Las lecturas son un conjunto de textos seleccionados en
función del Evangelio, que es el texto fundamental que guiará toda la
celebración. La idea clave del conjunto es "JC ofrece el Don de Dios que
llega al corazón del hombre".
La imagen central es el don del
agua al sediento (1a lectura y evangelio) y las realidades significadas son la
Palabra de Dios que conduce a la fe (salmo y evangelio) y el Espíritu derramado
en el corazón de los hombres (2a lectura y evangelio) Desde el punto de vista
del corazón humano, se hace una descripción de sus tinieblas: falta del sentido
de Dios (1a lect.), endurecimiento del corazón
(salmo), enemistad, amor descarriado; pero también de su capacidad de apertura
y de deseo de verdad (evang). La centralidad de Jesús
en el conjunto es clara: es el gran protagonista. Se presenta en la totalidad
de su persona. Es capaz de cansarse, de sentarse fatigado y rendido a mediodía,
de tener sed... y al mismo tiempo capaz de anunciar el don mesiánico del
Espíritu, fruto de su resurrección, y de presentarse como la plenitud de
adoración del Padre.
Lo que más caracteriza este
domingo tercero, sobre todo en este ciclo A, es el comienzo de los tres
evangelios de Juan con temática bautismal: agua, luz y vida (samaritana, ciego
y Lázaro), que tradicionalmente han servido para motivar y valorar el camino
bautismal de los catecúmenos o también de la comunidad cristiana en su
recorrido cuaresmal hacia la Pascua.
Son evangelios de claro
contenido cristológico, con su revelación progresiva hacia el "yo
soy". Vale la pena que los tres domingos, empezando por el de hoy, se lean
enteros los pasajes de Juan, lenta y expresivamente.
La
primera lectura del libro del Exodo (Éx 17,3-7) tiene una estructura
muy sencilla: ante la dificultad, la falta de agua (v.1), el pueblo protesta
contra Moisés y contra Dios (v. 2) tergiversando así el sentido de la salida de
Egipto (v. 3). Moisés suplica (v. 4) y Dios ordena golpear la roca del Horeb (vv. 5-6); Moisés ejecuta lo ordenado y da nombre al
lugar (v. 7).
La queja es el elemento constante
en todos estos versículos: "murmuran" (v. 3), "riñe" con
Moisés y "tienta" al Señor. Con murmuración y protesta se abre y se
cierra el relato, de ahí el nombre dado al lugar: "Meribá"=riña,
altercado o querella, y "Massa"=tentación
(v. 7). Israel tergiversa su salida al interpretar su liberación como una
salida hacia la muerte. Es la ofuscación del pueblo ante el peligro.
Moisés, agente de la
liberación, es el que sale peor parado: "poco falta para que me
apedreen" (v. 4). Moisés es el auténtico líder que comparte con el pueblo
las dificultades y tiene que soportar, además, sus quejas. Por eso a veces se
queja de que el pueblo le trate mal, pero siempre acaba intercediendo por él
(v. 4).
La pregunta clave que marca el
texto es clara:¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?" (v. 7Lo que
era sólo una insinuada duda en el relato de Abrahan).¿y
si todo fuera una mera ilusión?, aquí es una pregunta abiertamente formulada
por el pueblo que camina hacia la tierra prometida, hacia la salvación. Una diferencia
patente salta a la vista entre los dos relatos: Abrahan
se fía a pesar de que la promesa es solamente una realidad futura, mientras que
el pueblo de Israel duda y eso tras experimentar la salida de Egipto, la
liberación de la esclavitud.
El
responsorial es el Salmo 94 (Sal
94,1-2.6-9), salmo que refiere la rebelión en el desierto y
nos advierte de no endurecer nuestro corazón como en ese momento los
israelitas. Este Salmo nos invita a inclinarnos ante Dios que es nuestro
Dueño.
Invitación a escuchar
a Dios: “Ojalá escuchéis hoy la
voz del señor: «no endurezcáis vuestro corazón».
Este salmo se divide
en dos partes, versos 1 y 2, es un himno de alabanza al Señor Dios
Creador del mundo y protector de Israel y profecía divina sobre la
incredulidad e indocilidad de los israelitas, versos 6 y 9.
En la primera parte se destaca el
carácter litúrgico procesional del himno, que ha sido compuesto para
alguna festividad religiosa solemne.
El salmista invita a
no imitar a la generación perversa del desierto. En el transcurso de la
procesión, un levita invita a no ser rebeldes como los antepasados, que
excitaron la ira de Yahvé en el desierto.
En la versión de los LXX,
también este salmo es adjudicado a David, y así es aceptado por el autor
de la Epístola a los Hebreos: “Por eso, como dice el Espíritu
Santo: Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la
querella, el día de la provocación en el desierto” (Hebreos 3, 7-8).
Las nuevas generaciones que volvían del exilio estaban defraudadas con
los modestos comienzos de la restauración, muy diversos de las
idealizaciones proféticas de Is 40-52. El salmista
parece responder a este estado de descontento y depresión nacional.
El salmista aprovecha
la ocasión de una asamblea solemne para invitar al pueblo a tomar parte
en esta manifestación gozosa de reconocimiento al Señor. En primer lugar,
es digno de toda alabanza por ser el Creador: “¡Venid,
aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; “entremos a su
presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. Entrad, postrémonos por
tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios,!”,
que a su vez está por encima de todos los dioses o seres
angélicos, que constituyen su corte de honor: “Porque el Señor, el
Altísimo, es Rey grande sobre la tierra toda”. (Salmo 47, 3).
Todo le pertenece desde las profundidades de la tierra a las cimas de los
montes, el mar y la tierra seca: “Del Señor es la
tierra y cuanto hay en ella, el orbe y los que en él habitan; que él lo
fundó sobre los mares, él lo asentó sobre los ríos”. (Salmo 24,
1-2). Todo es obra de sus manos. El ser humano
no puede explorar las profundidades de la tierra ni las del mar, sólo el
supremo Hacedor puede llegar hasta sus escondites.
El poeta, dramatizando el
canto procesional, invita a oír la voz de Dios y a mostrarse más dóciles
que la generación del desierto. “Ojalá escuchéis hoy su voz: «No
endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de
Masá en el desierto; ». Una voz profética
quiere prevenirlos contra la exigencia de tentar a Dios pidiendo
manifestaciones asombrosas, como hicieron los antepasados en las estepas sinaíticas. Estos, a pesar de haber sido testigos de
los prodigios al salir de Egipto, exigieron un milagro en Meribá y en Masa.
Ambos nombres son simbólicos; el primero significa “querella,” porque
en Refidim se “querelló” Israel al Señor porque
no les daba agua. Y allí hizo un milagro, proporcionándoles agua de la
roca: “y acamparon en Refidim, donde el
pueblo no encontró agua para beber. El pueblo entonces se querelló contra
Moisés, diciendo: Danos agua para beber.” (Éxodo 17, 1-2). El
mismo milagro volvió a repetirse en la zona de Cades.
Masa significa “tentación,” porque los israelitas “tentaron”
al Señor reclamando un milagro: “cuando vuestros padres me pusieron a
prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras” de
salvación de la esclavitud del Faraón”. Esta actitud de desconfianza
y rebeldía persistió durante los cuarenta años de
estancia en el desierto. El resultado fue que Dios se disgustó de esta
generación y decidió que no entrara en la tierra de Canaán.
Fueron por ello
excluidos de la tierra de promisión, el reposo conferido por Dios a
los hijos de Israel. El salmista recuerda esta trágica historia para
que sus contemporáneos se guardaran de tentar a Dios como la
generación del desierto, para no ser reprobados como estos desdichados
antepasados. La invitación es puesta en boca de Dios para impresionar más
en la concurrencia.
Al repetir hoy, en el Salmo
responsorial de la Misa, “Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro
corazón” (Salmo 94), formulemos el propósito de no resistirnos a la gracia,
siendo siempre muy sinceros.
La segunda lectura es de la
carta a los romanos (Rom 5,1-2.5-8 ), en ella se describe el proceso del pensamiento de
Pablo:
partiendo de la experiencia presente (vv. 1-2) de la paz, de la gracia y de la
esperanza, descubre en ella dos signos del amor eterno de Dios (vv. 3-8): la morada
del Espíritu en nosotros y la muerte por nosotros del Señor Jesús.
Rom. 5, 1-11, en su conjunto, es
una exhortación y motivación a la esperanza, partiendo de los hechos ya
acontecidos y que fundamentan esa actitud. Por eso predominan en el texto los pasados,
comenzando por la primera palabra y continuando hasta el final con la
consideración de la obra de Cristo por nosotros.
La primera afirmación de Pablo es la
de nuestra justificación mediante la fe (v. 1).
Entre los frutos actuales de la
justificación adquirida por Cristo, Pablo menciona la paz y la gracia (v. 2a).
La paz sucede al estado de
enemistad en la que pagano y judío estaban sumergidos antes de Cristo
La paz entre judíos y paganos es uno
de los "leitmotiv" de la carta a los romanos.
Los cristianos de Roma están divididos
en dos iglesias que no llegan a hacer las paces entra sí. Sin duda, cada cual
tomó su propio partido remitiendo esta paz a las calendas griegas cuando Dios
conceda al hombre su justicia. Pablo reacciona contra esta mentalidad aún
demasiado judía; la justicia de Dios ya ha sido dada y por tanto la paz debe
ser ya buscada y vivida porque es el fruto de la mutua conciencia de nuestra
justificación en Jesús.
Pablo quiere que las dos Iglesias no
sean más que una y que judíos y paganos se den cuenta de que son tan pecadores
los unos como los otros (cap. 1-4) y por tanto gratuitamente reconciliados con
Dios por Cristo (cap. 5 y sgs.); por tanto, no deben
esperar ya la mutua paz del justo, sino que deben vivirla inmediatamente.
Pero el goce de los bienes
presentes acarreado por la justificación queda, a su vez, superado por la
esperanza.
Leyendo el v. 8 podría incluso
creerse que la fe es superada por la esperanza, porque el apóstol mantiene
sobre todo la tensión escatológica de la fe y la justificación. La fe, acto de
Dios, es en nosotros certidumbre de la gloria.
Sin embargo, esta esperanza de
gloria pone muy de relieve la distancia que separa todavía al cristiano en el
mundo y la gloria cuya manifestación espera. Los judíos expresan fácilmente
esta distancia entre el presente y el futuro hablando de tribulaciones y de las
persecuciones que serán la nota característica del paso de un estado a otro.
Tras este tema se oculta la dolorosa depuración que produce siempre la
trascendencia. La prueba experimentaDa aquí abajo,
cuando se vive de un alto ideal, pone primero en juego la existencia misma de
la fe en ese ideal: la virtud de constancia la mantiene en actividad (v.3).
Pero el tiempo y su extensión están expuestos a poner a prueba la solidez de la
fe: la "virtud sometida a prueba" viene en apoyo de la esperanza para
ayudarla a mantenerse firme a pesar y por encima de todo (v. 4). Pero ¿qué
pueden unas simples virtudes como la constancia y la solidez si el Espíritu
mismo de Dios no le sitúa dentro de unas relaciones personales indisolubles con
el Padre? (v. 5).
El
evangelio de San Juan (Jn 4,5-42) puede dividirse en cinco
secuencias. (vs.
5-6). Diálogo Jesús-mujer en ausencia de los discípulos, quienes se habían ido
a la ciudad a comprar alimentos (vs. 7-26). Vuelta de los discípulos y la mujer
deja entonces el cántaro y se va a la ciudad a hablar con la gente (vs. 27-30).
La gente deja la ciudad y se pone en camino hacia Jesús Diálogo
Jesús-discípulos mientras la gente viene de camino hacia Jesús (vs. 31-38).
Llegada de la gente creándose una situación nueva (vs. 39-42).
(vv. 5-6)S describen el lugar.
Todas las indicaciones están en función de lo que vendrá después. Todas son
importantes, pero su razón de ser no la percibimos hasta más adelante: Samaría, pozo de Jacob, cansancio, sentado, sobre mediodía.
(vv. 7-26) presenta dos
personajes: Jesús y la mujer a solas. No tienen más conocimiento inicial el uno
del otro que el de su origen judío y samaritano respectivamente. Un
conocimiento que en vez de unirlos los separa y enfrenta. Desde el s. V a.C. la
escisión de Judea y Samaría era total. Expresión de
esta escisión: templos diferentes, recensiones diferentes de la Torá o cinco libros de Moisés. Podemos decir que,
inicialmente al menos, no dialogan personas individualizadas sino
personajes-tipo que ilustran tradiciones y concepciones diferentes y
enfrentadas.
Pero ambas tienen una necesidad
común, cuyo símbolo es el agua. Desde el primer momento Jesús cuestiona el agua
samaritana y lo hace en nombre de otra agua, que sin embargo tampoco es judía.
El texto nos presenta un triángulo judío-samaritano-jesuano.
Cada uno tiene sus símbolos. Judea, el templo de Jerusalén; Samaría,
el de Garizín; Jesús, el aire (La misma palabra
griega significa aire y espíritu). Frente a judíos y samaritanos, Jesús ilustra
una concepción distinta de Dios. En términos del diálogo: Jesús trae el don de
Dios, el agua viva que aplaca la sed. Y la aplaca porque la fuente es mejor y
además se encuentra dentro del que bebe. Hay una contraposición, no perceptible
en la traducción litúrgica, pero sí en el original, entre el pozo de Jacob y el
pozo existente dentro del que bebe el agua que Jesús trae. El pozo de Jacob
tiene un agua contaminada: en él beben personas y animales. (Ironía y
simbolismo del cuarto evangelista). El agua que Jesús trae es viva, es decir,
limpia y cristalina. Pero para hacerse acreedora a ella, la samaritana tiene
que salir de su Torá (los cinco maridos, los cinco
libros de Moisés de la recensión samaritana) y de sus otros ritos religiosos
(sexto hombre: desde siempre Samaría había cultivado
un sincretismo judío-pagano). Tiene que salir y venir adonde está Jesús (lo
espacial, de dónde, aquí, ir, adonde, salir, juega un papel simbólico muy
importante en todo el relato). Jesús es el nuevo templo. En él es posible un
tipo de vida religiosa que no lo es ni en Jerusalén ni en Garizín.
Una vida cuyo símbolo es la movilidad, gracilidad y libertad del aire. En
términos del diálogo: una vida en "espíritu y verdad".
Jesús, sentado junto al pozo,
dialoga con la samaritana "hacia el mediodía". A esta misma hora hará
sentar Pilato a Jesús en Jn 19. 13-14. Es la hora de
la matanza de los corderos a manos del personal encargado del Templo. Todo en
el cuarto evangelio está orientado hacia la Pascua, hacia el Cordero
glorificado en su misma muerte. "Yo soy, el que habla contigo".
(vv. 27-30)son versos puente,
cuya única función es preparar la secuencia siguiente. Es importante la salida
de la gente para acudir adonde está Jesús.
(vv. 31-38) describe una
secuencia-comentario de la salida de la gente y de su puesta en camino para
acudir adonde está Jesús.
El autor concibe las secuencias
3 y 4 desarrollándose simultáneamente. La gente saliendo de la ciudad y
acudiendo adonde Jesús está son los campos dorados. Es una secuencia alegre,
con la alegría de la cosecha que llega. Atrás quedan el trabajo y el cansancio
del sembrador. Donde la traducción litúrgica habla de sudar, el texto original
habla de cansarse.
Es el cansancio del que se ha
hablado en la primera secuencia y que ahora vemos que era también un símbolo.
Jesús trae agua limpia, está construyendo un nuevo templo. Es la tarea y la
obra que tiene encomendada, su alimento, su razón de ser. Los discípulos (en el
cuarto evangelio sinónimo de cristianos) son los encargados de continuar la
obra siempre inacabada, porque Jerusalén y Garizín no
son antisignos del pecado, sino antisignos
que nunca acaban de dejar de existir.
(vv. 39-42) Los samaritanos
llegan adonde está Jesús y le piden que se quede con ellos. El autor amplía o
limita la estancia de Jesús a dos días, tal vez porque quiere que el lector
sitúe el siguiente relato en el marco del tercer día, el día de la resurrección
según la tradición sinóptica. De hecho el siguiente relato habla de la curación
de alguien que está para morir. Se trata probablemente de un ordenamiento muy
intencionado para ilustrar que el mundo de Jesús no lleva a matar sino a hacer
vivir, cobrando así todo su sentido la afirmación final de los samaritanos:
"sabemos que él es de verdad el salvador del mundo".
Para nuestra vida.
La
primera lectura nos sitúa ante el duro caminar del pueblo hacia la liberación
-como en todo caminar humano- siempre surgen dificultades. Es lo más normal, ya que la liberación
es un bien, pero difícil de alcanzar, por eso la dificultad y el riesgo son sus
eternos acompañantes. La historia de la humanidad contemporánea, en su lucha
por obtener la libertad, es un buen testigo de esta afirmación.
La actitud correcta del pueblo
ante el riesgo y el peligro debería ser el tratar de superarlos, pero no ocurre
así, sino que se dedica a hacer lo más fácil: protestar.
El pueblo tienta a Dios
desafiándole a que dé pruebas (signo evidente de su inmadurez en la fe). Aquí
tentar a Dios es dudar de él, no fiarse a pesar de las pruebas que les ha ido
dando hasta entonces. ¡Han experimentado en su carne la liberación de la
opresión y ahora van diciendo que Dios los ha sacado para morir en el desierto!
Reflexiones.
"¿Está o no está el Señor
en medio de nosotros?" A la duda del pueblo responde, con su presencia,
Dios haciendo eficaz la acción de Moisés. De la roca de Horeb
mana un agua corriente y viva que calma la sed y es presencia salvadora (v. 6).
Pablo nos dirá que esta roca es Jesús (1 Co 10. 4), presencia de Dios
salvadora, fuente de agua cristalina que calma la sed de todo hombre (Jn 4. 13ss;...). Y los cristianos muchas veces tentamos al
Señor abandonando la fuente de agua viva y cavándonos en su lugar aljibes
agrietados incapaces de retener el agua (Jr 2. 13;
17. 13...).Y demasiadas veces nos hacemos la misma pregunta: "¿Está o no
está el Señor en medio de nosotros?"
La murmuración y la queja son
los eternos acompañantes de toda liberación. ¡Amamos más la seguridad con
esclavitud que la libertad con riesgo! -Moisés, líder, es el que sale peor
parado, ya que debe compartir las dificultades del pueblo y cargar con sus
quejas.
El pueblo de Dios, liberado de
la esclavitud opresiva de Egipto, tendría que pasar por otras esclavitudes no menos
primarias y fundamentales antes de llegar a la tierra de la libertad. Habrían
de pasar por el desierto, que es desarraigo y desamparo, carencia y enfermedad,
hambre y sed, duda y tortura, la prueba. El Massá y Meribá, el lugar de la tentación y la crisis.
Nuestro Massá
y Meribá: ¿Se puede creer en un Dios que permite el
hambre sin entrañas o el terremoto devastador? ¿Se puede creer en un Dios que
permite este accidente o esta enfermedad o este fracaso? ¿Se puede creer en un
Dios que permite una Iglesia dividida, atrasada y pecadora? ¿Está o no está el
Señor en medio de nosotros? Dios no dará más pruebas. Ofrece sólo algunas
señales de su presencia para los que tienen ojos y quieren ver. Siempre puede
brotar de la roca agua para los sedientos.
El
salmo de hoy, nos recuerda que nosotros somos el pueblo de Dios y que él nos
quiere guiar, como hace un pastor con su rebaño, para introducirnos en la
tierra prometida. El,
que nos ha pensado desde siempre, sabe cómo tenemos que caminar para vivir en
plenitud, para alcanzar nuestro verdadero ser. En su amor nos sugiere qué
hacer, qué no hacer y nos señala el camino a seguir.
Dios nos habla como a amigos
porque quiere introducirnos en la comunión con Él. Si uno escucha su voz -dice
el salmo en su conclusión-, entrará en el "reposo" de Dios, es decir,
en la tierra prometida, en la alegría del Paraíso.
“Ojalá escuchéis hoy su
voz".
La palabra “escuchar” en distintas formas, es una de las
palabras más repetidas en la Biblia. ¿Cuántas veces se repite la expresión “Shemá Israel” (Escucha Israel)? Escuchar significa prestar
atención a la palabra de Dios, dejar que entre en nosotros, colocarla en el
centro. Desde esta perspectiva se entienden mejor los reproches que hoy nos
lanza el profeta Jeremías. El pecado que denuncia es el de “no escuchar”.
Frente a la orden del Señor: Escuchad mi voz, en tres o cuatro ocasiones
denuncia la actitud del pueblo que se niega a escuchar: No escucharon ni
prestaron oído (dos veces), Ya puedes repetirles este discurso, que no te
escucharán. Esta actitud es tan persistente que se convierte en una
característica del pueblo: Aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor
su Dios.
¿No estamos hoy viviendo un
momento en el que oímos mucho pero escuchamos poco? Nuestros hermanos de
Latinoamérica prácticamente han desterrado de sus usos lingüísticos el verbo
oír. Casi siempre dicen “escuchar”. Y, sin embargo, ¡qué diferencia entre oír y
escuchar! La palabra de Dios la oímos muy a menudo, pero “como quien oye
llover”; es decir, sin prestar atención, sin acogerla como palabra dirigida a
cada uno de nosotros.
¿No es la Cuaresma un tiempo
para pasar del simple oír al escuchar? Caigamos en la cuenta de lo que nos dice
el salmo responsorial de hoy. Es como un mensaje que se hace eco de la profecía
de Jeremías: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis el corazón.
¿Cómo afinar la sensibilidad
sobrenatural y la intuición evangélica para estar en condiciones de percibir
las sugerencias de esa voz?
Antes que nada, es necesario reevangelizarse, acudiendo a la Palabra de Dios, leyendo,
meditando, viviendo el Evangelio, para ir adquiriendo, cada vez más, una
mentalidad evangélica.
La clave está en reconocer la
voz de Dios dentro de nosotros y eso ocurre cuando aprendemos a conocerla de
los labios de Jesús, Palabra de Dios hecha hombre. El camino para conseguir
esto es la oración.
En este camino es fundamental
dejar vivir al Resucitado en nosotros, haciéndole la guerra al egoísmo, al
"hombre viejo" que está siempre al acecho. Esto requiere una gran
inmediatez a decir que no a todo lo que va contra la voluntad de Dios y a
decirle sí a todo lo que Él quiera; no a nosotros mismos en el momento de la
tentación, cortando de inmediato con sus insinuaciones y sí a las tareas que Él
nos ha confiado, sí al amor hacia todos los prójimos, sí a las pruebas y a las
dificultades que encontramos.
Podemos, identificar más
fácilmente la voz de Dios si tenemos al Resucitado en medio de nosotros. Jesús
en medio de nosotros es como el altavoz que amplifica la voz de Dios dentro de
cada uno, haciéndola escuchar más claramente.
Entonces nuestra vida estará
como entre dos fuegos: Dios en nosotros y Dios en medio de nosotros.
No olvidemos que el gran pecado de Israel fue cerrar sus oídos a la palabra del Señor.
También este peligro nos acecha a nosotros.
En
la segunda lectura San Pablo dice una vez más que estamos en buenas relaciones
con Dios, que nos encontramos en un estado positivo respecto a El.
La acción de Cristo no sólo es
valiosa en sí misma, sino se nos ha aplicado a quienes hemos creído en El.
Tenemos la fe, estamos en la Iglesia, participamos en los sacramentos.
Este es un dato inolvidable
para un cristiano y sólo a partir de él se pueden plantear las otras cuestiones
de moral, etc.
Efectivamente, el Espíritu es
un hecho en el cristiano y es señal inequívoca del amor de Dios a los hombres
que ha sido el motor de toda su acción salvífica. Amor que comenzó a ser activo
no por méritos nuestros, sino por pura iniciativa suya (vs, 6,8,10). Es otro
recuerdo de la gratuidad.
Esta lectura
viene a ser una respuesta a los interrogantes anteriores. "La prueba de
que Dios nos ama", de que no nos deja tirados, de que está con nosotros,
es la muerte de Cristo, el Hijo. Sin merecer nada, Dios nos lo da todo en el
Hijo: reconciliación, paz, justificación, salvación.
Pero hay
más. Dios nos ha llegado a dar su misma intimidad, su amor personal. No es que
nos ame, sino que pone en nosotros su Amor, el Espíritu Santo. Este será el
surtidor de agua que salte hasta la vida eterna, para que ya nadie muera de
sed. Es la mejor respuesta a los incrédulos del desierto y la mejor oferta a la
samaritana del pozo.
Una prueba
de que Dios está con nosotros y nos ama, diría San Pablo, es que Cristo murió
por nosotros y resucitó para nosotros. La señal de Jonás.
Y no sólo
está entre nosotros, sino que está en nosotros, porque «el amor de Dios se ha
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado». Es
una revelación asombrosa. Es el culmen de la donación de Dios. No sólo dará
agua en el desierto o maná o codornices o victorias, sino que se da a sí mismo
para saciar nuestras insatisfacciones y colmar nuestras esperanzas.
En
el diálogo evangélico, hay un entramado de imágenes en las palabras de Jesús:
"...el que beba del agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un
surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". Nos recuerdan las palabras del
Apóstol: "...el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con
el Espíritu Santo que se nos ha dado".
Jesús pide agua (es el punto de
partida) y "crea" la fe en el corazón de la samaritana (in ea fidei donum
ipse creaverat); tiene sed
de la fe de la samaritana, y por eso enciende en su corazón el fuego del amor
divino (fuego que producirá, en la samaritana, la fe como sed de Dios). Por
parte de Jesús, pues, hay una petición explícita -el agua para beber- que
significa una realidad espiritual -un corazón ardiente de caridad. De una sed
material se pasa a una sed mesiánica: el deseo de ver difundido el Espíritu en
el corazón de los hombres.
Jesús tiene una necesidad que
le hace manifestarse solidario con el hombre, con todos los hombres, por encima
de cualquier "clase" de hombre, incluso por encima de cualquier
religión que practiquen los hombres, porque, en principio, entre Jesús y
aquella mujer samaritana había, entonces, una tremenda barrera: la religiosa. Y
si Jesús no tenía tal barrera, los judíos y los samaritanos sí la tenían. Y es
que la religión entre otras cosas, servía -y en el fondo aún sirve hoy, a la
hora de muchos momentos importantes- para diferenciar fuertemente una sociedad
de otra, un pueblo de otro, una cultura de otra y unos intereses de otros.
Nosotros, los cristianos,
-quizá en una gran mayoría- seguimos siendo "hombres religiosos" sin
más. Y si no, que cada uno observe en sus actitudes y comportamientos -casos
especiales, casos importantes o decisivos, motivaciones que impulsan a la
práctica de sacramentos sociales, etc- hasta qué
punto está condicionado por su pertenencia en mayor o menor grado a un
determinado "credo".
Pero entre Jesús y la
samaritana había además otra barrera gruesa: él era hombre y ella, mujer.
Evidente. Sin embargo, la sencillez y la elegancia de Jesús le hace prescindir.
Él es ante todo un ser humano necesitado como cualquier otro,
independientemente de ser varón o mujer y de ser judío o cualquier otra cosa.
Pues bien, Jesús, pidiendo un
favor e ignorando todas las divisiones existentes (suprimió hasta la de justo y
pecador -muy importante en la religión judía-, porque nos descubrió que todos
somos deudores), suprimió en especial la religiosa, ofreciendo a cambio otro
favor: brinda a aquella mujer, como brindó a todos en su vida, el amor de Dios
que supera toda división, toda barrera, toda clasificación.
Porque el amor es una necesidad
idéntica para todos los hombres; es más, de alguna manera es la necesidad que
subyace en todas las necesidades humanas.
Contemplemos a Jesús que se manifiesta libre, es el hombre más libre.
Y es que el "hombre religioso" no es precisamente el hombre
verdaderamente libre, sino tal vez el más condicionado (y en esto, tendríamos
que contar no sólo con las grandes y pequeñas religiones que en el mundo hay,
sino, sobre todo, con las grandes supersticiones y fetichismos modernos, con
todas las esclavitudes que la sociedad de hoy y cada cual se impone, y con
todas las "religiones" que entre nosotros se practican, aunque
aparentemente no tengan visos de tales).
Jesús es de verdad libre, y
nosotros si queremos ser auténticos
seguidores de él,también debemos serlo. porque el
objetivo de la fe en Dios es el amor, y el amor en su acepción exacta libera
totalmente.
La mujer samaritana, educada en
la ley, desconociendo el amor gratuito de Dios y moviéndose en el plano de lo
religioso, pensaba que en el esfuerzo vital había que buscar la perfección
propia de la ley. Después del encuentro, verá que eso no satisface y llegará a
ser ella la que pida a Jesús que le dé de beber. Porque la autenticidad de
Jesús -que no ha perdido el tiempo en discusiones tontas sobre asuntos baladíes
en relación con lo definitivo de la existencia humana (culto, creencias,
religión)- es lo que la ha "con-movido" y la ha hecho también ir al
grano: el hombre es un hijo de Dios y todos los hombres somos iguales ante él,
hermanos.
Así, Jesús
no sólo no se presenta como el iniciador de una nueva religión, sino que
rechaza toda pretensión religiosa, desacreditándola como imperfecta; como
imperfecta es, en lo que respecta al sentido último de nuestra existencia, toda
manifestación cultural, aunque nos sirva a veces para "manejarnos"
prácticamente dentro de un orden social. De ahí que este Jesús, venido de parte
de Dios,
no nos haya traído un nuevo orden social, ni religioso, ni político, ni
cultural, ni... sino sólo un nuevo estilo de ser hombre, que, si nos
ejercitamos en él, tal vez nos ayude a encontrar ese orden nuevo que
necesitamos en este mundo para que sea otro, conforme a lo que estamos
destinados.
La sed es el
signo de que estamos caminando en el desierto. La sed es el signo de que la
vida está por delante, más allá de la frontera.
Cuaresma es el
tiempo en que el hombre descubre su sed, esa sed profunda de vivir, de amar, de
crecer, de ser feliz, de crecer como hombre.
¿De qué
tenemos sed nosotros? La Palabra de Dios de este domingo, tercero de Cuaresma,
nos invita a plantearnos hasta el fondo esta cuestión. También Jesús tuvo sed y
hambre, y los sació con el cumplimiento de la voluntad del Padre. Y comprendió
nuestra sed, y se ofreció a sí mismo como fuente de agua viva.
Hoy Jesús va a
dialogar con nosotros, va a preguntarnos por el agua que tomamos y si realmente
esa agua calma nuestra sed. Nos obligará a mirarnos dentro de nosotros mismos
para que no busquemos fuera de la fuente de la vida.
Hoy nos dice,
como le dijo a la samaritana: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que
te dice: "Dame de beber", tú me pedirías el agua de la vida.» Con
esta invitación tan sugestiva, nos disponemos a participar de la Eucaristía.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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