domingo, 10 de noviembre de 2024

Comentarios a las Lecturas del XXXII Domingo del Tiempo Ordinario 10 de noviembre 2024

 

Comentarios a las  Lecturas del XXXII Domingo del Tiempo Ordinario 10 de noviembre

En la liturgia de hoy las mujeres juegan un papel predominante y positivo. Además se trata de mujeres viudas, con toda la precariedad que ese término traía consigo en los tiempos remotos del profeta Elías (siglo IX a. C.) y de Jesús.

No pocas veces la viudez iba unida a la pobreza, e incluso a la mendicidad. Sin embargo, los textos sagrados no presentan estas dos buenas viudas como ejemplo de pobreza (eso se sobreentiende), sino como ejemplo de generosidad. En los tres años de sequedad que cayó sobre toda la región, a la viuda de Sarepta le quedaban unos granos de harina y unas gotas de aceite, para hacer una hogaza con que alimentarse ella y su hijo, y luego morir. En esa situación, ya humanamente dramática, Elías le pide algo inexplicable, heroico: que le dé esa hogaza que estaba a punto de meter en el horno. La mujer accede.

Hay una especie de instinto divino que la mueve a obrar así. Es el don de la generosidad que Dios concede a los que poco o nada tienen. No piensa en su suerte; piensa sólo en obedecer la voz de Dios que le llega por medio del profeta Elías.

"El Señor, que sustenta al huérfano y a la viuda", nos da hoy su mensaje de generosidad a través de dos viudas y el  Salmo 145. Junto a los huérfanos, las viudas representan en la Biblia, los seres más indefensos, y por lo mismo, los más cuidados por la inmensa Providencia de Dios. Encontramos un copioso número de textos que lo prueban: "No haréis daño a la viuda ni al huérfano" (Ex 22,22). "Aprended a hacer bien, buscad lo que es justo, socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda" (Is 1,17)."Esto dice el Señor: Juzgad con rectitud y justicia, y librad de las manos del calumniador a los oprimidos por la violencia, y no aflijáis ni oprimáis inicuamente al forastero, ni al huérfano, ni a la viuda" (Jr 22,8). "Honra a las viudas" (1Tim 5,8); "La que verdaderamente es viuda y desamparada, espere en Dios, y ejercítese en plegarias noche y día" (Ib 5,5). "Si alguno de los fieles tiene viudas entre sus parientes, asístalas, y no se grave a la Iglesia con su manutención, a fin de que haya lo suficiente para mantener a las que son verdaderamente viudas" (Ib 5,16);

En esta misma línea de la Escritura se pronuncia San Gregorio Magno en sus Morales, 19,12. "Muy piadoso es consolar a las viudas". Y San Ambrosio: "Nada más hermoso que una viuda que guarda fidelidad al difunto esposo". "Difícil es la viudez, mas no para quien comprende la ley del verdadero amor", sentencia San Gregorio Nazianceno. Y San Juan Crisóstomo considera: "Poderosas las lágrimas de la viuda; porque pueden abrir el mismo cielo". ¿Tendría presentes las palabras del obispo africano con las que consoló a Santa Mónica, viuda, que las derramaba por su hijo perdido Agustín?

 

La primera lectura del Libro Primero de los Reyes ( Rey 17, 10-16), nos relata la situación de Elías en tierra extranjera. Presenta la debilidad de Ajab, rey de Israel. Se casó con Jezabel, hija de un rey de Tiro y Sidón. Así vino a caer Israel bajo la influencia cultural y religiosa de los fenicios. Ajab, a ruegos de su esposa, levantó un santuario en Samaria dedicado al dios Baal. En aquéllos días se alzó la voz del profeta Elías, avivando la memoria del pueblo y el recuerdo de la Alianza con Dios. Elías anuncia una terrible sequía como castigo por los pecados de Israel y su palabra se cumple. Entonces Ajab trata de liquidar al profeta. Pero Elías huye, se esconde en el desierto y después marcha a tierras fenicias hasta la región de Sarepta, entre Tiro y Sidón. El profeta Elías se puso en camino hacia Sarepta y, al llegar a la puerta de la ciudad, encontró allí una viuda que recogía leña. Por lo que leemos en el libro primero de los Reyes, se trata de otra viuda que dio limosna no de lo que le sobraba, sino de lo que ella misma y su hijo necesitaban para sobrevivir. En este caso, la viuda de Sarepta lo hizo fiándose de la palabra del profeta Elías, a quién ella vio como un auténtico profeta de Yahvé. Tiempos difíciles cuando la lluvia no acaba de llegar. Elías, el profeta de hierro, había gritado la maldición de Dios sobre el pueblo pecador. Los campos aparecían duros y secos; el ganado, escuálido. La pobreza había hecho su mansión en Israel; la miseria y el hambre rondaban por sus poblados tristes y polvorientos.

Elías se escondió en el torrente Querit, en la ribera oriental del Jordán. Allí había pasado algún tiempo. Pero también aquel torrente se secó. Y nuevamente el Señor dirige sus pasos: Vete a Sarepta de Sidón. Una pobre viuda que vive allí te alimentará... Unas palabras extrañas. En aquella región tampoco había llovido. Y de una pobre viuda poco se podía esperar. Pero Elías se marcha, obedece. Y cuando llega, la ve recogiendo leña. Le pide agua. Después, armándose de valor, le pide pan. Ella protesta, pero Elías insiste. La mujer obedece y el milagro se produce.

Tener fe, esperar contra toda esperanza. Aceptar los planes de Dios, por extraños que sean. Obedecer a la voluntad de Dios, aguardar serenos y confiados. El agua caerá a su tiempo y la tierra dará su fruto. Y lo que es más importante, en el corazón habrá brotado la esperanza, habrá brillado la fe, se habrá encendido el amor... Haznos comprender, Señor, que todo eso vale muchísimo más que tener todos los campos verdes y el ganado alimentado.

"Te juro por el Señor tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza" (1 R 17, 12). Aquella mujer responde enojada: “Ya ves que estoy recogiendo leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos". Sus palabras están cargadas de tristeza. No hay otra solución. Se comerán lo poco que les queda y después, muy juntos, hijo y madre, esperarán la inexorable muerte.

Pero Elías le dice: "No temas. Anda, prepáralo como has dicho; primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después". Ella se olvida por un momento del hambre, se dispone a entregar lo que Dios le pide por medio de su profeta. Y entonces "ni la orza de harina se vació ni la alcuza de aceite se agotó.

 

El salmo  responsorial, (Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10) es una invitación a la alabanza agradecida por las obras del Señor. ALABA ALMA MÍA AL SEÑOR.

VV. 6-9: Después de recordar la acción creadora, recuenta una serie de obras de misericordia, que caracterizan a Dios.

V. 10 En eso consiste el reinado del Señor. El Dios del universo es el Dios de Sión, porque eligió un pueblo y un templo.

VV. 5-10: Es la parte positiva del salmo: Dios sí puede y quiere salvar. Por eso, dichoso el que confía en él. Es el último macarismo del Salterio, dirigido al pueblo escogido, no a prosélitos o convertidos (cf. Sal 33,12; 144,15). Las razones de esa bienaventuranza se reducen a actos de fe en el poder de Yahvé, que se presenta como el gran Auxiliador en toda clase de necesidades del hombre, en contraste con la impotencia y fragilidad de éste. Él es Creador; siempre fiel y valedor de oprimidos, hambrientos, cautivos, ciegos, peregrinos o huéspedes, huérfanos y viudas, y, por antítesis, castigador de los malvados. De modo paralelo al salmo 145 termina ensalzando en presente el reino eterno de Yahvé, Dios del universo y de Sión.

Así comenta San Juan Pablo II este salmo:” 1. El salmo 145, que acabamos de escuchar, es un «aleluya», el primero de los cinco con los que termina la colección del Salterio. Ya la tradición litúrgica judía usó este himno como canto de alabanza por la mañana: alcanza su culmen en la proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia humana. En efecto, al final del salmo se declara: «El Señor reina eternamente» (v. 10).

De ello se sigue una verdad consoladora: no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad (cf. vv. 6-9).

2. Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad.

Son doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices.

….

5. Concluyamos nuestra meditación del salmo 145 con una reflexión que nos ofrece la sucesiva tradición cristiana.

El gran escritor del siglo III Orígenes, cuando llega al versículo 7 del salmo, que dice: «El Señor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos», descubre en él una referencia implícita a la Eucaristía: «Tenemos hambre de Cristo, y él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Los que hablan así, tienen hambre. Los que sienten necesidad de pan, tienen hambre». Y esta hambre queda plenamente saciada por el Sacramento eucarístico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo (cf. Orígenes-Jerónimo, 74 omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 526-527).”   (San Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 2 de julio de 2003).

 

  En la segunda lectura de la carta a los Hebreos  (Hb 9, 24-28) nos describe maravillosamente con ayuda del salmo 40 lo que constituye el centro de su pensamiento cristológico. El sacrificio de Jesús consiste en su donación total, en su entrega personal al Padre.

 “ofreció un sacrificio "en su propia sangre". "Realizar el designio de Dios" y "ofrecerse a sí mismo" son la misma cosa; no en el sentido de que Dios quisiera la muerte de Jesús en la cruz sino en el sentido más radical de la entrega que Jesús hace de sí mismo al Padre con todas sus consecuencias, hasta la entrega cruenta de la propia vida.

El autor introduce las palabras del salmo 40 con una expresión iluminadora que lleve hasta el final de su concepción: JC, "al entrar en el mundo, dice: Tu no quieres sacrificios y ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el Libro: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad".

