domingo, 13 de octubre de 2019

Comentario a las lecturas de la Solemnidad de Nuestra Señora del Pilar 12 de octubre de 2019




La festividad de la Virgen del Pilar, en Zaragoza primero y después en toda España, es un hecho histórico que nadie puede contradecir. Lo que conmemoramos en esta fiesta, realmente, es la importancia que ha tenido en nuestra patria la predicación del evangelio de Cristo, desde tiempos muy cercanos a la vida del Señor. Lo que la fiesta de verdad nos dice es que el pilar sobre el que se apoya nuestra fe cristiana es realmente el mismo Cristo y que la Virgen María, apoyándose en Cristo, ha contribuido eficacísimamente a la evangelización cristiana de la península ibérica. La Virgen María, con su intercesión corredentora, es realmente nuestra Patrona porque ella ha inspirado y ha guiado durante siglos nuestra fe en Cristo. Lo que tenemos que hacer los españoles, al celebrar la fiesta del Pilar, es vivir con autenticidad nuestra fe cristiana y apoyarla firmemente sobre Cristo, teniendo como guía e intercesora a la Virgen María.

La primera lectura es del primer libro de las crónicas (1 Cro 15, 3-4.15-16; 15, 1-2). Los libros de las Crónicas formaban en un principio un solo volumen, que los LXX, al igual que hicieron con los de Samuel y Reyes, dividieron en dos. En el hebreo llevan el título Dibre hayyamim  (palabras, cosas de los días), expresión que equivale a anales, crónicas. Esta última denominación empleó San Jerónimo al considerar el libro como "Chronicon totius divinae historiae" (PL 28,554) o "Instrumenti  veteris epitomen" (PL 22:548). Lutero adoptó y generalizó el título jeronimiano de Crónicas. Los LXX dieron a la obra el título de 1 y 2 libro de los Paraleipoménon, por creer que su autor quiso completar las historias de los libros de Samuel y de los Reyes, recogiéndose noticias que allí habían omitido o dejado de lado. Pero el libro es una historia independiente y autónoma.
En este capítulo 15, veremos que David hizo las cosas en forma correcta.
David quiere hacer las cosas bien. Y nos preguntamos por qué no lo hizo así la primera vez y tuvo que pasar por aquella triste experiencia antes de hacerlo correctamente. Después de todo, ésa es la manera en que la mayoría de nosotros aprende las lecciones de la vida. Para nosotros resulta fácil decir que David tendría que haber actuado correctamente en un principio. Pero nuestra experiencia nos hace reconocer que nosotros aprendemos de nuestros errores. David, ahora, estaba preparado para hacer las cosas de la manera que Dios quería. Así leemos en el versículo 3:
"Congregó, pues, David a todo Israel en Jerusalén, para que llevaran el Arca del Señor al lugar que él le había preparado".
David consideró que era importante reunir a todo Israel para traer el arca del Señor. Dios pensó que eso era importante y por eso lo incluyó aquí en este Libro de Crónicas, que representa Su punto de vista de este período de la historia. Luego tenemos la lista de los que trajeron el arca, los hijos de Coat.
David había preparado un lugar para el arca. No se nos dice dónde se encontraba exactamente ese lugar. Tal vez fue en la era de Arauna el jebuseo porque más tarde David compró ese lugar para que allí se edificara el templo. Estaba en la loma llamada el monte Moriah, donde Abraham había ofrecido a Isaac como sacrificio. La loma pasaba por Jerusalén y el Gólgota, lugar en que Jesús sería crucificado. Creemos que el lugar preparado por David para instalar el arca estaba, pues, en el Monte Moriah.
En el versículo 13 leemos:
"Pues por no haberlo hecho así vosotros la primera vez, el Señor, nuestro Dios, nos quebrantó, por cuanto no le buscamos según su ordenanza".
Recordemos que David al principio había acusado a Dios por lo ocurrido, pensando que Dios había obrado mal al quitar la vida a Uza. Luego él reconoció que él era el que había obrado mal y aquí vemos que estaba confesando su error. Y ahora vemos en el versículo 14 que
"Se santificaron, pues, los sacerdotes y los levitas para traer el Arca del Señor, Dios de Israel".
