La festividad de la Virgen del Pilar,
en Zaragoza primero y después en toda España, es un hecho histórico que nadie
puede contradecir. Lo que conmemoramos en esta fiesta, realmente, es la
importancia que ha tenido en nuestra patria la predicación del evangelio de
Cristo, desde tiempos muy cercanos a la vida del Señor. Lo que la fiesta de
verdad nos dice es que el pilar sobre el que se apoya nuestra fe cristiana es
realmente el mismo Cristo y que la Virgen María, apoyándose en Cristo, ha
contribuido eficacísimamente a la evangelización cristiana de la península
ibérica. La Virgen María, con su intercesión corredentora, es realmente nuestra
Patrona porque ella ha inspirado y ha guiado durante siglos nuestra fe en
Cristo. Lo que tenemos que hacer los españoles, al celebrar la fiesta del
Pilar, es vivir con autenticidad nuestra fe cristiana y apoyarla firmemente
sobre Cristo, teniendo como guía e intercesora a la Virgen María.
La
primera lectura es del primer libro de las crónicas (1 Cro 15, 3-4.15-16; 15,
1-2). Los libros de las Crónicas formaban en un
principio un solo volumen, que los LXX, al igual que hicieron con los de Samuel
y Reyes, dividieron en dos. En el hebreo llevan el título Dibre hayyamim (palabras, cosas de los días), expresión que
equivale a anales, crónicas. Esta última denominación empleó San Jerónimo al
considerar el libro como "Chronicon totius divinae historiae" (PL
28,554) o "Instrumenti veteris
epitomen" (PL 22:548). Lutero adoptó y generalizó el título jeronimiano de
Crónicas. Los LXX dieron a la obra el título de 1 y 2 libro de los
Paraleipoménon, por creer que su autor quiso completar las historias de los
libros de Samuel y de los Reyes, recogiéndose noticias que allí habían omitido
o dejado de lado. Pero el libro es una historia independiente y autónoma.
En este capítulo 15, veremos que David
hizo las cosas en forma correcta.
David quiere hacer las cosas bien. Y
nos preguntamos por qué no lo hizo así la primera vez y tuvo que pasar por aquella
triste experiencia antes de hacerlo correctamente. Después de todo, ésa es la
manera en que la mayoría de nosotros aprende las lecciones de la vida. Para
nosotros resulta fácil decir que David tendría que haber actuado correctamente
en un principio. Pero nuestra experiencia nos hace reconocer que nosotros
aprendemos de nuestros errores. David, ahora, estaba preparado para hacer las
cosas de la manera que Dios quería. Así leemos en el versículo 3:
"Congregó, pues, David a todo Israel en Jerusalén, para que llevaran el
Arca del Señor al lugar que él le había preparado".
David consideró que era importante
reunir a todo Israel para traer el arca del Señor. Dios pensó que eso era
importante y por eso lo incluyó aquí en este Libro de Crónicas, que representa
Su punto de vista de este período de la historia. Luego tenemos la lista de los
que trajeron el arca, los hijos de Coat.
David había preparado un lugar para el
arca. No se nos dice dónde se encontraba exactamente ese lugar. Tal vez fue en
la era de Arauna el jebuseo porque más tarde David compró ese lugar para que
allí se edificara el templo. Estaba en la loma llamada el monte Moriah, donde
Abraham había ofrecido a Isaac como sacrificio. La loma pasaba por Jerusalén y
el Gólgota, lugar en que Jesús sería crucificado. Creemos que el lugar
preparado por David para instalar el arca estaba, pues, en el Monte Moriah.
En el versículo 13 leemos:
"Pues por no haberlo hecho así vosotros la primera vez, el Señor,
nuestro Dios, nos quebrantó, por cuanto no le buscamos según su ordenanza".
