En este domingo dos ideas son hilo conductor de las lecturas: la hospitalidad y a la atención a Dios.
La hospitalidad de Abraham, que corre a
atender a sus huéspedes, contrasta con la hospitalidad en la casa de Marta y
María.
Atender a Dios, no es desvivirse por
Él, sino escuchar su Palabra y ponerla en práctica.
No quiere decir que la acción no sea
importante, sino que ésta debe ser sustentada por la escucha de la Palabra.
El envío misionero se produce tras
alimentarnos de la Palabra y el Pan.
Es Cristo, quien nos ofrece su
Iglesia como lugar de encuentro.
Es Él quien nos invita a su tienda, en el Salmo tenemos las actitudes para acercarnos y estar en intimidad con Ël.
En la primera lectura del libro del Génesis (Gen
18,1-10a) , se nos presenta a Abrahán, llamado "el amigo de
Dios" ( Is 41,8; 2 Cr 20,7). La escena que recoge la lectura es
una visita de Dios a su amigo. El texto narra con sencillez y calor humano la
acogida que Abrahán, el más ilustre de todos los nómadas, dispensa al mismo
Dios. Abrahán despliega en su honor todas las delicadezas de la hospitalidad
proverbial en los hombres del desierto.
Abrahán se dirige a los tres hombres diciendo: "Señor, si he
alcanzado tu favor...", y continúa seguidamente: "Haré que
traigan agua para que os lavéis los pies..." Según la mentalidad del
autor, Yahvé se manifiesta y se hace presente en sus ángeles (Ex 3,2-6).
Los ángeles no se identifican con Yahvé, pero tampoco son meros
representantes que hablen en su nombre en ausencia de Yahvé.
Porque son como el signo visible de su presencia invisible, como los
querubines del arca de la alianza que señalan el lugar de la manifestación del
Señor. Es el mismo Yahvé quien habla y actúa por medio de sus enviados.
En el texto se narra con sencillez la
acogida que Abrahán, dispensa al mismo Dios. “Alzó la vista y
vio tres hombres en pie, frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro..."
(Gn 18, 2). Abrahán está sentado a la puerta de su tienda. Hace
calor dentro y la brisa fresca de la tarde invita a sentarse al aire libre. La
añosa encina de Mambré aumenta, con el rumor de sus hojas, la
sensación de bienestar, el aire sereno que llena de calma y de paz el espíritu
del viejo patriarca. Por el sendero pasan tres caminantes. Abrahán se levanta y
sale a su encuentro: Venid, traeré agua para vuestros pies, pan para vuestra
hambre, sombra de mi encina para vuestro sol ardiente, brisa de atardecer para
vuestro calor del mediodía... Hospitalidad patriarcal, acogida amable para el
que va de camino,
Abrahán despliega en su honor todas las
delicadezas de la hospitalidad proverbial en los hombres del desierto.
La narración alcanza su punto culminante
en la promesa. Abrahán y Sara eran dos ancianos, pero Abrahán había esperado
contra toda esperanza. El nacimiento de Isaac vendría a demostrar que la
esperanza de Abrahán en su amigo fiel no iba a ser defraudada.
Hoy el responsorial
son 5 versículos del salmo14 : (Sal 14,2-5) también nos habla de la
hospitalidad, del hospedaje. "Señor,
¿quién puede hospedarse en tu tienda?"
El salmo 14 servía a los israelitas que se
disponían a subir en peregrinación a Jerusalén para examinarse sobre si eran o
no dignos de acercarse al templo del Señor; ante la pregunta de los
peregrinos: ¿Quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte
santo?, los sacerdotes respondían recordando las condiciones
requeridas para ofrecer a Dios un culto que le sea agradable. En el nuevo
Testamento Jesús promulga para sus seguidores una doctrina muy parecida a la de
este salmo: «Si, cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí
mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el
altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,23-24).
Los estudiosos de la Biblia clasifican con
frecuencia el salmo 14, objeto de nuestra reflexión de hoy, como parte de una
"liturgia de ingreso". Por una parte, se plantea la pregunta:
"Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte
santo?" (Sal 14, 1). Por otra, se enumeran las cualidades requeridas para
cruzar el umbral que lleva a la "tienda", es decir, al templo situado
en el "monte santo" de Sión. Las cualidades enumeradas son once y
constituyen una síntesis ideal de los compromisos morales fundamentales
recogidos en la ley bíblica (cf. vv. 2-5).
