Comentario de las lecturas del XXXII Domingo del Tiempo Ordinario 10 de noviembre de 2019
Una semana
después de la solemnidad de Todos los Santos y de la Conmemoración de los
fieles difuntos, la liturgia de este domingo nos invita de nuevo a reflexionar
en el misterio de la resurrección de los muertos.
No somos muy dados a mirar al
futuro, preocupados como estamos por el presente y sus problemas. Según en qué
círculos, hablar de "la otra vida" produce reacciones parecidas a las
de los saduceos: se intenta olvidar o ridiculizar esa perspectiva. Y, sin
embargo, es de sabios recordar en todo momento de dónde venimos y a dónde
vamos. Las lecturas de hoy nos invitan a tener despierta esta mirada profética
hacia el final del viaje, que, pronto o tarde, llegará para cada uno de
nosotros.
En medio de una sociedad que
parece a veces bloqueada en la perspectiva terrena de acá abajo, hoy se nos
urge a que sepamos alzar la mirada y recordemos cuál es la meta de nuestro
camino. La fe en la vida a la que Dios nos destina, tal como nos ha asegurado Jesús,
es la que ha dado luz y fuerza a tantos millones de personas a lo largo de la
historia, y la que también a nosotros nos ayuda en nuestra vida de fidelidad
humana y cristiana, abiertos al Absoluto de Dios, que es el destino de nuestra
historia personal y comunitaria. Sigue siendo un misterio. No pretendemos imaginar
cómo es el más allá. Pero creemos a Cristo Jesús, el Maestro que Dios nos ha
enviado, que nos asegura que los que se incorporan a él, vivirán para siempre.
Este
anuncio cristiano no responde de manera genérica a la aspiración del hombre a
una vida sin fin; al contrario, es anuncio de una esperanza cierta, porque,
como recuerda el Evangelio, está fundada en la misma fidelidad de Dios. En
efecto, Dios es «Dios de vivos» y a cuantos confían en él les concede la vida
divina que posee en plenitud. Él, que es el «Viviente», es la fuente de la
vida.
La
primera lectura del segundo libro de los Macabeos (Mac 7, 1-2. 9-14). El libro después de
presentarnos el ejemplo de fidelidad del anciano Eleazar, nos propone el de una
mujer y sus siete hijos.
Contra las intenciones de los
griegos seléucidas de "obligar a los judíos a abandonar las costumbres
tradicionales y a no gobernarse por la Ley del Señor" (6, 1ss) surge la
sublevación judía iniciada por Judas-Macabeo, el año 167 a. de Xto. De esta
sublevación nos hablan los libros de los Macabeos. No se trata de un relato
histórico en sentido moderno; sus personajes son más prototipos a imitar que
seres individuales.
El relato del martirio de los
siete hermanos llamados Macabeos hay que situarlo en el conjunto de la
persecución que el pueblo de Israel sufrió bajo el dominio del impío Antíoco IV
Epífanes (175-164), que impuso las costumbres griegas impidiendo la circuncisión
(1 Mac 1) e intentó suprimir el culto a Yahvé (1 Mac 3-4, 35). Los dos
martirios más populares de la resistencia judía en tiempo de los Macabeos son
el de Eleazar (1 Mac 6, 18-31) y éste de los siete hermanos de los Macabeos con
su madre. Aunque los libros fueron considerados apócrifos, de hecho la
patrística y la predicación popular han empleado estos relatos como ejemplos
claros de constancia en la fe.
El autor nos presenta un nuevo
caso a imitar, el ejemplo de estos siete jóvenes y su madre que siguen la
conducta del venerable anciano (6, 18-31) y que padecerían martirio por ser
fieles a la Ley del Señor (cap. 7). El relato nos resulta familiar desde la
infancia.
Fijémonos en los contrastes que
aparecen entre "vida presente" y "vida futura",
"morir" y "resucitar". La fe en la resurrección alimenta la
lucha de estos hermanos, despreciando las amenazas y los tormentos del tirano.
