domingo, 19 de octubre de 2025

Comentario a las lecturas Domingo XXIX del Tiempo Ordinario 19 de octubre de 2025

El domingo pasado Jesús nos recordaba que tenemos que dar gracias en nuestra oración por los dones que Dios nos regala, hoy nos recuerda que también es bueno pedir.


¿Sabemos pedir lo que nos conviene?

Ocurre que frecuentemente no sabemos pedir y nos decepcionamos si Dios no nos concede lo que pedimos.

Vamos a profundizar en las lecturas de hoy.

La primera lectura del Libro del Exodo  ( Ex 17,8-13). En los caps. 16 y 17 del Éxodo se esquematizan tres tipos de peligros que amenazan la supervivencia del pueblo en su ruta por el desierto, tras la salida de Egipto: el hambre (cap. 16), la sed (17,1-7) y la guerra (18, 8ss.).

La lectura de hoy recoge un episodio de guerra. Durante la ruta del desierto los israelitas tuvieron que superar mil dificultades. Era un camino tortuoso, un sendero largo y escarpado. En medio de aquellos parajes desolados, se iría curtiendo el guerrero que después abordaría sin desmayo la conquista de la Tierra Prometida.

Nos narra hoy el hagiógrafo el ataque de Amalec.

Amalec es el jefe de la tribu de nómadas que habita en el norte del Sinaí. Es enemigo tradicional de Israel, pueblo vagabundo del desierto que se dedicaban a la rapiña. Descendía de la rama de Esaú (Gén. 36,12) y se movía por la región del Sinaí atacando a los habitantes del sur de Palestina. Son hombres avezados a la lucha y están ansiosos de arrebatar a los israelitas sus ganados, sus bienes todos, el botín que traen de Egipto... Ataques por sorpresa, ataques que se ven venir, ataques de gente armada hasta los dientes.

Ante el peligro se organiza el combate. Moisés se siente cansado, sin fuerza para ponerse al frente del ejército. Pero él sabe que su debilidad no es óbice para que la batalla se gane, él está persuadido de que el primera guerrero es Yahvé, que al fin y al cabo es Dios quien da la victoria. Convencido de ello, llama a Josué y le expone su plan de ataque. Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec...

 Josué hará de general y Moisés observará la batalla desde lo alto del monte. Tal vez la lucha tuvo lugar en algún oasis del desierto, el narrador no está interesado en la descripción del combate, sino en presentarnos a Moisés. El éxito o fracaso de la lid dependen de él: la victoria o la derrota guardan relación directa con el gesto de tener levantados o no los brazos. El texto nos muestra como Moisés no rezaba solo. Le acompañaban Aarón y Jur, quienes sujetaban los brazos del profeta para que pudiera continuar con su plegaria.

El texto parece atribuir una fuerza mágica a las manos alzadas de Moisés. Sin embargo, no son las manos de Moisés la causa de la victoria, como no lo son tampoco los carros y los muslos de los guerreros de Josué. La convicción de que sus triunfos no se debían a sus propias fuerzas, sino a la ayuda y al poder del Señor, estaba profundamente arraigada en Israel.

En esta narración se recoge la tradición de una «disputa» del pueblo con Dios durante la peregrinación en el desierto. El autor nos da la sustancia de lo que pasó de una manera muy esquemática y de acuerdo con la tradición teológica del agua de la vida. No sabemos con detalle lo que sucedió. Lo importante es el hecho del pecado del pueblo que «tienta a Dios» y lo pone a prueba: ¿está realmente Dios con nosotros? ¿Es tan fuerte como dicen? ¿Se interesa por nosotros? ¡Probémoslo! Nos hallamos frente a una nueva modalidad del pecado más antiguo de los hombres: el intento de dominar a Dios. Queremos que Dios nos dé, ahora y aquí, la señal que realmente le pedimos. Nos encontramos en el terreno mismo de la magia.

Y Dios responde. Es preciso resaltar aquí la intercesión de Moisés, que interviene a favor del pueblo (v 4). Dios responde al pueblo a través de Moisés. Pero no se trata de la acción de un mago -aquí «el bastón» (5), que es señal de mando, y no una varita mágica, enturbia un poco el significado de la acción-, sino de la actuación responsable del jefe, llevada a término bajo la guía de Dios. Notemos las expresiones: «Vete delante del pueblo» = toma el puesto de jefe con toda responsabilidad; «Yo estaré allí, delante de ti, en la roca de Horeb» = en mi presencia y con mi gracia serás jefe responsable del pueblo. Es, pues, con el esfuerzo y con la responsabilidad humana como Dios interviene y se hace presente en la historia. A un pueblo que intenta manipular a Dios, Yahvé responde incitándolo al esfuerzo responsable.

Esta misma lección de la respuesta de Dios es la que se nos da en el relato del ataque de los amalecitas (vv 8ss). Notemos aquí que no se trata de un Moisés que reza, sino de un jefe consciente y responsable de su tarea de dirección, que imprime confianza y fuerza a su pueblo que lucha.

 

El responsorial es el salmo 120  (Sal 120,1-8) , salmo  incluido entre los que se llamaban de las “subidas”. Es decir de la llegada de los peregrinos a Jerusalén que, como se sabe, está en lo alto.

Presentamos un comentario del Papa Benedicto XVI a este salmo: «El Señor te guarda de todo mal». Comentario al Salmo 120, «El guardián del pueblo»

1. Como ya había anunciado el miércoles pasado, he decidido retomar en las catequesis el comentario a los salmos y cánticos que forman parte de las Vísperas, utilizando los textos preparados por mi predecesor, Juan Pablo II.

 El Salmo 120 que hoy meditamos, forma parte de la colección de «cánticos de las ascensiones», es decir, de la peregrinación hacia el encuentro con el Señor en el templo de Sión. Es un Salmo de confianza, pues en él resuena en seis ocasiones el verbo hebreo «shamar», «custodiar», «proteger». Dios, cuyo nombre se evoca repetidamente, aparece como el «guardián» siempre despierto, atento y lleno de atenciones, el centinela que vela por su pueblo para defenderlo de todo riesgo y peligro. El canto comienza con una mirada del orante dirigida hacia lo alto, «a los montes», es decir, las colinas sobre las que se alza Jerusalén: desde allí arriba viene la ayuda, pues allí vive el Señor en su templo santo (Cf. versículos 1-2). Ahora bien, los «montes» pueden hacer referencia también a los lugares en los que surgen los santuarios idólatras, las así llamadas «alturas», condenadas con frecuencia por el Antiguo Testamento (Cf. 1 Reyes 3,2; 2 Reyes 18,4). En este caso, se daría un contraste: mientras el peregrino avanza hacia Sión, sus ojos se fijan en los templos paganos, que constituyen una gran tentación. Pero su fe es firme y tiene una certeza: «El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Salmo 120, 2).

 2. Esta confianza es ilustrada en el Salmo con la imagen del guardián y del centinela que, vigilan y protegen. Se alude también al pie que no resbala (Cf. versículo 3) en el camino de la vida y quizá al pastor que en la pausa nocturna vela por su grey sin dormirse (cfr v. 4). El pastor divino no descansa en el cuidado de su pueblo.

 Aparece después otro símbolo, el de la «sombra», que implica la reanudación del viaje durante el día soleado (Cf. versículo 5). Viene a la mente la histórica marcha en el desierto del Sinaí, donde el Señor camina al frente de Israel «de día en columna de nube para guiarlos por el camino» (Éxodo 13, 21). En el Salterio con frecuencia se reza de este modo: «a la sombra de tus alas escóndeme...» (Salmo 16, 8; Cf. Salmo 90, 1).

 3. Tras la vigilia y la sombra, aparece un tercer símbolo, el del Señor que «está a la derecha» de su fiel (Cf. Salmo 120,5). Es la posición del defensor, tanto militar como en un proceso: es la certeza de no quedar abandonados en el momento de la prueba, del asalto del mal, de la persecución. Al llegar a este punto, el salmista retoma la idea del viaje durante el día caliente en el que Dios nos protege del sol incandescente.

 Pero al día le sigue la noche. En la antigüedad se creía que los rayos lunares también eran nocivos, causa de fiebre o de ceguera, o incluso de locura. Por este motivo, el Señor nos protege también en la noche (Cf. versículo 6).