¿Ha notado usted, amigo oyente, la repetición de esa expresión "el arca del Señor Dios de Israel", o, "el arca de Dios"? Uno queda con la impresión de que el arca era muy importante para Dios. Y ahora en el versículo 15, leemos:
"Y los hijos de los levitas trajeron el Arca de Dios puesta sobre sus hombros en las barras, como lo había mandado Moisés, conforme a la palabra del Señor".
Ahora lo estaban haciendo como debían hacerlo, y aquí David se estaba refiriendo a las instrucciones del capítulo cuatro del libro de Números. Ahora, el versículo 16, dice:
"Asimismo dijo David a los principales de los levitas que designaran a cantores entre sus hermanos, con instrumentos de música, con salterios, arpas y címbalos, para que los hicieran resonar con alegría".

El salmo responsorial es el salmo 26. (Sal 26, 1.3.4.5) R.- el señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado.
«Una cosa pido al Señor, y eso buscaré: habitar en la casa del Señor por todos los días  de mi vida» (v. 4). Si la experiencia liberadora, descrita hasta ahora, es realmente así,  entonces se impone una conclusión; si Dios, vivo y vivificante en la interioridad humana, es  la fuente de toda dicha y de toda libertad, entonces, concluyamos: sólo una cosa vale, sólo  una cosa importa, sólo una cosa procuraré, pediré y buscaré eternamente: «habitar en la  casa del Señor».
Es necesario entender estas palabras en su verdadera profundidad, es decir, en su  sentido figurado: vivir en el «templo» de su intimidad, cultivar su amistad, acoger  profundamente su presencia; «gozar de la dulzura del Señor» (v. 4), esto es, experimentar  vivamente la ternura de mi Dios, su predilección, su amor, que se me da sin motivos ni  merecimientos, cultivar interminablemente, «por todos los días de mi vida», la relación  personal y liberadora con el Señor, mi Dios.
«En el día del peligro» (v. 5), cuando me ronde la desdicha, cuando la muerte llame a mi  puerta, cuando me asalten los mastines de la incomprensión y la soledad, el desprestigio y  la enfermedad, el Señor «me protegerá en su tienda». Dios no tiene tienda ni cabaña. El  mismo es la cabaña de refugio. El problema está en que yo me refugie, me acoja, me  abandone en sus manos. Pero Dios no tiene manos; se trata de una metáfora para  significar su presencia. Hay quienes traducen, con gran acierto, este versículo, diciendo:  «Dios me abrigará. » Correcto. De eso se trata: de que yo me abrigue, que yo me cubra con  la presencia divina, como con un abrigo. Una vez más, y siempre, la libertad gloriosa  presupone una experiencia viva de Dios.
Y continúa el versículo: «Me esconderá en lo más escondido de su morada.» Dios no  tiene escondites; Él es el escondite, y la gruta de refugio, y la cabaña para guarecerse en  tiempo de tormenta. Otra vez, y siempre, el problema está en mí: soy yo quien tiene que  buscar el refugio de sus alas; soy yo quien tengo que envolverme con su presencia, que me  protegerá de las saetas.
«Me alzará sobre la roca» (v. 5). Tampoco tiene Dios roca alguna. El es la roca, y una  roca prominente, inaccesible. Y soy yo quien debo encaramarme sobre esa roca para  ponerme fuera del alcance de las flechas de los enemigos. Brillante metáfora que recuerda  los castillos inexpugnables de otros tiempos, construidos, como nidos de águila, sobre  riscos altísimos, rodeados por todas partes de barrancos profundos. Estas torres eran,  pues, inaccesibles, y por lo mismo, inexpugnables. Los hombres, refugiados en su interior,  estaban seguros y libres de sus enemigos.
Así comenta San Juan Pablo II este salmo: «La comunión con Dios es manantial de serenidad»
Meditación en la primera parte del Salmo 26
“1. Nuestro recorrido a través de las Vísperas se reanuda hoy con el Salmo 26, que la liturgia distribuye en dos pasajes.
Reflexionaremos ahora en la primera parte de este díctico poético y espiritual (Cf. versículos 1-6) que tiene como telón de fondo el templo de Sión, sede del culto de Israel. De hecho, el salmista habla explícitamente de la «casa del Señor», del «templo» (versículo 4), de la «morada» (Cf. versículos 5-6). En el original hebreo, estos términos indican más precisamente el «tabernáculo» y la «tienda», es decir, el corazón mismo del templo, en el que el Señor se revela con su presencia y palabra. Se evoca también la «roca» de Sión (Cf. versículo 5), lugar de seguridad y de refugio, y se alude a la celebración de los sacrificios de acción de gracias (Cf. versículo 6).
