Comentario a las lecturas del Domingo XVI del Tiempo Ordinario 21 de julio de 2019
En este domingo dos ideas
son hilo conductor de las lecturas: la hospitalidad y a la atención a Dios.
Atender a Dios, no es
desvivirse por Él, sino escuchar su Palabra y ponerla en
práctica.
La hospitalidad de Abraham, que corre a atender a sus
huéspedes, contrasta con la hospitalidad en la casa de Marta y María.
En esta Cristo pone el énfasis, en su Palabra,
más que en la laboriosidad de la atención.
No quiere decir
que la acción no sea importante, sino que ésta debe ser sustentada por la
escucha de la Palabra.
El envío
misionero se produce tras alimentarnos de la Palabra y el Pan.
Es Cristo, quien nos ofrece su Iglesia como
lugar de encuentro.
Es Él quien nos invita a su tienda, en
el Salmo tenemos las actitudes para acercarnos y estar en intimidad con Ël.
En la primera
lectura del libro del Génesis (Gen
18,1-10a) , se
nos presenta a Abrahán, llamado "el amigo de Dios" ( Is 41,8; 2 Cr
20,7). La escena que recoge la lectura es una visita de Dios a su amigo. El
texto narra con sencillez la acogida que Abrahán, el más ilustre
de todos los nómadas, dispensa al mismo Dios. Abrahán despliega en su honor
todas las delicadezas de la hospitalidad proverbial en los hombres del
desierto.
Abrahán se dirige a los tres
hombres diciendo: "Señor, si he
alcanzado tu favor...", y continúa seguidamente: "Haré que traigan agua para que os lavéis los
pies..." Según la mentalidad del autor, Yahvé se manifiesta y se hace
presente en sus ángeles (Ex 3,2-6).
Los ángeles no se identifican
con Yahvé, pero tampoco son meros representantes que hablen en su nombre en
ausencia de Yahvé.
Porque son como el signo
visible de su presencia invisible, como los querubines del arca de la alianza
que señalan el lugar de la manifestación del Señor. Es el mismo Yahvé quien
habla y actúa por medio de sus enviados.
En el texto se narra con sencillez la
acogida que Abrahán, dispensa al mismo Dios. “Alzó la vista y vio tres hombres en pie, frente a él. Al verlos, corrió a
su encuentro..." (Gn 18, 2). Abrahán está sentado a la puerta de su tienda. Hace
calor dentro y la brisa fresca de la tarde invita a sentarse al aire libre. La
añosa encina de Mambré aumenta, con el rumor de sus hojas, la sensación de
bienestar, el aire sereno que llena de calma y de paz el espíritu del viejo
patriarca. Por el sendero pasan tres caminantes. Abrahán se levanta y sale a su
encuentro: Venid, traeré agua para vuestros pies, pan para vuestra hambre,
sombra de mi encina para vuestro sol ardiente, brisa de atardecer para vuestro
calor del mediodía... Hospitalidad patriarcal, acogida amable para el que va de
camino,
Abrahán despliega en su honor todas
las delicadezas de la hospitalidad proverbial en los hombres del desierto.
La narración alcanza su punto
culminante en la promesa. Abrahán y Sara eran dos ancianos, pero Abrahán había
esperado contra toda esperanza. El nacimiento de Isaac vendría a demostrar que
la esperanza de Abrahán en su amigo fiel no iba a ser defraudada.
Hoy el responsorial son 5 versiculos del salmo14 : (Sal 14,2-5) también
nos habla de la hospitalidad, del hospedaje. "Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?"
El salmo 14 servía a los israelitas
que se disponían a subir en peregrinación a Jerusalén para examinarse sobre si
eran o no dignos de acercarse al templo del Señor; ante la pregunta de los
peregrinos: ¿Quién
puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?, los
sacerdotes respondían recordando las condiciones requeridas para ofrecer a Dios
un culto que le sea agradable. En el nuevo Testamento Jesús promulga para sus
seguidores una doctrina muy parecida a la de este salmo: «Si, cuando vas a
poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene
quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a
reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,23-24).
