sábado, 1 de diciembre de 2018

Comentario a las Lecturas del I Domingo de Adviento 2 de diciembre de 2018


Comentario a las Lecturas del I Domingo de Adviento 2 de diciembre de 2018

 Este domingo, empezamos un nuevo  año litúrgico (ciclo C) con el primer domingo de Adviento, el tiempo en el que toda la Iglesia se sitúa expectante, ante la venida del Señor.
Contra pesimistas y profetas de calamidades que quieren paralizarnos, el Adviento se presenta siempre con esta llamada: No todo está hecho y acabado. No es verdad que no se pueda hacer nada ni esperar otra realidad. La plenitud está en el futuro y Alguien ha venido a hacerla posible acompañándonos para poder caminar hacia ella.
Hoy empieza este tiempo litúrgico que nos lleva hasta la Navidad. Hoy de una manera nueva se abre nuestro corazón y nuestro espíritu a la esperanza; se acerca nuestra salvación, se acerca nuestra liberación. Dios nos va a salvar, Dios nos está salvando continuamente.
Image result for advientoEl Adviento es el tiempo de la esperanza. Del Adviento y de la esperanza se ha escrito mucho, incluso puede resultar relativamente fácil hacer filosofía de la esperanza. A veces puede ser también fácil hablar de una esperanza pasiva, casi masoquista, que nos hace cruzar de brazos en espera de tiempos mejores, pero que nos canaliza e incapacita para luchar la esperanza que se vive.
En este ciclo C el evangelista será San Lucas, el evangelista de la Misericordia de Dios. Lucas se siente seducido por Cristo y decide a seguirlo, él no se propone realizar una descripción ni una biografía de Jesús, sólo cuenta a sus discípulos una experiencia de fe: “He descubierto que Cristo es el Señor, y quiero anunciaros que tan solo Él libera".
Ya, en los albores del Renaciendo, Dante Alighieri definía a Lucas como el “evangelista de la ternura de Dios”. Y, ciertamente es así; Lucas como todo evangelista, nos expone la salvación de Jesús y nos invita a seguir sus pasos. Al hablarnos de Él, Lucas, nos lo presenta con el rostro de la ternura y la misericordia de Dios.

La primera lectura tomada del libro de Jeremías (Jr 33,14-16) lo hemos entendido siempre los cristianos como un texto mesiánico, en referencia al advenimiento de Cristo. Este Mesías, nos traerá la verdadera justicia y la verdadera paz, de las que tan necesitado estaba el pueblo judío y de las que tan necesitados estamos nosotros ahora. Porque nuestro mundo, el actual, está lleno de injusticias, violencias y guerras, y no vamos a conseguir nunca vencer la injusticia con más injusticia, ni la violencia con más violencia.
Image result for Lc 21, 25-38.34-36"He aquí que vienen días --dice Yahvé-- en que yo cumpliré la promesa que tengo hecha a la casa de Israel y a la casa de Judá" (Jr 33, 14) Después de los duros castigos con que aflige Dios a su pueblo, siempre sigue una época de perdón y de florecimiento. Jeremías ha predicado la ruina de Israel y de Judá, los dos estados hermanos que vivían separados. La época que se refiere fue terrible por sus incendios y por la sangre vertida en las calles y campos. Dios había castigado con mano dura a los rebeldes. Ello nos recuerda que también ha habido guerras entre nosotros, llenando de cadáveres los campos y las ciudades. Sin embargo, todo se va olvidando. Las heridas se cierran. Pero el peligro no ha pasado. Los hombres seguimos empeñados en no escuchar el mensaje de paz del Evangelio, sin darnos cuenta de que pueden soltarse de nuevo los jinetes del Apocalipsis.
En estos días corren vientos de guerra en nuestras sociedades globalizadas, las palabras bíblicas de hoy nos son validas.
"En aquel tiempo, en aquellos días suscitaré a David un vástago justo que ejecutará el derecho y la justicia" (Jr 33, 15) David, el rey pastor, el rey poeta. De sus ramas brotará un vástago escogido. Se llamará Enmanuel y nacerá de una Madre Virgen. Su dignidad superará a la de todos los reyes de la historia, es más excelsa que la de los mismos ángeles. Será el Mesías, el Redentor, el nuevo Moisés que librará a su pueblo de la esclavitud. Implantará el derecho y hará triunfar a la justicia. Barrerá todos los desafueros, los que han cometido los de arriba y los que puedan haber cometido los de abajo. Cada uno recibirá lo que es justo, lo que realmente ha merecido. Ya no habrá miedo a la mentira, al engaño, al fraude premeditado, al latrocinio simulado.