Si la liturgia es la atmósfera espiritual en la que está sumergido el Salmo, el hilo conductor de la oración es la confianza en Dios, ya sea en el día del gozo, ya sea en momentos de miedo.
….
(San Juan Pablo II Audiencia general. Comentario la primera parte del Salmo 26 (versículos 1-6), «Confianza en Dios ante el peligro». Miércoles, 21 abril 2004).

La segunda lectura es del  libro de los Hechos de los apóstoles (Hch  1, 12- 14). En ella se nos narran los principios de la Iglesia. Es de gran importancia, pues nos presenta la continuidad de la Historia de la salvación desde el momento en que Jesús termina su estancia en la Tierra, para volver de nuevo al Cielo, recuperando la gloria que como Hijo de Dios le correspondía y que en cierto modo acrecentó al humillarse “haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Y por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre sobre todo nombre…”. Además en este libro se presentan las directrices para saber cómo ha de avanzar la Iglesia hacia el futuro, de modo que los primeros cristianos son el punto de referencia para el comportamiento de los que vinieron, vienen y han de venir.
Los apóstoles contemplaron con asombro la ascensión de Jesús a los cielos, “mirando atentamente al cielo, mientras él se iba, cuando se presentaron ante ellos dos hombres con vestiduras blancas que dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que de entre vosotros ha sido elevado al cielo, vendrá de igual manera a como le habéis visto subir al cielo”.
 Entonces se volvieron a Jerusalén, desde el monte que llaman de los Olivos, que dista de Jerusalén lo que se permite caminar en sábado. Cuando llegaron, subieron a la sala superior, donde se alojaban: Pedro y Juan y Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el Celotes y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos”.
Los once habían permanecido fieles al Maestro. Once hombres que habían recibido el encargo de continuar la misión de Cristo. Como el Padre me envió, les dijo Jesús, así os envío yo a vosotros. Apóstoles, enviados a todos los rincones de la tierra para que dieran testimonio de Cristo el Redentor, para que hablaran a los hombres, tan llenos de odio y de malas pasiones, también de amor y de generosidad, de justicia y de paz.
Difíciles comienzos, momentos de soledad, con el vacío inmenso que Jesús había dejado con su ascensión a los cielos. Estaban sin ver el modo de emprender la ardua tarea que se les había encomendado. Sólo se les ocurre encerrarse en el cenáculo, atrancando puertas y ventanas, vigilando entre rendijas un posible ataque por sorpresa, acechando los mil ruidos de la noche.

ALELUYA Sal 39, 3d, 4a
Afianzo mis pies sobre roca, me puso en la boca un cántico nuevo.
Ver las imágenes de origenEl evangelio es de san Lucas (Lc 11, 27-28). El episodio del evangelio narrado ocurre después de la expulsión de un demonio mudo. Mientras que algunos pensaban que Jesús había recibido este poder del príncipe de los demonios, esta mujer, sin embargo, reconoce en Jesús algo distinto y alaba "el vientre que te llevó y los pechos que te criaron". Es una alabanza dirigida a la Madre, María. Jesús aprovecha para resaltar precisamente una cualidad que hace de María una mujer singular: su disponibilidad para la escucha y la vivencia de la Palabra de Dios. Ante la alabanza que Jesús recibe de aquella mujer del gentío, Él contestó: “Mejor dichosos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen". Esto no significa un desprestigio del rol de María. Está mostrando que el verdadero milagro en torno a la encarnación de Jesús por María fue su obediencia al Señor. La Madre de Jesús supo escuchar la Palabra de Dios.
La exclamación de la mujer. “Estaba él diciendo estas cosas cuando alzó la voz una mujer de entre la gente y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» (Lc 11,27). La imaginación de algunos apócrifos sugiere que aquella mujer era una cecina de Nuestra Señora, allá en Nazaret. Tenía un hijo, llamado Dimas, que, como tantos otros chicos jóvenes de Galilea de aquella época, entró en la guerrilla contra los romanos, fue llevado a la cárcel y ejecutado junto con Jesús. Era el buen ladrón (Lc 23,39-43). Su madre, al oír que Jesús hablaba tan bien a la gente, recordó a María, su vecina y dijo: “¡María debe ser tan feliz teniendo a un hijo así!”.