El salmo 14 exige la purificación de la
conciencia, para que sus opciones se inspiren en el amor a la justicia y al
prójimo. Por ello, en estos versículos se siente vibrar el espíritu de los
profetas, que con frecuencia invitan a conjugar fe y vida, oración y compromiso
existencial, adoración y justicia social.
El salmista concluye señalando que quien
actúa del modo que indica "nunca
fallará" (Sal 14, 5). San Hilario de Poitiers, Padre y Doctor de la
Iglesia del siglo IV, en su Tractatus superPsalmos, comenta así esta
afirmación final del salmo, relacionándola con la imagen inicial de la tienda
del templo de Sión. " «Quien obra de acuerdo con estos preceptos, se
hospeda en la tienda, habita en el monte. Por tanto, es preciso guardar los
preceptos y cumplir los mandamientos. Debemos grabar este salmo en lo más
íntimo de nuestro ser, escribirlo en el corazón, anotarlo en la memoria.
Debemos confrontarnos de día y de noche con el tesoro de su rica brevedad. Y
así, adquirida esta riqueza en el camino hacia la eternidad y habitando en la
Iglesia, podremos finalmente descansar en la gloria del cuerpo de Cristo» (San
Hilario de Poitiers, Tractatus superPsalmos PL 9, 308).
La segunda lectura
es como el domingo anterior de la carta a los colosenses: (Col 1,24-28). San Pablo nos
introduce aquí en una terminología a la que no estamos muy habituados. Para
nosotros, misterio es lo oculto, lo que no podemos ni ver ni comprender. De
hecho, cuando nos referimos a cosas religiosas, tendemos a incluirlas entre lo
que llamamos "misterios". Así, cuando oímos hablar de los
"misterios de Cristo", tendemos a entender estas palabras
aplicándolas a algunos aspectos de Cristo que no podemos comprender fácilmente,
como por ejemplo el de la presencia real eucarística. Pero en San Pablo y en su
lenguaje teológico, misterio es el plan de Dios, oculto desde antiguo y que
ahora nos ha sido revelado para que en el futuro podamos participar en él. En
última instancia el misterio es Cristo mismo, presente entre nosotros y
esperanza de la gloria.
Cuando San Pablo escribe
esta carta está en prisión. Pero sus sufrimientos no le quitan la alegría
porque los soporta por la Iglesia. No se trata de una actitud moral, sino que
la sobrepasa. No hay duda de que los sufrimientos de Cristo son eficaces y, en
sí mismos, nada necesitan para ser completados. Pero el Cuerpo de Cristo está
inacabado, está en continua construcción; en lo que San Pablo participa con sus
sufrimientos es en los sufrimientos de Cristo en cuanto esparcidos por su
Cuerpo que es la Iglesia. La Iglesia se dedica por completo a realizar más y más
plenamente el plan de Dios. San Pablo, como ministro elegido por Dios, está
vinculado íntimamente a este trabajo de construcción que completa lo que falta
a la pasión de Cristo, es decir, la construcción de su Iglesia. Su ministerio
en relación con esa construcción es doble: ministerio del sufrimiento y
ministerio del anuncio del Evangelio.
El evangelio continua siendo de San Lucas:
(Lc 10,38-42 ) Continuamos con el viaje de Jesús
emprendido en 9,51, viaje que está sembrado de encuentros singulares, entre
ellos el de un doctor de la ley (10,25-37), (lo recordábamos el pasado domingo)
que precede al encuentro con Marta y María (vv. 38-42). Ante todo, pues, el
doctor de la Ley hace una pregunta a Jesús, lo cual propicia al lector ocasión
para descubrir cómo se consigue la vida eterna, que es la intimidad con el Padre.
En Jesús, el Padre se ha acercado a los hombres mostrando de manera evidente su
paternidad. La expresión que Jesús dirige al doctor de la Ley y al lector, al
final del encuentro, es crucial: “Vete y
haz tú lo mismo” (v.37). Hacerse próximo, acercarse a los otros como ha
hecho Jesús, nos hace instrumentos para mostrar de manera viva el amor
misericordioso del Padre.
