Comentario a las lecturas
del Domingo del Bautismo del Señor 13 de enero de 2019.
Con la fiesta
del Bautismo del Señor, de este domingo, finaliza el tiempo de Navidad, un
tiempo en el que nos hemos alegrado por el nacimiento de nuestro redentor. Con
esta fiesta terminamos el período de espera, que fue el adviento, y la
celebración de los primeros años de vida del Señor. Recordemos que su bautismo fue
realizado por Juan el Bautista cuando tenía al menos 30 años, después del cual
Jesús salió a predicar y a curar enfermos, a anunciar la buena noticia de la
salvación, tiempo que duró unos tres años porque los mismos evangelios nos
dicen que Jesús celebró tres pascuas con sus discípulos, la última en la que
instituyó la eucaristía.
A partir del
lunes se iniciará el tiempo ordinario donde día a día seguiremos los pasos del
Señor, conoceremos su mensaje y apreciaremos sus milagros. Para esta fiesta del
Bautismo del Señor la liturgia nos propone el capítulo 42 del Profeta Isaías,
el salmo 28, el capítulo 10 de los Hechos de los Apóstoles, y en este ciclo C
meditamos el evangelio según san Lucas en su capítulo tercero.
Los tres ciclos dominicales repiten
hoy las dos primeras lecturas y varían el evangelio. Las dos primeras lecturas
indican que no se trata fundamentalmente de celebrar el bautismo de J. (y menos
el nuestro) sino de la manifestación de Dios que autentica la persona y la
misión de JC. Todo lo que el pueblo de Dios esperaba (1.lectura) y todo lo que
J. hizo y la Iglesia cree y anuncia (2. lectura) está incluido en la
proclamación del Jordán: J. es el hombre lleno del Espíritu de Dios que podrá
manifestar y comunicar al Padre, al Dios del amor (ya que él es el Hijo, el
amado, "en quien he puesto mi amor "=" el que es el
predilecto").
La escena del bautismo nos es
presentada por Lc con evidente intención del paralelismo con la que él mismo
describirá como acontecimiento inicial de la Iglesia (Pentecostés). De ahí que
Lc atribuya a Juan la profecía de que "el os bautizará con Espíritu Santo
y fuego". Se trata, por tanto, de subrayar el inicio de la misión
profética de JC, que después continuará en la Iglesia de sus discípulos.
Es preciso tener también en cuenta
la importancia que la primera comunidad cristiana daba a este hecho del
bautismo de J. como inicio de la realización eficaz de su misión (véase la 2.
lectura: el resumen característico de la predicación de Pedro = el esquema
fundamental de los sinópticos = el esquema básico de la primera predicación
cristiana).
Primera Lectura tomada del libro de Isaías ( Is 42,1-4.6-7), es un texto profético, con el que
comienza la segunda parte del libro de Isaías (40), cuya predicación pertenece
a un gran profeta que no nos quiso legar su nombre, y que se le conoce como
discípulo de Isaías (los especialistas le llaman el Deutero-Isaías, o Segundo
Isaías), es el anuncio de la liberación del destierro de Babilonia, que después
se propuso como símbolo de los tiempos mesiánicos, y los primeros cristianos
acertaron a interpretarlo como programa del profeta Jesús de Nazaret, que
recibe en el bautismo su unción profética.
Este es
uno de los Cantos del Siervo de Yahvé (Isaías 42, 1-7) nos presenta a ese
personaje misterioso del que habla el Deutero-Isaías, que prosiguió las huellas
y la escuela del gran profeta del s. VIII a. C.) como el mediador de una
Alianza nueva. Los especialistas han tratado de identificar al personaje
histórico que motivó este canto del profeta, y muchos hablan de Ciro, el rey de
los persas, que dio la libertad al pueblo en el exilio de Babilonia.
Es este el primero de cuatro
cánticos dedicados a este siervo doliente. Literariamente homogéneos,
teológicamente complementarios y con igual objetivo temático, estos cánticos
parecen ser obra de un discípulo inspirado del Deuteroisaías, posteriormente
insertados en los contextos donde ahora se encuentran. No cabe duda de que su
ambientación histórica son los años del destierro o inmediatamente siguientes.
Sin embargo, si queremos comprender un poco mejor cómo el profeta veía este
personaje individual o colectivo que la historia y la revelación posterior han
identificado con Jesús de Nazaret, es imprescindible leer conjuntamente los
cuatro cánticos con su respectivo comentario: cf 49, 1-6; 50, 4-9a; 52, 13-53,
12.