 El Salmo llega al final con una declaración sintética de confianza: Dios nos custodiará con amor en todo instante, guardando nuestra vida humana de todo mal (Cf. versículo 7). Cada una de nuestras actividades, resumida con los verbos extremos de «entrar» y «salir», se encuentra bajo la mirada vigilante del Señor, cada uno de nuestros actos y todo nuestro tiempo, «ahora y por siempre» (versículo 8).

 4. Queremos comentar ahora esta última declaración de confianza con un testimonio espiritual de la antigua tradición cristiana. De hecho, en el «Epistolario» de Barsanufio de Gaza (fallecido hacia la mitad del siglo VI), asceta de gran fama, al que se dirigían monjes, eclesiásticos y laicos por la sabiduría de su discernimiento, se recuerda en varias ocasiones el versículo del Salmo: «El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma». De este modo, quería consolar a quienes compartían con él sus propias fatigas, las pruebas de la vida, los peligros, las desgracias.

 En una ocasión Barsanufio respondió a un monje que le pedía rezar por él y por sus compañeros incluyendo en su augurio este versículo: «Hijos míos amados, os abrazo en el Señor, suplicándole que os guarde de todo mal y que os dé la fuerza para soportar como a Job, la gracia como a José, la mansedumbre como a Moisés, el valor en los combates como a Josué, el hijo de Nun, el dominio de los pensamientos como a los jueces, el sometimiento de los enemigos como a los reyes David y Salomón, la fertilidad de la tierra como a los israelitas… Que os conceda la remisión de vuestros pecados con la curación del cuerpo como al paralítico. Que os salve de las olas como a Pedro, que os saque de la tribulación como a Pablo y a los demás apóstoles. Que os guarde de todo mal, como a sus verdaderos hijos y os conceda lo que le pide vuestro corazón para el bien del alma y del cuerpo en su nombre. Amén» (Barsanufio y Juan de Gaza,« Epistolario», 194: «Collana di Testi Patristici», XCIII, Roma 1991, pp. 235-236).”  [Benedicto XVI, Plaza de San Pedro del Vaticano dedicada a comentar el Salmo 120, miércoles, 4 mayo 2005]

 

La segunda lectura es de la Segunda Timoteo ( 2 Tim 3,14–4,2) .

Después de haber recordado a Timoteo las maravillas pasadas de la evangelización (2 Tm 1.) y expuesto las dificultades presentes (2 Tm 2.), Pablo pasa a enfocar el futuro y sus peligros: herejías y corrupción de la doctrina, apostasías y persecuciones, signos, según él, del combate decisivo entre el bien y el mal. Preocupado por armar a su discípulo con vistas a las luchas que tendrá que librar, le manda que huya de los herejes (2 Tm 3. 1-9), que imite su ejemplo y que siga su doctrina (2 Tm 3. 10-14). Que se instruya también en la Sagrada Escritura (vv. 15-16). Y que, "equipado" de esa forma (v.17), hable "a tiempo y a destiempo" (v.2).

El tema principal sobre el que versa esta fidelidad es la transmisión de lo recibido. Es una de las preocupaciones fundamentales de este escrito, lo cual es un indicio de que no procede directamente del Apóstol de los gentiles, porque en el tiempo de su vida no existía todavía este depósito, tan claramente definido, sino se estaba definiendo. Tampoco se daba, evidentemente, esta continua mirada hacia atrás.

El v. 3.14 destaca que el cristiano de las generaciones posteriores no ha de inventar el núcleo de su fe, sino atenerse y transmitir lo que ha ido recibiendo de los primeros predicadores, cuyo origen está en definitiva en el Señor Jesús.

Para este fin la Sagrada Escritura es elemento fundamental, pues en ella se guardan las líneas principales de este ser cristiano.

Pero es de notar que esta Escritura ha de servir más para salvar que para informar (v.3.16). La preocupación por una transmisión correcta de la doctrina no puede hacer olvidar que lo importante es que tal doctrina se viva. Se insiste más en aspectos prácticos que teóricos, lo cual no sucede en la iglesia contemporánea en muchísimas ocasiones. Particularmente a la jerarquía le preocupa más -a juzgar por sus declaraciones- la "verdad" que la práctica, aunque afortunadamente se vaya cambiando un tanto esta actitud. En este párrafo importantísimo para saber qué es la Sagrada Escritura, se nos dice también cuál es su finalidad: la salvación.

Esta ha de ser la insistencia del predicador (4.1-2). No la pesadez de una doctrina que rápidamente se queda obsoleta e incomprensible, sino la vivencia de ella. Naturalmente, ha de conocerse, porque, si no, sería imposible vivirla, pero ello es secundario con respecto a lo principal.

En este fragmento San Pablo aconseja a Timoteo que insista siempre en la oración y en la enseñanza de la Palabra. San Pablo da juiciosos e importantes consejos a su discípulo, a quien impuso las manos. Se trata de que respete la tradición oral recibida de sus maestros. Porque la Escritura sola no es la guía del cristiano, sino la Escritura leída por la Iglesia. Por otra parte, él ha frecuentado los textos sagrados, que están inspirados. La enseñanza de un apóstol se apoya ante todo en la Escritura.

A partir de ahí ha de dedicarse Timoteo a la proclamación de la Palabra. Es urgente hacerlo; san Pablo insiste. Conjura a Timoteo por la parusía misma, a que intervenga y que lo haga a tiempo y a destiempo, denunciando el mal, reprochando, exhortando, pero con paciencia y con pedagogía.

Los versículos de hoy, son los más explícitos del N.T. en torno al alcance y al valor de las Escrituras. Pablo empieza recordando a Timoteo que toda su educación se ha desarrollado a la manera judía, a partir de las santas letras (v.15): su formación no se apoya sobre teorías o fórmulas mágicas como las que montan los herejes, sino que se apoya sobre documentos, sobre "escrituras".

Por otra parte, esas Escrituras encierran una eficacia por sí mismas: no sólo proporcionan un conocimiento filosófico o cósmico, sino una "sabiduría" que no es otra que la "fe". Es, pues, normal que quienes hacen profesión de instruir a los demás se apoyen sobre las Escrituras en sus tareas docentes (v.16), ya se trate de la didascalia, de la apologética o de la ética.

El hombre de Dios (v.17) que explicita las múltiples virtualidades de las Escrituras y cuenta con su eficacia es un "hombre completo", realmente equipado para su ministerio. Pablo subraya de paso que las Escrituras están inspiradas (v.16): sus palabras tienen un valor que las distingue de las palabras humanas, puesto que están formuladas con el poder del Espíritu que ha dirigido a los profetas. Las Escrituras son útiles al predicador y es importante que se impregne de ellas.

 

El evangelio de hoy es de San Lucas ( Lc 18,1-8 ) nos presenta la narración de la parábola del juez inicuo. Los evangelios de hoy y del próximo domingo nos presentan cada uno una parábola relacionada con la plegaria: hoy la del juez inicuo y la viuda y el próximo domingo la del fariseo y el publicano. La finalidad principal de la parábola que hoy leemos es la enseñanza sobre cómo debe ser la verdadera oración: perseverante y humilde; la misma introducción a la parábola nos da ya esta orientación: "para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse".

La viuda insistente  pudo ser un personaje concreto que existía en esos años y el juez inicuo también. Y, también, la admirable historia de la perseverancia de esa mujer pudo ser un hecho cierto y conocido. Una de las características de la parábola oriental es tomar como punto de partida algo conocido, ocurrido en esos años.

El protagonista de la parábola es una viuda que acude a un juez para que le haga justicia, seguramente, en cuestiones monetarias o de herencia, contra un adversario mucho más rico, poderoso e influyente que ella, ante el cual no tiene otra arma más que su constancia y tesonería. En el mundo bíblico la viuda equivale a la mujer casada que perdió no sólo al esposo sino también y especialmente el soporte financiero de algún miembro masculino de su familia y necesita, por tanto, protección legal. El acento recae, por tanto, en lo que nosotros llamaríamos secuelas de la viudez. Su condición era considerada incluso como un oprobio. La viuda era la imagen más viva del dolor y de las lágrimas. El juez, finalmente, cede. Lo hace a causa de las molestias que le provocan las continuas quejas de la mujer. Quiere que le deje en paz de una vez.