Recordemos que David al principio
había acusado a Dios por lo ocurrido, pensando que Dios había obrado mal al
quitar la vida a Uza. Luego él reconoció que él era el que había obrado mal y
aquí vemos que estaba confesando su error. Y ahora vemos en el versículo 14 que
"Se santificaron, pues, los
sacerdotes y los levitas para traer el Arca del Señor, Dios de Israel".
¿Ha notado usted, amigo oyente, la
repetición de esa expresión "el arca del Señor Dios de Israel", o,
"el arca de Dios"? Uno queda con la impresión de que el arca era muy
importante para Dios. Y ahora en el versículo 15, leemos:
"Y los hijos de los levitas trajeron el Arca de Dios puesta sobre sus
hombros en las barras, como lo había mandado Moisés, conforme a la palabra del
Señor".
Ahora lo estaban haciendo como debían
hacerlo, y aquí David se estaba refiriendo a las instrucciones del capítulo
cuatro del libro de Números. Ahora, el versículo 16, dice:
"Asimismo dijo David a los principales de los levitas que designaran a
cantores entre sus hermanos, con instrumentos de música, con salterios, arpas y
címbalos, para que los hicieran resonar con alegría".
El
salmo responsorial es el salmo 26. (Sal 26, 1.3.4.5) R.- el señor me ha
coronado, sobre la columna me ha exaltado.
«Una
cosa pido al Señor, y eso buscaré: habitar en la casa del Señor por todos los
días de mi vida» (v. 4). Si la
experiencia liberadora, descrita hasta ahora, es realmente así, entonces se impone una conclusión; si Dios,
vivo y vivificante en la interioridad humana, es la fuente de toda dicha y de toda libertad,
entonces, concluyamos: sólo una cosa vale, sólo
una cosa importa, sólo una cosa procuraré, pediré y buscaré eternamente:
«habitar en la casa del Señor».
Es necesario entender estas palabras
en su verdadera profundidad, es decir, en su
sentido figurado: vivir en el «templo» de su intimidad, cultivar su
amistad, acoger profundamente su presencia;
«gozar de la dulzura del Señor» (v. 4), esto es, experimentar vivamente la ternura de mi Dios, su
predilección, su amor, que se me da sin motivos ni merecimientos, cultivar interminablemente, «por todos los días de mi vida», la
relación personal y liberadora con el
Señor, mi Dios.
«En
el día del peligro» (v. 5), cuando me ronde la desdicha, cuando la muerte
llame a mi puerta, cuando me asalten los
mastines de la incomprensión y la soledad, el desprestigio y la enfermedad, el Señor «me protegerá en su
tienda». Dios no tiene tienda ni cabaña. El
mismo es la cabaña de refugio. El problema está en que yo me refugie, me
acoja, me abandone en sus manos. Pero
Dios no tiene manos; se trata de una metáfora para significar su presencia. Hay quienes traducen,
con gran acierto, este versículo, diciendo:
«Dios me abrigará. » Correcto. De eso se trata: de que yo me abrigue,
que yo me cubra con la presencia divina,
como con un abrigo. Una vez más, y siempre, la libertad gloriosa presupone una experiencia viva de Dios.
Y continúa el versículo: «Me esconderá en lo más escondido de su
morada.» Dios no tiene escondites; Él
es el escondite, y la gruta de refugio, y la cabaña para guarecerse en tiempo de tormenta. Otra vez, y siempre, el
problema está en mí: soy yo quien tiene que
buscar el refugio de sus alas; soy yo quien tengo que envolverme con su
presencia, que me protegerá de las
saetas.
«Me
alzará sobre la roca» (v. 5). Tampoco tiene Dios roca alguna. El es la
roca, y una roca prominente,
inaccesible. Y soy yo quien debo encaramarme sobre esa roca para ponerme fuera del alcance de las flechas de
los enemigos. Brillante metáfora que recuerda
los castillos inexpugnables de otros tiempos, construidos, como nidos de
águila, sobre riscos altísimos, rodeados
por todas partes de barrancos profundos. Estas torres eran, pues, inaccesibles, y por lo mismo,
inexpugnables. Los hombres, refugiados en su interior, estaban seguros y libres de sus enemigos.