En este primer canto que nos ocupa
se presenta al Siervo de Yahveh distinto del pueblo histórico y realizando una
doble misión de trascendental relieve. De un lado, renovar la alianza hecha con
Israel. De otro, repatriar a los exiliados y establecer la verdadera religión
en medio de todas las naciones paganas. Para ello el autor se sirve de la
terminología propia de la creación, "Yo te he formado", como al
primer hombre. Es que con su siervo comienza un Nuevo Mundo, una Nueva
Creación, un nuevo orden de cosas a través de la Nueva Alianza realizada con su
pueblo. A partir de él todo será nuevo. "Los ciegos" o paganos
abrirán sus ojos a la revelación; "los presos" o israelitas serán
liberados de las tinieblas o equivocaciones en que viven desterrados. Y todo lo
hará el que todo lo hizo con el soplo de su palabra, el creador de cielos y
tierra. Creador y Redentor serán siempre ideas correlativas en nuestro profeta.
No menos llamativo es el modo cómo
este siervo realizará su misión. Encargado de brindar el "derecho",
es decir, la torah o doctrina revelada a todos los pueblos, lo hará
compaginando las prerrogativas reales, proféticas y sacerdotales
simultáneamente.
Como rey implantará el derecho y
justicia en la tierra. Derecho y justicia que están muy por encima de los
conceptos modernos impregnados de legalismo o sociología; implican una
actividad salvífica a todos los niveles sobre la base de los designios de Dios.
Como sacerdote, es a él a quien
compete exponer lo mismo que el rey debe implantar: el derecho. Tal era la
costumbre en el pueblo de Israel.
Como profeta, le compete ser el
paciente altavoz de la voluntad divina en medio de todas las naciones de la
tierra.
Rey, sacerdote y profeta en
maravilloso contraste con los reyes, sacerdotes y profetas de su tiempo. Nada
de procedimientos militares ni de griteríos en las plazas ni de legalismo
humano.
Su forma de actuar es distinta. Irá
transformando la interioridad de los individuos, reavivando la mecha a punto de
extinguirse, llevando a cabo la verdadera revolución querida por Dios con las
armas de la paz.
Y todo ello será efecto de la acción
dinámica de Yahveh en él, del espíritu divino que lo anima. En el bautismo y en
el Tabor nos encontraremos con la realización de esta profecía en Jesús como
primicia. Más tarde, en Pentecostés, sobre la naciente Iglesia como comunidad
salvífica y medianera universal. Los exiliados no podían llegar tan lejos. A
nosotros se nos ha revelado.
El responsorial de hoy es el Salmo 28 (Sal 28,la.2.3ac4.3b.9b-10). La Iglesia nos lo propone como un canto a
la voz humana de Jesús; la que imperaba al viento y al mar: 'tace!',
'obmutesce!' "Increpó al viento y dijo al mar: «Calla, enmudece!» Y el
viento cesó y sobrevino una gran bonanza".
En el salmo visualizamos la potencia
divina del Señor sobre los seres naturales. Y así son también las acciones
salvadoras que Él obra, no sólo en la historia humana, sino también en la
historia singular de cada persona.
San Agustín se complace en describir
las maravillosas operaciones que la voz de Jesús realiza también en el corazón
humano: voz que "humillaba a los soberbios mediante la contrición del
corazón, ... que arrastraba a unos hacia su amor, mientras dejaba a otros en su
propia malicia, ... que manifestaba la opacidad de los misterios contenidos en
la Sagrada Escritura, ... " (San
Agustín. Enarrationes in psalmos, 28, 3.)
" Algunos
estudiosos consideran el salmo 28 como uno de los textos más antiguos del
Salterio. Es fuerte la imagen que lo sostiene en su desarrollo poético y
orante: en efecto, se trata de la descripción progresiva de una tempestad. Se
indica en el original hebraico con un vocablo, qol, que significa simultáneamente
«voz» y «trueno». Por eso algunos comentaristas titulan este texto: «el salmo
de los siete truenos», a causa del número de veces que resuena en él ese
vocablo. En efecto, se puede decir que el salmista concibe el trueno como un
símbolo de la voz divina que, con su misterio trascendente e inalcanzable,
irrumpe en la realidad creada hasta estremecerla y asustarla, pero que en su
significado más íntimo es palabra de paz y armonía.
... nos invita
a tomar una actitud de profunda y confiada adoración de la divina Majestad.