Jesús responde, (Lc 11,28) haciendo el mayor elogio de su madre: “Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan”. La llave para entender los  capítulos 1 y 2 de San Lucas, nos es dada en el evangelio de hoy: “Dichosos, más bien, los que oyen la palabra de Dios y la guardan”. Veamos cómo en estos capítulos María se relaciona con la Palabra de Dios.
Así comenta este pasaje Santa Teresa Benedicta de la Cruz [Edith Stein], mártir, co-patrona de Europa
«Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11,28).
La redención del género humano es una decisión tomada en el silencio eterno de la vida interior de Dios. Y la encarnación del Salvador se realizó en la oscuridad de una casa silenciosa de Nazaret, cuando la fuerza del Espíritu Santo descendió sobre la Virgen silenciosa, solitaria y orante. Luego, reunida en torno a la Virgen silenciosa, (cf Hch 1,14) la Iglesia naciente, en oración, esperaba la nueva efusión del Espíritu que le había sido prometido para darle vida, darle claridad interior, fecundidad y eficacia…
En este diálogo silencioso entre los seres benditos de Dios y su Señor se preparan los acontecimientos de la historia de la Iglesia, visibles de lejos, que renuevan la faz de la tierra (cf Sal 103,30) La Virgen que guardaba todas las cosas dichas por el Señor en su corazón(cf Lc 1,45; 2,19, prefigura a las almas atentas en las que sin cesar renace la oración sacerdotal de Jesús” . (Santa Teresa Benedicta de la Cruz [Edith Stein], mártir, co-patrona de Europa. Obras: Diálogo silencioso con Dios. La Oración de la Iglesia).
Así comenta San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia este pasaje:
«Dichosa la madre que te llevó en sus entrañas» (Lc 11,27).
Atiende a lo que dice Cristo, el Señor, extendiendo la mano hacia sus discípulos: «He aquí mi madre y mis hermanos». Y luego: «El que hace la voluntad de mi Padre, que me envió, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,49-50). ¿Acaso la Virgen María no hizo la voluntad del Padre, ella que creyó por la fe, que concibió por la fe?… Santa María hizo, sí, la voluntad del Padre, y por consiguiente… María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz al Maestro, lo llevó en su seno.
Ved si lo que digo no es verdad. Cuando el Señor pasaba, seguido por la muchedumbre y haciendo milagros, una mujer se puso a decir: «¡Feliz y bienaventurado, el pecho qué te llevó!» ¿Y qué le replicó el Señor, para evitar que se coloque la felicidad en la carne? «¡ Feliz más bien aquellos qué escuchan la palabra de Dios y la cumplen!». Pues, María es bienaventurada también porque oyó la palabra de Dios y la cumplió: su alma guardó la verdad más, que su pecho guardó la carne. La Verdad, es Cristo; la carne, es Cristo. La verdad, es Cristo en el corazón de María; la carne, es Cristo en el seno de María. Lo que está en el alma es más que lo que está en el seno. ¡Santa María, bienaventurada María!…
Pero vosotros, queridísimos, mirad:vosotros sois miembros Cristo, y sois el cuerpo del Cristo (1Co 12,27)… « El que escucha y hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana, mi madre»… Porque sólo hay una herencia. Y es por eso que Cristo, aunque era el Hijo único, no quiso ser único; en su misericordia, quiso que fuéramos herederos del Padre, que fuéramos herederos con Él (Rm 8,17)”. (San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia este pasaje: Sermón: ¿Acaso la Virgen María no hizo la voluntad del Padre?. Sermón sobre el Evangelio de Mateo, 25, 7-8 : PL 46, 937 (Liturgia de las Horas, 21 de Noviembre).

Para nuestra vida.
