miércoles, 12 de diciembre de 2018

Comentarios a las Lecturas del II Domingo de Adviento 9 de diciembre de 2018


Comentarios a las Lecturas del II Domingo de Adviento 9 de diciembre de 2018

Estamos en Adviento, el Adviento es tiempo de conversión, tiempo de preparar los caminos y enderezar las sendas para que se acerque el advenimiento del Reino.
La conversión es un cambio radical de mentalidad y de actitudes profundas, que luego se va manifestando en acciones nuevas, en una vida nueva.
El Reino de Dios está cada vez más cerca. Nadie puede detenerlo. El juicio pende sobre nuestras cabezas, como el hacha sobre la raíz del árbol que va a ser cortado. De cada uno depende el que ese juicio dé paso a una conversión o a un endurecimiento irremediable.

La primera lectura  es del profeta Baruc (Ba 5, 1-9). . El libro del profeta Baruc está escrito en tiempos del exilio y postexilio ( años 200 y 100 a.C.); por tanto, de lo último que se escribió del AT.) , trata de animar a su pueblo a confiar en Dios, en tiempos difíciles. Les dice que Dios convertirá a Jerusalén en “paz e la justicia” y “gloria en la piedad”.
El autor del libro se sirve del pasado de la historia de Israel para alentar la esperanza del pueblo y dirigirla hacia el futuro.
En este fragmento, concretamente, se quiere alentar a los desterrados, para que acepten su situación y cambien de mentalidad. En este mismo momento, otro profeta, Ezequiel, habla de forma semejante. Y así, por supuesto, Jeremías y, en parte, Isaías.
Estos versículos forman el segundo discurso profético del libro de Baruc. En la primera parte (4,30-37) hay una invitación a la confianza porque Dios anonadará el poder esclavizador y hará posible que todos los desterrados regresen a Jerusalén, la ciudad que ha recibido el nombre directamente de Dios y que ha convertido en escabel de sus pies. En la segunda parte (5,1-9) son detallados con gran riqueza de imágenes, que parecen sacadas de Isaías II, los motivos del gozo y de la esperanza. La «gloria del Señor» desempeña aquí un papel determinante; en ella se concentra toda la teología de la manifestación y de la presencia salvadora de Dios en medio de su pueblo. Dios, con su «gloria» (doxa), abre la marcha de los creyentes de la diáspora que se dirigen hacia Jerusalén convertida en sede de la «Paz de la justicia» y la «Gloria (= manifestación) de la piedad», las características de la nueva época mesiánica. Vuelve el tema de Isaías de la nivelación del terreno y de su embellecimiento para que el pueblo que regresa avance con comodidad: «Dispuso humillar todo monte alto y todo collado eterno, rellenar los valles hasta igualar la tierra, para que caminase Israel con seguridad para gloria de Dios. Los bosques y todo árbol aromático darán sombra a Israel por disposición divina» (5,7-8). El último versículo del discurso es una bella y profunda síntesis de toda su doctrina: «Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria (= presencia), con su misericordia y su justicia» (5,9).
La transformación será lenta, se irá produciendo en el pueblo y en sus estamentos institucionales. Y sus hijos, pasado el tiempo previsto por Yahvé, volverán a Jerusalén, como "pobres que buscan al Señor". Todo esto se refiere a un tiempo futuro indefinido. Es, sobre todo, este fragmento una invitación a la alegría profunda por los bienes que Dios ofrece: el cambio profundo que se ha de realizar.
La última parte del libro de Baruc es un canto a la Jerusalén escatológico-mesiánica, representación del ideal pueblo de Dios. Habla en primer lugar a la comunidad judía posexílica, que, aunque vuelta a la patria, vive en destierro espiritual, porque le falta la grandeza soñada, la libertad necesaria, el gozo de vivir y la paz del espíritu. Inspirado por los profetas consoladores como el Segundo Isaías, el anónimo profeta de esta hora la incita a cambiar su porte de perdedora por el de salvada y glorificada y a regocijarse con los hijos que Dios le ha reunido. Tienen que celebrar como en trance de realizarse los bienes ya desde siempre anhelados. La fiesta que celebren sus hijos será la revelación de Dios para el mundo.