El interleccional tomado del Salmo 24  (Sal 24, 4bc-5ab. 8-9. 10 y 14)
 R.- A TI SEÑOR, LEVANTO MI ALMA, era para los judíos contemporáneos a Jesús una oración pidiendo que Dios fuera guía para caminar con seguridad por calzadas y senderos. Pedían también recuperar la amistad de Dios, la inocencia perdida por el pecado. Para nosotros es un canto de esperanza.
Dios es presentado como el que indica el camino justo a seguir
" Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad;  enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador" .(v. 4bc-5ab.).
Quienes confiamos en el Señor, seremos guiados por su Palabra para encontrar el camino de salvación. Dios jamás se olvidará de nosotros, pues el amor y la ternura que nos tiene son eternos. Alabemos al Señor y roguémosle que nos descubra sus caminos para que no sólo los conozcamos, sino para que los sigamos.
El Camino es el primer nombre que se le dio al cristianismo (Hch 9,2), y no se veía como una nueva religión, sino como una nueva manera de vivir iluminada por la esperanza.
La lealtad a Dios, la fe, es una sabiduría superior, un modo de vida, un camino de felicidad. Meditar sobre la imagen de la “senda”, sobre el caminar “por la senda de Dios”, nos llevará a la contemplación de la bondad del Señor, a confiar en Él, a llenar de alegría nuestro andar por el mundo, de otra forma con frecuencia penoso.
¿Cuáles son los caminos del Señor? ¿Nos sentimos iluminados por una esperanza que se nos hace presente, o por un temor que incide en nuestra libertad? ¿Nos sentimos acompañados por el Señor en nuestro caminar por la vida? ¿En nuestros problemas? ¿En nuestras alegrías?.
Incluso quien se ha equivocado no es abandonado a sí mismo:
El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores (v. 8).
Abrir ante Él no sólo nuestros oídos, sino nuestro corazón, nos ha de llevar a tener la misma actitud de María: escuchar la Palabra de Dios, meditarla en nuestro corazón y ponerla en práctica.
Sólo entonces la Palabra de Dios será eficaz en nosotros y no seremos discípulos inútiles u olvidadizos. Dios nos quiere llenos de su Espíritu, el cual hará que la Palabra de Dios sea fecunda en nosotros y nos transforme, día a día, para llegar a ser conforme a la imagen del Hijo de Dios.
¿Nos dejamos guiar por el Señor, teniéndole presente en nuestras vidas? ¿Qué entendemos por “bueno y recto” en nuestras vidas? ¿Experimentamos algo de esa transformación que nos llegará con la Palabra del Señor?
"Hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes.
Las sendas del Señor son misericordia y lealtad, para los que guardan su alianza y sus mandatos"
(v. 9-10).
Quien en verdad acepta en su interior la Salvación que Dios nos ha ofrecido en Cristo, debe manifestarse como una persona renovada en el bien. Sólo así tendrá sentido creer en Cristo.
Si nos fiamos de Dios, Él nos llevará siempre por las sendas más convenientes para nuestra vida y las de los nuestros.
¿Sabemos caminar con humildad por nuestra vida? ¿Fiamos a Él la conducción de nuestra vida? ¿Tratamos de vivir en Él? ¿Qué significa esto?
Los caminos del señor son los que nos convienen andar.
Dios demanda de nosotros que andemos sus caminos y si lo hacemos Él nos bendecirá cuando andemos en ellos.
Caminemos en rectitud e integridad, en nuestra forma de conversar, de pensar, de actuar y de compartir. Is. 26:7 El camino del justo es rectitud; tú, que eres recto, pesas el camino del justo.
¿Hacemos nuestro camino por la vida basándonos tan sólo en nuestra propia opinión?.
¿Tenemos presente al Señor en nuestras decisiones? ¿Escuchamos el mensaje del Evangelio que es claro y preciso: «Preparar el camino al que llega para darnos paz, para traer un mensaje de Amor a la humanidad»? ¿Somos conscientes de que es necesario que construyamos esos caminos en nuestro interior.?
Basta con tender hacia el bien, no a lo que nos gusta y es cómodo, para que él siempre esté allí, dispuesto a señalar el camino que hay que recorrer:
El Señor se confía con sus fieles y les da a conocer su alianza (v. 14).
La alianza hace al Señor tan íntimo con sus fieles que llega hasta el punto de no querer ocultarles nada. El mismo va a hacerse hombre y confiar a la humanidad su misterio que no es otro que la salvación del ser humano.
La promesa de Dios a Abraham fue la primera alianza, con alusión a descendencia numerosa y tierra prometida, añadiendo: “Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros”. Abraham acepta, cree y se compromete.
La promesa es la primera gran revelación de Dios en la Biblia. Se convertirá en alianza que será quebrantada por el pueblo. Jesús, el Hijo de Dios, nos mostrará la Alianza final, definitiva que hoy nos guía en su Evangelio.
¿Aceptamos nosotros también la Alianza con el Señor? ¿Somos capaces de “penetrar” ese misterio ya manifestado de la salvación? ¿Nos hacemos merecedores de la confianza del Señor? ¿Sabemos confiar en Él?