En España la devoción popular –con muchos siglos de antigüedad— se jalona en la cercanía y presencia de Santa María, la Virgen de Nazaret. No podía comprenderse la evolución y afianzamientos de la nuestra fe sin la permanente y maternal tutela de María. La Devoción a la Virgen del Pilar se basa en una leyenda, hermosa y muy antigua. No hay precisiones históricas al respecto. Dicha leyenda nos informa de un momento difícil de un amigo de Jesús. Del Apóstol Santiago que desanimado por sus pocos éxitos en la extensión de la Palabra de Dios en el territorio de Hispania ya estaba a punto de abandonar. Y, entonces, sobre un pilar, sobre una columna, parte de una construcción, se le apareció la Madre de Jesús, confortándole y profetizando sobre el gran futuro de la fe en las tierras de la Península Ibérica. Tuvo que aparecerse María de Nazaret todavía en vida y Santiago recibió esa fuerza poco antes de ser martirizado en Jerusalén. Estamos celebrando, pues, al Pilar de María que es el Pilar de nuestra fe.
La promesa se ha cumplido. España y Portugal son tierras de mucho fruto para los discípulos de Cristo. Y desde aquí la fe cristiana viajó a América, donde, obviamente, los frutos fueron sobreabundantes. La comunidad católica de toda América es una de las más numerosas del mundo. Y si extrapolamos las diferencias entre las diferentes iglesias americanas, del norte y del sur, --e incluso con las que no rinden culto a María— pues tendríamos la concentración más elevada de cristianos de todo el mundo. Hoy no puede contemplarse la festividad de la Virgen del Pilar dejando fuera la realidad cristiana de toda América. Y decíamos que era una realidad muy antigua, porque en el sentido histórico documentado desde el siglo noveno a este veintiuno –primero del Tercer Milenio— el culto a María del Pilar se ha venido observando ininterrumpidamente a orillas del río Ebro, en la ciudad española de Zaragoza. El Papa Clemente XII concedió para España la misa y el oficio propio de la Virgen del Pilar. Pío VII aumentó el rango litúrgico de la celebración y una Papa contemporáneo, Pío XII, concedió a las naciones de Iberoamérica la misa y el oficio en la fiesta de Nuestra Señora del Pilar.
El Señor será el vencedor de la soledad y  el liberador de las angustias, en la medida en que sea el Dios viviente en el fondo de mi  conciencia. La única condición para que Dios sea verdaderamente mi liberador es ésta: que  no sea (Dios) una abstracción teórica, un entresijo de ideas lógicas para hacer acrobacias  intelectuales, sino que sea, dentro de mí, una persona viviente: padre, madre, hermano,  amigo, mi Dios verdadero. A esta realidad, por llamarla de alguna manera, la llamamos  rostro.

En la primera lectura se narra la entronización del Arca de la Alianza, en la tienda que David había preparado. Después hubo una gran fiesta litúrgica plena de alegría. María representa el Arca de la Nueva Alianza pues su humanidad purísima llevo encima a Jesús, el salvador del Mundo. Esta alegoría de la Nueva Arca es certera y plena de significado.  

El salmista del salmo 26, sabiendo por experiencia que el Rostro es la clave de todo bien, fuente  de fuerza y transformación, así como de plenitud existencial, en seis oportunidades  consecutivas apela a ese Rostro: 1) «tu rostro buscaré, Señor»; 2) «no me escondas tu  Rostro»; 3) «no rechaces a tu siervo»; 4) «no me abandones»; 5) «no me dejes».
Así comenta San Juan Pablo II este salmo: 2. La primera parte del Salmo, que ahora meditamos, está marcada por una gran serenidad, basada en la confianza en Dios en el día tenebroso del asalto de los malvados. Las imágenes utilizadas para describir a estos adversarios, que son el signo del mal que contamina la historia, son de dos clases. Por un lado, parece presentarse una imagen de caza feroz: los malvados son como fieras que avanzan para agarrar a su presa y desgarrar su carne, pero tropiezan y caen (Cf. versículo 2). Por otro lado, se presenta el símbolo militar de un asalto de toda una armada: es una batalla que estalla con ímpetu sembrando terror y muerte (Cf. versículo 3).
 La vida del creyente es sometida con frecuencia a tensiones y contestaciones, en ocasiones también al rechazo e incluso a la persecución. El comportamiento del hombre justo fastidia, pues resuena como una admonición para los prepotentes y perversos. Lo reconocen sin ambigüedades los impíos descritos por el Libro de la Sabiduría: el justo «es un reproche de nuestros criterios, su sola presencia nos es insufrible, lleva una vida distinta de todas y sus caminos son extraños» (Sabiduría 2, 14-15).