Según la enseñanza de sus
discursos, el que nos dio el don de la existencia nos dará también el don de la
vida tras la muerte (v. 11): "os
devolveré el aliento y la vida si ahora os sacrificáis por su ley" (v.
2).
"Arrestaron a siete hermanos con su madre... para forzarlos a comer
carne de cerdo...": El rey Antíoco Epifanes IV a fin de dar cohesión a
su reino formado por pueblos diversos intentó establecer una religión
sincretista de carácter helenístico. Como es lógico, este intento chocó con la
oposición de una parte del pueblo judío que quiso mantenerse fiel a las
prescripciones de la Ley.
"Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros
padres": Cada hermano que es amenazado con la muerte, tiene en la
narración una intervención a través de la cual, y de una manera progresiva, se
va presentando el pensamiento teológico que sobre el martirio y la vida futura
tienen los ambientes de los resistentes a la helenización, los asidos, de los
cuales derivarán los fariseos. El justo es quien prefiere la muerte antes que
pecar.
"... el rey del universo nos resucitará para una vida eterna..": Un
elemento a señalar en este texto es la afirmación de la resurrección. Se trata
de una visión nueva sobre la vida eterna, que encontramos también en el libro
de Daniel -de la misma época-, respecto a la concepción del resto del AT. Dios
vengará la suerte de los justos resucitándolos. -"Tú en cambio no resucitarás para la vida": El martirio del
justo sirve para ir llenando la medida de los pecados de los perseguidores
paganos. Para éstos el castigo es la muerte; en cambio para el justo es la
resurrección. No se encuentra aquí ninguna referencia a la resurrección de los
malvados para sufrir una condenación.
El salmo responsorial ( Sal 16, 1. 5-6. 8 y 15 ). El
salmo nos presenta a un
"inocente", cuya vida está en juego... por crímenes que jamás
ha cometido. ¿Seremos capaces de actuar "en favor de la
justicia"? .
No olvidemos que bajo la imagen
de un "individuo" oprimido por enemigos arrogantes... está,
"colectivamente", Israel (y toda la humanidad) enfrentado al enemigo,
al impío, al acusador. Esta palabra se traduce en hebreo "satanás".
Esta reacción del hombre
perseguido que se "refugia en el templo" es admirable. Las
sociedades antiguas consideraban los santuarios, "asilos
inviolables": Dios, defensor y fiador de la justicia.
Cuando se tiene conciencia de
ser inocente, ¿no es acaso normal que se haga un llamado al juicio de
Dios? " Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios
no hay engaño". (v. 1).
Es decir, me acusan sin motivo,
la razón está de mi parte, créeme, digo la verdad. Está tan cierto de la
propia inocencia, que no duda en someterse al «juicio de Dios» Y sabe muy
bien que la prueba del «juicio de Dios» no es una broma. Se da cuenta perfectamente
de que tratar de engañar a Dios equivale a atraerse sobre su cabeza el
más terrible de los castigos.
A diferencia del inocente del
salmo 7, que usa el si («si he causado daño..., si he protegido...»), el
salmista es categórico en sus afirmaciones:
" Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos". (v. 5).
Nadie me escucha. Demasiada
gente distraída. Que no puede o que no tiene ganas de atender a mis
palabras. Hay alguien dispuesto a escucharme. Puedo decir al Señor «inclina el oído y escucha mis palabras»
(v. 6), porque él no está jamás distraído y toma en serio mis palabras.
Después viene la expresión «a la sombra de sus alas escóndeme» (v.
8), que hace referencia, sin duda, a los querubines esculpidos sobre el
arca. Por tanto nos encontramos en el templo.
El, el inocente, espera algo
más. Sus deseos no son tan rastreros. Después de la
prueba, al despertarse, no se contenta con llenar el vientre:
"Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré
de tu semblante". (v. 15).
Esta es la
estrofa repetida expresando una plena
confianza en Dios.
La
segunda lectura de la segunda carta del
apóstol san pablo a los tesalonicenses
(2 Ts 2, 16-3, 5).
