Vamos pasando los días de la Pascua:
la alegría y la sorpresa vive entre todos nosotros. Jesús Resucitado nos ayuda
a vivir llenos de amor y esperanza, pero para obtener esos frutos hay que
meterse dentro, muy dentro, de lo que allí ocurría como si estuviéramos
presentes.
En
la primera lectura del Libro de los hechos de los Apóstoles (Hch
5,27b-32.40b-41).
Este pasaje pertenece a lo que se ha dado en llamar ciclo de los Apóstoles (4,
32-5, 42). La actividad benéfica de los Apóstoles, acreditando así su
predicación, provoca por parte de los judíos, sobre todo de los dirigentes, su
encarcelamiento (5, 18) y su misteriosa liberación (5, 23). Los Apóstoles son
llevados con cautela ante las autoridades (5, 26). Hay un doble principio que
subyace en la actividad apostólica: los Apóstoles obran prodigios en nombre de
Jesús.
Los que han perseguido a Jesús
también perseguirán a los Apóstoles (Jn 15, 20). Proclamar la resurrección del
Señor supondrá a los discípulos la dificultad de implantar el mensaje y la
alegría del triunfo.
Los número 29-32 son un breve
resumen de la predicación apostólica, lo que se llama un kerigma o proclamación
esencial.
Pedro habla así en varias
ocasiones . Este tipo de predicación comporta generalmente estos elementos:
evocación de la crucifixión de Jesús y su resurrección por obra de Dios; la
vida de Jesús es como una continuación de la alianza; por eso ha sido
constituido "Señor"; termina con una invitación al arrepentimiento.
La predicación que se atiene a lo esencial, que va derecha al asunto:
fundamentar la vida cristiana en la fe. Este es el mensaje central del suceso
pascual.
La respuesta de Pedro da razón
del valor que anima al apóstol . Este es el principio básico de todo el que
proclama con verdad el nombre de Dios: el hombre tiene que estar siempre
orientado hacia Dios. La respuesta del apóstol es una denuncia, ya que obliga a
tomar posición ante el mensaje. Así el acusado se convierte en acusador.
Proclamar el plan de Dios es
inevitable para el mensajero. Por eso esta obediencia es un descubrimiento del
querer de Dios (Cf. 2, 23), llegando a constituir lo más hondo de la fe (Cf. 2,
38).
En este texto se plantea dos
veces el tema de la obediencia.
La obediencia no es un
acatamiento pasivo, sino saberse en línea con Dios y sacar de ahí ánimo
necesario para lanzarse a la transformación del mundo.
La obediencia a Dios antes que
los hombres y el Espíritu Santo como don de Dios a los que le obedecen. Los
Apóstoles de una manera pública y solemne desobedecen a las autoridades del
Templo que les han prohibido enseñar en el nombre de Jesús y dar testimonio de
su Resurrección.
La obediencia a Dios los lleva
a la desobediencia a las autoridades del Templo. El Testimonio Apostólico choca
con las autoridades del Templo. El Testimonio es simultáneamente de los
Apóstoles y del Espíritu Santo.
La fidelidad de los Apóstoles
al Testimonio los hace merecedores del Espíritu Santo que Dios sólo da a los
que le obedecen. Lo que ellos vieron fue que las autoridades del Templo y del
Sanedrín dieron muerte a Jesús colgándole de un madero y que Dios lo resucitó y
lo exaltó. El Testimonio Apostólico es el testimonio de esta realidad de muerte
y resurrección de Jesús. Los Apóstoles debe hablar de esta realidad, aunque las
autoridades se lo prohíban.
Deben ser fieles y obedientes a
la realidad de Jesús crucificado y resucitado. Esta es la obediencia que los
hace merecedores del Espíritu Santo. Son portadores del Espíritu por su
obediencia a Dios y desobediencia a las autoridades del Templo que les prohíben
hablar de la muerte y resurrección de Jesús. El Testimonio de los Apóstoles,
contra la voluntad de las autoridades del Templo, es además ineludible, porque
a Jesús "Dios lo exaltó como Jefe y Salvador para conceder a Israel la
conversión y el perdón de los pecados" (v. 31).
Hoy
el responsorial es el salmo 29 (Sal 29,2.4-6.11-13). El
salmo 29 es un salmo de acción de gracias por la liberación de un peligro de
muerte.
El salmo 29 pertenece a la
categoría de salmos individuales de acción de gracias. La ocasión pudo ser un
peligro grave, posiblemente una enfermedad mortal, de la que escapó el
salmista. Éste expresa su experiencia recurriendo a otros lugares bíblicos,
sobre todo proféticos. La mayor parte de los textos bíblicos están en relación
con el pueblo de Dios. Por lo cual la experiencia personal del salmista es
valedera para todo el pueblo: refleja el destino de Sión. No es extraño que el
judaísmo rezara este salmo con motivo de la «dedicación del templo». En
continuidad con el rabinismo, también nosotros lo rezamos.
El salmo se divide en tres
partes: 1)
Alabanza a Yahvé, que salva de la enfermedad y el abismo (vv. 2-4). 2) Invitación a que
otros le alaben, y aclamación confesional (vv. 5-6). 3) Descripción de
la salvación y de la ayuda, con una alabanza conclusiva.
VV. 2-3. El tema de los
enemigos puede ser real, o puede ser imagen convencional del peligro pasado,
que parece haber sido una enfermedad grave.
Se encuentran alabanzas directas,
invocación y motivación, propias del himno.
"Te ensalzaré, Señor,
porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí."
V. 4. En el sentido de librar
de la muerte en el momento extremo. El abismo es la morada de los muertos, el sheol o seol de los
hebreos. Amplificación y aclaración del motivo de la acción de gracias. Me sanaste: no hay
por qué no entender en sentido propio este verbo. Sacaste mi vida del abismo, o seol: hades, o
lugar de los muertos, en paralelo con tumba o fosa. Sacaste mi vida: no dejaste que
bajara; hipérbole, como la nuestra: «estar con un pie en el sepulcro».