Así
comenta San Juan Pablo II este salmo: «La comunión con Dios es manantial de
serenidad»
Meditación
en la primera parte del Salmo 26
“1.
Nuestro recorrido a través de las Vísperas se reanuda hoy con el Salmo 26, que
la liturgia distribuye en dos pasajes.
Reflexionaremos
ahora en la primera parte de este díctico poético y espiritual (Cf. versículos
1-6) que tiene como telón de fondo el templo de Sión, sede del culto de Israel.
De hecho, el salmista habla explícitamente de la «casa del Señor», del «templo»
(versículo 4), de la «morada» (Cf. versículos 5-6). En el original hebreo,
estos términos indican más precisamente el «tabernáculo» y la «tienda», es
decir, el corazón mismo del templo, en el que el Señor se revela con su
presencia y palabra. Se evoca también la «roca» de Sión (Cf. versículo 5),
lugar de seguridad y de refugio, y se alude a la celebración de los sacrificios
de acción de gracias (Cf. versículo 6).
Si
la liturgia es la atmósfera espiritual en la que está sumergido el Salmo, el
hilo conductor de la oración es la confianza en Dios, ya sea en el día del
gozo, ya sea en momentos de miedo.
….
(San Juan Pablo II Audiencia general.
Comentario la primera parte del Salmo 26 (versículos 1-6), «Confianza en Dios
ante el peligro». Miércoles, 21 abril 2004).
La
segunda lectura es del libro de los
Hechos de los apóstoles (Hch 1, 12- 14).
En ella se nos narran los principios de la Iglesia.
Es de gran importancia, pues nos presenta la continuidad de la Historia de la
salvación desde el momento en que Jesús termina su estancia en la Tierra, para
volver de nuevo al Cielo, recuperando la gloria que como Hijo de Dios le
correspondía y que en cierto modo acrecentó al humillarse “haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz. Y por eso Dios lo exaltó y le otorgó el
nombre sobre todo nombre…”. Además en este libro se presentan las directrices
para saber cómo ha de avanzar la Iglesia hacia el futuro, de modo que los
primeros cristianos son el punto de referencia para el comportamiento de los
que vinieron, vienen y han de venir.
Los apóstoles contemplaron con asombro
la ascensión de Jesús a los cielos, “mirando
atentamente al cielo, mientras él se iba, cuando se presentaron ante ellos dos
hombres con vestiduras blancas que dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué hacéis
mirando al cielo? Este mismo Jesús, que de entre vosotros ha sido elevado al
cielo, vendrá de igual manera a como le habéis visto subir al cielo”.
“Entonces
se volvieron a Jerusalén, desde el monte que llaman de los Olivos, que dista de
Jerusalén lo que se permite caminar en sábado. Cuando llegaron, subieron a la
sala superior, donde se alojaban: Pedro y Juan y Santiago y Andrés, Felipe y
Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el Celotes y Judas el de
Santiago. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas
mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos”.
Los once habían permanecido fieles al
Maestro. Once hombres que habían recibido el encargo de continuar la misión de
Cristo. Como el Padre me envió, les dijo Jesús, así os envío yo a vosotros.
Apóstoles, enviados a todos los rincones de la tierra para que dieran
testimonio de Cristo el Redentor, para que hablaran a los hombres, tan llenos
de odio y de malas pasiones, también de amor y de generosidad, de justicia y de
paz.
Difíciles comienzos, momentos de soledad,
con el vacío inmenso que Jesús había dejado con su ascensión a los cielos.
Estaban sin ver el modo de emprender la ardua tarea que se les había
encomendado. Sólo se les ocurre encerrarse en el cenáculo, atrancando puertas y
ventanas, vigilando entre rendijas un posible ataque por sorpresa, acechando
los mil ruidos de la noche.