Los estudiosos de la Biblia clasifican
con frecuencia el salmo 14, objeto de nuestra reflexión de hoy, como parte de
una "liturgia de ingreso". Por una parte, se plantea la pregunta:
"Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte
santo?" (Sal 14, 1). Por otra, se enumeran las cualidades requeridas para
cruzar el umbral que lleva a la "tienda", es decir, al templo situado
en el "monte santo" de Sión. Las cualidades enumeradas son once y
constituyen una síntesis ideal de los compromisos morales fundamentales
recogidos en la ley bíblica (cf. vv. 2-5).
El salmo 14 exige la purificación de
la conciencia, para que sus opciones se inspiren en el amor a la justicia y al
prójimo. Por ello, en estos versículos se siente vibrar el espíritu de los
profetas, que con frecuencia invitan a conjugar fe y vida, oración y compromiso
existencial, adoración y justicia social.
El salmista concluye señalando que
quien actúa del modo que indica "nunca fallará" (Sal 14, 5). San
Hilario de Poitiers, Padre y Doctor de la Iglesia del siglo IV, en su Tractatus
super Psalmos, comenta así esta afirmación final del salmo, relacionándola con la
imagen inicial de la tienda del templo de Sión. " «Quien obra de acuerdo con estos preceptos, se hospeda en la tienda,
habita en el monte. Por tanto, es preciso guardar los preceptos y cumplir los
mandamientos. Debemos grabar este salmo en lo más íntimo de nuestro ser,
escribirlo en el corazón, anotarlo en la memoria. Debemos confrontarnos de día
y de noche con el tesoro de su rica brevedad. Y así, adquirida esta riqueza en
el camino hacia la eternidad y habitando en la Iglesia, podremos finalmente descansar
en la gloria del cuerpo de Cristo» (PL 9, 308).
La segunda lectura es como el domingo anterior
de la carta a los colosenses: (Col 1,24-28). S. Pablo nos introduce aquí en una terminología
a la que no estamos muy habituados. Para nosotros, misterio es lo oculto, lo
que no podemos ni ver ni comprender. De hecho, cuando nos referimos a cosas
religiosas, tendemos a incluirlas entre lo que llamamos "misterios".
Así, cuando oímos hablar de los "misterios de Cristo", tendemos a
entender estas palabras aplicándolas a algunos aspectos de Cristo que no
podemos comprender fácilmente, como por ejemplo el de la presencia real
eucarística. Pero en S. Pablo y en su lenguaje teológico, misterio es todo lo
contrario. Se trata del plan de Dios, oculto desde antiguo y que ahora nos ha
sido revelado para que en el futuro podamos participar en él. En última
instancia el misterio es Cristo mismo, presente entre nosotros y esperanza de
la gloria.
Cuando S. Pablo escribe esta
carta está en prisión. Pero sus sufrimientos no le quitan la alegría porque los
soporta por la Iglesia. No se trata de una actitud moral, sino que la
sobrepasa. No hay duda de que los sufrimientos de Cristo son eficaces y, en sí
mismos, nada necesitan para ser completados. Pero el Cuerpo de Cristo está
inacabado, está en continua construcción; en lo que S. Pablo participa con sus
sufrimientos es en los sufrimientos de Cristo en cuanto esparcidos por su
Cuerpo que es la Iglesia. La Iglesia se dedica por completo a realizar más y
más plenamente el plan de Dios. S. Pablo, como ministro elegido por Dios, está
vinculado íntimamente a este trabajo de construcción que completa lo que falta
a la pasión de Cristo, es decir, la construcción de su Iglesia. Su ministerio
en relación con esa construcción es doble: ministerio del sufrimiento y
ministerio del anuncio del Evangelio.
El evangelio continua
siendo de San Lucas: (Lc 10,38-42 )
Continuamos con el viaje de Jesús emprendido en 9,51, viaje que está sembrado
de encuentros singulares, entre ellos el de un doctor de la ley (10,25-37), (lo
recordábamos el pasado domingo) que precede al encuentro con Marta y María (vv.
38-42). Ante todo, pues, el doctor de la Ley hace una pregunta a Jesús, lo cual
propicia al lector ocasión para descubrir cómo se consigue la vida eterna, que
es la intimidad con el Padre. En Jesús, el Padre se ha acercado a los hombres
mostrando de manera evidente su paternidad. La expresión que Jesús dirige al
doctor de la Ley y al lector, al final del encuentro, es crucial: “Vete y haz
tú lo mismo” (v.37). Hacerse próximo, acercarse a los otros como ha hecho
Jesús, nos hace instrumentos para mostrar de manera viva el amor misericordioso
del Padre.