VV. 5-6. La acción de gracias
individual se extiende a otros, transformando la liberación individual en una
doctrina general. La cólera de Dios es su reacción personal frente al pecado.
V. 5.
Fieles suyos:
sus devotos, todo buen israelita, los adoradores, los justos, los siervos de
Yahvé.
V. 6.
Motivo de la invitación y, a la vez, alabanza a Yahvé, corto en el castigo,
largo en la bondad (Is 54,7). Del caso particular al principio, ilustrado y
confirmado con un refrán de filosofía popular: al atardecer nos visita el llanto; por la mañana,
el júbilo: en la tarde pernoctará, como huésped en casa, el llanto,
que se marchará para siempre al siguiente día. El que clamó a Yahvé recibió
ayuda.
VV. 7-11. El salmista cuenta su
propia experiencia a la asamblea, dialogando en voz alta con Dios: la confianza
inicial, la prueba que desconcierta el alma, la súplica agitada ante el peligro
de muerte. Los cambios de la vida son obra de Dios: cuando Él esconde el
rostro, el hombre siente soledad. En el reino de la muerte no hay comunidad de
culto, ni liturgia de alabanza.
V. 12. Hablar directo; términos
metafóricos; beneficio recibido. Sayal
o saco penitencial corresponde a luto
o llanto; fiesta,
a danza. No son festejos tenidos después de un sacrificio.
V. 13.
Termina alabando como empezó (himno), y dando gracias por el beneficio recibido.
"Dios mío":
idea muy vétero-testamentaria. El beneficio recibido confirma en la entrega
total a Yahvé, en oposición a los ídolos. Acto de renovada fe y entrega a
Yahvé, que llevarán consigo el cumplir lo que manda Yahvé en sus preceptos,
morales y litúrgicos.
En la segunda
lectura del libro del Apocalipsis ( Ap
5,11-14). Este
texto es puramente doxológico[1] y no
narrativo ni doctrinal.
Continuamos escuchando la «revelación» que tuvo S. Juan en Patmos y que
fue motivada por las condiciones adversas por las que estaban pasando los
cristianos del Asia Menor. El culto imperial, que había comenzado a
desarrollarse en tiempos de Augusto, adquirió proporciones extraordinarias en
el de Domiciano, amenazando con sumergir a todas las cristiandades del Asia.
Los cristianos se opusieron valientemente a dicho culto, por cuyo motivo, Domiciano
desencadenó una cruenta persecución. El Apocalipsis es, pues, un libro de
consolación dirigido a las cristiandades perseguidas por el poder civil.
Tiene como finalidad animar a los fieles y
exhortarles a permanecer firmes en la fe, pone ante sus ojos la perspectiva del
triunfo definitivo de Cristo sobre todos los poderes del mal. Les inculca
reiteradamente la paciencia en las persecuciones y les anima a oponerse
valientemente a la recepción de la «señal» de la Bestia - el poder imperial -,
y a no reconocer su carácter divino. El triunfo de Cristo llegará pronto y los
cristianos verán tiempos mejores. Los himnos de alabanza que entonan los
cristianos que ya han triunfado, en la liturgia celeste, son como la respuesta
a las aclamaciones del culto pagano tributado a los Emperadores. También S.
Juan quiere inculcar a las Iglesias la vigilancia celosa y fiel de la pureza de
la fe, amenazada entonces por diversos errores doctrinales.
El Apocalipsis, según su propio
autor (1, 19), se divide en dos partes: "lo que está sucediendo" y
"lo que va a suceder después".
Dentro de la segunda parte (4,
1-22,5) se inserta este pasaje de la visión inaugural (4, 1-5, 14). La Iglesia
ve en la resurreción de Cristo eso "que va a suceder después", y lo
que va a dar fundamento a la vida cristiana. El relato está lleno de
imaginación apocalíptica (toma las imágenes iniciales de Dan 7,10) que da un
marco literario al triunfo de Cristo. Lenguaje que llenaba de esperanza al
primitivo creyente: el triunfo de Cristo prueba que la vida del cristiano, aun
entre dificultades, tiene una salida airosa.
-"Digno es el Cordero degollado de recibir el poder...": La
visión del Cordero va acompañada de unas aclamaciones doxológicas. El Cordero
ha recibido el libro con los siete sellos y se dispone a abrirlos: el proyecto
salvador de Dios sobre la historia y la humanidad está en las manos de Cristo.
El lo irá revelando y llevando a cabo. La Iglesia (significada por los
ancianos) y toda la creación (significada por los ángeles, los vivientes y las
creaturas del cielo, de la tierra y bajo la tierra), manifiestan su admiración
hacia Cristo, el liberador.
Juan ve a Cristo junto a Dios
en la figura de un cordero: su nombre recuerda, a la vez, al cordero pascual y
al siervo de Dios, que toma sobre sí los pecados del mundo. Parece degollado
(muerte), pero está de pie (resurreción), vivo y eternamente vivo.
Jesucristo, el Cordero
inmolado, es el único en el cielo y en la tierra que merece recibir de Dios
todo poder. Los coros de los ángeles entonan un cántico de alabanza, y a ellos
se unen todas las criaturas del mundo visible. Toda la creación tributa un
mismo canto a Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero.
Creador y Salvador son alabados
por igual en este himno cósmico. De ahí que el vidente presenta plásticamente
las verdades recogidas en los dos primeros artículos del símbolo apostólico.
La fe en Dios creador y en su
Hijo salvador. La última palabra en esta alabanza cósmica la pronuncian los
cuatro vivientes. Con su "Amén" se cierra esta maravillosa liturgia,
inmediata cercanía de Dios, allí donde había comenzado; pero después de haber
sido asociadas a la misma fiesta todas las criaturas.
