pero lo que todos necesitamos es amar y ser amados. Convirtamos la fiesta del regalo en la fiesta de la amistad y del amor.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com


[1] Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, Madrid 2014.

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