Después de este encuentro con un experto
de la Ley mientras iba de camino, Jesús entra en un poblado y es acogido por
sus amigos Marta y María. Jesús no es sólo el primer enviado del Padre, sino
también el que, por ser Él la Palabra única del Padre, reúne a los hombres, en
nuestro caso los miembros de la familia de Betania.
Aquí, el relato de San Lucas es al mismo
tiempo un hecho real y algo ideal. Empieza con la acogida por parte de Marta
(v.38).
Marta simboliza aquel trabajo repetido y
agobiante que nos hace esclavos de la tierra y no permite que tengamos tiempo
de escuchar el gran misterio de Dios que nos rodea. María, en cambio, es la que
atiende a la palabra. Ciertamente deberá actuar, pero su obra no será un hacer
desnudo, sino un poner en cumplimiento aquello que ha escuchado. Ordinariamente
se oponen entre sí Marta y María como la acción y la contemplación. Esta
perspectiva no es exacta. Marta representa únicamente aquella acción que no se
basa en la palabra de Jesús (no se mantiene abierta al reino). María simboliza
un escuchar la palabra que se tiene que traducir necesariamente en amor, es
decir, en servicio hacia el prójimo.
Después presenta a María en la
actitud propia del discípulo, sentada a los pies de Jesús y atenta a escuchar
su Palabra.
María es la que atiende a Jesús. Frente al
judío que escucha la voz que Dios le ha transmitido por la ley se sitúa la
figura del cristiano, que descubre la palabra de Dios en Jesucristo. Por eso la
actitud de María no es la de un místico que sube hacia Dios, sino la de un
creyente que está atento a la palabra concreta que Dios le ha dirigido.
Esta actitud de María resulta
extraordinaria, porque en el judaísmo del tiempo de Jesús no estaba permitido a
una mujer asistir a la escuela de un maestro.
Hasta aquí vemos un cuadro armonioso: la
acogida de Marta y la escucha de María. Pero la acogida de Marta se convertirá
en breve en un súper activismo: la mujer está “tensa”, dividida por las
múltiples ocupaciones; está tan ocupada que no consigue abastecer las múltiples
ocupaciones domésticas. La gran cantidad de actividades, comprensible por
tratarse de un huésped singular, sin embargo resulta desproporcionada, hasta el
punto de impedirle vivir lo esencial justo en el momento en que Jesús se
presenta en su casa. Su preocupación es legítima, pero pronto se convierte en
ansia, un estado de ánimo no conveniente para acoger a un amigo.
Es verdad que hay muchos servicios que
llevar a cabo, como la acogida y atención a las necesidades de los demás, es
aún más cierto que lo que es insustituible es la escucha de la Palabra.
Jesús quiere decir a Marta que no se
moleste demasiado, que cualquier cosa es suficiente para comer, que ha ido a
verles y a hablar con sus amigos del reinado de Dios, y esto es lo que importa
de verdad.
Para nuestra vida.
Hoy las lecturas nos recuerdan una de las realidades
humanas, propias y distintivas del creyente : la hospitalidad.
Moisés ejercita la hospitalidad con Dios.
Marta y María aceptan a Jesús como huésped, aunque
cada una tenga su propia idea de cómo debe ser recibido y cuidado.
Nosotros hemos de recibir a Dios, a Jesús, en nuestras
vidas y considerarle siempre cercano. Y no olvidemos una de las frases más
bellas de la cultura cristiana y que nos sirve de ejemplo: considerar al
Espíritu Santo como dulce huésped del alma. Seamos siempre hospitalarios con
Dios. Él lo espera. Nosotros lo necesitamos.
La primera lectura nos plantea la realidad de la
hospitalidad, en los pueblos nómadas.
Para los pueblos nómadas la hospitalidad era una ley
sagrada. Una persona que caminaba horas y horas por el desierto, árido y seco,
lo que necesitaba al llegar a la tienda de una familia hospitalaria era agua
para lavarse y leche y comida para reponer fuerzas. El patriarca Abrahán, el
amigo de Dios y nuestro padre en la fe, era una persona hospitalaria, que amaba
a su prójimo y le ayudaba siempre que podía. Nosotros debemos intentar imitar
al patriarca Abrahán, siendo personas hospitalarias, en el tiempo real y en las
circunstancias reales en las que nosotros y nuestro prójimo vive hoy.