En la segunda lectura de la primera carta a los tesalonicenses (1 Ts 3, 12-4,2) San Pablo nos sitúa en la espera de la Segunda Venida del Señor Jesús. Y para eso hemos de ser fortalecidos interiormente por Dios Padre para que nada, ni nadie, nos evite ese encuentro.
San Pablo esperaba esa Segunda Venida con emoción como nosotros esperamos conmemorar la Primera Venida renovada en nuestros corazones por este Adviento."Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos… para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos los santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre".(1 Ts 3, 12). En esta primera carta a los Tesalonicenses, San Pablo habla a los primeros cristianos de la segunda venida del Señor, de la Parusía, que él, en aquel momento, creía cercana. La palabra “parusía” era una palabra que se usaba en el mundo grecorromano para referirse a la venida del Emperador, una venida que llegaba siempre acompañada de una gran ostentación de la fuerza casi divina del Emperador de Roma. Usa aquí San Pablo la palabra Parusía,  para referirse a la segunda venida de Cristo, que llegaría ahora lleno de poder y majestad. Y les dice que para recibir dignamente a Cristo, en esta su segunda venida, lo que deben hacer ellos es tener el corazón lleno de amor mutuo y de amor a todos. Este consejo de san Pablo era válido entonces y sigue siendo válido ahora y siempre: para recibir a Cristo lo mejor es tener el corazón lleno de amor al prójimo más cercano y a todas las personas.
San Pablo no se conforma con medianías. La plenitud que pide el apóstol es la del amor. El amor no debe tener medida, porque nunca se ama con medio corazón. Hay que amar con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas. Hay que amar a los de casa, pero también a los de fuera, incluidos los refugiados. El amor es la vida, que no se puede vivir nunca a medias. ¡Quién pudiera decir de sí mismo que rebosa de amor!.

