Comentario a las lecturas del I Domingo de Cuaresma 10 de marzo de 2019
En la liturgia de hoy
comenzamos el camino hacia la pascua (orac. sobre las ofrendas). La meta de
este camino es la plenitud del misterio de Cristo. Y para vivirlo tenemos que
conocerlo escuchando en este tiempo su Palabra, nuestro alimento más importante
que el pan material (cf. orac. después de la comunión).
En el desierto Jesús, lleno
del Espíritu Santo, vence al diablo (Ev.). Nosotros, como Cristo en sus
cuarenta días por el desierto, contamos con la fuerza del Espíritu Santo, y en
la Eucaristía encontramos el pan del cielo que alimenta la fe, consolida la
esperanza y fortalece la caridad; es Cristo mismo, el pan vivo y verdadero del
que hemos de sentir hambre (cf. orac. después de la comunión). Con su fuerza
podremos vencer las tentaciones en este desierto de la vida.
Cuaresma hoy es nuestro tiempo
de vivir. Un tiempo que desde Jesús nos ofrece la posibilidad de ser cada día
más humanos, porque cada día se hace más profunda e interior nuestra vocación a
vivir como hermanos. Es un tiempo de pasar de los ritos, de las cosas, del
poder y de los triunfos a la serena riqueza de que ser cristiano es compartir,
y no poseer; dar y no aceptar; crear vida y posibilitar todos los caminos de
transformación humana.
Siempre de camino, con un
denodado y renovado esfuerzo. En esta Cuaresma deberíamos descubrir que para ser fieles a
Dios debemos arriesgarnos cada día más en la lucha por conseguir una sociedad
de hombres más libres y más humanos. En definitiva, un compromiso.
En la primera
lectura, del Libro del Deuteronomio (
En este texto se describe el rito de la ofrenda de las primicias, que se supone
ya una costumbre establecida. Se debe entregar al sacerdote una cesta llena de
estos frutos tempranos, para que él la presente a Yahvé y la coloque sobre el
altar. No se dice nada sobre la cantidad de estos frutos, pero sabemos que la
tradición rabínica señalaba al respecto el 1/60 de la cosecha. Acompañando al
rito, el sacerdote debía pronunciar una fórmula en la que daba gracias a Dios
por los frutos de la tierra y, con ocasión de la cosecha, también por esta
misma tierra que Dios había dado a los hijos de Israel.
El "arameo errante"
es Jacob, que efectivamente era arameo por parte de su madre Rebeca (Gn 25, 20)
y estaba emparentado con "Labán, el arameo" (Gn 31, 42). Los
israelitas, de origen arameo, aprendieron el hebreo en Canaán, donde esta
lengua era la dominante (cf Is 19, 18). Pero lo que importa en este contexto es
el calificativo de "errante". Nada más deseado por un pueblo nómada
que una tierra, que una patria que "mana leche y miel".
La fórmula que acompaña al rito
de las ofrendas es una fórmula de fe. Podemos ver en ella que la fe de Israel
no versaba sobre verdades abstractas, sino sobre hechos bien concretos: Dios
elige a los patriarcas, saca de la esclavitud de Egipto a los israelitas y les
da una tierra..., de ella proceden ahora los frutos que llegan al altar de
Yahvé. La Biblia no es un catecismos o un tratado de teología, sino ante todo
una historia de salvación en la que se expresa la fe del pueblo elegido.
"Dijo Moisés al pueblo: El sacerdote tomará de
tu mano la cesta de las primicias y la pondrá ante el altar..." (Dt 26,
4) Dios
no necesita nada, lo tiene todo. Es dueño de los bosques, de las montañas, de
los valles, de la llanura y de los mares. Precisamente por ser Señor de cuanto
existe, es necesario que el hombre reconozca de algún modo ese señorío. Desde
muy antiguo los pueblos ofrecen a Dios las primicias de los campos, los
primeros frutos, las primeras crías. Al ofrecer eso que era lo más preciado,
reconocían el dominio soberano de Dios, le rendían pleitesía. Hay que ofrecer lo
mejor a Dios. También hoy día, ya que también hoy Dios es dueño absoluto de
todo.
"Nos
introdujo en este lugar y nos dio una tierra que mana leche y miel. Por eso
ahora te traigo las primicias de los frutos del suelo..." (Dt 26, 10) Fue
Dios quien con mano segura condujo a su pueblo. Su presencia fortalecía a los
suyos, les animaba en la lucha. Él fue quien los libró de la servidumbre de
Egipto, el que les alimentó en el desierto. Quien hundió en las aguas a los
enemigos y quien derrumbó las murallas inexpugnables de Jericó. Sí, Dios los
introdujo en la rica tierra de la leche y de la miel.
Este es uno de
los salmos más típicos de la Cuaresma. El tentador cita a Jesús, en el
evangelio de la "tentación en el desierto", del primer domingo de
Cuaresma. Es
un salmo de peregrinación, que hace entrar en escena un rey, comprometido en
una guerra a la vez nacional y religiosa, contra naciones paganas, y por ellas,
contra los poderes del mal desencadenados... Sube en peregrinación al templo
para pasar allí la noche, y ser favorecido con una revelación divina, un
oráculo en medio de su oración. La naturaleza de la lucha, supuesta en juego,
son "escatológicos" Es la lucha del rey-Mesías contra todas las
fuerzas que nos oprimen. ¡Es el combate de Jesús!