Si la parábola está centrada sobre todo en la actitud de la viuda, la aplicación que Jesús hace de ella se fija en el juez ("Fijaos en lo que dice el juez injusto"). Los oyentes de Jesús deben dar un salto y trasladar la conclusión del juez a Dios: si este juez injusto, movido puramente por un motivo egoísta, es capaz de escuchar, ¿habrá alguien capaz de imaginar que Dios no escucha siempre a todos y especialmente a sus elegidos, a los pobres y necesitados? De este modo pasamos de las cualidades que debe tener la oración, tema de la parábola en sí misma, a la seguridad y confianza de que esta oración siempre será escuchada, tema principal de la aplicación puesta en labios de Jesús, en la que el juez es presentado como figura contrastante con el modo de actuar de Dios.

El versículo 8b ("Pero cuando venga el Hijo del Hombre...") parece que originariamente no pertenecía a la parábola, sino que enlaza mucho mejor con las palabras de Jesús sobre la segunda venida del Hijo del Hombre en 17, 20-37. Los discípulos de Jesús, ¿serán capaces de mantener la fidelidad a su Señor durante todo este tiempo en que esperan su retorno, tiempo a veces de dudas y oscuridades? Esto debe preocuparles mucho más que el querer saber si su oración es escuchada por Dios, sobre lo cual no deben tener ninguna duda.

 

 

Para nuestra vida.

La primera lectura nos presenta la oración comunitaria de Moisés. No estamos solos en la oración. Nos acompañan siempre los hermanos. Y hemos de tener en cuenta que hemos de rezar siempre. Dios espera nuestra oración, aunque no la necesite.

Ante la figura de Moisés con los brazos en alto mientras que a sus pies transcurre la batalla nos surge una pregunta es: ¿Dios necesita de una actitud visible en la oración para aceptarla, para hacer caso? Cada vez que Moisés bajaba los brazos, en la lucha ganaba Amalec y perdía Josué. Moisés, claro, perdía la actitud orante física por el cansancio y no aguantaba tener los brazos elevados. Y de ahí que le sentaran sobre una piedra mientras Aarón y Juur le sujetaban las manos. ¿Necesitaba Dios esa postura? No, claro que no. Quien la necesitaba eran los combatientes que se esforzaban al máximo al saber que Dios les ayudaba gracias a la oración permanente de Moisés. ¿Y Dios que hacía? Bueno, habrá que pensar que esa victoria de Moisés y de su pueblo estuvo presente en la mente de Dios desde siempre. Pero es obvio que la figura de Moisés con los brazos apuntalados por sus compañeros es un excelente símbolo de la oración constante y continuada, llevada a cabo sin desfallecer. Y Dios, lo sabemos, gusta de esa continua cercanía a Él de sus criaturas, porque ellas le han dado muchas veces la espalda a lo largo de la historia. Dios no quiere que sus hijos se apartemos de él, no quiere “el silencio del hombre”, la falta de actitud orante de su criatura.

El texto parece atribuir una fuerza mágica a las manos alzadas de Moisés. Sin embargo, no son las manos de Moisés la causa de la victoria, como no lo son tampoco los carros y los muslos de los guerreros de Josué. La convicción de que sus triunfos no se debían a sus propias fuerzas, sino a la ayuda y al poder del Señor, estaba profundamente arraigada en Israel.

El texto es una reflexión de fe sobre el problema que ha angustiado más a los hombres: la ausencia o el silencio de Dios. Dios se ha querido presentar como el «Dios con nosotros», el Emmanuel. El está realmente con los hombres, individual y colectivamente. Es también el "Dios con el pueblo". Toda la revelación bíblica no es nada más que la afirmación de que Dios ha entrado en la historia de los hombres, la hace y la transforma juntamente con ellos.

La Biblia nos ofrece también el esfuerzo de los hombres por encontrar a Dios y cómo lo han conseguido, descubriéndolo precisamente en el corazón de su propia historia. Evidentemente el éxito de la aventura humana de la búsqueda de Dios se debe a la iniciativa de Dios que se ha revelado, que ha salido al paso de los que le buscaban y que ha suscitado, incluso, él mismo, este espíritu de búsqueda. Pero eso no anula el mérito del esfuerzo humano, que, como todas las cosas humanas, tiene sus limitaciones, sus momentos de desaliento ante dificultades humanamente insuperables, e igualmente sus momentos de euforia y entusiasmo. Es lo que nos describen estas narraciones en un contexto existencial, vivido y revivido en el corazón del pueblo y conservado en sus tradiciones ancestrales. Es lo que Jesús recogerá en la cruz con el grito: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Y lo que Jesús mismo iluminará con sus palabras y con su actitud: "Padre, en tus manos entrego mi espíritu". Presencia de Dios, responsabilidad del hombre, respuesta de fe: don de Dios.

 

En el salmo se nos recuerda la actitud de levantar los ojos a los montes, que  es mirar al Templo. Para nosotros, hoy, es un canto de alabanza al Señor que siempre guarda nuestros caminos y nuestros trabajos, dada su continua generosidad para con sus criaturas.

El salmo nos invita a motivar nuestras seguridades: "levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra". Orar es reconocer la grandeza de Dios y nuestra debilidad, y orientar la vida y el trabajo según Dios.

El salmo 120 nos presenta un Dios vigilante, un Dios amante, un Dios siempre en acción, un Dios siempre dispuesto al servicio. Un Dios al que invocamos como “ nuestro auxilio es el nombre del señor, que hizo el cielo y la tierra”.

Y cuando nos unimos a Él  mediante la oración, Él nunca ha cesado jamás de "estar" con cada uno, como dice el salmo. Cada uno soy, una criatura, un humilde ser. Tú Señor, no cesas jamás de ser. Y mediante tu creación continua, tu amor asiduo y continuado, el universo se mantiene en la existencia. " tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel”.

Si Dios posee su ser en la plenitud de un "hoy" de una suprema densidad, nosotros, por naturaleza, "construimos nuestro ser a través del tiempo, en una evolución", estamos "en camino". Por esto, la peregrinación, la migración, son símbolos profundos de la condición humana. La historia de los pueblos, de las civilizaciones, de los individuos, es una "larga marcha", penosa, llena de emboscadas, que hay que continuar y reiniciar constantemente. Haz, Señor, que jamás nos detengamos, que jamás dejemos de "alzar los ojos hacia la meta", que nunca nos desalentemos, que avancemos siempre paso a paso.

" El Señor te guarda a su  sombra, está a tu derecha". Seis veces aparece en este salmo la palabra "guardián", "guardar". El mundo moderno, desprecia todo lo que significa "seguridad", y admira lo que es "riesgo"... Sin embargo, este mismo mundo moderno toma toda clase de seguros, seguro de vida, de incendio, contaminación de aguas, de rompimiento de cristales, de accidentes corporales, etc. La seguridad es necesidad esencial del hombre. Pero todas estas seguridades que tomamos, por útiles que sean, son en su mayoría irrisorias.

El hombre rodeado de toda clase de seguros, no está seguro en lo esencial. Ante tantas vidas errantes, Señor, danos la profunda seguridad que viene de Ti, " No permitirá que resbale tu  pie"... " de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche"... "con tu eterna presencia, protégenos de todo peligro en todo momento"... " el Señor guarda tus entradas y  salidas, ahora y por siempre"...

Ninguno de nosotros está solo en el camino. Peregrinar, era en tiempos pasados, para quién lo hacía, abandonar la cálida comunidad pueblerina que lo protegía, para afrontar los peligros innumerables de los caminos difíciles de aquellos tiempos... Loca aventura, que corría el riesgo de terminar en las garras de un león, o bajo el puñal de salteadores de caminos. Por esto la comunidad local lo toma bajo su custodia espiritual, el peregrino la abandona luego de hacer oración con ella y recibir una especie de delegación: "que Dios no deje resbalar tu pie, que nunca duerma el que te ¡cuida!" Mientras duraba el peligroso viaje, se acompañaba espiritualmente a quien estaba en camino. Ayúdanos, Señor, a responsabilizarnos por nuestros hermanos,... Haz, Señor que no andemos solos, que caminemos al lado de nuestros hermanos, con ellos, solidariamente.