La alabanza de los que esperan
la salvación, se da conjuntamente a Dios y a Cristo. Cristo por la resurrección
participa de la realeza de Dios Padre. La creación manifiesta su alabanza con
el asentimiento obediente del "Amén" litúrgico, y la Iglesia, por la
adoración.
En esta doxología de cuatro términos, que toda la
creación dirige a Dios y al Cordero, se descubre una clara alusión a las cuatro
partes del universo: cielo, tierra, mar, abismos, o a las cuatro
regiones del mundo: norte, sur, este, oeste. Todas las criaturas alaban a
Cristo, en paridad con Dios, como Emperador supremo de todo el universo
regenerado. A la aclamación de toda la creación se unen los cuatro vivientes,
diciendo: Amén (v.14). Estos, que habían dado la señal para entonar los
cánticos de alabanza, dan ahora su solemne amén de aprobación a la
aclamación cósmica universal. Los ancianos también se postran en profunda
adoración. Y de este modo forman como un todo único los seres de la creación,
para tributar homenaje de obediencia y alabanza a Dios y a su Hijo Jesucristo.
Continuamos
con el evangelista san Juan (Jn 21,1-19). El tema de el tercer domingo de Pascua, es la tercera
aparición del Resucitado.
Se nos narra la relación entre
el Señor y los discípulos. Es una relación en dos momentos: primero, les indica
cómo pescarán; después, les prepara el almuerzo. También hay dos momentos en la
situación de los personajes: los discípulos en el mar y Jesús en la playa, en
un primer momento; después, todos en la playa, con los peces que han pescado
los discípulos, comiendo de lo que el Señor les da. Dos momentos, aún, en el
reconocimiento del Señor: empieza el discípulo con la afirmación de la fe y
terminan todos sin necesidad de preguntar, porque "sabían bien que era el
Señor".
El texto pertenece al último capítulo
del cuarto Evangelio. El capítulo 21 del Evangelio según San Juan está cargado
de simbolismo.
Los discípulos están juntos.
Forman comunidad. Se nombra, en primer lugar, a Simón Pedro, que será figura
central en este episodio y en la continuación del relato. Se nombra también a
Tomás, que había pasado de la incredulidad a la adhesión incondicional a Jesús
y se vuelve a traducir su nombre: el Mellizo. El tercer discípulo nombrado es
Natanael. No había aparecido en el evangelio desde la escena de su llamada. Es
la figura de Israel fiel a las promesas que esperaba el Mesías. Son siete los
discípulos presentes. No se hace alusión a los doce. Doce es el número que
señala a la comunidad en cuanto heredera de las promesas de Israel. Ahora la
comunidad está representada por otro número: el siete, el de la totalidad, que,
referido a pueblos, indica la totalidad de las naciones y hace, por tanto,
referencia directa a los paganos. Es ahora la comunidad de Jesús en cuanto
abierta a todos los hombres, a los que estaba destinado su mensaje. La nueva
comunidad, que ha reconocido su origen en el antiguo Israel de las promesas,
renuncia a todo particularismo y reconoce su misión universal.
"Simón Pedro les dice: Me voy a pescar. Ellos contestan: vamos también
nosotros contigo". Bajo la imagen de la pesca se representa la misión
de la comunidad.
"Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada".
Esta precisión temporal "aquella noche", es de gran importancia para
comprender la escena. Esta mención de la noche, en relación con el trabajo de
los discípulos, está en relación con estas palabras de Jesús: "tenemos que
trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche,
cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del
mundo" (Jn 9, 4-5). La noche significa, por tanto, la ausencia de Jesús,
luz del mundo, que hace infecundo todo trabajo.
"Estaba ya amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los
discípulos no sabían que era Jesús". La llegada de la mañana coincide
con la presencia de Jesús. Continúa el lenguaje comenzado con la mención de la
noche; Jesús es luz del mundo, su presencia es el día que permite trabajar
realizando las obras del Padre (9, 4).
"Jesús les dice: Muchachos ¿tenéis pescado? Ellos contestaron: no".
"El les dice: echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La
echaron, y no tenían fuerzas para sacarlas, por la multitud de peces".
La obediencia a la palabra de
Jesús, la fidelidad a su mensaje, es la condición necesaria para que el trabajo
apostólico tenga fruto. "Y aquel discípulo a quien Jesús quería le dice a
Pedro: Es el Señor". Es el discípulo que sigue a Jesús y vive con él. Ante
la misma pesca, él descubre la presencia del Señor y Pedro no. Solamente el que
tiene experiencia del amor de Jesús sabe leer las señales. Este discípulo sabe
que la fecundidad de la misión es señal de que Jesús está presente.
"Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba dormido, se ató la
túnica y se echó al agua". Pedro no había descubierto que la causa de
la fecundidad apostólica era la obediencia a la palabra de Jesús, pero al oír
lo que le dice el otro discípulo, comprende. Para indicar el cambio de actitud
de Pedro, el autor utiliza un lenguaje simbólico sumamente denso.
En primer lugar, hay un juego
de vestido-desnudez; en segundo lugar, la acción de tirarse el agua. La
desnudez de Pedro indica que carece del vestido propio del discípulo. "Se
ciñó la túnica". Juan emplea la misma expresión de la cena, cuando Jesús
se ató el paño que significaba su servicio hasta la muerte. Se ata aquella prenda como Jesús se había
atado el paño para servir. Y para expresar su disposición a dar la vida, se
tira al agua. Muestra estar dispuesto al servicio total hasta la muerte. Pedro
es el único que se tira al mar, por ser el único que ha de rectificar su conducta
anterior; los demás no habían resistido como él el amor de Jesús ni lo habían
negado.
"Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan".
En la tierra, lo primero que ven es la comida que Jesús ha preparado, expresión
de su amor a ellos. Jesús sigue siendo el amigo que se pone al servicio de los
suyos. La eucaristía es el don de Jesús a sus amigos. El pan de vida es su
carne, dada para que el mundo viva. Ese es el alimento que ahora ofrece.