Esta segunda parte de la carta
concluye lo mismo que la primera , con una oración. Pablo, Silvano y Timoteo
(pues la carta es de los tres) invocan a "Jesucristo, nuestro Señor" y a "Dios, nuestro Padre" para que "consuele" y "dé fuerzas" a los fieles
tesalonicenses.
Cuando San Pablo y sus compañeros
piden oraciones, piensan en su misión apostólica, en que el Evangelio se
difunda a partir de la comunidad de Tesalónica. Pues la palabra de Dios corre y
es glorificada en la medida en que los hombres responden a ella con la
obediencia de la fe. En ese progreso hay obstáculos que sólo pueden superarse
con la gracia de Dios. Por eso hay que pedir y rezar insistentemente.
Ante todas estas dificultades, San
Pablo y sus compañeros ponen su mirada en el Señor, cuya fidelidad conocen
(cfr. 1 Tes 5, 24); esperan del Señor, que dé fuerzas a los fieles de
Tesalónica para seguir firmes en la fe en medio de todas las persecuciones. Se
consuelan también recordando que los tesalonicenses ya son fieles al Señor y a
cuanto ellos mismos en su nombre les han enseñado.
San Pablo nos exhorta a la
esperanza, en la resurrección, pronuncia una hermosa oración fundada en el
certeza de que «Dios nos ha amado y nos
ha dado, por su gracia, un consuelo eterno y una buena esperanza».
San Pablo no se desanima frente
a las dificultades que ha encontrado en la predicación del Evangelio, de parte
de «hombres corruptos y malvados», porque es consciente de que el Señor es fiel
y pone en Él toda esperanza.
En definitiva, si se nos ha prometido la resurrección de los muertos, Él, primicia de los resucitados, nos acompañará en nuestro caminar terreno para poder gozar después con él la gloria de la vida nueva.
En definitiva, si se nos ha prometido la resurrección de los muertos, Él, primicia de los resucitados, nos acompañará en nuestro caminar terreno para poder gozar después con él la gloria de la vida nueva.
La perseverancia en la fe debe
ir acompañada de la constancia en el amor a Dios y de la esperanza en la venida
del Señor Jesús. Y esto es lo que ellos piden ahora para sus amigos de
Tesalónica.
aleluya ap. 1, 5a. 6b
Jesucristo es el primogénito de entre los muertos; a
él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.
El evangelio según san Lucas (Lc. 20, 27-38) E texto nos sitúa en el final
del camino, en la ciudad santa de Jerusalén. Nos encontramos ya en Jerusalén,
después de la entrada mesiánica, que celebramos el domingo de Ramos, y por
tanto en los últimos días antes de la pasión. Estos días se caracterizan por la
creciente hostilidad que se va concentrando contra Jesús: el evangelista
acumula narraciones de controversias con todas las tendencias presentes en la
sociedad judía. Nuestro texto es una controversia con los saduceos a propósito
de la resurrección.
Los saduceos formaban el
partido de la aristocracia sacerdotal y por lo que parece representaban también
la clase de los terratenientes. Eran absolutamente conservadores. En política
toleraban el dominio romano en Palestina; en teología aceptaban tan sólo los
cinco libros del Pentateuco (la Ley) como base del judaísmo.
Hombres realistas y
pragmáticos, se mostraban especialmente receptivos a la cultura helenístico-
romana. Doctrinalmente conservadores, su fuente de inspiración y de
religiosidad era la Torá, cuyos cinco libros eran los únicos a los que
otorgaban validez. De uno de ellos, de Deuteronomio 25, 5, toman la cita que
les sirve de base para argumentar en contra de la resurrección de los muertos.
La resurrección, argumentan, plantearía problemas matrimoniales en el más allá.
El objeto de la pregunta que
hacen a JESÚS es demostrar lo absurdo de creer en la resurrección.
Los saduceos creían que un
hombre resucitaba cuando su hermano le "suscitaba" una posteridad.