 

La segunda lectura nos recuerda que todos tenemos que estar bien preparados ante la venida de Jesús. Hoy nos interesan, especialmente, la frase última del fragmento proclamado y que se relaciona con la oración continua y persistente: “proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta, con toda comprensión y pedagogía”. Es un encargo fuerte, completo, y nada fácil. Pero así es el trabajo de la evangelización. No se puede parar porque parar es retroceder.

Debemos hacer de la Escritura, principalmente del Nuevo Testamento, nuestro libro de cabecera. No sólo debemos conocer la letra del evangelio de Jesús, sino, sobre todo, impregnarnos de su espíritu, tratar de vivir según el espíritu de Jesús. Todos los cristianos debemos ser modelos de virtud y de obras buenas para los demás. Hoy día, más que corregir y reprender a los demás con palabras, debemos hacerlo con nuestras obras. Ser humildes, mansos, generosos, estando siempre dispuestos a ayudar a los demás y predicando siempre el evangelio del Reino, evangelio de santidad y de gracia, de vida, de justicia, de amor y de fe.

Cuando san Pablo se dirige a su discípulo Timoteo el cristianismo se estaba formando y los receptores de esas palabras eran personas que venían del paganismo y los conocimientos que tenían de Cristo y su doctrina eran escasísimos. No podemos pensar hoy nosotros que podamos aplicar estas palabras literalmente a las comunidades cristianas a las que nosotros nos dirigimos. Lo que tenemos que hacer hoy, sí, como entonces, es tratar de que nuestras palabras contribuyan a que la gente con la que hablamos sea “perfecta y y esté preparada para toda obra buena… exhortando con toda magnanimidad y doctrina”. Lo de argüir a tiempo y a destiempo hay que interpretarlo en cada caso y momento. Hablemos cuando tenemos que hablar y sepamos callarnos cuando no estemos seguros de que nuestras palabras vayan a contribuir a que a las personas a las que hablamos les vayan a ser útiles y vayan a contribuir a que sean más perfectas y les animen a hacer obras buenas.

Un auténtico conocimiento de la Escritura sólo lo consigue el creyente que está preocupado por leer la presencia de Dios en el hoy del mundo y los compromisos de los hombres.

La Escritura es regla de la fe, pero es la lectura de los "signos de los tiempos" lo que desentraña toda su actualidad.

 

 En la parábola del evangelio,  Jesús también nos enseña la importancia de la oración en nuestra vida.

 

La parábola del juez inicuo y de la viuda obstinada recuerda la necesidad de orar sin desaliento aun cuando el Señor tarde y parezca sordo a todas las llamadas. Los dos personajes de la parábola son, de una parte, un juez sin fe ni ley (v. 2), poco preocupado por hacer justicia, sobre todo cuando se trata de un ser tan débil como una viuda; en una palabra: un individuo bastante ancho de manga que termina por hacer justicia a la viuda para quedarse tranquilo y evitarse posibles consecuencias desagradables (v. 5). Tenemos, por otra parte, a una viuda débil, pero segura de su derecho, por el que lucha encarnizadamente.

El argumento de Jesús es muy simple (vv. 6-8): si un juez inicuo termina por hacer justicia a una viuda, cuánto más Dios hará justicia a sus elegidos, actualmente a merced de sus enemigos.

La parábola da también a entender que Dios hará justicia urgentemente (v. 8a), pero sólo después de haber estado mucho tiempo contemporizando (v. 7). Por consiguiente, el cristiano debe incluir en su oración la aceptación del plazo que Dios tenga determinado; orará "sin descanso".

En su parábola, el juez no tiene más remedio que conceder a la buena mujer la justicia que reivindica. No se trata de comparar a Dios con aquel juez, que Jesús describe como corrupto e impío, sino nuestra conducta con la de la viuda, con una oración también de petición y perseverante.

La oración cristiana no es ya un llamamiento a la intervención inmediata y a la venganza (como sucede aún en Ap 6, 10). Coincide con la paciencia de Dios con el fin de que los pecadores tengan tiempo de convertirse (2 Pe 3, 9-15).

Jesús enseña que orar debe de ser en toda hora y en toda ocasión. Jesús nos pide que oremos con constancia y sin desánimo dando por entendido que Dios puede no “contestarnos” inmediatamente y, por supuesto, no darnos enseguida –o nunca—lo que específicamente nosotros le pedimos. Está definiendo lo que se ha llamado “el silencio de Dios”, que tanto nos inquieta y preocupa. El mismo Jesús –se ha dicho muchas veces—vivió esa situación de desamparo desde el Huerto de los Olivos hasta el momento de su muerte en la Cruz.

Lo importante es que Jesús nos pide orar siempre, aunque el objeto de nuestra oración parezca que no tiene solución. Si lo pensamos bien el juez inocuo podría haber usado de la fuerza para callar a la mujer. O, incluso, haber juzgado en contra de los intereses de la reclamante. Es ahí donde nos muestra la aparición de una idea fundamental para la existencia humana: pedir contra todo pronóstico “realista” de recibir lo demandado porque, Dios, sin duda vendrá en nuestra ayuda.

La intención de Jesús al proponer esta parábola está bien clara: la necesidad de una oración continuada. Tengamos en cuenta, por otra parte, que los ejemplos siempre son imperfectos (decían los romanos: "exempla nunquam currunt quattuor pedibus"). El Padre de Jesús no es este juez inicuo, descreído y fanfarrón, y no hace falta aporrearle la puerta del despacho para que nos escuche. De todas las formas la insistencia machacona de la viuda, figura desvalida y en contraste con el juez prepotente, consigue lo que busca, que se le haga justicia. La figura de la viuda se asemeja más a la nuestra que la del juez a Dios. Tampoco Jesús intenta aplicar a Dios la última razón del juez para hacer justicia: "para que deje de molestarme de una vez".

La oración es el acto de fe por excelencia. Sin la fe la oración no tiene sentido. Jesús, más que nunca en estos tiempos de ruidos y de superficialidad, nos invita a no abandonar la columna de la oración. Con ella podemos unir la tierra y el cielo y al hombre con Dios. ¿Cómo? Siendo constantes, alegres y persistentes en la oración. No está de más el recordar que, también una gota con su goteo permanente, es capaz de romper una gigantesca roca. Y no es menos cierto que, la oración permanente, produce sosiego, seguridad, optimismo y la sensación de que Dios camina codo a codo junto a nosotros.

Termina sus palabras con una frase misteriosa y que, sin duda, es como una pregunta a todos y cada uno de nosotros… a los cristianos y cristianas de todos los tiempos y generaciones: “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?” ¿Había previsto ya el Señor las tremendas crisis de fe que sus seguidores han ido experimentando a lo largo de la historia?.

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

sábado, 27 de septiembre de 2025

Comentario a las lecturas del domingo XXVI del Tiempo Ordinario 28 de septiembre de 2025.

Las lecturas de hoy destacan por el carácter social que tienen. Las tres lecturas nos ayudan a visualizar las necesidades de nuestro entorno y señalar las actitudes adecuadas en un cristiano.

La primera lectura del profecía de Amós (Am 6,1a.4-7).

Los caps. 3-6 de Amós están formados por una serie de breves oráculos contra Israel y que desarrollan la temática del oráculo de amenaza de 2,6 ss. Empiezan todos ellos con las fórmulas: "Escuchad esta palabra...", "Ay de los que...".

En Am. 6,1-7 se describe, con amplitud, la conducta de los dirigentes de Israel (vs.1-6), y acaba con un breve oráculo de condena (v.7).

Con gran ironía, Amós describe en los vv. 4-6 el lujo y goces a los que se entrega esta gente despreocupada: el "arrellanarse en divanes" no sólo es un lujo inaudito en Israel sino que también indica una actitud de apoltronamiento, de "aquí me las den todas", de vivir la vida bien sin abrir los ojos a la realidad.

Tocan el arpa, como David, pero con un fin muy diverso: divertirse; beben en copas que sólo estaban destinadas a uso cúltico. Creen servir a los intereses del pueblo , dedicándose a los placeres de la mesa; sólo viven para la fiesta.

El "pues ahora" del v. 7 introduce el oráculo de condena: la inminencia del juicio divino caerá como jarro de agua fría sobre las ilusiones alienantes de los samaritanos.

