lunes, 24 de enero de 2022

Comentarios a las lecturas del III Domingo del Tiempo Ordinario. 23 de enero de 2022 .

 

Comentarios a las  lecturas del III Domingo del Tiempo Ordinario. 23 de enero de 2022 .

El tercer domingo del tiempo ordinario, este año el 23 de enero, la Iglesia celebra elDomingo de la Palabra de Dios. El papa Francisco instituyó esta Jornada el 30 de septiembre de 2019, con la firma de la Carta apostólica en forma de «Motu proprio» Aperuit illis, con el fin de dedicar un domingo completamente a la Palabra de Dios.

Las lecturas de este tercer domingo del TO. nos invitan a cuidar y a valorar la importancia que tiene la Palabra de Dios para nuestra vida y para nuestra fe. Cada una de las lecturas es un ejemplo de esto.

Me vienen a la memoria las palabras de San Jerónimo, que decía que “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo”, ya que Jesús es la PALABRA con mayúsculas que Dios nos ha dirigido a todos nosotros. Él es la Palabra de Dios hecha carne, hecha vida. Cada vez que nos acercamos a la Palabra, nos acercamos a Jesús, para conocerle mejor, amarle más y seguirle más de cerca.

 

La primera lectura tomada de Nehemias ( Neh 8,2-4a.5-6.8-10) Neh. 8, 1-12 es uno de los textos más importantes para conocer el origen y desarrollo del culto sinagogal del judaísmo.

Desde un púlpito, Esdras pronuncia la bendición inicial, a la que el pueblo responde con un doble "amén" y una serie de gestos. La lectura es traducida del hebreo a la lengua hablada por el pueblo, el arameo y comentada por la gente.

La lectura pública de la ley marca una fecha muy importante en la historia de Israel. Pues, hasta ese momento, el pueblo vivía su fe rezando, participando en las ceremonias del templo. Recibía de boca de los sacerdotes y profetas sentencias o prédicas. No sentía la necesidad de leer una Biblia.

Esdras entiende que, en adelante, la comunidad se desarrollará en torno a la lectura, la meditación y la interpretación del libro sagrado: la Biblia no estará guardada, sino que será libro de todos y la norma de su fe. Este paso religioso y cultural es parecido al que ha afectado a cristianos en diversos momentos de la historia. La fe cristiana no puede cobrar fuerza sino a partir de la palabra de Dios leída y escuchada en forma comunitaria.

Esta lectura pública de la ley (s.IV) servía de preludio a la renovación de la Alianza. La Ley es recuerdo del encuentro salvífico de Dios con su pueblo (nada tiene que ver con nuestro concepto romano de ley); su lectura les hace ver que el Señor ha sido, es y será siempre su protector, especialmente en los momentos difíciles. Gracias a la intervención divina Judá jamás ha estado abandonada. Por eso el pueblo, si es agradecido, debe corresponder siendo fiel a esta ley. Esdras trata de imponer la ley como ley de Estado (es el nacimiento del judaísmo. Por eso han considerado siempre a Esdras como su segundo fundador, después de Moisés).

El recuerdo de la ley y de su significado provoca el llanto de un pueblo sin fe que se reconoce infiel a Dios y se compromete a ser cuerdo protector del Señor; por eso debe ser un día de gozo y no de lloros (y en el gozo del banquete también debe participar el pobre: Dt. 16,11 ss).

Esdras concluye la proclamación de la Ley con una alabanza al Señor, y todo el pueblo responde con una aclamación y un asentimiento a la voluntad del Señor, alzando las manos y diciendo amén, amén. Es la renovación de la Alianza: Dios da su palabra y el pueblo se compromete a cumplirla. Su futuro depende de que así sea. Esdras y Nehemías animan al pueblo para que no se aflija y se alegre en el Señor. Porque el Señor es la fortaleza de Israel. La palabra proclamada ante el pueblo y aceptada por el pueblo, comentada después e interiorizada por cada uno, lleva a la responsabilidad y a la conversión de todos. Los que han participado de una misma palabra, tomarán parte también en un mismo banquete para celebra la fiesta de la reconciliación. Nadie debe quedar al margen de esta fiesta, y menos aquellos que no tienen nada que llevarse a la boca, los pobres de Yahvé. La reconciliación con Dios y la aceptación de su voluntad implica necesariamente la reconciliación entre los hombres y la acogida a los pobres a los que ama el Señor.