Los recuerdos del éxodo y de la marcha hacia la tierra mantienen todo el vigor de su inagotable simbolismo, aunque ahora se trate de movimientos y de caminos que recorre el espíritu. También tiene ese mismo sentido figurado la reunión de los hijos dispersos.
Dios, afirma el profeta, allana el camino que el espíritu debe recorrer para llegar a esa Jerusalén que se llamará y que será "paz en la justicia". A la justicia de la Jerusalén real se le dará paz; a su piedad, gloria. Esa Jerusalén de hijos felices será una teofanía de gloria para todos los pueblos.
La Jerusalén aquí celebrada, en la visión del profeta es ya real. Su vivencia adelantada tiene el valor de un llamamiento a la Jerusalén histórica para que tome la parte que le toca en la provocadora configuración de su destino.

  El Salmo de hoy (Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6), Es un "salmo gradual" o "canto de subida". Hace pues parte de esta colección de cantos de peregrinación que los judíos cantaban subiendo hacia Jerusalén. Las expresiones (la marcha, la travesía, "se va, se va... se vuelve, se vuelve...") Hacen pensar en una inmensa procesión que avanza hacia el Templo, con los brazos cargados de "gavillas" para la fiesta en que se ofrendaban a Dios las cosechas.
Observemos la delicadeza rítmica, "como escalones a subir paso a paso", mediante palabras-gancho que se repiten de una estrofa a otra: "traía...trae..." "estábamos... estábamos..." - "maravillas... maravillas..." - "sembrado... semilla..." "se va... se vuelve..." Cada estrofa está compuesta sobre una medida que se llama "elegía": el primer verso tiene tres acentos y el segundo dos, como si la respiración, bajo una emoción demasiado fuerte, se fuera desvaneciendo. Este ritmo elegíaco es especialmente sensible en la primera estrofa:
" Al ir, iba llorando,  llevando la semilla;  al volver, vuelve cantando,  trayendo sus gavillas. ".
El sentido original de este salmo, el que le dio el salmista judío, fue evidentemente el "regreso de los prisioneros" mediante el edicto de Ciro, en el año 538, después de 47 años de exilio en Babilonia. Este acontecimiento histórico innegable es para él un gran símbolo humano: En toda situación humanamente desesperada, Dios es el único "salvador". Los beneficiarios no salen de su asombro, creen ver un "sueño" su alegría estalla. Y los paganos (los goim) están igualmente maravillados y cantan la acción de gracias.
Para expresar en forma poética la idea de la "vida que renace después de la muerte", el autor usó dos imágenes: el torrente de agua viva que hace florecer el Negueb en primavera... Y las semillas del grano de trigo que mueren bajo tierra para dar nacimiento a la alegría de las cosechas...
Observemos la dimensión escatológica de la oración: la salvación "ya" ha comenzado pero "aún" no ha terminado. Los peregrinos en marcha hacia la Sión-Jerusalén, cantan una cuádruple liberación: la subida de Egipto con ocasión de la conquista de la tierra prometida, la subida de Babilonia al regresar de la cautividad, y la subida actual de los peregrinos hacia Dios, la subida escatológica de todas las naciones, de todos los hombres al fin de los tiempos.

La segunda lectura tomada de la carta a los Filipenses (Flp. 1,4-6.8-11) nos recuerda a un San Pablo encarcelado. La carta a los filipenses, escrita probablemente en el año 56 (en una breve cautividad de Pablo en Efeso), es una carta en la que se vuelca el corazón de Pablo, lleno de afecto para con los filipenses que tanto le han querido y ayudado, incluso enviándole lo que necesitaba en la cárcel. Ellos constituyen su alegría, colaboradores en el apostolado, que han contribuido en "la obra del Evangelio".
Pablo había evangelizado y creado la comunidad de Filipos en su segundo viaje, hacia el año 50. Unos siete años después se encuentra en la prisi6n de Éfeso. San Pablo está en la cárcel. Está encarcelado  sólo por confesar su fe en Cristo y proclamarla con fidelidad. No ha sido una acusación de los romanos que entonces dominaban, sino una calumnia de aquellos judíos que le acusaron de ir contra la ley de Moisés, y de alborotar al pueblo. Mentiras semejantes a las que inventaron cuando dijeron que Jesús iba contra el César, a pesar de que bien claro dejó el Señor que estaba al margen de toda intriga contra el poder constituido.