Para ellos la eternidad del hombre se confundía con la conservación de la
especie. Era gente realista, que calculaba perfectamente el pro y el contra de
cada situación. En su lógica estaba el querer desembarazarse de un hombre
peligroso como Jesús, pero no perdían la calma, eran "objetivos" y consideraban
superfluo el apasionamiento de los fariseos. En nuestro relato, los saduceos se
contentan con poner a Jesús en ridículo ante el pueblo, impulsando hasta el
absurdo sus ideas sobre la resurrección, que él compartía con los fariseos.
La pregunta se basa en la
"ley del levirato" (Deut 25, 5-6), según la cual, cuando un israelita
moría sin hijos, su hermano quedaba obligado a tener uno con la viuda, que
llevaría el nombre del difunto: de ese modo se perpetuaba la familia. La
respuesta de JESÚS niega el presupuesto de que el matrimonio continúe en la
otra vida, entendiendo la resurrección de modo semejante a como la entiende
Pablo en 1 Cor 15, 35-50: la vida resucitada es de otro tipo, y los que entran
en ella (que se caracterizan sobre todo porque "ya no pueden morir")
viven de manera distinta, sin matrimonio (este es el sentido de la referencia a
los ángeles; no significa esta referencia que en la otra vida no existe el
cuerpo, sino que en ella el sexo no tendrá función). La nueva situación se
define por el hecho de que "son hijos de Dios", debido a que
"participan en la resurrección" de JESÚS.
Tras responder a la pregunta JESÚS
añade una argumentación directa sobre la cuestión de fondo de la controversia,
y quiere demostrar a los saduceos que también en los cinco libros del
Pentateuco que ellos aceptan está contenida la resurrección. El argumento de JESÚS,
de típico estilo rabínico se basa en Ex 3,6. Hacía mucho tiempo que los
patriarcas estaban muertos cuando Dios habló a Moisés; pero Dios no podría
llamarse "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob" si estos
hubiesen dejado de existir, puesto que Dios no es un Dios de muertos. Por
tanto, los patriarcas están vivos, aunque de algún modo distinto de la vida
terrena.
La respuesta de Jesús reproduce
el punto de vista fariseo en este tema. De hecho, al final de las palabras de Jesús,
Lucas recoge la intervención aprobatoria de unos fariseos: Bien dicho, Maestro
(Lc. 20, 39). El punto de vista fariseo que Jesús hace suyo habla de una
condición humana diferente en el más allá, condición caracterizada por la
incapacidad de morir y que, consiguientemente, hará innecesaria la procreación
de nuevos seres que reemplacen a los desaparecidos. Se responde así a la
dificultad de problemas matrimoniales aducida, tal vez irónicamente, por los
saduceos.
Jesús no se define sobre la
naturaleza de los ángeles. Tampoco quiere decir que un cuerpo resucitado se
haga angélico hasta el punto de perder su corporeidad: esto equivaldría a
plantear el problema en términos extraños a la antropología judía, para la cual
los ángeles eran "cuerpos celestes". Jesús quiere decir tan solo que
el estado posresurreccional se escapa a la inteligencia humana. El Evangelio
alude a los ángeles siempre que se trata de una realidad que supera a la
inteligencia. Así, por ejemplo, un ángel anuncia a las mujeres la resurrección
de Cristo y la ascensión del Señor. "Ser
como un ángel" no quiere definir la condición futura de la humanidad,
sino que afirma que esa condición supera los alcances de la inteligencia
terrestre.
Por supuesto que no será el
amor -conyugal o de otra especie- lo que se suprimirá después de la
resurrección, sino sólo la función de procreación. ¿No es acaso esta última el
único medio de que dispone el hombre para sobrevivir y hacerse así la ilusión
de un triunfo sobre la muerte? Esta función de supervivencia no será ya
evidentemente necesaria después de la resurrección, puesto que el hombre vivirá
para la eternidad. Ya no será necesario procrear. Resucitar es aceptar de Dios
el don de una vida que no podría proporcionarnos cualquier iniciativa humana.
Por último, en los vs. 37-38 se
aborda el tema central, afirmando explícitamente la resurrección de los
muertos. La argumentación es típicamente judía: aducir un texto de la
Escritura, en este caso Éxodo 3, 6, y extraer de él una consecuencia: Dios no
podría llamarse el Dios de los patriarcas, si éstos no siguieran viviendo.