 3. El fiel es consciente de que la coherencia crea aislamiento y provoca incluso desprecio y hostilidad en una sociedad que escoge con frecuencia como estandarte la ventaja personal, el éxito exterior, la riqueza, el goce desenfrenado. Sin embargo, él no está solo y su corazón mantiene una paz interior sorprendente, pues --como dice la espléndida «antífona» de apertura del Salmo --«El Señor es mi luz y mi salvación» (Salmo 26, 1). Repite continuamente: «¿a quién temeré?... ¿quién me hará temblar?... mi corazón no tiembla... me siento tranquilo» (versículos 1 y 3).
 Parece ser un eco de las palabras de san Pablo que proclaman: «Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? » (Romanos 8, 31). Pero la tranquilidad interior, la fortaleza de espíritu y la paz son un don que se obtiene refugiándose en el templo, es decir, recurriendo a la oración personal y comunitaria.
 4. El orante, de hecho, se pone en las manos de Dios y su sueño queda expresado también por otro Salmo (Cf. 22, 6): «habitaré en la casa del Señor por años sin término». Entonces podrá «gozar de la dulzura del Señor» (Salmo 26, 4), contemplar y admirar el misterio divino, participar en la liturgia del sacrificio y elevar sus alabanzas al Dios liberador (Cf. versículo 6). El Señor crea alrededor del fiel un horizonte de paz, que excluye el estruendo del mal. La comunión con Dios es manantial de serenidad, de alegría, de tranquilidad; es como entrar en un oasis de luz y de amor.
 5. Escuchemos como conclusión de nuestra reflexión las palabras del monje Isaías, de origen sirio, quien vivió en el desierto egipcio y murió en Gaza hacia el año 491. En su «Asceticon», aplica nuestro Salmo a la oración en la tentación: «Si vemos que los enemigos nos rodean con su astucia, es decir, con la acidia, debilitando nuestra alma en el placer, ya sea porque no contenemos nuestra cólera contra el prójimo cuando actúa contra su deber, o si tientan nuestros ojos con la concupiscencia, o si quieren llevarnos a experimentar los placeres de gula, si hacen que para nosotros la palabra del prójimo sean como el veneno, si nos hacen devaluar la palabra de los demás, si nos inducen a diferenciar a los hermanos diciendo: "Este es bueno, este es malo", si nos rodean de este modo, no nos desalentemos, más bien, gritemos como David con corazón firme diciendo: "El Señor es la defensa de mi vida" (Salmo 26, 1)» («Recueil ascétique», Bellefontaine 1976, p. 211)” . (San Juan Pablo II Audiencia general. Comentario la primera parte del Salmo 26 (versículos 1-6), «Confianza en Dios ante el peligro». Miércoles, 21 abril 2004).


El texto evangélico de Lucas, es muy breve. Y hace referencia a ese grito de admiración de una mujer que celebró la existencia de Jesús invocando a su madre.
El comentario de la mujer llamó la atención sobre la madre de Jesús, sugiriendo que ella estaba bendita. La respuesta de Jesús nos invita a todos a ser benditos como lo fue María, recibiendo la palabra de Dios en nuestro corazón y viviendo bajo su Luz.
La respuesta que dio Jesús a la mujer que, llena de entusiasmo, gritó en medio de la multitud: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron” “Más bien dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan.”. No fue una respuesta negativa, ni mucho menos, despectiva; fue una respuesta aclarativa. Claro que María debía considerarse dichosa por haber dado a luz y amamantado a su hijo Jesús, pero la verdadera dicha, la que Dios más apreciaba en ella, era la que le venía por haber dicho sí a las palabras del ángel y por haber sido después la primera discípula y seguidora del Cristo Redentor. Lo que más aprecia Dios en nosotros no es nuestro origen social, o nuestros títulos nobiliarios, sino la fidelidad con la que le servimos a lo largo de nuestra vida diaria. Ser fieles al evangelio de Jesús y comprometernos firme y solidariamente en la predicación y cumplimiento del mismo es lo que de verdad nos hace ser queridos de Dios. Si nuestra felicidad más profunda la encontramos en Dios, deberemos vivir cada momento de nuestra vida como amigos de Dios, cumpliendo fielmente su palabra.