¿Cómo hacerlo? No hay una respuesta única, que valga
para todos los casos. Pero yo creo que una palabra clave, que no debemos
olvidar nunca, es la palabra “acoger”. “Acoger”, hoy, es, sobre todo, escuchar
y ayudar al prójimo que se acerca a nosotros pidiendo ayuda. Escucharle siempre
y ayudarle también, cada uno como mejor sepa y pueda, discerniendo, con caridad
cristiana, lo que de verdad podemos y no podemos hacer. Hoy, desgraciadamente,
es mucho más difícil que en tiempos del patriarca Abrahán saber cómo y de qué
manera debemos practicar la preciosa virtud de la hospitalidad. Porque nuestro
mundo es mucho más complicado y abunda desgraciadamente la trampa y el engaño.
Que cada uno discierna con sinceridad y realismo lo
que puede y lo que no puede, ni debe, hacer.
Hoy también pasan, delante de nosotros, muchos
que vienen de lejos, el aire cansado y el corazón triste y solo.
Que sepamos abrir la puerta, practicar la
hospitalidad, la acogida cordial de los antiguos patriarcas.
"Añadió uno: Cuando vuelva a verte, dentro del
tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo...” (Gn 18, 10) A
veces se repite el hecho, que hoy se nos narra. Después de haber
ejercido la hospitalidad con una persona desconocida y necesitada, resultó que
se trataba del rey, o del mismo Dios.
A cambio de esta generosidad, de ese sacrificio de
compartir el pan y el techo, se recibe un don infinitamente mayor, algo que se
anhela, algo que llena de ilusión y de alegría el corazón. En el caso de
Abrahán, éste recibe la promesa de que Sara, su vieja y amada esposa, tendrá un
hijo. Su esterilidad y su vejez no serán obstáculos para que les nazca un niño,
ese hijo nacido de la libre que tanto habían añorado.
No siempre se da el milagro de que caiga la tosca
apariencia tras la que, sin duda, se esconde el Señor. Y ocurre así porque
recibir al Señor no es eso lo más importante. Lo que realmente tiene valor es
que uno sea capaz de abrir el corazón, de hacer sitio en su casa a quien lo
necesita.
No olvidemos que el verdadero milagro, lo que Dios
valora y premia con su bendición, a quien, por amor a Dios, abre la puerta de
casa a quien está muy lejos de la suya.
El responsorial de hoy enumera los once compromisos,
para tener una vida sanada espiritualmente. el contenido del
salmo puede constituir la base de un examen de conciencia
personal cuando nos preparemos para confesar nuestras culpas a fin de ser
admitidos a la comunión con el Señor en la celebración litúrgica.
Los tres primeros compromisos son de índole
general y expresan una opción ética: seguir el camino de la integridad moral,
de la práctica de la justicia y, por último, de la sinceridad perfecta al hablar
(cf. Sal 14, 2).
Siguen tres deberes que podríamos definir de
relación con el prójimo: eliminar la calumnia de nuestra lengua, evitar toda
acción que pueda causar daño a nuestro hermano, no difamar a los que viven a
nuestro lado cada día (cf. v. 3).
Viene luego la exigencia de una clara toma de
posición en el ámbito social: considerar despreciable al impío y honrar a los
que temen al Señor.
Por último, se enumeran los últimos tres
preceptos para examinar la conciencia: ser fieles a la palabra dada, al juramento,
incluso en el caso de que se sigan consecuencias negativas para nosotros; no
prestar dinero con usura, delito que también en nuestros días es una infame
realidad, capaz de estrangular la vida de muchas personas; y, por último,
evitar cualquier tipo de corrupción en la vida pública, otro compromiso que es
preciso practicar con rigor también en nuestro tiempo (cf. v. 5).
A veces nos resulta difícil llegar a lo que el Señor
espera, por eso no está de más la oración, al estilo de la siguiente: "
Señor Dios nuestro, que proclamas bienaventurado a quien toma parte en la mesa
de tu Reino; te damos gracias porque hoy nos has permitido, una vez más,
hospedarnos en tu tienda y habitar en tu monte santo; porque nos has hecho
ciudadanos de los santos y familiares tuyos. Concédenos que nuestras obras sean
un claro testimonio de nuestra ciudadanía. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén" .