Después de haber dado su vida, puede dar su pan, que es él mismo.
"Jesús les dice: traed de los peces que acabáis de coger". 153 peces, número de especies distintas de peces conocidas
por ellos, expertos pescadores.
"Jesús les dice: vamos, almorzad. Ninguno de los discípulos se atrevía a
preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Esta fue la tercera
vez que Jesús se apareció a los discípulos". La definitiva, la que va
a durar para siempre. Por eso, esta manifestación es modelo para la vida de la
comunidad. Esta tercera vez es todo un programa para la vida de la comunidad en
su misión en el mundo y en la eucaristía.
El alimento que ven y que Jesús
ha preparado es distinto del que ellos han obtenido por indicación suya. Este
último es fruto de su trabajo, el que encuentran preparado es don gratuito.
Existen, por tanto, dos alimentos: el que da directamente Jesús, y el que se
obtiene respondiendo a su mensaje.
Fijémonos en los personajes
principales del texto.
El primero es Pedro. Este capítulo final, está
anunciado desde el cap. 13, cuando a un Pedro rebelde le dice Jesús: "Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo
comprenderás más tarde". El texto de hoy recoge ese "más
tarde", poniendo final a una historia imperfecta de Pedro. Esta historia
guarda relación con el seguimiento. El término aparece explícito en el último
versículo en forma de invitación: Sígueme. Jesús había cuestionado el
seguimiento de Pedro en un diálogo mantenido con él en Jn. 13, 36-38. Los
hechos le iban a dar la razón: Pedro negará tres veces ser discípulo, es decir,
seguidor de Jesús (cfr. Jn 18, 15-18. 25-27). El diálogo entre Jesús y Pedro está montado sobre esta
triple negación, ahora, Jesús ya no cuestiona el seguimiento de Pedro.
La escena narrada
pone de manifiesto la sinceridad y totalidad de su seguimiento actual.
Apenas oye Pedro que el desconocido de la orilla es el Señor, se ciñe y se
lanza al agua en pos de él. El término ceñirse (traducción litúrgica, atarse)
está intencionadamente usado en la escena de la barca, preparando las palabras
finales de Jesús a Pedro sobre el ceñimiento voluntario e impuesto. Como
intencionada es la mención de las brasas preparadas por Jesús y que recuerdan,
por contraste, las brasas de las negaciones, cuando Pedro se calentaba del frío
reinante. Al calor de las brasas de Jesús comprende Pedro su programa de vida.
En su último ejemplo de magisterio y señorío, Jesús ha preparado una comida,
que él mismo distribuye.
Pedro, el que por tres veces le negó, no duda ni
por un momento en ir a su encuentro. Él sabía que el Señor le amaba más que lo
suficiente para perdonarle su pecado. Esa era la diferencia respecto de Judas.
Éste huyó de Jesús, no creyó posible el perdón para su traición. Pedro es
cierto que lloró amargamente su pecado. Pero sabía que el Maestro le volvería a
perdonar. Quien le había enseñado a perdonar siete veces siete, bien podría
perdonarle a él. Y no se equivocó. El Señor le acoge con el mismo cariño de
siempre, le mira con la misma profunda mirada, con la misma comprensión de
antes.
Lo que quizá no imaginaba Pedro es que el perdón
de Jesús iba a ser tan grande, que todo sería lo mismo que antes. Lo lógico
hubiera sido que el primer puesto lo ocupara otro que lo mereciera más que él,
otro que al menos no hubiera renegado de su Maestro hasta jurar que no le conocía.
Sin embargo, Jesús le vuelve a encomendar el cuidado de su rebaño, le entrega
otra vez el poder de regir a su Iglesia, la misión excelsa de ser su vicario en
la tierra, el que haga sus veces cuando él se marche a los cielos. Al mismo
tiempo le profetiza las dificultades que ese papel entraña. Llegará el momento
en que le perseguirán y el encarcelarán, le calumniarán y le maltratarán, lo
llevarán maniatado adonde él no quisiera ir, le crucificarán en una de las
colinas de Roma.
El otro protagonista es el
discípulo a quien Jesús amaba. Una vez más destaca este discípulo como el que
reconoce de inmediato a Jesús, aspecto este en el que supera a Pedro, aquí y en
todos los pasajes en los que ambos aparecen juntos, El enigma de este discípulo
estriba en que nunca se le menciona por su nombre. La identificación
tradicional con Juan resulta francamente frágil y problemática. Indicios
internos, sacados del propio Evangelio, favorecen incluso una identificación
cambiante, según las escenas en que se le menciona. Ello explicaría la ausencia
de nombre propio.
De este discípulo lo importante
no es la identidad personal, sino su función: sintonizar con Jesús, conocerle.
Esta función no es exclusiva de una persona (de ahí la ausencia de un nombre
propio), a diferencia de la de Pedro, que sí lo es. Discípulo preferido de
Jesús es todo creyente en él.
Para nuestra vida
La
Pascua de Jesús es la esencia del ser cristiano. Los fieles necesitamos ser
familiarizados con el Misterio de la Pascua. Como cristianos, llamados a ser testigos,
debemos adquirir una comprensión más profunda de la Resurrección como realidad
de salvación personal y desde allí, salvación comunitaria. Una fe cristiana sin
los contenidos de la Resurrección es una fe vacía y sin compromiso de vida. La
Pascua es la verdadera fuente y el origen de nuestra vida religiosa. La Pascua
es una oportunidad única para ahondar en nuestra realidad de bautizados. Es
llegar al fondo del ser. Vivir el Misterio de la Resurrección es vivir en mí
mismo que una realidad nueva, de vida, se ha apoderado de mí. Fieles a la
Pascua, a la Resurrección, a la Vida.