-¿Qué quiere decir esto? Que el sacrificio de Jesús no fue un rito externo, sino su plena entrega interior a Dios. Esta entrega a Dios, no se limitó al momento de su muerte, sino que fue la razón de ser de toda su vida.

El sacrificio de Jesús fue toda su vida porque toda su vida estuvo animada por una absoluta entrega a Dios y después, asumida, consumada, llevada a la perfección en la cruz.

Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres -imagen del auténtico-, sino en el mismo cielo-, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Sabemos que el autor que escribió la Carta a los Hebreos reflexiona y redacta su escrito teniendo delante dos realidades: el antiguo sistema del culto judío y el nuevo inaugurado por Cristo en su propio cuerpo entregado y resucitado. El antiguo era una figura, el nuevo una realidad.

Recordemos el contexto existencial e histórico que movió al autor a escribir esta Carta. Los cristianos son perseguidos por los judíos y con esta persecución se han quedado sin el amparo legal de que gozaba la religión judía en el imperio romano. Son desposeídos de sus bienes y marginados socialmente. Los cristianos perseguidos sienten la tentación de volver a tras en su seguimiento de Cristo. Y un elemento que influyó fuertemente era precisamente la comparación del espléndido culto que se practicaba en Jerusalén y el modesto culto cristiano en sus formas (no en su contenido evidentemente). Por eso el autor insiste una y otra vez que el sacerdocio de Cristo, menos esplendoroso en sus formas externas, es el definitivo porque ha llegado hasta el cielo, es decir, hasta la presencia de Dios. Y desde allí ejerce la misión de Mediador y Abogado para siempre. El templo terreno era solo figura del verdadero templo y del verdadero culto que se realiza en el cielo y para siempre.

 

A lo largo de este año hemos ido leyendo el evangelio de San Marcos y ahora, cuando se acerca ya el final, nos presenta los últimos tiempos de la vida de Jesús. Se trata de unos tiempos difíciles: todos le han dejado, los poderosos quieren su muerte y sólo le quedan los apóstoles y un grupo reducido de amigos. Pero Jesús, a pesar de todo, continúa hablando claro y de una manera muy sencilla y clara. No teme proclamar la Palabra de Dios en estos momentos últimos de su vida.

Hoy el texto (Mc 12, 38-44) nos describe una  escena evangélica que se desarrolla en el Templo de Jerusalén. Esta escena ocupa, en el evangelio de Marcos, un lugar muy significativo. Es el colofón a todos los dichos y hechos de Jesús. Viene a decir que, ante lo que Cristo dice y hace, debemos evitar la actitud de los escribas —¡Cuidaos de los escribas!— con su hueca piedad e hipocresía. Debemos más bien observar a la viuda para descubrir en ella el verdadero fundamento de la religión: ser pródigos en darnos a Dios, sin reservas, con lo que somos y tenemos. Sólo así Dios será lo único importante de nuestra vida al que serviremos pródigamente con lo necesario para vivir y no con lo superfluo.

Concretamente la escena se desarrolla en el lugar llamado atrio de las mujeres. Atravesado el gran espacio abierto a todo el mundo, la enorme explanada, y franqueado el muro que significaba la frontera que ningún gentil podía cruzar, se entraba en esta plazoleta llamada de las mujeres por dos motivos: en primer lugar porque también ellas podían situarse y en segundo porque en unas escalinatas que circundaban su interior, se situaban ellas para ver como los varones bailaban. Sólo ellos podían hacerlo allí. En sus cuatro extremos estaban situadas unos pequeños recintos, almacenes sin techo, dedicados diversas utilidades, una de ellas la aceptación de los dones que ofrecían los fieles. Gracias a ellos, y a la correspondiente parte de las víctimas que se sacrificaban, podían mantenerse y vivir holgadamente los levitas y los sacerdotes. También servían los donativos para la conservación del edificio sagrado, una de las grandes maravillas de su tiempo.

Jesús con sus discípulos, como tantas otras veces, está sentado en los atrios del Templo. El Señor toma ocasión esta vez para impartir su enseñanza de un hecho que, quizá para muchos, pasó desapercibido. Entre aquellos que echaban grandes limosnas, casi oculta entre la muchedumbre, una pobre viuda echa también su humilde limosna, dos reales dice la traducción litúrgica. Una insignificancia en fin, sobre todo en comparación con las grandes sumas que otros echaban.

Los ricos daban mucho. Los pobres ¿qué iban a ofrecer? ¿Para qué podían servir las diminutas moneditas de su bolsa? Aquella buena mujer anónima no entendía de cálculos matemáticos. No se entretenía en pensar para qué iba a servir su centimito. Ella lo daba a Dios y Dios lo entendería. Dios y su Hijo-hombre lo vieron y entendieron y fue tanto su gozo, que no pudo callarse el Hijo y lo comunicó de inmediato a sus amigos.

"... ha echado todo lo que tenía para vivir" (Mc 12, 44) Aquellos escribas hacían de su oficio un honor y no un servicio. Es cierto, y lo dice la Escritura, que quienes presiden y quienes enseñan a los demás merecen un doble honor. Pero ese honor y ese respeto ha de venir espontáneamente de quienes reciben la enseñanza, y nunca buscado ni exigido por quienes la imparten. El servicio debe de ser un servicio desinteresado y generoso que sólo procure el bien de aquellos que el Señor, de un modo u otro, nos ha confiado.

Aparece en escena la viuda. Estos echaban mucho al parecer, pero echaban de lo que les sobraba. En cambio, la pobre viuda daba cuanto tenía, que además, le era necesario para sobrevivir. Es un ejemplo de la generosidad de los pobres que a veces, ante la mirada divina, son mucho más ricos que los que tienen de sobra, a los ojos de Jesús, aquella modesta limosna valía más que la de los otros.. Al fin y al cabo esa es la verdadera riqueza, la de la generosidad en el dar por amor de Dios. Bien dice el Señor que mejor es dar que recibir. Aparentemente resulta una paradoja, pero de cara a Dios así es. Quien da, movido por la caridad, recibe del Señor el ciento por uno y la vida eterna. Ojalá lo entendamos y lo practiquemos, ojalá seamos tan generosos como la pobre viuda, capaces de darlo todo.

 

Para nuestra vida

Las lecturas de hoy inciden en dos realidades: el compartir y la figura de la viudas.

Las viudas son consideradas en la Escritura blanco de la injusticia social y la imagen misma del infortunio y de la pobreza en todas sus formas. Dos pobrezas al encuentro, dos formas de compartir : la de la viuda y la de Elías.

La viuda da lo que tiene, en ambiente de fe en el Señor: "Por el Señor tu Dios".

El milagro se produce porque la viuda da pruebas de fe, porque ella no da sólo de lo superfluo, sino todo lo que tiene, hasta la imprudencia.

“Pero el Señor hace justicia a los oprimidos,

da pan a los hambrientos...

El Señor sustenta al huérfano y a la viuda...

El Señor reina eternamente” (Sal 145).

Darlo todo, hasta quedarse sin nada. Dar lo más que podamos. Y mientras más entreguemos, mayor será la recompensa.

¡Dar no de lo que nos sobra, sino de lo que necesitamos para vivir! Esto es lo que hicieron las dos famosas viudas de las que nos hablan las lecturas de hoy. Evidentemente, se trata de dos casos extremos de generosidad. Yo creo que, en circunstancias normales, a nosotros no se nos exige tanto; es suficiente con que demos limosna con generosidad, aunque la limosna nos suponga privarnos de un dinero que nos vendría bien, pero sin que la limosna que damos nos deje en necesidad extrema, como le ocurrió a las dos viudas de las lecturas de este domingo. Estas dos viudas son ejemplos más admirables que imitables. Se nos proponen precisamente para eso: para que admiremos su gran generosidad y para que su ejemplo nos anime a vencer nuestra tacañería habitual y nuestra excesiva preocupación por lo económico.

También las lecturas hoy nos sitúan ante la realidad de nuestra expresión religiosa que debe ser siempre expresión de nuestro amor a Dios y al prójimo. Una expresión religiosa con fines egoístas no es un uso religioso de la religión. Por una parte no utilizar la vida religiosa en nuestro beneficio y al mismo tiempo cuidar la limosna.

Hoy también se nos plantea la realidad del extranjero, de la crisis económica y la acogida.  Elías anda moviéndose por el extranjero, en tierras fenicias concretamente, que hoy las llamamos Líbano en tiempos de crisis económicas, semejantes a las que sufrimos ahora. Es un desplazado, en una tierra de cultura muy diversa a la suya, donde se da culto a un dios que quieren convertirlo en el enemigo de Yahvé, porque en aquel tiempo, cada país tenía su rey y su dios y sus costumbres y riquezas. Elías, aparentemente, es un pobre hombre. Y pide auxilio a una pobre buena mujer, muerta de hambre. Pide la limosna del alimento más humilde: un panecillo.

 

En la primera lectura vemos como Elías en su huida encuentra una viuda que recogía leña y pide que le traiga un jarro de agua y un trozo de pan. Pero eso era todo lo que tenía la viuda para ella y su hijo. Elías hace una promesa en nombre de Dios, una promesa a cambio de lo que le pide y de todo lo que tiene la viuda. La mujer cree en la palabra del profeta. Dios premia la hospitalidad de esta pobre viuda y manifiesta que es el único Dios, que puede salvar precisamente en el país de donde había salido el paganismo que imperaba en Israel. Siglos más tarde, Jesús recordará con amor el gesto de esta mujer extranjera, que fue preferida por Dios por encima de todas las viudas de Israel. El mensaje es claro: en medio de las dificultades, Dios no abandona al que permanece fiel.

Lo hemos experimentado en la Palabra de la primera lectura que  “Dios cumple su palabra”.