Los filipenses, al saber que está encarcelado, le envían un donativo que Pablo, en contra de lo que acostumbraba, acepta. Y después les escribe esta carta de agradecimiento y animación cristiana.
La introducción que hoy leemos contiene, con estilo afectuoso, los objetivos y criterios de que antes hablábamos y que serían unos buenos puntos de meditación y revisión pastoral: trabajo para realizar y dar a conocer el Evangelio día tras día; agradecimiento a Dios por "la empresa buena" que Dios lleva a cabo en la comunidad; enriquecimiento en el amor; penetración y sensibilidad para apreciar los valores; dedicación a dar fruto; mirada puesta en "el día de Cristo" como culminación de todo.
La palabra clave de esta lectura, en esta celebración de Adviento, es el "Día de Cristo Jesús" (v.8), o "Día de Cristo" (v.10). El término escatológico es lo que más netamente diferencia la moral cristiana de una ética humana, o, lo que es peor, de un simple conductismo sin sentido último. La esperanza cristiana tiene un término, y este término no es una utopía del creyente, y lo mueve a colaborar él mismo en esta venida (v. 5: "habéis sido colaboradores en la obra del evangelio, desde el primer día hasta hoy"). Otra nota de la moral cristiana es el teocentrismo: es el Padre quien ha empezado en cada uno de nosotros la obra de la salvación, y él mismo es quien la llevará a término (v. 6). Concordia de la iniciativa de Dios y la colaboración del hombre: misterio de gracia y libertad: ¡cuando algunos textos litúrgicos traducen "gracia" por "amistad", no lo han dicho todo, desde luego! Dos notas ambientales, además: la oración (v.9), puesto que Dios ha querido que su don (la gracia, pero sobre todo la persona del Hijo que el Padre da por amor al mundo) fuese libre por su parte pero rogada por la nuestra; y la alegría, que atraviesa de parte a parte la carta a los Filipenses.

El evangelio de San Lucas (Lc 3, 1-6)
San Lucas, que nos habla a modo de preludio de la infancia de Jesús, consciente de la importancia de la vida pública de Jesús, sitúa solemnemente la predicación de Juan en el contexto de la historia universal. De esa manera asume también el mismo criterio de los otros evangelistas para determinar el evangelio en sentido propio. Lucas cuando sitúa el gran viraje de la historia de los hombres en la venida de la palabra de Dios sobre el Bautista; por eso se ha sentido obligado a "datar" cuidadosamente ese momento.
como los otros evangelistas nos transcribe los hechos ocurridos con fidelidad, sin faltar en lo más mínimo a la verdad. La historicidad de los Evangelios es una doctrina que siempre ha sostenido la Iglesia, a pesar de los ataques que a lo largo de los siglos se ha venido haciendo contra los textos sagrados. En el pasaje de este domingo tenemos una prueba suficientemente clara de esa preocupación por narrar los acontecimientos, tal como ocurrieron.
La primera datación que nos da es de carácter profano: "el año 25 de Tiberio César..." El mensaje del Bautista significa el punto de partida de la obra de Jesús, constituye un fenómeno constatable y preciso dentro de los anales de la historia (3,1-2). El evangelio de Jesús no nace como secta secreta ni escondida; surge sobre el campo abierto de los hechos de la tierra.
Related imageUna vez que ha dicho eso, Lucas -con la tradición cristiana anterior- se siente obligado a situar al Bautista dentro de las coordenadas teológicas de Israel, es decir, sobre el campo de esperanza del antiguo testamento. Juan es la realidad de aquella vieja voz que proclamaba: "Preparad en el desierto el camino del Señor..." (Is 40, 3-5). En el texto original del segundo Isaías, esa voz provenía del mismo Dios y aseguraba que el desierto de lejanía que separaba a los israelitas de su tierra se convertiría en un camino de libertad y de esperanza. Para la tradición cristiana esa voz se ha individualizado: es Juan, que en el desierto (3,4) o desde el desierto (3, 2-3) proclama un bautismo de penitencia preparando los caminos de Dios, que son ahora los caminos de Jesús. Como conclusiones podemos señalar: a)para llegar a Jesús hay que pasar por un período de purificación representado por el Bautista. B) Preparar a los hombres para recibir a Jesús, exigiendo una conversión radical y un cambio de conducta, me parece totalmente necesario en nuestro tiempo. Por eso, si no actualizamos la figura del Bautista, será difícil que podamos comprender y recibir al Cristo. c) Este menester de Juan se debe realizar en nuestro tiempo de tal manera que se pueda rehacer el viejo sincronismo de san Lucas.