Los caps. 3-6 de Amós están formados por una serie de breves oráculos contra Israel y que desarrollan la temática del oráculo de amenaza de 2,6 ss. Empiezan todos ellos con las fórmulas: "Escuchad esta palabra...", "Ay de los que...".

En Am. 6,1-7 se describe, con amplitud, la conducta de los dirigentes de Israel (vs.1-6), y acaba con un breve oráculo de condena (v.7).

Amós describe en los vv. 4-6 el lujo y goces a los que se entrega esta gente despreocupada: el "arrellanarse en divanes" no sólo es un lujo inaudito en Israel sino que también indica una actitud de apoltronamiento, de vivir la vida bien, centrados en la propia y egoísta  realidad.

Tocan el arpa, como David, pero con un fin muy diverso: divertirse; beben en copas que sólo estaban destinadas a uso cúltico (Ex 38. 3; Nm 4. 14). Dedicándose a los placeres de la mesa creen servir a los intereses del pueblo; sólo viven para la fiesta, "... pero no os doléis del desastre de José".

El "pues ahora" del v. 7 introduce el oráculo de condena: la inminencia del juicio divino caerá como jarro de agua fría sobre las ilusiones alienantes de los samaritanos.

 

El responsorial es el  salmo 145 (Sal 145,7.8-9a.9bc-10).

Es un "himno" del reino de Dios. A partir del salmo 145, hasta el último, el 150, tenemos una serie que se llama el "último Hallel", porque cada uno de estos seis salmos comienza y termina por "aleluia". En esta forma el salterio termina en una especie de ramillete de alabanza. Recordemos que la palabra "hallélouia" significa, en hebreo "alabad a Yahveh", "alabad a Dios".

El salmo contrapone la suerte del que confía en el hombre y la del que confía en Dios. Es el primero de los cinco salmos «aleluyáticos», que cierran el Salterio. En él abundan las reminiscencias de otros salmos y textos bíblicos, y abundan también los paralelismos sinónimos.

Con frases estereotipadas, el salmista inicia su poema exhortándose a sí mismo a alabar a Yahvé. La idea central del salmo es la confianza en Dios, de quien únicamente puede venir el auxilio seguro al hombre. En consecuencia, es inútil confiar en poderes humanos, por muy altos que sean, pues los mismos príncipes dejan de existir y después de la muerte no pueden prestar ayuda a nadie. Sólo el Dios de Jacob puede inspirar verdadera confianza, pues es el mismo que ha formado el cielo y la tierra, y, por otra parte, es fiel a sus promesas de protección a sus devotos. Especialmente muestra su solicitud y favor con los necesitados: los oprimidos, los hambrientos, los ciegos, los contrahechos, los peregrinos, los huérfanos y las viudas. Ese Dios providente y justo tiene su morada en Sión y desde ella mantiene su dominio por la eternidad.

En este salmo junto al afecto básico de la alabanza, se abre paso la confianza del salmista, como experiencia propia y como invitación a otros. La confianza se funda en los predicados hímnicos del Señor

En los VV. 6-9, después de recordar la acción creadora, recuenta una serie de obras de misericordia, que caracterizan a Dios.

En el V. 10 indica en qué consiste el reinado de Dios. El Dios del universo es el Dios de Sión, porque eligió un pueblo y un templo.

Las razones de la actitud de bienaventuranza de Dios con su pueblo se reducen a actos de fe en el poder de Yahvé, que se presenta como el gran Auxiliador en toda clase de necesidades del hombre, en contraste con la impotencia y fragilidad de éste. Él es Creador; siempre fiel y valedor de oprimidos, hambrientos, cautivos, ciegos, peregrinos o huéspedes, huérfanos y viudas, y, por antítesis, castigador de los malvados.

Así comenta San Juan Pablo II, este salmo: " 1. El salmo 145, que acabamos de escuchar, es un «aleluya», el primero de los cinco con los que termina la colección del Salterio. Ya la tradición litúrgica judía usó este himno como canto de alabanza por la mañana: alcanza su culmen en la proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia humana. En efecto, al final del salmo se declara: «El Señor reina eternamente» (v. 10).

De ello se sigue una verdad consoladora: no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad (cf. vv. 6-9).

2. Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad.

Son doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices.

3. Así, el hombre se encuentra ante una opción radical entre dos posibilidades opuestas: por un lado, está la tentación de «confiar en los poderosos» (cf. v. 3), adoptando sus criterios inspirados en la maldad, en el egoísmo y en el orgullo. En realidad, se trata de un camino resbaladizo y destinado al fracaso; es «un sendero tortuoso y una senda llena de revueltas» (Pr 2,15), que tiene como meta la desesperación.

En efecto, el salmista nos recuerda que el hombre es un ser frágil y mortal, como dice el mismo vocablo 'adam, que en hebreo se refiere a la tierra, a la materia, al polvo. El hombre -repite a menudo la Biblia- es como un edificio que se resquebraja (cf. Qo 12,1-7), como una telaraña que el viento puede romper (cf. Jb 8,14), como un hilo de hierba, verde por la mañana y seco por la tarde (cf. Sal 89,5-6; 102,15-16). Cuando la muerte cae sobre él, todos sus planes perecen y él vuelve a convertirse en polvo: «Exhala el espíritu y vuelve al polvo; ese día perecen sus planes» (Sal 145,4)

4. Ahora bien, ante el hombre se presenta otra posibilidad, la que pondera el salmista con una bienaventuranza: «Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios» (v. 5). Es el camino de la confianza en el Dios eterno y fiel. El amén, que es el verbo hebreo de la fe, significa precisamente estar fundado en la solidez inquebrantable del Señor, en su eternidad, en su poder infinito. Pero sobre todo significa compartir sus opciones, que la profesión de fe y alabanza, antes descrita, ha puesto de relieve.

Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, dar pan a los hambrientos, visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los miserables. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo y en el preso. «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40): esto es lo que dirá entonces el Señor." . (San Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 2 de julio de 2003).

La segunda lectura es de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1 Tim 6,11-16).El texto es el final de la primera carta a Timoteo.

El texto subraya lo que en las cartas pastorales se denomina la sana doctrina. El tema se halla dentro de la exhortación a «conservar el mandamiento sin tacha ni culpa», es decir, todo el mensaje religioso de Cristo (14), y en el v 20, que manda igualmente «guardar el depósito».

Probablemente estas palabras recogen la conclusión de un himno litúrgico, de ahí que contengan una doxología con el "amén" final. Se contrapone la realeza de Jesús a cualquier apoteosis humana y al señorío de los emperadores. Porque sólo Jesús es el Señor.

El hombre de Dios debe buscar la “Justicia” (Diakaiosune) Lo recto, lo equitativo. Lo recto y equitativo tiene que ver con nuestros pensamientos, actos, conductas. Debido a que seguimos a Dios debemos ser justos en nuestros juicios respecto a las personas, debemos ser cuidadosos es como juzgamos las cosas, ya que debemos hacerlo con “justo juicio”. El uso de nuestros recursos que Dios no dio debemos usarlo de forma “justa”, si somos empleadores debemos ser justos con los trabajadores, sino somos trabajadores debemos servir “justamente” a los empleadores. En la comunidad de creyentes debemos ser justos con el trato con los hermanos, evitando toda discriminación que no fuera justa. La justicia es todo lo que demos perseguir.

El hombre de Dios debe perseguir la piedad (gr. Eusebia) debe seguir lo devoto, lo reverente. La piedad tiene que ver con el esfuerzo, el sacrificio, para ser piadoso, el camino no es fácil.

El hombre de Dios debe buscar la fe (gr. Pistis) significa persuasión, credibilidad, convicción, confianza. Esta palabra aparece 19 veces en la carta, por lo que parece ser también de suma importancia.

Un hombre de Dios sigue el amor (Gr ágape) afecto, benevolencia. Aparece 5 veces en esta carta. Pablo dice que el mandamiento para refutar a los falsos maestros es el amor (1:5) que el amor de Dios es abundante (1:14) la mujer cristiana debe permanecer en el amor (2:15) debemos ser ejemplos en amor (4:12).