"Esdras pronunció la bendición del Señor Dios grande, y el pueblo entero, alzando las manos respondió: Amén, amén. . . “(Ne 8, 6). Amén, amén. Palabra hebrea que ha perdurado a través de muchos siglos. Palabra litúrgica que encierra la síntesis de una auténtica espiritualidad: deseo ardiente de querer lo que Dios quiere, de someterse sin condiciones a los planes del Padre de los cielos... Amén, que así sea, como tú quieres, como tú lo dispones. Sea lo que sea, Señor, amén, amén. El pueblo entero se echó a llorar. Entonces el profeta les dice: No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es nuestra fortaleza".

 

El responsorial de hoy es el salmo 18 (Sal 18,8-10.15) . La liturgia nos presenta la segunda parte del Salmo (vv. 8-15). Se trata de un himno sapiencial a la Torah, es decir, a la Ley de Dios.

Las palabras del salmo 18, son un buen resumen del mensaje que nos trasmiten las lecturas de este domingo . Su contenido es algo que debemos tener en cuenta nosotros en nuestra vida habitual cristiana. . El salmista reconoce al Señor como su redentor y le pide que llegue hasta él el meditar de su corazón. Se nos dice en este salmo que la palabra de Dios, la ley del Señor, es descanso del alma, instruye al ignorante, alegra el corazón, da luz a los ojos, es verdadera y eternamente estable.

Leemos en el Sal 18 como el orden de la naturaleza y el orden de la ley se sintetizan en este himno de alabanza a Dios. La enumeración de seis sinónimos para designar la ley del Señor expresa la totalidad y no busca diferenciación. (Ley, precepto, mandato, norma, voluntad, mandamiento). Está presentado como auténtico valor en sí, por su estabilidad, por sus efectos en el alma: descanso, instrucción, alegría, limpieza, luz, estabilidad, verdad, más preciosos que el oro y más dulces que la miel.

Por ser dicha ley revelación de la voluntad divina, no oprime al hombre, y el salmista puede experimentarla así, como descanso, luz y alegría.  

El texto nos hace entrar en comunión con el proyecto de Dios presente en la Biblia, con el mandamiento del amor. Nos hace también pensar en nuestra propia fragilidad. Es un salmo que puede y debe ser rezado cuando queremos libramos de la arrogancia y del orgullo...

V 8 "La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple".

Esa es la ley que el Pueblo de Israel había recibido de mano de Moisés, una ley que ayudaría al Pueblo de Dios a vivir en la libertad a la que habían sido llamados. Ley que quería ser luz para sus pasos y acompañar el peregrinar de su Pueblo.
Un Pueblo que había experimentado la esclavitud y el despotismo del Faraón, que había experimentado el sufrimiento y el maltrato hasta que Dios dice basta, hasta que Dios dice: ¡No más! He visto la aflicción, he oído el clamor, he conocido su angustia (cf. Ex 3,9).

Y ahí se manifiesta el rostro de nuestro Dios, el rostro del Padre que sufre ante el dolor, el maltrato, la inequidad en la vida de sus hijos; y su Palabra, su ley, se volvía símbolo de libertad, símbolo de alegría, de sabiduría y de luz.
¿Vemos nuestra libertad en la ley del Señor? ¿Dónde encontrar felicidad y solución a las diferentes problemáticas de la vida? ¿Necesita ayuda la palabra de Dios para salvar?

V 9 "Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos".

Las Leyes de Dios, las cuales son imposibles de cumplir en su totalidad, son la norma para el comportamiento que Él requiere. No son arbitrarias ni opresoras, sino que son perfectas como Él es perfecto, y el hacerlas parte de la vida es un camino seguro para la prosperidad y el éxito. Aun las personas que no creen en el Creador que las ordenó son bendecidas cuando incorporan Sus leyes en su estilo de vida.

Yahvé le dice a Josué: “Releerás constantemente este libro de la Ley; lo meditarás día y noche para que actúes en todo según lo que está allí escrito: de este modo llevarás a cabo tus proyectos y tendrás éxito” (Jos 1, 8).
La ley hemos de verla en conjunción con el sujeto que responde. El hombre no es un autómata que reacciona espontáneamente a las exigencias morales, sino una persona que responde a lo objetivo tal como él lo percibe.

 La función de la conciencia moral no es sólo la de aplicar las normas morales objetivas, sino también la de descubrir, con un ancho margen de iniciativa, los valores morales que han de aplicarse a fin de conseguir la realización auténtica de la persona.