En hebreo, el verbo
"reposar" del segundo versículo, significa "pasar la noche a la
sombra del Altísimo". Como Salomón cuando venía a pasar la noche en Gabaón
(I Reyes 3,4-15), como Saúl que solicitaba un oráculo (1 Samuel 28, 5-6), antes
de dar una batalla decisiva, el Rey de Israel viene a pasar una noche en
oración en el Templo. El cambio de "personas", en el texto, indica
los diversos personajes que intervienen: el rey, primeramente llega ante el Templo
y expresa su intención. Los sacerdotes del lugar sagrado lo reciben de
inmediato diciéndole cuánta confianza debe poner en la protección de Dios. Y
hacia el final de la noche de oración, Dios toma la palabra para pronunciar un
oráculo solemne y anunciar al rey la victoria. Ya puede partir a realizar el
combate. Tal es el "revestimiento midráshico" de este salmo
admirable.
"Tú, que habitas al amparo del
Altísimo..." (Sal 90, 2) Estamos ante un salmo que, como otros
muchos, habla de la confianza en el Señor, de la esperanza como virtud
teologal, de la fortaleza y del optimismo.
Habitar al
amparo del Señor, vivir a su sombra, cobijarse en él como el polluelo bajo las
alas tibias y mullidas de su madre. No se te acercará la desgracia -insiste el
poema sacro-, ni la plaga llegará hasta tu tienda... A primera vista, da la
impresión de que este salmo resulta inadecuado para el tiempo de Cuaresma,
período de penitencia y de mortificación. Y, sin embargo, abre el ciclo del
tiempo preparatorio a la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.
La razón
principal de su inserción en esta dominica primera de Cuaresma es porque en
ella recordamos las tentaciones de Cristo, y en una de ellas el demonio, con
cita de algunos versículos de este salmo, incita a Jesús a que se tire desde el
alero del templo, para que los ángeles de Dios le reciban antes de estrellarse.
El demonio, como harán sus seguidores luego, tergiversa el sentido de las
Escrituras y trata de tentar a Dios con un milagro inútil.
"Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la
piedra..." (Sal 90, 12) Es cierto que el salmista habla de la
protección de los ángeles, que en verdad nos protegen de continuo, aunque quizá
muchas veces no nos demos cuenta de ello. Pero también es verdad que esa
protección no nos puede llevar a la temeridad de meternos imprudentemente en el
peligro y tentar a Dios. En este sentido es lógico que este salmo se recite
hoy. Con ello se nos pone en guardia contra una falsa confianza, que nos
hiciera olvidar que es necesario luchar, poner los medios que están a nuestro
alcance, aunque en último término dependa todo de Dios.
“Nadie que cree en Él quedará defraudado”.
Aquí san Pablo hace una profesión de fe, en la que resalta que Dios nos ha
mostrado su cercanía enviándonos a Cristo. Éste es el camino ofrecido
generosamente para salvarse. Rm 9-11 tiene como
tema general el problema de la situación en que se encuentra Israel después de
haber rechazado a su Mesías. Este problema atormenta el corazón de San Pablo
como buen judío que, él sabe, por una parte, que Dios mantiene la fidelidad
inquebrantable a sus propias promesas y, por otra, el hecho histórico del
rechazo de Israel. La afirmación de la justificación por la fe llevaba a Pablo
a evocar la justicia de Abrahán (c.4). De igual modo, la afirmación de la
salvación otorgada en el Espíritu, por el amor de Dios, le obliga a tratar (c.
9-11), el caso de Israel, infiel a pesar de las promesas de salvación que se le
hicieron.
Proclamar a Jesús como
"Señor". Este era el gran escándalo para los judíos: que un profeta,
por excelso que fuera, pudiera llamarse con el nombre de Yahvé,
"Señor". Para el judío, Yahvé debería seguir allá en lo más alto de
los cielos, dejando a los hombres el arreglo de las cosas de este mundo. Por
eso, la encarnación era considerada como una molesta intromisión de Dios en el
quehacer diario. Un Jesús-Señor impedía esa libertad de acción con que el judío
se movía en su vida terrena.
En la mística judía jugaba un
gran papel la discriminación "judío y griego". Ser judío implicaba la
pertenencia a un pueblo escogido. Los griegos, o sea, los extraños de entonces,
podrían ser incorporados de alguna manera pero en relación de dependencia; se
llamaban "prosélitos de la puerta". Allá dentro del Sancta sanctorum
los judíos eran los principales...
Pablo rompe el mito, ya no hay
diferencia.
El único camino que conduce a
la salvación es la fe en Jesucristo, el Señor. Esta salvación no es para el
creyente algo que ha de buscar penosamente y que está muy lejos de él, sino
algo que lleva en el corazón y confiesa con sus labios. La cita que trae Pablo
está tomada de Dt 30, 11-14, donde se dice de la ley: "Estos mandamientos
que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu
alcance. No están en el cielo (..), ni están al otro lado del mar (...), sino
que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que
la pongas en práctica". Una vez abrogada la ley, Pablo refiere estas
palabras a Cristo, el cual "habita por la fe en nuestros corazones"
(Ef 3, 17). El núcleo de esta fe lo constituye el hecho y la confesión de que
Jesús es ahora el Señor.