El evangelio de San Lucas (Lc 21, 25-38.34-36). En este ciclo litúrgico C. que hoy comenzamos el evangelista será San Lucas.
 El Evangelio de Lucas es conocido como el Evangelio de la misericordia. Es él quien escribe sobre la oveja perdida, el dracma perdido, el hijo pródigo, el Buen Samaritano.
El texto de hoy  nos transmite uno de los discursos escatológicos del Señor. Las estrofas del "Dies irae", el canto sobre Día de la ira, vuelven a tronar con sus terribles y cósmicos acentos en estas palabras del Señor. En ese día los hombres se llenarán de angustia ante el anuncio del final apocalíptico del gran teatro del mundo. Todas las explosiones atómicas, habidas y por haber, serán una pálida sombra en comparación con la hecatombe de aquel día. La gente, sigue diciendo el Maestro, enloquecerá ante el estruendo del mar y su oleaje, quedarán sin aliento a causa del miedo.
Son palabras escuetas en las que no hay retórica alguna, ni afán por cargar las tintas. Son expresiones lacónicas que sólo pretenden ponernos en guardia y sobre aviso, para que vivamos vigilantes y siempre preparados por si el Señor llega. Adviento es lo mismo que advenimiento, acción de venir, preludio de una llegada. Es tiempo de espera, son momentos en los que preparar los caminos interiores, para dar paso al Gran Rey. Son, pues, días de conversión y de penitencia, de mortificación, de plegaria, en los que prepararnos para recibir dignamente al Señor.

Para nuestra vida.