2. Son
dos los momentos y los lugares a los que el cantor bíblico nos lleva. Ocupa el
centro (vv. 3-9) la representación de la tempestad que se desencadena a partir
de "las aguas torrenciales" del Mediterráneo. Las aguas marinas, a
los ojos del hombre de la Biblia, encarnan el caos que atenta contra la belleza
y el esplendor de la creación, hasta corroerla, destruirla y abatirla. Así, al
observar la tempestad que arrecia, se descubre el inmenso poder de Dios. El
orante ve que el huracán se desplaza hacia el norte y azota la tierra firme.
Los altísimos cedros del monte Líbano y del monte Siryón, llamado a veces
Hermón, son descuajados por los rayos y parecen saltar bajo los truenos como
animales asustados. Los truenos se van acercando, atraviesan toda la Tierra
Santa y bajan hacia el sur, hasta las estepas desérticas de Cadés.
3. Después
de este cuadro de fuerte movimiento y tensión se nos invita a contemplar, por
contraste, otra escena que se representa al inicio y al final del salmo (vv.
1-2 y 9b-11). Al temor y al miedo se contrapone ahora la glorificación adorante
de Dios en el templo de Sión.
Hay casi un
canal de comunicación que une el santuario de Jerusalén y el santuario
celestial: en estos dos ámbitos sagrados hay paz y se eleva la alabanza a
la gloria divina. Al ruido ensordecedor de los truenos sigue la armonía del
canto litúrgico; el terror da paso a la certeza de la protección divina. Ahora
Dios "se sienta por encima del aguacero (...) como rey eterno" (v.
10), es decir, como el Señor y el Soberano supremo de toda la creación.
4. Ante
estos dos cuadros antitéticos, el orante es invitado a hacer una doble
experiencia. En primer lugar, debe descubrir que el hombre no puede comprender
y dominar el misterio de Dios, expresado con el símbolo de la tempestad. Como
canta el profeta Isaías, el Señor, a semejanza del rayo o la tempestad, irrumpe
en la historia sembrando el pánico en los malvados y en los opresores. Bajo la
intervención de su juicio, los adversarios soberbios son descuajados como
árboles azotados por un huracán o como cedros destrozados por los rayos divinos
(cf. Is 14, 7-8).
Desde esta
perspectiva resulta evidente lo que un pensador
moderno, Rudolph Otto, definió lo tremendum de Dios, es decir, su
trascendencia inefable y su presencia de juez justo en la historia de la
humanidad. Esta cree vanamente que puede oponerse a su poder soberano. También
María exaltará en el Magníficat este aspecto de la acción de Dios:
"Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos" (Lc 1, 51-52).
5. Con
todo, el salmo nos presenta otro aspecto del rostro de Dios: el que se
descubre en la intimidad de la oración y en la celebración de la liturgia.
Según el pensador citado, es lo fascinosum de Dios, es decir, la
fascinación que emana de su gracia, el misterio del amor que se derrama sobre
el fiel, la seguridad serena de la bendición reservada al justo. Incluso ante
el caos del mal, ante las tempestades de la historia y ante la misma cólera de
la justicia divina, el orante se siente en paz, envuelto en el manto de protección
que la Providencia ofrece a quien alaba a Dios y sigue sus caminos. En la
oración se conoce que el Señor desea verdaderamente dar la paz.
En el templo
se calma nuestra inquietud y desaparece nuestro terror; participamos en la
liturgia celestial con todos "los hijos de Dios", ángeles y santos. Y
por encima de la tempestad, semejante al diluvio destructor de la maldad
humana, se alza el arco iris de la bendición divina, que recuerda "la
alianza perpetua entre Dios y toda alma viviente, toda carne que existe sobre
la tierra" (Gn 9, 16). " (San Juan Pablo II. Audiencia general
del Miércoles 13 de junio de 2001).
En la segunda
lectura tomada del libro de los Hechos
de los Apóstoles (Hch 10,34-38), escuchamos el testimonio de san Pedro "Me refiero a Jesús el Cristo de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y
curando a los oprimidos por el diablo".
Lucas habla siempre a lectores que,
a su juicio, conocen los acontecimientos de la vida y muerte de Jesús. Se trata
siempre de algo que ha acontecido en medio de vosotros. Son hechos que no se
pueden discutir, que se pueden reconstruir históricamente, pero que deben ser
interpretados. De ahí la fórmula de Pedro: Conocéis lo que aconteció en el país
de los judíos. Comienza por el bautismo de Jesús, la unción por el Espíritu
significa que Jesús ha sido elegido para realizar la salvación. Con Jesús llegó
el "fuerte" que despoja al enemigo. Las enfermedades que Jesús cura
tienen una incidencia que va más allá del cuerpo. Jesús, con su obra, ha
abierto el camino de la libertad, es el salvador.