Con una cita de Isaías (28,
16), Pablo afirma la salvación de judíos y de griegos por igual. Esta igualdad
radica en el hecho de que uno mismo es el Señor de todos. Lo que implica, por
otra parte, la exclusión de un orden teocrático que interponga entre el Señor
único y los hombres diferentes grados o señoríos.
es un relato, de carácter teológico, que ha sido
compuesto y transmitido, no para informar acerca de un episodio de la vida de
Jesús, sino para mostrar el modo con que el Hijo de Dios comprendió y vivió su
misión mesiánica. Se quiere subrayar el hecho de la tentación en la existencia
de Jesús, no el modo en que históricamente se presentó. El relato presenta como
evento acaecido una vez, una experiencia que acompañó constantemente el
ministerio del Mesías Jesús de Nazaret.
Jesús, “lleno
del Espíritu Santo”, “era conducido (a go) por el Espíritu en el desierto” (v.
1). No se describe a Jesús mientras va al desierto, sino caminando en medio del
desierto lleno del Espíritu Santo. Durante cuarenta días fue tentado por el
diablo y estuvo sin comer (v. 2). El desierto es lugar detentación, de auto
comprensión de la propia identidad, pero también espacio para afirmar la
fidelidad en Dios como único absoluto.
Jesús vive una
doble experiencia: la experiencia de la tentación, delante de la cual permanece
firme, y la experiencia de la plenitud divina, siendo conducido permanentemente
por el Espíritu. Como “hijo de Adán” (Lc 3,38b) advierte la dificultad y la
seriedad del momento de la prueba en su relación con Dios; como “Hijo de Dios”
(Lc 3,38) vive, lleno del Espíritu, la plenitud de la intimidad divina. A
diferencia de Adán (Gen 3), Jesús supera la prueba demostrando su adhesión
obediente y filial a Dios en forma inquebrantable. Se mantiene firme
proclamando su fidelidad absoluta y su confianza inquebrantable en los caminos
del Padre: “No tentarás al Señor tu Dios” (Lc 4,12). Jesús es el modelo de
adhesión plena y total a Dios y a su voluntad.
Las “tres”
tentaciones de Jesús no son sino una sola: la tentación de abandonar el
mesianismo humilde y obediente en favor de los hombres y emprender un camino de
gloria, de poder y de autosuficiencia humana. Para Lucas, la tentación máxima
que Jesús enfrenta y supera es el terror a la muerte. En el relato se afirma,
en efecto, que “el diablo se alejó de él hasta el momento oportuno” (v. 13), es
decir, hasta el momento del sufrimiento y de la angustia de la pasión, que
Lucas llamará “la hora del poder de las tinieblas” (Lc 22,53), cuando “Satanás
había entrado en Judas Iscariote” (Lc 22,3).
El relato de
las tentaciones no pretende sólo informar al lector acerca de las pruebas
sufridas por Jesús, sino que es una página de catequesis que invita a estar
atentos para no caer en las actuales tentaciones del poder, del materialismo y
de la religión espectacular e impositiva.
Para
nuestra vida.
Recién
comenzada la cuaresma ¿Con qué sentimientos
podríamos comenzar la Cuaresma? Lo primero, interiorizar que nos preparamos
para la Pascua, es decir para la vida. En cada día de la Cuaresma tenemos que
morir a algo, para que alcancemos una vida en plenitud.
En segundo lugar, la
vida se hace auténticamente cristiana cuando el cambio de vida es fruto de la
toma de conciencia de lo que somos y debemos hacer, y no el catálogo de buenas
intenciones que repetimos sin cumplir cada año. Aprovechemos para quitarnos las
máscaras que nos hacen hipócritas; así dejaremos de actuar y comenzaremos a
vivir como verdaderos cristianos
En tercer lugar, la reconciliación, que es el
sacramento de la autentica comunión , no puede dejarse para más tarde, porque
éste el es el tiempo y la hora de comenzar.
En cuarto lugar la Cuaresma es un tiempo para recordar
que por nuestra naturaleza humana estamos expuestos al egoísmo que se hace
injusticia, corrupción y muerte, pero al mismo tiempo, que contamos con la
misericordia de Dios, nuestro mejor aliado si queremos salir vencedores frente
a las tentaciones y el pecado.
"Ganar a Cristo y existir
en él". Es la meta de la prueba de todo cristiano. Esta prueba, cada año
los cristianos somos invitados a hacerla durante la Cuaresma. Los dos primeros
domingos son una llamada a compartir la lucha y el triunfo de Cristo, los otros
tres nos invitan a la conversión y a la reconciliación, reconociendo y
asumiendo la actitud misericordiosa de Jesús. Esta Cuaresma de fe y
reconciliación la podemos ver culminada en la palabra de Jesús en la Pasi6n de
Lucas: "Hoy estarás conmigo en el paraíso", dicha al ladrón
arrepentido.