La segunda lectura nos plantea una realidad propia de
la naturaleza humana y explicitada desde vida cristiana: Sufrir por
los demás, para salvar a los demás, como hizo Cristo.
San Pablo aporta aquí una reflexión
bastante original sobre el tema del sufrimiento. El apóstol no revela este
misterio por su predicación, sino además por la prueba inseparable de su
ministerio. Hay otra idea igualmente propia del pasaje de los colosenses: la de
la riqueza (v. 27) y sin duda no es la casualidad la que ha reunido en este
pasaje, en una especie de antítesis, el sufrimiento y la riqueza, la pobreza y
la gloria.
San Pablo ha recibido la
misión de anunciar el misterio de Cristo. Misterio expuesto sintéticamente al
comienzo del mismo capítulo en himno cristológico. Misterio revelado en los
últimos tiempos.
Pero es conveniente
entender bien esta revelación. No se trata de un mero y puro conocimiento, como
si el simple saber fuera lo principal. Una especie de satisfacción de
curiosidades. No. El misterio de Cristo se ha revelado para que nosotros
tengamos esperanza, para que vivamos de otra manera, con un sentido, distinto y
una conducta diferente de lo que sería si esta revelación no hubiese tenido
lugar.
Por eso se mezclan temas de conocimiento con los de mayor sentido,
exhortación a prácticas concretas (v.28). Porque el cristianismo no consiste
principalmente en una doctrina, sino en una vida. Ciertamente se ha dado, y se
da, gran importancia a lo cognoscitivo, intelectual, etc. Pero ello es un medio
para otra cosa mucho más global y que abarca todas las dimensiones del ser
humano.
Fijémonos que no se trata de sufrir por
sufrir, sino de sufrir para colaborar con Cristo en la salvación del mundo. El
mundo, las personas que vivimos en este mundo, no es el mundo que Dios quiere;
Dios quiere un mundo mejor.
Cada vez que, en el Padre Nuestro, pedimos a Dios que
venga a nosotros su reino, lo que le pedimos es que nuestro mundo sea un mundo
en el que de verdad pueda reinar Dios. Esto es algo muy difícil de alcanzar,
pero los cristianos debemos trabajar cada día para alcanzarlo, o, al menos,
para acercarnos un poco más al ideal.
El misterio, oculto desde antiguo y revelado ahora en la persona de
Jesucristo, trabaja actualmente al mundo y lo conduce a su perfección. Es el
objetivo de todo apostolado: llevar al hombre a su perfección en Cristo, es
decir, llevarle a un equilibrio que le permita llevar, en Cristo, el
sufrimiento en favor del crecimiento de la Iglesia.
Trabajemos, pues, de palabra y de obra, para que el
reino de Dios se acerque un poco más cada día a nuestro mundo, al mundo en el
que nosotros, en cada caso concreto, vivimos.
Así comenta San Agustín esta lectura: " Col 1,24-28: "Faltan aún
los padecimientos correspondientes al cuerpo"
" Llamad, pues, con el afecto a estas puertas. Clame también Cristo
con vosotros: «Abridme las puertas de la justicia» (Sal 117,19). Él nos
precedió en cuanto cabeza; se sigue a sí mismo en cuanto cuerpo. Ved lo que
dijo el Apóstol: que Cristo padecía en él. Éstas son sus palabras: Para
completar lo que falta a los padecimientos de Cristo en mi carne
(Col 1,24). Para completar ¿qué? Lo que falta. ¿A qué?
A los padecimientos de Cristo. ¿Y dónde faltan? En mi
carne. ¿Acaso falta algún padecimiento en el hombre que asumió la Palabra
de Dios y que nació de María Virgen? Padeció lo que debía padecer por propia
voluntad, no por necesidad proveniente del pecado. Y parece que lo padeció
todo. Colgado en la cruz, tras recibir el vinagre, el último padecimiento,
dijo: Está cumplido, e inclinada la cabeza entregó su espíritu (Jn
19,30). ¿Qué significa se ha cumplido? Ya no falta nada en cuanto al
número de los padecimientos; se ha cumplido todo lo que estaba predicho de mí.
Como si estuviera esperando que se cumpliera. ¿Quién hay que parta de aquí como
él salió del cuerpo? Antes había dicho: Tengo poder para entregar mi alma
y poder para recuperarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo mismo la
entrego y de nuevo la tomo (Jn 10,.17-18). La entregó y la recuperó cuando
quiso; nadie se la quitó, nadie le hizo fuerza.