V10 "La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos".

La palabra humana, para ser verdadera, debe volverse antes que nada escucha de la única Palabra que ha venido como Sol a iluminar nuestras tinieblas; entonces se convierte, a su vez, en anuncio libre y agradecido de las grandes obras que Dios ha realizado. La grandeza del hombre está, por otra parte, en su capacidad de interpretar y recoger la voz de los astros para hacerse, a su vez, eco de ella y volver a darla al Creador, «recalentada» por el fuego de su corazón. A esto nos exhorta la liturgia, invitándonos precisamente a hacernos voz de cada criatura.

Así dice Juan (Jn 17, 17-21): “Conságralos mediante la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me has enviado al mundo, así yo también los envío al mundo; por ellos ofrezco el sacrificio, para que también ellos sean consagrados en la verdad. No ruego sólo por éstos, sino también por todos aquellos que creerán en mí por su palabra. Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.”

V 15 "¡Ojalá sean de tu agrado las palabras de mi boca, y lleguen hasta ti mis pensamientos, Señor, mi Roca y mi redentor!".

Dios, quien juzga los motivos de nuestros corazones, conoce la diferencia entre la confesión sincera de un pecador humilde y contrito y la de las palabras sin sentido que pronunciamos sin ningún sentimiento. David terminó esta oración con la esperanza de que Dios lo encontrara sincero cuando ofrecía su confesión, y juzgara favorablemente sus intenciones.

 Es un buen consejo para nosotros también. En los días que tenemos por delante, nuestra forma de vida va a ser desafiada de manera nunca imaginada hace apenas unos años atrás.

Por eso es importante ahora más que nunca permanecer lo más cercanos a nuestro Señor y Salvador, para valernos de Su bendición y de Su protección.
¿Cuidamos de proclamar la Palabra del Señor? ¿Está nuestro corazón de acuerdo con las palabras que salen de nuestra boca? ¿Comprendemos que cabeza y corazón, pensamiento y sentimiento deben de ir “al unísono”?

 

La segunda lectura  es de la primera carta a los corintios ( 1 Cor 12,12-30).

En la segunda parte de este capítulo, dedicado a la acción del Espíritu en la comunidad, San Pablo avanza en la consideración de la unidad. Llega a su raíz profunda, ya apuntada en la primera sección del capítulo.

La metáfora del cuerpo es de sobra conocida. Está tomada de la sociedad civil y se había aplicado en contextos profanos, pues no se trata sino de una comparación para explicar las relaciones entre la diversidad y la unidad.

El texto plantea la necesidad recíproca de los miembros diversos, su interdependencia y su construcción, de este modo, del Cristo total. Nótese que Pablo no habla aquí de la vida de Cristo/Cabeza descendiendo de los miembros, que es tema de Efesios.

San Pablo, nos propone la imagen de un cuerpo humano para explicarnos cómo es la Iglesia. Del mismo modo que en el cuerpo humano hay muchos miembros y todos ellos, a pesar de ser distintos, forman un solo cuerpo, así sucede en la Iglesia: todos nosotros somos iguales en dignidad, y todos somos importantes, como son importantes todos los miembros de un cuerpo humano, a pesar de que cada uno tenemos una función distinta en la Iglesia, como también en un cuerpo humano cada miembro tiene una función distinta. Hemos de vivir por tanto en la comunidad eclesial de este modo, reconociendo cada uno su función propia y la de los demás, procurando vivir cada uno según su vocación, sin suplantar las funciones de los demás como un miembro del cuerpo humano no puede suplantar las funciones de otro miembro. Pero todos vivimos y actuamos de forma unánime, pues todos hemos recibido el mismo bautismo.

Si todos los cristianos son miembros de un mismo cuerpo, esto significa: a) que en la Iglesia no hay miembros pasivos, lo que sería una contra- dicción, y que todos son sujetos y no simples objetos de cuidado; b) que en la Iglesia cada uno tiene su función y su carisma; c) que todos son solidarios y nadie puede ser cristiano individualmente; d) que las diferencias que nos separan en el mundo quedan superadas en Cristo.