Esta pericopa forma la primera parte
del discurso de Pedro vv. 34-43. La evangelización de los gentiles constituyó
un grave problema para las comunidades cristianas. La intervención de Dios, en
el caso de Cornelio, hizo superar las barreras. La misión a los gentiles no
será una victoria de las ideas o decisiones de Pablo o de Pedro, sino una
obligación derivada de la intervención de Dios.
El plan literario y teológico de los
Hechos depende en gran parte de la concepción de San Lucas según el cual la
proclamación del mensaje se inicia en Jerusalén y llega a toda la tierra. En
este caminar misionero el Espíritu tiene la función de guía. En el episodio de
Cornelio, Pedro reconoce el designio de Dios sobre los gentiles. Pedro comprende
que no debe distinguir ya entre alimentos puros e impuros, tampoco entre
gentiles y judíos. Pero proclama la universalidad de la salvación que realiza
Dios en Cristo. Todos los hombres son iguales ante la salvación de Dios.
Pedro confiesa abiertamente que
ahora comprende lo que dicen las Escrituras, que Dios no hace distinciones y
que el Evangelio no puede detenerse ante las fronteras de ningún pueblo, raza o
nación. La igualdad de los hombres ante Dios era comúnmente aceptada por los
helenistas, esto es, por los cristianos procedentes de la gentilidad que habían
sido mentalizados por la filosofía estoica. Sin embargo, para Pedro y los
cristianos procedentes del judaísmo se trataba de un cambio radical en su
concepción de la historia de salvación. Pero confiesa que el Evangelio es para
todo el mundo, porque Jesús es el Señor de todos los hombres.
Después de esta introducción, Pedro
pasa ahora a predicar el Evangelio de Jesucristo. En atención a sus oyentes
gentiles, Pedro destaca particularmente el poder de hacer milagros y la fuerza
con la que Jesús libera a los oprimidos por el diablo.
Jesús es el "ungido", es
decir, el Cristo o Mesías. Sobre él descendió el Espíritu Santo y fue
consagrado con toda la plenitud de Dios. Su dignidad mesiánica está
inseparablemente unida a su misión salvadora.
Jesús, con la fuerza del Espíritu
Santo, pasó por el mundo haciendo bien y curando a los oprimidos. Esta
expresión sugiere el título de Salvador (Soter) y Benefactor (Euergetes), títulos
que solían dar los antiguos a los soberanos después de su apoteosis. Claro que
todos estos "salvadores y benefactores" no entendieron su autoridad
como un servicio que se acercaba al menos al que prestó el Siervo de Yahveh.
Los cristianos de la naciente Iglesia, confesando su fe en Cristo, el Señor,
protestaban contra todo culto a los emperadores. Sólo Jesús vino a servir y no
a ser servido, por eso Jesús es el Señor.
Pedro, antes que Pablo y más allá de
cualquier propuesta humana, asume que la iniciativa de bautizar a los gentiles
no proviene de los hombres sino de Dios. Dios, que no hace distinciones, toma
una decisión que señala un cambio decisivo. Desde este momento nadie puede ser
tenido por impuro. Todo hombre puede ser grato a Dios.
En el evangelio
de hoy tomado de San Lucas (Lc
3,15-16.21-22) leemos "
Un día en que se bautizó mucha gente, también Jesús el Cristo se bautizó. Y
mientras Jesús el Cristo oraba se abrió el cielo, y el Espíritu Santo bajó
sobre él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz que venía del
cielo:"Tú eres mi Hijo el amado, en ti me complazco."
Después de los relatos de la infancia y como preparación a la actividad
pública de Jesús, Lucas narra los acontecimientos que se refieren a Juan
Bautista, el bautismo de Jesús, las tentaciones de Jesús; este conjunto sirve
como de introducción a la verdadera y propia actividad de Jesús y le da
sentido. El evangelista concentra en un cuadro único y completo toda la
actividad de Juan: desde el comienzo de la predicación en las orillas del río
Jordán (3,3-18) hasta el arresto mandado por Herodes Antipas (3,19-20). Cuando
Jesús aparece en la escena en 3,21 para ser bautizado ya no se menciona a Juan.
Con esta omisión Lucas clarifica su lectura de la historia salvífica: Juan es
la última voz profética de la promesa veterotestamentaria. Ahora el centro de
la historia es Jesús, es Él quien da comienzo al tiempo de salvación que se
prolongará en el tiempo de la Iglesia.