Jesús explica en qué se
fundamenta la fe bíblica en la resurrección. Reside en la creencia de una
fidelidad divina que nada puede romper. Dios se ha hecho el Dios de los
Patriarcas, el Dios de Abraham... Ha sellado con ellos una alianza cuya
perennidad él ha proclamado en nombre mismo de la fidelidad de que es capaz.
Y puesto que él, el Dios fiel,
es también el Dios poderoso, nada puede oponerse a una fidelidad definitiva, ni
siquiera la muerte.
Si él es el Dios amigo de los
Patriarcas, él, el Dios que no podría ser el aliado de los muertos, esos
privilegiados no pueden ser sino vivientes. Y si Abraham, Isaac y Jacob,
prototipo de los aliados de Dios, son vivientes, todos sus descendientes están
destinados a conocer la misma vida.
La a fe en la resurrección es
fe en la potencia de Dios; Dios tiene poder para crearlo todo nuevo. El
creyente no debe perderse en el dédalo racionalista de la fantasía humana.,
Efectivamente, Dios -incluso como resulta de la lectura del Pentateuco- es un
Dios de vivos; por esto, se presenta a Moisés como "el Dios de Abrahán, de
Isaac y de Jacob". La fe, para Jesús, no es "una proyección de este
mundo en un mundo extraño creado por la fantasía". Al contrario: la fe es
una apertura a Dios y deja que el Totalmente Otro cree lo totalmente otro.
Para
nuestra vida.
Hoy las lecturas nos presentan
una faceta fundamental de Dios. Nuestro Dios es el Dios de la vida y de la
alegría. Él ha transformado nuestra existencia y ha sembrado en ella la semilla
de la esperanza. Por este motivo, el hombre de fe se caracteriza por su
valentía.
El fiel sabe que Dios ama la
vida hasta el punto de haberla hecho el don de una existencia que no termina
nunca. Recordémoslo siempre: la vida eterna es una continuidad del existir en
la fe.
El cristiano dispone de una
certeza: Dios ha resucitado a su Hijo Jesús. Este, luchador entregado a la
verdad, a la justicia y al amor, triunfa del dominio de la muerte. Todo aquél
que se une a este combate de JESÚS, por la fe, participará de su victoria. Aquí
se abre la perspectiva de la esperanza. La fe en la resurrección es la fuente
de la valentía y de la capacidad de mantener la firmeza hasta la muerte si es
necesario. Puesto que se cree en la resurrección, las tareas del mundo
encuentran un nuevo sentido (son trabajo por el Reino, abonan la tierra para
construirlo).
Esta fe es tan profunda que nos
da una escala de valores y fidelidades. A fin de cuentas, los macabeos son
hombres llenos de fidelidad... Buen motivo éste para insistir en los valores
que requiere la vida cristiana: creer en la vida, en la posibilidad de
reconstruirla, en la rectitud, en el mantenimiento de unas convicciones...
Porque se cree en la vida, se ama, se lucha, se busca la alegría, se procura
rehuir la mediocridad, se aprecia todo lo que es humano. En efecto, la vida del
hombre de fe adquiere sentido a partir de una vida plena, iniciada ya ahora, en
la que cada uno camina con propia responsabilidad.
La primea
lectura nos presenta la historia de los siete hermanos macabeos son su madre. El rey los hizo azotar con
látigos y nervios para forzarles a comer carne de cerdo, prohibida por la ley.
Uno de ellos habló en nombre de los demás: " ¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que
quebrantar la ley de nuestros padres… Cuando hayamos muerto por la ley, el rey
del universo nos resucitará para una vida eterna" . En este caso
de los siete hermanos macabeos con su madre, lo admirable para nosotros es la
fe que tenían en la resurrección. Lo de resucitar por haber cumplido la ley, en
este caso la ley de no comer carne de cerdo, simplemente nos sirve para ver lo
relativo que es en muchos casos cumplir la ley o no.