El hombre de Dios sigue la paciencia (Gr. Jupomoné) resistir o aguantar alegremente. San Pablo argumentando sobre la justificación por la fe, hace esta extraordinaria conexión con la paciencia (Rom 5:3-5) La paciencia nos enseña a esperar en Dios y en su plan salvador que tiene para la humanidad y para cada uno de sus hijos, la paciencia nos invita a gozarnos en Dios pase lo que pase.

El hombre de Dios busca la mansedumbre (Gr praótes) gentileza, humildad. La palabra en griego también expresa humildad. El hombre que es manso es el hombre que sabe quién es por la gracia de Dios, conoce sus limitantes. 

El hombre de Dios debe huir de los que no se conforman a las sanas palabras del Evangelio, del envanecimiento y del amor al dinero. Y debe seguir la justicia, la piedad, el amor, la paciencia y la mansedumbre. Pero en el fondo de todo este escenario el hombre de Dios debe huir del pecado, lo más rápido y fugaz que pueda y correr con todas sus fuerzas y energías, como corriendo por su vida a los brazos de Jesús, aferrarse en su sacrificio y en su justicia, porque él es su único y suficiente salvador.

 

El evangelio continua siendo de san Lucas (16,19-31). Dentro de la perspectiva de camino Lucas vuelve a ofrecernos una parábola de Jesús.

La parábola forma parte de una más amplia réplica, es contundente. Buenos conocedores de la Ley y de los Profetas como son los fariseos, éstos deberían saber que aquello que los hombres tienen por más elevado, para Dios es sólo basura (Lc.16,15). Pero parecen desconocerlo, a pesar de que el principio mantiene toda su vigencia, especialmente ahora que el Reino de Dios es una realidad. Para recalcar esa vigencia cuenta Jesús la siguiente parábola: Había una vez un judío rico, que, tras llevar una vida regalada, vivía atormentado en el infierno. En este punto de la parábola Jesús se sirve de los mismos espacios figurativos con que sus interlocutores fariseos concebían el más allá de la muerte. Estos espacios eran el seol o infierno como lugar de tormento y el seno de Abrahán como lugar de dicha. Seno de Abrahán es en realidad una imagen que designa el puesto de honor en un banquete, es decir, el puesto a la derecha del anfitrión.

En el relato aparecen dos partes distintas. La primera (vv. 19-26), la única parábola del Evangelio en la que uno de los protagonistas aparece con su nombre, Lázaro ("Dios ayuda"), podría ser una transposición cristiana de un cuento egipcio introducido en Palestina por los judíos alejandrinos y que relataba la suerte diferente del publicano Bar Majan y de un escriba pobre. La segunda parte (vv. 27-31) es más original, pero su objeto es distinto: Lázaro no desempeña en ella más que un papel secundario y el interés se centra en torno a la suerte de los cinco hermanos del rico, buenos vividores a quienes la amenaza del Día de Yahvé no llega a convertir (cf. Mt 24, 37-39).

a) La primera parte aplica, pues, la teoría judía de la retribución por trastrueque de las situaciones a los pobres y a los ricos, lo mismo que en las bienaventuranzas (Lc 6, 20-26; cf, también Lc 12, 16-21). No se trata, por tanto, de saber si el rico era un buen o mal rico y Lázaro un buen o mal pobre. La parábola no se interesa por las condiciones morales de sus vidas, sino por el anuncio de la proximidad del Reino en un mundo sociológicamente determinado. De hecho nos encontramos en esta parte de la parábola con el clima de la comunidad primitiva de Jerusalén, constituida de pobres y bastante revanchista respecto a los ricos (Act 4, 36-37; 5, 1-16). En ella parecen estos incapaces de optar por una vida nueva, ligados como están a la vida presente por el disfrute de todos sus bienes; los pobres están más disponibles; por eso es más accesible para ellos el Reino.

-"Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino..." "Y un mendigo llamado Lázaro...": La parábola, que tiene como destinatarios -de acuerdo con el contexto anterior- los fariseos, tiene dos partes. En la primera, se contrasta la vida de un hombre rico con la de un hombre pobre, un mendigo. El mendigo se llama Lázaro, pero no parece que tenga ninguna relación con Lázaro hermano de Marta y María, del evangelio según san Juan.

Las situaciones de estos dos personajes quedarán totalmente invertidas, y de una manera irreversible, en la vida del más allá, con el paso de la frontera de la muerte. Se trata de un tema relacionado con el del evangelio del domingo pasado: los dos consideran las riquezas como impedimento para conseguir la vida verdadera. En esta primera parte de la parábola se establecen dos momentos: en un primer momento, el contraste entre el rico y el mendigo y en un segundo momento, el diálogo entre el rico y Abraham a propósito de la situación en el más allá. El mensaje de la parábola radica en la valoración que hace Dios de los hombres y de su conducta, bien distinta de nuestras valoraciones. Se han encontrado algunos paralelos de esta parábola en escritos de la época: un documento del año 47 d.C. narra una historia egipcia en la que aparece igualmente la situación invertida de un mendigo y un rico en la vida del más allá. También en la literatura rabínica se encuentran narraciones parecidas. Jesús podía estar familiarizado con estas narraciones de la época, pero la parábola del evangelio tiene muchos elementos propios.

La segunda parte de la parábola "El rico insistió: Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre...", nos orienta hacia la perspectiva de las condiciones de la espera escatológica y corrige singularmente el concepto demasiado sociológico y demasiado materialista de la primera parte. Aquí, en efecto, no son ya la riqueza y la pobreza las que reciben un premio, sino la irreligión y el egoísmo los que oscurecen el corazón de los hombres hasta el punto de no poder leer los signos que Dios le ofrece, incluso a través de los milagros. Los hombres irreligiosos viven en un egoísmo que les cierra a priori a todas las anticipaciones de Dios; en este punto se encuentran a ras de tierra de forma que no pueden en absoluto ver el menor signo de Dios en los acontecimientos. Para ellos la muerte pone fin a la existencia (v. 28); ni siquiera les convencerá una prueba de la resurrección de los cuerpos porque han perdido el hábito de ver los signos de la supervivencia en su vida misma. La exigencia de signos no es más que un falso pretexto: el hombre no es salvado más que por la audición de la Palabra ("Moisés y los profetas") y por la vigilancia, no por las apariciones y los milagros.

El centro del relato es el destino de los cinco hermanos del rico. ¿Cómo hacer que se conviertan? La conversión no es fruto de milagros espectaculares, sino de escuchar a Moisés y a los profetas (Cf.Rm 10,17). Este camino no es imposible (Dt 30,11-14). La alusión a un resucitado de entre los muertos se refiere a la muerte y a la resurrección de Cristo, y es una advertencia a los que aun se comportan despreocupadamente como los cinco hermanos del rico.

Para nuestra vida

Las lecturas de hoy  denuncian la desigualdad y el injusto reparto de las riquezas que es mayor cada día. A la luz del texto del profeta Amós y de la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro , debemos hacer nosotros, hoy, en este domingo, un examen de conciencia sincero y comprometido.

.Así leemos en la primera lectura: " Esto dice el Señor omnipotente: ¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión… se acuestan en lechos de marfil, se arrellanan en sus divanes…, pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José". Las palabras de profeta Amós, pastor de Tecoa, escritas unos quinientos años antes de Cristo, nos mandan a nosotros el mismo mensaje que nos dará  la parábola de Cristo a los fariseos sobre el rico Epulón y el pobre Lázaro. Hoy día, más de dos mil años después de Cristo podríamos repetirlas nosotros con un lenguaje distinto, pero con el mismo contenido y mensaje. La sociedad actual sigue poniendo el dinero y la buena vida por encima de todo lo demás.

La palabra de Amós sigue sonando con gran actualidad. Hoy su protesta es contra los que confiaban en Dios, pensando tenerlo propicio por el sólo hecho de que su templo estuviera sobre el monte Sión en Jerusalén, o sobre el monte Garizim, en Samaria. Se fiaban de sus prácticas religiosas, creyendo que dando culto a Dios ya se podía faltar, impunemente, a los más sagrados deberes de justicia y de caridad.

Son situaciones que todavía se dan. Sí, hay quienes piensan que con asistir a Misa, con comulgar de cuando en cuando, con rezar determinadas oraciones o dar algunas limosnas, ya está todo arreglado. Y viven completamente al margen de lo que es el camino señalado por Dios, seguros de que al final todo se solucionará, de que habrá tiempo de arrepentirse. Y mientras llega ese momento, tan lejano al parecer, viven como paganos, sin pensar más que en sí mismos.