La
primera lectura es un testimonio de fidelidad en el anuncio del evangelio. El texto nos
muestra a un San Pedro fortalecido, ya después de Pentecostés, sin miedo
alguno, cumpliendo su “Señor,
Tú sabes que te amo”, entregándose a los designios divinos y
realizando su misión de Pastor, respondiendo al jefe religioso de los judíos,
el Sumo Sacerdote, que presidía el Sanedrín, organismo máximo de justicia civil
y de asuntos religiosos en Israel.
" Pedro y los apóstoles replicaron:
Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Este es un
principio universal que nos parece evidente a todas las personas religiosas,
pero no es fácil saber en cada momento discernir cuándo lo que nos manda Dios
es distinto de lo que nos mandan los hombres. Lo que los apóstoles estaban
haciendo cuando les encarcelaron era predicar el evangelio de Jesús y la buena
nueva de la salvación. Ese era el mandato que Jesús les había dado antes de
ascender a los cielos: id al mundo entero y predicad el evangelio.
Una
vez más están frente al Sanedrín, ante el Tribunal Supremo de justicia de
Israel. Y no será la última. Ya lo había dicho el Señor: "Os llevarán a
los tribunales por mi nombre. No temáis, no penséis qué habéis de contestar. Yo
estaré muy cerca, el Espíritu contestará por vosotros".
Es
claro, se ve palpablemente que estos hombres tienen una nueva fuerza
desconocida, no hay manera de hacerlos callar. Y hablan, nada menos de que
Jesús de Nazaret ha resucitado, de que es el Mesías prometido por los profetas,
de que han crucificado al que había de venir, al Cristo de Dios, al Ungido, al
Rey de Israel. Estas palabras sacuden sus conciencias dormidas. Azotaron a los
Apóstoles, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron.
Creyeron que aquel duro castigo sería suficiente para callarlos, una mordaza
para sus bocas. Pero se equivocaron. Los Apóstoles, azotados y doloridos,
caminaban, sin embargo, contentos, rebosantes de gozo por haber sufrido aquello
por amor de Cristo.
Esta situación vivida por los
Apóstoles se repetirá a lo largo de toda la historia del Cristianismo. Muchas
veces el Testimonio Apostólico sobre la muerte y resurrección de Jesús entra en
conflicto con las "autoridades del Templo". En estas situaciones la
obediencia a Dios se impone contra la voluntad del Templo. Son los Testigos los
portadores del Espíritu de Dios y es a ellos que debemos escuchar.
La Iglesia desde el principio aparece
como signo de contradicción, por eso es perseguida. El anuncio valiente del
Evangelio puede acarrear persecución por parte de los poderes de este mundo,
pero está claro que "hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres". Si la Iglesia se acomodase a este mundo perdería el sentido de
su ser. Sólo si presenta con valentía el anuncio gozoso y liberador del
Evangelio se identificará con el Cordero Pascual, Jesucristo muerto y
resucitado que se entrega por nosotros. Los testimonios de los mártires de hoy
son impresionantes. Cristianos asesinados en Pakistán, Siria, Irán, La India.
Ellos son testigos auténticos de Cristo resucitado. Pidamos por ellos para que
se mantengan firmes en la fe y dejen de ser perseguidos por llevar el nombre de
cristianos. Viendo nuestra realidad actual hemos de reconocer que nosotros
tenemos mucho que aprender de ellos.
El
salmo de hoy nos invita a una continua acción de gracias a Dios, "Te ensalzaré; Señor, porque me has
librado" . Su acción
es siempre muy superior a nuestros merecimientos. Demos hoy cada uno de
nosotros gracias a Dios por todos aquellos momentos en los que nos hemos
sentido librados de algún peligro por el Señor.
Dios siempre salva a los que confían
en él, aunque a veces permita la persecución, y hasta la muerte, de los que le
aman. Seguro que todos nosotros tenemos experiencia de algunos momentos en los
que el Señor nos ha librado de algún peligro, físicos y espirituales. El salmo
hoy nos invita a una profunda acción de
gracias elevada a Dios desde el corazón
de quien reza, después de desvanecerse en él la pesadilla de la muerte. Este es
el sentimiento es el que resuena en nuestros oídos y en nuestros corazones.
Esta actitud de gratitud se expresa en una serie de contrastes que expresan de
manera simbólica la liberación obtenida gracias al Señor.
Así al descenso «a la fosa» se le
opone la salida «del abismo» (versículo 4); a su «cólera» que «dura un
instante» le sustituye «su bondad de por vida» (versículo 6); al «lloro» del
atardecer le sigue el «júbilo» de la mañana (ibídem); al «luto» le sigue la
«danza», al «sayal» luctuoso el «vestido de fiesta» (versículo 12).
Pasada, la noche de la muerte, surge
la aurora del nuevo día. Por este motivo, la tradición cristiana ha visto este
Salmo como un canto pascual. Lo atestigua la cita de apertura que la edición
del texto litúrgico de las Vísperas toma de una gran escritor monástico del
siglo IV, Juan Casiano: «Cristo da gracias al padre por su resurrección
gloriosa».
Así comenta San Juan Pablo II
este salmo: " 1. El orante eleva a Dios, desde lo más profundo de su corazón, una
intensa y ferviente acción de gracias porque lo ha librado del abismo de la
muerte. Ese sentimiento resalta con fuerza en el salmo 29, que acaba de resonar
no sólo en nuestros oídos, sino también, sin duda, en nuestro corazón.
Este
himno de gratitud revela una notable finura literaria y se caracteriza por una
serie de contrastes que expresan de modo simbólico la liberación alcanzada
gracias al Señor. Así, «sacar la vida del abismo» se opone a «bajar a la fosa»
(cf. v. 4); la «bondad de Dios de por vida» sustituye su «cólera de un
instante» (cf. v. 6); el «júbilo de la mañana» sucede al «llanto del atardecer»
(ib.);
el «luto» se convierte en «danza» y el triste «sayal» se transforma en «vestido
de fiesta» (v. 12).