“La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”. Se trata de un signo realizado para garantizar la misión de Elías. El acontecimiento tiene, por tanto, dos vertientes: una, en la que subraya la misericordiosa providencia de Dios manifestada en un gesto entrañable; y otra la misión de garantizar la autenticidad del profeta. Esta es la función de los signos en la Escritura tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. No debe entretenerse nuestra reflexión de la Palabra de Dios en el signo en sí mismo sino en su proyección significativa. Y este es el centro de atención. Dios provee a favor de una pobre viuda, su hijo y el profeta enviado por él y esto significa que Dios derrama su bondad sobre todos. Pero es necesario volver a la genuina fe en él. Todo este conjunto de realidades convierte este pequeño relato en un punto de referencia muy importante desde la perspectiva de la historia de la salvación. Por eso sigue teniendo valor hoy y siempre para los creyentes en Dios y en Jesús.

 

El responsorial de hoy el Salmo 145 es un canto de alabanza al Dios poderoso, compuesto con intenciones didácticas. Dios viene en ayuda de sus fieles, de todos los que sufren: ciegos, justos, peregrinos, huérfanos y viudas.

Hace justicia a los oprimidos y sustenta a los que ya se doblan. En cambio, tuerce el camino de los malvados. No se debe confiar en los hombres, aunque sean poderosos, porque sus planes perecen lo mismo que ellos.

El verso final proclama su señorío universal. Es una lección en forma de oración. Dios ejerce su reinado para que tengan vida plena cuantos confían en El. Dios sigue ayudando al hombre de hoy. Su salvación se actualiza en Cristo, mediador de la nueva alianza.

La brevedad de la existencia humana puede sugerir una forma de ser y de comportarse fundamentada en los bienes presentes. Que todos se harten de vinos exquisitos y de perfumes, no pase ninguna flor primaveral, que nadie falte a la alegría orgiástica porque tal es la herencia del hombre. Después sólo queda la muerte. Pero hay otros valores. La historia de la cruz ha puesto de relieve que la esperanza en Dios y el concomitante amor a los demás no queda sin respuesta. Quienes viven como enemigos de la cruz de Cristo, proclamando dios a su vientre, gloriándose en su vergüenza, tendrán un final de perdición. Quienes por el contrario hacen suya la cruz del Señor, serán auxiliados por el Dios de Jacob. Él transformará nuestro cuerpo en un cuerpo glorioso como el de Cristo. La herencia de estos hombres no es la muerte, sino la vida. No perecerán los planes de aquellos que esperan en el Señor su Dios.

Así comenta San Juan Pablo II este salmo:” 3. Así, el hombre se encuentra ante una opción radical entre dos posibilidades opuestas: por un lado, está la tentación de «confiar en los poderosos» (cf. v. 3), adoptando sus criterios inspirados en la maldad, en el egoísmo y en el orgullo. En realidad, se trata de un camino resbaladizo y destinado al fracaso; es «un sendero tortuoso y una senda llena de revueltas» (Pr 2,15), que tiene como meta la desesperación.

En efecto, el salmista nos recuerda que el hombre es un ser frágil y mortal, como dice el mismo vocablo'adam, que en hebreo se refiere a la tierra, a la materia, al polvo. El hombre -repite a menudo la Biblia- es como un edificio que se resquebraja (cf. Qo 12,1-7), como una telaraña que el viento puede romper (cf. Jb 8,14), como un hilo de hierba, verde por la mañana y seco por la tarde (cf. Sal 89,5-6; 102,15-16). Cuando la muerte cae sobre él, todos sus planes perecen y él vuelve a convertirse en polvo: «Exhala el espíritu y vuelve al polvo; ese día perecen sus planes» (Sal 145,4).

4. Ahora bien, ante el hombre se presenta otra posibilidad, la que pondera el salmista con una bienaventuranza: «Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios» (v. 5). Es el camino de la confianza en el Dios eterno y fiel. El amén, que es el verbo hebreo de la fe, significa precisamente estar fundado en la solidez inquebrantable del Señor, en su eternidad, en su poder infinito. Pero sobre todo significa compartir sus opciones, que la profesión de fe y alabanza, antes descrita, ha puesto de relieve.

Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, dar pan a los hambrientos, visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los miserables. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo y en el preso. «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40): esto es lo que dirá entonces el Señor. ).”(San Juan Pablo II. Audiencia general del miércoles 2 de julio de 2003).

 

En la segunda lectura la reflexión del autor de la carta a los hebreos nos sitúa ante la realidad del sacrificio expiatorio de Cristo, este debe animar a los cristianos sometidos a la persecución (muchos en este momento de la historia) para que no pierdan la  esperanza a que han sido convocados. Esta esperanza no será nunca defraudada porque Cristo vive para siempre como Intercesor y Abogado. Para siempre significa que también hoy sigue ejerciendo esta misión y tarea junto al Padre. También hoy la Iglesia pasa por momentos difíciles, por lo que también hoy necesita volver la mirada a su Mediador y reflexionar sinceramente este mensaje de la Carta a los Hebreos.

El texto nos recuerda que Cristo es el medio eficaz para hacer que el hombre tenga acceso a Dios y alcance la verdadera comunión con Dios. Para ello era necesaria la muerte de Cristo. La nueva alianza entró en vigor después de la muerte de Cristo. Él es el mediador de la nueva alianza. Él es también la víctima sacrificial, que era necesaria en toda alianza para poder ser confirmada. La nueva Alianza de la que Cristo es mediador es una alianza eterna. Tenemos que ir haciendo presente en nuestra vida la Alianza eterna venciendo todo lo que haya de pecado y egoísmo en nuestro corazón.

 

El evangelio además de destacar la actitud de la viuda, también nos advierte de otros peligros en la vida religiosa. ¡Cuidado con los escribas! Devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. También estos hechos se dan en nuestra realidad eclesial.

Usar la religión en beneficio propio y en contra del prójimo no sólo no es una virtud, sino que es una actitud corrupta. Si la religión debe ser siempre un acto de amor a Dios y al prójimo, usar la religión con fines exclusivamente egoístas es falsificar la esencia misma de la religión. Jesús condena a los escribas judíos precisamente por eso: por usar la religión para obtener primeros puestos y para llenar sus anchos bolsillos precisamente con el dinero de los pobres. Desgraciadamente, no han sido exclusivamente los escribas judíos los que han hecho eso, sino que han hecho lo mismo muchísimos ricos cristianos a lo largo de la historia del cristianismo. Muchos nobles y ricos cristianos han hecho muchas donaciones a la Iglesia y han dado suculentas limosnas a parroquias y templos con el exclusivo fin de asegurar su estatus social. No usemos nunca nosotros la religión con fines particulares exclusiva o principalmente económicos.

Si la limosna es expresión del amor al prójimo, la práctica de la limosna es tan necesaria como necesaria es la práctica del mandamiento del amor al prójimo. Tampoco es necesario que estemos muy sobrados de dinero, para tener que dar limosna; la viuda del evangelio era una persona pobre y, sin embargo, dio limosna al templo, porque estaba convencida de que así contribuía a dar un mejor culto al Dios al que ella adoraba. Demos limosna en  medida que nos sea posible, porque así estaremos cumpliendo el mandamiento principal de la ley de Dios: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Si no actuamos así, dice el Señor, recibiremos una sentencia rigurosa.

Las apariencias, tantas veces, engañan. El valor de las cosas no depende de su tamaño, ni de su brillo, ni del ruido que producen. Hay pequeñas cosas, detalles menudos, que de pronto son capaces de convertirse en protagonistas de todo un paisaje. Jesús, como haría un buen director de cine, sabe acercar unas veces su cámara a un detalle que parecía insignificante, y hacer que crezca, que se destaque y se adueñe de la pantalla; otras, en cambio, pasea su mirada con indiferencia, sin detenerse siquiera, sobre sucesos y personas que acaparan la atención de la gente.

Jesús tiene otra manera de ver las cosas, otra escala de valores. Para Él, por ejemplo, lo importante no es dar, sino darse. Por eso, no lo engaña el ruido de un torrente de monedas cayendo en el cepillo del Templo: es un ruido engañoso, porque viene de alguien que da de lo que le sobra. Pero los oídos atentos de su corazón captan un sonido casi imperceptible: el que producen, al caer en el cepillo, dos moneditas; las está echando, casi a escondidas, una pobre viuda. Jesús percibe que ahí está latiendo un corazón; ahí hay alguien que se está dando a sí mismo.

Miremos en nuestra vida que predomina la actitud del fariseo o la de la viuda. ¿ A que damos importancia: a las apariencias o la actitud del corazón?.

Nosotros en este siglo XXI, pertenecemos a la comunidad de discípulos que quiere Jesús y que esta llamada a representar un mundo desarrollado según los designios de Dios, en el que cuenta más la calidad que la cantidad, y lo que uno es más que lo que representa o tiene. Frente a los infieles a Dios por su apego al dinero, están los creyentes generosos que dan lo que tienen y lo que son y participan de la generosidad de Cristo, que entregó total y gratuitamente su vida al Padre en servicio a los hombres. ¿En que nivel de entrega estamos nosotros?. Hagámonos la pregunta personalmente.

¿Somos capaces de dar lo necesario alguna vez, en lugar de desprendernos de lo superfluo?

¿Compartimos los cristianos nuestros bienes?