En la primera lectura podemos
descubrir el itinerario del pueblo de Israel desde la fe en el Dios de la
Alianza y de la Liberación de Egipto hacia la realidad nueva dada en los
tiempos mesiánicos. La Iglesia, nuevo Israel, recorre también, en la plenitud, este
camino: pueblo creyente de la nueva Alianza, liberado por el Dios encarnado en
Jesús Redentor, que celebra la nueva Pascua y es incorporado a la nueva
creación.
Toda la reflexión de este
primer domingo de Cuaresma tiene como fundamento de sostén el simbolismo del
desierto.
Parece oportuno, entonces,
partir de una descripción fenomenológica de todo lo que es el desierto y lo que
implica una travesía por él.
Una zona inhóspita, agreste,
sin nada hecho, sin camino ni señales. Donde no se deja huella. Espacio
infinito que abre la amplitud de miras; un sol sin obstáculos que quiere
penetrar... El caminante que no puede detenerse ni hacer una cómoda casa; que
no lo tiene todo servido; que debe buscar el agua, la escasa sombra, un refugio
para la noche.
Sobre esta experiencia tan
cercana al pueblo hebreo (el desierto comenzaba ya en las afueras de Jerusalén
y se extendía hacia el Mar Muerto y hacia Egipto) surge el sentido espiritual y
profundo del desierto, como itinerario del hombre que busca a Dios y que se
pregunta por el sentido de su existencia, tan similar al desierto.
La Primera Lectura es un
resumen de esa experiencia hebrea: un pueblo errante y un Dios fiel y salvador.
La pedagogía del desierto
acentúa la acción liberadora de Dios, que, mientras se manifiesta como
presencia, subraya al mismo tiempo la presencia del hombre artífice de su
propio destino. El desierto pone de manifiesto esa tremenda "soledad"
del hombre, tan marcada en la literatura y psicología modernas como asimismo en
la filosofía, el cual debe dar un Sí totalmente suyo, que no puede construirse
a costa del otro.
Lucas en su relato enfatiza ese
aspecto de la vida de Jesús: solo en el desierto (Marcos 1,12 dirá que «vivía
entre animales salvajes»), hambriento, enfrentado al tentador. Seguramente hoy
nuestra pastoral debe volver a esta mística del desierto, para que descubramos
la «educación liberadora» que allí protagonizó Dios el Salvador. El cristiano
llega a sentirse aplastado por toda una estructura religiosa, a veces de color
dudoso, que le impide mirarse a sí mismo y hacer una opción verdaderamente
sincera. La misma crisis padece el sacerdocio y la vida religiosa.
Y éste es el sentido de la
Cuaresma..., punto cero de la vida de fe. Estas reflexiones tienden a sugerir a
la comunidad una vuelta al desierto, es decir, al camino de la liberación
interior; a un apartarse sin agresividades de cierto "arsenal
religioso" que más bien disfraza que revela a Dios. Y de los muchos puntos
de reflexión que el desierto sugiere, escogemos tres que nos parecen
esenciales: tiempo de búsqueda, de desprendimiento, de prueba y fidelidad.
La «mística del desierto»
estará presente en los restantes domingos que nos irán revelando el rostro de Dios
por caminos realmente paradójicos.
La primera lectura de los
domingos de Cuaresma presenta las grandes etapas de la historia de la salvación
en el AT. El primer domingo, en los ciclos A y B, leemos escenas de los
orígenes; pero este año, en cambio, lo que leemos es una afirmaci6n de la fe de
Israel, centrada en el hecho decisivo del Éxodo.
Al
final de la larga exposición de la Ley, que ocupa la mayor parte del
Deuteronomio, se explica un ritual de ofrenda de las primicias, en el cual se
incluye el relato de la fe histórica del pueblo. Es una narración en apariencia
simple, pero que en su simplicidad transmite una gran carga, incluso emotiva.
«Mi
padre fue un arameo errante». La larga marcha hacia la tierra prometida.
Envueltos en una nube, en las sombras, en la promesa, a través de caminos de
arena y agua, hasta llegar al fondo de la Luz. En esta cuarentena hacia la
Pascua, un desierto, como un paréntesis de desnudez y aridez. Hoy todos estamos
caminando en el desierto de una sociedad convulsionada, transformada en un
campo de batalla entre la verdad y la mentira, entre el amor y el egoísmo. Un
sinfín de ídolos quieren repartirse el espacio humano. Continúa hoy en nuestro
tiempo la larga marcha hacia la libertad. Todos los tiempos tienen sus
peculiares experiencias de desierto.
El israelita se siente hijo de
"un arameo errante"
innominado (se trata de Jacob, aunque un Jacob muy distinto del personaje
escogido por Dios que presenta el Génesis: ¡un hombre pobre que tiene que
emigrar!). Este arameo errante que emigra está en el origen de un pueblo que
acabará viviendo como esclavo en Egipto.