Así
pues, una vez que ha pasado la noche de la muerte, clarea el alba del nuevo
día. Por eso, la tradición cristiana ha leído este salmo como canto pascual. Lo
atestigua la cita inicial, que la edición del texto litúrgico de las Vísperas toma de un gran escritor
monástico del siglo IV, Juan Casiano: «Cristo, después de su gloriosa
resurrección, da gracias al Padre».
2.
El orante se dirige repetidamente al «Señor» -por lo menos ocho veces- para
anunciar que lo ensalzará (cf. vv. 2 y 13), para recordar el grito que ha
elevado hacia él en el tiempo de la prueba (cf. vv. 3 y 9) y su intervención
liberadora (cf. vv. 2, 3, 4, 8 y 12), y para invocar de nuevo su misericordia
(cf. v. 11). En otro lugar, el orante invita a los fieles a cantar himnos al
Señor para darle gracias (cf. v. 5).
Las
sensaciones oscilan constantemente entre el recuerdo terrible de la pesadilla
vivida y la alegría de la liberación. Ciertamente, el peligro pasado es grave y
todavía causa escalofrío; el recuerdo del sufrimiento vivido es aún nítido e
intenso; hace muy poco que el llanto se ha enjugado. Pero ya ha despuntado el
alba de un nuevo día; en vez de la muerte se ha abierto la perspectiva de la
vida que continúa.
3.
De este modo, el Salmo demuestra que nunca debemos dejarnos arrastrar por la
oscura tentación de la desesperación, aunque parezca que todo está perdido.
Ciertamente, tampoco hemos de caer en la falsa esperanza de salvarnos por
nosotros mismos, con nuestros propios recursos. En efecto, al salmista le
asalta la tentación de la soberbia y la autosuficiencia: «Yo pensaba muy
seguro: "No vacilaré jamás"» (v. 7).
Los
Padres de la Iglesia comentaron también esta tentación que asalta en los
tiempos de bienestar y vieron en la prueba una invitación de Dios a la
humildad. Por ejemplo, san Fulgencio, obispo de Ruspe (467-532), en su Carta 3, dirigida a la religiosa
Proba, comenta el pasaje del Salmo con estas palabras: «El salmista confesaba
que a veces se enorgullecía de estar sano, como si fuese una virtud suya, y que
en ello había descubierto el peligro de una gravísima enfermedad. En efecto,
dice: "Yo pensaba muy seguro: No vacilaré jamás". Y dado que al decir
eso había perdido el apoyo de la gracia divina, y, desconcertado, había caído
en la enfermedad, prosigue diciendo: "Tu bondad, Señor, me aseguraba el
honor y la fuerza; pero escondiste tu rostro, y quedé desconcertado".
Asimismo, para mostrar que se debe pedir sin cesar, con humildad, la ayuda de
la gracia divina, aunque ya se cuente con ella, añade: "A ti, Señor,
llamé; supliqué a mi Dios". Por lo demás, nadie eleva oraciones y hace
peticiones sin reconocer que tiene necesidades, y sabe que no puede conservar
lo que posee confiando sólo en su propia virtud» (Lettere di San Fulgenzio di Ruspe, Roma 1999, p.
113).
4.
Después de confesar la tentación de soberbia que le asaltó en el tiempo de
prosperidad, el salmista recuerda la prueba que sufrió a continuación, diciendo
al Señor: «Escondiste tu rostro, y quedé desconcertado» (v. 8).
El
orante recuerda entonces de qué manera imploró al Señor (cf. vv. 9-11): gritó, pidió
ayuda, suplicó que le librara de la muerte, aduciendo como razón el hecho de
que la muerte no produce ninguna ventaja a Dios, dado que los muertos no pueden
ensalzarlo y ya no tienen motivos para proclamar su fidelidad, al haber sido
abandonados por él.
Volvemos
a encontrar esa misma argumentación en el salmo 87, en el cual el orante, que
ve cerca la muerte, pregunta a Dios: «¿Se anuncia en el sepulcro tu
misericordia o tu fidelidad en el reino de la muerte?» (Sal 87,12). De igual
modo, el rey Ezequías, gravemente enfermo y luego curado, decía a Dios: «Que el
seol no te alaba ni
la muerte te glorifica (...). El que vive, el que vive, ese te alaba» (Is
38,18-19).
Así
expresaba el Antiguo Testamento el intenso deseo humano de una victoria de Dios
sobre la muerte y refería diversos casos en los que se había obtenido esta
victoria: gente que corría peligro de morir de hambre en el desierto,
prisioneros que se libraban de la condena a muerte, enfermos curados, marineros
salvados del naufragio (cf. Sal 106,4-32). Sin embargo, no se trataba de
victorias definitivas. Tarde o temprano, la muerte lograba prevalecer.
La
aspiración a la victoria, a pesar de todo, se ha mantenido siempre y al final
se ha convertido en una esperanza de resurrección. La satisfacción de esta
fuerte aspiración ha quedado garantizada plenamente con la resurrección de
Cristo, por la cual nunca daremos gracias a Dios suficientemente". (San Juan Pablo II. Audiencia
general del Miércoles 12 de mayo de 2004]
La
segunda lectura tomada del Apocalipsis,
En
el fragmento de hoy, contemplamos al Cordero, aparece aquí como imagen del
siervo de Yahvé y, por extensión, imagen del Jesús Pascual. Asistimos ahora a
la entronización solemne del Cordero, el único que puede mirar de hito en hito
«al que está sentado en el trono» y
recibir de sus manos el libro.
Se entrega el libro sellado al
Cordero para que revele el contenido que nadie era digno de leer y toda la
corte celestial prorrumpe en el himno de alabanza y adoración. La atención se
centra en el Cordero. Al coro de los ancianos sigue el de los ángeles. Millares
y millones era la fórmula o número más grande al que recurría la antigüedad
para hacer cálculos. Aquí indica una multitud inmensa al igual que en Dn 7,10.