 

Anexo1.- San Juan Crisóstomo. HOMILÍA 71 CONTRA LA VANAGLORIA EN LA LIMOSNA

“ ¿Contra quiénes, pues, daremos primero la batalla? Por que no basta para todos uno solo y mismo discurso. ¿Os parece, pues, que ataquemos primero a los que buscan la vanagloria en la limosna? A mí así me parece, pues amo ardientemente la limosna y me apena verla viciada y que la vanagloria atente contra ella, como una mala nodriza e institutriz contra una imperial doncella. La cría, sí, pero juntamente la prostituye para vergüenza y el castigo. Ella le enseña a despreciar a su padre y a adornarse para agradar a hombres muchas veces abominables y viles. El adorno que le pone no es el que su padre quiere sino el que quieren los extraños, vergonzoso e ignominioso. Ea, pues, volvámonos contra éstos. Supongamos una limosna hecha con generosidad, pero por ostentación ante el vulgo. Esto es ante todo como sacar a la imperial doncella de la cámara paterna. Su padre no quiere que sea vista ni de su mano izquierda, y ella se muestra a los esclavos, a los primeros que topa, a gentes que ni la conocen. Mirad esa ramera y prostituta cómo la conduce al amor de hombres torpes, y como ellos le mandan, así se compone. ¿Queréis ver cómo la vanagloria no hace sólo ramera al alma, sino también loca? Considerad la intención con que obra. Esa alma deja el cielo y corre desalada detrás de esclavos y pordioseros por caminos y encrucijadas y va siguiendo a los mismos que la aborrecen a gentes torpes y deformes, a quienes no quieren ni verla a ella, a quienes más la odian justamente por perecerse de amor por ellos. ¿Puede darse mayor locura que ésta? A nadie, en efecto, aborrece tanto la gente como a quienes ve que necesitan de su gloria. Por lo menos, a éstos gusta de envolver en sus acusaciones. Es como si uno, haciendo bajar del trono imperial a una doncella hija del emperador, la mandara entregarse a hombres sin vergüenza y que por añadidura la aborrecieran. Porque ésos, cuanto más los sigues, más abominan de ti; Dios, empero, cuanto más busques la gloria que de Él viene, más te atrae hacia Sí, más te alaba y mayor recompensa te prepara. Y si quieres comprender, por otro lado, el daño que te acarreas dando por ostentación y vana gloria, considera la tristeza que se apoderará de ti, la pena continua que te atenazará cuando resuene la voz del Cristo y te diga que perdiste toda tu paga. Porque siempre es un mal la vana gloria, pero nunca mayor que cuando busca satisfacerse por medio de la misericordia, que se convierte entonces en la más dura crueldad, sacando a pública plaza las desgracias ajenas y poco menos que insultando a los que están en la miseria. Por que, si es ya un insulto echar en cara los propios beneficios, ¿qué piensas que es pregonarlos entre la gente? Ahora bien, ¿cómo huiremos este mal? Aprendiendo a dar limosna, viendo qué opinión o alabanza hemos de buscar, Porque, dime: ¿quién es, digámoslo así, el verdadero técnico de la limosna? Indudablemente, el que ha inventado la cosa, es decir, Dios es el que mejor la conoce de todos, como que Él la ejercita de modo infinito. Ahora bien, cuando aprendes la lucha, ¿a quién miras o a quiénes quieres mostrar tus ejercicios, al vendedor de verduras o peces o al maestro de gimnasia? Y, sin embargo, vendedores de verduras y pescados hay muchos; el maestro de gimnasia es uno solo. ¿Qué decir, pues, si el maestro te alaba y los otros te desprecian? ¿No es así que tú con tu maestro te reirás de ellos? ¿Qué harás si aprendes el pugilato? ¿No es así que mirarás sólo al que puede enseñártelo? Si te dedicas a la elocuencia, ¿no aceptarás las alabanzas del rétor y despreciarás todas las otras? Pues ya, ¿no es absurdo que en todas las otras artes mires a un solo maestro y aquí hagas todo lo contrario, a pesar de que el daño no es igual? Porque allí, si luchas a gusto de la gente y no a gusto del maestro, el daño no pasa de la palestra; aquí, empero, te haces semejante a Dios en la limosna por toda la vida eterna. Hazte, pues, semejante también a Él en no buscar la ostentación en la limosna. El Señor, en efecto, cuando curaba, mandaba que no se dijera nada a nadie. Mas tú quieres que los hombres te llamen misericordioso. ¿Y qué sacarás de ahí? Provecho ninguno, daño sin límites; Esos mismos a quienes tú llamas para testigos, se convierten en salteadores de tus tesoros del cielo; o, por mejor decir, no son ellos, somos nosotros mismos quienes nos despojamos de nuestros bienes, quienes tiramos lo que allá arriba teníamos depositado. ¡Oh desgracia nueva, oh loca pasión ésta! Donde la polilla no destruye ni el ladrón perfora, la vanagloria desparrama y tira. Ésta es la polilla de los tesoros de allí, éste es el ladrón de nuestras riquezas del cielo, ésta la que nos sustrae aquellos bienes inviolables. Vio el demonio que aquel lugar era inaccesible a salteadores, gusanos y demás malandanzas, y se vale de la vana gloria para sustraernos aquella riqueza.

 

LA LIMOSNA ES UN MISTERIO O COSA OCULTA

¿Pero tú deseas gloria? Muy bien. ¿Y no te basta la misma del que recibe tu limosna, la gloria de Dios misericordioso, sino que buscas también la de los hombres? Mira no te encuentres con lo contrario. Mira no te condene alguno, no por misericordioso, sino de fastuoso y ambicioso, como quiera que haces trágico espectáculo de las ajenas desdichas. A la verdad, la limosna es un misterio. Cierra, pues, las puertas a fin de que nadie vea lo que no es lícito mostrar. Nuestros misterios, en realidad, eso son principalmente: misericordia y benignidad de Dios, pues por su gran misericordia, cuando aún éramos desobedientes, se compadeció de nosotros. Así, la primera oración, en que rogamos por los energúmenos, está llena de misericordia. La segunda, igualmente, por los penitentes, no otra cosa busca que la infinita misericordia. La tercera, en fin, que es por nosotros mismos, presenta ante Dios a los niños inocentes, a fin de que ellos supliquen a Dios misericordia. Porque, ya que nosotros hemos condenado nuestros propios pecados; por quienes mucho han pecado y deben ser acusados, clamamos a Dios nosotros mismos; pero por nosotros clamen los niños, a los imitadores de cuya sencillez les espera el reino de los cielos. Porque lo que esta figura representa es que quienes son humildes y sencillos como los niños, son los que mejor pueden alcanzar el perdón de los culpables. Y el misterio mismo—la Eucaristía—de cuánta misericordia, de cuánta benignidad esté lleno, sábenlo bien los iniciados.

 

EXHORTÁCIÓN FINAL: HUYAMOS LA VANAGLORIA PARA ALCANZARLA VERDADERA GLORIA

Pues tú también, según tus fuerzas, cierra las puertas al hacer limosna y sólo la conozca el que la recibe, y, si fuere posible, ni ése. Mas si las abres de par en par, profanas tu misterio. Pues piensa que aun ese mismo cuya gloria buscas, te ha de condenar., Si es amigo tuyo, te condenará secretamente; si es enemigo, te pondrá en solfa delante de los demás y hallarás lo contrario de lo que andabas buscando. Tú deseabas que te llamara misericordioso, y él te llamará vanidoso, amigo de agradar a los hombres y otras cosas peores. Mas si te ocultas, dirá todo lo contrario, que eres caritativo y misericordioso. Porque Dios no consiente que una buena obra quede oculta. Si tú la escondes, Él la manifiesta, y entonces es mayor la admiración y más copioso el provecho. De suerte que, aun para con seguir la gloria, no hay nada tan contrario como la ostentación. Nada tan derechamente se opone a lo mismo que con tanto afán andamos buscando. Porque no sólo no conseguimos opinión de misericordiosos, sino de todo lo contrario. Y por añadidura, nos acarreamos también enorme daño. Por todo ello, pues, apartémonos de la vanagloria y sólo amemos la gloria de Dios. Porque de este modo alcanzaremos la gloria de la tierra y gozaremos de los bienes eternos, por la gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.”(San Juan Crisóstomo, Obras de San Juan Crisóstomo, tomo II, B.A.C., Madrid, 1956, 444-449)

La adoración a Dios consiste en la ofrenda total de uno mismo. Al darnos, dejamos de poseernos.

Uno de los signos de vivir en el Espíritu es la generosidad. Generosidad para con Dios y para con los hermanos. En cambio, cuando uno está cerrado a la acción del Espíritu o está abierto solo en apariencia, acaba viviendo para sí mismo; con un corazón tacaño y mezquino que actúa movido por cálculos interesados. Porque aún no ha descubierto que todo es don, todo es gracia y que se es más feliz al dar que al recibir (cf. Hch 20, 35).

Cuando se abre a la acción del Espíritu vive convencido de que Dios “ama al que da con alegría” y que el que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará…, porque Dios tiene poder para colmaros de toda clase de dones (cf. 2 Cor 9).

¿Cómo estás de generosidad? ¿Eres tacaño, calculador… a la hora de entregarte? ¿Cómo es tu entrega en la familia, en la parroquia…? ¿Cuáles son las excusas que pones para dar solamente lo que te sobra? 

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

 

Comentarios a las lecturas del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario 20 de octubre de 2024

 Con el marco misionero del DOMUND pasamos a reflexionar sobre las lecturas. de hoy.


La primera lectura tomada de Isaias  (Is 53, 10-11), nos sitúa ante el Siervo de Yahvé.

s un fragmento del final del Cuarto Cántico del Siervo de Yahvé dentro de la obra del profeta denominado "Segundo Isaías". Aunque la descripción de esta figura del Siervo queda indeterminada al identificar de quien se trata, sí que hay algo muy caro y evidente: se trata de alguien que padece, que muere y que es glorificado. Una aventura desconcertante e inaudita para el mismo autor. Se ha leído en ella una referencia a figuras del pasado: Moisés, el rey Josías o el profeta Jeremías; o bien una aplicación a todo el pueblo judío a través de una figura tipológica. Hch 8, 34-35 nos da la clave de lectura cristiana: es en la existencia de Jesús que esta profecía ha hallado su concreción.

