miércoles, 6 de julio de 2011

LA ORACIÓN DE LA IGLESIA.

1. La comunidad.

La vida de la Iglesia se inicia en el marco de la oración de Israel. El evangelio de Lucas se acaba en el templo, donde los apóstoles estaban «continuamente.. alabando a Dios» Lc 24,53 Act 5.12. Pedro ora a la hora de sexta Act 10,9; Pedro y Juan van a la oración de la hora de nona 3,1 Sal 55,18 y nuestro oficio de sexta y de nona. Se elevan las manos al cielo 1Tim 2,8 1Re 8,22 l s 1,15, de pie y a veces de rodillas Act 9,40 1Re 8,54. Se cantan salmos Ef 5,19 Col 3,16. «Todos, con un mismo corazón, eran asiduos a la oración» Act 1,14. Esta oración comunitaria, preparación de pentecostés, prepara después todos los grandes momentos de la vida eclesial a través de los Hechos: la elección del sucesor de Judas 1,24-26, la institución de los Siete 6,6 que debe precisamente contribuir a facilitar la oración de los Doce 6,4. Se ora por la liberación de Pedro 4,24-30, por los bautizados de Felipe en Samaria 8,15. Vemos orar a Pedro 9,40 10,9 y a Pablo 9,11 13.3 14,23 20.36 21,5.. El Apocalipsis nos aporta ecos de la oración hímnica de la asamblea Ap 5,6-14..

2. San Pablo.

a. Lucha. Pablo acompaña las palabras que designan la oración con la mención «sin cesar», «en todo tiempo» Rom 1,10 Ef 6,18 2Tes 1,13.11 2,13 Flm 4 Col 1,9 o «noche y día» 1Tes 3,10 1Tim 5,5. Concibe la oración como una lucha: «luchad conmigo en las oraciones que dirigís a Dios por mí» Rom 15,30 Col 4,12, lucha que se confunde con la del ministerio Col 2,1. Para «ver el rostro» de los tesalonicenses ora «con la mayor instancia» 1Tes 3,10, que es en el estilo de Pablo un superlativo intraducible, el mismo que emplea para definir la manera como Dios nos escucha Ef 3,20. «Tres veces he suplicado al Señor», dice 2Cor 12,8, para que desaparezca el aguijón que lleva clavado en la carne.

b. Oración apostólica. El ejemplo que acabamos de citar es único, puesto que en su oración, indisolublemente ligada con el designio divino que se realiza en su misión, todas las peticiones formuladas explícitamente atañen a la promoción del reino de Dios. Esto comporta deseos concretos: que se apruebe la colecta en favor de Jerusalén Rom 15,30s, que tenga fin una tribulación 2Cor 1,11, que logre la libertad Flm 22; por esto y por otras cosas Flp 1,19 1Tes 5,25; pide oraciones como lo indica a los colosenses 4,12 que Epafra luche por ellos en la oración. La oración aparece claramente en san Pablo como un elemento de unión en el interior del cuerpo de Cristo que se construye (v. también 1Jn 5,16).

c. Acción de gracias. Se nota constantemente en él el vaivén tradicional entre súplica y alabanza: «oraciones y súplicas con acciones de gracias» Flp 4,6 1Tes 5,17s 1Tim 2,1. Él mismo comienza sus epístolas (excepto Gal y 2Cor por razones precisas) dando gracias por los progresos de los destinatarios y refiriendo sus oraciones para que Dios complete sus gracias Flp 1,9. Parece que la acción de gracias atrae a sí todos los demás componentes de la oración: después de lo que hemos recibido de una vez para siempre en Jesucristo, no se puede ya orar sin partir de este don, y si se pide es para poder dar gracias 2Cor 9,11-15.

d. Oración en el Espíritu del Hijo. Pablo aporta una luz concreta sobre el papel del Espíritu en la oración que nos une con la santísima Trinidad. Como lo hacemos todavía todos en los momentos de oración litúrgica, dirige sus oraciones por Cristo al Padre. Es raro que se dirija al «Señor», es decir, a Jesús 2Cor 12,8 Ef 5,19, pero Col 3,16, paralelo, habla de «Dios» en lugar del Señor. Ahora bien, lo que nos hace orar por Cristo (= en su nombre), es precisamente el Espíritu de adopción Rom 8,15. Por él decimos, como Jesús, «Padre», y esto bajo la fórmula familiar de Abba, término que los judíos reservaban a sus padres terrenales y no habrían aplicado nunca al Padre del cielo. Este favor no puede venir sino de arriba; «Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abba!, ¡Padre!» Gal 4,6 Mc 14,36.

Así queda realmente satisfecha la necesidad que experimenta la humanidad de justificar su oración en una iniciativa divina. En el corazón de nuestra oración hay, más profundamente que una actitud filial, un ser de hijos. Así, a través de nuestras vacilaciones Rom 8,26 el Espíritu que ora en nosotros da a nuestra oración la seguridad Heb 4,14ss Sant 4,3ss de llegar a las profundidades de donde Dios nos llama, que son las de la caridad. Ya sabemoscómo llamar a este don, que es origen y término de la oración; es el Espíritu de amor ya recibido Rom 5,5 y sin embargo todavía pedido Lc 11,13. En él pedimos un mundo nuevo, en el cual está uno seguro de ser escuchado. Fuera de él se ora «como paganos». En él toda la oración es lo contrario de una fugó: un llamamiento que acelera el encuentro del cielo y de la tierra: «El Espíritu y la esposa dicen: '¡Ven!.. Sí, ¡ven, Señor Jesús!'» Ap 22,17.20.

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