Después de
este encuentro con un experto de la Ley mientras iba de camino, Jesús entra en
un poblado y es acogido por sus amigos Marta y María. Jesús no es sólo el
primer enviado del Padre, sino también el que, por ser Él la Palabra única del
Padre, reúne a los hombres, en nuestro caso los miembros de la familia de
Betania.
Aquí, el
relato de San Lucas es al mismo tiempo un hecho real y algo ideal. Empieza con
la acogida por parte de Marta (v.38).
Marta simboliza aquel trabajo repetido
y agobiante que nos hace esclavos de la tierra y no permite que tengamos tiempo
de escuchar el gran misterio de Dios que nos rodea. María, en cambio, es la que
atiende a la palabra. Ciertamente deberá actuar, pero su obra no será un hacer
desnudo, sino un poner en cumplimiento aquello que ha escuchado. Ordinariamente
se oponen entre sí Marta y María como la acción y la contemplación. Esta
perspectiva no es exacta. Marta representa únicamente aquella acción que no se
basa en la palabra de Jesús (no se mantiene abierta al reino). María simboliza
un escuchar la palabra que se tiene que traducir necesariamente en amor, es
decir, en servicio hacia el prójimo.
Después presenta a María en la actitud propia
del discípulo, sentada a los pies de Jesús y atenta a escuchar su Palabra.
María es la que atiende a Jesús.
Frente al judío que escucha la voz que Dios le ha transmitido por la ley se
sitúa la figura del cristiano, que descubre la palabra de Dios en Jesucristo.
Por eso la actitud de María no es la de un místico que sube hacia Dios, sino la
de un creyente que está atento a la palabra concreta que Dios le ha dirigido.
Esta
actitud de María resulta extraordinaria, porque en el judaísmo del tiempo de
Jesús no estaba permitido a una mujer asistir a la escuela de un maestro.
Hasta aquí
vemos un cuadro armonioso: la acogida de Marta y la escucha de María. Pero la
acogida de Marta se convertirá en breve en un súper activismo: la mujer está
“tensa”, dividida por las múltiples ocupaciones; está tan ocupada que no
consigue abastecer las múltiples ocupaciones domésticas. La gran cantidad de
actividades, comprensible por tratarse de un huésped singular, sin embargo
resulta desproporcionada, hasta el punto de impedirle vivir lo esencial justo
en el momento en que Jesús se presenta en su casa. Su preocupación es legítima,
pero pronto se convierte en ansia, un estado de ánimo no conveniente para
acoger a un amigo.
Es verdad
que hay muchos servicios que llevar a cabo, como la acogida y atención a las necesidades
de los demás, es aún más cierto que lo que es insustituible es la escucha de la
Palabra.
Jesús quiere decir a Marta que no se
moleste demasiado, que cualquier cosa es suficiente para comer, que ha ido a
verles y a hablar con sus amigos del reinado de Dios, y esto es lo que importa
de verdad.
Para
nuestra vida.
Hoy las lecturas nos recuerdan una de las realidades humanas,
propias y distintivas del creyente : la
hospitalidad.
Moisés ejercita la hospitalidad con Dios.
Marta y María aceptan a Jesús como huésped, aunque cada una
tenga su propia idea de cómo debe ser recibido y cuidado.
Nosotros hemos de recibir a Dios, a Jesús, en nuestras vidas
y considerarle siempre cercano. Y no olvidemos una de las frases más bellas de
la cultura cristiana y que nos sirve de ejemplo: considerar al Espíritu Santo
como dulce huésped del alma. Seamos siempre hospitalarios con Dios. Él lo
espera. Nosotros lo necesitamos.
La
primera lectura nos plantea la realidad de la hospitalidad, en los pueblos
nómadas.
Para los pueblos nómadas la hospitalidad era una ley sagrada.
Una persona que caminaba horas y horas por el desierto, árido y seco, lo que
necesitaba al llegar a la tienda de una familia hospitalaria era agua para
lavarse y leche y comida para reponer fuerzas. El patriarca Abrahán, el amigo
de Dios y nuestro padre en la fe, era una persona hospitalaria, que amaba a su
prójimo y le ayudaba siempre que podía. Nosotros debemos intentar imitar al
patriarca Abrahán, siendo personas hospitalarias, en el tiempo real y en las
circunstancias reales en las que nosotros y nuestro prójimo vive hoy.