"Os acostáis en lechos de marfil, tumbados en camas; coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo…" (Am 6, 4). Amós es un hombre de campo, rudo y recio, no tiene una sensibilidad especial para reaccionar contra toda aquella molicie que contemplan sus ojos. Y critica duramente la vida fácil y comodona de sus contemporáneos, les echa en cara su culto al confort, su vida aburguesada y muelle.

El confort excesivo destruye al hombre, le corrompe, le pudre. El que no está habituado al sacrificio acaba convirtiéndose en un hombre inútil, débil, un ser derrotado antes de la lucha. Si no hay esfuerzo, no hay fortaleza. Y sin fortaleza el hombre no puede realizarse, salvarse a sí mismo. El que no pone empeño en la vida, acabará prematuramente sumergido en la muerte.

 

El salmo 145 ( responsorial de hoy) es un canto de alabanza al Dios poderoso compuesto con intenciones didácticas. No se debe confiar en los hombres, aunque sean poderosos, porque sus planes perecen lo mismo que ellos. Dios, que demuestra su poder con doce acciones dirigidas a los más oprimidos de la humanidad, suscita la auténtica confianza. El salmo se considera una alabanza, en el verso final se proclama su señorío universal; expresa un augurio de que Dios ejerce su reinado para que tengan vida plena cuantos confían en Él.  El texto presentado hoy es el final del salmo, que es una confesión de fe colectiva a cargo de la asamblea (vv. 6-10).

A pesar de las previsiones que se tomaron- en el AT- para que nunca hubiera pobres en el pueblo de Israel, como fue la institución del año sabático o la atribución propia del rey -defensor del pobre, del huérfano y de la viuda-; no obstante las promesas de la Escritura, los pobres están ahí con el clamor de su pobreza.

Dios obra a pesar de las injusticias. La vida del hombre justo se caracteriza por estar en las manos de Dios. No se le ahorrarán las pruebas de aquellos que obran mal. Entre los propósitos de éstos figuran oprimir al justo, no perdonar a la viuda, ni respetar al anciano. Pretenden, en último término, comprobar si Dios está con el justo: «se ufanan de tener a Dios por Padre, veamos si sus palabras son verdaderas» (Sab 2,17).

Así valora San Juan Pablo II, la importancia de confiar en Dios:

4. Ahora bien, ante el hombre se presenta otra posibilidad, la que pondera el salmista con una bienaventuranza: «Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios» (v. 5). Es el camino de la confianza en el Dios eterno y fiel. El amén, que es el verbo hebreo de la fe, significa precisamente estar fundado en la solidez inquebrantable del Señor, en su eternidad, en su poder infinito. Pero sobre todo significa compartir sus opciones, que la profesión de fe y alabanza, antes descrita, ha puesto de relieve.

Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, dar pan a los hambrientos, visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los miserables. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo y en el preso. «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40): esto es lo que dirá entonces el Señor.

5. Concluyamos nuestra meditación del salmo 145 con una reflexión que nos ofrece la sucesiva tradición cristiana.

El gran escritor del siglo III Orígenes, cuando llega al versículo 7 del salmo, que dice: «El Señor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos», descubre en él una referencia implícita a la Eucaristía: «Tenemos hambre de Cristo, y él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Los que hablan así, tienen hambre.

Los que sienten necesidad de pan, tienen hambre». Y esta hambre queda plenamente saciada por el Sacramento eucarístico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo (cf. Orígenes-Jerónimo, 74 omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 526-527)." (San Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 2 de julio de 2003).

En la Segunda Carta a Timoteo, que se lee en este Vigésimo sexto Domingo del Tiempo Ordinario, nos ofrece todo un programa. Tiene, incluso, mucho sentido consignar de final al principio esas virtudes. Delicadeza, paciencia, amor, piedad, justicia. San Pablo que era un hombre de extraordinaria fortaleza y empuje estaba "tocado" por la acción del Espíritu que es quien da esos brillos importantes a nuestra alma. Necesitamos paciencia y delicadeza para tratar justamente al prójimo y será nuestro amor hacia él –y, por tanto, a Dios— lo que nos incline a una auténtica piedad.

San Pablo anima a la práctica de varias virtudes. De las enumeradas- la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza la primera es la justicia. No hay caridad (amor) sin justicia, la piedad desligada de la justicia puede ser falsa, la fe que no se traduce en obras está muerta, la paciencia y la delicadeza no son enemigas de la denuncia y del compromiso solidario con los oprimidos.

Si hay algo que define al cristianismo es la piedad. Pero seamos realista ¿Es lo que vemos hoy? ¿Vemos a los niños siendo guiados en la piedad? ¿Vemos padres piadosos? ¿Vemos iglesias piadosas? ¿Vemos pastores piadosos? ¿Vemos jóvenes hambrientos por ser piadosos? Al parecer es lo que menos vemos. Y Esto es por el simple hecho de que nuestra sociedad de comodidad tiene más influencia en nuestra vida que el mismo evangelio. Esto es porque la piedad tiene que ver un esfuerzo, un sacrificio, debe doler, debes gemir, debes llorar para ser piadoso, no es un camino fácil. Pablo lo ilustra de esta manera en 4:7-8 “Ejercítate en la piedad” ¿Cuánto nos ejercitamos en la piedad? ¿Cuánto tiempo asolas con Dios, con la Biblia orando? ¿Cuánto dedicamos a memorizar o estudiar la Biblia? ¿Aun existen los devocionales diarios?¿Dónde están esos padres que enseñaban a sus hijos a ser piadosos?

Buscar la fe. Nosotros debemos ser capaces de siempre auto examinar nuestra fe, no para torturarnos, sino para poder tener cada día más seguridad de nuestra fe. Por supuesto que abra algunos que estarán temblando, algunos que tienen fe débil encontraran mayor confianza y reposo en Jesús y otros  porque no están seguros . Un hombre de Dios siempre sigue la fe y persevera en ella.

Buscar el amor. Si pensamos en nuestra sociedad es fácil detectar que la ideología del falso amor ya está por todas las partes. Por “amor” un hombre mata a su pareja, porque se acabo “el amor” se separan, por “amor” una mujer aborta, por “amor” se casaran las parejas homosexuales, todo es por “amor”. Ahora pensemos en los círculos cristianos parece haber invadido la misma ideología falsa del amor. Dice un Dios de “amor” no puede enviar gente al infierno”, lo que importa es “amor” no la doctrina, no debes juzgar debes “amar”. Hay que ser sumamente cuidadosos en cómo se usa la palabra amor hoy en día. Debemos mostrar el amor en nuestras iglesias, debemos amarnos unos a otros, debemos crecer en amor, debemos negarnos a nosotros mismos para amar a nuestros hermanos. El amor es el distintivo del cristianismo, pero definamos bien lo que es amor.

Buscar la paciencia. Todas las  virtudes recomendadas hay que cultivarlas, pero pienso que esta es una de las que más necesitamos , no es posible buscar la justicia sino tenemos paciencia, ni practicar la piedad si esperamos resultados rápidos, ni perseverar en la fe si no tenemos paciencia. Todas las características que hemos venido enunciando tienen que tener cierta dosis de paciencia. Además hay que añadir a esto que nuestra sociedad no promueve la paciencia para nada; si tienes una relación que no funciona te buscas otra, si hay algo que no te gusta te compras otra, si quieres comunicarte con alguien lo haces rápidamente, todo lo puedes obtener rápido ¿Para qué esperar? Pero como cristianos sabemos que la paciencia es parte esencial del cristianismo.

Ser manso o humilde no significa que es alguien que es pisoteado por todas las personas. Ni tampoco significa que es alguien necesariamente tranquilo. Ser manso o humilde es alguien que sabe quién es. Sabe que es un pecador redimido por Jesús y que ahora es amado por Dios. Incluso Pablo nos dice que el siervo de Dios debe ser manso y debe corregir a los que se oponen al evangelio (2 Tim 2:25- No confundamos ser manso con ser cobarde.

A  Timoteo se le llama "siervo de Dios" porque ha elegido servir a Dios y no a las riquezas. Como tal siervo de Dios debe emplear su vida en la consecución de bienes más altos y no dejarse dominar por el dinero. En consecuencia, deberá practicar aquellas virtudes que regulan tanto la relación con Dios "la religión" como la que se da entre los hombres (la justicia), y en ambos casos de acuerdo con las tres virtudes fundamentales de la vida cristiana que sabe dispensar los defectos ajenos.

Esta "profesión de fe ante muchos testigos" la haría Timoteo en su bautismo, como sigue siendo costumbre hasta nuestros días. Todas las hemos hecho, como cristianos, hijos de Dios.

Esta  profesión de fe no se hace sólo ante la iglesia o los fieles sino, principalmente, ante el Dios vivo y su enviado Jesucristo, el cual dio testimonio de la verdad ante los tribunales y ahora ha sido constituido en juez de vivos y muertos. A la confesión de fe sigue la aceptación de Mandamiento: el que quiera alcanzar la vida eterna ha de confesar la fe, ha de bautizarse y ha de cumplir el mandamiento del amor que es el resumen de todos los mandamientos. Confrontados con la venida del Señor debemos cumplir su mandamiento, porque sobre esto, sobre el amor, seremos juzgados cuando vuelva.

La fe no es solamente una aceptación pasiva de un credo religioso, sino un combate difícil y encarnizado. Creer no es cómodo, sino que lleva consigo la disponibilidad para una lucha concreta y determinada. Creer es comprometerse.

 

El evangelio de hoy nos presenta la parábola, del rico Epulón y el pobre Lázaro.

En la parábola del pobre Lázaro hay mucho más que ese camino de justicia referido a las necesidades de los hermanos que nos pide el seguimiento de Cristo. Aparece el diálogo entre lo cotidiano y el más allá. El rico Epulón pide al padre Abraham que descienda un muerto para que convenza a sus hermanos de que tomen el camino adecuado. Abraham va a contestar que no creerán a un resucitado y, ciertamente, así va a ser. La Resurrección de Cristo sirvió para impulsar el camino de la Iglesia, la continuidad en la Redención de sus discípulos. Pero aquellos que le condenaron, le torturaron y le asesinaron iban a quedar donde estaban. No se convirtieron en su gran mayoría. Es cierto que el Señor no buscó aparecerse a todos y lograr sobre el Israel de entonces una generalizada y maravillosa manifestación del poder de Dios. Sin embargo, todo el que quiso creer, creyó. Es decir, las apariciones de Jesús se multiplicaron dé tal manera que era difícil sustraerse a ellas. Habla Pablo de que se apareció a más de quinientos, después de personalizar con nombres otro buen número de apariciones. Más de quinientos testigos en un ambiente tan interrelacionado como podía ser Jerusalén –incluso toda la Galilea— armarían suficiente "ruido". Pero no sirvió para que muchos de sus coetáneos cambiaran. Y en cuanto a los signos prodigiosos que Jesús realiza durante su predicación tampoco sirvieron, aunque ellos produjeron un auténtico clamor popular.

El texto también plantea - a petición del rico Epulón-la realidad de los milagros. ¿Existen los milagros, los prodigios, los hechos maravillosos? Pues, sí; porque cuando un hombre –o una mujer— joven lo deja todo para dedicarse a cuidar enfermos terminales o ancianos que ya no quiere nadie, ahí se está operando un milagro evidente. Lo que ocurre que tal prodigio no sería nunca advertido por los hermanos de Epulón aunque volviese a la vida él mismo. Habrá muchos ejemplos de puros milagros, que lo son si aplicamos la lógica de nuestros días. Es un prodigio cuando también una mujer –o un hombre— joven se recluye para siempre en un convento para rezar por quienes nadie reza. Tal vez, no es menos milagro el caso de muchos hombres y mujeres corrientes que no dejan amilanar o afectar por lo "corriente", por lo "habitual" de este mundo de hoy pero que conlleva la injusticia, la violencia, el desamor, la opresión de los hermanos.

Tratemos  de aplicar la parábola a nuestro tiempo. En nuestra sociedad occidental, somos muchos los que vivimos sin que nos falte físicamente de nada para poder vivir con dignidad. Realmente podemos decir que vivimos en la abundancia. Lo importante, como cristianos que somos, es que no vivamos sin ver a los que pasan necesidad.

Decíamos en el comentario de la primera lectura que la sociedad actual sigue poniendo el dinero y la buena vida por encima de todo lo demás.

No es ese el mensaje que vino a traernos Cristo a este mundo, predicando el reino de Dios. Realmente, ¿los cristianos, en nuestro apego al dinero, en nuestras ganas del bien vivir, y en nuestra atención a las personas necesitadas, nos parecemos mucho a los “hijos de este mundo”?.

Hoy nos habla el Señor de aquel rico que se daba la gran vida, sin reparar siquiera en el pobre Lázaro que mendigaba a la puerta de su casa, ávido de recibir unas migajas de las muchas que se caían de la mesa del epulón. Sólo los perros se le acercaban para lamerle las llagas. El hombre rico estaba tan abismado en sus negocios y en sus francachelas que no veía, porque no quería ver, la miseria que rodeaba su grandeza. Pero la muerte iguala al poderoso y al débil. Ambos murieron y ambos fueron enterrados. El uno con gran pompa y festejos, el otro de modo sencillo. Uno fue a reposar en un gran nicho de mármol, el otro en la blanda tierra. Sin embargo, tanto uno como otro fueron pasto de los gusanos y la podredumbre. Sus cuerpos, que sin nada llegaron a la tierra, despojados volvieron a ella. Pero ahí terminaba su historia, pues, digan lo que digan, en el hombre hay un algo distinto de los animales, y ese algo se llama alma inmortal.

No debiéramos olvidar que la parábola señala la justicia de Dios, derivada de su misericordia. En realidad, el rico en la parábola no tiene nombre, el pobre sí: Lázaro. Quizá es una forma de manifestar que el más importante no es siempre el que se piensa, pues Dios hace una opción por aquél que lo está pasando mal. El rico no se daba cuenta del sufrimiento de Lázaro aquí abajo. Sin embargo, lo reconoce en la estancia de los muertos. ¿Es necesario que las cosas vayan mal para que nos demos cuenta de nuestra ceguera con respecto a nuestro prójimo sufriente?.

Demasiadas veces olvidamos que en las dos ocasiones que el evangelio habla del juicio final se hace alusión a nuestro comportamiento con el prójimo, no a nuestro cumplimiento de la ley.

El tribunal de Dios no admite componendas, no hace distinciones entre el rico y el pobre. Sólo mira en el libro de la vida donde se hallan escritas las buenas y las malas acciones. Según sea el balance, así es la sentencia. Aquel que en su abundancia se olvidó de la necesidad ajena fue arrojado al infierno, el que nada tuvo y aceptó con humildad su pobreza fue llevado por los ángeles al descanso y la paz. Es verdad que no podemos hacernos una idea clara del infierno, ni tampoco del cielo. Pero lo cierto es que ambas realidades existen y que en una se sufre lo indecible y sin remedio, mientras que en la otra realidad se goza plenamente y sin fin. Casi siempre se habla del fuego, también del llanto y las tinieblas, de la desesperación que hace rechinar los dientes, de la sed insaciable, de la separación definitiva de la imposibilidad de amar y de ser amado. Es la más terrible amenaza, el último y tremendo recurso que el Amor, sí el Amor, tiene para atraernos y salvarnos. Es verdad que la lejanía de ese castigo, aunque quizá sea mañana, nos puede dejar indiferentes.

Es útil que se ponga a disposición de la Iglesia –a través de nuestra parroquia o diócesis— de dinero o recursos suficientes para que ésta cumpla su misión. En este sentido, es posible que la mejor ayuda destinada a los pobres vaya conducida a través de Caritas dentro de sus amplios sectores de actuación.

 Pero volviendo a lo anterior, tampoco nosotros podemos obviar la ayuda inmediata, perentoria o aquella que te impulsa a acometer el corazón... o el Espíritu. Y es que no sabremos nunca bien, si alguno de esos pobres que se nos acercan, aunque algunos tengan un aspecto feo y despreciable, no sea el mismo Cristo. El remedio "calculador" es dar a todos un poco -un poquito- de lo que ese día llevamos en el bolsillo.

Rafael Pla Calatayud.

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