Las
lecturas de hoy nos recuerdan un hecho repetido desde los albores de la
humanidad hasta hoy :Dios visita a su pueblo. y lo hace dando y
proveyendo la vida.
Así las
lecturas de hoy son un canto a la vida. Dios quiere la vida, por eso devuelve
la respiración al hijo de la viuda que había hospedado en su casa al profeta
Elías. Jesús se enfrenta a la muerte y la vence. El hijo de la viuda de Naín
vuelve a la vida. Es un reto, el de vencer a la muerte, al que Cristo no se ha
resistido nunca. No en vano, Él dijo que había venido para que los hombres
tuvieran vida y la tuvieran abundantemente.
La primera
lectura tomada del 1º libro de Reyes (1 Re 17,17-24 ) nos cuenta el problema de la viuda de Sarepta, que veía morirse a su hijo.
El profeta Elías actúa también lleno de compasión y cura al hijo de la señora
de la casa.
La historia de
la viuda de Sarepta (1Re. 17,7-24) es una historia que ilustra la paradoja de
la vocación cristiana de dar de lo que no se tiene, ser fecundo desde la propia
esterilidad, y todavía más: dar amorosa acogida a partir del
propio desamparo.
Según parece
este hijo es todo lo que tiene esta pobre viuda y es fácil imaginar que su
muerte significa para ella una soledad absoluta, un despojo de lo más suyo. En
este sentido, su cuestionamiento a Elías asume un fuerte tono de lamentación:
¿Es que has venido a mí para hacer morir a mi hijo?... (17,18b). En la muerte
del hijo están representados otros clamores que sufren las mujeres de nuestros
pueblos; pienso en las madres solteras que deben dar sus hijos en adopción por
no tener como alimentarlos, o en aquellas que no tienen los recursos para
proteger la salud de sus hijos y familiares enfermos. Porque también, muchas
veces, el amor que no se acaba tiene que soportar que al acabarse el pan se acabe
también la vida.
Pero la
resurrección tiene la última palabra y ésta tiene que ver con un modo solidario
de entender la vida: el profeta que ha recibido el sustento del pan de manos de
la viuda, ahora se dispone a actuar y a pedir la intervención de Dios
(17,19ss). Quien se ha sabido hospedado en la casa y en el corazón de otro está
llamado a velar por la vida de quien lo ha recibido. Porque ya ha dejado de ser
un extraño para pasar a ser un huésped, en cierto modo alguien que forma parte
de la casa. Hospitalidad, solidaridad y custodia de la vida, son los nuevos
nombres de una Iglesia que quiere caminar con todos los excluidos y darles
acogida. Como la mujer de Sarepta, estamos invitados a recibir y alimentar a
Cristo en los más necesitados.
El responsorial
es el salmo 29 (Sal 29,2.4.5-6.11-12a-13b ) El salmo 29
pertenece a la categoría de salmos individuales de acción de gracias. La
ocasión pudo ser un peligro grave, posiblemente una enfermedad mortal, de la
que escapó el salmista. Éste expresa su experiencia recurriendo a otros lugares
bíblicos, sobre todo proféticos. La mayor parte de los textos bíblicos están en
relación con el pueblo de Dios. Por lo cual la experiencia personal del
salmista es valedera para todo el pueblo: refleja el destino de Sión.
Canto de acción
de gracias individual atribuido a David, al rey Ezequías o a un pobre que ha
pasado por la experiencia de una enfermedad grave que casi le ha llevado a la
tumba (cf. Is 38,10-20). Para otros, se trata de la experiencia de un fiel
particular que se ha convertido, posteriormente, en experiencia de todo el
pueblo. El salmista evoca el pasado y da gracias a Dios por haber superado el
peligro. El texto entrelaza expresiones de alabanza y de súplica con notables
términos antitéticos, sostenidos con el paso de lo simbólico a lo histórico. La
estructura del salmo subraya cuatro momentos, a saber: enfermedad,
súplica, liberación y acción de gracias.
- vv. 2.4: El
salmista prorrumpe en un himno de acción de gracias al sentirse libre de un
peligro inminente de muerte. Con ello se habrían alegrado sus enemigos, pues
hubieran deducido de su desaparición que Yahvé no era ya su protector. El
salmista se siente tan próximo a la muerte, supone, que ha visitado ya su alma
la región tenebrosa del seol, donde están las sombras de los muertos.
Por ello ahora se siente como resucitado de entre los que bajan a la fosa o
sepulcro. Se daba ya por difunto, pero la intervención divina le devolvió la
vida.