¿Cómo hacerlo? No hay una respuesta única, que valga para
todos los casos. Pero yo creo que una palabra clave, que no debemos olvidar
nunca, es la palabra “acoger”. “Acoger”, hoy, es, sobre todo, escuchar y ayudar
al prójimo que se acerca a nosotros pidiendo ayuda. Escucharle siempre y
ayudarle también, cada uno como mejor sepa y pueda, discerniendo, con caridad
cristiana, lo que de verdad podemos y no podemos hacer. Hoy, desgraciadamente,
es mucho más difícil que en tiempos del patriarca Abrahán saber cómo y de qué
manera debemos practicar la preciosa virtud de la hospitalidad. Porque nuestro
mundo es mucho más complicado y abunda desgraciadamente la trampa y el engaño.
Que cada uno discierna con sinceridad y realismo lo que puede
y lo que no puede, ni debe, hacer.
Hoy también pasan, delante
de nosotros, muchos que vienen de lejos, el aire cansado y el corazón triste y
solo.
Que sepamos abrir la puerta, practicar la hospitalidad, la
acogida cordial de los antiguos patriarcas.
"Añadió uno: Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de
costumbre, Sara habrá tenido un hijo...” (Gn 18, 10)
A veces se repite el hecho, que hoy se
nos narra. Después de haber ejercido la hospitalidad con una persona
desconocida y necesitada, resultó que se trataba del rey, o del mismo Dios.
A cambio de esta generosidad, de ese sacrificio de compartir
el pan y el techo, se recibe un don infinitamente mayor, algo que se anhela,
algo que llena de ilusión y de alegría el corazón. En el caso de Abrahán, éste
recibe la promesa de que Sara, su vieja y amada esposa, tendrá un hijo. Su
esterilidad y su vejez no serán obstáculos para que les nazca un niño, ese hijo
nacido de la libre que tanto habían añorado.
No siempre se da el milagro de que caiga la tosca apariencia
tras la que, sin duda, se esconde el Señor. Y ocurre así porque recibir al
Señor no es eso lo más importante. Lo que realmente tiene valor es que uno sea
capaz de abrir el corazón, de hacer sitio en su casa a quien lo necesita.
No olvidemos que el verdadero milagro, lo que Dios valora y
premia con su bendición, a quien, por amor a Dios, abre la puerta de casa a
quien está muy lejos de la suya.
El
responsorial de hoy enumera los once compromisos, para tener una vida sanada
espiritualmente. el contenido del salmo
puede constituir la base de un
examen de conciencia personal cuando nos preparemos para confesar nuestras
culpas a fin de ser admitidos a la comunión con el Señor en la celebración
litúrgica.
Los tres primeros
compromisos son de índole general y expresan una opción ética: seguir el camino
de la integridad moral, de la práctica de la justicia y, por último, de la
sinceridad perfecta al hablar (cf. Sal 14, 2).
Siguen tres deberes
que podríamos definir de relación con el prójimo: eliminar la calumnia de
nuestra lengua, evitar toda acción que pueda causar daño a nuestro hermano, no
difamar a los que viven a nuestro lado cada día (cf. v. 3).
Viene luego la
exigencia de una clara toma de posición en el ámbito social: considerar
despreciable al impío y honrar a los que temen al Señor.
Por último, se
enumeran los últimos tres preceptos para examinar la conciencia: ser fieles a
la palabra dada, al juramento, incluso en el caso de que se sigan consecuencias
negativas para nosotros; no prestar dinero con usura, delito que también en
nuestros días es una infame realidad, capaz de estrangular la vida de muchas
personas; y, por último, evitar cualquier tipo de corrupción en la vida
pública, otro compromiso que es preciso practicar con rigor también en nuestro
tiempo (cf. v. 5).
A veces nos resulta difícil llegar a lo que el Señor espera,
por eso no está de más la oración, al estilo de la siguiente: " Señor Dios
nuestro, que proclamas bienaventurado a quien toma parte en la mesa de tu
Reino; te damos gracias porque hoy nos has permitido, una vez más, hospedarnos
en tu tienda y habitar en tu monte santo; porque nos has hecho ciudadanos de
los santos y familiares tuyos. Concédenos que nuestras obras sean un claro
testimonio de nuestra ciudadanía. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén" .