El texto de Isaías afirma que los sufrimientos del Siervo de Yahvé obedecen a los designios de la divina misericordia. El Siervo entrega su vida como un sacrificio de expiación, padece en lugar de otros y en favor de otros. Gracias a los padecimientos del Siervo del Señor se cumplen los planes del Señor y "muchos" alcanzan justicia y salvación por la muerte de "uno". Dios restituye la fama a su Siervo y lo devuelve a la vida, que se prolongará en la tierra con una larga descendencia. Jesús que vino al mundo a servir y a dar su vida por todos los hombres, como dice el evangelio de hoy, se identifica con la misteriosa figura del Siervo de Yavé.

"El Señor quiso triturarlo por el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos" (Is 53, 10). "El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento": En los salmos en los que se menciona los sufrimientos del justo, se espera o se celebra la liberación por parte de Dios en la vida temporal. Aquí, en cambio, el Siervo sucumbe en la muerte sin experimentar ningún tipo de salvación palpable. Su vida aparece a los ojos de los hombres como un fracaso absoluto.

Entonces es preciso entrar en una nueva perspectiva: la muerte del Siervo forma parte del plan de Dios. El Siervo ha callado, ha sufrido y descendido al sepulcro: pero el designio de Dios ha triunfado. El Siervo, entregando la vida, ha llevado a cabo el triunfo del plan de Dios.

"A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará; con lo que ha aprendido mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos" (Is 53, 11).  El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento… Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos".

-"... verá su descendencia, prolongará sus años...": La fecundidad de la muerte del Siervo será la declaración pública de su inocencia y justicia. La muerte no será la última palabra.

Pero no se tratará sólo de una reivindicación personal frente a los hombres, sino que la pasión del Siervo servirá para llevar a los demás la justicia.

 

El salmo como la semana anterior nos habla de la presencia de la misericordia del Señor en nuestra vida Salmo 32 (Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22).

R.- QUE tu misericordia, señor venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

Las tres estrofas del salmo se centran en:

* La Alabanza por la palabra del Señor

* Mirada del Señor

* Donde está centrada nuestra esperanza.

VV. 4-5: Primera motivación genérica: «palabra, acción, justicia, misericordia». En cierto modo, el cuerpo del himno desarrolla estos temas.

VV. 16-19: La salvación: referida a la situación bélica y al peligro mortal del hambre.

VV. 20-22: Conclusión del himno, añadiendo el tema de la confianza y una breve súplica final.

Así comento San JUAN PABLO II este salmo “ 1. El salmo 32, dividido en 22 versículos, tantos cuantas son las letras del alfabeto hebraico, es un canto de alabanza al Señor del universo y de la historia. Está impregnado de alegría desde sus primeras palabras:  "Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos. Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo, acompañando los vítores con bordones" (vv. 1-3). Por tanto, esta aclamación (tern'ah) va acompañada de música y es expresión de una voz interior de fe y esperanza, de felicidad y confianza. El cántico es "nuevo", no sólo porque renueva la certeza en la presencia divina dentro de la creación y de las situaciones humanas, sino también porque anticipa la alabanza perfecta que se entonará el día de la salvación definitiva, cuando el reino de Dios llegue a su realización gloriosa.

San Basilio, considerando precisamente el cumplimiento final en Cristo, explica así este pasaje:  "Habitualmente se llama "nuevo" a lo insólito o a lo que acaba de nacer. Si piensas en el modo de la encarnación del Señor, admirable y superior a cualquier imaginación, cantas necesariamente un cántico nuevo e insólito. Y si repasas con la mente la regeneración y la renovación de toda la humanidad, envejecida por el pecado, y anuncias los misterios de la resurrección, también entonces cantas un cántico nuevo e insólito" (Homilía sobre el salmo 32, 2:  PG 29, 327). En resumidas cuentas, según san Basilio, la invitación del salmista, que dice:  "Cantad al Señor un cántico nuevo", para los creyentes en Cristo significa:  "Honrad a Dios, no según la costumbre antigua de la "letra", sino según la novedad del "espíritu". En efecto, quien no valora la Ley exteriormente, sino que reconoce su "espíritu", canta un "cántico nuevo"" (ib.).

2. El cuerpo central del himno está articulado en tres partes, que forman una trilogía de alabanza. En la primera (cf. vv. 6-9) se celebra la palabra creadora de Dios. La arquitectura admirable del universo, semejante a un templo cósmico, no surgió y ni se desarrolló a consecuencia de una lucha entre dioses, como sugerían ciertas cosmogonías del antiguo Oriente Próximo, sino sólo gracias a la eficacia de la palabra divina. Precisamente como enseña la primera página del Génesis:  "Dijo Dios... Y así fue" (cf. Gn 1). En efecto, el salmista repite:  "Porque él lo dijo, y existió; él lo mandó, y surgió" (Sal 32, 9).

El orante atribuye una importancia particular al control de las aguas marinas, porque en la Biblia son el signo del caos y el mal. El mundo, a pesar de sus límites, es conservado en el ser por el Creador,  que, como recuerda el libro de Job, ordena al mar detenerse en la playa:  "¡Llegarás hasta aquí, no más allá; aquí se romperá el orgullo de tus olas!" (Jb 38, 11).

3. El Señor es también el soberano de la historia humana, como se afirma en la segunda parte del salmo 32, en los versículos 10-15. Con vigorosa antítesis se oponen los proyectos de las potencias terrenas y el designio admirable que Dios está trazando en la historia. Los programas humanos, cuando quieren ser alternativos, introducen injusticia, mal y violencia, en contraposición con el proyecto divino de justicia y salvación. Y, a pesar de sus éxitos transitorios y aparentes, se reducen a simples maquinaciones, condenadas a la disolución y al fracaso.

En el libro bíblico de los Proverbios se afirma sintéticamente:  "Muchos proyectos hay en el corazón del hombre, pero  sólo  el plan de Dios se realiza" (Pr 19, 21). De modo semejante, el salmista nos recuerda que Dios, desde el cielo, su morada trascendente, sigue todos los itinerarios de la humanidad, incluso los insensatos y absurdos, e intuye todos los secretos del corazón humano.

"Dondequiera que vayas, hagas lo que hagas, tanto en las tinieblas como a la luz del día, el ojo de Dios te mira", comenta san Basilio (Homilía sobre el salmo 32, 8:  PG 29, 343). Feliz será el pueblo que, acogiendo la revelación divina, siga sus indicaciones de vida, avanzando por sus senderos en el camino de la historia. Al final sólo queda una cosa:  "El plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en edad" (Sal 32, 11).

4. La tercera y última parte del Salmo (vv. 16-22) vuelve a tratar, desde dos perspectivas nuevas, el tema del señorío único de Dios sobre la historia humana. Por una parte, invita ante todo a los poderosos a no engañarse confiando en la fuerza militar de los ejércitos y la caballería; por otra, a los fieles, a menudo oprimidos, hambrientos y al borde de la muerte, los exhorta a esperar en el Señor, que no permitirá que caigan en el abismo de la destrucción. Así, se revela la función también "catequística" de este salmo. Se transforma en una llamada a la fe en un Dios que no es indiferente a la arrogancia de los poderosos y se compadece de la debilidad de la humanidad, elevándola y sosteniéndola si tiene confianza, si se fía de él, y si eleva a él su súplica y su alabanza.

"La humildad de los que sirven a Dios -explica también san Basilio- muestra que esperan en su misericordia. En efecto, quien no confía en sus grandes empresas, ni espera ser justificado por sus obras, tiene como única esperanza de salvación la misericordia de Dios" (Homilía sobre el salmo 32, 10:  PG 29, 347). )San Juan Pablo II. Audiencia general del miércoles, 8 de agosto de 2001).

 

La segunda lectura de Hebreos  ( Heb  4, 14-46)

En la Carta a los Hebreos después de haber anunciado que hemos sido salvados por la mediación sacerdotal de Jesucristo el autor pasa a exhortarnos a permanecer en la "confesión de la fe".

Después de haber anunciado que hemos sido salvados por la mediación sacerdotal de Jesucristo, el autor pasa a exhortarnos a permanecer en la "confesión de la fe".

Probablemente alude con ello a un símbolo de la fe recitado en la liturgia bautismal y conocido muy bien por sus lectores. Y, aunque nosotros desconocemos exactamente la forma de este credo primitivo, sabemos que en él se confesaba que Jesús es el Señor y el mismo Hijo de Dios.

Siendo Jesús el Hijo de Dios, el único Hijo, y, por otra parte, uno de nosotros y solidario con todos los hombres, es Mediador y nuestro sumo sacerdote. Su sacerdocio es "grande" y superior al de los sacerdotes del Antiguo Testamento. Si éstos penetraban una vez al año en el "santo de los santos", lugar construido por manos de hombre, por más que fuera el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo, Jesús, atravesando el cielo, llegó de una vez por todas a la inmediata presencia del Altísimo. Jesús es el verdadero pontífice que tiende el puente entre las dos orillas, entre Dios y los hombres. En él y por él hemos sido reconciliados con Dios.

Pero esta grandeza y esta dignidad suprema de Jesús, como hijo de Dios y verdadero sumo sacerdote, no le impide conocer a los hombres. Pues Jesús, que es también un hombre, quiso hacerse solidario de todos nosotros y padecer nuestras propias debilidades (cfr. 5, 2). Y aunque es verdad que no tuvo pecado (cfr. 7, 26-28), fue probado o tentado lo mismo que nosotros (cfr. Mt 4, 1-11; Mc 1, 12s; Lc 4, 1-13; 22-28).