Ante la corte celestial se
proclama el poder, la dignidad y la plena soberanía del vencedor que se
extiende más allá del círculo celestial. La creación en todos sus sectores,
diferenciados por las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la
tierra y en el mar, participan en la alabanza a Dios, al que está sentado en el
trono, al Cordero. La doxología partiendo de la creación penetra en la esfera
celeste y llega al trono y la creación incontaminada en los cielos responde:
"Amén".
La escena
que se nos presenta, incluye a Cristo, el Cordero que ha sido degollado, y que
recibe juntamente con el libro, el homenaje y el dominio de toda la creación.
Es muy significativo que la alabanza de toda la creación vaya dirigida a Dios y
al Cordero, indivisiblemente unidos. San Juan junta las criaturas materiales
con los ángeles en la glorificación del Cordero redentor, a quien atribuyen la
bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos (ν.13).
La liturgia cósmica que se
celebra consiste en un cántico nuevo. Es el canto de la Jerusalén del cielo. La
pieza, de tres partes, está escrita rítmicamente en forma de himno. En el
relato se va ampliando el círculo de los que rinden alabanza: los veinticuatro
ancianos, la multitud de los ángeles y todo lo creado (que, según los
conocimientos cosmológicos de la época, se divide en cielo, tierra-mar y
abismo). Finalmente, las plegarias son recogidas por los cuatro vivientes en un
rotundo «amén». La aflicción del profeta ha desaparecido. El que cree que Jesús
es el Señor no desfallece. El Espíritu, enviado por Jesús y presente en toda la
tierra, es su firme garantía.
El texto nos recuerda que en
este tiempo de Pascua, nuestra actitud debe ser de alabanza, nosotros también debemos de alabar a Jesús,
el cordero pascual, de quien ha nacido la Iglesia de la que todos nosotros
formamos parte. Tratemos de ser nosotros mansos y humildes como Jesús, y rindámosle el homenaje de nuestra
devoción, acción de gracias y de nuestro amor.
En
el evangelio nos hemos encontrado con que los discípulos de Jesús se habían pasado
la noche en el lago bregando como expertos pescadores que eran y no habían
pescado nada, pero cuando se dejan guiar por el Maestro
recogen tal cantidad de peces que las redes se rompían.
El evangelista san Juan da a este
relato de la pesca milagrosa una intención teológica que va bastante más allá
de lo que es puramente hecho histórico, a nosotros nos sirve ya que lo que
quiere decir a sus lectores el evangelista es
que si la Iglesia cristiana no se deja guiar por Jesús pierde eficacia y
autenticidad y puede llegar a ser más que signo del reino de Dios,
contra-signo. El vencedor de la muerte dice a sus discípulos "echad la
red". Los siete discípulos representan a toda la Iglesia, que debe dar
testimonio de su fe; los 153 peces quizá simbolicen el número de naciones
conocidas entonces, porque a todos se les anuncia la Buena Noticia. La cercanía
de Cristo es necesaria para la Iglesia en general, y para cada uno de nosotros
en particular y de cada uno de los grupos y comunidades cristianas que formamos
el conjunto de la Iglesia cristiana. Cuanto más apartados vivamos del evangelio
de Jesús, más contra-signo de su reino seremos y no podremos ni nosotros mismos
considerarnos Iglesia nacida de Jesús.
El
evangelio nos sitúa ante uno de los dramas que estamos padeciendo, a nivel
espiritual, es que nunca la Iglesia, los sacerdotes o los agentes de pastoral
hemos empleado tantos medios y esfuerzos para incentivar el aprecio por las
cosas de Dios. Hoy, con el evangelio en la mano, el Señor nos dice que no nos agobiemos
por la ausencia de frutos. Tal vez, aunque nos cueste admitirlo, el tiempo de Dios es distinto al nuestro. Nuestras
horas son de sesenta minutos, nuestros años de 365 días pero, tal vez, Dios no
cuenta los segundos como nosotros ni pasa las hojas del calendario como
nosotros pretendemos. La Pascua, la resurrección de Cristo, nos invita a una
obediencia y confianza absoluta en el Padre. Toda la pesca no está alcance de
nuestra mano ni todos los océanos son tan superficiales como quisiéramos para llegar
hasta el fondo de los mismos: las personas.
El proceso relatado en el
evangelio, presenta para nosotros la relación entre el Resucitado y su Iglesia.
El resucitado, según la promesa realizada, está con sus discípulos, pero de un
modo nuevo en comparación con su presencia histórica: está en la playa, sin que
las acometidas del mar le puedan afectar; y pese a todo dirige la
"pesca". No es suficiente, para una buena pesca, la decisión de Pedro
y las ganas de los demás discípulos; es el Señor que ordena -que da misión-
cómo debe pescarse. El esfuerzo será de los discípulos.
Fijémonos
hoy en los apóstoles, ellos como nosotros en algunos momentos, estaban a punto
de renunciar a todo. La pesca había sido infructuosa, decepcionante. Se sentían
abandonados y desconcertados. Sólo, cuando apareció el resucitado, el panorama
cambió. Que también nosotros, lejos de abandonar cuando el horizonte es oscuro,
imploremos, recemos y miremos al cielo buscando la mano siempre tendida de
Jesús que sale en los momentos más amargos de fracaso, tristeza y dolor.
Hagamos un responsable examen de conciencia sobre este punto, cada
uno de nosotros en particular y cada uno de los grupos y comunidades que
formamos el conjunto de lo que llamamos Iglesia .
¿Podemos hoy
nosotros, cristianos en siglo XXI,
decirle al Señor que sí lo amamos, que sí nos entregamos a El y a su Voluntad
... sea cual fuere? ¿Sea que nos quiera hacer pastores o que nos quiera hacer
ovejas fieles? ¿Sea que dejemos aquel pecado al que estamos apegados y que no nos
deja libres para seguirle ... sea que le sigamos con esa cruz que nos es pesada
porque no la hemos abrazado como El abrazó la suya?