ALELUYA Sal 39, 3d, 4a
Afianzo mis pies sobre roca, me puso
en la boca un cántico nuevo.
El
evangelio es de san Lucas (Lc 11, 27-28). El episodio
del evangelio narrado ocurre después de la expulsión de un demonio mudo.
Mientras que algunos pensaban que Jesús había recibido este poder del príncipe
de los demonios, esta mujer, sin embargo, reconoce en Jesús algo distinto y
alaba "el vientre que te llevó y los
pechos que te criaron". Es una alabanza dirigida a la Madre, María.
Jesús aprovecha para resaltar precisamente una cualidad que hace de María una
mujer singular: su disponibilidad para la escucha y la vivencia de la Palabra
de Dios. Ante la alabanza que Jesús recibe de aquella mujer del gentío, Él
contestó: “Mejor dichosos aquellos que
escuchan la palabra de Dios y la cumplen". Esto no significa un
desprestigio del rol de María. Está mostrando que el verdadero milagro en torno
a la encarnación de Jesús por María fue su obediencia al Señor. La Madre de
Jesús supo escuchar la Palabra de Dios.
La exclamación de la mujer. “Estaba él diciendo estas cosas cuando alzó
la voz una mujer de entre la gente y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los
pechos que te criaron!» (Lc 11,27). La imaginación de algunos apócrifos
sugiere que aquella mujer era una cecina de Nuestra Señora, allá en Nazaret.
Tenía un hijo, llamado Dimas, que, como tantos otros chicos jóvenes de Galilea
de aquella época, entró en la guerrilla contra los romanos, fue llevado a la
cárcel y ejecutado junto con Jesús. Era el buen ladrón (Lc 23,39-43). Su madre,
al oír que Jesús hablaba tan bien a la gente, recordó a María, su vecina y
dijo: “¡María debe ser tan feliz teniendo a un hijo así!”.
Jesús responde, (Lc 11,28) haciendo el
mayor elogio de su madre: “Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y
la guardan”. La llave para entender los capítulos 1 y 2 de San Lucas, nos es dada en
el evangelio de hoy: “Dichosos, más bien, los que oyen la palabra de Dios y la
guardan”. Veamos cómo en estos capítulos María se relaciona con la Palabra de
Dios.
Así comenta este pasaje Santa Teresa
Benedicta de la Cruz [Edith Stein], mártir, co-patrona de Europa
«Dichosos los que escuchan la Palabra
de Dios y la cumplen» (Lc 11,28).
“ La
redención del género humano es una decisión tomada en el silencio eterno de la
vida interior de Dios. Y la encarnación del Salvador se realizó en la oscuridad
de una casa silenciosa de Nazaret, cuando la fuerza del Espíritu Santo
descendió sobre la Virgen silenciosa, solitaria y orante. Luego, reunida en
torno a la Virgen silenciosa, (cf Hch 1,14) la Iglesia naciente, en oración,
esperaba la nueva efusión del Espíritu que le había sido prometido para darle
vida, darle claridad interior, fecundidad y eficacia…
En
este diálogo silencioso entre los seres benditos de Dios y su Señor se preparan
los acontecimientos de la historia de la Iglesia, visibles de lejos, que
renuevan la faz de la tierra (cf Sal 103,30) La Virgen que guardaba todas las
cosas dichas por el Señor en su corazón(cf Lc 1,45; 2,19, prefigura a las almas
atentas en las que sin cesar renace la oración sacerdotal de Jesús” .
(Santa Teresa Benedicta de la Cruz
[Edith Stein], mártir, co-patrona de Europa. Obras: Diálogo silencioso con Dios.
La Oración de la Iglesia).
Así comenta San Agustín, obispo y
doctor de la Iglesia este pasaje:
«Dichosa la madre que te llevó en sus
entrañas» (Lc 11,27).