En medio de este pueblo sin
posibilidades de futuro se hará patente la acción poderosa del Señor: el pueblo
clama al Señor, y Él escucha su voz. Y tiene lugar el acontecimiento que
constituirá el primer artículo y el más fundamental de la fe de Israel:
"El Señor nos sacó de Egipto". El clamor del pueblo, la atención del
Señor, y su acción poderosa, constituyen los elementos básicos que identifican
al Dios de Israel. (Cf. domingo 3 de Cuaresma).
Y entonces viene el último
paso: el don de la tierra. El objetivo de la liberación será hacer que aquel
pueblo pueda establecerse como pueblo libre en una tierra en la que valga la
pena vivir.
El
salmo (90), que antes de la reforma litúrgica se leía prácticamente entero el
día de hoy (en el "tractus"), es una plegaria de confianza que
identifica el tiempo de Cuaresma.
En el evangelio, el diablo
utiliza este salmo para tentar a Jesús con una confianza perversa que ponga a Dios
al servicio del éxito fácil; nosotros lo decimos entendiendo qué quiere decir
verdaderamente confiar en el Señor.
Después de 40 días de oración y
de ayuno pasados en el desierto cerca de Dios, justo antes de emprender su gran
combate escatológico, Jesús es tentado por el mal. Satanás le cita este salmo:
"Échate de lo alto del Templo, porque Dios prometió que enviaría a sus
ángeles para llevarte en sus manos y que tu pie no tropiece contra ninguna
piedra". ¡Jesús "oró" realmente este salmo! Y esto es poco decir:
El lo "vivió".
El Oráculo final (leer el salmo
en esta perspectiva), asume toda su dimensión sólo en el caso de Jesús: se
trata, de un gran combate de Jesús contra el pecado y la muerte (el dragón, la
antigua serpiente, el diablo, satanás) (Apocalipsis 20,2). Las fuerzas del mal
pierden su tiempo desplegándose. La promesa de victoria ya está dada: "¡Tú
aplastarás el dragón!" quiero salvarte, protegerte, permanezco contigo,
quiero liberarte, glorificarte, darte larga vida, revelarte mi salvación",
¡Se trata, ni más ni menos, de la Resurrección! Este salmo es el canto de
victoria de Jesucristo.
El mal se despliega, pero Dios
está presente en el corazón de la historia, y el mal será un día
definitivamente vencido: certeza de la victoria de Dios a la que estamos
asociados. La abundancia de "imágenes" sucesivas nos da idea de la
amplitud de la contienda: "la red del cazador"... "El mal
pernicioso"... "Los terrores de la noche"... "Las flechas
que vuelan en pleno día"... "El mal que ronda en la
oscuridad"... (es el más peligroso, que no dice su nombre, el mal
solapado; la trampa nocturna) "Las calamidades del medio día"...
"La desgracia"... "El peligro"... "La víbora, el
escorpión, el león, el dragón"... ¡Esta última palabra denomina
eminentemente al mal!. ¡Se trata de un combate entre Dios y el adversario! El
mundo moderno sabe que el mal es multiforme, abundante, hábil, solapado y
violento. Cada uno de nosotros puede descubrir bajo las palabras de este salmo,
realidades muy concretas.
La Cuaresma puede convertirse
para cada uno de nosotros, en esta "noche", tiempo propicio para el
recogimiento, pasado "al abrigo del Altísimo, bajo su sombra". ¡Una
noche de vigilia antes del combate! Como aquella que Jesús vivió antes de
entrar "en la contienda". ¿Qué lugar damos a la oración íntima en
estos 40 días? ¿Para qué orar? Dirán ciertos espíritus modernos. Hay que
luchar, esto es todo. Hay que luchar, Toda oración que evade la confrontación
directa sería una oración "perezosa". Todos hemos tenido la
experiencia de nuestras debilidades e incapacidades: el primer objetivo de la
oración, es retomar fuerzas "cerca de Dios".
Nuestro combate no es contra un
adversario cualquiera, sino contra el Adversario (con mayúscula), contra el
dragón del Apocalipsis. Ante las fuerzas "sobrenaturales" que
combaten contra nosotros no está por demás que los "ángeles"
intervengan: Dios dio a sus ángeles la
misión de guardarte en todos los caminos".
El hombre de hoy sabe muy bien,
que es juguete de fuerzas verdaderamente cósmicas que lo superan totalmente...
Que es incapaz de dominar mediante las solas fuerzas naturales. La oración,
entonces, viene a ser la fuerza misma de Dios en nosotros: no nos dispensa de
la lucha... ¡Simplemente nos sitúa en el verdadero nivel!
¿Cuál es la victoria de Dios?
Es la victoria escatológica, es decir aquella que ya se realizó en Jesucristo:
¡ya se hizo en El! Pero para nosotros, prosigue en tanto prosigue la historia
de la humanidad. El oráculo final pronunciado por Dios nos da la explicación:
se trata ante todo de la intimidad con Dios (Tengo su amor... El sabe mi
nombre... Le respondo si me llama.,. Permanezco con El en la prueba..
"Palabras de amor"... que nos dirige el mismo Dios).
Participación en su gloria
(¡quiero glorificarlo!). Es también una liberación (yo lo protejo... Quiero
liberarlo... Revelarle mi salvación...). Es finalmente una misteriosa promesa
de vida perdurable (¡quiero darle larga vida!) ¡He ahí lo que está en juego en
el combate!