Comienza la lectura diciéndonos que el pueblo estaba a
la expectativa ante la persona de Juan el Bautista. Esto se debe a que Israel
durante varios años vivió una “ausencia” de profetas en su pueblo, y la llegada
de Juan significó una buena noticia. Por fin había de nuevo un profeta cuya
vida también le acreditaba como tal. Notablemente diferente a los demás, por su
estilo de vida, su forma de hablar y su mensaje, constituía un nuevo paradigma
que difícilmente tendría similitudes a otros. Era tan grande la impresión
causada por este, que muchos comenzaron a señalarlo como el Mesías esperado.
Por aquel tiempo, Juan invitaba a un bautismo que se
distinguía de las acostumbradas abluciones religiosas. Este bautismo se
caracteriza por no ser repetible, y por ser la consumación concreta de un
cambio que determina de modo nuevo y para siempre toda la vida. Está vinculado
a un llamamiento ardiente a una nueva forma de pensar y actuar, está vinculado
sobre todo al anuncio del juicio de Dios y al anuncio de alguien más Grande que
ha de venir después de él. Este bautizará con el Espíritu Santo y con el fuego.
Y Juan reconoce la autoridad y el honor de esta persona, a la que afirma que no
es digno de desatarle la correas de las sandalias.
Jesús quiere ser bautizado, y se mezcla entre la
multitud que espera a las orillas del Jordán. Puesto que el bautismo de Juan
comporta un reconocimiento de la culpa y una petición de perdón para poder
empezar de nuevo, este sí a la plena voluntad de Dios encierra también, en un
mundo marcado por el pecado, una expresión de solidaridad con los hombres, que
se han hecho culpables pero que tienden a la justicia.
San Lucas nos dice que Jesús recibió el bautismo
mientras oraba, es decir, entra en diálogo con el Padre. El Cielo se abre, y el
Espíritu Santo bajó sobre Jesús como una paloma, y se oyó una voz del cielo que
se dirige a Jesús “Tú eres mi hijo querido, mi predilecto”. El Espíritu Santo
es representado “como una paloma”, probablemente, a causa del primer versículo
del Génesis, donde el Espíritu de Dios, según la tradición judía, aleteaba
sobre las aguas “como una paloma”. Este símbolo evocaría entonces la nueva
creación inaugurada en el bautismo de Jesús.
La imagen del cielo abierto, nos habla de la plena
comunión de Jesús con la voluntad del Padre, y a ello se añade la presencia del
Espíritu Santo, las tres personas de la Santísima Trinidad.
San Gregorio
Nacianceno comentando este pasaje dice: " «Se abrió el cielo» (Lc ,).
Cristo se revela, dejémonos iluminar con él; Cristo se hace bautizar,
descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él… Juan está bautizando,
y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo tiempo a aquel por quien
va a ser bautizado, y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán.
Santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y de la misma manera
que él mismo era espíritu y carne, para iniciarnos mediante el Espíritu y el
agua… Jesús por su parte asciende también de las aguas. En efecto, lleva con él
al mundo y le hace subir con él. «Ve como se rasgan los cielos y se abren» (Mc
1,10) que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del
mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego.
También el Espíritu Santo da testimonio de la divinidad, acudiendo, por
cierto, a favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues se
encontraba allí precisamente Aquel de quien se había dado testimonio; del mismo
modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra su cuerpo, ya que por
deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había
anunciado el fin del diluvio (Gn 8,11)… " ( San Gregorio Nacianceno,
obispo y doctor de la Iglesia- Homilía 39, para la
fiesta de las Luces: PG 36, 349.
Para nuestra vida.
Los textos que nos han dejado los primeros cristianos nos muestran que
viven su fe en Jesucristo como un fuerte «movimiento espiritual». Se sienten
habitados por el Espíritu de Jesús.
Lo primero que cambia radicalmente es su experiencia de Dios. Viven
con «espíritu de hijos» que se sienten amados de manera
incondicional y sin límites por un Padre. El Espíritu de Jesús les hace gritar
en el fondo de su corazón: ¡Abbá, Padre! Esta experiencia es lo primero que
todos deberían encontrar en nosotros.
Cambia también su manera de vivir la religión. Ya no se sienten «prisioneros
de la ley», las normas y los preceptos, sino liberados por el amor. Este es
el clima que entre todos hemos de cuidar y promover en las comunidades
cristianas, si queremos vivir como Jesús.
Descubren también el verdadero contenido del culto a Dios. Lo que agrada al
Padre son los ritos vividos «en espíritu y en verdad».