Con la expresión, "vino la palabra", frecuente en los libros proféticos (cf. Jr 1,2; Zac 1, 1; Miq 1, 1), se quiere destacar la soberanía de la palabra de Dios, su fuerza y su carácter de acontecimiento. Cuando Dios habla, hace historia. Con la venida de la palabra de Dios sobre el bautista, el precursor, se abre al espacio en el que va a culminar la historia de salvación de Dios en Jesucristo.
Pero la historia de la salvación, que es siempre la historia del diálogo de Dios con su pueblo, no acontece sin la conversión de este pueblo. De ahí la llamada que hace Juan a la penitencia. Juan predica una penitencia que es cambio hacia el futuro de Dios, que es salida al encuentro del que viene. Lucas ha visto en el bautista el mensajero anunciado por Malaquías (3,1), pero ha resumido su mensaje con palabras tomadas del 2º. Isaías (4, 3-5).
Dado que el autor escribe su evangelio para los gentiles y el interés que tiene de mostrarles su carácter universalista, a diferencia de Marcos, amplía la cita de Isaías para decirnos que "todos verán la salvación de Dios". Sabido es que Isaías se refiere a la manifestación salvadora de Dios ante todo el mundo y en favor del mundo entero.
Para nuestra vida
El Adviento, estos cuatro domingos que preceden a la Navidad, son también tiempo de contrición y de penitencia, de arrepentimiento y conversión sincera hacia Dios. Y el primer paso de una conversión auténtica es el arrepentimiento, es decir, el reconocimiento humilde y pesaroso de nuestras propias faltas y pecados, reconocimiento que nos ha de llevar al dolor de amor, a la compunción de un corazón contrito y humillado .
Nuestro mundo está lleno de violencia y guerra, miles de inocentes mueren cada día a consecuencia de la intolerancia y el fanatismo. Para que se obtenga la paz, valor tan deseado, es necesario volver al orden natural querido por Dios "que ha destinado los bienes de este mundo para todos". El Papa ha dicho en su visita a África que para acabar con el terrorismo es necesaria la educación para la tolerancia y acabar con la injusticia y la miseria que sufren tantos jóvenes sin futuro. Mientras no seamos capaces de recrear el mundo querido por Dios no será posible la paz. Es necesario que los poderosos se despojen de su orgullo y los opulentos compartan su riqueza para que estalle la paz en el mundo. Es decir, el primer objetivo es la justicia distributiva. Antes que la caridad está la justicia, de lo contrario se trata más bien de caridades. Esto es un deseo para la humanidad, para los otros.
La conversión debe empezar a niveles más sencillos, personales. la oración , la alegría deben impregnar  nuestras vidas en este tiempo de Adviento, de espera. Dice el Cardenal Robert  Sarah : "La oración es la fuente de nuestra alegría y de nuestra serenidad, porque nos une a Dios, nuestra fuerza. Un hombre triste no es discípulo de Cristo. Quien cuenta efusivamente con sus propias puertas se entristece cuando éstas declinan. Por el contrario, el hombre que cree no puede estar triste, porque su alegría propia de únicamente de Dios. Pero la alegría actual depende de la Cruz. Cuando empezamos a olvidarnos de nosotros mismos por amor a Dios, le encontramos a el, al menos oscuramente. Y, si Dios es nuestra alegría, ésta es proporcional a nuestra admiración y a nuestra unión con Él.
Jesús mismo nos invita a una vida llena de generosidad, de entrega, pero también de alegría". (Robert Sarah, Dios o nada, pgs. 245. Madrid 2015)
Nos preocupa la crisis y es razonable. Mucha gente que conocemos ha perdido su trabajo y algunos, incluso, han pasado de la opulencia a la pobreza en poco menos de un par de años.