Este salmo 90 se utiliza
tradicionalmente como oración de "Completas". Se trata efectivamente
de una bella oración de la tarde, que prepara a "reposar bajo la sombra
protectora del Todopoderoso"... Para ser liberado "de los terrores
nocturnos y del mal que ronda en la oscuridad"... La vida moderna es
trepidante, agobiadora. Muchas personas se quejan de no tener tiempo para orar
a lo largo de su jornada. Debemos hacer de "la tarde" un "tiempo
de relax". Pero esto, no es algo automático: hace falta quererlo y
preverlo, teniendo por ejemplo en la mesa de noche un libro espiritual (¿por
qué no el libro de los Salmos?), que nos recuerde oportunamente que debemos
"culminar" nuestra jornada mediante algunos minutos de plenitud interior,
con Dios. Este salmo 90 será particularmente útil para prepararnos a un sueño
realmente reparador: pedimos a Dios la tranquilidad, la calma, la esperanza.
Cuánta gente, por el contrario, envenena sus noches con preocupaciones y
angustias, que turbarán su inconsciente, y su reposo. Qué útiles resultan estas
frases de confianza: "Digo al Señor: Tú eres mi refugio, mi fortaleza, mi
Dios en quien confío... Su fidelidad es una armadura y un escudo... No tiene
nada que temer... Descansa a la sombra del Altísimo... La desgracia no puede
alcanzarte... Dios te protege"...
En
la segunda lectura, el contexto general
de los capítulos 9-10 de Romanos, sobre Israel y su destino, aparecen estos
versículos, importantísimos para una concepción profunda y auténtica de la fe.
La fe aquí como en otros tantos
lugares bíblicos, no es sólo el asentimiento intelectual, aunque lo incluye,
sino la actitud total del hombre. El externo ("boca",
"labios") y el interno ("corazón"). Todo el yo
comprometido.
El único camino que conduce a
la salvación es la fe en Jesucristo, el Señor. Esta salvación no es para el
creyente algo que ha de buscar penosamente y que está muy lejos de él, sino
algo que lleva en el corazón y confiesa con sus labios. La cita que trae Pablo
está tomada de Dt 30, 11-14, donde se dice de la ley: "Estos mandamientos
que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu
alcance. No están en el cielo (..), ni están al otro lado del mar (...), sino
que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que
la pongas en práctica". Una vez abrogada la ley, Pablo refiere estas
palabras a Cristo, el cual "habita por la fe en nuestros corazones"
(Ef 3, 17). El núcleo de esta fe lo constituye el hecho y la confesión de que
Jesús es ahora el Señor.
"Nadie que cree en él quedará defraudado":
cita del AT, de Is 28, 16, que se refiere precisamente a un tema muy apreciado
por el NT: la piedra angular puesta por Dios en Sión. Cristo es la piedra que
no tiembla. Pablo acentúa el universalismo de la confianza en él. Jesús es el
Señor de judíos y griegos. Por la resurrección ha sido constituido por Dios
como Señor, un título que el AT reservaba a Yahvé. Lo que implica, por otra
parte, la exclusión de un orden teocrático que interponga entre el Señor único
y los hombres diferentes grados o señoríos.
"La
Palabra de Dios está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón...".
Por la fe del corazón llegamos a la justicia, y por la profesión de los labios,
a la salvación. Afirma el apóstol la importancia de la escucha de la palabra de
Dios para entrar en el ámbito de la fe y, por ende, de la salvación. Israel no
escuchó a su Mesías y ni a sus apóstoles. Los temas de la conversión y de la fe
que es propio del tiempo cuaresmal del ciclo C, un tiempo que nos conduce a la renovación bautismal en la solemne Vigilia Pascual. Ante
la fe ya no tienen valor las prerrogativas del pasado. Israel debe entrar en el
camino de la fe en Jesucristo como último Enviado del Padre para la salvación
de los hombres. Todo se ha hecho de nuevo. Ha nacido el nuevo y verdadero
Israel constituido por los que escuchan la palabra de Jesús. Es necesario
subrayar la relación íntima y profunda que existe entre la palabra y la fe.
Ésta surge en el corazón del hombre como un don gratuito de Dios en el
encuentro con la palabra que ha de ser escuchada y acogida como parte esencial
de ese don. La actitud de escuchar, respuesta libre del hombre, es
imprescindible ya que Dios respeta siempre la libertad del hombre. Y esta
oferta universal sigue siendo válida en nuestro mundo. El pueblo judío
sigue siendo invitado a entrar en el Evangelio.
Los cristianos tenemos una
fórmula de fe sumamente concentrada. Nos basta decir con fe:
"Jesucristo" = Jesús es Cristo, para quedar justificados. Nos basta
decir de corazón: Jesús es Señor, para quedar salvados. Aceptar que Jesús es el
único Salvador, el único Señor. No creer en ningún otro Mesías, no aceptar
ningún otro Señor. Que nuestro corazón no tenga más dueño que Jesús ni se
someta a otra tiranía que la del amor.
Este Credo o este evangelio no
se aprende en ninguna escuela teológica. «Está cerca de ti: lo tienes en los
labios y en el corazón».
