sábado, 19 de diciembre de 2020

Comentarios Lecturas del III Domingo de Adviento 13 de diciembre 2020

Comentarios Lecturas del III Domingo de Adviento 13 de diciembre 2020

 

La primera lectura  es de Isaias (IS 61, 1-2.10-11).

El  responsorial: es el Magníficat (LC 1, 46-50.53-54)

En la segunda lectura: (1 TS 5, 16-24)

El evangelio es de  San Juan (Jn 1, 6-8. 19-28)

 

En este domingo alegrémonos y démosle gracias a Dios, al comprobar que este mensaje se está ya realizando (Domingo "Gaudete"). Hoy se permite la vestimenta color rosa como signo de gozo, y la Iglesia invita a los fieles a alegrarse porque ya está cerca el Señor. En la Corona de Adviento se enciende la tercera llama, la vela rosada. 

El tema del gozo invade este domingo. El gozo es un fruto del Espíritu.

¿Hasta dónde llega nuestro gozo? Debemos gozarnos en el Señor. El es nues­tro Padre; El habita en nosotros. Somos hermanos de Cristo; esperamos y nos gozamos de su Venida. Un gozo así se hace comunitario.

¿Dónde está nuestra alegría; dónde nuestro gozo de ser cristianos? ¿No damos la sensa­ción muchas veces de que caminamos agobiados por el peso de nuestra religión? Probablemente el Espíritu de Dios no actúa considerablemente en no­sotros; no le damos facilidades.

La unión con Dios, la oración, la acción de gracias. Son también fruto del Espíritu. El trato afectuoso con Dios ¿dónde está? La oración será una buena preparación para la Venida del Mesías. Así mismo la práctica de las buenas obras.

La alegría es uno de los principales temas de las Escrituras; se le encuentra por todas partes en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. El mensaje de la Biblia es profundamente optimista: Dios quiere la felicidad de los hombres; su éxito, su expansión, los quiere colmados de abundancia y de plenitud. La alegría traduce, en el hombre, la conciencia de una realización ya efectiva o todavía por venir y que llena nuestra vida de esperanza.

El mundo actual apenas conoce esta alegría integral, que supone una profunda unificación del ser en la línea de su existencia según Dios. Hay algunas alegrías propias del  hombre moderno, por ejemplo, la que procura la transformación de la naturaleza. Pero estas alegrías quedan reservadas a unos pocos e incluso, generalmente, son dudosas. La mayor parte de los hombres buscan la alegría en la evasión, el sueño y el placer, y aceptan una vida cotidiana sin relieve y sin sentido. Las más de las veces el hombre se encuentra destrozado en todos los sentidos, y muy pocos son los que llegan a unir los múltiples hilos de existencia concreta.

Los cristianos debemos saber que la Buena Nueva de la Salvación es un mensaje de alegría. En un mundo rico en posibilidades, pero, al mismo tiempo, sometido a contradicciones y tenido como absurdo por algunos, los cristianos debemos comunicar a los que se encuentran a nuestro alrededor la alegría que impregna nuestra vida cotidiana: una alegría extraordinariamente realista y que expresa una certeza, basada en la victoria de Cristo, de que el futuro de la humanidad se irá construyendo a través de dificultades y contradicciones aparentes. El mundo no es absurdo, ya que Dios lo ama, y el principio vital de su éxito se nos ha dado una vez por todas en Jesucristo.  La alegría adquiere mayor profundidad a medida que deja de estar ligada a la posesión de un bien. Yahvé reserva la verdadera alegría a los que se hacen pobres ante Él y lo esperan todo de su Dios y de la fidelidad a su Ley. Nada puede entonces empañar esta alegría: ni la angustia, ni el sufrimiento que, al contrario, pueden fomentarla. La alegría de Yahvé es la fuerza de aquellos que le buscan.

La alegría cristiana tiene su fuente en el mismo Mesías: Jesús ofrece una alegría que es la suya y que ha engendrado en Él la entrega total de Sí y la obediencia perfecta al Padre; pero sólo reciben esta alegría aquellos que, a su vez, observan el mandamiento nuevo del amor sin límites. "Si observáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como Yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os digo esto para que mi alegría esté en vosotros y para que  vuestra alegría sea perfecta" (Jn 15, 10-11).