Vivimos tiempos difíciles, pero la alegría y esperanza no nos debe faltar porque Jesús, el Hijo de Dios, es más fuerte que todo el mal. Jesús viene y nosotros hemos de prepararnos para estar bien ante esa venida. Bien quiere significar que al esperarle cuidamos lo que más puede agradarle de nosotros y ello es la bondad, el amor, la humildad, la mansedumbre que trae paz, los deseos de concordia. Y en todo ello hay mucha alegría y esperanza.
Vivimos momentos de inquietud. Una inquietud de saber que muchos hermanos nuestros lo están pasando mal y, si nadie les ayuda, lo pasarán peor. La crisis económica ha hecho y está haciendo verdaderos estragos y no podemos olvidarlo. La mejoría macroeconómica es indudable, pero no llega a todos. Tal vez, a solo unos pocos. Hay que pensar en los hermanos refugiados y perseguidos. Todo el adviento debe estar dominado para esta idea de ayudar y de tener conciencia de la enorme dificultad que tienen muchos de nuestros hermanos.
La estrofa del salmo responsorial de hoy "A ti Señor levanto mis manos", señala nuestra disponibilidad esperanzada en este tiempo de Adviento. El deseo del salmo 24 lo encontramos este domingo tanto en el canto de entrada propuesto para el comienzo de la Misa como en el estribillo del salmo responsorial. Esta actitud encuentra también su concreción en el Evangelio. Siguiendo la línea de las últimas semanas, el pasaje inicia dibujando un panorama terrible, en el que se trazan, al igual que hace dos domingos, los cataclismos naturales y la angustia asociados al final de los tiempos. Sin embargo, la idea que prevalece en el fragmento nos presenta un horizonte lleno de esperanza, ante el cual no debemos adoptar una actitud pasiva: «Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». Y más adelante se insiste en la necesidad de estar despiertos en todo tiempo.
Para preparar bien la venida del Señor desde la fe esperanzada, hemos de crear un clima favorable:
* A nivel personal: meditando las lecturas de cada día, potenciando la plegaria y participando activamente en las celebraciones especiales, sobre todo las Eucaristías dominicales, para poder convertirnos, de verdad, a los valores de la justicia, la acogida y la solidaridad y abrirnos a las demás personas, especialmente las más empobrecidas.
* A nivel familiar: mejorando nuestra relación para ser más sensibles a las necesidades de quienes nos rodean y ayudarles en todo. Sólo así nos dispondremos a abrir el corazón al Señor.
* A nivel social: trabajando para que desaparezcan la discriminación y la violencia, se acoja a las personas inmigrantes y refugiadas, se acabe con la corrupción y el comercio de armas y todos los pueblos vivan en paz y justicia. Sólo así se realizará el sueño de otro mundo posible y se hará efectiva la hermandad universal.
Dios nos habla hoy de esperanza, nos recuerda el cumplimiento de las antiguas promesas. De nuevo ha llegado el Adviento, tiempo de espera gozosa, de vigilancia. En el alma brota el anhelo, el deseo vivo de que Jesús llegue hasta nosotros.
Por eso repetimos como los primeros cristianos: ¡Maranatha, ven, Señor Jesús!. Anhelamos que venga el Señor. ¡Ven, Señor Jesús! ¡Maranatha!. La frase aramea se repite en la cristiandad desde los tiempos inmediatamente posteriores a la Ascensión a los cielos de Jesús. No ha cambiado. ¡Ven, Señor Jesús! Le esperamos, aunque siempre estamos con él. Día a día, en la Eucaristía. Hora a hora en la oración. El ambiente de este Primer Domingo de Adviento ya nos anuncia su venida. Pero será, como decía su Segunda Venida, la que esperamos, llena de Majestad y Gloria. Y en la que se condensan todas nuestras esperanzas. La primera, su Nacimiento en Belén, sus consecuencias cotidianas, están junto a nosotros y en nuestras manos.
Ante esta venida el Señor nos exhorta a estar atentos.
 "Tened cuidado y que no se os embote la mente con el vicio, o con la preocupación por el dinero, y se nos eche de repente aquel día". Con estas palabras el Señor pone el dedo en la llaga. Ese es nuestro mal, olvidarnos de lo más importante y decisivo, vivir inmersos en cuatro tonterías. A veces nos ocurre que sólo pensamos en lo más inmediato, en lo que resulta placentero, en nuestro bienestar presente. Sin pensar que no todo termina ahí, sin darnos cuenta de que la meta final nos espera después de la muerte. Caminamos entonces con torpeza, dando tumbos y acercándonos a nuestra perdición.
Este Tiempo supone una sacudida a nuestra comodidad y nuestro estancamiento. Por eso empieza interpelándonos: recibid al que viene en vuestra ayuda: Él es el camino, la verdad y la vida.
El Adviento nos llama a preparar el camino hacia la plenitud y no dejar la marcha; estar alerta y vigilantes para no dormirnos ni estancarnos. Nos sitúa en nuestra condición de caminantes para renacer, cada día, a la vida nueva que nos ha traído su encarnación que  celebramos al final del Adviento.
Cada cual tendrá que revisar en qué se ha estancado y paralizado, y escuchar el mensaje del Adviento: Tienes que caminar y seguir adelante. El Señor viene a visitarte.
Desde  las lecturas y especialmente desde el salmo responsorial que nos invita a caminar puestos los ojos en el Señor y discernir el camino que nos marca podemos fijarnos en las siguientes preguntas.