Para llegar a ser todos un mismo cuerpo, todos deben ser bautizados o inmersos en el Espíritu de Cristo y beber de ese Espíritu. una alusión clara al bautismo y a la eucaristía. Todos y cada uno de los fieles son importantes en el cuerpo y para el cuerpo de Cristo. Nadie puede decir que él no es del cuerpo ni que es todo el cuerpo, ni despreciar la función y el carisma de los otros miembros, porque esto equivaldría a una mutilación del cuerpo. En esta solidaridad de vida de todos los fieles en Cristo y por Cristo hallamos el fundamento de una corresponsabilidad que nada tiene que ver con una adaptación a los esquemas modernos de convivencia. Esta corresponsabilidad contradice todo intento de marginación y toda absorción autoritaria dentro de la Iglesia.

Así  por el bautismo, todos nosotros hemos recibido el mismo Espíritu, lo que nos hace a todos hijos de Dios y miembros del pueblo de Dios. No hay por tanto entre nosotros ninguna distinción en cuanto a la dignidad, pues todos somos por igual hijos de Dios. El mismo Espíritu que ungió a Cristo como Hijo de Dios, como el Mesías, nos hace a nosotros miembros del cuerpo de Cristo, cada uno según su función.

El evangelio de hoy presenta dos fragmentos de San Lucas  (Lc 1,1-4; 4,14-21). Del primer capítulo los cuatro primeros versículos y a continuación pasa al capítulo cuarto y nos encontramos con Jesús ya en su vida pública en la Sinagoga de Nazaret.



San Lucas es el único autor de evangelio que da razón de su obra. En el mejor estilo de la historiografía griega (Herodoto, Tucídides, Polibio), nos da a conocer sus motivaciones, metodología y finalidad. En la configuración del texto litúrgico de este domingo, Lc. 1, 1-4 juega un papel secundario. Sin embargo, en la perspectiva global de la literatura evangélica, estos versículos son de valor científico incalculable.

El texto litúrgico que comentamos une al prólogo de Lucas la narración que hace éste más adelante del comienzo de la vida pública de Jesús. El evangelio, en su más estricto sentido, comienza con la vida pública y comprende lo que hizo y dijo Jesús a partir de su bautismo en el Jordán.

San Lucas dirige su escrito a un tal Teófilo. Probablemente el autor del Evangelio no se dirige a una persona concreta llamada Teófilo sino que, con este nombre simbólico, que significa literalmente “amigo de Dios”, San Lucas quiere acercar el Evangelio a aquellos cristianos que son amigos de Dios y seguidores de Cristo. Se trata por tanto de un recurso literario para lograr que el lector y el oyente del Evangelio sientan que el Evangelio está dirigido directamente a ellos. Cada uno de nosotros somos, por tanto, este Teófilo, ese amigo de Dios a quien San Lucas dirige sus palabras en el Evangelio. El mismo Evangelista explica en el comienzo cuál es el motivo y la finalidad al escribir el Evangelio: “para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido”. Lucas deja claro que ya otros han emprendido la tarea de recoger lo que hizo y dijo Jesús, tal como los transmitieron los apóstoles y los testigos oculares de Jesús. A éstos les llama “servidores de la palabra”, pues son los que han escuchado y han creído la palabra de Cristo y así la han transmitido. Estas palabras del comienzo del Evangelio de San Lucas nos hablan por tanto de la importancia del Evangelio, pues recoge las enseñanzas de Jesús, transmitidas por sus testigos directos, comprobadas diligentemente por el mismo Evangelista, y escritas para que den solidez a nuestra fe.

Después del comienzo del Evangelio, pasamos directamente al pasaje en el que Jesús vuelve a su pueblo después del bautismo y de las tentaciones en el desierto. Jesús, sobre quien descendió el Espíritu Santo en forma de paloma el día de su bautismo, llevado por este mismo Espíritu al desierto para ser tentado, vuelve ahora a Galilea con la fuerza del Espíritu. Va a su pueblo de Nazaret, y allí entra en la sinagoga un sábado. Lee el libro del profeta Isaías, concretamente el pasaje en el que Isaías presenta al Mesías como el ungido por el Espíritu. Y cuando termina de leer el pasaje proclama: “Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír”. De este modo, Jesús se presenta ante sus paisanos como el Mesías prometido, el ungido de Dios, el Cristo, pues “Cristo” significa “ungido”. En Él se cumplen las promesas hechas por Dios al pueblo de la Antigua Alianza. Él es aquél a quien esperaban los israelitas, el enviado por Dios. Es la Palabra misma de Dios que se ha hecho carne, como celebrábamos en Navidad. Ahora la palabra ya no es simplemente un escrito en unas tablas de piedra o en un simple pergamino. Ahora la Palabra habita entre nosotros, Dios nos habla a través de su Hijo.