El Adviento pide cambio, el Adviento provoca la meditación sobre los tiempos pasados y la búsqueda de mejores formas de vivir. Y todo ello rodeado de alegría, no de tristeza, ni de temor. Es urgente y necesario que desde el principio del Adviento nos dejáramos contagiar por la alegría y el sentido del cambio que nos trae este tiempo litúrgico, preparación para la Navidad. Puede parecer muy obvio lo que digo, pero lo cierto es que, en estos tiempos difíciles, podemos estar con el ánimo cerrado por todo lo malo que nos rodea y por lo desconocido que queda por llegar. Seguimos viviendo en un tiempo de crisis económica larga y grave, pero también es cierto que la dificultad en sí nos trae la idea clara de que se aproxima un cambio. La sociedad parece que quiere rectificar los errores que le han llevado a situaciones complicadas, ¿Queremos hacerlo nosotros en nuestra vida?.

En la primera lectura, el profeta Baruc muestra la vuelta de los desterrados a Jerusalén, narra la misericordia de Dios con su pueblo oprimido y, además, la fuerza de Dios ayudará a mejorar los caminos, a preparar la ciudad a inundar de alegría todo el orbe después de unos tiempos malos. Desde luego, la profecía de Baruc nos ayuda a mejorar nuestra percepción del Adviento. Al final del mismo, con los caminos del cuerpo y del alma, mejorados asistiremos gozosos a la llegada del Niño Dios a nuestra vida y a nuestras ciudades.
El profeta invita a Jerusalén a despojarse del duelo y a vestirse como una mujer que se engalana para una fiesta. La ciudad devastada y desposeída de sus hijos, que fueron llevados al cautiverio de Babilonia; la ciudad desconsolada como una viuda, sin hijos y sin esposo que la cuide, puede y debe alegrarse ahora como una novia y como una madre feliz que espera el pronto retorno de sus hijos.
Yahvé, su esposo, le ha preparado como vestido el "manto de su justicia" y como diadema "la gloria perpetua".
Estos dos títulos corresponden a la nueva condición de Jerusalén, que ha sido honrada por Dios con los dones de la justicia y de la gloria. El nombre que Dios da a Jerusalén expresa justamente lo que Dios hace en Jerusalén y por Jerusalén. Anticipando el momento glorioso, el profeta invita a la ciudad a ponerse de pie (Is 51, 17; 52, 2; 60, 1) y a subir al monte, sobreponiéndose a sí misma con la esperanza. Desde allí, desde la altura del monte Sión, podrá otear el horizonte y ver venir ya lo que ahora se anuncia: que vuelven sus hijos, que son traídos en carroza real los mismos que antes fueron llevados por la fuerza al exilio. Pues el Espíritu, esto es, la fuerza de Dios, los ha congregado de todos los rincones de la tierra. Se acabó la diáspora, porque Dios se acuerda de Jerusalén y le han devuelto sus hijos.
La descripción que se hace del retorno, de la repatriación de los exiliados, está tomada en buena parte de Isaías (40, 3-5). Será como en los días del éxodo o salida de Egipto, el mismo Dios conducirá a los que vuelven con alegría por el desierto. La "gloria de Dios" es la manifestación visible de su presencia salvadora. A veces simbolizada por una nube luminosa o "columna de fuego" (Ex 14, 24).
Baruc dirige su palabra a una ciudad, Jerusalén, que sufre la opresión de sus vecinos. Ahora es todavía una realidad humilde y sin brillo, pero está destinada a ser la lumbrera de todas las naciones. El profeta invita a Jerusalén a despojarse del duelo y a vestirse como una mujer que se engalana para una fiesta. La ciudad devastada y desposeída de sus hijos, que fueron llevados al cautiverio de Babilonia; la ciudad desconsolada como una viuda, sin hijos y sin esposo que la cuide, puede y debe alegrarse ahora como una novia y como una madre feliz que espera el pronto retorno de sus hijos. Yavé, su esposo, le ha preparado como vestido el "manto de su justicia" y como diadema "la gloria perpetua". Anticipando el momento glorioso, el profeta invita a la ciudad a ponerse de pie y a subir al monte, sobreponiéndose a sí misma con la esperanza. Se acabó la diáspora, porque Dios se acuerda de Jerusalén y le han devuelto sus hijos. La Jerusalén prometida por Dios no es la que los judíos han empezado a reconstruir después del destierro, sino la Jerusalén del fin de los tiempos. Dios le dará un nuevo nombre: "paz en la justicia". Tres veces se repite en el capítulo 5 de Baruc la palabra "justicia".             Es la justicia de Dios, basada en la misericordia y conducente a la paz. Este es nuestro sueño también para nuestro mundo, sueño que queremos hacer realidad.