El domingo pasado veíamos que no puede haber cristianismo sin cambio interior. Hoy damos un paso más: todo cambio auténticamente humano implica un compromiso con la comunidad. El cristianismo no es solamente un movimiento del yo-hacia-dentro; no busca tan sólo obtener buenos individuos. Desde siempre la fe bíblica estuvo enraizada en la comunidad y en su destino histórico; por eso, desde siempre, la fe exige un cambio que comprometa al individuo en la solución de los conflictos que vive su comunidad. Aquí podríamos hacer la siguiente observación: mientras que, en general, los movimientos políticos hablan poco del cambio interior del sujeto y dedican todos sus esfuerzos a los cambios sociales, eI cristianismo ha pecado por el exceso opuesto. Buscó hacer «un hombre bueno» aislándolo de sus relaciones y compromisos comunitarios. Rastreando el pensamiento se puede observar que la «justicia» a la que aluden los textos proféticos tiene un sentido amplio e integrador. Vale como prueba la primera lectura que hoy hemos escuchado en un texto de Isaías que el  mismo Jesús leyó cuando su primer sermón en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16-30) y cuyo comentario casi le costó la vida.

 

La primera lectura nos anuncia  siglos posteriores, cuando Cristo se aplicó a sí mismo el pasaje de Isaías, según nos cuenta Lucas, en el discurso de la sinagoga de Nazaret: «Hoy se cumple esto en Mí». El es el «Profeta» de que habla Juan. El está lleno del Espíritu Santo; El es el Ungido; El es el Enviado; El es el Prometido; El es el Esperado de las naciones.

Ahí están sus dones: para el encarcelado, para el esclavo, para el oprimido injustamente, para el sujeto a poderes despóticos, la liberación; para el agobiado, para el triste, para el angustiado, para el que sufre, para el que llora, Gozo y Consuelo; Fuerza y Salud para el enfermo, para el débil: Luz para el ciego, para el ignorante, para el que yerra; para el pusilánime, para el apocado, para el paralítico e inmóvil, Vida y Espíritu.

El tema que el profeta siente en sí, vigoroso, es el espíritu de Dios que lo mueve e impulsa a proclamar abiertamente, a los cuatro vientos, el plan divino de salvación. Esta, la salvación, en manifiesto crescendo va extendiéndose desde la liberación de los males, que aquejan al pueblo, hasta la promesa de posesión segura de todos los bienes. Termina con una explosión de júbilo ante el estupendo plan de bendición que Dios promete poner por obra.

Los dos fragmentos que se leen hoy son el principio y el fin del poema. He ahí los puntos más importantes:

1) Se trata de un profeta -«el Espíritu del Señor Yahvé sobre mí»- que se siente movido por Dios. La unción de que se habla, es su consagración como profeta. Es un enviado cualificado, un profeta auténtico.

2) Su misión va dirigida a los pobres, desamparados, abatidos, esclavos, injustamente oprimidos. Les anuncia la liberación, el consuelo, la bendición de Dios. Esa es la Buena Nueva: gracia de Dios para los pobres, día de ven­ganza del Señor.

A los pobres se dirigió Jesús su mensaje, su Buena Nueva. Así lo destaca  las bienaventuranzas:

"3 Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran  porque ellos recibirán consolación.  Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.  Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados". ( Mt 5:3-11)

 

3) Conocido el plan de Dios, el gozo invade el alma del profeta. ¡Dios va a hacer justicia, Dios va a darnos la salvación! Con unas palabras semejantes comienza María el Magníficat.

La misión encomendada a este profeta es muy similar a la atribuida al siervo de Dios en Is 42. 6. Se centra de forma especial en los afligidos y débiles: deberá romper las cadenas de los cautivos, vendar los corazones desgarrados..., pero su palabra deberá también alcanzar la liberación del corazón humano, sede de la más auténtica liberación humana. Esta liberación no elimina la primera sino que es su culminación. Sólo así puede iniciarse el año de gracia del Señor.

-La misión descrita en este texto constituye el centro de la cristología de Lucas. Jesús cita este texto en la sinagoga de Nazaret como credencial y finalidad de su misión profética (Lc 4.). Jesús es el verdadero ungido de Dios (Hch 38.) en el que alcanzan pleno sentido estas palabras proféticas.

Is III no hace sino preparar el camino de este gran Profeta que ha traído a nuestro mundo la buena y definitiva noticia.

 

El responsorial es el texto del "Magníficat" atribuido a la Virgen. Este es el canto que servirá de respuesta a la profecía de Isaías (1ª lectura): "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador".

La primera agraciada con la salvación es la Virgen. Llena de gracia y de alegría, es la primera en proclamar la grandeza de Dios y en comunicar la salvación divina, llena del Espíritu.

