La primera lectura está tomada del Libro de la
Sabiduría (Sab 11,32–12,2 ). El Libro
de la Sabiduría es
el último libro
del A. T., fue escrito en una situación serena de bienestar dentro de la
cultura griega de Alejandría y está lleno
de optimismo y de sentido positivo.
La reflexión del Libro de la Sabiduría se fija
en las acciones de Dios en el Éxodo, que liberan a los israelitas mientras que
sirven de castigo a los egipcios.
Israel
recibe el agua abundante de la roca para mitigar su sed durante su peregrinaje
por el desierto; en cambio, el agua de los egipcios se convierte en sangre.
Esta inversión de situaciones humanas provocada por los acontecimientos
salvíficos manifiestan la omnipotencia de Dios: "Señor, el mundo entero es ante ti como un grano de arena en la balanza..."
Dos grandes
ideas complementarias recorren este texto del libro de la Sabiduría.
"... te compadeces de todos, porque todo lo
puedes...": la omnipotencia causa o razón de la compasión (vs. 22-23).
Dios manifiesta su omnipotencia de una manera particular cuando es
misericordioso. El nexo entre el poder y el amor de Dios resulta evidente por
el hecho de ser El el creador: porque lo ha creado todo, ama todas las cosas
que ha creado; y al revés: porque lo ama, lo ha creado. De aquí que, en el caso
de los hombres, estos no pueden perder nunca la esperanza del perdón, ya que
Dios no pierde nunca la esperanza de su arrepentimiento.
-"¿Cómo subsistirían las cosas si tú no lo
hubieses querido?": El amor creador de Dios no es un hecho del pasado,
sino una fuerza actual que actúa en el presente sobre todas las realidades
creadas, manteniéndolas en la existencia. La vida de la creación es una prueba
de ese amor de Dios.
-"Por eso corriges poco a poco a los que caen...":
El castigo de los egipcios no quería indicar de ninguna de las maneras su
reprobación; era más bien una advertencia por sus pecados. "A los que
pecan les recuerdas su pecado": En las plagas, los egipcios se ven
castigados por medio de insectos y animales abyectos por razón de su culto
idolátrico a figuras de forma de animales. El hecho puede convertirse en
principio: todo pecado trae consigo el castigo para que los hombres reaccionen,
" para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor ".
Hoy
el responsorial es el salmo 114 (Sal
144,1-2.8-14 ).
Con este salmo se concluye la última colección davídica de las que componen el
salterio. Basta mirar nuestra Biblia para darse cuenta de que es el último salmo
que tiene como título de David. Es un salmo alfabético, es decir, en su texto
original hebreo cada versículo inicia por una letra del alfabeto, de modo
ordenado.
El
autor utiliza recursos literarios de un cierto efecto para los gustos hebreos
de la época, como sería la alternancia irregular entre la tercera y la segunda
persona del singular para referirse a Dios: el autor pasa constantemente de
hablar sobre Dios a hablar directamente a Dios, de la contemplación de sus
obras, nace espontáneamente la plegaria. También alterna entre la primera
persona del singular y la tercera del plural: la implicación personal en la
alabanza del autor del salmo afecta también a los oyentes y a todas las
criaturas.
Este
salmo constituye una alabanza continua a Dios por sus obras. Dios es un rey
eterno y universal que derrama su justicia y su bondad sobre todo ser viviente.
Estructuralmente el salmo 144
mantiene la división tradicional en tres partes: introducción (v. 1-2), cuerpo
del salmo (v. 3-20) dividido en dos secciones (v. 3-12 y 13-20) y conclusión
(v. 21).
El texto recoge la parte
introductiva en la que se expresa la intención del salmista de elevar hacia
Dios su alabanza por la grandeza de su divinidad y la majestad de su realeza.
Del
cuerpo del salmo, se citan algunos versículos de sus dos secciones (8-9. 10-11. 13cd-14). Se desarrollan
los temas enunciados en la introducción: la divinidad y la realeza del Señor.
La realeza se expresa en el interés del Señor por las criaturas y por la
justicia con la que gobierna a los hombres. El versículo conclusivo recupera el
motivo inicial de la alabanza, sea en boca del salmista, sea en boca de
cualquier ser vivo. Una alabanza que perdura siempre.
El salmo se inicia con una
invitación a ensalzar al Señor. El concepto ensalzar, igual que exaltar y
enaltecer, parte de una concepción espacial de la divinidad. La zona alta de la
tierra es la más noble, por eso, el rey está sentado más alto que el resto de
las personas. Dios, más poderoso que cualquier rey humano, es el altísimo, y
habita en la cima de los montes donde se le construyen santuarios. Alabar a una
persona o a Dios mismo, es, por tanto, ensalzarlo, exaltarlo, enaltecerlo pues
todos estos términos proceden de la raíz alto.