Jesús debe de haber estado encantado de oír esta alabanza a su Madre. Pero Él usa esta ocasión para revelarnos otra dimensión de la bienaventuranza de los oyentes de la Palabra de Dios. Esto significa que la comunidad del Espacio Sagrado es profundamente bendecida por Dios!
Esa respuesta tan hermosa y natural de parte de una mujer de la multitud hacia Jesús! Ella expresa esa emoción predominante, mucho más desde la perspectiva femenina y maternal. Es Jesús tan real y tangible para mí, que yo algunas veces puedo responderle de una manera realmente espontánea y personal?
¿Quién soy yo entonces? Soy la bendecida o el bendecido de Dios. Abre mis oídos y permanece en mí siempre, de modo que mi vida sea una demostración de la palabra de Dios.
La respuesta de Jesús no disminuye a su madre María, pero la abarca a ella y a todos los demás que oyen y obedecen la palabra de Dios. Yo acepto ser también incluido en esta bendición ?
La plegaria de alabanza es una tradición antigua y muy bella. Elogio yo bastante? Yo también puedo ofrecer mi voz en alabanza al maravilloso trabajo del Señor en mi vida.
Así comenta San Sofronio de Jerusalén, obispo este pasaje:
Homilía: Su escucha transformó en bendición la maldición de Eva.
Homilía para la Anunciación 2; PG 87, 3, 3241.
«Dichoso el vientre que te llevó» (Lc 11,27).
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). Oh Virgen María, ¿puede haber algo superior a este gozo? ¿Puede haber gracia más alta que ésta?… Verdaderamente «bendita eres entre todas las mujeres» (Lc 1,42), porque has transformado en bendición la maldición de Eva; porque Adán, que antiguamente había sido maldecido, por ti ha obtenido la bendición.
Verdaderamente «bendita eres entre todas las mujeres» porque, gracias a ti, la bendición del Padre ha sido derramada sobre los hombres y les ha librado de la antigua maldición.
Verdaderamente, «bendita eres entre todas las mujeres» porque gracias a ti, han sido salvados tus antepasados, porque eres tú quien va a engendrar al Salvador que les traerá la salvación.
Verdaderamente, «bendita eres entre todas las mujeres», porque sin haber recibido la semilla, has dado el fruto que procura a la tierra entera la bendición, y la rescata de la maldición de la que nacen las espinas.
Verdaderamente, «bendita eres entre todas las mujeres» porque siendo mujer por naturaleza, llegas a ser efectivamente Madre de Dios. Porque si aquel a quien darás a luz es verdaderamente Dios encarnado, a ti te llaman Madre de Dios con toda propiedad porque es verdaderamente Dios el que tú darás a luz” . (San Sofronio de Jerusalén, obispo este pasaje: Homilía para la Anunciación 2; PG 87, 3, 3241.)
Así comenta San Pedro Damián, obispo y doctor de la Iglesia, este texto
Sermón: Llevar a Cristo en nuestro corazón.
«Dichosos los que acogen la Palabra de Dios, su Verbo» (cf. Lc 11,28).
Es propio de la Virgen María haber concebido a Cristo en su seno, pero es herencia de todos los escogidos llevarle con amor en su corazón. Dichosa sí, muy dichosa es la mujer que ha llevado a Jesús en su seno durante nueve meses (Lc 11,27). Dichosos también nosotros cuando estamos vigilantes para poder llevarlo siempre en nuestro corazón. Ciertamente, la concepción de Cristo en el seno de María fue una gran maravilla, pero no es una maravilla menor ver como se hace huésped de nuestro corazón. Éste es el sentido del testimonio de Juan: « Mira, estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20)… Consideremos, hermanos, cuál es nuestra dignidad y nuestra semejanza con María. La Virgen concibió a Cristo en sus entrañas de carne, y nosotros lo llevaremos en las de nuestro corazón. María ha alimentado a Cristo dando a sus labios la leche de su seno, y nosotros podemos ofrecerle la comida variada de las buenas acciones, en las que él se deleita” . (San Pedro Damián, obispo y doctor de la Iglesia, este texto. Sermón: Llevar a Cristo en nuestro corazón. Sermón 45 : PL 144, 747.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com

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