El salmo  nos ayuda a orar con la misma Palabra divina: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador".
Dios es presentado como el que indica el camino justo a seguir
La lealtad a Dios, la fe, es una sabiduría superior, un modo de vida, un camino de felicidad. Meditar sobre la imagen de la “senda”, sobre el caminar “por la senda de Dios”, nos llevará a la contemplación de la bondad del Señor, a confiar en Él, a llenar de alegría nuestro andar por el mundo, de otra forma con frecuencia penoso.
¿Cuáles son los caminos del Señor? ¿Nos sentimos iluminados por una esperanza que se nos hace presente, o por un temor que incide en nuestra libertad? ¿Nos sentimos acompañados por el Señor en nuestro caminar por la vida? ¿En nuestros problemas? ¿En nuestras alegrías?.
Sólo escuchando la Palabra de Dios, meditánrlola en nuestro corazón y poniéndola en práctica, la Palabra de Dios será eficaz en nosotros y no seremos discípulos inútiles u olvidadizos. Dios nos quiere llenos de su Espíritu, el cual hará que la Palabra de Dios sea fecunda en nosotros y nos transforme, día a día, para llegar a ser conforme a la imagen del Hijo de Dios.
¿Nos dejamos guiar por el Señor, teniéndole presente en nuestras vidas? ¿Qué entendemos por “bueno y recto” en nuestras vidas? ¿Experimentamos algo de esa transformación que nos llegará con la Palabra del Señor?
Si nos fiamos de Dios, Él nos llevará siempre por las sendas más convenientes para nuestra vida y las de los nuestros.
¿Sabemos caminar con humildad por nuestra vida? ¿Fiamos a Él la conducción de nuestra vida? ¿Tratamos de vivir en Él? ¿Qué significa esto?
Los caminos del señor son los que nos convienen andar. Dios espera de nosotros que andemos sus caminos y si lo hacemos Él nos bendecirá cuando andemos en ellos.
¿Tenemos presente al Señor en nuestras decisiones? ¿Escuchamos el mensaje del Evangelio que es claro y preciso: «Preparar el camino al que llega para darnos paz, para traer un mensaje de Amor a la humanidad»? ¿Somos conscientes de que es necesario que construyamos esos caminos en nuestro interior.?
Basta con tender hacia el bien, no a lo que nos gusta y es cómodo, para que él siempre esté allí, dispuesto a señalar el camino que hay que recorrer:
La promesa es la primera gran revelación de Dios en la Biblia. Se convertirá en alianza que será quebrantada por el pueblo. Jesús, el Hijo de Dios, nos mostrará la Alianza final, definitiva que hoy nos guía en su Evangelio.
¿Aceptamos nosotros también la Alianza con el Señor? ¿Somos capaces de “penetrar” ese misterio ya manifestado de la salvación? ¿Nos hacemos merecedores de la confianza del Señor? ¿Sabemos confiar en Él?
Despertemos de los sueños que demasiadas veces  nos mantienen sordos a las llamadas del Señor, sacudamos con energía la modorra que nos embota y entorpece. Dejemos de una vez esa vida ramplona que nos hace insensibles y ciegos para las cosas de Dios, incapaces de avanzar hacia el puerto de la salvación.
El adviento, como tiempo fuerte cargado de muchas connotaciones sobre el Jesús que viene, nos prepara también a ese gran acontecimiento de magna misericordia que fue, es y será el Nacimiento del Hijo de Dios en Belén. ¿Hay mayor misericordia por parte de Dios que nacer en un mundo que le rechaza, en medio de nuestra riqueza que es pobreza y en el corazón de una humanidad apurada por tantas espinas?.
 El Adviento, nos invita, a no olvidar dos rostros: el de Dios que habita en las alturas y el del hombre que gime o llora en el mundo. Pero sin dejar de lado algo esencial en la vida de todo cristiano que, nuestra fuerza para el bien, tiene un secreto escondido: el Señor que viene a nuestro encuentro en cada situación y momento.
El tiempo de Adviento nos sitúa en la espera. Desde el punto de vista cristiano, toda la historia humana es una larga espera. Antes de Cristo se esperaba su venida; después de él se espera su retorno glorioso al final de los tiempos. Precisamente por esto el tiempo de Adviento tiene algo muy importante que decirnos para nuestra vida.
¿Qué diferencia la espera del creyente de cualquier otra espera?.
Como cristianos esperamos a uno que ya ha venido y que camina a nuestro lado. Por esto, después del primer domingo de Adviento, en el que se presenta el retorno final de Cristo, en los domingos sucesivos escucharemos a Juan Bautista que nos habla de su presencia en medio de nosotros: «¡En medio de vosotros -dice- hay uno a quien no conocéis!». Jesús está presente en medio de nosotros no sólo en la Eucaristía, en la palabra, en los pobres, en la Iglesia... sino que, por gracia, vive en nuestros corazones y el creyente lo experimenta.
La del cristiano no es una espera vacía, un dejar pasar el tiempo.
Vivamos  este tiempo de Adviento en actitud orante. Pidamos al Señor que nos ayude, que nos dé fuerzas para vivir con actitud esperanzada y vigilante en este tiempo de espera, en la que estamos metidos.
Roguemos que nos abra los ojos para ver los peligros que dificultan nuestra fe   y esperanza, que cure nuestra sordera y podamos escuchar el grito de alerta que da la alarma y nos avisa para que nos preparemos, con la debida antelación, a la venida del Señor.  

Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com


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