La
segunda lectura nos plantea una realidad propia de la naturaleza humana y
explicitada desde vida cristiana: Sufrir
por los demás, para salvar a los demás, como hizo Cristo.
Pablo
aporta aquí una reflexión bastante original sobre el tema del sufrimiento. El
apóstol no revela este misterio por su predicación, sino además por la prueba
inseparable de su ministerio. Hay otra idea igualmente propia del pasaje de los
colosenses: la de la riqueza (v. 27) y sin duda no es la casualidad la que ha
reunido en este pasaje, en una especie de antítesis, el sufrimiento y la
riqueza, la pobreza y la gloria.
San Pablo ha recibido la misión
de anunciar el misterio de Cristo. Misterio expuesto sintéticamente al comienzo
del mismo capítulo en himno cristológico. Misterio revelado en los últimos
tiempos.
Pero es conveniente entender
bien esta revelación. No se trata de un mero y puro conocimiento, como si el
simple saber fuera lo principal. Una especie de satisfacción de curiosidades.
No. El misterio de Cristo se ha revelado para que nosotros tengamos esperanza,
para que vivamos de otra manera, con un sentido, distinto y una conducta
diferente de lo que sería si esta revelación no hubiese tenido lugar.
Por eso se mezclan temas de
conocimiento con los de mayor sentido, exhortación a prácticas concretas
(v.28). Porque el cristianismo no consiste principalmente en una doctrina, sino
en una vida. Ciertamente se ha dado, y se da, gran importancia a lo
cognoscitivo, intelectual, etc. Pero ello es un medio para otra cosa mucho más
global y que abarca todas las dimensiones del ser humano.
Fijémonos que no se trata de sufrir por sufrir, sino de sufrir para
colaborar con Cristo en la salvación del mundo. El mundo, las personas que
vivimos en este mundo, no es el mundo que Dios quiere; Dios quiere un mundo
mejor.
Cada vez que, en el Padre Nuestro, pedimos a Dios que venga a
nosotros su reino, lo que le pedimos es que nuestro mundo sea un mundo en el
que de verdad pueda reinar Dios. Esto es algo muy difícil de alcanzar, pero los
cristianos debemos trabajar cada día para alcanzarlo, o, al menos, para
acercarnos un poco más al ideal.
El misterio, oculto desde
antiguo y revelado ahora en la persona de Jesucristo, trabaja actualmente al
mundo y lo conduce a su perfección. Es el objetivo de todo apostolado: llevar
al hombre a su perfección en Cristo, es decir, llevarle a un equilibrio que le
permita llevar, en Cristo, el sufrimiento en favor del crecimiento de la
Iglesia.
Trabajemos,
pues, de palabra y de obra, para que el reino de Dios se acerque un poco más
cada día a nuestro mundo, al mundo en el que nosotros, en cada caso concreto,
vivimos.
Así comenta San Agustín esta
lectura: " Col 1,24-28: "Faltan
aún los padecimientos correspondientes al cuerpo"
"
Llamad, pues, con el afecto a estas puertas. Clame también Cristo con vosotros:
«Abridme las puertas de la justicia» (Sal 117,19). Él nos precedió en cuanto
cabeza; se sigue a sí mismo en cuanto cuerpo. Ved lo que dijo el Apóstol: que
Cristo padecía en él. Éstas son sus palabras: Para completar lo que falta a los padecimientos de Cristo en mi carne
(Col 1,24). Para completar ¿qué?
Lo que falta. ¿A qué? A los padecimientos de Cristo. ¿Y dónde
faltan? En mi carne. ¿Acaso
falta algún padecimiento en el hombre que asumió la Palabra de Dios y que nació
de María Virgen? Padeció lo que debía padecer por propia voluntad, no por
necesidad proveniente del pecado. Y parece que lo padeció todo. Colgado en la
cruz, tras recibir el vinagre, el último padecimiento, dijo: Está cumplido, e inclinada la cabeza entregó
su espíritu (Jn 19,30). ¿Qué significa se ha cumplido? Ya no falta nada en cuanto al número de los
padecimientos; se ha cumplido todo lo que estaba predicho de mí. Como si
estuviera esperando que se cumpliera. ¿Quién hay que parta de aquí como él
salió del cuerpo? Antes había dicho: Tengo
poder para entregar mi alma y poder para recuperarla de nuevo. Nadie me la
quita, sino que yo mismo la entrego y de nuevo la tomo (Jn 10,.17-18).