Una iglesia, vacía del espíritu de Cristo, no puede vivir ni comunicar su
verdadera Novedad. No puede saborear ni contagiar su Buena Noticia. Cuidar la
espiritualidad cristiana es reavivar nuestra religión.
Yo digo: «Soy
cristiano». Pero tal vez no sepa bien lo que digo ni diga con verdad lo que
soy, pues «ser de Cristo» es misterio que nadie puede abarcar, ni puede
nadie acabar de serlo.
El Espíritu de
Dios y su gracia, la contemplación de los hechos de Cristo, la oración de la
Iglesia y el amor de los hermanos me irán abriendo camino para que me adentre
en ese misterio que confieso cuando digo: «Soy cristiano».
Mi realidad de
cristiano se irá fortaleciendo a través de la meditación de la Palabra
proclamada.
La primera lectura retoma el tema del Siervo de
Yahveh,
en este siglo XXI, el actual discípulo de Jesús el Cristo, bautizado en su
Espíritu, debe ser una persona mansa y humilde, luchadora contra las
injusticias de este mundo y anunciadora de un reino de justicia, de amor y de
paz. A ello nos invita esta lectura.
La
tradición cristiana primitiva ha sabido identificar a aquél que puede ser el
mediador de una nueva Alianza de Dios con los hombres y ser luz de las
naciones: Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios.
" Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a
quien prefiero". Para
nosotros, los cristianos, el siervo de Yahvé es Jesús el Cristo de Nazaret, el
que fue bautizado en el Jordán por Juan el Bautista. Él vino a implantar el
derecho en la tierra, pero no quiso hacerlo con las armas, ni con una doctrina
intolerante y opresora; no quiso quebrar la caña cascada, ni apagar el pábilo
vacilante. Vino a abrir los ojos a los ciegos y la prisión a los cautivos;
quiso ser alianza de los pueblos y luz de las naciones. A este siervo de
Yahveh, a este Jesús el Cristo de Nazaret, es al que debemos convertirnos, del
que debemos revestirnos, cuando intentamos vivir como personas bautizadas en su
Espíritu.
La misión del siervo de Yahveh es
sentenciar justicia y llevar el derecho a las naciones. El siervo dará una
nueva constitución a los pueblos y establecerá un orden nuevo en el que habite
la justicia. Se piensa aquí especialmente en la sentencia que ha de resolver el
pleito de Yahveh con todas las naciones y que pondrá en claro que Yahveh es el
único Dios. La proclamación del nuevo orden no se hará según la costumbre de
los reyes orientales que sancionaban las leyes antiguas y establecían otras
nuevas tan pronto ascendían al trono, que las hacían pregonar por las calles y
las plazas en todas sus ciudades. El Siervo de Yahveh actuará en silencio, sin
el ruido y la pompa de los conquistadores de este mundo, que, como Ciro,
conmueven toda la tierra para establecer el derecho de los más fuertes. Esta
sentencia no será ejecutada violentamente contra los débiles, los vencidos y
los que estén ya moribundos.
Aunque el Siervo de Yahveh es
también una caña cascada, no se quebrará ni vacilarán sus rodillas hasta
implantar la justicia.
El será la fortaleza de todos los
oprimidos.
Como otro Moisés será mediador en la
nueva alianza entre Dios y su pueblo. Como "luz de las naciones"
llevará a todas partes el conocimiento de Dios. Su misión es universal. Por
fin, se subraya el carácter liberador del Siervo de Yahveh.
El cuidado de Dios va más allá del
siervo.
Llega hasta la "caña cascada"
y el "pábilo vacilante", es decir, llega hasta hombres que, a juicio
de los demás y desde su propia impresión, están acabados; a hombres de quienes
la sociedad nada puede esperar, porque no van a aportar nada al resto; a
personas sobre las que no quedaría más que romper el bastón en sus espaldas,
como cuando al pábilo vacilante sólo le cabe esperar una mano que lo apague: el
hijo no querido en el seno de la madre, el viejo que se acaba y que no es más
que una carga para el entorno y, en fin, todos aquellos de los que se dice o al
menos se piensa, "mas valía que no existieran".
El siervo de Dios actúa de otra
manera; actúa por encargo del Señor, en su nombre, guiado por su Espíritu y, en
definitiva, a la manera que Dios actúa, que también es diferente. El siervo no
pronuncia grandes discursos ni palabras altisonantes: "No grita, ni clama,
ni vocea por las calles". Promueve fielmente el derecho, que no es
precisamente como el del mundo; su lenguaje son los hechos; y éstos no
consisten en acabar con la caña cascada ni en apagar el pábilo vacilante.