Enseñaba en la sinagoga y aquel día abrió el libro e hizo la lectura del profeta Isaías. Todos tenían los ojos fijos en él. Jesús leyó la antigua profecía de Isaías que decía: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres…». Terminada la lectura, explicó la lectura de un modo absolutamente inesperado a la asamblea que lo escuchaba con gran atención y curiosidad, 'el dijo: "Hoy se cumplen estas profecías que acabais de escuchar".  “Hoy”, en Él se cumplía verdaderamente aquella antigua profecía. Jesús no vino a leer la Biblia. Vino a cumplirla.

 Él se presenta ante sus oyentes como el Mesías prometido por Dios para la salvación de su Pueblo, el Ungido con el Espíritu divino, el enviado por Dios a anunciar la Buena Nueva de la Reconciliación a la humanidad sumida en la esclavitud, la pobreza, el mal, la enfermedad y la muerte.

La visión conjunta de los dos textos, que hoy se han proclamado, nos lleva a tres conclusiones principales:

a) En el principio está el hecho de Jesús; nosotros debemos aceptarle como aquél que viene desde Dios y nos transmite la fuerza de su Espíritu.

b) Aceptar a Jesús significa actualizar su obra de liberación para los hombres; sólo quien sigue su gesto y ayuda a los enfermos, libera a los cautivos y proclama el evangelio para todos los pobres de la tierra, sólo ése habrá entendido el mensaje de Jesús, según san Lucas.

c) Pero, a la vez, un auténtico cristiano está obligado a "conocer la solidez de la enseñanza" que recibe (1-4); para eso ha escrito Lucas su evangelio, recogiendo las tradiciones de su tiempo; para eso debemos conocerlo y meditarlo.

San Agustín comenta así estas palabras evangélicas: " Por tanto, hermanos, puesto que creemos en Cristo, permanezcamos en su palabra. Pues si permanecemos en su palabra, somos en verdad discípulos suyos. No sólo son discípulos suyos aquellos doce, sino todos los que permanecen en su palabra. Y conoceremos la verdad y la verdad nos hará libres, es decir, Cristo el Hijo de Dios que dijo: Yo soy la verdad (Jn 14,6). Nos hará libres, es decir, nos liberará no de los bárbaros, sino del diablo; no de la cautividad corporal, sino de la iniquidad del alma. Él es el único que otorga esta liberación. Que nadie se considere libre, para no permanecer esclavo. Nuestra alma no permanecerá en la esclavitud, puesto que cada día se nos perdonan nuestras deudas" . (San Agustín. Sermón 134,3-4.6)

 

Para nuestra vida.

En este tercer domingo del Tiempo Ordinario, tras celebrar el Bautismo del Señor hace dos domingos y escuchar el domingo pasado el relato del primer milagro de Jesús en la boda que se celebraba en Caná de Galilea, comenzamos hoy la lectura continua a lo largo de los domingos de este año del Evangelio escrito por san Lucas. Las lecturas de hoy nos hablan de la centralidad de la palabra de Dios pues, como rezamos en el salmo de hoy, sus palabras son espíritu y vida.

 

El pasaje del libro de Nehemías que hemos escuchado en la primera lectura, relata un momento muy significativo de la historia del pueblo de Israel, dentro de todas las etapas en las que Dios se va revelando gradualmente. Es la vuelta del destierro. El pueblo, contrito y humillado por la desoladora experiencia que ha vivido en Babilonia, está recuperando su libertad; lo que fue demolido en Jerusalén se está reconstruyendo; Dios no les había abandonado y hay lugar para la esperanza. La asamblea que se congrega en torno al libro de la Ley, de la Palabra de Dios, manifiesta el reconocimiento de que Dios está en medio de su pueblo y sigue ratificando su Alianza. Dios los ha traído de nuevo a su tierra, la tierra que Dios les había dado, y les ha recordado que son el pueblo del Señor. Por eso no hay lugar para el duelo y el llanto.

La lectura de este libro de Nehemías nos habla del inmenso gozo que sintió el pueblo de Israel cuando volvió del destierro y comenzó de nuevo a vivir como auténtico pueblo de Yahvé, en Jerusalén. La Ley fue para ellos auténtico gozo y vida, no sólo el leerla, sino, sobre todo, el practicarla y vivirla.