Dios ha obrado una maravilla. Sabemos a qué se refiere el canto: el Misterio de la encarnación. La Virgen María ha sido «elegida» madre de Dios: «Ha hecho obras grandes en mí (por mí)». La obra, en lo personal, encumbra al humilde: «Ha mirado la humillación de su esclava». Pero se desborda y alcanza a todas las generaciones: «De generación en generación».

Dios es grande porque es bueno. Bueno en todos los tiempos y en todas las circunstancias. Se acuerda siempre de su misericordia. Y su misericordia es salvar. Salvar al humilde, al hambriento, al pobre. Dios, bueno y poderoso, invierte los esquemas del mundo. Una verdadera maravilla.

La Virgen explota de alegría. Le ha envuelto la gloria de Dios y la ha en­cumbrado: «Me felicitarán todas las generaciones». La nueva y excelsa «Abraham». Y la bendición se alarga y alarga hasta tocarnos a todos. Si nos asemejamos a ella, naturalmente. Hemos de recoger la Palabra de Dios con devoción y dedicación. ¿No dijo Jesús que seríamos «madre» y «hermanos» suyos si cumplimos la voluntad de Dios? La Iglesia es la «virgen» de Cristo. Y la Virgen María la mejor expresión de la Iglesia. La veneramos en el canto y la acompañamos en la acción de gracias. El misterio de la encarna­ción nos llega a todos: «Bendito sea el Señor».

" 37. La Iglesia, que desde el principio conforma su camino terreno con el de la Madre de Dios, siguiéndola repite constantemente las palabras del Magníficat. Desde la profundidad de la fe de la Virgen en la Anunciación y en la Visitación, la Iglesia llega a la verdad sobre el Dios de la Alianza, sobre Dios que es todopoderoso y hace «obras grandes» al hombre: «Su nombre es santo». En el Magníficat la Iglesia encuentra vencido de raíz el pecado del comienzo de la historia terrena del hombre y de la mujer, el pecado de la incredulidad o de la «poca fe» en Dios. Contra la «sospecha» que el «padre de la mentira» ha hecho surgir en el corazón de Eva, la primera mujer, María, a la que la tradición suele llamar «nueva Eva» y verdadera «madre de los vivientes», proclama con fuerza la verdad no ofuscada sobre Dios: el Dios Santo y todopoderoso, que desde el comienzo es la fuente de todo don, aquel que «ha hecho obras grandes». Al crear, Dios da la existencia a toda la realidad. Creando al hombre, le da la dignidad de la imagen y semejanza con él de manera singular respecto a todas las criaturas terrenas. Y no deteniéndose en su voluntad de prodigarse no obstante el pecado del hombre, Dios se da en el Hijo: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16). María es el primer testimonio de esta maravillosa verdad, que se realizará plenamente mediante lo que hizo y enseñó su Hijo (cf. Hch 1,1) y, definitivamente, mediante su Cruz y resurrección.

La Iglesia, que aun «en medio de tentaciones y tribulaciones» no cesa de repetir con María las palabras del Magníficat, «se ve confortada» con la fuerza de la verdad sobre Dios, proclamada entonces con tan extraordinaria sencillez y, al mismo tiempo, con esta verdad sobre Dios desea iluminar las difíciles y a veces intrincadas vías de la existencia terrena de los hombres. El camino de la Iglesia, pues, ya al final del segundo Milenio cristiano, implica un renovado empeño en su misión. La Iglesia, siguiendo a Aquel que dijo de sí mismo: «(Dios) me ha enviado para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (cf. Lc 4,18), a través de las generaciones, ha tratado y trata hoy de cumplir la misma misión."(San Juan Pablo II. El "magníficat" de la iglesia en camino. Redemptoris Mater, nn. 35-37).

Meditemos a nivel personal el Magníficat.

 

Como segunda lectura la carta de San Pablo a los Tesalonicenses da consejos para la espera de la venida del Señor. Se indican tres actitudes esenciales: la alegría, la oración constante y la acción de gracias en toda ocasión. Estas son características fundamentales de la vida del cristiano. Pero hay una más: no apagar el Espíritu. De hecho, esto quiere decir no instalarse incluso ni en la alegría, ni en la oración, ni en la continua acción de gracias; tener la flexibilidad de aceptar una puesta en cuestión de nuestras cosas, provocada por la intervención de un hermano movido por el Espíritu. Se trata de discernir el valor de todas las cosas. En esta espera hay un elemento capital y reconfortante: Dios nos ha llamado, es fiel y cumplirá sus promesas.