Este Credo está al alcance de
todos. «Todo el que invoque el nombre del Señor Jesús -de palabra, con la mente
y el corazón- se salvará, sea judío o griego, católico o protestante, obispo o
laico, de derechas o de izquierdas, de la ciudad o del pueblo». «¡Se salvará!».
Desde
el evangelio se nos proporciona luz para vivir la realidad cotidiana de las
tentaciones. "Todo aquel
tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre" (Lc 4, 2) El
Hijo de Dios se hizo hombre con todas sus consecuencias, menos en una, en el
pecado. Sin embargo, quiso someterse a las asechanzas del peor enemigo del
hombre, el Demonio.
Aceptó
sufrir la tentación, esa situación penosa en la que el hombre se ve envuelto
con frecuencia. Situación tan penosa a veces que, si no se tiene la conciencia
bien formada, se puede confundir y llenarse de angustiosos escrúpulos, porque
en su imaginación, o en sus deseos, se esconden las peores aberraciones. Por
eso, la primera enseñanza que hemos de sacar de este pasaje es que la tentación
no es de por sí un pecado, y que si la vencemos, es incluso, un acto meritorio a
los ojos del Señor.
Las tentaciones de Jesús en el desierto son las
nuestras. Jesús se retiró al desierto para orar y prepararse para su misión. La
experiencia del desierto nos muestra la evidencia de la fragilidad de nuestra
vida de fe. El desierto es carencia y prueba, nos muestra la realidad de
nuestra pobreza. Por eso tenemos miedo a entrar en nuestro interior, sentimos
pavor ante el silencio. Surge la tentación, la prueba.....Sin embargo, el
exponerse a una prueba es lo que hace progresar al deportista o al estudiante.
* Las tentaciones de
Jesús en el desierto son las nuestras:
El hambre, que simboliza todas las
"reivindicaciones" del cuerpo.
La
necesidad de seguridad, aunque sea al precio de perjudicar al prójimo.
La sed
de poder, el temible instinto de dominación.
¿Por qué fue tentado Jesús? San Agustín
nos dice que permitió ser tentado para ayudarnos a resistir al tentador:
"El rey de los mártires nos presenta ejemplos de cómo hemos de combatir y
de cómo ayuda misericordiosamente a los combatientes. Si el mundo te promete
placer carnal, respóndele que más deleitable es Dios. Si te promete honores y
dignidades temporales, respóndele que el reino de Dios es más excelso que todo.
Si te promete curiosidades superfluas y condenables, respóndele que sólo la
verdad de Dios no se equivoca. En todos los halagos del mundo aparecen estas
tres cosas: o el placer, o la curiosidad, o la soberbia". La diferencia
entre Jesús y nosotros es que el triunfó donde nosotros sucumbimos a menudo.
Como
creyentes no podemos obviar la realidad del pecado. Sólo el
reconocimiento de nuestro pecado nos pone en disposición para captar la
generosidad del perdón de Dios. Es el don gratuito de la amnistía que Dios nos
regala a raudales. El pecado es dejarse llevar por la sinrazón. Es el engaño
que nos seduce como aparece en el relato del Génesis. Sólo cuando se nos abren
los ojos nos damos cuenta de que nos hemos equivocado. Porque el pecado es una
traición al amor de Dios, es no ser fiel a nuestro compromiso bautismal, es
alejarnos de Aquél que es nuestra vida. Por eso debemos pedir al Señor un
corazón puro, renovado, transformado. Nos dice el Papa en su mensaje para esta
Cuaresma: “Las obras de misericordia nos recuerdan que nuestra fe se traduce en
gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el
cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo,
consolarlo y educarlo. En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de
nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en
fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con
cuidado»… más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en
Cristo que sufren a causa de su fe.” (Papa Francisco. Mensaje cuaresma 2016).
Hoy
deben resonar en nosotros en toda su plenitud las palabras finales del
Padrenuestro: “Y no nos dejes caer en la tentación”… La frase del
padrenuestro --la oración que Jesús nos enseñó y que define perfectamente la
figura de Dios Padre-- nos sitúa claramente en la existencia de la tentación.
Todos somos tentados y muy frecuentemente.
San
Ignacio de Loyola en sus ejercicios espirituales dice en su punto 314: “En
las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, acostumbra comúnmente
el enemigo proponerles placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones y
placeres sensuales, por más los conservar y aumentar en sus vicios y pecados”.
No
debemos olvidar que para que la tentación
tenga acogida busca en primer lugar hacernos desconfiar de Dios y de la bondad
de su Plan para contigo, pues mientras nos aferres a la palabra y consejos
divinos tal como lo hizo Jesús en el desierto, no podrá vencernos. ¡Cuántas
veces el Demonio nos sugiere que Dios en realidad no quiere nuestro bien ( Gen
3, 2-5), que es un egoísta, que no nos escucha, que seguir su Plan es renunciar
a nuestra propia felicidad, condenarnos a una vida oscura, triste e infeliz! Y
una vez que siembra en nuestro corazón la desconfianza en Dios y en sus
amorosos designios para nuestra vida, él mismo se presenta como aquel que es
digno de ser creído, y su tentación como “la verdad” que conduce a nuestra
felicidad, realización, y vida plena, a
lo largo de los siglos resuenan las palabras del Génesis “¡serás como Dios!”.