El pueblo, al escuchar la Palabra, se conmueve, adora a Dios, y con su “amén, amén” manifiesta su disposición de vivir conforme a la Ley, que manifiesta la voluntad del Señor.

Este pasaje nos enseña a nosotros las actitudes interiores con las que debemos acoger la Palabra de Dios: alegría, gozo, reconocimiento, disponibilidad, fidelidad.

 

El salmo 18, en conjunto es una invitación a descubrir la palabra divina presente en la creación.  La liturgia de hoy nos presenta la segunda parte del Salmo, nos presenta la hay Palabra divina  más elevada, más  preciosa que la luz misma:  la de la Revelación bíblica.

Cuando oímos hablar de leyes y normas, en seguida nos viene a la mente la idea de restricción, de coacción, incluso de pérdida de libertad. En cambio, en este salmo leemos que la ley del Señor produce en sus fieles un efecto totalmente contrario a la represión.

Es una ley que proporciona alivio y paz: “descanso del alma”. Es educativa: “instruye al ignorante”. Causa alegría al corazón, otorga clarividencia y sabiduría. No es como tantas leyes humanas, que sirven para controlar a las gentes, a veces necesariamente pero otras veces de forma injusta, por muy legales que sean.

La ley de Dios tiene otras cualidades. Las leyes humanas cambian y lo que antes era ley hoy incluso puede ser un crimen, pero la ley divina es perfecta e inmutable. Así lo reza el salmo: es eternamente estable. ¿Por qué? Porque es pura, perfecta y verdadera. Porque no procede de la voluntad humana ni de sus intereses, sino del amor de Dios.

La ley de Dios, en realidad, es la ley del amor, como Jesús enseñó. Y el amor, efectivamente, tiene sus mandatos y opera un efecto en quienes se rigen por él. No hay que entender la palabra “mandato” como una obligación impuesta; Dios ama nuestra fidelidad, y no es posible ser fiel sin ser libre. El mandato significa una necesidad prioritaria, un imperativo básico, de la misma manera que para sobrevivir son imperativos el respirar, comer, descansar lo suficiente.

¿Qué consecuencias tiene seguir esta ley? El salmista que compuso estos versos lo sabía muy bien. Seguir la ley del Señor otorga serenidad, alegría y sabiduría. Es una ley que nos libera de las peores opresiones: nuestro orgullo, nuestros prejuicios, nuestro egocentrismo, nuestros miedos. Es una ley que nos hace humildes e intrépidos a la vez, porque el amor no conoce temor ni se endiosa. Esta ley nos ayuda a vivir con plenitud: nuestro gozo es el mayor deseo de Dios.

Actualmente la Teología bíblica, la primacía en lo moral de la caridad y el Vaticano II muestran un renovado interés hacia lo subjetivo: se insiste en un mayor amor, sinceridad, libertad, apertura y sentido de la responsabilidad.
¿Somos “conscientes” de nuestra “conciencia”? ¿Sabemos que la conciencia moral cristiana trata de realizar lo que la imitación y el seguimiento de Cristo exigen de nosotros? ¿Asumimos que la conciencia moral cristiana es la conciencia que tiene el cristiano de ser otro Cristo?

¿Creemos “de verdad” en la Palabra de Dios? ¿Recurrimos a ella en nuestras angustias, problemas, dudas…? ¿Estimamos su justicia?

 

La segunda lectura, vemos que esa Palabra es creadora de unidad, de eclesialidad, por la fuerza que tiene, por el Espíritu de Dios que está en ella. “Todos… hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo”. “Vosotros sois el cuerpo de Cristo, dice San Pablo, y cada uno es un miembro.

La pluralidad de miembros en la Iglesia es la pluralidad de miembros incorporados a Cristo. La Iglesia sólo es cuerpo en la medida que es cuerpo de Cristo. De él recibe la Iglesia su unidad y su pluralidad. Porque él es el principio rector y organizador, la plenitud de la que participan todos los miembros, cada uno según su carisma. Por lo tanto, la unidad de la Iglesia no es el resultado de un convenio entre sus miembros, sino más bien la consecuencia de la incorporación de estos miembros a Cristo y por Cristo. De ahí se sigue el imperativo ético de permanecer unidos cuantos se confiesan cristianos. Si todos los cristianos son miembros de un mismo cuerpo, esto significa: que en la Iglesia no hay miembros pasivos, que en la Iglesia cada uno tiene su función y su carisma; que todos son solidarios y nadie puede ser cristiano individualmente; que las diferencias que nos separan en el mundo quedan superadas en Cristo.

