Los contenidos de las lecturas litúrgicas de
estos días, son un adelanto del Triduo, en nuestro camino hacia la Pascua.
En la primera lectura (Jeremias, 31, 31-34),se anuncia la
Alianza del Señor con su pueblo. “Yo seré su Dios y
ellos serán mi pueblo”. Por boca del profeta Jeremías el Señor
anuncia a su pueblo una Alianza nueva, que no consistirá en leyes escritas, como
la alianza que hizo el Señor con Noé, Abrahán, Moisés, David…
"He aquí que vienen días -dice Yahvé- en que
yo concluiré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva”. Israel y Judá. Los dos reinos, al
norte y al sur, que constituían el pueblo elegido de Dios. Y que eran figura y
tipo del pueblo definitivo que con Cristo se constituiría, la Iglesia católica
en donde tendrían cabida los verdaderos hijos de Abrahán, los nacidos no de la
sangre ni de la voluntad de varón, sino de Dios, los regenerados por las aguas
del Bautismo.
Aquel pueblo había despreciado al Señor que le
libertó. Había roto el pacto, la alianza santa. Dios había permanecido siempre
fiel, siempre leal a lo convenido. Y ahora, cuando la alianza ha sido rota,
Yahvé sigue deseando restablecerla. Pero entonces será de manera distinta,
mucho más estable, eterna.
Esta nueva alianza será una alianza vivida y
sentida dentro del corazón, cada uno oirá la voz del Señor en su propia
conciencia. Una ley escrita en el corazón, A esto debemos
aspirar todos nosotros, a oír la voz de Dios en el interior de nuestro propio
corazón. No serán las leyes escritas las que nos moverán al cumplimiento de la
ley y a hacer la voluntad de Dios, sino el convencimiento y el sentimiento
interior de nuestra filiación divina, de nuestra relación directa con nuestro
Padre Dios.
En el salmo de hoy (salmo 50), Dios oye las
súplicas del pecador arrepentido que pide: OH, DIOS CREA EN MI UN CORAZÓN PURO
Misericordia, Dios
mío, por tu bondad;
por tu inmensa compasión borra mi culpa,
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R.-
Oh, Dios crea en mí
un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes dentro lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R.-
Devuélveme la
alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
La breve segunda
lectura (Hebreos,5,7-9), nos describe la realidad salvadora de Cristo. Como salvó en el tiempo
propicio de la historia y como nos salva. .”Cristo,
a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer”. Y,
llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen, en
autor de salvación eterna. Cristo nos enseñó con su propia vida que el camino
que nos lleva hasta el Padre es, muchas veces, un camino de sufrimiento
aceptado con amor. No amamos cualquier sufrimiento, amamos sólo el sufrimiento
redentor, el sufrimiento que es camino necesario para la salvación, y lo
aceptamos por amor.
El Evangelio de este domingo (Juan, 12, 20-33), nos acerca la
verdadera figura de Jesucristo. Siendo Hijo de Dios, le aguarda la cruz, el
sufrimiento, la muerte. Como cualquier espíritu, también la suyo, se siente
agitado, preocupado, turbado por los próximos acontecimientos de la Pascua.
El Evangelio nos acerca al momento crucial en el que
Jesús subió al patíbulo de la Cruz para vencer con su vida a la muerte, para
vivificar muriendo a los que estábamos muertos para Dios.
Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del
Hombre; es decir, ha llegado el momento crucial en el que el Hijo de Dios hecho
hombre llegue al culmen de su gloria, a la suprema victoria sobre las fuerzas
del mal. Pero antes era precisa su inmolación, la sumisión humilde y serena a
los planes divinos. Antes de la floración de las granadas espigas era necesario
que la siembra se realizara; era preciso que el grano de trigo cayera en tierra
y se deshiciera lentamente entre la tierra. Con estas imágenes Jesús nos está
trazando todo un programa de vida; ocultarse y desaparecer, perder la vida para
ganarla, quemarnos en silencio para ser luz y calor de este nuestro mundo tan
oscuro y tan frío.
"El que
quiera servirme que me siga y donde esté yo allí estará también mi servidor; a
quien me sirva, el Padre le premiará". Jesús nos abre un camino, sus
palabras indican con claridad y con fuerza un itinerario a seguir, si realmente
queremos alcanzar el glorioso destino que nos ha reservado.
Nos vamos acercando a la Pascua que es un tiempo de gran
alegría. Pero antes aparece la tristeza de la muerte de Jesús en un hecho
aparentemente inexplicable y cruel. Jesús, en su condición humana, como
nosotros, habla en el Evangelio de San Juan de que tiene el "alma
agitada", pero tiene que cumplir con su misión. Insistimos en que resulta
muy difícil la comprensión completa del sacrificio de Jesús. Sus mismos
discípulos no entendían que quien había venido a liberar a Israel tuviera que
morir, en un tremendo fracaso personal y humano.
Lo proclamado en la primera lectura, esta llamado a realizarse en cada uno de nosotros se repite la historia.
Hay una alianza por la que Dios se nos entrega generosamente, y por propia
iniciativa, como nuestro protector y Padre. Y una serie de infidelidades van
rompiendo esos lazos de amistad... Es necesario tomar conciencia de esta
situación en este tiempo propicio para convertir nuestro corazón hacia Dios.
Corregir nuestros errores y restablecer de nuevo la alianza que nos une con
Dios. El mejor modo de hacerlo es con un corazón contrito y humilde.
Expresión de esta actitud es el salmo de hoy. Dios oye las
súplicas del pecador arrepentido que pide en el salmo 50 le conceda "un
corazón nuevo". Hemos de confiar siempre en la misericordia y la bondad de
Dios que es compasivo y borra nuestras culpas.
La Carta a los Hebreos nos recuerda, para
que no perdamos el ánimo, que al mismo Señor le pasó algo semejante. Se
retorció de dolor y clamó, hizo de tripas corazón, como se dice vulgarmente, y
su triunfo se convirtió en fuente de salvación para todos los que vivimos
sometidos, unidos, hermanados a Él.
El evangelio de hoy es un buen ejemplo de nuestra vida. Lo
que Jesús dice es una amigable advertencia previa para los que desean entrar en
contacto con Él. Una enseñanza para que los transitorios fracasos no nos
hundan, ni depriman demasiado. Un poco sí, no hay que olvidarlo. Pero no oculta
su estado de ánimo. Su gran turbación Jesús, teme, aunque reconozca la
necesidad de pasar por el mal trago que se le avecina.
¿Cuál es el resumen de
nuestra vida? ¿Servimos o nos servimos? ¿Amamos o nos dejamos amar? ¿Salimos al
encuentro o preferimos que sean los demás los que nos rescaten?
En estos últimos días cuaresmales, pidamos al Señor que
renueve nuestros corazones. Es un momento propicio para volver nuestros ojos y
ver dónde nos tenemos que emplear más a fondo. La cruz del Señor merece, por
nuestra parte, un esfuerzo: hay que atraer al Señor el corazón de la humanidad.
¿Cómo? Sirviendo y, además, haciéndolo con alegría y con amor.
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