El
más pequeño veía cómo sus hermanos, uno a uno, se retorcían de dolor en la
cruel tortura, miraba aterrorizado cómo sus ojos se nublaban, cómo sus cabezas
quedaban lacias cual flores marchitas. Y era tan fácil evitar todo aquello...
Bastaba con una palabra, con un gesto. Y todos hubieran vivido, hubieran
disfrutado de la lozanía de los años mozos.
El
rey y su corte de aduladores, se
asombraban de aquel valor supremo, todos estaban desconcertados ante la
fidelidad de aquellos muchachos, de aquella mujer que animaba a sus hijos para
que fueran serenos y alegres al tormento.
Ellos
esperaban la resurrección, ellos estaban íntimamente persuadidos de que detrás
de todo aquello estaba la vida eterna. Por eso no temían a nada ni a nadie...
Ayúdanos,
Señor, fortalece nuestra debilidad, haznos resistir a la tentación, hasta
llegar a la sangre si fuera preciso. Somos débiles, cobardes, nos desalentamos,
rompemos nuestros compromisos. Ayúdanos, Señor, haznos fieles hasta la muerte.
Conscientes de que sólo así recibiremos la corona de la vida.
El salmo presenta al hombre o colectividad que
sufre la injusticia y se confía en Dios. Este salmo,
compuesto por David en un momento de aprieto y soledad, puede retratar muy bien
cómo nos sentimos cuando nos vemos injustamente atacados, acosados y
escarnecidos.
En la vida conocemos situaciones así. Creemos haber obrado bien, nos esforzamos
por ser justos y por ayudar a los demás. Nuestro corazón está lleno de buena
intención, aunque a veces nos equivocamos. Sabemos, como dice el salmo, que no
hay malicia en nosotros.
Y, sin embargo, cuando fallamos, el mundo nos juzga sin piedad y muchas
personas se levantarán contra nosotros, criticándonos con saña. La tristeza y
la ira nos invaden y es fácil que, llevados de una justa indignación, podamos
cometer aún mayores equivocaciones. ¿Qué hacer?
El salmo nos muestra el camino:
*orar.
*Desprenderse de todo amor propio.
*Poner ese dolor en manos de Dios: el dolor de saberse injustamente
acosado, calumniado y despreciado.
Es ahora cuando más cerca nos encontramos de Jesús clavado en cruz. Si él,
que fue santo y justo, recibió tal muerte, ¿cómo nosotros, que no somos tan
buenos y fallamos continuamente, no vamos a recibir golpes e incomprensiones?
Decía santa Teresa que es entonces, cuando somos injustamente atacados,
cuando deberíamos alegrarnos, porque estamos compartiendo los sufrimientos y la
cruz de nuestro Señor. Recordemos las bienaventuranzas que leímos el pasado
domingo. Compartir la corona de espinas con nuestro Rey, ¿no ha de ser una
carga dulce que aceptaremos soportar con amor?
Jesús se abandonó en brazos del Padre. Así, el
salmista busca el refugio de Dios," Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme·" .
Y Dios nos ayudará y nos dará
fuerzas. También hará resucitar nuestro espíritu vapuleado, si sabemos confiar
en él y no ceder a la tentación de devolver mal por mal.
"Guárdame como a la niña de tus ojos, a la
sombra de tus alas escóndeme... Al despertar veré tu rostro, me saciaré
de tu imagen..." Vivir en profunda comunión con Dios es, en
casos extremos, la única actitud eficaz. Pensemos en los perseguidos, en los
mártires... en todos aquellos que no tienen ninguna posibilidad de que la
rectitud de su causa sea reconocida aquí abajo.
Al
despertar... Estas palabras finales del salmo del "inocente
perseguido", ponen de manifiesto que este hombre oprimido está
poseído de una serena
esperanza: se atiene al juicio escatológico, sabe que después de las tinieblas
de la noche, habrá un despertar a otra vida, en la cual se restablecerá
la justicia vapuleada aquí abajo.
Si nada de este salmo nos
concierne, ¿por qué no lo recitamos en nombre de aquellos que padecen la
injusticia?; son tantos por desgracia. ¡Señor, oye la justicia! ¡Escucha
la queja de aquellos que sufren!