“Atiende
a lo que dice Cristo, el Señor, extendiendo la mano hacia sus discípulos: «He
aquí mi madre y mis hermanos». Y luego: «El que hace la voluntad de mi Padre,
que me envió, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,49-50). ¿Acaso
la Virgen María no hizo la voluntad del Padre, ella que creyó por la fe, que
concibió por la fe?… Santa María hizo, sí, la voluntad del Padre, y por
consiguiente… María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz al Maestro,
lo llevó en su seno.
Ved
si lo que digo no es verdad. Cuando el Señor pasaba, seguido por la muchedumbre
y haciendo milagros, una mujer se puso a decir: «¡Feliz y bienaventurado, el
pecho qué te llevó!» ¿Y qué le replicó el Señor, para evitar que se coloque la
felicidad en la carne? «¡ Feliz más bien aquellos qué escuchan la palabra de
Dios y la cumplen!». Pues, María es bienaventurada también porque oyó la
palabra de Dios y la cumplió: su alma guardó la verdad más, que su pecho guardó
la carne. La Verdad, es Cristo; la carne, es Cristo. La verdad, es Cristo en el
corazón de María; la carne, es Cristo en el seno de María. Lo que está en el
alma es más que lo que está en el seno. ¡Santa María, bienaventurada María!…
Pero
vosotros, queridísimos, mirad:vosotros sois miembros Cristo, y sois el cuerpo
del Cristo (1Co 12,27)… « El que escucha y hace la voluntad de mi Padre que
está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana, mi madre»… Porque sólo hay
una herencia. Y es por eso que Cristo, aunque era el Hijo único, no quiso ser
único; en su misericordia, quiso que fuéramos herederos del Padre, que fuéramos
herederos con Él (Rm 8,17)”. (San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia este pasaje: Sermón:
¿Acaso la Virgen María no hizo la voluntad del Padre?. Sermón sobre el
Evangelio de Mateo, 25, 7-8 : PL 46, 937 (Liturgia de las Horas, 21 de
Noviembre).
Para
nuestra vida.
En España la devoción popular –con
muchos siglos de antigüedad— se jalona en la cercanía y presencia de Santa
María, la Virgen de Nazaret. No podía comprenderse la evolución y
afianzamientos de la nuestra fe sin la permanente y maternal tutela de María.
La Devoción a la Virgen del Pilar se basa en una leyenda, hermosa y muy
antigua. No hay precisiones históricas al respecto. Dicha leyenda nos informa
de un momento difícil de un amigo de Jesús. Del Apóstol Santiago que desanimado
por sus pocos éxitos en la extensión de la Palabra de Dios en el territorio de
Hispania ya estaba a punto de abandonar. Y, entonces, sobre un pilar, sobre una
columna, parte de una construcción, se le apareció la Madre de Jesús,
confortándole y profetizando sobre el gran futuro de la fe en las tierras de la
Península Ibérica. Tuvo que aparecerse María de Nazaret todavía en vida y
Santiago recibió esa fuerza poco antes de ser martirizado en Jerusalén. Estamos
celebrando, pues, al Pilar de María que es el Pilar de nuestra fe.
La promesa se ha cumplido. España y
Portugal son tierras de mucho fruto para los discípulos de Cristo. Y desde aquí
la fe cristiana viajó a América, donde, obviamente, los frutos fueron
sobreabundantes. La comunidad católica de toda América es una de las más
numerosas del mundo. Y si extrapolamos las diferencias entre las diferentes
iglesias americanas, del norte y del sur, --e incluso con las que no rinden
culto a María— pues tendríamos la concentración más elevada de cristianos de
todo el mundo. Hoy no puede contemplarse la festividad de la Virgen del Pilar
dejando fuera la realidad cristiana de toda América. Y decíamos que era una
realidad muy antigua, porque en el sentido histórico documentado desde el siglo
noveno a este veintiuno –primero del Tercer Milenio— el culto a María del Pilar
se ha venido observando ininterrumpidamente a orillas del río Ebro, en la
ciudad española de Zaragoza. El Papa Clemente XII concedió para España la misa
y el oficio propio de la Virgen del Pilar. Pío VII aumentó el rango litúrgico
de la celebración y una Papa contemporáneo, Pío XII, concedió a las naciones de
Iberoamérica la misa y el oficio en la fiesta de Nuestra Señora del Pilar.
