Comentarios a las lecturas del III Domingo de Cuaresma 8 de marzo de 2015
En
este tercer domingo de la cuaresma, dos son los elementos que centran nuestra reflexión: la llamada a
una conversión radical y el señalamiento de Cristo crucificado, modelo
de entrega total a Dios.
En la primera
lectura de hoy del libro del Éxodo (Ex. 20, 1-17) se nos ha proclamado el
decálogo.
Tal como nos relata el texto, Yahvé se presenta como un Dios muy celoso, que no
permite que sus criaturas adoren a otros dioses fuera de él. El amor a la
familia y el amor a nuestro prójimo se derivan necesariamente del amor a Dios,
porque Dios nos ha amado primero. "Yo soy el Señor, tu Dios… no tendrás otros dioses
frente a mí". La redacción del decálogo está hecha de
acuerdo con el lenguaje de la cultura de su tiempo.
Israel
sufría bajo el yugo del Faraón, que hacía trabajar a los hebreos en las grandes
construcciones desde el amanecer hasta el ocaso. Días largos de fatigas y
vejaciones. Un período que marcaría para siempre a los israelitas. El pueblo
gemía y clamaba al Cielo. Entonces Dios escuchó su clamor y extendió su brazo
poderoso, venciendo la terquedad y el poderío de los egipcios.
En
este pasaje bíblico el Señor recuerda a su pueblo el pasado, para que lo tenga
en cuenta al emprender el camino del futuro. La Alianza pactada hacía que
Israel fuera desde entonces total pertenencia de Yahvé que, a su vez, se
constituía en Dios de su pueblo. "porque
yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso: castigo el pecado de los padres en
los hijos, nietos y biznietos cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por
mil generaciones.".
El salmo de hoy nos
invita a centrar nuestra actitud orante (Salmo 18),en la palabra salvadora de
Dios.
La ley del
Señor es perfecta
y es
descanso del alma;
el precepto
del Señor es fiel
e instruye
al ignorante
Los mandatos
del Señor son rectos
y alegran el
corazón;
la norma del
Señor es límpida
y da luz a
los ojos.
La voluntad
del Señor es pura
y
eternamente estable;
los
mandamientos del Señor son verdaderos
y
enteramente justos.
La segunda lectura de
San Pablo a los corintios ( 1ª Co, 1, 22-25), explica
con gran lucidez la realidad del cristiano en los años en que él vivió y que,
desde luego, son perfectamente válidos para nosotros.
Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo
para los judíos, necedad para los griegos. Ni los judíos, ni
los griegos podían entender y aceptar el lenguaje de san Pablo cuando hablaba
de Jesús de Nazaret como auténtico Mesías. Porque para los judíos el Mesías
sería un Mesías triunfador y poderoso con el poder de Dios; por eso, hablar de
un Dios crucificado era un auténtico escándalo para los judíos. Los griegos no
creían en ningún Mesías salvador y redentor del ser humano, por lo que hablar
de esto les parecía sencillamente una necedad. El fideísmo de san Pablo se
oponía radicalmente al racionalismo de los griegos. Hoy vivimos en una
situación parecida a la que vivió san Pablo: lo que se opone a una razón lógica
y científica les parece a muchos, simple necedad. Por eso, el cristianismo y
cualquier otro dogma religioso son recibidos en nuestra sociedad con indiferencia
o con desprecio; sólo vale lo que la razón científica prueba y comprueba. Los
cristianos seguimos afirmando, con Pascal, que el corazón tiene sus razones que
la razón no entiende. Predicar la verdad de Cristo crucificado es para nosotros
una verdad del corazón.
Hoy el evangelio deja
el ciclo Marcos y es de San Juan (Jn, 2, 13- 25), en el relato se nos
narra que estando cercana la Pascua, Jesús sube a
Jerusalén. Era una de las fiestas de peregrinación, junto con la de Pentecostés
y la de los Tabernáculos. Días en los que se enfervorizaba el pueblo y al
compás de un paso regular, a través de largas andaduras, se avanzaba hacia
Dios, recordando que la vida entera es para cada uno un éxodo continuo en el
que, por los caminos de la tierra, nos dirigimos al cielo.
Cuando
Jesús llegó a la explanada del Templo, la preparación de la fiesta se
encontraba en plena efervescencia. Los cambistas de moneda atendían a los
peregrinos que llegaban de la Diáspora con moneda extranjera y debían cambiar
para tener moneda nacional, los vendedores de los animales para el sacrificio
hacían su negocio entre la algarabía propia de un mercado. El Señor se llenó de
indignación ante aquel cuadro deplorable, indigno de la casa de Dios. Es una de
las pocas escenas de un Jesús enfadado.
Frente
a los comportamientos de quienes han hecho de la creencia en Dios un negocio,
Jesús presenta su plan de actuación, con un anunció misterioso para quienes le
escuchan.
Destruid este templo y en tres días lo levantaré… Cuando Juan
escribe su evangelio, lo hace bajo la luz de la experiencia pascual. Y desde su
punto de vista, el punto de vista de la fe en la resurrección
de Jesús, interpreta las palabras de Jesús refiriéndolas a su cuerpo muerto y
resucitado a los tres días. Si Jesús es el verdadero templo, se comprende
entonces su oposición a cualquier otro templo, que pretenda situarse como algo
sagrado por encima del hombre. Sí, Jesús es el templo, el ámbito del encuentro
de los hombres con Dios, culto a Dios en espíritu y en verdad, pues donde hay
dos reunidos en nombre de Jesús, allí está él en medio de ellos. Si Jesús es el
templo, los que se incorporan a Jesús por la fe forman con él un mismo templo.