La fórmula «Dios mío, mi rey»
corresponden literalmente al hebreo Dios mío, el Rey, que corresponde a su vez
a una adaptación de la fórmula cortesana ¡señor mío, el rey! que se utilizaba
en aquella época para dirigirse públicamente al rey de la nación. El salmo se
inicia pues con un discurso, o reconocimiento, público del salmista dirigido a
Dios.
«Una generación a la otra» es
la manera cómo el salmista expresa la constancia divina: las generaciones pasan
y cambian, pero Dios mantiene la majestad de sus favores de un modo constante.
Los primeros versículos alaban
a Dios de un modo genérico, sin especificar su contenido; pero al llegar al v.
8 nos encontramos con una fórmula tradicional: «El Señor es clemente y
misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad». La formulación más solemne
que hay en toda la Escritura es la revelación que Dios hace de sí mismo a
Moisés en la cima del Sinaí: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares,
que perdona la iniquidad, rebeldía y el pecado» (Ex 34,6-7a).
Un rasgo notable del salmo es
su universalismo. No hace distinciones entre los fieles al tributar la alabanza
a Dios. Tampoco hace distinciones al comprender que Dios lo es de todo el mundo
y de todos los vivientes. No hay discriminación de destinatarios de los favores
divinos, porque ama de corazón todo lo que ha creado, hombres y criaturas, y
por tanto, sacia de favores a todos los que en él esperan. La alabanza no se
circunscribe a un pueblo, ni a una ciudad, ni a un lugar, el templo. El Dios
universal merece una alabanza universal.
La
segunda lectura (2 Tes 1,11–2,2) tiene dos partes netamente
diferenciadas: La primera es una plegaria de Pablo pidiendo por los
tesalonicenses, a fin de que su vocación cristiana sea digna, y que Dios lleve
a término sus buenos propósitos. Todo ello, como siempre en Pablo, es para que
Cristo sea glorificado en ellos, y ellos en Cristo.
La segunda
parte es un aviso o una clarificación sobre la venida del Señor Jesús. En su
primera carta a los tesalonicenses Pablo había hablado de esta venida con un
estilo apocalíptico, y fue mal comprendido por algunos de ellos; además,
surgieron voces de alguna revelación e incluso de alguna otra carta de Pablo en
el mismo sentido que hicieron pensar que realmente la venida de Cristo era
inminente.
Los deseos
expresados por el Apóstol se realizarán en la parusía. Los Tesalonicenses,
¿serán juzgados dignos de la llamada que Dios les ha dirigido? San Pablo reza
por ello: Han sido llamados a la fe, una fe que debería ser activa; se trata,
en consecuencia, de realizar todo el bien posible; eso no puede lograrse sin la
ayuda de Dios. El propio Cristo encontrará su gloria en ellos. Es un tema al
que, a pesar del Concilio Vaticano Il, no estamos aún habituados. La Iglesia,
cualquier comunidad viva, es signo de la gloria de Dios: la Iglesia es signo de
Cristo en el mundo. Esto constituye una responsabilidad para ella y para cada
uno de sus miembros.
Pero, aunque
todo esto apresura la parusía, los Tesalonicenses no deben perder la cabeza ni
alarmarse por falsas profecías; san Pablo rechaza toda revelación, toda palabra
y toda carta sobre este asunto. Será siempre tendencia de algunos ese esperar
en su vida religiosa lo extraordinario, las revelaciones, el miedo. San Pablo
se opone a esta manera de ver las cosas. El cristiano se caracteriza no por sus
hechos extraordinarios, sino por su vida, testigo de la presencia de Cristo.
El evangelio (Lc 19,1-10 ) nos continua situando en la subida hacia Jerusalén. En Jericó, etapa
final hacia la meta, se produce la escena que hoy proclamamos. Encaja
adecuadamente en las preocupaciones teológicas y espirituales de Lucas. El
marco narrativo da la oportunidad al autor de este evangelio, para insistir una
vez más en su tesis: los publicanos son los privilegiados del amor del Padre y
de la acción salvadora de Jesús.
1.
Zaqueo, un hombre rico, jefe de publicanos – Lc 19,2
2.