 Dios nos ha distribuido en la Iglesia. El Espíritu da vida a la Iglesia con la fuerza de la Palabra, una Palabra viva que, a pesar de los años, sigue siendo actual y da respuesta a nuestras necesidades vitales más profundas. Es Dios mismo el que nos habla a través de esa Palabra, de su Palabra. Es una Palabra personalizada. Hay que escucharla con atención. No se puede proclamar de cualquier manera. Tampoco se puede permanecer indiferente ante ella. Después de cada celebración deberíamos preguntarnos: ¿Qué me ha dicho hoy a mí la Palabra de Dios que acabo de escuchar? ¿Me ha ayudado a sentirme más unido a mis hermanos, más unido a la Iglesia?

 

   En el evangelio, en la primera parte que hemos leído hoy, Lucas nos explica su intención al escribirlo: “para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido”. La Iglesia ha reconocido desde siempre el gran valor que tienen los evangelios, y toda la Palabra de Dios, para fortalecer nuestra fe. Para un cristiano que quiera crecer en la fe, ha de ser imprescindible la lectura habitual, frecuente, y yo diría que diaria, de la Palabra de Dios. Para Jesús, esa Palabra es muy importante.

  También hoy contemplamos a Jesús que entra en la Sinagoga de Nazaret, “donde se había criado”. Todos los sábados solía asistir a la celebración. Ese sábado le toca hacer la lectura. Se pone en pie y lee al profeta Isaías. Y convierte esas palabras en su programa de vida: anunciar, con la fuerza del Espíritu, la Buena Noticia de Dios a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos, en definitiva, a todos aquellos que estén dispuestos a acogerla en su corazón y cambiar de vida. El hoy pronunciado por Jesús, debe cumplirse como Buena Noticia en nuestra vida cristiana. Un hoy que hace referencia a la actualidad, a nuestra situación personal y comunitaria: "hoy se cumple esta Escritura", debiera resonar insistentemente en nuestra vida.

El compromiso que surge de la escucha de la palabra de hoy, es que dediquemos más tiempo a leer y escuchar la Palabra de Dios, en casa, en la parroquia, en un grupo… donde sea, pero aprovechar cualquier momento para profundizar en esta Palabra que es una Palabra de Vida y que nos guía y nos orienta en nuestra vida de cada día. Es nuestro alimento . Lo necesitamos para seguir adelante y no desfallecer en el camino, para seguir creciendo en nuestra fe y en nuestro conocimiento de Jesús, que es la Palabra de Dios hecha vida.

La palabra profética dice que la salvación vendrá de Dios, vendrá en un ungido por el Espíritu y enviado por él. Vendrá de Dios, y vendrá para ti que lo necesitas. Vendrá para los pobres, entiende cautivos, ciegos, oprimidos, esclavizados.

Aquel día en la sinagoga de Nazaret, la palabra proclamada dejó de ser una promesa de salvación, y comenzó a ser un evangelio, buena noticia de que la salvación prometida para el futuro era ya salvación cumplida en el presente: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.

La buena noticia se llamaba Jesús, y era para los pobres.

Démonos clara cuente que el evangelio no es una complicada doctrina, sino una persona que viene a salvar a los oprimidos por el mal. El evangelio no es una fuente de valores morales para mantener alta la producción industrial, sino revelación del misterio de la unción divina sobre el hombre Jesús de Nazaret, para que este hombre proclame el año de gracia del Señor. En realidad, él, Jesús, es el verdadero año de gracia que ya nunca se acabará para el hombre que quiera recibirla.

Hoy es un día santo para cada uno de los que escuchamos la Palabra proclamada, en la Iglesia rescatada del Señor, pues para ti ha sido ungido Aquel que viene a ser tu luz y tu libertador.

La Escritura, toda la Escritura, recibe en Jesús de Nazaret su interpretación verdadera, real, última, pues en él se cumplen las promesas que la Escritura encierra, y tú, comunidad de los que han entrado por la fe en el año de gracia del Señor, has visto y conocido al que velaban las palabras de la profecía. Es más, hoy te encuentras con él, lo escuchas, comulgas con él. Hoy te encuentras con tu luz y con tu libertad, con el que es para ti el evangelio de la gracia.