San Pablo nos dice: "Estad siempre alegres... dad gracias". Esta actitud y estos sentimientos brotan de nuestro corazón, de la presencia del Espíritu en nosotros. El cristiano, si sabe captar la riqueza que hay en su interior, vive siempre alegre, ocurra lo que ocurra a su alrededor. Exteriormente, puede que haya un gran temporal que levante altísimas olas, pero a unos metros de profundidad el agua permanece tranquila.

También San Pablo en la carta de hoy nos inste a que "no apaguemos el Espíritu", el mismo  Espíritu que se posó sobre Jesús cuando inició su tarea liberadora. Es el Espíritu que nos  llama a actuar proféticamente y a guardarnos de todo mal, ofreciéndonos totalmente a Dios  en el servicio a los hermanos, como dice Pablo en los versículos 13-15: «Vivid en paz unos  con otros. Aconsejad a los que están desconcertados, animad y sostened a los débiles y  sed pacientes con todos. Que nadie devuelva mal por mal y procurad siempre el bien mutuo  y de todos.» Convendrá que no pasemos por alto la constante alusión que tanto Isaías  como los evangelistas, como Pablo, hacen al Espíritu, íntimamente relacionado con la  justicia liberadora.

Recordemos que "espíritu" es sinónimo de aliento, soplo, vida, fuerza interior. Así como el  muñeco de barro cuando recibió el espíritu de Yahvé se transformó en hombre-Adán, así hoy  el hombre necesita del espíritu para transformarse en un ser nuevo.

La acción del Espíritu alude a esta autenticidad de vida que es el signo y exponente de  una justicia verdadera. Por eso, sin Espíritu nuestros esquemas de liberación y justicia no  pasan de ser una mentira más. El Espíritu hace que nuestro proyecto liberador sea vida y  vida verdadera.

La advertencia de Isaías y de San Pablo deben llamarnos a una seria reflexión y nos harán  descubrir la causa de la desilusión del pueblo cuando constata que en el corazón de  quienes proclaman la liberación y la justicia no reposa «el Espíritu del Señor». No en vano, tal como veremos en los próximos domingos, Jesús desde su primer  momento de existencia es dado al mundo como fruto del Espíritu... Esta es la novedad de la fe cristiana.

 

El evangelio de hoy, nos presenta a san Juan Bautista, el precursor. "Y está entre vosotros el que viene detrás de mí".-La gente importante del pueblo judío debía pensar que Juan Bautista estaba loco. Un hombre que vivía en el desierto, mal alimentado y mal vestido, extraño, que invitaba a la conversión. Era un personaje realmente raro. Pero él anunciaba que el Mesías ya había llegado. Él, Jesús, se encuentra entre nosotros. Con Él lo podemos todo. No estamos solos.

Preparar el camino al Señor. Lectio Divina del Domingo II de Adviento(Lc  3,1-6) | Biblia y ComunicaciónJuan se presenta de un modo bien raro. No era ni el Mesías, ni Elías, ni un profeta. No era nadie. Era la conciencia del pueblo fiel que esperaba la venida del Mesías. Tampoco nosotros somos nadie, no tenemos ninguna importancia, no tenemos influencias, no tenemos fuerza alguna. Pero esperamos al Salvador y sabemos que se encuentra entre nosotros, sabemos que está en medio de nuestro mundo. Por eso tenemos derecho a esperar y a creer que el mundo puede cambiar, que el mundo debe cambiar, que todo debe ser distinto.

Lo que sucedía entonces "al otro lado del Jordán" sucede hoy a "este lado", porque Betania es la patria de todos los que no reconocen a Dios teniéndole a su lado. Nuestra situación y la de entonces no son tan diferentes. Entonces, lo mismo que ahora, había muchas mentes llenas de dudas y esperanzas.

Así comenta San Agustín este texto y la figura de Juan el Bautista: " Juan era la voz; pero el Señor era la Palabra que existía ya al comienzo de las cosas. Juan era una voz pasajera, Cristo la Palabra eterna desde el principio.

Suprime la palabra, y ¿qué es la voz? Donde falta la idea no hay más que un sonido. La voz sin la palabra entra en el oído, pero no llega al corazón.