El salmo de hoy (Sal 125)nos invita a reconocer la obra del Señor en nosotros y expresar nuestra alegría. "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres" (Sal 125, 3). Hagamos nuestros estos sentimientos de gozo que el salmo nos sugiere. Ahora, durante el Adviento, el motivo de esa alegría profunda y serena ha de ser el recuerdo de que Jesús vino a salvarnos, a colmar con su venida los anhelos de cuantos a lo largo de los siglos le esperaban con ansiedad. Avivemos, por tanto, una vez más la esperanza, tengamos la certeza de que el Señor vendrá a salvarnos también a nosotros.
La nota dominante en este salmo, es la alegría, una alegría que explota en risas y canciones.
«Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares».
La vida es como marea que sube y baja, y yo he visto muchas mareas altas y mareas bajas en ritmo incesante a lo largo de muchos años y cambios y experiencias. Sé que la esterilidad del desierto puede trocarse de la noche a la mañana en fertilidad cuando se desbordan «los torrentes del Negueb». Torrentes secos del sur, a los que una súbita lluvia primaveral llenaba de agua, cubriendo de verde sus riberas en sonrisa espontánea de campos agradecidos. Ese es el poder de la mano de Dios cuando toca una tierra seca... o una vida humana.
Pidamos fe y paciencia para esperar la venida del Señor, con la certeza de que llegará el día y los alegres torrentes volverán a llenarse de agua en la tierra del Negueb.
«Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares». Ahora nos toca trabajar con la esperanza de que un día cambiará la suerte y volveré a sonreír y a cantar. La tarea del sembrador es lenta y trabajosa, pero se hace posible y hasta alegre con la promesa de la cosecha que viene.
¿No es mi vida entera un campo que hay que sembrar con lágrimas?. Vivir es trabajo duro, y sembrar eternidad es labor de héroes. Sueño con que la certeza de la cosecha traiga ya la sonrisa a mi rostro cansado; y pido permiso para tomar prestado un canto de la fiesta del cielo para irlo ensayando con alegría anticipada mientras siembro aquí abajo.
«Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas».
"Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares” (Sal 125, 5). En el salmo hemos oído: “La justicia y la paz se besan”,. Ya quisiéramos nosotros ahora para nuestra sociedad un poco más de verdadera justicia y de verdadera paz. No nos referimos a una justicia meramente legal, porque muchas veces algunas leyes son moralmente injustas, ni nos referimos a cualquier clase de paz, porque hay paz de los cementerios y hay paz impuesta por la fuerza bruta, en algunas dictaduras del mundo. Trabajemos nosotros para que en nuestra sociedad actual exista una verdadera justicia, una justicia moral y legal, y una verdadera paz, fruto de la verdadera concordia de los ciudadanos. Y no olvidemos que sólo de una verdadera justicia puede brotar la “gloria en la piedad “, la alegría como fruto de la justicia misericordiosa, de una piedad verdadera.
Nadie puede ponerse en nuestro lugar para "actualizar" este salmo, para hacerlo carne de nuestra carne, nuestra oración plenamente personal, partiendo de nuestras propias situaciones humanas.
Dios salvador. Dios liberador. ¿Lo creemos de verdad? ¿Creemos que Dios es el Señor de lo imposible? Los que experimentaron la vuelta del Exilio no salían de su asombro, les parecía algo fantástico, increíble.
¿Y yo? Tal situación conyugal o familiar aparentemente sin salida... Tal fracaso que parece definitivo... Tal pecado incrustado en mi vida como algo habitual... Tal duelo que truncó una vida...