Si en el A.T. los hombres se acercaban a Dios con temor y temblor, en la Nueva Alianza inaugurada por la sangre de Cristo podemos acudir a Dios confiadamente. Pues tenemos un sumo sacerdote que nos comprende y se ha hecho solidario con nosotros, pero, que ha llegado también, de una vez por todas, a presencia de Dios para interceder por nosotros.

Jesús es el Hijo de Dios, el único Hijo, y, por otra parte, uno de nosotros y solidario con todos los hombres. Es Mediador y nuestro y sumo sacerdote. Su sacerdocio es "grande" y superior al de los sacerdotes del Antiguo Testamento. Jesús es el verdadero pontífice que tiende el puente entre las dos orillas, entre Dios y los hombres. En él y por él hemos sido reconciliados con Dios. Pero esta grandeza y esta dignidad suprema de Jesús, como hijo de Dios y verdadero sumo sacerdote, no le impide conocer a los hombres. Pues Jesús, que es también un hombre, quiso hacerse solidario de todos nosotros y padecer nuestras propias debilidades. Aunque es verdad que no tuvo pecado, fue probado o tentado lo mismo que nosotros. Si en el Antiguo Testamento los hombres se acercaban a Dios con temor y temblor, en la Nueva Alianza inaugurada por la sangre de Cristo podemos acudir a Dios confiadamente. Pues tenemos un sumo sacerdote que nos comprende y se ha hecho solidario con nosotros, pero, que ha llegado también, de una vez por todas, a presencia de Dios para interceder por nosotros.

 

En el evangelio continuamos con San Marcos, evangelista del ciclo B (Mc  10, 35-45).

Son los vs. 32-34, inmediatamente anteriores, con los que empalma el texto de hoy. Los destinatarios son los doce. El procedimiento es en parte similar al de los dos últimos domingos. la primera parte sirve para introducir el tema, objeto de la enseñanza de Jesús en la segunda.

-Primera parte (vs. 35-41).

Cuando Marcos desveló por primera vez el camino de Jesús y de sus seguidores, recogía una frase de Jesús en la que se hacía referencia a una llegada del Hijo del hombre envuelto en la gloria del Padre (Mc 8, 38). Santiago y Juan, dos de los doce, solicitan ahora una participación preeminente en esa situación. Esta solicitud viene a ser una segunda edición de la conversación sobre rango y prioridades reseñada en Mc. 9, 33-34. La solicitud ocasiona la indignación de los otros diez. La situación creada en el grupo determina la enseñanza de Jesús a los doce. Sin embargo, antes de esa enseñanza Jesús explica a Santiago y a Juan que lo que en realidad le están pidiendo es poder estar a su derecha y a su izquierda el día de Viernes Santo. En la globalidad de la obra de Marcos, la frase "está ya reservado" remite a 15, 27: "Estaban crucificados con él dos malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda".

Jesús les dice a Santiago y a Juan que el concederles esto no depende de él, sino de otros. Estas palabras no deben leerse a la luz del paralelo de Mateo, quien habla de un estar reservado por el Padre. En la versión de Marcos la referencia no es a Dios, sino a la instancia humana que dictará la sentencia de muerte de los dos malhechores.

La enseñanza a los doce comienza con una referencia realista a las situaciones de opresión propiciadas por el ejercicio del poder. La referencia le sirve a Jesús de contramodelo para los doce: Vosotros nada de eso.

En segundo lugar, Jesús les propone su propio modelo, que no es sino una nueva versión del propuesto en 9, 35: El que quiera ser grande, sea servidor; el que quiera ser primero, sea esclavo. Enunciado por paradoja, en la que los segundos miembros niegan a los primeros: servidor niega a grande; esclavo a primero.

Cuando Jesús llamó a los apóstoles, estos no sabían muy bien las condiciones de su seguimiento. Decidieron estar con El movidos todavía por motivos humanos, de búsqueda de prestigio y poder. Veían en Jesús un hombre especial que podía sacarles de la miseria en que vivían. Por eso Santiago y Juan formulan su petición a Jesús desde los modelos habituales del poder. Quieren destacar, estar por encima de los demás. Jesús no les echa en cara propiamente su ambición, sino su ignorancia, pues no comprenden que el único camino que lleva a la gloria pasa por la cruz. "Beber el cáliz" es aceptar la voluntad de Dios, empaparse de la voluntad de Dios, aunque ésta sea un "mal trago" para los hombres. Con estas palabras alude Jesús al martirio que le espera en Jerusalén y pregunta a los dos hermanos si van a ser capaces de seguirle hasta ese extremo. La aspiración de sus discípulos no ha de ser el poder sobre los demás, sino el servicio a los demás. A la "voluntad de poder" Jesús opone la "voluntad de servicio". Cuando la iglesia se aparta de una estructura fraternal y, adaptándose a las formas de este mundo, se convierte en un instrumento de poder con rangos y escalafones. Se aparta de la voluntad de Jesús, pues Él no ha venido al mundo para vivir como un señor, sino para morir como un esclavo. Debemos ser servidores como lo fue Jesús.

Lo que Jesús acaba de decir a Santiago y a Juan lo generaliza después dirigiéndose a los diez restantes y apoyándose sobre el tema del servicio (vv. 41-45). Jesús descubre la conciencia que El tiene de su misión: él es Mesías e Hijo del hombre, pero también el Siervo paciente inmolado por la multitud (v. 45; cf. Is 53, 11-12). Consciente de su misión de jefe y de la proximidad de su muerte, que le impedirá ejercer esta misión, Jesús deposita en Dios su confianza y descubre que sólo será Jefe después de haber servido como siervo de Yahvé.

Pero Jesús exige a sus apóstoles que sigan la misma evolución psicológica. Lo mismo que El ha descubierto su vocación de Siervo paciente, los apóstoles deben descubrir el sentido del servicio (vv. 43-44).

-El v. 45 es uno de los más importantes del evangelio de Marcos, pues es prácticamente el único de los relatos sinópticos que presenta a Jesús como rescate. La idea es probablemente primitiva y el texto auténtico: no sería la primera vez que Jesús se inspira en la teología del Siervo paciente y el valor soteriológico de la muerte (Is 53, 10 u 12; Sal 48/49, 7-9, 15; Dan 7, 14). El rescate designa lo que el hombre ofrece a alguien como compensación de aquello a que tendría derecho. Ahora bien: hay una cosa por la que el hombre no tiene ningún rescate que ofrecer: su propia vida, de la que se adueña la muerte sin posible compensación (Mc 8, 36-37), a menos que el mismo Dios proponga un rescate (Sal 48/49, 9 y 15; cf. Is 52, 3). Jesús es portador de ese rescate ocupando voluntariamente el lugar de personas no solo mortales, sino también culpables (Is 53, 10).

Como voluntaria que era ("dar su vida"), esa sustitución es, por el hecho mismo, sacrificial; es, además, universal ("por muchos"). Estas dos notas son específicas de Marcos y no tienen antecedente alguno en la tradición bíblica. Se da, además, una tercera nota: es ese "Hijo del hombre", ese Juez trascendente de Dan 7, quien, en lugar de juzgar y condenar, pagará el rescate que liberará a los culpables; carga sobre Sí, en cierto modo, su suerte y su condena. Mientras que en Dan 7, 14 el Hijo del hombre debía ser servido, en Mc 10, 45 está hecho para servir a los acusados. De ahí que Cristo no deje de creer que está llamado a una exaltación paralela a la del Hijo del hombre, pero sabe también cuál va a ser el camino de esa exaltación: el servicio y el sacrificio.

Este Evangelio considera, por tanto, a la pasión de Jesús y a su resurrección, en sus repercusiones sobre la vida cristiana: "es necesario" beber el cáliz para sentarse en los tronos, bautizarse en la prueba para juzgar a la tierra, servir para ser jefe. El sufrimiento entra de pleno derecho en la vida del discípulo y no solamente este sufrimiento accidental, moral y físico que forma parte de la condición humana, sino también el sufrimiento característico de la oposición y del abandono que llevó a Jesús a la cruz.

"Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan..." (Mc 10, 45). Ante el estupor y la indignación de los demás apóstoles, "los hijos del trueno" se atreven a pedir al Maestro los primeros puestos en el Reino, ocupar como principales ministros del gran Rey los sitiales de la derecha y el de la izquierda.

Jesús les recrimina -, "No sabéis lo que pedís -¿sois capaces de beber el cáliz que Yo he de beber?". Ellos contestaron sin vacilar: "¡Podemos!”. Jesús, como siempre, les habla con claridad de las dificultades que supone el seguirle: " el sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo; está ya reservado".

La contestación no les desanima en su afán de seguir a Jesucristo y continuarán cerca de él, amándole y sirviéndole hasta el fin de sus vidas, abriendo y cerrando la serie de los doce apóstoles que morirán en servicio del Evangelio. Así, Santiago el Mayor será el primero en morir, mientras que Juan será el último del Colegio Apostólico que morirá, dando testimonio de lo que vio hasta el momento final de su vida, bebiendo día a día, sorbo a sorbo, aquel cáliz de gozo y de dolor que el Señor les había prometido.

La atrevida petición de los hijos de Zebedeo da pie al Maestro para enseñar a los Doce, y a nosotros, que en el Reino de Dios no se puede buscar la gloria y el honor de la misma forma a cómo se consigue en los reinos de acá abajo, en que los ambiciosos o los malvados sin escrúpulos suelen escalar hasta la cima de los primeros puestos, para aprovecharse luego de los demás y enriquecerse a costa de unos y de otros. En el Reino de Dios para triunfar hay que humillarse antes, para llegar a reinar con Cristo primero hay que pasarse la vida sirviendo.