Desde el salmo
se nos recuerda la obra de Dios. Dios espera
nuestra petición. El Señor bendice a su pueblo con la paz. Pues recemos
hoy todos con el salmo 28 y pidamos fervientemente al Señor que Él nos bendiga
a todos con su paz, especialmente a los más la necesiten.
Asi comenta
San Juan Pablo II, este salmo "Y por
encima de la tempestad, semejante al diluvio destructor de la maldad humana, se
alza el arco iris de la bendición divina, que recuerda "la alianza
perpetua entre Dios y toda alma viviente, toda carne que existe sobre la
tierra" (Gn 9, 16).
Este es el principal mensaje que brota de la
relectura "cristiana" del salmo. Si los siete "truenos" de
nuestro salmo representan la voz de Dios en el cosmos, la expresión más alta de
esta voz es aquella con la cual el Padre, en la teofanía del bautismo de Jesús,
reveló su identidad más profunda de "Hijo amado" (Mc 1, 11 y paralelos). San Basilio
escribe: "Tal vez, más místicamente, "la voz del Señor sobre
las aguas" resonó cuando vino una voz de las alturas en el bautismo de
Jesús y dijo: "Este es mi Hijo amado". En efecto, entonces el
Señor aleteaba sobre muchas aguas, santificándolas con el bautismo. El Dios de
la gloria tronó desde las alturas con la voz alta de su testimonio (...). Y
también se puede entender por "trueno" el cambio que, después del
bautismo, se realiza a través de la gran "voz" del Evangelio" (Homilías sobre los salmos: PG 30, 359)." (San Juan
Pablo II. Audiencia general del Miércoles 13 de junio de 2001).
En la segunda lectura tomada del Libro de los
Hechos de los apóstoles San Pedro hace como un resumen biográfico de
Jesús ante los nuevos conversos, ante aquellos que ahora quieren creer y que,
sin embargo, le dieron la espalda en los días de la Pasión y en dicho resumen
va a decir lo más fundamental de lo que fue la misión de Jesús: “Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por
Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que paso haciendo el bien y curando a
los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él” Haciendo el bien y
curando a los oprimidos es también nuestra misión y no debemos de olvidarlo,
hoy, muchos hermanos necesitan el bien que les podamos hacer y la curación de
sus enfermedades de cuerpo y Espíritu.
La palabra autorizada de Pedro
descifra el misterio de las visiones de la narración anterior y legitima el
paso de la misión cristiana a los gentiles en dos palestras diferentes. En
primer lugar, Lucas presenta a Pedro pronunciando en casa de Cornelio
(10,34-48) un gran discurso que no tiene demasiada conexión con el caso
concreto y que parece responder al tipo de lo que era o debía de ser la
proclamación clásica del evangelio a los gentiles (34-43). Los Hechos, como los
evangelios, tienen más de catequesis que de crónica puntual. Si los evangelios,
a la luz de la Pascua han amplificado el alcance de las palabras y de la obra
del Jesús histórico y lo han actualizado para las comunidades destinatarias,
¿por qué hemos de negar al autor de los Hechos un recurso semejante? Tendría
buenas razones para hacerlo: el protagonismo que en la apertura a los gentiles
atribuye Lucas a la iniciativa del Espíritu Santo y de Pedro, el primero de los
Doce, sería una ayuda para sus lectores, y así quedarían superadas pesadas
polarizaciones eclesiales. El tener en cuenta matices semejantes hace más
dinámica y abierta nuestra lectura de la Biblia y de los documentos de la
tradición cristiana. Además Lucas aparece aquí como un escritor conciliador y
ecuménico. En nuestra época de rupturas y rápidos cambios culturales en la
expresión de la fe sería muy útil que al presentar los nuevos caminos de la
Iglesia se acentuara la catolicidad y una profunda continuidad con la
tradición. De esta manera se evitarían muchos malentendidos y ocasiones de malestar,
sobre todo, para las conciencias débiles.
El evangelio de hoy nos da una respuesta clara,
una respuesta de fe, a la pregunta de quién es Jesús: El Padre manifestó
su identidad: "Tú eres mi Hijo
amado, mi predilecto". Pero, al mismo tiempo, asume su misión: pasar
por el mundo haciendo el bien, abriendo los ojos de los ciegos, sacar a los
cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas.