El Señor será el vencedor de la
soledad y el liberador de las angustias,
en la medida en que sea el Dios viviente en el fondo de mi conciencia. La única condición para que Dios
sea verdaderamente mi liberador es ésta: que
no sea (Dios) una abstracción teórica, un entresijo de ideas lógicas para
hacer acrobacias intelectuales, sino que
sea, dentro de mí, una persona viviente: padre, madre, hermano, amigo, mi Dios verdadero. A esta realidad,
por llamarla de alguna manera, la llamamos
rostro.
En la primera lectura se n arra la entronización del Arca de la Alianza, en la tienda que David había preparado. Después hubo una gran fiesta litúrgica plena de alegría. María representa el Arca de la Nueva Alianza pues su humanidad purísima llevo encima a Jesús, el salvador del Mundo. Esta alegoría de la Nueva Arca es certera y plena de significado.
El salmista del salmo 26, sabiendo por
experiencia que el Rostro es la clave de todo bien, fuente de fuerza y transformación, así como de
plenitud existencial, en seis oportunidades
consecutivas apela a ese Rostro: 1) «tu rostro buscaré, Señor»; 2) «no
me escondas tu Rostro»; 3) «no rechaces
a tu siervo»; 4) «no me abandones»; 5) «no me dejes».
Así comenta San Juan Pablo II este
salmo: 2.
La primera parte del Salmo, que ahora meditamos, está marcada por una gran
serenidad, basada en la confianza en Dios en el día tenebroso del asalto de los
malvados. Las imágenes utilizadas para describir a estos adversarios, que son
el signo del mal que contamina la historia, son de dos clases. Por un lado,
parece presentarse una imagen de caza feroz: los malvados son como fieras que
avanzan para agarrar a su presa y desgarrar su carne, pero tropiezan y caen
(Cf. versículo 2). Por otro lado, se presenta el símbolo militar de un asalto
de toda una armada: es una batalla que estalla con ímpetu sembrando terror y muerte
(Cf. versículo 3).
La vida del creyente es sometida con
frecuencia a tensiones y contestaciones, en ocasiones también al rechazo e
incluso a la persecución. El comportamiento del hombre justo fastidia, pues
resuena como una admonición para los prepotentes y perversos. Lo reconocen sin
ambigüedades los impíos descritos por el Libro de la Sabiduría: el justo «es un
reproche de nuestros criterios, su sola presencia nos es insufrible, lleva una
vida distinta de todas y sus caminos son extraños» (Sabiduría 2, 14-15).
3. El fiel es consciente de que la coherencia
crea aislamiento y provoca incluso desprecio y hostilidad en una sociedad que
escoge con frecuencia como estandarte la ventaja personal, el éxito exterior,
la riqueza, el goce desenfrenado. Sin embargo, él no está solo y su corazón
mantiene una paz interior sorprendente, pues --como dice la espléndida
«antífona» de apertura del Salmo --«El Señor es mi luz y mi salvación» (Salmo
26, 1). Repite continuamente: «¿a quién temeré?... ¿quién me hará temblar?...
mi corazón no tiembla... me siento tranquilo» (versículos 1 y 3).
Parece ser un eco de las palabras de san Pablo
que proclaman: «Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? » (Romanos 8,
31). Pero la tranquilidad interior, la fortaleza de espíritu y la paz son un
don que se obtiene refugiándose en el templo, es decir, recurriendo a la
oración personal y comunitaria.