"El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos". Esa es la doctrina que marca la realdiad de la vida cristiana. No hay otro camino ni otra fórmula. Ese es el itinerario que Cristo, nuestro Dios y Señor ha marcado con su misma vida. Él, siendo quien era, no consideró codiciable su propia grandeza divina y se despojó de su rango hasta hacerse un hombre más. Incluso, dentro de su condición humana, tomó la forma de siervo y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz. Su humillación fue suprema y única, un camino claro, decidido y generoso para que nosotros lo recorramos con abnegación y con gozo.

 

Para nuestra vida.

Al celebrar la Jornada del Domund caemos en la cuenta de que, la Palabra del Señor, necesita voceros humanos, no de cualquier palabra, sino de la Palabra que proclama  la misericordia. Pero, sobre todo, reflexionamos sobre un hecho del todo importante: la misericordia de Dios no conoce límites. Por ello mismo no es de extrañar que, donde los gobiernos no alcanzan, siempre un misionero es noticia por su constancia, presencia y entrega apasionada. ¿Su secreto? Llevan a Cristo en sus entrañas.

Esta jornada del Domund nos empuja, allá donde estemos, a vivir y ser misioneros de la misericordia. A estimar con nuestra oración sincera y nuestra limosna generosa, la acción evangelizadora que en nombre de Cristo desarrollan   los misioneros .

 

En la primera lectura leemos unos  versículos de Isaías que pertenecen a la conclusión del cuarto cántico del Siervo (52, 13-53, 12): inocencia-condena-glorificación del Siervo tras su gran humillación. Ya de antemano, el cántico anuncia el éxito del Siervo por su docilidad al Señor (52, 13-15). Los que antes se espantaron, al contemplar su figura rota y maltrecha, ahora deben permanecer callados en señal de admiración.

En el cuerpo del poema, un grupo anónimo nos habla de su nacimiento, sufrimiento, muerte, sepultura y glorificación del siervo. Su nacimiento y crecimiento es oscuro como raíz en tierra árida (v. 2); desfigurado por el dolor es considerado como algo insignificante, y la sociedad le da de lado, lo condena al ostracismo. ¿Sufrirá el justo por sus pecados? (v. 3) ¿No seremos nosotros más bien los culpables? (vs. 4-6). Las cicatrices del justo tienen un valor curativo; una condena injusta acaba con él en la sepultura, y la gran paradoja: se reconoce su inocencia después de su muerte (vs. 8-9).

La muerte del Siervo no ha sido inútil. Su sufrimiento y castigo han conducido al éxito; la muerte nunca es punto final sino prenda de salvación para todos nosotros los impíos.

La paradoja es clara; el siervo de Yavhé, su elegido, carga con lo que tradicionalmente procura la ira de Dios frente a los impíos. El "aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca", aparece como víctima expiatoria (Lv. 4). El resultado es extraordinario: rompe el esquema tradicional de la justicia divina. Hasta entonces, quien la hace, la paga; el profeta, en cambio, descubre que puede que no sea así y revela en su oráculo un nuevo hecho: el sufrimiento tiene un valor salvador, no es sólo castigo sino que puede ser salud y, lo que es más notable, salud para los demás. Eso sí, tiene que sufrir el justo, y pues el injusto, el impío, al sufrir, paga, mientras que el justo, con el sufrimiento, salva.

Debilidad y fuerza, inocencia y persecución, sufrimiento y paciencia, humillación y exaltación, constituyen una parte importante de la vida de Jesús. El desfigurado en su pasión y muerte en la cruz es reconocido como el justo (Hech 3, 13s). Su silencio impresiona a Pilatos; es humillado y acepta la humillación; después de muerto, el centurión reconocerá su inocencia. Dios lo exaltará a su derecha y le dará en herencia una multitud inmensa entre la que nosotros nos contamos.

El secreto del triunfo para el justo radica en que su vida es servicio para los demás, no en su propio éxito (Mc. 10, 45).

Los cristianos siempre hemos aplicado a Jesús, este cuarto canto del siervo de Yahvé. Porque, evidentemente, Jesús nos salvó del pecado a través del sufrimiento, del bautismo de la muerte. Gracias a la pasión, muerte y resurrección de Jesús la humanidad entera quedó redimida de sus pecados.

 

El salmo nos invita a vivir desde la misericordia. El Salmo concluye con una antífona que es también el final del conocido himno Te Deum:  "Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti" (v. 22). La gracia divina y la esperanza humana se encuentran y se abrazan. Más aún, la fidelidad amorosa de Dios (según el valor del vocablo hebraico original usado aquí, hésed), como  un  manto, nos envuelve, calienta y protege, ofreciéndonos serenidad y proporcionando un fundamento seguro a nuestra fe y a nuestra esperanza.

El plan de Dios es un plan de salvación que no pueden frustrar los planes humanos adversos; que incorpora en su realización las acciones de los hombres, conocidos por Dios. La confianza, como enlace del hombre con el plan de Dios, se convierte en factor histórico activo, para encarnarse en la historia de la salvación. Como el plan de salvación de Dios no tiene límites de espacio o de tiempo, así este salmo queda abierto hacia el desarrollo futuro y pleno de dicha salvación, queda disponible para expresar la confianza de cuantos esperan en la misericordia de Dios.

Todo el texto rezuma confianza ilimitada en el poder salvador de Dios: Que resuene sinfónicamente, con la aportación peculiar de cada uno de nosotros, la alabanza del Señor. Dios nos ha hablado. Cristo, que habita por la fe en nuestros corazones, es su Palabra siempre interpeladora y convocadora. Por esta Palabra Dios hizo el cielo, sujetó a la creatura inestable del agua, conduce la historia; por ella hemos adquirido nuestra identidad carismática, nos mantenemos unidos y congregados en el amor comunitario y lanzados hacia la misión.

Motivo de alabanza es la confianza ilimitada en el poder conquistador de Dios, porque su «plan subsiste por siempre y los proyectos de su corazón de edad en edad». Tenemos la certeza de que nuestro servicio a la causa del progresivo reinado de Dios tiene futuro y no es una ilusoria utopía. La certeza no nace de nuestro prestigio social, de nuestras cualidades humanas, de nuestro número o de nuestras técnicas: «No vence el rey por su gran ejército, no escapa el soldado por su mucha fuerza... ni por su gran ejército se salva». La certeza brota de la seguridad de que Dios ha puesto sus ojos en nuestra pobre humanidad, reanimándonos en nuestra escasez, alegrándonos en nuestras penas, auxiliándonos en las situaciones desesperadas: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor.»

 

En la segunda lectura, el autor de la carta a los Hebreos nos anima a confiar plenamente en Jesús, nuestro sumo sacerdote, porque él comprende nuestras debilidades e intercede continuamente por nosotros ante el Padre.

El autor de la carta a los Hebreos se dirige a  unos judíos convertidos, posiblemente de estirpe sacerdotal, que añoran el templo de Jerusalén y el esplendor de su culto externo.  Les quiere mostrar la grandeza y la eficacia del culto cristiano "en espíritu y en verdad". El sacerdocio levítico,  debe ceder ante el sacerdocio de Cristo, único mediador de la nueva alianza. El sacerdocio de Cristo supera el de los sacerdotes levíticos, e incluso el del sumo sacerdote del templo, porque está al mismo tiempo más elevado junto a Dios y más rebajado al lado de los hombres: ha atravesado los cielos hasta llegar a la derecha del Padre, y por otra parte "no es incapaz de compadecerse de nuestra debilidades, sino que ha sido probado en todo... excepto en el pecado". El sumo sacerdote judío no llegaba ni tan arriba ni tan abajo. Se mantenía excesivamente distante de Dios y de los hombres.

Bastante lo sabían los destinatarios de la carta. Por ello, en vez de evocar nostálgicamente la antigua liturgia, deben estar contentos del misterio cristiano en el que han creído, y deben tener la seguridad, a pesar de su simplicidad externa, de encontrar en él la ayuda eficaz que los ritos judíos no les podían procurar.

"No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado”. Jesús nos ha enseñado, sufriendo, a obedecer, porque fue como nosotros en todo, menos en el pecado. Si la santidad trascendente de Dios nuestro Padre nos parece demasiado alta e inalcanzable por medio de Cristo tenemos el privilegio de acercarnos a Dios para recibir lo necesario en cualquier circunstancia. Él puede entender nuestros problemas porque fue "tentado en todo".

Confesamos y nos acercamos a quien fue  "tentado en todo (menos en el pecado” (ν.15). La palabra "tentación" equivale aquí prácticamente a prueba, que al fin de cuentas eso es la tentación: algo que pone a prueba las fuerzas y virtud del hombre. Jesucristo, igual que nosotros, padeció las "tentaciones" o pruebas de cansancio, hambre, temor ante el sufrimiento,; incluso fue tentado por el diablo . Sin embargo, cuando se metía de por medio el pecado, hubo una gran diferencia: la de que El, no solamente no cometió pecado, sino que ni lo podía cometer, y las tentaciones en este sentido no podían provenir sino del exterior (cf. Mt 4:8-10), nunca de su interior, donde no existía esa lucha entre carne y espíritu que tantas veces a nosotros nos arrastra al pecado. Mas esa "impecabilidad," que le coloca aparte y por encima de nosotros, en nada disminuía su "compasión de nuestras flaquezas" (v.15); antes al contrario, más bien la hacía más elevada y pura, ya que jamás podía mezclarse ahí el egoísmo.

