sábado, 29 de junio de 2019

Comentario a las lecturas del Domingo XIII del Tiempo Ordinario. 30 de junio de 2019

Comentario a las lecturas del Domingo XIII del Tiempo Ordinario.  30 de junio de 2019

Primera Lectura : 1 Re 19,16b.19-21. El texto  expone la vocación de Eliseo e intenta acreditarle como sucesor legítimo de Elías. La llamada divina es muy diversa, pero no por eso menos auténtica. La de Elías se asemeja mucho a la de Moisés: los dos se encuentran con el Señor en el monte Horeb, aunque el uno entre rayos y truenos y el otro en medio de una suave brisa (Dios es libre, e incluso paradójico, en su forma de manifestarse), los dos dejan un sucesor como continuador de su misión: Josué, que recibe el bastón de mando, y Eliseo, sobre quien se echa un manto como signo de investidura e invocación (v. 19). El fragmento forma parte del ciclo de Eliseo, pero ha sido introducido en el de Elías porque es este último el que lleva la iniciativa en el episodio.
Pero la iniciativa básica, según el v. 16, no es de Elías sino de Yahvé, que le ordena ungir a Eliseo. La unción con el aceite sagrado era un gesto sensible que quería expresar la infusión invisible del Espíritu de Yahvé. El simbolismo natural sería que así como el aceite lo penetra todo, así la fuerza divina llega hasta lo más íntimo de los hombres que Dios elige. La unción sagrada externa la recibían primitivamente sólo los reyes: el rey de Israel es el Ungido del Señor, el "Mesías". Después del exilio se introdujo la costumbre de ungir también a los sacerdotes con el aceite sagrado, que ningún laico podía recibir. Son los tiempos en que los judíos no se rigen ya por una monarquía, sino por una teocracia sacerdotal. Los profetas recibían el Espíritu, que los movía a hablar y a obrar, pero no eran objeto de una unción sagrada ritual, como los reyes y los sacerdotes. Si el v. 16 habla de ungir a Eliseo para que sea el sucesor de Elías, es en sentido figurado, por analogía con la unción visible del rey Jehú, de la que se habla en el mismo versículo (16a, omitido en el leccionario). En realidad, en el relato de la vocación de Eliseo no se encuentra ningún rito de unción, sino sólo el de imponer el manto característico de los profetas. El manto de Elías significaba también el poder de Dios: antes de ser llevado al cielo, Elías lo usa para abrirse paso entre las aguas (2 R 3,7) y Eliseo, como prueba de haber sido acogida su petición de obtener el espíritu de su maestro, repetirá el prodigio sirviéndose también del manto de Elías (2 R 3,14).

El responsorial de hoy es el salmo 15 (Sal 15,1-2.5-11). El salmo destaca una petición a Dios y expresa nuestra actitud. "Protégeme, oh Dios, que me refugio en ti".
Este salmo se clasifica en la categoría de los "Salmos del huésped de Yahveh". El hombre que ora aquí, vive en un mundo materialista, en que los cultos paganos han invadido la sociedad "tras los ídolos van corriendo".. se someten a sus "libaciones sangrientas". En esa época se inmolaban niños a Moloc. El autor denuncia esta increíble propagación del paganismo, sus prácticas y sus devastaciones.
Es más: este hombre está tentado por este mundo circundante, por "los ídolos del país, sus dioses que tanto amé". Convertido al verdadero Dios, está turbado por el éxito y la prosperidad aparente de las grandes naciones paganas. El materialismo sin Dios es atractivo: "tras ellos van corriendo"... hay que armarse de valor para enfrentarse a una corriente de opinión. La gran tentación en todos los tiempos, ha sido el "sincretismo": esto es, juntar una pequeña dosis de "fe y una gran dosis de "materialismo"... algo de verdadera religión y algo de ídolos... un poco de Dios y mucho del dios Mamon, el dinero...
Tentado, turbado, por el mundo circundante el salmista pide a Dios ilumine el sentido de su existencia como "pueblo separado", "pueblo elegido". Siente en el fondo de su corazón la seguridad de "tener la mejor parte". Su opción de creyente y practicante, lejos de ser un peso, una obligación onerosa, es para él fuente pura de dicha incomprensible para los paganos, y describe su vida de intimidad con Dios. Entonces todo el vocabulario de dicha aflora a sus labios: "mi refugio"... "mi dicha"... "mi heredad"... "mi copa embriagadora"... "mi destino"... "suerte maravillosa"... "mi herencia primorosa" "mi alegría"... "mi fiesta"...