- vv. 5-6:
Radiante de alegría por la recuperación de la salud, el salmista invita a los
piadosos, a los fieles del Señor, que saben apreciar los secretos caminos de la
Providencia en la vida de los justos, a entonar un himno de acción de gracias
en honor del santo recuerdo o nombre de Yahvé, es decir, sus proezas y favores
extraordinarios. Y el salmista concreta en qué consiste el santo recuerdo o la
huella del Dios santísimo en la vida: su providencia se guía por las exigencias
de su justicia y de su misericordia; pero en su proceder prevalece siempre la
benevolencia, pues mientras su cólera dura un instante para castigar justamente
las transgresiones, su bondad tiene un efecto permanente durante toda la vida
(v. 6).
- vv. 11.12-13:
Postrado y abandonado a sus fuerzas, el salmista clama ansioso a Yahvé para que
tenga piedad de él. Y su argumentación en favor de su liberación de la muerte
está en consonancia con la mentalidad viejo-testamentaria, cuando aún no había
luces sobre la vida en ultratumba al lado de Dios. En realidad, la muerte del
salmista no reporta ningún provecho o ganancia a Dios, pues, convertido en
polvo, no podrá alabarle ni cantar su fidelidad con los justos.
El
salmista pide ansiosamente a su Dios que le escuche y le salve de la situación
de peligro en que se halla de descender a la fosa o sepulcro.
La segunda
lectura es de la carta a los gálatas (Gal 1,11-19 ) En ella, son importantes las palabras de San Pablo "Os
notifico, hermanos, que el evangelio anunciado por mí no es de origen humano;
yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de
Jesucristo". para entender y valorar en su justa medida todo el
pensamiento y el mensaje paulino. San Pablo no conoció personalmente a
Jesús y su conversión al cristianismo no fue fruto de la predicación directa de
ninguno de los apóstoles, sino de “una revelación de Jesucristo”. Esta
revelación de Jesucristo es la que da Pablo una seguridad inquebrantable y una
fe en el Mesías que le dará fuerza y valentía para predicar y vivir esta fe,
sin desanimarse, hasta el final de su vida. Él se considera auténtico apóstol
de Jesucristo, porque sabe que habla en su nombre y por inspiración divina. Él
se considera como el rostro y la palabra de Jesús; por eso llegará a decir que
es realmente Cristo el que vive en él.
El evangelio sigue el ciclo lucano (Lc 7,11-17 ) En esta capitulo 7, Jesús se nos muestra como salvador poderoso. Su poder
de sanar y de salvar tiene una amplitud ilimitada: otorga su favor a un pagano
(7,1-10), resucita a un muerto (7,11-17), se revela como el salvador prometido
de los enfermos y de los pecadores (7,18-35). Hoy se nos ha proclamado el
segundo de estos signos. Naím estaba situada en el camino que partiendo del
lago de Genesaret y pasando al pie del Tabor por la llanura de Esdrelón,
conducía a Samaria. Naím era sólo una pequeña aldea, aunque Lucas habla de una
ciudad. A la entrada de la ciudad se encuentran dos comitivas, la que va
encabezada por el dispensador de vida, y la comitiva que va precedida de la
muerte.
El difunto era
hijo único de su madre, la cual era viuda. E1 marido y el hijo habían muerto
prematuramente, y la muerte prematura era considerada como castigo por el
pecado. El hijo facilitaba la vida a la madre. En él tenía protección legal,
sustento, consuelo. La magnitud de la desgracia halla misericordia en la gran multitud
de la ciudad que la acompañaba. Podían consolarla, pero nadie podía socorrerla.
Jesús se sintió
lleno de compasión. Él mismo predica y trae la misericordia de Dios con los que
se lamentan y lloran. Dios toma posesión de su reino mediante su misericordia
con los oprimidos.
El cadáver yace
en el féretro, envuelta en un lienzo. El gesto de tocar el féretro, como
escribe Lucas conforme a la concepción griega, es para los que lo llevan una
señal para que se paren. Jesús llama al joven difunto, como si todavía viviera.
Su llamada infunde vida. «Dios da vida a los muertos, y a la misma nada llama a
la existencia» (Rom 4,17). Con su palabra poderosa es Jesús «autor de la vida»
(Act 3,15).
El joven vive,
se incorpora y comienza a hablar. Jesús lo entrega a su madre. La resurrección
de los muertos es prueba de su poder y de su misericordia. El poder está al
servicio de la misericordia. Poder y misericordia son signos del tiempo de
salvación. Por sus entrañas misericordiosas visita Dios a su pueblo para iluminar
a los que yacen en tinieblas y sombras de muerte (1,78s).
Lo entregó a su
madre. Así se dice también en el libro de los Reyes (IRe 17,23), que cuenta
cómo Elías resucitó al hijo difunto de la viuda de Sarepta. Jesús es profeta,
como Elías, pero aventaja a Elías. Jesús resucita a los muertos con su palabra
poderosa; Elías con oraciones y prolijos esfuerzos.
En Jesús se
hizo patente el poder de Dios. La manifestación de Dios suscita temor. El temor
y asombro por la acción poderosa de Dios es comienzo de la glorificaci6n de
Dios. La glorificación de Dios por los testigos proclama dos acontecimientos
salvíficos: a) ha surgido un gran profeta. Dios interviene decisivamente en la
historia; Jesús es, en efecto, un gran profeta. b) Dios ha visitado
benignamente a su pueblo. Ahora se realiza lo que había anunciado
proféticamente en su himno el padre del Bautista: «Bendito el Señor, Dios de
Israel, porque ha venido a ver a su pueblo y a traerle el rescate, y nos ha
suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo» (1,68s).
Para nuestra
vida
El relato de la
primera lectura destaca varios aspectos importantes para nuestra vida como
creyentes:
“¡Ahora
reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es
verdad!”. Con esta palabra se dirige una pobre viuda al profeta Elías. Ella le
había ofrecido hospitalidad y él devuelve la vida al hijo de aquella extranjera
de las tierras de Sarepta (1 Re 17.24).
En primer lugar
nos dice que la voz de Dios es eficaz en todas partes, que él se muestra
misericordioso también con los paganos y que el gran signo de Dios es la
promoción y la defensa de la vida humana.
la viuda de
Sarepta tiene una concepción equivocada de Dios y su justicia, puesto que
atribuye la muerte de su hijo a sus propios pecados. Pero el profeta no trata
de adoctrinarla con discursos o lecciones. Son los gestos de misericordia los
que mueven el corazón a confesar la fe.
Esta mujer
pagana no está atada a los estereotipos habituales propios de la época. Tiene
la grandeza de ánimo suficiente para reconocer en su huésped a un profeta. Y en
el profeta acepta al Dios del profeta. En medio de un mundo de paganos se nos
sugiere que ella no se avergüenza de su fe.
Como Elías,
hombre de Dios, estamos llamados a proclamar ante tantas situaciones de muerte,
particularmente las sufridas por las mujeres: ¡Mira, tu hijo vive! (17,23).
El responsorial
de hoy nos sitúa ante la fragilidad de la vida humana. ¿Cómo vivir hoy en concreto nuestras horas de oscuridad y de sufrimiento?
Repensado en la hora de Jesús, para ser verdaderos creyentes, queda una sola
respuesta a esta pregunta. «El Señor dice: Ha llegado la hora. Este
decir ha llegado no es apenas un reconocerla desde fuera: la reconozco
como si la viera en un espejo. La expresión ha llegado la hora se
presenta así mucho más participada: es un modo de asumirla, de vivir para esa
hora, de reconocerla y hacérsela propia. Porque hay un tiempo cronológico, y es
el de los momentos que discurren, y hay un tiempo humano. El tiempo es humano,
es decir, está lleno, lo vivimos, se vuelve historia humana, en la medida en
que, precisamente, no podemos decir que los minutos discurren, sino que los
vivimos, les damos un contenido, los asumimos. ¿Y cómo los asumimos? Como
Jesucristo, que dice: Padre, ha llegado la hora. Asumir la hora como
él significa, para nosotros, asumirla con el sentido del Padre, es decir, con
el sentido del amor misericordioso de Dios, que es anterior" (G. Moioli).
A todos
nosotros, los creyentes, nos espera un desafio a la luz del mensaje que Jesús
nos dio con su Palabra de salvación y especialmente con su vida: la esperanza
hemos de ponerla sólo en Dios, que puede realizar todo bien para la humanidad,
pero él espera también la colaboración del hombre para convertir esta tierra,
donde vivimos, en el punto de encuentro entre Dios y los hombres. Escribe Juan
Crisóstomo: «Tengamos en nuestros espíritus la ciudad de la Jerusalén
celestial, donde reside el Hijo de Dios resucitado; contemplémosla sin pausa,
teniendo siempre ante los ojos sus bellezas. Es la capital del rey de los
siglos, donde todo es inmutable, donde no pasa nada, donde todas las bellezas
son incorruptibles. Contemplémosla para volvernos cada día más afectuosos con
nuestros hermanos y heredar así el Reino de los Cielos».
En la segunda
lectura proclamada hoy , San Pablo da cuenta los orígenes de su propia misión a
los cristianos de Galacia. Es una misión
que no nace de su voluntad, sino de la gracia de Dios, que le envía a anunciar
el Evangelio. Un Evangelio que no es aprendido de los hombres, sino revelado
por Jesucristo (Gal 1, 11-19).
El relato del
evangelio tiene una estrecha relación con la primera lectura. Dos personajes se
encuentran en una situación similar. Dos viudas que
pierden a sus únicos hijos y dos desenlaces similares: el hacer revivir a los
jóvenes. En el evangelio de hoy, Jesús se nos muestra lleno de compasión y de
misericordia hacia una mujer viuda que ha perdido a su hijo (Lc 7, 11-17).
La viuda de
Naín no tiene un esposo que la cuide y proteja en una sociedad controlada por
los varones.
Le quedaba sólo
un hijo, pero también acaba de morir. La mujer no dice nada. Sólo llora su dolor.
¿Qué será de ella? El encuentro con Jesús ha sido inesperado y es impresionante
lo que en él ocurre. Jesús la miró, se conmovió y le dijo: No llores”. Es
difícil describir mejor al Profeta de la compasión de Dios. No conoce a la
mujer, pero la mira detenidamente. Capta su dolor y soledad y se conmueve hasta
las entrañas. Su abatimiento le llega hasta dentro. La reacción de Jesús es
inmediata: “No llores”. No puede ver a nadie llorando.
Necesita
intervenir. Por eso resucita al hijo y se “lo entrega a su madre” para que deje
de llorar.
Ya no estará
sola.
Jesús se limita
a decirle a la mujer “No llores”. El mismo Maldonado comenta que otras muchas
personas le habrían dirigido palabras semejantes. Pero Jesús “le deja entrever
de alguna manera la esperanza de que su hijo resucitaría”.
Jesús tocó el
féretro, con lo cual quedaba legalmente impuro según declaraba la Ley (Lev
21,1). Pero para él es más impotante el ejercicio de la misericordia que la
preservación de la pureza legal. Él es el Señor de la ley porque es el Señor
del amor.
Jesús devuelve
la vida al joven muerto en el pueblecito de Naím. Pero no se la devuelve por el
simple tacto del féretro, que solo tiene por finalidad detener el cortejo, sino
por la palabra de vida que sale de sus labios.
“Joven, a tí te
lo digo, levántate”. Jesús invita a nuestros jóvenes a levantarse para vivir
una fe valiente y gozosa, aun a contracorriente de las opiniones e
imposiciones.
“Joven, a tí te
lo digo, levántate”. Jesús invita a hombres y mujeres, creyentes o no, a
levantarse para vivir una esperanza generosa y activa, buscando la fraternidad
y la justicia.
“Joven, a
tí te lo digo, levántate”. Jesús nos invita a todos, especialmente a los
cristianos, a levantarnos para vivir en el amor y para dar testimonio de la
misericordia.
Cada día los
cristianos tenemos que divulgar la gran noticia de que "Dios
libera y salva". La fama de Jesús se extendió por toda Palestina y por
la región circunvecina. El que ha escuchado la palabra de Dios la propaga. La
palabra acerca de Jesús tiende a llenar el mundo.
Nos hemos
encontrado con la madre viuda. La muerte de su hijo es, en realidad, su propia
muerte: ella será, a lo sumo, sujeto de compasión y de limosna, pero desde
ahora carece de identidad; sin su hijo varón no es nadie. Por eso, la atención
de San Lucas no se centra en el milagro físico, sino en la viuda. Cuando recalca
al final "y se lo entregó a su madre", Lucas no quiere indicar
simplemente un delicado gesto humanitario de Jesús; su intencionalidad es más
profunda: Jesús restituye y hace posible la identidad personal que los
ordenamientos humanos imposibilitan y a veces niegan.
El relato no
desea detenerse en lo prodigioso de la acción de Jesús. Quiere que veamos en Él
la revelación de Dios como Misterio de compasión y Fuerza de vida capaz de
salvar, incluso, de la muerte. Es la compasión de Dios lo que hace a Jesús tan
sensible al sufrimiento de la gente.
En la Iglesia
hemos de recuperar cuanto antes la compasión y la misericordia como el estilo
de vida propio de quienes seguimos a Jesús. La hemos de rescatar para ponerla
en el centro de nuestro compromiso con el mandato de Jesús:
“Sed compasivos
como vuestro Padre es compasivo”.
Esta compasión
es hoy más necesaria que nunca.
Desde los
centros de poder, se tiene en cuenta todo antes que el sufrimiento de las
víctimas.
Se funciona
como si no hubiera gente doliente ni perdedora. Desde las comunidades de Jesús
se ha de escuchar un grito de indignación absoluta:
El sufrimiento
de la gente inocente ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado
socialmente como normal, pues es inaceptable para Dios.
Los creyentes
estamos llamados a vivir en y para el Reino de Dios, el nuevo
ordenamiento humano que Jesús trae de parte de Dios. Dios libera y salva, esta
es la gran noticia que tenemos que experimentar y difundir nosotros por todo el
mundo. Por eso cantamos con el Salmo 29: “Te ensalzaré, Señor, porque me has
librado”.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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