La entregó y la recuperó cuando quiso; nadie se la quitó, nadie le hizo fuerza.
Se
habían cumplido, pues, todos los padecimientos, pero en la Cabeza; faltaban aún los correspondientes al cuerpo. Vosotros
sois el cuerpo y los miembros de Cristo (1 Cor 12,27). Como estaba entre esos
miembros, por eso dijo el Apóstol: Para
completar lo que falta a los padecimientos de Cristo en mi carne. Iremos,
pues, allí a donde nos precedió Cristo. Incluso Cristo se dirige hacia el lugar
adonde nos precedió. Fue delante Cristo en cuanto cabeza, va detrás Cristo en
cuanto cuerpo. Todavía se fatiga aquí Cristo; aún sufría aquí la persecución de
Pablo, cuando éste oyó: Saulo, Saulo,
¿por qué me persigues? (Hch 9,4). Habla de igual manera que la lengua
cuando dice: «Me has pisado», aunque el pisado haya sido el pie. Nadie ha
tocado a la lengua, pero se deja sentir no porque se le haya herido a ella,
sino por compasión. Todavía siente necesidad Cristo aquí, todavía peregrina,
todavía está enfermo y es encarcelado aquí. Le injuriamos, si afirmamos que no
dijo: Tuve hambre y me disteis de
comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui peregrino y me hospedasteis; estuve
desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis. Y entonces ellos le dirán:
«¿Cuándo te vimos padeciendo esas cosas y te socorrimos?» Y el les contestará:
«Cuando lo hicisteis con uno de mis pequeñuelos, conmigo lo hicisteis» (Mt
25,35-40). Por tanto, edifiquemos en Cristo sobre el cimiento de los apóstoles
y los profetas, siendo él mismo la piedra angular, porque el Señor ama las puertas de Sión sobre todas
las tiendas de Jacob" .
(San Agustín. Comentario sobre el
salmo 86,5).
El evangelio hoy, nos deja un claro mensaje de la
relación entre el servicio y la escucha.
El Evangelio de San Lucas sin citar Betania, es "sólo una aldea", nos presenta la
casa donde Jesús iba a descansar muchas veces y el entorno en el que se produjo
la resurrección de Lázaro. En el relato de hoy siempre se ha
querido ver dos posiciones contrarias en la forma de asumir el seguimiento de
Cristo. Marta es la acción. María es la contemplación. Marta se desvive para
tenerlo todo a tiempo. María prefiere quedar junto al Maestro para, solamente,
escucharle. Y, sin embargo, esas dos posiciones pueden ser complementarias. En
la Iglesia no sobra nadie. Es necesario el ejercicio de la acción, de la
entrega, del trabajo hasta la extenuación por servir a los hermanos. Pero
también es muy necesario ese plano de la oración y la contemplación constantes.
Miles y miles de hombres y mujeres consagrados viven orando por los demás. Ese
es su quehacer fundamental.
¿Somos Marta o María? Podría ser el interrogante de este
domingo. Cuesta recluirse en el silencio, en lo que aparentemente no da fruto
o, incluso en aquello que no nos gusta o que más sacrificio conlleva para
nuestro modo de vivir. No siempre lo que produce satisfacciones inmediatas es
algo que asegure la felicidad permanente.
En el término medio, casi siempre, está la virtud. Jesús no
desprecia, ni mucho menos, la entrega de Marta. Le indica que afanarse tanto,
no merece la pena. Que con menos basta. Que, María, se ha detenido un momento
para recuperar fuerzas y volver con más ímpetu a la vida. Jesús no ensalza a
María porque no haga nada sino porque, siendo tan trabajadora como su hermana,
ha sido inteligente y ha dicho “hasta aquí he llegado” es necesario contenerme
para escuchar palabras de vida; un encuentro con Aquel que me va a dar luz para
seguir adelante. En las dos hay algo en común: las dos se brindan: una,
materialmente, y la otra espiritualmente. Y, por cierto, las dos cosas son
recibidas por el Señor.
Que allá donde nos encontremos, y especialmente cuando nos
encontremos sobrepasados por las circunstancias, responsabilidades u
obligaciones, seamos capaces de romper con todo ello (por lo menos
momentáneamente) y, buscando aquellos oasis de paz, de fe y de silencio, podamos
reinsertarnos después pero con otro sentido y con otra amplitud de miras.