Nuestra esperanza cristiana no es la vaga esperanza de que las cosas se arreglarán algún día, es la certeza que Dios "está en acción" para salvar lo que estaba perdido: es el Señor que "vuelve a traer" a los ¡cautivos!
Dios quiere nuestra colaboración. La salvación es un "don gratuito". En este sentido, se puede decir sin error que ella se realiza "sin nosotros", o al menos, que supera totalmente nuestras fuerzas. Pero Dios nos hizo libres: no somos marionetas manipuladas por El a distancia. Este salmo es todo un "programa" de trabajo y responsabilidad: "los que siembran con lágrimas, cosecharán con gritos de alegría..." En este sentido, la salvación no se hace " ¡sin nosotros! " Los llantos no pueden reemplazar el trabajo de la siembra: hay que hacer todo lo que está de nuestra parte para transformar en liberación la situación mortal que es la nuestra. El grano sembrado parece perdido, y en los países de hambre, el sembrador "sacrifica" trigo del cual se priva momentáneamente y que podría comer: hay motivo suficiente para llorar.
Nuestra colaboración en la salvación, nuestra forma de sembrar, es aceptar madurar como el "grano de trigo que se pudre para dar fruto". Debemos vivir las pruebas de la vida como "comuniones" con el misterio de la cruz de Jesús. La imagen de la semilla es elocuente: primero el abatimiento, el entierro... Iuego el peso de las gavillas cargadas de espigas maduras.

San Pablo en la segunda lectura exhorta a los destinatarios de su carta y hoy a nosotros:  "Y por esto os ruego que vuestra caridad crezca más y más en conocimiento y en toda discreción, para que sepáis discernir lo mejor y seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de santidad por Jesucristo para gloria y alabanza de Dios...". Estas palabras  constituyen todo un programa de vida. Palabras que hemos de hacer realidad concreta  cada día, sin desaliento, sin descanso, con esfuerzo, con empeño continuo. Hacer de nuestra existencia ordinaria una maravillosa sinfonía que cante gozosa la gloria de Dios.
San Pablo escribe estando encarcelado. Desde su prisión  escribe gozoso a los cristianos de Filipos comunidad a la que muestra un cariño especial: "Siempre rezo por todos vosotros, lo hago con gran alegría". Y les dice que tiene confianza en que el Señor llevará a buen término la obra que él comenzó con su predicación. Eso es lo que le preocupa, eso lo que intenta. Por eso al saber que los filipenses se mantienen firmes en la fe, su corazón de apóstol rebosa de júbilo tal, que parece olvidarse de las cadenas que le sujetan al cepo en la prisión.
"Testigo me es Dios de cuánto os amo a todos en las entrañas de Cristo Jesús" (Fl 1, 8) Amor profundo y sincero de san Pablo por los cristianos que ha convertido con su predicación. Amor grande y auténtico que brilla ante Dios y ante los hombres. Amor semejante, por no decir idéntico, al de Cristo mismo. De hecho, Pablo dirá que les ama en las entrañas de Cristo. Está tan unido al Señor que su corazón se llena del mismo amor que late en el corazón de Jesús. Ojalá sepamos también nosotros amar de la misma forma, ojalá lleguemos a una unión tal con Dios, que la vida divina sea nuestra vida, sin dejar por eso de ser nosotros mismos.

El Evangelio de Lucas que hoy se nos ha proclamado desea ser notario de la presencia de la salvación de Dios para los de su época y para las generaciones venideras.
Juan Bautista predicaba un bautismo de conversión y que empleaba las palabras del profeta Isaías para identificar su misión. “Una voz grita en el desierto”. A nosotros, esas palabras, nos invitan a un camino de conversión, de cambio. Vemos que algo ha terminado y algo nuevo está por llegar y que hemos de estar preparados, con la mente abierta y el corazón dispuesto.
"En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea..." (Lc 3, 1)
Los evangelistas exponen lo que ocurrió como testigos directos que sabían que era verdad cuanto contaban. Y cuando el que narra los hechos sobre la vida de Jesús no era un testigo presencial, como en el caso de san Lucas, trata de informarse cuidadosamente indagando y preguntando a los que vivieron con el Señor. En efecto, así nos lo dice con toda claridad el evangelista en el prólogo de su evangelio. Y así lo vemos en este pasaje que contemplamos, en el que da una serie de datos concernientes al tiempo preciso en que el Bautista comienza su predicación.