Hoy la Iglesia es ungida tú también, y enviada, como Jesús, como el siervo del Señor, para llevar la buena noticia a los pobres. Hoy es ungida para liberar, para iluminar, para salvar. Hoy es enviada a la frontera sur de la riqueza, en la que se levantan barreras para que los explotados no perturben la tranquilidad de los explotadores. Hoy te esperan los desesperados de todas las latitudes del sufrimiento. Seguramente los encontrarás con la mano tendida a las puertas mismas de tu celebración dominical.

Decir que la Palabra de Dios se cumple quiere decir que la humanidad, hoy, ha incorporado a Dios en Jesucristo. No se trata, pues, de hacer una homilía que tratara de aplicar tal o cual texto inspirado, tal o cual palabra profética a los acontecimientos vividos por los miembros de la asamblea; se trata más bien de revelar, como lo hace el Evangelio con el acontecimiento privilegiado Jesucristo, cómo el acontecimiento vivido actualmente por los hombres y los cristianos es revelador del designio cristificador de Dios. Las fuentes y el vocabulario bíblicos deben desdoblarse en fuentes y vocabularios sociológicos y psicológicos. Para esto es preciso disociar la obra de Jesucristo del contexto sociocultural al que está ligada, lazo que la "palabra" de los evangelistas ha reforzado con frecuencia, para verla en acción en el ambiente contemporáneo como una respuesta a la búsqueda de Dios que lleva a cabo un pueblo concreto al que se dirige la homilía.

De esta manera, en el momento actual de los hombres es como la homilía incorpora el "hoy" de Dios y merece ser el ministerio de la Palabra de Dios.

Hoy se cumplen en el cuerpo de Cristo, del que ada cristiano somos parte, las palabras de la profecía: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres”.

Jesús ha sido ungido y enviado para proclamar la Buena Noticia -que esto significa evangelio-, a todos los hombres, en especial a los más humildes y desgraciados. Unción y misión, dos aspectos de la persona de Cristo, que se repiten en aquellos que le siguen y son bautizados; en especial en quienes reciben el sacramento del Orden. Con la unción se sacraliza a la persona y se le encomienda la tarea sagrada de testimoniar sobre la doctrina salvadora del evangelio. Con la misión se le envía para que se vaya por doquier proclamando con la palabra y el ejemplo, cuanto nuestro Señor Jesucristo ha dicho y ha hecho. Seamos consecuentes con esta realidad y hagámonos voceros incansables de la única y auténtica Buena Noticia.

La liberación que trae Jesús, solo la podremos seguir si aprendemos a vivir con su espíritu profético. Su actuación es Buena Noticia para la clase social más marginada y desvalida: los más necesitados de oír algo bueno, los humillados y olvidados por todos. Jesús se siente enviado a cuatro grupos de personas: los pobres, los cautivos, los ciegos, y los oprimidos. Los pobres lo sienten como liberador de sufrimientos; los cautivos, como el que les quita sus opresiones; los ciegos lo ven como luz que libera del sinsentido y la desesperanza; los pecadores y oprimidos lo reciben como gracia y perdón. Son los que sufren los que más dentro lleva en su corazón, los que más le preocupan. La Iglesia es de los que sufren, o deja de ser la Iglesia de Jesús. Si no son ellos quienes nos preocupan, ¿de qué nos estamos preocupando? Nos empezamos a parecer a Jesús cuando nuestra vida, nuestra actuación y amor solidario puede ser captado por los sufren como algo bueno. Seguimos a Jesús cuando nos va liberando de todo lo que nos esclaviza, empequeñece o deshumaniza.

No olvidemos que la palabra de Dios sólo es eficaz para nosotros cuando se hace vida en nosotros, cuando en la palabra de Dios vemos y sentimos el Espíritu de Dios que quiere encarnarse en nosotros, como se encarnó en Jesús de Nazaret y como, muchos siglos antes, se hizo vida en el pueblo de Israel en tiempos del sacerdote Esdras y del gobernador Nehemías.

Pidamos nosotros al Señor hoy que sus palabras, la palabra de Dios, sea para nosotros siempre espíritu y vida y que hagamos de la palabra de Dios el meditar de nuestro corazón, la vida que nos alimente, la luz que nos guíe y la paz que dé descanso a nuestra alma.

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

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