 

Fundamentales para nuestra vida cristiana son las enseñanzas del evangelio de hoy.

El texto comienza con el dialogo entre Jesús y unos discípulos: “Qué queréis que haga por vosotros: concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. No sabéis lo que pedís”. Pensar en un mesianismo triunfante en lo político y en lo social, esa fue siempre la tentación del pueblo judío, y lo fue también durante bastante tiempo, a partir del emperador Constantino, de gran parte de toda la Iglesia Católica. Hoy todos nosotros sabemos que el mesianismo triunfante fue una gran equivocación, porque Cristo en su vida histórica, de hecho no triunfó durante su vida porque le persiguieron y terminaron matándole, con una muerte ignominiosa de cruz. El hecho de que Cristo resucitara y ascendiera a los cielos pertenece ya a la otra vida. El mesianismo triunfante nos aleja realmente de la figura real de Jesucristo, pobre, manso y humilde. Debemos examinarnos cada uno a nosotros mismos, para analizar, con sinceridad y verdad, por qué somos cristianos, si por amor a Jesucristo, pobre, manso y humilde, o por devoción a un Cristo que puede concedernos muchos favores. Ser, en definitiva, creyentes en un Dios farmacia, en un Dios que puede resolvernos muchos problemas reales de la vida, en un Dios milagro, antes que en un Dios amor. El mesianismo triunfante se puede infiltrar en muchos actos de nuestra vida, falsificando realmente nuestro cristianismo. Debemos seguir a Jesús siempre por amor, tratando de imitarle en lo que realmente su vida fue. El mesianismo de Jesucristo fue un mesianismo salvador y redentor, intentando salvar siempre en primer lugar a los más pobres, enfermos, marginados y necesitados, sin excluir evidentemente a nadie. Hagamos nosotros lo mismo.

Sabéis que los reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Debemos tener en cuenta que Jesús no amaba el sufrimiento por el sufrimiento, Jesús amaba el sufrimiento por amor, por amor a las personas; el sufrimiento de Jesús era un sufrimiento salvador y redentor. Los cristianos no debemos ser personas que por prediquemos el sufrimiento como algo deseado, a nadie nos gusta sufrir por sufrir. Para nosotros el sufrimiento sólo es un medio necesario para salvar nuestras vidas y salvar las vidas de los demás. Si el sufrimiento no es fruto del amor verdadero a Dios, a nosotros mismos y a nuestro prójimo, no es verdadero sufrimiento cristiano. El mérito no está en sufrir o no sufrir, sino en sufrir por amor, o no aceptar el sufrimiento con amor. Lo mismo podemos decir del servir. Prácticamente todas las personas servimos a alguien, persona o institución, no se trata, pues, de servir a alguien o no servir a nadie, se trata de servir con amor y por amor a las personas con las que nos relacionamos, o a la institución a la que pertenecemos. Sufrir, servir, sí son términos cristianos, pero sólo si se hacen por amor y son fruto del amor.

El que quiera ser primero, sea esclavo de todos". Desde que nacemos, queremos ser los primeros y que los demás estén pendientes de nosotros y vivan para nosotros. Así lo querían los discípulos de Jesús Santiago y Juan, y podemos deducir por el contexto, que así lo querían también todos los discípulos de Jesús. Jesús, el Maestro, les dice, ya en cristiano, tres cosas: primero, que si quieren ser los primeros tienen que estar dispuestos a sufrir mucho, a beber el cáliz del martirio; segundo, que deben querer ser los primeros, no en el mandar, sino en el servir; tercero, que lo de sentarse a la derecha o a su izquierda es cosa de Dios. Trasladando todo esto a nuestra situación personal y concreta, debemos ahora preguntarnos cada uno de nosotros también tres cosas:

*¿queremos nosotros, de verdad, ser los primeros para servir y no para mandar?;

*¿estamos dispuestos a sufrir todo lo que haga falta para conseguir ser los primeros servidores de los demás?;

* ¿somos capaces de aceptar con humildad que sea Dios el que juzgue, premie o castigue, nuestro comportamiento?.

 Hagamos un sincero examen de conciencia sobre estos tres puntos, dentro de la propia familia, en el trabajo, en nuestras relaciones sociales, en el secreto más interior de nuestro corazón, de nuestra conciencia.

Los hijos del Zebedeo resultaron ser osados y muy atrevidos. Primeros puestos en el Reino de los Cielos. Y no menos certera y a punto la respuesta de Cristo: “Eso a mí no me toca concederlo”. Y es que, el cáliz de Cristo, no es el que nosotros solemos apurar (brillante, ajustado a nuestra vida,). Imposible pretender primeros sitios ni aquí, ni  en la eternidad si, tal vez en la tierra, buscamos los más apartados a la hora de servir. Una frase nos puede resultar iluminadora en este día: no salva el poder sino el servir. El cáliz del Señor es, tal como el Domund nos anuncia, una misericordia que se ofrece y se transmite a través de nuestra entrega incondicional a los más necesitados, porque llevamos el ardor de Cristo dentro, así nos identificarnos más con Jesús y así manifestamos nuestra condición de cristianos.

 No olvidemos que, ni Santiago ni Juan, se echaron atrás al recibir la respuesta-reproche de Jesús: uno fue el primero en dar testimonio de su fe con su sangre y, el otro, paso a ser –en la tierra y no en el cielo- amigo de primera línea del mismo Jesucristo. Sintieron, como tantos misioneros, religiosos, religiosas, Papas, obispos, laicos y sacerdotes sentimos que, el creer, nos lleva a una conclusión: para triunfar a los ojos de Dios hay que humillarse ante los ojos de los humanos. Cuesta rebajarse en la tierra para pensar que, sólo así, seremos elevados en el cielo.  Una cosa es pensarlo, otra cosa diferente predicarlo y otra muy distinta vivirlo. Pero en ese sendero está la luz que nos lleva a Dios. Para nuestra suerte Jesús es la misericordia de Dios, él tuvo la grandeza: de ser misericordioso eligiendo. Pudiendo haberse rodeado de elocuencias, prefirió la sencillez de Pedro, la bondad de Juan, la mediocridad de Judas o las dudas de Tomás. Esa actitud de misericordia continua siendo una realidad para suerte nuestra.

Jesús acaba de anunciar claramente a sus discípulos cómo ha de padecer y morir en Jerusalén para resucitar al tercer día (vv. 32-34). Sin embargo, y aunque no es la primera vez que les habla sobre este particular, sus discípulos siguen sin entender nada (cfr. 9, 32). Jesús marcha resueltamente delante de ellos, preocupado y sabiendo adónde va, pero los discípulos andan despistados y distraídos por cosas muy diferentes. Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se adelantan del grupo y dan alcance al Maestro. Van a pedirle nada menos que ocupar los dos primeros puestos en el reino que, según pensaban, iba a inaugurarse de un día para otro.

Jesús no les echa en cara propiamente su ambición, sino su ignorancia, pues no comprenden que el único camino que lleva a la gloria pasa por la cruz. "Beber el cáliz" es aceptar la voluntad de Dios, empaparse de la voluntad de Dios, aunque ésta sea un "mal trago" para los hombres; "ser bautizado" es tanto como sumergirse en la amargura de la muerte. Con estas palabras alude Jesús al martirio que le espera en Jerusalén y pregunta a los dos hermanos si van a ser capaces de seguirle hasta ese extremo. Porque esto es lo que debiera preocuparles y no sentarse en los primeros puestos. La ambición de los hijos de Zebedeo indigna a sus compañeros, y el grupo se divide.

Pero Jesús, dejando a un lado la cuestión de rangos y precedencias en el reino futuro, los reúne de nuevo y les enseña cómo deben comportarse ahora en el reino de la comunidad. En primer lugar, constata el hecho de que los jefes y los grandes tiranizan y oprimen a los pueblos. El abuso de poder es un hecho fácilmente comprobable en todos los pueblos, tanto que Jesús lo da por sabido.

Por eso la aspiración de sus discípulos no ha de ser el poder sobre los demás, sino el servicio a los demás. Ya que en esto consiste la única grandeza, y el que oprime a los demás es un miserable. A la "voluntad de poder" Jesús opone la "voluntad de servicio"; al imperio autoritario de los jefes y los grandes de este mundo, la "diaconía" (=servicio) evángelica. Cuando la iglesia se aparta de una estructura fraternal y, adaptándose a las formas de este mundo, se convierte en un instrumento de poder con rangos y escalafones, se aparta de la voluntad de Jesús.

Como ha de ser el servicio a los demás y hasta qué extremo, lo dice Jesús con su propia vida y con su muerte; pues él no ha venido al mundo para vivir como un señor, sino para morir como un esclavo. Jesús ha querido ocupar el último lugar de todos, la cruz, para servir a todos dando la vida por todos.

Estas palabras, en las que Jesús afirma el valor redentor de su muerte, son una clara alusión al texto de Isaías (53, 11s, de la primera lectura de hoy; cfr. Mc 14, 24). Jesús es el Siervo de Yavé, el "uno" que muere por "muchos", es decir, por todos. Tanto en el texto de Isaías como en otros lugares bíblicos (p. e. Rom 5, 12ss), la palabra "muchos" (que se contrapone a "uno") equivale a "todos". Por lo tanto, Jesús muere por todos los hombres y no sólo por los hijos de Israel. Lo cual debió extrañar sin duda a los judíos por las siguientes razones: a) Porque consideraban que sólo los hijos de Israel podían esperar la salvación prometida. b) Porque la idea de un Mesías que salvara con su muerte les era desconocida, a pesar de lo que había profetizado Isaías. c) Porque no creían que todo el pueblo de Israel necesitara ser redimido del pecado.

Rafael Pla Calatayud.

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