Trataba de ver a Jesús, pero a causa de la muchedumbre no lo conseguía - Lc
19,3
3. Era
pequeño de estatura – Lc 19,3
4. El
juicio de la muchedumbre que señala a Zaqueo como: pecador – Lc 19,7
5. La
distribución de los bienes a los pobres – Lc 19,8
6. La
declaración de Jesús diciendo que la salvación ha entrado en casa de Zaqueo –
Lc 19,9.
Zaqueo, rico, jefe de publicanos, hombre pequeño de estatura, acoge el reino de Dios como un niño. Humillándose y arrepintiéndose de su pasado encuentra la salvación que viene de Dios en Jesús Cristo buen Samaritano (Lc 10, 29-37) que nos viene al encuentro a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10).
En Jericó
había muchos publicanos porque era una ciudad fronteriza en la que existía una
aduana como en Cafarnaúm. Esto explica históricamente la presencia de un jefe
de publicanos allí, lo cual hace muy verosímil la escena.
Este hombre quiere
ver a Jesús. Le habrían llegado noticias genéricas , de quién era Jesús y le
había cautivado su proceder. Zaqueo es un buscador, porque necesita la
solución. Pertenece a los que son atraídos por la pregunta, insistente en el
relato evangélico, ¿quién es realmente Jesús? Zaqueo tiene dificultades para
poder ver a Jesús. El relato indica la causa: porque era bajo de estatura. Un
detalle ornamental en la narración que la hace más atractiva. Y corre a buscar
la solución a este problema añadido y se sube a una higuera. ¿Realidad, imagen,
símbolo?.
El relato
lucano es un modelo ejemplar de la manera de actuar Jesús, en cuanto plasma y
hace realidad la misericordia de Dios. Jesús va rodeado de la gente y, en
principio, parece que podría pasar de largo aclamado por la multitud. Pero no
fue así, el narrador ha querido reflejar expresamente que no fue así. Jesús
fija la atención en aquel hombre bajo de estatura y además jefe de publicanos;
este rasgo del comportamiento de Jesús ya es significativo por sí mismo y viene
a sumarse a su modo habitual de proceder. Es un maestro nuevo, un maestro que
habla y actúa con autoridad y con sorprendente novedad. Y lo llama por su
nombre propio.
Para Jesús
cada persona es un valor en sí mismo y tiene nombre propio e intransferible. Lo
sorprendente para los acompañantes de Jesús es la decisión de Jesús de
hospedarse en su casa. Una vez más aparece la práctica de Jesús de la
comensalía abierta y acogedora. Jesús ya había practicado esta comensalía con
los publicanos y pecadores (recuérdese el sobrecogedor c. 15 de este mismo
evangelio). Y de nuevo la misma experiencia: Zaqueo lo recibe muy contento.
Diríamos en lenguaje familiar que Zaqueo no esperaba tanto. Él sólo quería ver
a Jesús cuando pasase por delante. Es demasiado para él la reacción de Jesús.
Asi comenta Juan Lanspergio, este evangelio.
"
La perfecta conversión a Dios amputa de raíz el
pecado. Pues la codicia es para muchos la raíz y la ocasión de pecar. Para
erradicarla, promete Zaqueo dar a los pobres la mitad de sus bienes: Si de alguno me he aprovechado, le restituiré
cuatro veces más. Mira qué progresos no ha hecho de repente Zaqueo
iluminado por Cristo. Y si quiso declarar públicamente este su propósito fue
para defender a Cristo contra los murmuradores y evidenciar el gran tacto que
el Señor ha usado con él: no lo había evitado despectivamente por su condición
de publicano, sino que dirigiéndose a él con benevolencia e invitándose a sí
mismo sin esperar la invitación, le había repentinamente conducido, como con un
poderoso revulsivo, a la penitencia y a la conversión; y lo mismo que en el
pasado había sido ávido de dinero, deseaba ahora con idéntica premura
desprenderse de él.
Pues no se contenta con prometer dar en el futuro a
los pobres o restituir a aquellos de quienes se había aprovechado, sino que
habla en presente y dice: Mira, doy y
restituyo. Doy limosna, restituyo lo defraudado. Y aunque lo primero que
hay que hacer es restituir en efectivo lo injustamente adquirido, para que la
limosna pueda ser agradable a Dios, sin embargo, en este caso y para demostrar
su voluntaria decisión de dar no sólo lo que debía, sino lo que podía y tenía
la voluntad de dar generosamente, habla antes de dar limosna que de restituir.
Jesús
le contestó: Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de
Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba
perdido. Indicando
la salvación operada «en esta casa», Cristo se está refiriendo al alma de
Zaqueo, que deseando, esforzándose, amando y obedeciendo ha conseguido la
salvación. A esta alma la denomina aquí casa de Dios, porque Dios habita en el
alma. Jesús había efectivamente venido al mundo a salvar lo que estaba perdido.
Por esta razón debió frecuentar la compañía de
quienes le constaba que necesitaban de su ayuda y buscaban un remedio de
salvación. Es como si hubiera querido replicar a los murmuradores: ¿A qué os
indignáis conmigo porque hablo con un pecador, porque adelantándome a su
invitación me invito yo a su casa? Si he venido al mundo ha sido por gente de
esta clase, no para que continúen siendo pecadores, sino para que se conviertan
y tengan vida en mí. No me fijo en lo que el pecador ha hecho hasta el
presente, sino que sopeso lo que va a hacer en el futuro. Le ofrezco mi gracia
y mi amistad, que os la ofrezco igualmente a todos vosotros, si es que la
queréis. Si éste la acepta, si viene a mí, si de pecador se convierte en justo,
¿por qué me calumniáis a mí por haberme hospedado en casa de un pecador, desde
el momento en que juzgáis equivocadamente a un pecador, que se ha convertido en
amigo de Dios? También él es hijo de Abrahán, no nacido de su sangre, sino por
ser imitador de la fe y de la devoción de Abrahán.
Que nuestro Señor Jesucristo nos conceda la gracia de conocerle, amarlo
y confiar en él; de modo que nada nos agrade, nada nos atraiga sino lo que a la
divina voluntad le es grato y no sea contrario a nuestra salvación. ¡Bendito él
por siempre! Amén". (Juan Lanspergio, Homilía en la
dedicación de una iglesia (Opera omnia, t. 1, 1888, 701-702)
Para nuestra vida.
El
texto de la primera lectura nos presenta la pequeñez de las realidades humanas
y materiales. Es
un magnífico soliloquio del autor con Dios, una reflexión sobre el mundo, sobre
los hombres, sobre la historia, todo ello contemplado a la luz de la fe en el
Dios bíblico, en el Dios creador y bueno que un día, creando el mundo "vio
que todo era bueno" (Gn, 1).
El mundo está lleno de las cosas
que Dios ama y que creó por amor. Se habla de ese amor inicial y previo (como
puede ser el amor y deseo del hijo aún no concebido la razón de su existir), la
omnipotencia viene a ser el ejecutor de ese deseo amoroso. Pero si obra no es
por necesidad sino porque quiere, porque es libre.
Se
nos presenta la creación como una prueba evidente del amor y de la misericordia
de Dios. La
omnipotencia divina no explica ella sola la creación sino que también
interviene su voluntad libre, su amor creador Todo lo que Dios ha hecho,
mediante la sabiduría, es bueno. (11, 24-12,2): "Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho...".
Toda
la creación, penetrada por el Espíritu incorruptible de Dios, se encuentra en
sus manos. «¿Cómo subsistirían [las cosas] si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo
conservarían su existencia si tú no las hubieses llamado? Pero a todos
perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. Todos llevan tu soplo
incorruptible" (11,25-12,1).
El autor ha
presentado unos poderosos que abusan del poder practicando la injusticia, porque
tenían un poder limitado.
El poderoso
es injusto porque ambiciona más poder, porque teme perderlo, por codicia...
Además, el poderoso es riguroso con todo el mundo porque no ama al imputado,
porque teme que se le escape, porque debe rendir cuentas, porque ha de atenerse
a plazos y, aunque tenga buena voluntad, quizá no acierte, porque... Por el
contrario, Dios "... corriges
poco a poco a los que caen, los reprendes y les recuerdas su pecado, para que,
apartándose del mal, crean en ti, Señor. ". La razón estriba en que el Señor tiene el
poder supremo, no teme a nadie, no ha de rendir cuentas, ama al pecador, tiene
tiempo y siempre acierta; al ser dueño del tiempo y de los instrumentos, puede
alcanzar sus fines dejando libre juego a la libertad del hombre. Quiere su
conversión y le da tiempo para ella; y si ésta falla, Dios no queda nunca
frustrado ya que siempre hay tiempo para el poder; y por eso echa mano de él en
cualquier momento.
Durante siglos hemos repetido
que fuera de la Iglesia no hay salvación. Hemos entendido por «Iglesia» las
estructuras oficiales y hemos interpretado la salvación en el sentido del
premio destinado en la otra vida a las personas observantes. Partiendo de este
axioma, se han hecho guerras santas y cruzadas, se han lanzado anatemas contra
las otras Iglesias cristianas, se han creado tribunales inquisitoriales y se
han encendido hogueras. Esta falsa seguridad ha desembocado en una crisis
profunda del cristianismo tradicional.
A la luz del Concilio Vaticano
II, descubrimos la «Iglesia» como comunidad de creyentes que se comprometen a
intercambiar sus bienes materiales y espirituales por su adhesión consciente a
Jesús, como Mesías que inaugura una nueva sociedad. A la luz del Espíritu Santo
experimentamos la salvación como la libertad que el Espíritu de Dios suscita en
el seno de la comunidad que ha renunciado a valorar el dinero y las riquezas y
ha aceptado el riesgo del plan de Dios. Esta liberación se traduce en un
aprecio y respeto hacia todas las personas que afloran en todas partes, dentro
y fuera de las Iglesias. El Espíritu de Dios ha entrado en acción y crea vida
donde encuentra hombres dispuestos a secundar el plan que les ha trazado Jesús
el Mesías.
Los tiempos actuales se
caracterizan por un despertar universal de la conciencia humana en favor de la
justicia social, de los derechos de los pueblos y del individuo, de la
liberación de todo tipo de opresión y de imperialismo. Por todas partes surgen
personas, se crean movimientos, se proclaman manifiestos que toman partido por
los débiles, por los países subdesarrollados u oprimidos por dictaduras, por
los trabajadores explotados por un capitalismo cada vez más anónimo,
multinacional e inhumano. Hay un clamor universal que ninguna fuerza de
represión pueden apagar. Es el clamor que el Espíritu incorruptible hace
resonar a través de los que luchan contra la corrupción y contra el ansia
insaciable de poder y desenmascaran las fuerzas anónimas revestidas, como la
serpiente tentadora, de todo género de atractivos y propaganda, de
justificativos y de aparente altruismo.
Es necesario que nuestras
comunidades cristianas sean el faro que ilumine todos estos movimientos
reivindicativos de los derechos del hombre y de los pueblos, y que, sin sacar
ningún provecho personal, los dirija hacia Jesús, el único que no puede
desviarse, ya que él es el camino que conduce a la humanidad hacia el Padre de
todos.
El
Salmo nos presenta la providencia de Dios. Dios es imaginado como rey, y se
habla de su reinado y de su gobierno.
Dios es quién protege a los necesitados y elimina a los malvados, nutre a todas
las criaturas. Todo el mundo es igual ante este rey: todos son sus fieles y
participan de su alabanza; el salmo no hace distinciones entre sacerdotes y
fieles, entre gente noble y gente sencilla, como hacen los himnos de alabanza.
El Señor es grande, clemente y
misericordioso, bondadoso para todo el mundo, sus obras son obras de amor, está
cerca de los que lo invocan. Sus acciones son calificadas de grandezas,
proezas, hazañas, temibles proezas, favores, gloria, majestad. Esta abundancia
de sinónimos es tradicional y expresa el gusto de la época.
Cuando el autor especifica el
contenido de las obras del Señor nos damos cuenta de en qué teología está la
base de la obra del salmista. El Señor sostiene y endereza a los que se caen y
se doblan, da la comida y sacia a todos los seres vivos, está cerca de los que
lo invocan sinceramente, satisface los deseos de sus fieles y los salva, guarda
a los que lo aman, destruye a los malvados.
Así comenta san Agustín el salmo 144 " Señor, que todas tus obras te confiesen y que todos tus santos te bendigan. Que te confiesen todas tus obras (Sal 144,10). ¿Qué decir? ¿No es la tierra obra suya? ¿No son obras suyas los árboles? ¿No son obra suya los animales domésticos, los salvajes, los peces, las aves? En verdad, también ellos son obra suya. Pero ¿cómo le confesarán estos seres? Veo que sus obras le confiesan en las personas de los ángeles, pues los ángeles son obras suyas; y también le confiesan sus obras cuando le confiesan los hombres, pues los hombres son obras suyas. Pero ¿acaso las piedras y los árboles tienen voz para confesarle? Sí, confiésenle todas sus obras. ¿Qué estás diciendo? ¿También la tierra y los árboles? Todos son obra suya. Si todas las cosas le alaban, ¿por qué no han de confesarle todas las cosas? El término confesión no indica sólo la confesión de los pecados, sino también la proclamación de alabanza; no suceda que siempre que oigáis la palabra confesión penséis únicamente en la confesión del pecado. Hasta el presente así se cree, de forma que cuando aparece el término en las Escrituras divinas, la costumbre lleva a golpearse el pecho inmediatamente. Escucha cómo hay también una confesión de alabanza. ¿Tenía, acaso, pecados nuestro Señor Jesucristo? Y, sin embargo, dice: Te confieso, ¡oh Padre!, Señor del cielo y de la tierra (Mt 11,25). Esta confesión es, pues, de alabanza. Por tanto, ¿cómo ha de entenderse: Señor, que todas tus obras te confiesen? Alábente todas tus obras.
Pero
no hemos hecho más que trasladar el problema de la confesión a la alabanza. En
efecto, si no pueden confesarle los árboles, la tierra y cualquier ser
insensible, porque les falta la voz, tampoco podrán alabarle, porque también
les falta la voz para hacerlo. Y, sin embargo, ¿no enumeran aquellos tres
jóvenes que caminaban en medio de las llamas inofensivas para ellos a todos los
seres, puesto que tuvieron tiempo no sólo para no arder, sino también para
alabar a Dios? Pasan revista a todos los seres desde los celestes hasta los
terrenos: Bendecidle, cantadle himnos,
exaltadlo por los siglos de los siglos (Dn 3,20.90). Ved como entonan un himno. Con todo, nadie piense que
la piedra o el animal mudos tienen mente racional para comprender a Dios.
Quienes creyeron eso se apartaron inmensamente de la verdad. Dios creó y ordenó
todas las cosas: a unas les dio sensibilidad, entendimiento e inmortalidad,
como a los ángeles; a otras, sensibilidad, entendimiento con mortalidad, como a
los hombres; a otras les dio sensibilidad corporal, mas no entendimiento ni
inmortalidad, como a las bestias; a otras no les dio ni sensibilidad ni
entendimiento ni inmortalidad como a las hierbas, a los árboles y a las
piedras; sin embargo, ellas, en su género, no pueden faltar a esa alabanza
puesto que Dios ordenó a las criaturas en ciertos grados que van desde la
tierra al cielo, de lo visible a lo invisible, de lo mortal a lo inmortal.
Este
concatenamiento de la criatura, esta ordenadísima hermosura, que asciende de lo
inferior a lo superior y desciende de lo supremo a lo ínfimo, jamás
interrumpida, pero acomodada a la disparidad de los seres, toda ella alaba a
Dios. ¿Por qué toda ella alaba a Dios? Porque cuando tú la contemplas y
adviertes su hermosura, alabas a Dios por ella. La belleza de la tierra es como
cierta voz de la muda tierra. Te fijas y observas su belleza, ves su
fecundidad, su vigor, ves cómo concibe la semilla, cómo con frecuencia germina
aquello que no se sembró; la observas y esa tu observación es como una pregunta
que le haces. Tu investigación es una pregunta. Pues bien, cuando, lleno de
admiración, sigues investigando y escrutando y descubres su inmenso vigor, su
gran hermosura y luminoso poder, dado que no puede tener en sí y de sí misma
tal poder, inmediatamente te viene a la mente que ella no pudo existir por sí
misma, sino que recibió el ser del Creador. Lo que has hallado en ella es la
voz de su confesión, para que alabes al Creador. En efecto, si consideras la
hermosura de este mundo, ¿no te responde su hermosura como a una sola voz: «No
me hice a mí misma, sino que me hizo Dios»?
Luego,
Señor, que tus obras te confiesen y
tus santos te bendigan. Que tus santos contemplen la creación que te
confiesa, para que te bendigan ante la confesión de las criaturas. Escucha
también la voz de los santos que le bendicen. ¿Qué dicen tus santos cuando te
bendicen? Proclaman la gloria de tu
reino y anuncian tu poder. ¡Cuán poderoso es Dios que hizo la tierra!
¡Qué poderoso es Dios que llenó la tierra de bienes! ¡Qué poderoso es Dios que
dio a cada animal su propia vida! ¡Qué poderoso es Dios que infundió en el seno
de la tierra las diversas semillas, para que germinara tanta variedad de
frutales, tanta hermosura de árboles! ¡Qué poderoso es Dios, qué grande es
Dios! Tú pregunta, la criatura responderá; y por su respuesta, cual confesión
de la criatura, tú, santo de Dios, bendices a Dios y anuncias su poder".
(San Agustín. Comentario al salmo 144,13)
La
segunda lectura de la carta a los tesalonicenses, responde a una situación
creada por algunos
exaltados de esta comunidad de Tesalónica que habían difundido la opinión de
que la venida del Señor, la Parusía, era inminente, con lo cual habían alarmado
a los creyentes. Se fundaban en supuestas revelaciones y en algunas frases de
Pablo en su carta anterior, que podían ser y fueron de hecho, mal interpretadas.