Se habían cumplido, pues, todos los padecimientos, pero
en la Cabeza; faltaban aún los correspondientes al cuerpo. Vosotros
sois el cuerpo y los miembros de Cristo (1 Cor 12,27). Como estaba
entre esos miembros, por eso dijo el Apóstol: Para completar lo que falta
a los padecimientos de Cristo en mi carne. Iremos, pues, allí a donde nos
precedió Cristo. Incluso Cristo se dirige hacia el lugar adonde nos precedió.
Fue delante Cristo en cuanto cabeza, va detrás Cristo en cuanto cuerpo. Todavía
se fatiga aquí Cristo; aún sufría aquí la persecución de Pablo, cuando éste
oyó: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (Hch 9,4). Habla de
igual manera que la lengua cuando dice: «Me has pisado», aunque el pisado haya
sido el pie. Nadie ha tocado a la lengua, pero se deja sentir no porque se le
haya herido a ella, sino por compasión. Todavía siente necesidad Cristo aquí,
todavía peregrina, todavía está enfermo y es encarcelado aquí. Le injuriamos,
si afirmamos que no dijo: Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y
me disteis de beber; fui peregrino y me hospedasteis; estuve desnudo y me
vestisteis; enfermo y me visitasteis. Y entonces ellos le dirán: «¿Cuándo te
vimos padeciendo esas cosas y te socorrimos?» Y el les contestará:
«Cuando lo hicisteis con uno de mis pequeñuelos, conmigo lo hicisteis» (Mt
25,35-40). Por tanto, edifiquemos en Cristo sobre el cimiento de los apóstoles
y los profetas, siendo él mismo la piedra angular, porque el Señor ama las
puertas de Sión sobre todas las tiendas de Jacob" . (San
Agustín. Comentario sobre el salmo 86,5).
El evangelio hoy, nos deja un claro
mensaje de la relación entre el servicio y la escucha.
El Evangelio de San Lucas sin citar
Betania, es "sólo una aldea", nos presenta la casa donde Jesús
iba a descansar muchas veces y el entorno en el que se produjo la resurrección
de Lázaro. En el relato de hoy siempre se ha querido ver dos posiciones
contrarias en la forma de asumir el seguimiento de Cristo. Marta es la acción.
María es la contemplación. Marta se desvive para tenerlo todo a tiempo. María
prefiere quedar junto al Maestro para, solamente, escucharle. Y, sin embargo,
esas dos posiciones pueden ser complementarias. En la Iglesia no sobra nadie.
Es necesario el ejercicio de la acción, de la entrega, del trabajo hasta la
extenuación por servir a los hermanos. Pero también es muy necesario ese plano
de la oración y la contemplación constantes. Miles y miles de hombres y mujeres
consagrados viven orando por los demás. Ese es su quehacer fundamental.
¿Somos Marta o María? Podría ser el interrogante de
este domingo. Cuesta recluirse en el silencio, en lo que aparentemente no da
fruto o, incluso en aquello que no nos gusta o que más sacrificio conlleva para
nuestro modo de vivir. No siempre lo que produce satisfacciones inmediatas es
algo que asegure la felicidad permanente.
En el término medio, casi siempre, está la virtud.
Jesús no desprecia, ni mucho menos, la entrega de Marta. Le indica que afanarse
tanto, no merece la pena. Que con menos basta. Que, María, se ha detenido un
momento para recuperar fuerzas y volver con más ímpetu a la vida. Jesús no
ensalza a María porque no haga nada sino porque, siendo tan trabajadora como su
hermana, ha sido inteligente y ha dicho “hasta aquí he llegado” es necesario
contenerme para escuchar palabras de vida; un encuentro con Aquel que me va a
dar luz para seguir adelante. En las dos hay algo en común: las dos se brindan:
una, materialmente, y la otra espiritualmente. Y, por cierto, las dos cosas son
recibidas por el Señor.
Que allá donde nos encontremos, y especialmente cuando
nos encontremos sobrepasados por las circunstancias, responsabilidades u
obligaciones, seamos capaces de romper con todo ello (por lo menos
momentáneamente) y, buscando aquellos oasis de paz, de fe y de silencio,
podamos reinsertarnos después pero con otro sentido y con otra amplitud de
miras.