San Lucas
destaca como peculiaridad de su Evangelio que "Jesús también se bautizó", añadiendo la circunstancia "en un bautismo general". Lucas
destaca el detalle de solidaridad de Jesús con el pueblo entero que acudía a
Juan necesitado de conversión. Lucas precisa algo que los restantes sinópticos
no indican: "En aquel tiempo el
pueblo estaba en expectación". Se había creado una situación especial
de anhelo y de esperanza en torno a Juan. Jesús sintonizando con este
"movimiento", haciéndose uno más, mostrándose como un penitente más,
se acerca a Juan. Así asume la condición humana, incluso la apariencia de
pecado y realiza la profecía de Isaías: "No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no
la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará" ( 1. lectura) y lo que
afirma la 2a: "...pasó haciendo el
bien y curando a los oprimidos por el diablo".
Es todo un
ejemplo para los bautizados, que renunciando al pecado están llamados a
compartir toda la realidad humana en una solidaridad que se concreta en el amor
de Dios. Así seremos imagen de Cristo que nos am6 hasta el fin y lo asumió
todo, excepto el pecado.
Hoy nos
encontramos con la realidad del bautismo que configura nuestras vidas.
Jesús fue bautizado con agua por Juan en el Jordán
Nosotros hemos recibido el bautismo "en
el Espíritu Santo". ¿Somos conscientes de la gracia recibida, de nuestra
consagración como sacerdotes, profetas y reyes? Nuestra misión es ser fieles al
honor recibido, no traicionar el amor de Dios Padre. Nuestra misión es aspirar
a la santidad --somos sacerdotes todos--, luchar por un mundo donde reine la
justicia --nuestra misión profética-- y servir a los más necesitados con los
dones recibidos --somos ungidos como reyes--.
Di y toma
conciencia de que eres cristiano : «Soy cristiano», y estarás diciendo:
«He sido lavado con Cristo en las aguas de su bautismo, he creído en el cordero
de Dios que quita el pecado del mundo, he visto desaparecer perdonados todos
mis pecados, se han abierto también para mí las puertas de la casa de Dios, he
subido con Cristo desde lo hondo de la esclavitud humana a la condición de hijo
amado de Dios».
Pero no es eso
sólo lo que vives hoy, pues también se te permite contemplar al Espíritu que
baja sobre Jesús, y oír la voz que viene del cielo: “Tú eres mi Hijo, el
amado, el predilecto”. Si en comunión con Cristo Jesús quedaste purificada
por las aguas de su bautismo, en Cristo quedaste también ungida con el Espíritu
que a él lo ungió, y escuchaste, como dichas también para ti, las palabras que
él oyó, palabras de amor que nunca en tu pequeñez hubieras podido imaginar.
Si ahora
dices: «Soy cristiano», estás diciendo: «Soy hijo de Dios en Cristo,
soy amado de Dios en Cristo, soy en Cristo un predilecto de Dios».
Aprende lo que
eres; agradece con todos los redimidos lo que el amor de Dios ha hecho de ti;
comulga con Cristo y, en esa comunión, admira la belleza del misterio que hoy
se te ha revelado, saborea su dulzura, goza con la abundancia de la
misericordia que se te revela, escucha de nuevo, dichas para el Unigénito,
dichas también para ti, las palabras de aquel día en el Jordán: “Tú eres mi
Hijo amado, mi predilecto”.
Los cristianos
somos personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo. Como Cristo inicia
su vida pública, también nosotros estamos llamados en nuestra condición de
bautizados a vivir un estilo propio y peculiar de vida en el Espíritu de Jesús
el Cristo.
¿ Que
significa vivir como personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo?.
Vivir, en fin,
como personas bautizadas, es intentar vivir como vivió nuestro Maestro y Señor
, movidas y dirigidas por el Espíritu de
Dios. .
Vivir como
personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo es vivir como discípulos
del que quiso nacer y vivir como pobre, del que vivió luchando contra unos
poderes políticos y religiosos que querían hacer de la religión un mercado y un
negocio al servicio de los más ricos y poderosos.
Vivir como
personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo es seguir al Cristo que
prefirió morir en una cruz, antes que callarse y claudicar ante jefes y
autoridades ambiciosas y corruptas.
Vivir como personas
bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo es vivir como personas llenas de
Dios que, en medio de las intimas y personales
debilidades, actúan movidas siempre por el Espíritu.
Vivir como
personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo es como personas llamadas
a evangelizar, empeñadas en construir en la tierra el reino de Dios.
Vivir como
personas bautizadas en el Espíritu de Jesús el Cristo es vivir predicando el
amor a Dios y al prójimo, vivir en la fraternidad universal, en la justicia
misericordiosa, sembrando paz y esperanza en este mundo lleno de egoísmos y
ambiciones, de guerras y discordias.
Feliz domingo.
Feliz fiesta del Bautismo del Señor.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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