El servicio
de acogida es muy positivo, pero a veces
se estropea por el estado ansioso con que lo realiza. El evangelista nos deja
claro que no hay contradicción entre la diaconía de la mesa y la de la Palabra,
pero pretende presentar el servicio en relación con la escucha. Marta, al no
haber relacionado la actitud espiritual del servicio con la de la escucha, se
siente abandonada por su hermana y en vez de dialogar con María se queja al
Maestro. Atrapada en su soledad, se enfada con Jesús que parece permanecer
indiferente ante su problema (“¿No te importa…?”) y con la hermana (“que me ha dejado sola en el trabajo”).
Vemos con
que delicadeza Jesús no le reprocha ni la crítica, pero busca ayudar a Marta a
recuperar lo que es esencial en aquel momento: escuchar al maestro. La invita a
escoger la parte única y prioritaria que María ha escogido espontáneamente.
El episodio
nos alerta sobre un peligro siempre frecuente en nuestra vida cristiana: los
afanes, el ansia y el activismo pueden apartar de la comunión con Cristo y con
la comunidad. El peligro aparece de manera muy sutil, porque con frecuencia las
preocupaciones materiales que se realizan con ansia las consideramos una forma
de servicio.
Acción y contemplación no son dos
modelos distintos de vida religiosa, aunque tradicionalmente las hayamos
considerado así. Toda persona religiosa debe ser persona religiosamente activa
y contemplativa, dependiendo de momentos y circunstancias distintas.
Tanto los contemplativos
como los que se dedican a la actividad son necesarios. La contemplación lleva a
la acción y la acción se sustenta en la contemplación. Ahí está el ejemplo de
las misioneras de la caridad de la madre Teresa de Calcuta.
Que en estos días de
descanso incrementemos nuestro tiempo de contemplación de la naturaleza, de la
palabra proclamada, la misma presencia eucarística y de todo lo que llene
nuestro espíritu, pero también no olvidando nuestro servicio de atención,
hospitalidad y acogida del hermano necesitado de nuestra atención y ayuda.
Cuidemos de
que en nuestras comunidades no se descuide la prioridad que hay que dar a la
Palabra de Dios y a su escucha. Es necesario que, antes de servir a los otros, los
familiares y la comunidad eclesial sean servidos por Cristo con su Palabra de
gracia. Cuando estamos inmersos en las tareas cuotidianas, como Marta,
olvidamos que el Señor quiere cuidar de nosotros. Por el contrario, es
necesario poner en manos de Jesús y de Dios todas nuestras preocupaciones.
Betania, es el lugar donde Jesús iba a descansar tras sus
batallas finales en Jerusalén. Es probable que acudiera a la casa de María,
Marta y Lázaro muchas más veces, muchas más de las que citan los Evangelios. Y
de ahí surgió la idea de llamar a nuestro movimiento eclesial "De
Jerusalén a Betania" y a nuestro Cenáculo "Cenáculo de Betania".
La idea, la contemplación, del reposo y descanso del Señor nos llena de alegría
y de un poco de nostalgia por, tal vez, no haberle podido acompañar allí.
Ahora lo podemos hacer.
Las dos actitudes presentadas, no
tienen por qué ser una dicotomía insalvable. Incluso podemos afirmar que es un
ideal de vida cristiana, el conjugar esas dos facetas de la vida espiritual.
Vivir una intensa vida de oración, ser contemplativos, y al mismo tiempo
trabajar sin descanso por el Reino de Dios. Vivir metidos en el corazón del
mundo, con el ejercicio de una profesión determinada, y al mismo tiempo estar
de continuo estrechamente unidos a Dios. Puede parecer imposible, o por lo
menos muy difícil, pero lo cierto es que, en definitiva, es lo que enseña la
"Lumen gentium" del Vaticano II cuando habla de la unidad de vida, es
decir, cuando exhorta a no vivir una vida cara a Dios y otra cara a los
hombres, sino que esa vida de cada día, la que se desarrolla en una actividad
cualquiera, esté siempre marcada y sostenida por una unión íntima con Dios,
gracias a una vida espiritual sólida, alimentada con la oración y la
mortificación, con la frecuencia de sacramentos que haga posible vivir
habitualmente en gracia de Dios.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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