El servicio de acogida es muy positivo,
pero a veces se estropea por el estado ansioso con que lo realiza.
El evangelista nos deja claro que no hay contradicción entre la diaconía de la
mesa y la de la Palabra, pero pretende presentar el servicio en relación con la
escucha. Marta, al no haber relacionado la actitud espiritual del servicio con
la de la escucha, se siente abandonada por su hermana y en vez de dialogar con
María se queja al Maestro. Atrapada en su soledad, se enfada con Jesús que
parece permanecer indiferente ante su problema (“¿No te importa…?”) y con la
hermana (“que me ha dejado sola en el trabajo”).
Vemos con que delicadeza Jesús no le
reprocha ni la crítica, pero busca ayudar a Marta a recuperar lo que es
esencial en aquel momento: escuchar al maestro. La invita a escoger la parte
única y prioritaria que María ha escogido espontáneamente.
El episodio nos alerta sobre un peligro
siempre frecuente en nuestra vida cristiana: los afanes, el ansia y el
activismo pueden apartar de la comunión con Cristo y con la comunidad. El
peligro aparece de manera muy sutil, porque con frecuencia las preocupaciones
materiales que se realizan con ansia las consideramos una forma de servicio.
Acción y contemplación no son dos modelos
distintos de vida religiosa, aunque tradicionalmente las hayamos considerado así.
Toda persona religiosa debe ser persona religiosamente activa y contemplativa,
dependiendo de momentos y circunstancias distintas.
Tanto los contemplativos como los que se
dedican a la actividad son necesarios. La contemplación lleva a la acción y la acción
se sustenta en la contemplación. Ahí está el ejemplo de las misioneras de la
caridad de la madre Teresa de Calcuta.
Que en estos días de descanso
incrementemos nuestro tiempo de contemplación de la naturaleza, de la palabra
proclamada, la misma presencia eucarística y de todo lo que llene nuestro
espíritu, pero también no olvidando nuestro servicio de atención, hospitalidad
y acogida del hermano necesitado de nuestra atención y ayuda.
Cuidemos de que en nuestras comunidades no
se descuide la prioridad que hay que dar a la Palabra de Dios y a su escucha.
Es necesario que, antes de servir a los otros, los familiares y la comunidad
eclesial sean servidos por Cristo con su Palabra de gracia. Cuando estamos
inmersos en las tareas cuotidianas, como Marta, olvidamos que el Señor quiere
cuidar de nosotros. Por el contrario, es necesario poner en manos de Jesús y de
Dios todas nuestras preocupaciones.
Betania, es
el lugar donde Jesús iba a descansar tras sus batallas finales en
Jerusalén. Es probable que acudiera a la casa de María, Marta y Lázaro muchas
más veces, muchas más de las que citan los Evangelios. Y de ahí surgió la idea
de llamar a nuestro movimiento eclesial "De Jerusalén a Betania" y a
nuestro Cenáculo "Cenáculo de Betania". La idea, la contemplación,
del reposo y descanso del Señor nos llena de alegría y de un poco de nostalgia
por, tal vez, no haberle podido acompañar allí.
Ahora lo podemos hacer.
Las dos actitudes presentadas, no tienen
por qué ser una dicotomía insalvable. Incluso podemos afirmar que es un ideal
de vida cristiana, el conjugar esas dos facetas de la vida espiritual. Vivir
una intensa vida de oración, ser contemplativos, y al mismo tiempo trabajar sin
descanso por el Reino de Dios. Vivir metidos en el corazón del mundo, con el ejercicio
de una profesión determinada, y al mismo tiempo estar de continuo estrechamente
unidos a Dios. Puede parecer imposible, o por lo menos muy difícil, pero lo
cierto es que, en definitiva, es lo que enseña la
"Lumen gentium" del Vaticano II cuando habla de la unidad de
vida, es decir, cuando exhorta a no vivir una vida cara a Dios y otra cara a
los hombres, sino que esa vida de cada día, la que se desarrolla en una
actividad cualquiera, esté siempre marcada y sostenida por una unión íntima con
Dios, gracias a una vida espiritual sólida, alimentada con la oración y la
mortificación, con la frecuencia de sacramentos que haga posible vivir
habitualmente en gracia de Dios.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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