¿Podremos
responderle como Pedro: tres veces, sí te amo, Señor? ¿Nos entristecemos como
Pedro por tantas veces que hemos entristecido a Jesús? ¿Tememos que nuestro sí
no sea tan seguro, porque podríamos repetir los pecados ya confesados? ¿Tenemos
miedo de prometer como Pedro que nunca negaría al Señor y que estaba dispuesto
a morir con El, y no cumplir?
Puede ser,
porque sabemos que nuestro sí de hoy no es garantía segura, pues somos débiles,
pero confiando en la gracia divina y realmente queriendo ser fieles a Dios, la
guerra está ganada, aunque perdamos una que otra batalla, en la lucha contra el
pecado.
Y recordemos
que el Señor no espera que seamos impecables sino que, confiados en El,
pongamos todo nuestro deseo y volvamos a El cada vez que perdamos una batalla
contra el pecado, acogiéndonos a su Misericordia Infinita en el Sacramento de
la Confesión.
Sobre todo, tengamos muy en
cuenta que, en la lucha contra las tentaciones, no podemos confiar en nosotros
mismos. Nos puede suceder como a Pedro. En realidad, no podemos confiar en
nosotros mismos para nada. Siempre orar, pero más que nunca en la tentación. “El que ora se salva y el que no ora se
condena” (San Alfonso María de Ligorio).
Fijémonos en el comentario que
hace San Agustín a este relato de la pesca milagrosa: "Centrad vuestra
atención ahora en la otra pesca, la que se ha leído hoy. Tuvo lugar después de
la resurrección del Señor, para dar a entender cómo será la Iglesia después de
nuestra resurrección. Echad -les
dijo- las redes a la derecha5. Ahora, pues,
se ocupa sólo del número de los que estarán a la derecha. Recordáis que el
Señor anunció que vendría en compañía de los ángeles y que en su presencia se
congregarían todos los pueblos. Él los separará como el pastor separa las
ovejas de los cabritos, colocando aquéllas a su derecha y éstos a su izquierda.
A las ovejas dirá: Venid, recibid el
reino; a los cabritos: Id al
fuego eterno6. Echad las redes a la derecha: como si
dijera: «Ya he resucitado; quiero mostrar cómo será la Iglesia al final de los
tiempos. Echad las redes a la derecha».
Echaron las redes a la derecha y no podían subirlas a la barca debido a la
cantidad de peces. También en la primera pesca se habla de una gran cantidad,
pero aquí se da un número fijo; se indica la cantidad y la calidad, a
diferencia de la otra, que no precisa número. En el tiempo presente, antes de
que llegue la resurrección y la separación de buenos y malos, se cumple lo que
dice el profeta: Hice el anuncio y
hablé.¿ Qué significa eso? He echado las redes. ¿Y qué pasó? Se multiplicaron por encima del número7. Hay un
número, y los hay que exceden del número. El número se refiere a los santos que
han de reinar con Cristo; los que exceden el número pueden entrar ahora en la
Iglesia, pero no en el reino de los cielos.
3. Por ello, os
exhorto a que os liberéis del mundo presente, que es malo. Por ello os
amonesto: quienes queréis vivir no imitéis a los malos cristianos. No digáis:
«¿Cómo? ¿No está bautizado fulano que se embriaga? ¿Cómo? ¿No está bautizado
aquel que tiene concubinas? ¿No está bautizado aquel otro que comete fraudes a
diario? ¿No está bautizado el otro que consulta a los astrólogos?». Los que
ahora queráis ser grano, entonces os encontraréis en el muelo; pero los que
queráis ser paja os encontraréis en la gran parva, mas para ser presa de un
gran fuego.
3. ¿Entonces, pues? Arrastraron
-dice- las redes hasta la
orilla8. Pedro
arrastró las redes hasta la orilla; acabáis de escucharlo cuando se leyó el
evangelio. Cuando oyes hablar de orilla, piensa en el límite del mar, y cuando
escuchas «límite del mar», entiende el fin del mundo presente. En la primera
pesca no se arrastraron las redes hasta la orilla, pues los peces capturados se
amontonaron en las barcas. En ésta, en cambio, las arrastraron hasta la orilla.
Espera el fin del mundo, fin que ha de llegar para bien de los que estén a la
derecha y mal de los que estén a la izquierda. ¿Cuántos fueron los peces? Arrastraron -dice- las redes, que contenían ciento cincuenta y
tres peces. Y el evangelista añadió algo muy importante: Y, a pesar de su tamaño, es decir, de
ser tan grandes, no se rompió la red9. Serán
grandes, pero no habrá herejías, y no habrá herejías precisamente porque serán
grandes. ¿Quiénes son grandes? Lee las palabras del Señor en el evangelio y
encontrarás quiénes lo son. Dice, en efecto, en cierto lugar: No vine a abrogar la ley y los profetas,
sino a cumplirla" . (San Agustín. Sermón 251. La pesca milagrosa).
La experiencia pascual de los discípulos llega hasta el
cristiano de hoy en un contexto de Iglesia. En el texto hay una alusión a la
comida eucarística (cf. 6, 1-13), ya que aquí Jesús no come nada, sino que
distribuye el pan y el pescado. Los discípulos quedan invitados a participar
del alimento que les ofrece el Señor resucitado. La celebración de la comida
eucarística, eucaristía de culto y eucaristía de vida, es para el cristiano el
lugar cumbre de la vivencia de la resurrección.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
[1]
Doxología es
alabanza, reconocimiento de adoración por lo que Dios es o lo que Dios hace. Ni
siquiera es, explícitamente, acción de gracias. Es una característica de la
auténtica actitud religiosa, del hombre confrontando y percibiendo la realidad
de Dios en su vida. Lo posterior proviene de aceptar este comienzo.
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