4. El orante, de hecho, se pone en las manos
de Dios y su sueño queda expresado también por otro Salmo (Cf. 22, 6):
«habitaré en la casa del Señor por años sin término». Entonces podrá «gozar de
la dulzura del Señor» (Salmo 26, 4), contemplar y admirar el misterio divino,
participar en la liturgia del sacrificio y elevar sus alabanzas al Dios
liberador (Cf. versículo 6). El Señor crea alrededor del fiel un horizonte de
paz, que excluye el estruendo del mal. La comunión con Dios es manantial de
serenidad, de alegría, de tranquilidad; es como entrar en un oasis de luz y de
amor.
5. Escuchemos como conclusión de nuestra
reflexión las palabras del monje Isaías, de origen sirio, quien vivió en el
desierto egipcio y murió en Gaza hacia el año 491. En su «Asceticon», aplica
nuestro Salmo a la oración en la tentación: «Si vemos que los enemigos nos
rodean con su astucia, es decir, con la acidia, debilitando nuestra alma en el
placer, ya sea porque no contenemos nuestra cólera contra el prójimo cuando
actúa contra su deber, o si tientan nuestros ojos con la concupiscencia, o si
quieren llevarnos a experimentar los placeres de gula, si hacen que para
nosotros la palabra del prójimo sean como el veneno, si nos hacen devaluar la
palabra de los demás, si nos inducen a diferenciar a los hermanos diciendo:
"Este es bueno, este es malo", si nos rodean de este modo, no nos
desalentemos, más bien, gritemos como David con corazón firme diciendo:
"El Señor es la defensa de mi vida" (Salmo 26, 1)» («Recueil
ascétique», Bellefontaine 1976, p. 211)” . (San Juan Pablo II Audiencia
general. Comentario la primera parte del Salmo 26 (versículos 1-6), «Confianza
en Dios ante el peligro». Miércoles, 21 abril 2004).
El
texto evangélico de Lucas, es muy breve. Y hace referencia a ese grito de
admiración de una mujer que celebró la existencia de Jesús invocando a su
madre.
El comentario de la mujer llamó la
atención sobre la madre de Jesús, sugiriendo que ella estaba bendita. La
respuesta de Jesús nos invita a todos a ser benditos como lo fue María,
recibiendo la palabra de Dios en nuestro corazón y viviendo bajo su Luz.
La respuesta que dio Jesús a la mujer
que, llena de entusiasmo, gritó en medio de la multitud: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron” “Más bien
dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan.”. No fue una
respuesta negativa, ni mucho menos, despectiva; fue una respuesta aclarativa.
Claro que María debía considerarse dichosa por haber dado a luz y amamantado a
su hijo Jesús, pero la verdadera dicha, la que Dios más apreciaba en ella, era
la que le venía por haber dicho sí a las palabras del ángel y por haber sido
después la primera discípula y seguidora del Cristo Redentor. Lo que más
aprecia Dios en nosotros no es nuestro origen social, o nuestros títulos
nobiliarios, sino la fidelidad con la que le servimos a lo largo de nuestra
vida diaria. Ser fieles al evangelio de Jesús y comprometernos firme y
solidariamente en la predicación y cumplimiento del mismo es lo que de verdad
nos hace ser queridos de Dios. Si nuestra felicidad más profunda la encontramos
en Dios, deberemos vivir cada momento de nuestra vida como amigos de Dios,
cumpliendo fielmente su palabra.
Jesús debe de haber estado encantado
de oír esta alabanza a su Madre. Pero Él usa esta ocasión para revelarnos otra
dimensión de la bienaventuranza de los oyentes de la Palabra de Dios. Esto
significa que la comunidad del Espacio Sagrado es profundamente bendecida por
Dios!
Esa respuesta tan hermosa y natural de
parte de una mujer de la multitud hacia Jesús! Ella expresa esa emoción
predominante, mucho más desde la perspectiva femenina y maternal. Es Jesús tan
real y tangible para mí, que yo algunas veces puedo responderle de una manera
realmente espontánea y personal?