En efecto, la exhortación a la vigilancia ante la repentina venida del Señor y
la insistencia en la necesidad de orar sin interrupción, se prestaban a una
interpretación milenarista. Se llama "milenarismo" a la actitud
fanática de algunos primeros cristianos que, con el pretexto de la inmediata
venida del Señor, se desentendían de organizar en el mundo la convivencia y
dejaban el trabajo para dedicarse sólo a la oración. Pablo condena aquí esa
actitud y serena los ánimos de la comunidad.
"Os rogamos a propósito de la última venida de nuestro Señor
Jesucristo... que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis...":
La segunda carta a los tesalonicenses nos presenta un cuadro diametralmente
opuesto al de la primera carta. Mientras en aquélla Pablo tenía que animar a la
comunidad angustiada ante el retraso de la segunda venida del Señor, en ésta,
en cambio, tiene que aplacar su exaltación ante la idea de una irrupción
inminente de esta segunda venida. La comunidad ha recibido el impacto de unos
visionarios o de un grupo de tendencia gnóstica que afirman que el día del
Señor ya se ha realizado. Ante estas afirmaciones la carta señala que aún
faltan una serie de acontecimientos antes de que llegue el fin y que el plan
señalado por Dios tiene que irse realizando al ritmo que El quiera y no al
ritmo que nos gustaría a los hombres. -"por supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras....".
El texto presenta dos partes:
A).-La primera contiene una
plegaria de Pablo pidiendo por los tesalonicenses, a fin de que su vocación
cristiana sea digna, y que Dios lleve a término sus buenos propósitos. esta
plegaria nosotros podemos considerarla modelo de nuestras peticiones con el
mismo objetivo que tiene la petición de San Pablo.
B).- La segunda parte es un
aviso-clarificación sobre la venida del Señor Jesús. En su primera carta a los
tesalonicenses Pablo había hablado de esta venida con un estilo apocalíptico, y
fue mal comprendido por algunos de ellos; además, surgieron voces de alguna
revelación e incluso de alguna otra carta de Pablo en el mismo sentido que
hicieron pensar que realmente la venida de Cristo era inminente.
Uno de los puntos más
importantes de la segunda carta a los Tesalonicenses es precisamente corregir
aquella visión equivocada, retornando el buen sentido a la comunidad. Cristo
vendrá, sí, pero no en seguida y, por tanto, hay que esperar con confianza y
vivir conforme a la fe recibida "sin perder fácilmente la cabeza ni
alarmarse". Evidentemente nuestra sociedad, muy pegada a lo inmediato y al
día a día, ha perdido esta perspectiva de final. No esta de más recordarla y
tenerla presente en nuestro proyecto de vida, de forma que seamos "sal y luz" para nuestro entorno
diario.
El evangelio nos presenta a Zaqueo como un modelo
de perseverancia en la búsqueda. En nuestro mundo, el hombre, quizá
excesivamente rodeado de elementos exteriores a la intimidad de la persona,
puede vivir o tener la tentación de vivir excesivamente ahogado y atrapado por
tantas ofertas y tantas cosas. Pero la respuesta a las necesidades de la
intimidad del hombre está en otra parte y es necesario buscar sin descanso.
La narración de la conversión de Zaqueo nos demuestra que ninguna
condición humana es incompatible con la salvación: "Hoy la salvación ha entrado en esta casa, porque también éste es hijo
de Abrahám", (Lc 19, 9) declara Jesús.
Comprobamos como el encuentro con Jesús provoca siempre un cambio en
lo hondo del corazón del hombre: estoy dispuesto a restituir, proclama Zaqueo,
a quien haya defraudado (¡incluso cuatro veces más!). Ha descubierto que Jesús
viene a predicar la felicidad del hombre en la realización de un proyecto de
justicia y misericordia según la voluntad de Dios. Zaqueo se ha tomado muy en
serio el encuentro con Jesús porque ha supuesto su liberación más honda. Hoy
como ayer, Zaqueo sigue siendo un modelo de cómo actúa Dios en su gratuidad y
cómo deben responder los hombres en su coherencia al don. El paso de Jesús por
este mundo debe significar un cambio profundo de estructuras: Zaqueo estaba
acostumbrado a defraudar y retener para él lo que no era suyo. El encuentro con
Jesús le descubre la verdad de su corazón y la verdad de las cosas.