Los personajes que nombra, el emperador Tiberio, el gobernador de Judea Poncio Pilato, los tetrarcas o virreyes Herodes Antipas, Filipo o Felipe y Lisanias o Lisanio, son todos personajes que existieron y que fueron coetáneos a Jesucristo. De este modo, el hecho de la Redención se sitúa con exactitud en el tiempo, haciéndonos entender la veracidad histórica del Evangelio.
También el Bautista es un personaje que, lo mismo que los anteriores, está atestiguado por otros autores ajenos al cristianismo. Así Flavio Josefo nos refiere el ministerio del Precursor y la veneración de que fue objeto por parte del pueblo judío de entonces. Un dato más que nos ha de confirmar y fortalecer en nuestra fe acerca de cuanto nos narran los Evangelios.
Juan Bautista lo tenía muy claro: nacemos pecadores, con tendencia original al pecado. Desde el momento mismo en que nacemos peleamos a muerte por lo nuestro, sin importarnos lo de los demás; los demás sólo son importantes para nosotros en la medida en que pueden ayudarnos a nosotros mismos. Sí, así somos desde que nacemos y así seguiremos siendo, si la educación y la vida no nos enseñan a corregir este egoísmo innato.
¿Pero sabremos abrir las puertas de nuestras murallas personales y comunitarias a la alegría que nos ofrece Dios?
 Como cristianos nuestra tarea es preparar los caminos del Señor: "que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale". ¿Cuál nuestra colina? Quizá sea nuestro orgullo y nuestra autosuficiencia. El gran pecado del hombre actual es prescindir de Dios y creerse él mismo el todopoderoso. Pero podemos también vivir sin valorarnos, con una falsa humildad y abatimiento. Por eso se nos dice que nos levantemos y reconozcamos los dones que Dios nos ha dado para ponerlos a disposición de los hermanos. A veces nos empeñamos en caminar por caminos tortuosos o escabrosos. Dios quiere que eliminemos los baches y las curvas que nos desvían de la senda verdadera. Prepara los caminos al Señor y le abre la puerta quien con humildad reconoce que necesita del Señor y endereza sus pasos torcidos, quien se convierte de su mala conducta, quien abandona el camino del mal y de la mentira para recorrer el sendero del bien que conduce a la Vida. Prepara los caminos al Señor quien se afana seriamente en quitar todo obstáculo del camino, despojándose de todo lo que retarda o impide su llegada a nuestra mas profunda intimidad.
  Necesitamos nacer de nuevo, morir a lo antiguo, ser bautizados con un bautismo de conversión continua. A eso nos anima este tiempo litúrgico del Adviento, a esto animaba a los judíos el hijo de Zacarías, Juan Bautista.      Estamos llamados a  sumergirnos en la misericordia de Dios y enterrar nuestro pecado, para poder levantarnos salvos y con el propósito de vivir en adelante como verdaderos hijos de Dios. Sin reconocimiento de nuestros pecados y propósito de conversión continua no podremos vivir este tiempo de gracia en la misericordia de Dios.

El Adviento es tiempo de conversión, tiempo de preparar los caminos y enderezar las sendas para que se acerque el advenimiento del Reino.
Sólo Dios puede desenmascarar nuestro autoengaño y arrancarnos de nuestra mentira. Esa acción sanadora que Dios realiza en el hombre es el juicio, el juicio de Dios. El primer paso de la conversión es el sentirse juzgado por Dios. Lo que puede haber de decisión personal para cambiar, está movido por la acción previa de la iniciativa de Dios. Cuando se ha recibido el fuego de la acción juzgadora de Dios, entonces se recibe el Espíritu.
El juicio de Dios, que nos lleva a la conversión, es el inicio de nuestra justificación. Ahora bien, Dios no nos justifica moviéndonos a realizar actos meramente externos, rituales, sino a dar buenos frutos; es decir, nos impulsa a la multiplicación de nuestros talentos, a las acciones fecundas de donación y de entrega, a vivir en la justicia. Somos justificados si aceptamos el impulso de Dios a vivir en la justicia.

Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com

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