miércoles, 6 de julio de 2011

La actitud orante de Jesús.

1. Su oración y su misión.


No hay nada en el Evangelio que mejor revele la necesidad absoluta de la oración que el lugar que la misma ocupa en la yida de Jesús. Ora con frecuencia en la montaña Mt 14,23, solo (ibid.), aparte Lc 9,18, incluso cuando «todo el mundo [le] busca» Mc 1,37. Sería un error reducir esta oración al único deseo de intimidad silenciosa con el Padre: atañe a la misión de Jesús o a la educación de los discípulos. Éstas se menciona en cuatro notaciones de la oración propias de Lucas: en el bautismo Lc 3,21, antes de la elección de los doce 6,12, en la transfiguración 9,29, antes de enseñar el padrenuestro 11,1. Su oración es el secreto que atrae a sus más allegados y en el que les hace penetrar cada vez más 9,18. Es algo que se refiere a ellos: oró por la fe de los suyos. El nexo entre su oración y su misión es manifiesto en los cuarenta días que la inauguran en el desierto, pues hacen revivir, rebasándolo, el ejemplo de Moisés. Esta oración es una prueba: Jesús triunfará mejor que Moisés del proyecto satánico de tentar a Dios Mt 4,7=Dt 6,16 Massa, y ya antes de su pasión nos muestra de qué obstáculos habrá de triunfar nuestra propia oración.

2. Su oración y su pasión.

La prueba decisiva es la del fin, cuando Jesús ora y quiere hacer que sus discípulos oren con él en el Monte de los Olivos. Este momento contiene toda la oración cristiana; filial: «Abba»; segura: «todo te es posible»; prueba de obediencia en que es rechazado el tentador: «no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres» Mc 14,36. A tientas también, como las nuestras, en cuanto a su verdadero objeto.

3. Su oración y su resurrección.

Finalmente, escuchada aun más allá de lo esperado. Los alientos que le da el ángel Lc 22,43 son la respuesta inmediata del Padre para el momento presente, pero la epístola a los Hebreos nos muestra en forma radical y osada que la resurrección fue la que escuchó esta oración tan verdaderamente humana de Cristo, que «habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado por razón de su piedad» Heb 5,7. La resurrección de Jesús, momento central de la salvación de la humanidad, es una respuesta a la oración del Hombre-Dios, que reanuda todas las peticiones humanas de la historia de la salvación Sal 2,8: «¡pídeme!».

4. La noche de la Cena.

Aquí Jesús, habiendo primero dicho, entre otras cosas, cómo se debe orar, ora luego él mismo. Su enseñanza coincide con la de los Sinópticos en cuanto a la certeza de ser escuchado (pa rresía en 1Jn 3,21 5,14), pero la condición «en mi nombre» abre nuevas perspectivas. Se trata de pasar de la petición más o menos instintiva a la verdadera oración. Así pues, el «hasta aquí no habéis pedido nada en mi nombre» Jn 16,24 puede aplicarse a gran número de bautizados. Orar «en nombre» de Cristo supone más que una fórmula, así como hacer una gestión en nombre de otro supone un nexo real entre ambos. Orar así no significa únicamente pedir las cosas del cielo, sino querer lo que quiere Jesús; ahora bien, su querer es su misión: que su unidad con el Padre venga a ser el fundamento de la unidad de los llamados. «Que todos sean uno como tú, Padre, en mí y yo en ti» Jn 17,22s. Estar en su nombre y querer lo que él quiere es también caminar en sus mandamientos, el primero de los cuales impone esta caridad que se pide. Por lo tanto la caridad es todo en la oración: su condición y su término. El Padre da todo a causa de esta unidad. Así la afirmación constante de los Sinópticos, de que toda oración es escuchada, se confirma aquí tratándose de corazones renovados: «sin hablar en parábolas» Jn 16,29. Se da una situación nueva, pero ésta cumple la promesa del día de Yahveh, en que «todos los que invoquen el nombre de Yahveh serán salvos» Jl 3,5 Rom 10,13; la oración de la cena promulga la era esperada, en la que los beneficios del cielo corresponderán a los deseos de la tierra Os 2,23-25 Is 30,19-23 Zac 8,12-15 Am 9,13. Tal es la oración de Jesús, que trasciende la nuestra; raras veces dice «ruego», generalmente dice «pido», y una vez «quiero» (al fin: Jn 17,24). Esta oración expresa su intercesión (eterna según Heb 7,25) y revela el contenido interior tanto de la pasión como de la comida eucarística. En efecto, la eucaristía es la prenda de la presencia total de Dios en su don y la posibilidad del intercambio perfecio.

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