¿Quién soy yo entonces? Soy la
bendecida o el bendecido de Dios. Abre mis oídos y permanece en mí siempre, de
modo que mi vida sea una demostración de la palabra de Dios.
La respuesta de Jesús no disminuye a
su madre María, pero la abarca a ella y a todos los demás que oyen y obedecen
la palabra de Dios. Yo acepto ser también incluido en esta bendición ?
La plegaria de alabanza es una
tradición antigua y muy bella. Elogio yo bastante? Yo también puedo ofrecer mi
voz en alabanza al maravilloso trabajo del Señor en mi vida.
Así comenta San Sofronio de Jerusalén,
obispo este pasaje:
Homilía: Su escucha transformó en
bendición la maldición de Eva.
Homilía para la Anunciación 2; PG 87,
3, 3241.
«Dichoso el vientre que te llevó» (Lc
11,27).
«Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). Oh Virgen María, ¿puede
haber algo superior a este gozo? ¿Puede haber gracia más alta que ésta?…
Verdaderamente «bendita eres entre todas las mujeres» (Lc 1,42), porque has
transformado en bendición la maldición de Eva; porque Adán, que antiguamente
había sido maldecido, por ti ha obtenido la bendición.
Verdaderamente
«bendita eres entre todas las mujeres» porque, gracias a ti, la bendición del
Padre ha sido derramada sobre los hombres y les ha librado de la antigua
maldición.
Verdaderamente,
«bendita eres entre todas las mujeres» porque gracias a ti, han sido salvados
tus antepasados, porque eres tú quien va a engendrar al Salvador que les traerá
la salvación.
Verdaderamente,
«bendita eres entre todas las mujeres», porque sin haber recibido la semilla,
has dado el fruto que procura a la tierra entera la bendición, y la rescata de
la maldición de la que nacen las espinas.
Verdaderamente,
«bendita eres entre todas las mujeres» porque siendo mujer por naturaleza,
llegas a ser efectivamente Madre de Dios. Porque si aquel a quien darás a luz
es verdaderamente Dios encarnado, a ti te llaman Madre de Dios con toda
propiedad porque es verdaderamente Dios el que tú darás a luz”
. (San Sofronio de Jerusalén, obispo este pasaje: Homilía para la Anunciación
2; PG 87, 3, 3241.)
Así comenta San Pedro Damián, obispo y
doctor de la Iglesia, este texto
Sermón: Llevar a Cristo en nuestro
corazón.
«Dichosos los que acogen la Palabra de
Dios, su Verbo» (cf. Lc 11,28).
“Es
propio de la Virgen María haber concebido a Cristo en su seno, pero es herencia
de todos los escogidos llevarle con amor en su corazón. Dichosa sí, muy dichosa
es la mujer que ha llevado a Jesús en su seno durante nueve meses (Lc 11,27).
Dichosos también nosotros cuando estamos vigilantes para poder llevarlo siempre
en nuestro corazón. Ciertamente, la concepción de Cristo en el seno de María
fue una gran maravilla, pero no es una maravilla menor ver como se hace huésped
de nuestro corazón. Éste es el sentido del testimonio de Juan: « Mira, estoy a
la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, entraré en su
casa, cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20)… Consideremos, hermanos, cuál es
nuestra dignidad y nuestra semejanza con María. La Virgen concibió a Cristo en
sus entrañas de carne, y nosotros lo llevaremos en las de nuestro corazón.
María ha alimentado a Cristo dando a sus labios la leche de su seno, y nosotros
podemos ofrecerle la comida variada de las buenas acciones, en las que él se
deleita” . (San Pedro Damián, obispo y doctor de la Iglesia, este texto.
Sermón: Llevar a Cristo en nuestro corazón. Sermón 45 : PL 144, 747.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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