sábado, 4 de enero de 2020

Comentario a las lecturas del domingo segundo después de Navidad 5 de Enero de 2020


Comentario a las lecturas del domingo segundo después de Navidad 5 de Enero de 2020
Eclo 24, 1-2. 8-12
Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20  
Ef 1, 3-6.15-18
Jn 1,1-18
Este domingo es como un reflejo de la fiesta de la Navidad. Y así muchos de los textos que se reflejan en la celebración de hoy son los mismos de la Natividad. Viene muy buena esta “segunda oportunidad” de meditar esta Palabra de Dios, por si hace unos días se nos pasaron algunas cosas de la celebración del Nacimiento de nuestro Salvador.
Los textos litúrgicos de hoy ofrecen la dimensión teológica de los hechos de Belén. La contemplación se basa principalmente en el prólogo del cuarto evangelio. El alma se postra al son de la gran afirmación: "La Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros". Nosotros, por la venida de esta Palabra, somos hijos de Dios.
La presente meditación, siguiendo el texto sapiencial, nos conduce a ensalzar a la Sabiduría, a admirarla, a alabarla y bendecirla. Oración gratuita que acaricia el misterio, a semejanza de la actitud contemplativa de la Virgen María, y que lo hace penetrar en el corazón. Adoremos, pues, a la Divina Sabiduría Eterna, que ha querido residir, con todo su poder salvador, en la nueva Jerusalén, para participar a su pueblo la misma gloria que ella posee.
La oración, por tanto, deviene hoy glorificación de Dios. Oportunidad para dar alas a la alabanza que brota espontáneamente de la consideración de los hechos y palabras del Señor a favor de los hombres. Singularidad de una revelación que hemos tenido la suerte de conocer y que agradecemos con todo el alma.
Nuestra bendición -decir bien- se dirige a Dios, porque, en Cristo, nos ha bendecido con toda suerte de bendiciones espirituales. Elegidos eternamente a la santificación, nos ha predestinado a ser hijos adoptivos en el mismo Cristo. Debemos ser alabanza de la gloria de Dios. Tenemos que ser testigos de la esperanza que inunda nuestros corazones.

La primera lectura  del libro del Eclesiástico, (Eclo 24, 1-2. 8-12),es el “himno a la sabiduría”, a sabiduría que habita junto a Dios, es “Palabra”  sabia, es veraz. Con esa “Palabra” de sabiduría Dios crea el mundo y lo “recrea” enviando a su hijo Jesús, su mejor Palabra. Y esa “Palabra” se ha hecho VIDA.
La sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloria en medio de su pueblo”. La sabiduría, no la ciencia; la sabiduría es cosa de Dios, la ciencia es cosa de los hombres. Los cristianos amamos la ciencia, pero sólo para llegar con ella más fácilmente a Dios por el amor, es decir, para alcanzar la verdadera sabiduría. Nuestro mundo es bastante racional y científico, pero no es sabio, porque no tiene amor y porque usa la ciencia, en gran parte, para matar mejor y para agrandar el inmenso abismo que separa a unos hombres de otros. La Sabiduría , es el conocimiento y el amor de Dios y de todas las cosas en Dios y para Dios. Pidamos a Dios Padre que nos dé la sabiduría, que nos dé su gracia para que vivamos realmente como hijos adoptivos suyos, a imagen de su Hijo.

El Salmo de hoy es  el 147 (Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20  ),desgrana la obra de Dios y la une en la estrofa a la cercanía de la palabra encarnada. Asñi lo expresamos en la estrofa:  " la palabra se hizo carne y acampó entre nosotros"
Este salmo, en el texto hebreo, es la segunda parte del salmo 146 y continuación del mismo tema: Himno de alabanza a Dios Señor de todo y cuya bondad se manifiesta en toda clase de beneficios. Para los pueblos rurales de otros tiempos, la "ciudad", rodeada de murallas y protegida por sólidas puertas, era el símbolo de la seguridad. Israel no olvida nunca que el mayor beneficio es el maravilloso don de la "Ley", de la "alianza" de Dios con su pueblo: ningún otro pueblo fue tratado de igual manera, ningún otro pueblo conoció sus voluntades. Estos dos temas, el de la intervención de Dios en la historia y el de la intervención de Dios en la naturaleza están estrechamente unidos por el tema de la "Palabra", del "Verbo" de Dios: es el mismo Dios "que se expresa" en los dos casos... Y las maravillas del cosmos son como la garantía de la verdad de su ley. El hombre que conoce la voluntad de Dios tiene la posibilidad de saber "la ley de su ser": es una seguridad de éxito. Lejos de considerar la ley como una sujeción o un peso, Israel la considera como liberadora. Se la ama, como la luz que permite caminar sin vacilar. Saber lo que es "bueno para el hombre", saber "lo que lo destruye".
Así comenta San Juan Pablo II este salmo: " 1. El Lauda Ierusalem, que acabamos de proclamar, es frecuente en la liturgia cristiana. A menudo se entona el salmo 147 refiriéndolo a la palabra de Dios, que "corre veloz" sobre la faz de la tierra, pero también a la Eucaristía, verdadera "flor de harina" otorgada por Dios para "saciar" el hambre del hombre (cf. vv. 14-15).
Orígenes, en una de sus homilías, traducidas y difundidas en Occidente por san Jerónimo, comentando este salmo, relacionaba precisamente la palabra de Dios y la Eucaristía: "Leemos las sagradas Escrituras. Pienso que el evangelio es el cuerpo de Cristo; pienso que las sagradas Escrituras son su enseñanza. Y cuando dice:  el que no coma mi carne y no beba mi sangre (Jn 6, 53), aunque estas palabras se puedan entender como referidas también al Misterio (eucarístico), sin embargo, el cuerpo de Cristo y su sangre es verdaderamente la palabra de la Escritura, es la enseñanza de Dios. Cuando acudimos al Misterio (eucarístico), si se nos cae una partícula, nos sentimos perdidos. Y cuando escuchamos la palabra de Dios, y se derrama en nuestros oídos la palabra de Dios, la carne de Cristo y su sangre, y nosotros pensamos en otra cosa, ¿no caemos en un gran peligro?" (74 omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 543-544).
Los estudiosos ponen de relieve que este salmo está vinculado al anterior, constituyendo una única composición, como sucede precisamente en el original hebreo. En efecto, se trata de un único cántico, coherente, en honor de la creación y de la redención realizadas por el Señor. Comienza con una alegre invitación a la alabanza: "Alabad al Señor, que la música es buena; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa" (Sal 146, 1).
2.Si fijamos nuestra atención en el pasaje que acabamos de escuchar, podemos descubrir tres momentos de alabanza, introducidos por una invitación dirigida a la ciudad santa, Jerusalén, para que glorifique y alabe a su Señor (cf. Sal 147, 12).
En el primer momento (cf. vv. 13-14) entra en escena la acción histórica de Dios. Se describe mediante una serie de símbolos que representan la obra de protección y ayuda realizada por el Señor con respecto a la ciudad de Sión y a sus hijos. Ante todo se hace referencia a los "cerrojos" que refuerzan y hacen inviolables las puertas de Jerusalén.
...
En su interior, representado como un seno seguro, los hijos de Sión, o sea los ciudadanos, gozan de paz y serenidad, envueltos en el manto protector de la bendición divina.
La imagen de la ciudad alegre y tranquila queda destacada por el don altísimo y precioso de la paz, que hace seguros sus confines. Pero precisamente porque para la Biblia la paz (shalôm) no es un concepto negativo, es decir, la ausencia de guerra, sino un dato positivo de bienestar y prosperidad, el salmista introduce la saciedad con la "flor de harina", o sea, con el trigo excelente, con las espigas colmadas de granos. Así pues, el Señor ha reforzado las defensas de Jerusalén (cf. Sal 87, 2); ha derramado sobre ella su bendición (cf. Sal 128, 5; 134, 3), extendiéndola a todo el país; ha dado la paz (cf. Sal 122, 6-8); y ha saciado a sus hijos (cf. Sal 132, 15).
3.En la segunda parte del salmo (cf. Sal 147, 15-18), Dios se presenta sobre todo como creador. En efecto, dos veces se vincula la obra creadora a la Palabra que había dado inicio al ser: "Dijo Dios: "haya luz", y hubo luz. (...) Envía su palabra a la tierra. (...) Envía su palabra" (cf. Gn 1, 3; Sal 147, 15.18).
...
4.Entonces se pasa al tercer momento, el último, de nuestro himno de alabanza (cf. vv. 19-20). Se vuelve al Señor de la historia, del que se había partido. La Palabra divina trae a Israel un don aún más elevado y valioso, el de la Ley, la Revelación. Se trata de un don específico: "Con ninguna nación obró así ni les dio a conocer sus mandatos" (v.20).
Por consiguiente, la Biblia es el tesoro del pueblo elegido, al que debe acudir con amor y adhesión fiel. Es lo que dice Moisés a los judíos en el Deuteronomio: "¿Cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy?" (Dt 4, 8).
5.Del mismo modo que hay dos acciones gloriosas de Dios, la creación y la historia, así existen dos revelaciones:  una inscrita en la naturaleza misma y abierta a todos; y la otra dada al pueblo elegido, que la deberá testimoniar y comunicar a la humanidad entera, y que se halla contenida en la sagrada Escritura. Aunque son dos revelaciones distintas, Dios es único, como es única su Palabra. Todo ha sido hecho por medio de la Palabra -dirá el Prólogo del evangelio de san Juan- y sin ella no se ha hecho nada de cuanto existe. Sin embargo, la Palabra también se hizo "carne", es decir, entró en la historia y puso su morada entre nosotros (cf. Jn 1, 3. 14)." (San Juan Pablo II. Catequesis en la audiencia general del miércoles. 5 de Junio de 2002 ).

San Pablo en la segunda lectura (Ef 1, 3-6.15-18):. La segunda lectura de hoy nos presenta una de esas doxologías que aparecen en los escritos paulinos.
Inmediatamente después de la salutación, la carta a los Efesios incorpora un himno -posiblemente de procedencia litúrgica- de acción de gracias al Padre por la salvación que nos dio en Cristo (versículos 3-14). Acto seguido (versículos 15 ss), Pablo hace una oración al Padre para que conceda a los creyentes un espíritu de sabiduría que les dé a conocer cuál es su esperanza. La lectura de hoy nos presenta los primeros versículos de la acción de gracias y de la oración.
El himno de acción de gracias es básicamente una bendición del "Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo" porque El fue el primero en bendecirnos. Es decir, se da gracias porque nos dio su Gracia. Y su gracia o bendición consiste en elegirnos para "ser hijos adoptivos suyos" por medio de Jesucristo. Y esto lo hizo el Padre de acuerdo con su plan salvador concebido "antes de la creación del mundo". El himno ayuda al creyente a comprenderse a sí mismo como agraciado, bendito, amado por el Padre desde siempre, con un amor que se manifiesta sobre todo al rescatarnos al precio de la sangre de Cristo (cfr. 1,7).
Esta acción de gracias de Pablo está motivada por las noticias que tiene de la fe de los efesios, lo cual motiva también su oración para que el Padre les conceda un "espíritu de sabiduría y revelación" que les lleve al verdadero conocimiento del Padre y de la esperanza de los creyentes: la participación en la misma suerte de Cristo.
La lectura consta de la primera parte del himno inicial de la carta (vs. 3-6) y de un final (15-18), común a todo el himno, lo cual resulta una distribución extraña desde el punto de vista del texto.
En esos versos iniciales aparece claramente la acción de gracias-bendición por la predestinación y elección de los hombres por parte de Dios. La palabra "predestinación" bíblicamente hablando es la que Dios hace para que todos los hombres sean hijos suyos. Santidad y filiación van unidas en este texto.
El texto destaca, por un lado, la gratuidad e iniciativa de Dios. Por otra, la consecuente apertura del hombre a este proceso, a través de la fe. Actividad humana que es de respuesta y aceptación también, nuevamente, en el Espíritu y como don de Dios también ella.
Este pasaje expresa en una sola frase una alabanza desbordante, que, de una alentada, celebra el despliegue de la gracia de Dios.
El pasaje pertenece al género literario de bendición (cfr. 2 Cor 1, 3), muy usual en la liturgia judía. Dios es el sujeto de los verbos; su acción se encuentra ritmada por los "en Cristo" ("en él") y jalonada por fórmulas doxológicas (vv. 6.12. 14). La bendición de Dios se considera como elección (4-5), liberación (6-7), herencia (11-12). Estos temas pertenecen al vocabulario de alianza del A.T. Efesios llega a hacer una unión notable entre la perspectiva bíblica de pueblo de Dios y la idea nueva de Iglesia de Cristo.
La expresión "en el cielo" , que es muy particular de esta carta (1, 20; 2,6), sitúa sucesivamente en el mundo celeste a Cristo, a la Iglesia, a los creyentes. La expresión se asocia estrechamente a los elegidos en el triunfo de Cristo, vencedor de las potencias celestes. Esta elección es obra absoluta de la gracia, lo que viene a constituir un signo de adopción filial.
Esta adopción no debilita nuestra responsabilidad, sino que la potencia hasta una exigencia sin límites (vv. 11-14).
El Apóstol se siente lleno de gratitud hacia Dios y exclama gozoso alabando la bondad y el poder divinos. “que el Padre de la gloria os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo”
El Padre nos ha dado la “Palabra” para que podamos conocerle en profundidad. Necesitamos ese “espíritu de sabiduría y revelación” para poder reconocerle vivo y resucitado en medio de nuestro mundo. Necesitamos abrir nuestros oídos, nuestros ojos, todos nuestros sentidos, para recibirle en nuestras vidas en esta Navidad.
Dios nace cada vez que escuchamos su “Palabra” y la intentamos hacer vida. Dios es “Palabra viva”, no puede quedarse encerrado ni parado. La “Palabra” no es para quedárnosla, sino para compartirla, para hacerla testimonio, para que cale en otros y les lleve al encuentro con Dios.
Santos e irreprochables.- "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones..." (Ef 1,3) Bendice al Padre precisamente porque él nos ha bendecido con toda clase de bendiciones. Bendecir equivale a decir bien. Aplicado al hombre respecto de Dios viene a significar que el hombre habla bien de Dios, reconoce su dignidad divina y la proclama. Y lo mismo que una blasfemia ofende al Señor, una alabanza le honra. Si maldecir a Dios es un pecado gravísimo, alabarle y bendecirle es un modo de darle culto y ensalzarle.
Él nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por amor”. Con absoluta claridad y rotundidad San Pablo les dice a los primeros cristianos de Éfeso y también a nosotros que estamos llamados a la santidad, es decir, a ser santos e irreprochables en la presencia de Dios, por amor. Para conseguir esta santidad por amor deberemos arrancar de los más oscuros rincones de nuestra conciencia los egoísmos, las tendencias pecaminosas, los orgullos y vanidades, en definitiva todos los pecados. Dios Padre nos ha elegido hijos adoptivos suyos, a imagen de su Hijo, Jesús, para que seamos en este mundo gloria y alabanza de su gloria.
Tanto para entender lo que significa participar de la herencia de Jesús, como para discernir lo que exige la esperanza de la fe y el conocimiento de la sabiduría de Dios, es preciso que el cristiano se ponga en actitud de súplica consciente y religiosa. Así es como se llega a ser "santos": siendo hermanos en Cristo, capaces de conocer la realidad de Dios y las exigencias de la fe entre los hombres.
En contra de lo que algunos podrían suponer, la visión cristiana sobre el hombre y su historia no puede ser más optimista y esperanzada. Nuestra existencia no es «un breve resplandor entre dos oscuridades», sino que sabemos muy bien cuál es nuestro origen y cuál es nuestro destino; somos hijos de la luz y herederos de la gloria; de luz en luz caminamos.
«Antes de la creación» fuimos elegidos y pensados con amor. «Yo soy porque soy amado». Yo crezco porque no dejo de ser amado. Yo no moriré porque siempre seré amado. La riqueza de gloria que nos espera sólo podemos comprenderla desde el «espíritu de Sabiduría».
La razón última de toda esta realidad desbordante y gratificante, la explicación de tanta bendición y tanta gracia, es Cristo. Cristo es nuestra alabanza de gloria.
¿Nuestra vida es gloria y alabanza de Dios ante nuestros hermanos? ¿Nos ven los demás realmente como gloria y alabanza de Dios? Son estas algunas de las preguntas que debemos meditar ahora y a las que deberemos responder los cristianos en este tiempo de Navidad.

El evangelio de hoy de San Juan  (Jn 1,1-18), es el prólogo del evangelio de Juan en el que se identifica a Jesús con la Palabra, "el Logos" griego La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.
El texto de hoy es el mismo que el día de Navidad. Nos presenta un prólogo que es una especie de Evangelio o Buena Nueva hecha en un resumen teológico desde la mente de Juan y de su comunidad primitiva. Hay un progreso de Revelación desde el principio hasta el fin. Se nos dice explícitamente que esta Palabra es el Hijo de Dios (vv.14 y 18) y que el Dios del que se ha venido hablando desde el principio es el Padre.
El prólogo del evangelio de Jn es un himno solemne -en siete estrofas de estructura semita- al Logos, al Verbo, revelación del Padre en Cristo. En este prólogo están ya presentes los grandes temas del evangelio: el Verbo, la vida, la luz, la gloria, la verdad. Y las fuertes contraposiciones: Luz-tinieblas; Dios-mundo; fe-incredulidad. Dos veces resuena la voz del testigo: Juan Bautista.
El evangelista se dirige a una comunidad de cultura griega, que conoce muy bien lo que significa en la filosofía el término "logos", palabra. Es el origen y culmen del universo, es lo que da sentido a todo. El logos es Jesús, que se encarna por nosotros. Pero vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, prefirieron las tinieblas a la luz. Hoy día sigue viniendo a nosotros, ¿por qué no sabemos reconocerlo? Es verdad que celebramos la Navidad, pero más que Navidad son "navidades" en las que es muy difícil identificar la presencia del Niño-Dios. Porque las luces nos deslumbran y no descubrimos la auténtica "luz", porque estamos llenos de cosas que nos impiden profundizar en nuestro interior para descubrirle, porque nos hemos quedado en la envoltura y no hemos descubierto el tesoro que encierra.
Las tesis que presenta son las mismas que las del evangelio. La idea de fondo es la plenitud de la revelación que nos ha traído el Verbo. Ha salido del Padre y se ha hecho hombre. También de la Sabiduría se dice que estaba en Dios (Pr 8. 30), pero la sabiduría era una personificación literaria. La Palabra en cambio, es una persona, es Dios, es la última palabra que Dios ha pronunciado (Hb 1. 3).
En la Palabra hay vida y la vida era luz. Luz que brilla en las tinieblas. La llegada de Jesús divide la historia en dos partes. Tinieblas antes de Jesús, luz después de él y nos coloca en una alternativa: ser hijos de la luz o hijos de las tinieblas.
Jesús es la luz verdadera no tanto en contraste con Juan sino con el A.T. Es la luz verdadera porque en él se cumplen las promesas.
El comienzo del prólogo de Juan nos remonta a lo más alto y más sublime del misterio trinitario: "La Palabra, en el principio, estaba junto a Dios".
La expresión es, a la vez, sobrecogedora y humilde: nosotros sabemos bien qué es eso de estar unos junto a otros; somos conscientes de necesitar el cobijo y el calor que da la cercanía humana. De lo que es y significa "estar junto a Dios" sabemos menos; es decir, en realidad no sabemos apenas nada: es un nivel al que, si no fuera por Jesús, no tendríamos posiblidad de acceso. Nosotros pertenecemos a la noche, y por nosotros mismos no podemos alcanzar el ámbito de la Luz.
Pero, un día, ese Dios a quien nadie ha visto nunca decidió rasgar la tiniebla y plantar su tienda junto a nosotros.
"Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros..." (Jn 1, 14). El “Logos” dice el texto original griego, que traduce el término hebreo “Menrah” y que la versión latina traduce por “Verbum”. En castellano siempre se dijo el Verbo. Ahora se traduce por Palabra en un afán de hacer más comprensible ese concepto joánico que intenta dar un nombre al Inefable, que precisamente por serlo escapa a nuestras posibilidades de comprensión y por tanto de nominación. De todas maneras el misterio sigue envolviendo a este Dios que nos nace en Belén como un niño...
Él se hizo carne en el seno virginal de María. Sí, carne, “sarx” en griego, “bashar” en hebreo. Un niño de carne, como cualquier otro niño, pequeño y torpe, inerme y blando, casi ciego, el pelo raído y escaso, desvalido y hambriento...
La Palabra se hizo carne. Así clarifica que la revelación definitiva de Dios no es una sombra, un sueño, una ilusión sino una realidad tangible. Juan lo reafirma en el prólogo de su primera carta.
Ha venido para acampar entre nosotros. Este ha sido siempre el modo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Desde la revelación en el Sinaí, Dios ha estado en medio de su pueblo. La tienda primero, el templo después, fueron los modos de presencia. Ahora esta presencia se ha hecho real y viva con la vida del hombre. La encarnación es el primer momento de esta morada de Dios entre los hombres y tendrá su realización plena en la resurrección.
Dios se acerca a los hombres hasta el punto de hacerse uno de ellos: "carne". Esta fórmula de Juan, "la palabra se hizo carne", es una afirmación del misterio de la encarnación del Hijo; del paso de la existencia eterna de la palabra de Dios, al comienzo de su existencia histórica y de su aparición en el mundo.
Pero no es ésa la intención principal del evangelista. Juan intenta, sobre todo, destacar que Jesús de Nazaret, palabra de Dios hecha carne, no es una apariencia, una sombra o un fantasma.
La revelación definitiva de Dios tiene rostro humano. Es una realidad cercana a los hombres. Ha puesto su tienda entre nosotros.
Desde el momento de la venida del Hijo al mundo en la debilidad de la "carne", realiza la presencia de Dios entre los hombres. El cuerpo de Jesús se convierte, por su muerte y su resurrección, en el templo de la presencia de Dios.
El es la verdad y la vida de Dios hecha carne. Ama, cura, perdona. Vive y sufre como un hombre entre los hombres. Todos pueden verlo y oírlo. Todos pueden creer en él, ver su luz, beber su agua, comer su pan, participar de su plenitud de gracia y de verdad. La comunidad cristiana lee solemnemente el prólogo del evangelio de Juan en las fiestas del nacimiento del Señor. Se trata de proclamar la misericordia y fidelidad de Dios, su gracia, que se han hecho realidad en Jesús. Que Dios no actúa mediante favores pasajeros y limitados, sino con el don permanente y total del Hijo hecho hombre que se llama Jesús, el Cristo.
El Antiguo Testamento conocía ya los temas de la Palabra y de la Sabiduría de Dios quien, siendo preexistente al mundo, es el artífice de toda la creación. Los libros sapienciales afirman que Dios lo crea todo con Sabiduría. Ésta estaba presente cuando Dios fundamentaba la tierra y los mares Pr 8,22.31). Ella ha querido habitar entre los hombres y hacerse conocer, como portadora que es de la Ley del Altísimo (cf. Sir 24,vv. 8. 23). Esta palabra volverá a Dios después de haber cumplido su misión salvífica y reveladora (cf. Is 40,8; 55.10-11).
El evangelista Juan es heredero de esta rica tradición veterotestamentaria. Después de la experiencia fundamental de la Resurrección, Jesús aparece como el portador y el revelador de la presencia de Dios. Todos los temas reveladores del Antiguo Testamento son reinterpretados para expresar con ellos el misterio del Resucitado. Jesús, es presentado como la Palabra preexistente de Dios, mediador de la obra creadora del Padre, que se ha encarnado en nuestra historia y ha venido a compartir nuestra vida, para cumplir la misión recibida: revelar a Dios a los hombres y mujeres. Después de cumplir su misión, ha de volver al Padre, de quien había salido. La novedad del Nuevo Testamento está, por una parte, en comprender la Sabiduría-Palabra de Dios como una persona diferente de la de Dios-Padre; y por otra en darle un rostro concreto: la persona de Jesús de Nazaret, hijo de María y de José.
Las palabras finales del evangelio de hoy: " A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer". resumen lo que significa aquello que denominamos la Encarnación de Dios, la Revelación-Manifestación de Dios. Palabras que podrían basar el comentario homilético de este domingo. Permitid que lo haga brevemente.
-"A Dios nadie lo ha visto jamás"
Primera afirmación, que quizá pueda parecernos sorprendente por lo que tienen de negación de un Dios conocido, hecho a nuestra medida. Hay en este texto, el evangelio de Juan, del prólogo de su evangelio, algo de "ateísmo" en el sentido de negar -de poner en crisis, en duda- nuestro conocimiento de Dios. Dice el evangelio de Juan: "A Dios nadie lo ha visto jamás".
¿Qué Dios conocemos? ¿No nos enseña la historia -y la realidad cotidiana- que muchos se han hecho una imagen o una concepción de Dios muy a la medida de las propias convicciones? ¿Qué pruebas tenemos de que el Dios que afirmamos conocer sea el Dios real? Decía uno de los mayores teólogos de la historia de la iglesia, santo Tomás de Aquino, que de Dios sabemos más lo que no es que no lo que es. Porque Dios es siempre más de lo que imaginamos, distinto de lo que suponemos, trascendente, más allá de nuestros esquemas y suposiciones.
De ahí que, el cristiano, en primer lugar, deba reconocer que partimos de un desconocimiento de Dios. Dicho de otro modo: que no podemos estar seguros de que Dios sea como lo imaginamos.
¿Por qué? Porque, como dice el evangelio que hoy hemos leído, "a Dios nadie lo ha visto jamás".
-"El Hijo es quien lo ha dado a conocer"
Pero inmediatamente el evangelio añade: "el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer". Esta es la gran afirmación propia de este tiempo de Navidad y Epifanía que estamos celebrando. "La Palabra -el Hijo de Dios- se hizo hombre y acampó entre nosotros". Este es para nosotros el camino, éste es para nosotros la luz, éste es para nosotros la Palabra.
La Iglesia primitiva recurrió con frecuencia al lenguaje poético e hímnico para expresar los misterios de su fe en Cristo resucitado. El testo proclamado hoy, expresa, con un lenguaje lleno de reminiscencias bíblicas, el misterio de Cristo y lo que supone abrirse a la fe: participar en la vida de Dios. Y esto es lo que celebramos en la fiesta de Navidad.
Es todo un misterio desvelado y revelado para una mayor comprensión nuestra, hecha por Juan:
a. Es una Palabra Divina: No solo está junto a Dios sino que ella misma es Dios pues existía desde el principio. Esta Cristología de Juan en el Prólogo es la misma que Pablo usa en sus cartas y es la más desarrollada de todo el Nuevo Testamento. No se remonta hasta la infancia de Jesús, como hacen Mateo y Lucas, sino que se remonta hasta su preexistencia.
b. Es Palabra creadora: Todo existe gracias a ella y por ella. Y parte de esta creatividad es que no solo transmite la vida, sino que ella misma es la vida que se identifica con la luz. En el Evangelio Jesús dirá: "Yo soy la Luz del mundo" y también "Yo soy la vida". Y lo manifestará con signos y señales abundantes, con portentosos milagros.
c. Es Palabra rechazada: El mismo Prólogo lo hace constar. Ha sido una Palabra que no han podido apagar las mismas tinieblas. Ha habido rechazo, ya que los suyos, que "no la recibieron", como la de tantos otros que en acto de autosuficiencia se han negado a abrazar este signo vital.
d. Es Palabra recibida: Los que oyen esta palabra serán sus discípulos, y a estos les dará el honor de ser Hijos de la Luz, Hijos de Dios.
e. Es Palabra testimoniada: Jesús va a ser el testigo principal de esta palabra y otros le seguirán como discípulos. El testigo reconoce perfectamente bien su función subordinada. Su vida es un continuo contraste con esta palabra que hace de espejo donde se refleja la propia vida con todos sus actos. (v.15).
f. Es Palabra iluminadora: (v. 9) De este mundo al que Dios ha enviado su Palabra. Un mundo individual y colectivo, que acepta o rechaza este don de Dios. Hay en este mismo Prólogo símbolos que han sido preferidos por Juan para manifestar más claramente el contraste de las dos realidades.  Es un dualismo claro: luz y tinieblas, bien y mal, vida y muerte, arriba y abajo.  Pero aunque hay contraste, los términos y los resultados no son iguales: Al final la luz vence a las tinieblas, la vida vence a la muerte, la gracia al pecado.
La Palabra de Dios recorrió un largo proceso en su acercamiento a los hombres. La hemos contemplado presente en la Creación. La vemos, como señala la Carta a los Hebreos, a lo largo de la historia del pueblo de Dios, al cual Dios ha hablado en distintas ocasiones por medio de los profetas. En la etapa final de la historia nos ha hablado por el Hijo, la luz verdadera. Pero lo más grave es que los hombres prefirieron las tinieblas a la luz. Rechazaron la claridad para vivir en la oscuridad.
Dice San Agustín, "la Palabra de Dios se ofrece a todos; cómprenla quienes puedan. Pueden todos los que piadosamente lo quieren. En esa Palabra se encuentra la paz; y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Por tanto, quien quiera comprarla, que se dé a sí mismo. Él es como el precio de la Palabra, si es posible expresarse así; quien lo da no se pierde a sí mismo, a la vez que adquiere la Palabra por la que se da, y se adquiere a sí mismo en la Palabra por la que se da. ¿Qué da la Palabra? Nada que no pertenezca ya a aquella por quien se da; antes bien, se devuelve a la Palabra para que ella rehaga lo que por ella fue hecho" (Sermón 117, 1-5).
¿Cómo recibimos nosotros la Palabra? Ella acampa entre nosotros, toma nuestra condición, "se hace hombre para divinizarnos a nosotros". Ahora Jesús viene a nosotros y podemos descubrirle en los pobres y necesitados. Muchas veces no le queremos ver cuando llama a nuestra puerta, le rechazamos como fueron también rechazados José y María. Este el gran drama del hombre: el rechazo de Dios y del hermano. Es significativo ver cómo tuvieron que ir fuera de los muros de la ciudad, cómo los primeros que se dieron cuenta del nacimiento de su hijo fueron los excluidos de aquella época, los pastores, quienes, eran mal vistos porque nunca participaban del culto como los demás y vivían al margen de los demás. O más bien eran ellos marginados por los poderosos. Su trono fue un pesebre, su palacio un establo, su compañía un buey y una mula… ¡Por algo quiso Dios que fuera así!
Oramos con San Agustín:
"Canten mis labios las alabanzas del Señor,
de ese Señor por el que fueron hechas todas las cosas
y por el que fue hecho Él en medio de las mismas;
de ese Señor que es el manifestador del Padre
y el creador de su Madre;
Hijo del Padre Dios sin madre,
hijo del hombre de madre sin padre;
gran luz de los Ángeles,
pequeña en la luz de los hombres;
Palabra de Dios antes de los tiempos;
palabra humana en el tiempo oportuno,
creador del sol,
creado bajo el sol
" (S. Agustín. Cuarto Sermón de Navidad, 1 PL 38, 1001).

Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com


No hay comentarios:

Publicar un comentario