El
evangelio de hoy nos enseña que el mejor modo de vencer la tentación del
enemigo y evitar el pecado, es la oración y la mortificación. Por muy fuerte
que sea la inclinación al mal que podamos sentir, siempre la venceremos con la
ayuda de Dios y con nuestro esfuerzo. Si actuamos así, estaremos seguros de la
victoria; de lo contrario seremos víctimas fáciles del enemigo. Este tiempo de
Cuaresma es propicio para esas dos prácticas que tanto bien hacen a nuestra
alma. Orar sin cesar, pensar en Dios y pedirle su ayuda continuamente. Es
cierto que hay que buscar un rato para estar a solas con el Señor, pero también
es cierto que podemos acudir a Dios y pensar en él en medio de nuestro trabajo
de cada día, en la calle o en casa; donde quiera que estemos allí está también
Dios, dispuesto a escucharnos y a echarnos una mano en nuestras necesidades.
Sobre todo recurramos a él, y a su Madre, cuando sintamos cerca al enemigo que
nos tienta al pecado.
Y,
además, la mortificación, negar a nuestro cuerpo alguna cosa, ser austeros en
nuestras comidas y en nuestro modo de vivir. Luchar contra el afán de confort
que reina en nuestra sociedad de consumo, el privarse de alguna cosa que
realmente no es necesaria, el suprimir un gasto caprichoso y entregar ese
dinero a una obra buena, o para socorrer a un pobre. Estas palabras pueden
parecer extrañas e incluso desfasadas para el hombre de hoy. Sin embargo,
tienen una actualidad perenne porque perenne es el Evangelio, y perenne es
nuestra fragilidad para el mal, la inclinación de nuestra voluntad para lo
fácil, aunque esa facilidad nos conduzca a nuestra perdición física o moral. Es
preciso robustecer la voluntad mediante una ascesis que la haga fuerte y ágil,
para que siga con prontitud y eficacia lo que el entendimiento descubre como
mejor. Y, sobre todo, hemos de ser fieles a Jesucristo. Cosa imposible sin
oración y mortificación.
Este
esfuerzo, concretado en la mortificación y espíritu de penitencia propias del
tiempo cuaresmal, es lo que la Iglesia nos
recuerda. Si caminamos con Cristo paciente, le acompañaremos también en
su itinerario de gloria. Son cuarenta días de desierto que, si los vivimos como
es debido, serán la preparación adecuada para la gran fiesta de la Pascua.
Nuestro reto cuaresmal: presentar con
nuestra vida el vigor y la fuerza del Evangelio.
Si alguien quiere conocer a Cristo y
su Evangelio desde fuera de la Iglesia, no lo tendrá fácil.
Ennuestrasociedadloreligiososelepresentaráamenudocomo“anacrónico”yquedicemuypocoparalavidaactual.Lasceremoniasreligiosasquecontempleyellenguajeeclesiásticoqueescucheleharánpreguntarse:“¿Aquévienetodoesto:hayquevestirseohablarasíyhaceresosritospararelacionarseconDiosovivirelEvangelio?”
Quizás se le presente también lo religioso como “autoritario”.
Ante la imposición de verdades y
dogmas que hay que aceptar aun sin entender y ante una institución que prohíbe
y censura, se planteará la pregunta: “¿Cómo voy a aceptar algo que se me trata
de imponer de forma autoritaria?”
Podría tener la impresión de que en
las instituciones religiosas hay miedo al avance de la ciencia, el progreso de
las ideas y los cambios sociales .Incluso sospechar que lo religioso, tal como
a veces es presentado y vivido, se opone a las conquistas más nobles de los
pueblos. ¿Cómo percibir entonces a ese Cristo que vino para que tengamos vida y
la tengamos en abundancia? Aparte de lo que haya de injusto o verdadero en esta
visión de lo religioso, lo cierto es que con esta percepción es casi imposible
que una persona llegue a descubrir la luz y la fuerza que Cristo puede infundir
a la existencia. Para quienes sólo conocen lo religioso “desde fuera”, la
verdadera oportunidad de entrar en contacto con “lo cristiano” y descubrir a
ese Dios es encontrarse con hombres y mujeres cuya vida ponga claramente de
manifiesto que creer en Dios hace bien,
nos humaniza profundamente y nos da fuerza para hacer un mundo nuevo y vivir
con sentido y esperanza. Y la Cuaresma nos llama a ser esas personas nuevas
para renacer con Cristo y ser, como Él, verdadera luz y verdadera sal de la
tierra.
Un deseo hecho oración
"Dios de misericordia y bondad: al iniciar el
camino cuaresmal queremos acercarnos más a Jesús y adentrarnos en su misterio
para celebrar de verdad la Pascua.
Ayuda nuestra fe para no domesticar la fuerza de tu
Palabra ni aferrarnos al materialismo. Que vivamos desde la caridad y el
servicio a todo el mundo. Por Jesucristo, nuestro único Señor. Amén."
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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