La iglesia material no es ya para los cristianos la "casa de Dios" sino
la casa del pueblo de Dios. Así lo explica San Agustín en su comentario a este
evangelio:
“A nivel de figura, el Señor
arrojó del templo a los que en el templo buscaban su propio interés, es decir,
los que iban al templo a comprar y vender. Ahora bien, si aquel templo era una
figura, es evidente que también en el Cuerpo de Cristo —que es el verdadero
templo del que el otro era una imagen— existe una mezcolanza de compradores y
vendedores, esto es, gente que busca su interés, no el de Jesucristo. Y puesto
que los hombres son vapuleados por sus propios pecados, el Señor hizo un azote
de cordeles y arrojó del templo a todos los que buscaban sus intereses, no los
de Jesucristo”. (San Agustín)
De la primera
lectura debemos darnos cuenta de que nos recuerda que la liberación realizada
al Pueblo, también ha ocurrido en nosotros. Dios nos ha sacado de la
esclavitud del pecado, se ha compadecido de nuestra dependencia del pecado y nos ha
dado su ley de amor. Sin él estaríamos sometido al yugo insoportable de la
tentación, bajo la esclavitud del pecado y la muerte. Por eso sus palabras
vuelven a resonar para nosotros aqui y ahora: "No tendrás otros dios frente a
mí...". El Señor no admite particiones, no tolera las medias tintas. O
se está con él, o contra él.
Nos
valen como orientación los contenidos del Decálogo En él hay unos preceptos que
se refieren a Dios y otros que se refieren a los hombres. Así, después de
recordar que hay que amar de todo corazón al Señor, que hay que respetar su
santo nombre y santificar las fiestas. El resto de mandamientos tienen una
proyección hacia los demás, destaca la referencia de la obligación que tenemos
hacia nuestros padres. Y para que comprendamos la importancia de este
mandamiento, nos promete que, si lo cumplimos, tendremos una larga vida sobre
la tierra.
Muy
oportunas son las reflexiones de San Pablo, predicar Cristo
crucificado, su seguimiento, era necedad para los griegos. ¿Cómo un ajusticiado
podía ser venerado? Y era escándalo para los judíos. Porque Jesús fue condenado
por lo más alto de la sociedad teocrática judía. Era escandaloso darle le
culto, tenerle como Dios. Pero ahí está que para nosotros es fuerza de Dios y
sabiduría de Dios. El sacrificio salvador de Jesús era difícil de entender. Hoy
mismo lo es. Y hay mucha gente que se sigue preguntando si fue necesario que
muriera Jesús en la Cruz y si la redención no pudo acometerse de otra manera.
Pero Jesús llevó acabo un esfuerzo total de entrega
voluntaria. Pero, además, mirémoslo desde las definiciones doctrinales de
Jesús, sin llegar, todavía, al sacrificio.
La vida cristiana, también aparece como
algo extraño, ¿no es necedad o locura poner la otra mejilla cuando se ha
recibido un bofetón? ¿No lo es, asimismo, amar a los enemigos y rezar por
ellos? ¿Y, también, hacerse pobre para poder seguirle? Pocos de los que nos llamamos
cristianos, lo venderemos todo para ir detrás del Señor y pocos, muy pocos,
perdonamos y rezamos por el enemigo que nos ha maltratado. Si somos coherentes
con el mensaje de Jesús seremos tildados, sin duda, de locos o, al menos, de
raros… El seguimiento de Jesús propone medidas muy radicales, muy difíciles de
aceptar. Y, tal vez, se llega a ellas tras mucho tiempo y mucho empeño de
querer serles fieles. Aunque, como bien dice Pablo, necesitamos de la gracia y
de la sabiduría de Dios para disipar nuestro estupor ante lo que Cristo nos
manda. este tiempo de Cuaresma, tiempo de conversión, es un tiempo de gracia
para ver, desde la intimidad de nuestro corazón, como es nuestra vida, cuales
son los verdaderos motivos y valores que mueven nuestra vida.
Del
evangelio de hoy nos quedan unas profundas reflexiones
acerca de lo que debemos evitar como peligro de negocio y lo que debemos
entender por templo.
Todos podemos caer en la tentación de
buscar intereses materiales a costa de la Iglesia o de quienes la representan,
todos podemos convertir nuestras relaciones con Dios en trato de carácter
mercantil. Ante la Iglesia, es decir ante Jesucristo, la única actitud válida
es la de servicio desinteresado y generoso.
Respecto a la reflexión acerca del templo, El
único templo en torno al cual se reunían los cristianos, en tiempos del
evangelista Juan, era el cuerpo de Cristo. Después de Constantino los
cristianos volvieron a reunirse en templos de piedra para celebrar la vida,
muerte y resurrección del Maestro y Redentor. Pero sin olvidar que lo más
importante nunca fue el templo físico donde comulgaban, sino el cuerpo vivo de
Cristo con el que comulgaban. Pues bien, nosotros los cristianos, cuando nos
reunimos para celebrar nuestras eucaristías, no debemos olvidar que el único
que nos congrega es Jesús, que nos reunimos en torno a su cuerpo. Jesús fue el
verdadero cuerpo de Dios y los cristianos, por nuestra comunión con Cristo,
somos verdaderos cuerpos de Dios. Esa es nuestra mayor responsabilidad como
cristianos: vivir conscientes de que somos cuerpos de Cristo, templos de Dios,
y saber ver a las personas como templos de Dios, con todo el respeto y amor que
esto conlleva. .
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