Observemos el desarrollo interior de nuestras ideas. Mientras reflexiono sobre lo que voy a decir, la palabra está dentro de mí; pero, si quiero hablar contigo, busco el modo de hacer llegar a tu corazón lo que ya está en el mío.

Al buscar cómo hacerla llegar a ti, cómo introducir en tu corazón esta palabra interior mía, recurro a la voz y con su ayuda te hablo. El sonido de la voz conduce a tu espíritu la inteligencia de una idea mía, y cuando el sonido vocal te ha llevado a la comprensión de la idea, se desvanece y pasa, pero la idea que te transmitió permanece en ti sin haber dejado de estar en mí.

Y una vez que el sonido ha servido como puente a la palabra desde mi espíritu al tuyo ¿no parece decirte: Es preciso que él crezca y que yo disminuya? Y una vez que ha cumplido su oficio y desaparece ¿no es como si te dijera: Mi alegría ahora rebasa todo límite? Apoderémonos de la palabra, hagámosla entrar en lo más íntimo de nuestro corazón, no dejemos que se esfume.

¿Quieres ver cómo la voz pasa y la divinidad de la Palabra permanece? ¿Dónde está ahora el bautismo de Juan? Él cumplió su oficio y desapareció. Pero el bautismo de Cristo permanece. Todos creemos en Cristo y esperamos de él la salvación; esto es lo que dijo la voz.

Y como es difícil discernir entre la Palabra y la voz, los hombres creyeron que Juan era Cristo. Tomaron a la voz por la Palabra. Pero Juan se reconoció como la voz para no usurparle los derechos a la Palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. Le preguntaron: ¿Qué dices de tu persona? Y él respondió: Yo soy la voz del que clama en el desierto: "Preparen el camino del Señor.", como si dijera: "Soy la voz cuyo sonido no hace sino introducir la Palabra en el corazón; pero, si no le preparan el camino, la Palabra no vendrá adonde yo quiero que ella entre."

¿Qué significa: Preparad el camino, sino: "Rueguen, insistentemente"? ¿Qué significa: Preparen el camino, sino: "Sean humildes en sus pensamientos"? Imiten el ejemplo de humildad del Bautista. Lo toman por Cristo, pero él dice que no es lo que ellos piensan ni se adjudica el honor que erróneamente le atribuyen.

Vio dónde estaba la salvación, comprendió que él era sólo una antorcha y temió ser apagado por el viento de la soberbia".( San Agustín obispo. De los Sermones de san Agustín. Sermón 293, 3: PL 38, 1328-1329)

La alegría del mundo es pobre y pasajera. La alegría del cristiano es profunda y capaz de subsistir en medio de las dificultades. Es compatible con el dolor, con la enfermedad, con los fracasos y las contradicciones. Yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar, ha prometido el Señor. Nada ni nadie nos arrebatará esa paz gozosa, si no nos separamos de su fuente.

Tener la certeza de que Dios es nuestro Padre y quiere lo mejor para nosotros nos lleva a una confianza serena y alegre, también ante la dureza, en ocasiones, de lo inesperado. En esos momentos que un hombre sin fe consideraría como golpes fatales y sin sentido, el cristiano descubre al Señor y, con Él, un bien mucho más alto. «¡Cuántas contrariedades desaparecen, cuando interiormente nos colocamos bien próximos a ese Dios nuestro, que nunca abandona! Se renueva, con distintos matices, ese amor de Jesús por los suyos, por los enfermos, por los tullidos, que pregunta: ¿qué te pasa? Me pasa... Y, enseguida, luz o, al menos, aceptación y paz». «¿Qué te pasa?» , nos pregunta. Y le miramos y ya no nos pasa nada. Junto a Él recuperamos la paz y la alegría.

Tendremos dificultades, como las han tenido todos los hombres; pero estas contrariedades - grandes o pequeñas - no nos quitan la alegría. La dificultad es algo ordinario con lo que debemos contar, y nuestra alegría no puede esperar épocas sin contrariedades, sin tentaciones y sin dolor. Es más, sin los obstáculos que encontramos en nuestra vida no habría posibilidad de crecer en las virtudes.

Concluyamos haciéndonos algunas preguntas: ¿Somos luz, somos consuelo, somos alegría y fuerza para los demás? Nuestra conducta será la voz que clame, será la antorcha que ilumine, el dedo que indique: ¡Aquí está Cristo! Hay que hacer vivir al Espíritu. Pidamos al Señor nos llene de su Espíritu. Sería una buena peti­ción, al mismo tiempo que preparación para la Venida del Mesías.

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

 

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