En la segunda
lectura San Pablo, anima a sus lectores recordándoles que Dios nos ha amado
tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza. Por ello, nos
da fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas. Ante las dificultades
que están sufriendo los primeros cristianos, como lo sufrieron antes los
hermanos macabeos, san Pablo anima a permanecer fieles a Dios y a su Hijo
Jesucristo, pues Él es fiel y nos dará fuerzas y nos librará del malo. Nuestra
fortaleza está pues en Dios, que es fiel, y que nos anima en nuestras luchas
diarias. Ni tan siquiera la muerte nos da miedo, pues Dios es un Dios de vivos,
y su Hijo Jesucristo ha vencido a la muerte con la resurrección. Por tanto,
nuestra fe y la esperanza cristiana nos aseguran una vida futura que hemos de
ir preparando ya en esta vida por medio de las buenas obras. Para ello el
Señor, que es fiel, nos da las fuerzas que necesitamos.
San Pablo da a los
Tesalonicenses y a nosotros un mensaje de esperanza. Aunque la vida del
cristiano es una trama de luchas y de dificultades, Dios le ama, le da consuelo
y una gozosa esperanza, pero también fuerzas para el bien y para el anuncio del
evangelio. Por lo demás, hay que orar para que el evangelio se difunda y la
palabra de Dios se escuche en todas partes. Esta difusión no se da sin
persecución por parte de los que no creen. Pero Dios es fiel y da fuerza,
protegiendo del mal. Es preciso que perseveremos en este camino.
Este breve pero tonificante
pasaje de la carta va dirigido también a nosotros en medio de las luces y
oscuridades de nuestra vida y de las tentaciones cotidianas. La certidumbre del
amor que Dios nos tiene y de su ayuda nos levantan el ánimo e impide que nos
entorpezcamos en las miserias grandes o pequeñas de nuestra existencia.
San
Pablo consigna la frase "El
Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Malo".
ella nos anuncia el ámbito de la maldad espiritual. El Malo es el Demonio. La
maldad puede existir en el corazón de los hombres y de las mujeres. Pero existe
un terrible, constante e incansable tentador que procurará elevar ese mal que
reside en la condición humana –y producto del pecado original—hasta niveles
inhumanos, verdaderamente demoniacos. Esa posición maligna quiere engañarnos y
separarnos del camino amistoso de Dios. La mentira y el engaño son los
instrumentos más usados por el Malo y es obvio que en su vademécum de falsas
verdades hay mucha materialidad errónea respecto a la virtud alejada de Dios.
No podemos obviar lo espiritual, es nuestro futuro inmediato.
Tenemos
la promesa de Jesús de que Dios Padre
nunca permitirá que el ataque del Malo supere nuestras fuerzas, nuestra
capacidad objetiva de resistencia. Otra cosa es que nosotros levantemos la
barrera y le dejemos pasar.
En el
evangelio los saduceos, aunque ellos en el fondo no creían en la resurrección,
le hacen una pregunta trampa a Jesús para ponerlo en evidencia.
El
texto del evangelio es una afirmación de la vida. La frase clave es la última:
"No es Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos están
vivos".
A
pesar de que en el Antiguo Testamento poco a poco, de forma progresiva, Dios
fue revelando el misterio de la resurrección, los saduceos estaban anclados en
el pasado y se negaban a aceptar la existencia de otra vida. No tenían en
cuenta el libro del profeta Ezequiel, cuando Dios reanima los huesos secos, ni
tampoco el segundo Libro de los Macabeos ( texto hoy leido), donde se expone
claramente la fe en la resurrección. El cuarto hijo responde al rey torturador:
"Vale la pena morir a manos de los
hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará". El Libro de
la Sabiduría, el último del Antiguo Testamento, corrobora esta creencia en la
vida después de la vida terrenal .
Dos son las afirmaciones que
hace el texto. Primera: el más allá de la actual condición humana es una nueva
condición, a la que no son extrapolables los datos y la experiencia de una
continuidad personal: aquí y allá es la misma persona la que vive, realmente y
no imaginativamente. Esta realidad personal es lo que se quiere indicar cuando
se habla de la resurrección física de los muertos.