Al encontrarse con Jesús,
Zaqueo descubre que lo importante no es acaparar sino compartir, y decide dar
la mitad de sus bienes a la gente pobre. Descubre que tiene que hacer justicia
a las personas a las que ha robado y restituir con creces. Sólo entonces la
salvación llega a esa casa.
A la persona rica no se
le ofrece otro camino de salvación más que el de compartir lo que posee con las
pobres que lo necesitan. La razón es sencilla: las ricas sólo pueden existir
gracias a las pobres; sólo pueden enriquecerse a costa de las pobres. La
miseria de unas es consecuencia de la riqueza de las otras. Y no sirve decir
ingenuamente que hay una “igualdad de oportunidades” en nuestra sociedad y que
el éxito es para quienes se lo ganan. Sabemos que eso no es verdad.
Pero, además, si nos
comparamos con la población del “tercer
mundo”, somos gente rica. Y no conseguiremos una mayor fraternidad si no
cambiamos de actitud y aceptamos la reducción de nuestros bienes en beneficio
de las personas empobrecidas por la actual dinámica de la economía liberal que
dirige nuestra sociedad.
Prescindiendo del entorno o
contexto literario, es decir, social, cultural, etc., de la historia de Zaqueo,
este personaje -uno de los más conocidos por los creyentes- tiene hoy, tal cual
es, plena actualidad para ponernos en situación.
La conversión de Zaqueo es
admirable, ya que se trata de la conversión de un rico, siendo muy difícil que
los ricos se conviertan con todas sus consecuencias. Al parecer, Zaqueo no se
queda en buenas intenciones, sino que pasa decididamente a la acción: reparte,
devuelve todo lo que ha robado e incluso más. Y esto es tan difícil como obligar
a un camello a pasar por el ojo de una aguja.
Ya sabemos que hay ricos que se
confiesan y hasta hacen limosnas (cabe aquí hacer amplia referencia a cuantos
nos decimos creyentes, pero nos encontramos satisfechos instalados en nuestras
posiciones social y económica, aunque no sean éstas propias de magnates).
Confesarse y hacer limosnas no son señales inequívocas de conversión auténtica
al Evangelio que cambiaría no sólo la vida de los bien situados, sino también
la situación miserable de los desfavorecidos.
Una persona cristiana no
puede permitirse cualquier nivel de vida lujosa. Hay una manera de ganar
dinero, gastarlo y derrocharlo que es esencialmente injusta, porque olvida a la
gente más necesitada. El camino a seguir es el de Zaqueo. Él toma conciencia de
que su nivel de vida es injusto y hace la opción que lo salva como ser humano:
compartir los bienes con la gente pobre a cuya costa vive. Entonces, la
salvación de Jesús entra en su corazón y en su casa.
"Hoy ha sido la salvación
de esta casa". Zaqueo ha dado a su familia lo mejor que puede darle, el
sentido de la justicia, la honradez humana, un amor abierto hacia los otros.
Aunque debemos suponer que sus hijos han salido económicamente perjudicados
debemos añadir que Zaqueo les ha dejado la mejor de todas las herencias. Por
eso puede afirmarse que en su casa (su familia) ha entrado la salvación de Dios
y Jesús mismo se encuentra dentro de ella. De una forma general y un poco
acomodaticia podríamos añadir que es verdadera casa de Jesús aquella donde el
padre (y la familia en conjunto) cumple la exigencia que está representada y
resumida en Zaqueo, el viejo y publicano.
La salvación cristiana implica
unas consecuencias sociales y económicas. Quizá Zaqueo ha tenido que dejar su
viejo oficio; evidentemente ha perdido su dinero; pero ha encontrado la
justicia (restitución) y el amor (reparte sus bienes). Desde un punto de vista
auténticamente humano bien merece la pena lo que pierde por aquello que ha
ganado. Sería ingenuo trasladar a nuestros días los detalles de la conversión
de Zaqueo; es distinta la situación social, son diferentes nuestros tiempos.
El encuentro con la salvación además siempre produce
alegría profunda y desbordante: lo recibió muy contento en su casa.
Zaqueo, pequeño de estatura, nos muestra su
disponibilidad para acoger a Jesús. ¿Qué hacemos para demostrar nuestra
disponibilidad para recibir la salvación de Dios?
¿Cómo nos acercamos al Señor? ¿Nos sentimos atraídos
por Él?
Jesús va al
encuentro de Zaqueo en su pecado y en su casa le dona la salvación. ¿Cuál es
nuestra atadura al pecado? ¿Dejamos que el Maestro nos encuentre , en nuestra
casa, en nuestra intimidad?
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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