Los versículos 5 y 6 hacen alusión al hecho de que la tribu de Leví (aquellos que servían a Dios en el templo), en el momento de la división de Palestina, hecha por suerte, no recibieron territorio: su parte, su heredad, era Yahveh. En esta forma la "vida de los levitas", que vivían en el templo, se convirtió en un símbolo de intimidad con Dios: la tierra de Canaán, dominio sagrado de Dios, dado a su pueblo... la casa de Dios, dominio sagrado al que introdujo a sus huéspedes... anuncios proféticos de la "era mesiánica" en que Dios "morará con los suyos y ellos con El".
Estamos ante una expansión confidencial del alma que encuentra su felicidad en vivir en compañía de Dios, porque Él es la fuente única de todo bien. De aquí se sigue la simpatía por todos los que son fieles a su Dios y la aversión hacia los que se entregan a prácticas idolátricas. Los ídolos, lejos de otorgar la felicidad a los seguidores, son ocasión de grandes perversiones morales, de prácticas crueles e inhumanas, llegando hasta el derramamiento de sangre humana en sus libaciones. Al contrario, el que sigue a Yahvé ha encontrado su porción selecta. El salmista, consciente de este privilegio, tiene, de día y de noche, presente en su mente a su Dios y ansía y espera perpetuar esta intimidad espiritual de vida con su Dios aun por encima de la muerte.
El salmista no quiere tomar parte en los cultos idolátricos, porque no tiene más que un Dios, Yahvé, que es la parte de su heredad y su copa (v. 5). La metáfora alude a la distribución de la tierra de Canaán entre las doce tribus. A la de Leví no se le dio extensión territorial, porque su parte o hijuela fue el propio Yahvé. Debía estar dedicada exclusivamente al culto, por pertenecer de un modo especial a Dios, y por eso las otras tribus debían atender al sostén material de sus miembros. Yahvé es, pues, la porción y heredad especial de los levitas y sacerdotes; pero también lo era de Israel, de las almas piadosas. Y el mismo Israel es la heredad de Yahvé.
El salmista expresa la alegría de sentirse privilegiado  de poder tener como heredad suya al propio Yahvé, el cual garantiza su lote, es decir, su íntimo bienestar y felicidad. Realmente ha sido afortunado en la distribución, pues las cuerdas cayeron para él en parajes amenos (v. 6). Ahora el símil está calcado en la costumbre de medir con cuerdas las diversas partes para determinar la hijuela de cada miembro de la familia. Él ha sido afortunado, pues su parcela cayó en la parte más feraz del terreno.
Agradecido, el salmista quiere bendecir a Yahvé, que le aconseja y le hace ver que su verdadero bien está en el propio Yahvé, que le ha cabido en suerte; su conciencia le instruye de noche,cuando medita secretamente en el lecho sobre la elección divina sobre él. En las horas tranquilas de la noche es cuando el salmista oye la voz de Dios reflejada en su conciencia.
Consecuencia de esta meditación profunda y secreta sobre su suerte privilegiada es su entrega sin reservas a Yahvé, al que tiene siempre ante su mente; y precisamente en esta su vinculación constante a su Dios está su seguridad inconmovible: no vacilaré (v. 8). Yahvé está siempre a su derecha, protegiéndole contra todo peligro.
En los  vv. 9-11 expresa el sentimiento de seguridad bajo la protección de Yahvé, esta hace que el justo este lleno de una alegría que penetra todo su ser: el corazón, las entrañas y la carne. Esta triplicidad de términos resalta la gran alegría que embarga al salmista al sentirse bajo la protección divina. Con Él descansa sereno, porque podrá hacer frente a todos los peligros.
Movido de esta confianza, el salmista espera que su Dios no le dejará ir al seol, o región subterránea donde están los difuntos. Espera que su Dios protector le libre del peligro de muerte, de ver la fosa. Esta expresión equivale a morir, ser relegado al sepulcro. Así, fosa y seol son dos términos paralelos para designar la muerte.
El salmista expresa su esperanza de librarse de la muerte por intervención divina, que le enseñará el sendero de la vida (v. 11); es decir, le permitirá vivir en plenitud junto a Él, saciándole de gozo en su presencia y de alegría a su diestra. En sus ansias de felicidad, el salmista aspira a convivir para siempre con su Dios.

La segunda lectura esta tomada de la carta a los gálatas (Gál 4,31-5,1.13-18). El cap. 5 de la carta a los gálatas constituye la conclusión de esta carta. Pablo no aporta nuevas perspectivas sobre la libertad cristiana, sino que resume con pasión los puntos esenciales de lo que ha dicho sobre ello y se preocupa, sobre todo, de que sus corresponsales adopten un estilo de vida que manifieste la libertad obtenida en Jesucristo.
La lectura de este día recuerda a primera vista el tema general de la carta a los gálatas: la libertad adquirida en Jesús, y muestra que la auténtica libertad se vive en la obediencia a la verdad y al Evangelio. El primer versículo afirma nuestra liberación, pero no especifica de qué ni de qué manera hemos sido liberados. Para saberlo basta volver a los primeros capítulos de la carta: la cruz es lo que libera al hombre, radicalmente (Gál 1, 4; 4, 5), y esta liberación se hace personal cuando cada hombre concreto escucha la predicación apostólica y se adhiere a ella (Ga 3, 1-5). La libertad es una realidad ya adquirida para la humanidad por iniciativa de Dios y por la muerte de Cristo. Pero falta la integración de cada hombre en este misterio de libertad, y esto es precisamente lo que viene a hacer el apóstol.
San Pablo reflexiona sobre el problema de la Ley, de la que Cristo nos ha eximido para la libertad. La Ley impuesta al pueblo de Dios era una primera etapa de su salvación. Era una ley "educativa". Pero era preciso observarla, y sabemos que no fue así. Fue la Ley la que hizo que los hombres conocieran la situación en que se hallaban: una situación en la que el pecado gravitaba sobre su vida esclavizándoles, no liberándoles. Las obligaciones externas de la Ley no pudieron acarrear la liberación total del hombre; por el contrario, le pusieron en una situación de mayor opresión que nunca.
Fue Cristo en persona quien vino a liberar completamente al hombre. La promesa de una liberación le había sido ya hecha a Abrahan, a quien la fe en Dios le justificó. También a nosotros nos libera la fe en la liberación prometida y realizada en Jesucristo. Cristo nos libera del pecado y de toda opresión externa de la Ley.
Se comprende que semejante doctrina debía "chocar" a los que se habían convertido del judaísmo, para quienes, si bien había que seguir a Cristo, no menos necesario era obedecer a la Ley. Para ellos la salvación, la justificación, dependía de esta doble actitud. Pero Pablo piensa que la justificación es un don gratuito que llega a todos aquellos a los que Dios quiere salvar, incluso a quienes no forman parte del pueblo judío, pero, con la condición, "sine qua non", de creer.
Los gálatas deben sentirse libres y no volver a caer en las cadenas de su antigua esclavitud. El evangelio nos revela la libertad; por consiguiente, no hay que darle las características de la Ley y asimilarlo a esta.
Pero ¿de qué hemos sido liberados? San Pablo piensa, sobre todo en la liberación de las prácticas de la ley (circuncisión, días sagrados, etc. Gál 3, 10-22; 4, 9-10).
Designa estas prácticas con la imagen del yugo. De todos modos, la libertad evangélica se opone, no sólo a la esclavitud de la ley, sino también a toda esclavitud religiosa (Rom 8, 21), a toda alienación del hombre por lo sagrado.
El amor es la expresión de esta libertad cristiana; en primer lugar, porque es el cumplimiento de la ley (v. 14): la vida religiosa y moral liberada de las infinitas sobrecargas legalistas, puede concentrarse en el precepto único del amor; en segundo lugar, porque el amor y el servicio a los demás (v. 13) permiten liberarse de la esclavitud de la carne o, más concretamente, del egoísmo.
Los vv. 16-17 desarrollan  esta oposición entre carne y espíritu. La carne designa el camino que elige el hombre dominado por su autosuficiencia, sin contar con la ayuda especial de Dios y de su Espíritu. La exhortación de Pablo a elegir entre la carne y el Espíritu muestra claramente que el creyente no queda introducido automáticamente en la esfera de la salvación: no es menos carnal que el incrédulo, pero el Espíritu de libertad se le ofrece como una posibilidad concreta de victoria sobre sí mismo.

El evangelio de san Lucas ( Lc 9,51-62) nos presenta a  Jesús consciente de que se acercaba el momento de la manifestación de su mesianismo ante Israel y ante el mundo entero: la hora de su inmolación como víctima expiatoria en favor de los hombres. Por eso no duda ni por un momento en dirigirse hacia Jerusalén. Allí tendría lugar la última escena del drama, allí derramaría su propia sangre, hasta la última gota. Su decisión anima a sus discípulos, que le siguen hacia el lugar de su muerte.
De camino hacia Jerusalén. Todos los sinópticos hablan de un viaje de Jesús a Jerusalén. Pero sólo Lc ha hecho de él un motivo catequético básico: la vida de Jesús fue también un largo caminar hacia una meta. Durante el mismo, instruyó a la comunidad de discípulos de cara a su propio caminar. El discípulo de todos los tiempos encuentra aquí el canon perenne de su actuación cristiana.
Como telón de fondo del relato están la enemistad y el odio entre samaritanos y judíos: originariamente, de tipo racial; después, además, de tipo político y religioso. El camino habitual de Galilea a Jerusalén pasa por Samaria: Jesús, dirigiendo al grupo galileo de discípulos, irá por él. Pero no es esto lo que molesta a los samaritanos, sino la finalidad del viaje: el ir al templo de Jerusalén lo interpretan como una infravaloración de Garizín. A la propuesta de los discípulos, Jesús reacciona regañándolos: el discípulo no puede moverse por sentimientos de venganza, desquite o intransigencia. Es una crítica de Jesús a las posiciones maximalistas.
Las respuestas de Jesús en cuanto al seguimiento hay que entenderlas en la capacidad de sugerencia que adquiere el lenguaje en una cultura de tipo oral: no es tan importante lo que se dice cuanto lo que se quiere decir. El contenido de las propuestas de Jesús significan, pues, que seguirle, condición de todo discípulo (=cristiano), exige disponibilidad total, radicalidad de entrega y coherencia.
La segunda parte de la lectura contiene tres palabras de Jesús en torno a las actitudes del que quiere seguir como discípulo: debe calcular antes el riesgo que esta decisión implica. El primero que se le acerca se manifiesta lleno de un espontáneo entusiasmo. La respuesta de Jesús: "...el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza", le recuerda que su existencia tiene como objetivo el "caminar" hacia Jerusalén, es un éxodo permanente. El segundo es invitado por Jesús al seguimiento, pero el llamado pone condiciones. La respuesta de Jesús ofrece dificultades de interpretación: "Deja que los muertos entierren a sus muertos...". Deja que los indecisos entierren a sus muertos. La renuncia al seguimiento de Jesús es una renuncia a la vida. El tercero es una síntesis de los dos anteriores: manifiesta espontáneamente su voluntad de seguir a Jesús pero con condiciones. Tiene una semejanza con la vocación de Eliseo leída en la primera lectura. "El que... sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios": El seguimiento de Jesús exige una dedicación absoluta al Reino, por encima de los sentimientos y proyectos personales.

Para nuestra vida

En la primera lectura vemos como Dios se acerca al hombre cuando éste trabaja en lo cotidiano de cada día. El trabajo es el lugar de encuentro más adecuado entre Dios y el hombre.
El  trabajo es  parte de la naturaleza del hombre, con todas sus grandezas y con toda su miseria. Y en ese lugar, Dios se hace presente.
La disposición de Eliseo para seguir la vocación de profeta a la que Dios, por medio del profeta Elías, le llamaba, era una disposición radical, tal como demostró después durante toda su vida. Renunció a seguir viviendo con sus padres y a todas sus posesiones materiales, incluidos los bueyes con los que estaba arando. El amor a los padres era un deber sagrado para todo judío; algunas frases de Jesús que pueden dar a entender lo contrario, como alguna frase de las que hemos leído en el evangelio de este domingo, debemos entenderlas en un contexto distinto y no deben entenderse literalmente, sino fijándonos en el mensaje que quieren dar, el mensaje de la radicalidad y de anteponer la predicación del reino de Dios y el cumplimiento de su voluntad a todo lo demás. Porque todo lo demás se nos dará por añadidura.
La misión del profeta pasa de Elías a Eliseo. Este es un pobre labrador, pero en medio de su humildad siente la llamada del Señor, a través de un mediador: Elías impone su manto sobre Eliseo para significar que le transfiere la misión profética. Es como una imposición de manos: el vestido era considerado como parte de la persona que lo vestía. Por lo tanto, el gesto de Elías significa que Eliseo participa desde este momento del espíritu de Elías.
Elías no impide a Eliseo decir adiós a sus padres. Eliseo se despide de sus padres y lo celebra con un banquete. La llamada implica un cambio generoso de vida y por eso sacrifica los bueyes con los que araba y obtenía sus ingresos de vida; pero toda llamada debe ser alegre, y por eso la celebra con un banquete.
Ser "llamado" no puede equivaler a orillar a padres y hermanos para servir a una institución religiosa. La llamada profética es dura, implica aguante, conlleva incomodidades sin cuento..., pero más que un desgarro familiar debe ser una ruptura con un "status quo" profesional. Eliseo mata a los bueyes, quema los aperos..., y come con alegría en medio de los suyos. El discípulo de Jesús deberá renunciar a toda seguridad: cargos, poderes, insignias, influencias, autocomplacencia...
También a nosotros cristianos del  Siglo XXI, el Señor nos sigue llamando. Estemos atentos a su llamada, siempre personal, pero con un sentido comunitario.

El salmo nos presenta una esplendida manifestación de  la de la confianza ciega en Dios. El salmista se acoge a la protección divina como única fuente de felicidad. Por eso lo proclama como Señor único, pues sólo en Él encuentra su dicha. Llevado de esta su vinculación a Dios, sólo le interesan los que están en buenas relaciones con Él, como los santos; en éstos tiene su complacencia, y son en realidad, a su estimación, los verdaderos príncipes y señores de la tierra.
Es un salmo de abandono confiado en el Señor desencadena una multitud de problemas llenos de dificultades y hace enloquecer la pluma de los estudiosos. Lo cual nos indica que si es difícil «entrar» en el sufrimiento de alguien, es aún más difícil «entrar» en la alegría de un hombre.
" Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: «Tú eres mi bien»" (v. 1-2).
Después de este arranque, que constituye el tema principal de toda su oración, el salmista debería haberse defendido: «Y protege mi alegría de las indiscreciones ­y de las vivisecciones­ de los estudiosos». Naturalmente, no pensó en ello.
Un orante que ha apostado todo por Dios.
Pero, ¿quién es este orante?. Se trataría de un sacerdote al servicio del templo. De sus labios brota uno de los más bellos cantos de confianza y de paz que se han cantado jamás.
No se limita a gritarnos su propia alegría. Nos da también la clave de ella. Vuelto hacia el Señor puede decir: «Tú eres mi bien» (v. 2).
El rasgo característico de este individuo es el de uno que ha apostado todo por Dios. Se ha «jugado» hasta su vida por él.
" El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano" (v. 5).
No se para a hacer inventario de lo que está en manos de los demás. El tesoro que le espera está en buenas manos (v. 5).
Él no cede ante soluciones fáciles. No se deja impresionar por las modas. No es conformista. No está dispuesto a correr tras naderías. Ni quiere rifar su propio corazón y llenarlo de bagatelas. Sabe que su Dios es terriblemente celoso.
Es el rechazo intransigente de todos los ídolos en sus formas más variadas y fascinantes.
Pero no está inmune ni siquiera de dudas, inquietudes, equivocaciones. El versículo 7: «hasta de noche me instruye internamente» nos hace imaginar que no está asegurado contra el insomnio.
Sin embargo, no es presuntuoso. Sabe a quién dirigirse. Sabe orar para descubrir los planes de Dios para él: «Bendeciré al Señor que me aconseja» (v. 7).
Incluso cuando se encuentra zambullido en un grave peligro, tiene una certeza:
Ha aprendido un «ejercicio de piedad» fundamental: «Tengo siempre presente al Señor» (v. 8). Los resultados de este «ejercicio piadoso» son evidentes:
"Con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena" (v. 8-9).
" Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha" (v. 10-11).
Meditemos la expresión final:
" Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha" (v. 11).

La segunda lectura nos presenta los problemas de los  gálatas  que han vuelto a encerrarse en preocupaciones religiosas estériles pues lo que cada uno quiere únicamente es evitar los reproches de Dios, y eso tiene mucho de egoísmo. El celo por la ley o la posesión del Espíritu mal entendida conducen al orgullo, a la enemistad y a la envidia, conducen a devorarse mutuamente.
La primera frase que leemos viene a ser como un resumen del mensaje de la carta. Cristo no sólo nos ha liberado de la esclavitud de la Ley y del pecado, sino que nos quiere libres, nos ha colocado en un estado de libertad.
 Algunos gálatas querían volver al yugo de la Ley, a la esclavitud.
La mayor parte de los versículos corresponden al l cap. 5 que constituye la conclusión de la carta. Los versículos comienzan enunciando el resultado de la actuación de Cristo: liberación para vivir en libertad.
Liberación se contrapone a sometimiento y libertad a esclavitud.
En el contexto global de la carta se establecen los siguientes procesos:
* ley - sometimiento - esclavitud;
* fe - liberación - libertad.
La ley, va acorralando al  hombre en un cerco asfixiante de remordimientos y complejos de culpabilidad que terminan por destruirlo. Liberación de la ley quiere decir liberación de todo ese proceso aniquilador que la ley desencadena.
Esta es la liberación aportada por Cristo; su resultado es la pura alegría de vivir sin cercos asfixiantes. Libertad frente a la ley, libertad de la autodestrucción provocada por la ley. Esta es la llamada que Dios hace al cristiano (v. 13a).
Esta libertad está expuesta a profundos malentendidos y abusos (v.13b). Es el  propio hombre en cuanto es carnal, es decir, en cuanto es legalista, en cuanto es egoísta.
Deseos de la carne, egoísmo y ley reflejan la misma e idéntica condición humana (cfr. vs. 13, 16 y 18). La expresión "deseos de la carne" no tiene un sentido de concupiscencia sexual.
El auténtico y recto ejercicio de la libertad acontece en el mutuo servicio del amor (vs. 13c-14). La realidad de la libertad se da en la vinculación amorosa a los otros. Libertad es ponerse a disposición y dejar disponer de sí. Los deseos de la carne, es decir, el egoísmo, el servirse a sí mismo, llevan a morderse y devorarse mutuamente (v. 15); llevan a la misma destrucción a la que conduce la ley. Homo homini lupus. El amor auténtico, en cambio, es liberación del propio yo y se desarrolla sirviendo a los demás.
Para perseverar en la libertad del amor es necesaria  la guía y la fuerza del Espíritu (vs. 16-18). Este Espíritu no es un poder dado con la existencia, sino el poder de Cristo mismo venido con Cristo sobre la existencia; es la presencia poderosa de Cristo que irrumpe en nosotros y se interioriza en nuestra intimidad. Para que este Espíritu se imponga a la carne  es necesario abrimos a él. Es entonces cuando dejamos de estar bajo el dominio de la ley y empezamos a ser libres.
El mensaje es claro, hay que dejarse guiar por el Espíritu, que es el principio de filiación y, por tanto, de fraternidad, y no dejarse llevar por la carne, que significa todo aquello que hay en el hombre que se opone a Dios. La lucha entre Espíritu y carne no es entre "espíritu" y "cuerpo", sino entre lo que Dios quiere y lo que va contra ese querer, que a veces son cosas muy "espirituales". El que se deja conducir por el Espíritu no se enorgullecerá de haber cumplido la Ley o de ir contra ella. Será libre, será hijo de Dios.
Dios llamó a los gálatas, por medio de la predicación de Pablo, a ser libres, a salir del mundo antiguo de la Ley y del pecado, para vivir en la nueva creación de Dios. Pero la libertad puede ser mal entendida si no se tiene en cuenta el amor, del cual nace. Precisamente porque es fruto del amor, la libertad verdadera lleva al servicio de los hermanos, lleva a "amar al prójimo como a ti mismo". Este es el criterio perpetuo para saber si vivimos de verdad la libertad que Cristo nos ha ganado y nos ha dado.
La reflexión paulina nos sirve para nuestra vida cristiana. El que tiene el Espíritu de Cristo no se preocupa por no pecar, sino por amar. Lo que a Dios le importa es que salgamos de nuestros pequeños problemas para que nos anime su Espíritu. Es lo que dice ahora Pablo. El creyente realmente libre es el que se considera "esclavo" de Cristo. Esa es la manera de "tener fe" en la vida diaria: solucionar todo pensando que soy de Cristo y estoy al servicio de mis hermanos. De ahí nacen alegría y paz. Espíritu y carne no son dos partes del hombre, sino sólo dos orientaciones divergentes de toda persona.

En el evangelio contemplamos a unos discípulos que perdieron el miedo a quienes acechaban al Maestro y nos enseñaron con su actitud cuál ha de ser la nuestra en los momentos de la prueba. El evangelista narra luego el paso de Jesús hacia la Ciudad Santa. Por el camino irían ocurriendo diversos sucesos que darían pie al Maestro para enseñar a sus discípulos.
" No lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén". "Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron: Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos? Jesús se volvió y les regañó".
 En varios pasajes de la Biblia podemos leer frases en las que judíos piadosos le piden a Yahvé que extermine a sus enemigos y que acabe con ellos. La intención primera, claro está, es que los enemigos se conviertan e Israel pueda ser el auténtico trono y reino de Dios.
En este relato evangélico, los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, le piden a su Maestro que les permita mandar fuego del cielo contra los Samaritanos por no haberles permitido a ellos alojarse en su territorio, por el simple hecho de que se dirigían hacia la ciudad enemiga de Samaria, Jerusalén. Jesús les regaña y no accede a su petición.
La vocación en el seguimiento de Jesús exige radicalidad: el que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el Reino de Dios”. No es necesario pensar que los que hemos sido llamados a la vocación religiosa tengamos que ser necesariamente mejores personas que los demás. Es verdad que el seguimiento de la vocación religiosa exige radicalidad, es decir, exige renunciar a muchas satisfacciones y exigencias que se encuentran en la vida familiar, al desapego del dinero y de otras ambiciones del mundo, pero también es verdad que las personas que hemos seguido la vocación religiosa tenemos ciertas ventajas, espirituales y sociales, que no se encuentran en la vida familiar, tal como hoy se vive generalmente. Los casos de los que hoy nos habla el evangelio son de personas que no se atrevieron a aceptar la radicalidad del seguimiento que Jesús les exigía.
Podemos dejarlo todo para seguir a Jesús, sin tener por eso que desear el mal de nadie. Es más, si para seguir a Jesús creemos que debemos desear el mal de alguna persona, realmente no estamos siguiendo a Jesús, porque Jesús nunca deseó el mal de nadie. Seguir a Jesús es amar a Dios y al prójimo como Cristo lo amó, es decir, deseando siempre su bien y haciendo por nuestra parte todo lo que podamos para que sea feliz.
Los hijos del Trueno querían arrasar aquel poblado samaritano con fuego venido de lo alto. Jesús se apena y les recrimina porque todavía no han entendido cuál es el espíritu que ha de animar a un seguidor suyo.
El Evangelio nos interpela, ante la cólera y la indignación en nuestro interior, los deseos de justicia implacable, los sentimientos del odio y el rencor, el afán de venganza
En los diálogos que se nos presentan de Jesús con gentes que quieren seguirle, parece muy radical en su planteamientos al no dejar que uno entierre a su padre o que otro ni siquiera pueda despedirse de su familia. Ese radicalismo podría parecer que estaba en contra de la libertad personal de cada uno. No es así. La "petición fuerte" sorprende y trae, sin duda, un camino de reflexión. Y ahí es donde todo se hace grande, porque una misión que ni siquiera permite seguir unos legítimos compromisos familiares da idea de su enorme dimensión.
esta exigencia  obliga al análisis personal, porque no se puede aceptar nada que lleve una petición tan importantes, si no es mediante la reflexión y la decisión personal.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com

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