Segunda afirmación del texto:
la garantía de esa realidad personal es la realidad de Dios, vida sin mezcla de
muerte.
Jesús
explica a los saduceos que en la vida presente morimos, pero los hijos de Dios
van a resucitar y vivir como los ángeles. La respuesta de Jesús sigue dos
caminos. Por un lado, no acepta que el estado del hombre resucitado sea un
calco del estado presente. Tener muchos hijos en Palestina era una bendición
del cielo; morir sin hijos, la mayor de las desgracias, el peor de los castigos
celestiales... Para evitar esto último, el Deuteronomio prescribía lo
siguiente: "si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos,
la viuda no saldrá de casa para casarse con un extraño; su cuñado se casará con
ella y cumplirá con ella los deberes legales de cuñado; el primogénito que
nazca continuará el nombre del hermano muerto, y así no se extinguirá su nombre
en Israel". Es la conocida ley del "levirato" La procreación es
necesaria en este mundo, a fin de que la creación vaya tomando conciencia, a
través de la multiplicación de la raza humana, de las inmensas posibilidades
que lleva en su seno: es el momento de la individualización, con nombre y
apellido, de los que han de construir el Reino de Dios. Superada la muerte, no
será necesario asegurar la continuidad de la especie humana mediante la
procreación. Las relaciones humanas serán elevadas a un nivel distinto, propio
de ángeles (serán como ángeles), en el que dejarán de tener vigencia las
limitaciones inherentes a la creación presente. No se trata, por tanto, de un
estado parecido a seres extraterrestres o galácticos, sino a una condición
nueva, la del espíritu, imposible de enmarcar dentro de las coordenadas de
espacio y de tiempo. Por haber nacido de la resurrección, serán hijos de Dios.
Por otro lado, Jesús termina su respuesta con el siguiente argumento: "que resucitan los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio de
la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, y Dios de Isaac, y Dios de
Jacob". Dios no lo es de
muertos, sino de vivos; es decir, para El todos ellos están vivos".
Reina la esperanza en nosotros, la muerte no tiene la última palabra.
Jesús
aclara el concepto de resurrección y lo que significa para el cristiano. Es
otra dimensión. No se trata de una simple reanimación del cuerpo, ni de una
prolongación de esta vida. Por eso es absurdo el planteamiento de los saduceos.
Jesús aclara que cuando morimos aquí participamos en la resurrección, mediante
la cual no volvemos a morir. En la vida en plenitud no importará si uno está
casado o soltero, es una vida nueva, donde se manifestará de verdad que somos
hijos de Dios y le "veremos tal cual es". El error está en confundir
el cuerpo con la materia.
Así en el texto, que hoy se nos
ha proclamado, no se trata del caminar cristiano, sino de la meta de ese
caminar, del más allá de la actual condición humana.
Desde el momento que la futura
condición humana tiene su base y fundamento en la realidad de un Dios que no es
empíricamente controlable ni demostrable, desde ese mismo momento tampoco lo es
la realidad de nuestra futura condición.
El mundo de los resucitados de
entre los muertos no es la continuación de nuestro mundo de ahora. Es
totalmente diferente. Por eso no debemos inquietarnos en saber cómo son y cómo
viven aquellos a los que el Señor "ha regalado un consuelo
permanente" y que por el amor han vencido la muerte.
Jesús nos dice que no viven
como antes, como cuando estaban en el mundo: no tienen ya los condicionamientos
de la muerte y por eso no han ya de reproducirse ni de nacer. Afirmando que son
iguales a los "ángeles" el Maestro da a entender que el lenguaje
humano es incapaz de expresar la condición concreta del resucitado. Y diciendo
que son "hijos de Dios" nos reafirma que viven una vida plena,
completamente felices, porque Dios es Dios de vida y de felicidad.
Por el momento no podemos saber
nada más. Pero ya tenemos bastante para mantener muy viva la esperanza.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario