Comentario a las lecturas del
domingo segundo después de Navidad 5 de Enero de 2020
Eclo
24, 1-2. 8-12
Sal
147, 12-13. 14-15.
19-20
Ef
1, 3-6.15-18
Jn 1,1-18
Este
domingo es como un reflejo de la fiesta de la Navidad. Y así muchos de los
textos que se reflejan en la celebración de hoy son los mismos de la Natividad.
Viene muy buena esta “segunda oportunidad” de meditar esta Palabra de Dios, por
si hace unos días se nos pasaron algunas cosas de la celebración del Nacimiento
de nuestro Salvador.
Los
textos litúrgicos de hoy ofrecen la dimensión teológica de los hechos de Belén.
La contemplación se basa principalmente en el prólogo del cuarto evangelio. El
alma se postra al son de la gran afirmación: "La Palabra se hizo carne, y
acampó entre nosotros". Nosotros, por la venida de esta Palabra, somos
hijos de Dios.
La presente meditación,
siguiendo el texto sapiencial, nos conduce a ensalzar a la Sabiduría, a
admirarla, a alabarla y bendecirla. Oración gratuita que acaricia el misterio,
a semejanza de la actitud contemplativa de la Virgen María, y que lo hace penetrar
en el corazón. Adoremos, pues, a la Divina Sabiduría Eterna, que ha querido
residir, con todo su poder salvador, en la nueva Jerusalén, para participar a
su pueblo la misma gloria que ella posee.
La oración, por tanto, deviene
hoy glorificación de Dios. Oportunidad para dar alas a la alabanza que brota
espontáneamente de la consideración de los hechos y palabras del Señor a favor
de los hombres. Singularidad de una revelación que hemos tenido la suerte de
conocer y que agradecemos con todo el alma.
Nuestra bendición -decir bien-
se dirige a Dios, porque, en Cristo, nos ha bendecido con toda suerte de
bendiciones espirituales. Elegidos eternamente a la santificación, nos ha
predestinado a ser hijos adoptivos en el mismo Cristo. Debemos ser alabanza de
la gloria de Dios. Tenemos que ser testigos de la esperanza que inunda nuestros
corazones.
La primera
lectura del libro del Eclesiástico,
(Eclo 24, 1-2. 8-12),es el “himno a la sabiduría”, a sabiduría que
habita junto a Dios, es “Palabra” sabia,
es veraz.
Con esa “Palabra” de sabiduría Dios crea el mundo y lo “recrea” enviando a su
hijo Jesús, su mejor Palabra. Y esa “Palabra” se ha hecho VIDA.
“La
sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloria en
medio de su pueblo”. La sabiduría,
no la ciencia; la sabiduría es cosa de Dios, la ciencia es cosa de los hombres.
Los cristianos amamos la ciencia, pero sólo para llegar con ella más fácilmente
a Dios por el amor, es decir, para alcanzar la verdadera sabiduría. Nuestro
mundo es bastante racional y científico, pero no es sabio, porque no tiene amor
y porque usa la ciencia, en gran parte, para matar mejor y para agrandar el
inmenso abismo que separa a unos hombres de otros. La Sabiduría , es el
conocimiento y el amor de Dios y de todas las cosas en Dios y para Dios.
Pidamos a Dios Padre que nos dé la sabiduría, que nos dé su gracia para que
vivamos realmente como hijos adoptivos suyos, a imagen de su Hijo.
El Salmo de hoy es
el 147 (Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20 ),desgrana la obra de Dios y la une
en la estrofa a la cercanía de la palabra encarnada. Asñi lo expresamos en la
estrofa: " la palabra se hizo carne y acampó entre nosotros"
Este salmo, en
el texto hebreo, es la segunda parte del salmo 146 y continuación del mismo
tema: Himno de alabanza a Dios Señor de todo y cuya bondad se manifiesta en
toda clase de beneficios. Para los pueblos rurales de otros tiempos, la
"ciudad", rodeada de murallas y protegida por sólidas puertas, era el
símbolo de la seguridad. Israel no olvida nunca que el mayor beneficio es el
maravilloso don de la "Ley", de la "alianza" de Dios con su
pueblo: ningún otro pueblo fue tratado de igual manera, ningún otro pueblo
conoció sus voluntades. Estos dos temas, el de la intervención de Dios en la
historia y el de la intervención de Dios en la naturaleza están estrechamente
unidos por el tema de la "Palabra", del "Verbo" de Dios: es
el mismo Dios "que se expresa" en los dos casos... Y las maravillas
del cosmos son como la garantía de la verdad de su ley. El hombre que conoce la
voluntad de Dios tiene la posibilidad de saber "la ley de su ser": es
una seguridad de éxito. Lejos de considerar la ley como una sujeción o un peso,
Israel la considera como liberadora. Se la ama, como la luz que permite caminar
sin vacilar. Saber lo que es "bueno para el hombre", saber "lo que
lo destruye".
Así comenta
San Juan Pablo II este salmo: " 1. El
Lauda Ierusalem, que acabamos
de proclamar, es frecuente en la liturgia cristiana. A menudo se entona el
salmo 147 refiriéndolo a la palabra de Dios, que "corre veloz" sobre
la faz de la tierra, pero también a la Eucaristía, verdadera "flor de
harina" otorgada por Dios para "saciar" el hambre del hombre
(cf. vv. 14-15).
Orígenes,
en una de sus homilías, traducidas y difundidas en Occidente por san Jerónimo,
comentando este salmo, relacionaba precisamente la palabra de Dios y la
Eucaristía: "Leemos las sagradas Escrituras. Pienso que el evangelio es el
cuerpo de Cristo; pienso que las sagradas Escrituras son su enseñanza. Y cuando
dice: el que no coma mi carne y
no beba mi sangre (Jn 6,
53), aunque estas palabras se puedan entender como referidas también al
Misterio (eucarístico), sin embargo, el cuerpo de Cristo y su sangre es
verdaderamente la palabra de la Escritura, es la enseñanza de Dios. Cuando
acudimos al Misterio (eucarístico), si se nos cae una partícula, nos sentimos
perdidos. Y cuando escuchamos la palabra de Dios, y se derrama en nuestros
oídos la palabra de Dios, la carne de Cristo y su sangre, y nosotros pensamos
en otra cosa, ¿no caemos en un gran peligro?" (74 omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 543-544).
Los
estudiosos ponen de relieve que este salmo está vinculado al anterior,
constituyendo una única composición, como sucede precisamente en el original
hebreo. En efecto, se trata de un único cántico, coherente, en honor de la
creación y de la redención realizadas por el Señor. Comienza con una alegre
invitación a la alabanza: "Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa" (Sal 146, 1).
2.Si
fijamos nuestra atención en el pasaje que acabamos de escuchar, podemos
descubrir tres momentos de alabanza, introducidos por una invitación dirigida a
la ciudad santa, Jerusalén, para que glorifique y alabe a su Señor (cf. Sal 147, 12).
En
el primer momento (cf. vv. 13-14) entra en escena la acción histórica de Dios.
Se describe mediante una serie de símbolos que representan la obra de
protección y ayuda realizada por el Señor con respecto a la ciudad de Sión y a
sus hijos. Ante todo se hace referencia a los "cerrojos" que
refuerzan y hacen inviolables las puertas de Jerusalén.
...
En
su interior, representado como un seno seguro, los hijos de Sión, o sea los
ciudadanos, gozan de paz y serenidad, envueltos en el manto protector de la
bendición divina.
La
imagen de la ciudad alegre y tranquila queda destacada por el don altísimo y
precioso de la paz, que hace seguros sus confines. Pero precisamente porque
para la Biblia la paz (shalôm) no es un concepto negativo, es decir, la
ausencia de guerra, sino un dato positivo de bienestar y prosperidad, el
salmista introduce la saciedad con la "flor de harina", o sea, con el
trigo excelente, con las espigas colmadas de granos. Así pues, el Señor ha
reforzado las defensas de Jerusalén (cf. Sal
87, 2); ha derramado sobre ella su bendición (cf. Sal 128, 5; 134, 3), extendiéndola a todo el país; ha dado la
paz (cf. Sal 122, 6-8); y ha
saciado a sus hijos (cf. Sal
132, 15).
3.En
la segunda parte del salmo (cf. Sal
147, 15-18), Dios se presenta sobre todo como creador. En efecto, dos veces se
vincula la obra creadora a la Palabra que había dado inicio al ser: "Dijo
Dios: "haya luz", y hubo luz. (...) Envía su palabra a la tierra.
(...) Envía su palabra" (cf. Gn
1, 3; Sal 147, 15.18).
...
4.Entonces
se pasa al tercer momento, el último, de nuestro himno de alabanza (cf. vv.
19-20). Se vuelve al Señor de la historia, del que se había partido. La Palabra
divina trae a Israel un don aún más elevado y valioso, el de la Ley, la
Revelación. Se trata de un don específico: "Con ninguna nación obró así ni
les dio a conocer sus mandatos" (v.20).
Por
consiguiente, la Biblia es el tesoro del pueblo elegido, al que debe acudir con
amor y adhesión fiel. Es lo que dice Moisés a los judíos en el Deuteronomio:
"¿Cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos como
toda esta Ley que yo os expongo hoy?" (Dt 4, 8).
5.Del
mismo modo que hay dos acciones gloriosas de Dios, la creación y la historia,
así existen dos revelaciones: una inscrita en la naturaleza misma y
abierta a todos; y la otra dada al pueblo elegido, que la deberá testimoniar y
comunicar a la humanidad entera, y que se halla contenida en la sagrada
Escritura. Aunque son dos revelaciones distintas, Dios es único, como es única
su Palabra. Todo ha sido hecho por medio de la Palabra -dirá el Prólogo del
evangelio de san Juan- y sin ella no se ha hecho nada de cuanto existe. Sin
embargo, la Palabra también se hizo "carne", es decir, entró en la
historia y puso su morada entre nosotros (cf. Jn 1, 3. 14)." (San Juan Pablo II. Catequesis en la audiencia general del miércoles. 5 de Junio de 2002 ).
San
Pablo en la segunda lectura (Ef 1, 3-6.15-18):.
La segunda lectura de hoy nos presenta una de esas doxologías que aparecen en
los escritos paulinos.
Inmediatamente después de la
salutación, la carta a los Efesios incorpora un himno -posiblemente de
procedencia litúrgica- de acción de gracias al Padre por la salvación que nos
dio en Cristo (versículos 3-14). Acto seguido (versículos 15 ss), Pablo hace
una oración al Padre para que conceda a los creyentes un espíritu de sabiduría
que les dé a conocer cuál es su esperanza. La lectura de hoy nos presenta los
primeros versículos de la acción de gracias y de la oración.
El himno de acción de gracias
es básicamente una bendición del "Dios
y Padre de nuestro Señor Jesucristo" porque El fue el primero en
bendecirnos. Es decir, se da gracias porque nos dio su Gracia. Y su gracia o
bendición consiste en elegirnos para "ser hijos adoptivos suyos" por
medio de Jesucristo. Y esto lo hizo el Padre de acuerdo con su plan salvador
concebido "antes de la creación del
mundo". El himno ayuda al creyente a comprenderse a sí mismo como
agraciado, bendito, amado por el Padre desde siempre, con un amor que se
manifiesta sobre todo al rescatarnos al precio de la sangre de Cristo (cfr.
1,7).
Esta acción de gracias de Pablo
está motivada por las noticias que tiene de la fe de los efesios, lo cual
motiva también su oración para que el Padre les conceda un "espíritu de
sabiduría y revelación" que les lleve al verdadero conocimiento del Padre
y de la esperanza de los creyentes: la participación en la misma suerte de
Cristo.
La lectura consta de la primera
parte del himno inicial de la carta (vs. 3-6) y de un final (15-18), común a
todo el himno, lo cual resulta una distribución extraña desde el punto de vista
del texto.
En esos versos iniciales
aparece claramente la acción de gracias-bendición por la predestinación y
elección de los hombres por parte de Dios. La palabra "predestinación" bíblicamente
hablando es la que Dios hace para que todos los hombres sean hijos suyos.
Santidad y filiación van unidas en este texto.
El texto destaca, por un lado, la
gratuidad e iniciativa de Dios. Por otra, la consecuente apertura del hombre a
este proceso, a través de la fe. Actividad humana que es de respuesta y aceptación
también, nuevamente, en el Espíritu y como don de Dios también ella.
Este pasaje expresa en una sola
frase una alabanza desbordante, que, de una alentada, celebra el despliegue de
la gracia de Dios.
El pasaje pertenece al género
literario de bendición (cfr. 2 Cor 1, 3), muy usual en la liturgia judía. Dios
es el sujeto de los verbos; su acción se encuentra ritmada por los "en
Cristo" ("en él") y jalonada por fórmulas doxológicas (vv. 6.12.
14). La bendición de Dios se considera como elección (4-5), liberación (6-7),
herencia (11-12). Estos temas pertenecen al vocabulario de alianza del A.T.
Efesios llega a hacer una unión notable entre la perspectiva bíblica de pueblo
de Dios y la idea nueva de Iglesia de Cristo.
La expresión "en el
cielo" , que es muy particular de esta carta (1, 20; 2,6), sitúa
sucesivamente en el mundo celeste a Cristo, a la Iglesia, a los creyentes. La
expresión se asocia estrechamente a los elegidos en el triunfo de Cristo,
vencedor de las potencias celestes. Esta elección es obra absoluta de la
gracia, lo que viene a constituir un signo de adopción filial.
Esta adopción no debilita
nuestra responsabilidad, sino que la potencia hasta una exigencia sin límites
(vv. 11-14).
El Apóstol se siente lleno de gratitud
hacia Dios y exclama gozoso alabando la bondad y el poder divinos. “que el Padre de la gloria os dé espíritu de
sabiduría y revelación para conocerlo”
El Padre nos ha dado la “Palabra” para
que podamos conocerle en profundidad. Necesitamos ese “espíritu de sabiduría y
revelación” para poder reconocerle vivo y resucitado en medio de nuestro mundo.
Necesitamos abrir nuestros oídos, nuestros ojos, todos nuestros sentidos, para
recibirle en nuestras vidas en esta Navidad.
Dios nace cada vez que escuchamos su “Palabra” y la intentamos hacer vida.
Dios es “Palabra viva”, no puede
quedarse encerrado ni parado. La “Palabra” no es para quedárnosla, sino para
compartirla, para hacerla testimonio, para que cale en otros y les lleve al
encuentro con Dios.
Santos e irreprochables.- "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo
en Cristo con toda clase de bendiciones..."
(Ef 1,3) Bendice
al Padre precisamente porque él nos ha bendecido con toda clase de bendiciones.
Bendecir equivale a decir bien. Aplicado al hombre respecto de Dios viene a
significar que el hombre habla bien de Dios, reconoce su dignidad divina y la
proclama. Y lo mismo que una blasfemia ofende al Señor, una alabanza le honra.
Si maldecir a Dios es un pecado gravísimo, alabarle y bendecirle es un modo de
darle culto y ensalzarle.
“Él nos eligió, antes de la creación del mundo, para
que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por amor”. Con absoluta
claridad y rotundidad San Pablo les dice a los primeros cristianos de Éfeso y
también a nosotros que estamos llamados a la santidad, es decir, a ser santos e
irreprochables en la presencia de Dios, por amor. Para conseguir esta santidad
por amor deberemos arrancar de los más oscuros rincones de nuestra conciencia
los egoísmos, las tendencias pecaminosas, los orgullos y vanidades, en
definitiva todos los pecados. Dios Padre nos ha elegido hijos adoptivos suyos,
a imagen de su Hijo, Jesús, para que seamos en este mundo gloria y alabanza de
su gloria.
Tanto para entender lo que significa
participar de la herencia de Jesús, como para discernir lo que exige la
esperanza de la fe y el conocimiento de la sabiduría de Dios, es preciso que el
cristiano se ponga en actitud de súplica consciente y religiosa. Así es como se
llega a ser "santos": siendo hermanos en Cristo, capaces de conocer
la realidad de Dios y las exigencias de la fe entre los hombres.
En contra de lo que algunos
podrían suponer, la visión cristiana sobre el hombre y su historia no puede ser
más optimista y esperanzada. Nuestra existencia no es «un breve resplandor
entre dos oscuridades», sino que sabemos muy bien cuál es nuestro origen y cuál
es nuestro destino; somos hijos de la luz y herederos de la gloria; de luz en
luz caminamos.
«Antes de la creación» fuimos elegidos y pensados con amor. «Yo soy
porque soy amado». Yo crezco porque no dejo de ser amado. Yo no moriré porque
siempre seré amado. La riqueza de gloria que nos espera sólo podemos
comprenderla desde el «espíritu de Sabiduría».
La razón última de toda esta
realidad desbordante y gratificante, la explicación de tanta bendición y tanta
gracia, es Cristo. Cristo es nuestra alabanza de gloria.
¿Nuestra vida es gloria y alabanza de
Dios ante nuestros hermanos? ¿Nos ven los demás realmente como gloria y
alabanza de Dios? Son estas algunas de las preguntas que debemos meditar ahora
y a las que deberemos responder los cristianos en este tiempo de Navidad.
El evangelio de hoy de San Juan (Jn 1,1-18), es el prólogo del evangelio de Juan en el
que se identifica a Jesús con la Palabra, "el Logos" griego “La Palabra se hizo carne y acampó entre
nosotros”.
El texto de hoy es el mismo que el día de Navidad. Nos
presenta un prólogo que es una especie de Evangelio o Buena Nueva hecha en un
resumen teológico desde la mente de Juan y de su comunidad primitiva. Hay un
progreso de Revelación desde el principio hasta el fin. Se nos dice
explícitamente que esta Palabra es el Hijo de Dios (vv.14 y 18) y que el Dios
del que se ha venido hablando desde el principio es el Padre.
El prólogo del evangelio de Jn
es un himno solemne -en siete estrofas de estructura semita- al Logos, al
Verbo, revelación del Padre en Cristo. En este prólogo están ya presentes los
grandes temas del evangelio: el Verbo, la vida, la luz, la gloria, la verdad. Y
las fuertes contraposiciones: Luz-tinieblas; Dios-mundo; fe-incredulidad. Dos
veces resuena la voz del testigo: Juan Bautista.
El
evangelista se dirige a una comunidad de cultura griega, que conoce muy bien lo
que significa en la filosofía el término "logos", palabra. Es el
origen y culmen del universo, es lo que da sentido a todo. El logos es Jesús,
que se encarna por nosotros. Pero vino a los suyos y los suyos no lo
recibieron, prefirieron las tinieblas a la luz. Hoy día sigue viniendo a
nosotros, ¿por qué no sabemos reconocerlo? Es verdad que celebramos la Navidad,
pero más que Navidad son "navidades" en las que es muy difícil identificar
la presencia del Niño-Dios. Porque las luces nos deslumbran y no descubrimos la
auténtica "luz", porque estamos llenos de cosas que nos impiden
profundizar en nuestro interior para descubrirle, porque nos hemos quedado en
la envoltura y no hemos descubierto el tesoro que encierra.
Las tesis que presenta son las
mismas que las del evangelio. La idea de fondo es la plenitud de la revelación
que nos ha traído el Verbo. Ha salido del Padre y se ha hecho hombre. También
de la Sabiduría se dice que estaba en Dios (Pr 8. 30), pero la sabiduría era
una personificación literaria. La Palabra en cambio, es una persona, es Dios,
es la última palabra que Dios ha pronunciado (Hb 1. 3).
En la Palabra hay vida y la
vida era luz. Luz que brilla en las tinieblas. La llegada de Jesús divide la
historia en dos partes. Tinieblas antes de Jesús, luz después de él y nos
coloca en una alternativa: ser hijos de la luz o hijos de las tinieblas.
Jesús es la luz verdadera no
tanto en contraste con Juan sino con el A.T. Es la luz verdadera porque en él
se cumplen las promesas.
El comienzo del prólogo de Juan
nos remonta a lo más alto y más sublime del misterio trinitario: "La
Palabra, en el principio, estaba junto a Dios".
La expresión es, a la vez,
sobrecogedora y humilde: nosotros sabemos bien qué es eso de estar unos junto a
otros; somos conscientes de necesitar el cobijo y el calor que da la cercanía
humana. De lo que es y significa "estar junto a Dios" sabemos menos;
es decir, en realidad no sabemos apenas nada: es un nivel al que, si no fuera
por Jesús, no tendríamos posiblidad de acceso. Nosotros pertenecemos a la
noche, y por nosotros mismos no podemos alcanzar el ámbito de la Luz.
Pero, un día, ese Dios a quien
nadie ha visto nunca decidió rasgar la tiniebla y plantar su tienda junto a
nosotros.
"Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre
nosotros..." (Jn
1, 14). El “Logos” dice el texto original
griego, que traduce el término hebreo “Menrah” y que la versión latina traduce
por “Verbum”. En castellano siempre se dijo el Verbo. Ahora se traduce por
Palabra en un afán de hacer más comprensible ese concepto joánico que intenta
dar un nombre al Inefable, que precisamente por serlo escapa a nuestras
posibilidades de comprensión y por tanto de nominación. De todas maneras el
misterio sigue envolviendo a este Dios que nos nace en Belén como un niño...
Él se hizo
carne en el seno virginal de María. Sí, carne, “sarx” en griego, “bashar” en
hebreo. Un niño de carne, como cualquier otro niño, pequeño y torpe, inerme y
blando, casi ciego, el pelo raído y escaso, desvalido y hambriento...
La Palabra se hizo carne. Así
clarifica que la revelación definitiva de Dios no es una sombra, un sueño, una
ilusión sino una realidad tangible. Juan lo reafirma en el prólogo de su
primera carta.
Ha venido para acampar entre
nosotros. Este ha sido siempre el modo de la presencia de Dios en medio de su
pueblo. Desde la revelación en el Sinaí, Dios ha estado en medio de su pueblo.
La tienda primero, el templo después, fueron los modos de presencia. Ahora esta
presencia se ha hecho real y viva con la vida del hombre. La encarnación es el
primer momento de esta morada de Dios entre los hombres y tendrá su realización
plena en la resurrección.
Dios se acerca a los hombres
hasta el punto de hacerse uno de ellos: "carne". Esta fórmula de
Juan, "la palabra se hizo carne", es una afirmación del misterio de
la encarnación del Hijo; del paso de la existencia eterna de la palabra de
Dios, al comienzo de su existencia histórica y de su aparición en el mundo.
Pero no es ésa la intención
principal del evangelista. Juan intenta, sobre todo, destacar que Jesús de
Nazaret, palabra de Dios hecha carne, no es una apariencia, una sombra o un
fantasma.
La revelación definitiva de
Dios tiene rostro humano. Es una realidad cercana a los hombres. Ha puesto su
tienda entre nosotros.
Desde el momento de la venida
del Hijo al mundo en la debilidad de la "carne", realiza la presencia
de Dios entre los hombres. El cuerpo de Jesús se convierte, por su muerte y su resurrección,
en el templo de la presencia de Dios.
El es la verdad y la vida de
Dios hecha carne. Ama, cura, perdona. Vive y sufre como un hombre entre los
hombres. Todos pueden verlo y oírlo. Todos pueden creer en él, ver su luz,
beber su agua, comer su pan, participar de su plenitud de gracia y de verdad.
La comunidad cristiana lee solemnemente el prólogo del evangelio de Juan en las
fiestas del nacimiento del Señor. Se trata de proclamar la misericordia y
fidelidad de Dios, su gracia, que se han hecho realidad en Jesús. Que Dios no
actúa mediante favores pasajeros y limitados, sino con el don permanente y
total del Hijo hecho hombre que se llama Jesús, el Cristo.
El Antiguo Testamento conocía
ya los temas de la Palabra y de la Sabiduría de Dios quien, siendo preexistente
al mundo, es el artífice de toda la creación. Los libros sapienciales afirman
que Dios lo crea todo con Sabiduría. Ésta estaba presente cuando Dios
fundamentaba la tierra y los mares Pr 8,22.31). Ella ha querido habitar entre
los hombres y hacerse conocer, como portadora que es de la Ley del Altísimo
(cf. Sir 24,vv. 8. 23). Esta palabra volverá a Dios después de haber cumplido
su misión salvífica y reveladora (cf. Is 40,8; 55.10-11).
El evangelista Juan es heredero
de esta rica tradición veterotestamentaria. Después de la experiencia
fundamental de la Resurrección, Jesús aparece como el portador y el revelador
de la presencia de Dios. Todos los temas reveladores del Antiguo Testamento son
reinterpretados para expresar con ellos el misterio del Resucitado. Jesús, es
presentado como la Palabra preexistente de Dios, mediador de la obra creadora
del Padre, que se ha encarnado en nuestra historia y ha venido a compartir
nuestra vida, para cumplir la misión recibida: revelar a Dios a los hombres y
mujeres. Después de cumplir su misión, ha de volver al Padre, de quien había
salido. La novedad del Nuevo Testamento está, por una parte, en comprender la
Sabiduría-Palabra de Dios como una persona diferente de la de Dios-Padre; y por
otra en darle un rostro concreto: la persona de Jesús de Nazaret, hijo de María
y de José.
Las palabras finales del
evangelio de hoy: " A Dios nadie lo
ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha
dado a conocer". resumen lo que significa aquello que denominamos la
Encarnación de Dios, la Revelación-Manifestación de Dios. Palabras que podrían
basar el comentario homilético de este domingo. Permitid que lo haga
brevemente.
-"A Dios nadie lo ha visto
jamás"
Primera afirmación, que quizá
pueda parecernos sorprendente por lo que tienen de negación de un Dios
conocido, hecho a nuestra medida. Hay en este texto, el evangelio de Juan, del
prólogo de su evangelio, algo de "ateísmo" en el sentido de negar -de
poner en crisis, en duda- nuestro conocimiento de Dios. Dice el evangelio de
Juan: "A Dios nadie lo ha visto jamás".
¿Qué Dios conocemos? ¿No nos
enseña la historia -y la realidad cotidiana- que muchos se han hecho una imagen
o una concepción de Dios muy a la medida de las propias convicciones? ¿Qué
pruebas tenemos de que el Dios que afirmamos conocer sea el Dios real? Decía
uno de los mayores teólogos de la historia de la iglesia, santo Tomás de
Aquino, que de Dios sabemos más lo que no es que no lo que es. Porque Dios es
siempre más de lo que imaginamos, distinto de lo que suponemos, trascendente,
más allá de nuestros esquemas y suposiciones.
De ahí que, el cristiano, en
primer lugar, deba reconocer que partimos de un desconocimiento de Dios. Dicho
de otro modo: que no podemos estar seguros de que Dios sea como lo imaginamos.
¿Por qué? Porque, como dice el
evangelio que hoy hemos leído, "a Dios nadie lo ha visto jamás".
-"El Hijo es quien lo ha
dado a conocer"
Pero inmediatamente el
evangelio añade: "el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien
lo ha dado a conocer". Esta es la gran afirmación propia de este tiempo de
Navidad y Epifanía que estamos celebrando. "La Palabra -el Hijo de Dios-
se hizo hombre y acampó entre nosotros". Este es para nosotros el camino,
éste es para nosotros la luz, éste es para nosotros la Palabra.
La Iglesia primitiva recurrió
con frecuencia al lenguaje poético e hímnico para expresar los misterios de su
fe en Cristo resucitado. El testo proclamado hoy, expresa, con un lenguaje
lleno de reminiscencias bíblicas, el misterio de Cristo y lo que supone abrirse
a la fe: participar en la vida de Dios. Y esto es lo que celebramos en la
fiesta de Navidad.
Es todo un misterio desvelado y revelado para una
mayor comprensión nuestra, hecha por Juan:
a. Es una Palabra Divina: No solo está junto a Dios
sino que ella misma es Dios pues existía desde el principio. Esta Cristología
de Juan en el Prólogo es la misma que Pablo usa en sus cartas y es la más
desarrollada de todo el Nuevo Testamento. No se remonta hasta la infancia de
Jesús, como hacen Mateo y Lucas, sino que se remonta hasta su preexistencia.
b. Es Palabra creadora: Todo existe gracias a ella y
por ella. Y parte de esta creatividad es que no solo transmite la vida, sino
que ella misma es la vida que se identifica con la luz. En el Evangelio Jesús
dirá: "Yo soy la Luz del mundo"
y también "Yo soy la vida".
Y lo manifestará con signos y señales abundantes, con portentosos milagros.
c. Es Palabra rechazada: El mismo Prólogo lo hace
constar. Ha sido una Palabra que no han podido apagar las mismas tinieblas. Ha
habido rechazo, ya que los suyos, que "no la recibieron", como la de
tantos otros que en acto de autosuficiencia se han negado a abrazar este signo
vital.
d. Es Palabra recibida: Los que oyen esta palabra
serán sus discípulos, y a estos les dará el honor de ser Hijos de la Luz, Hijos
de Dios.
e. Es Palabra testimoniada: Jesús va a ser el testigo
principal de esta palabra y otros le seguirán como discípulos. El testigo
reconoce perfectamente bien su función subordinada. Su vida es un continuo
contraste con esta palabra que hace de espejo donde se refleja la propia vida
con todos sus actos. (v.15).
f. Es Palabra iluminadora: (v. 9) De este mundo al que
Dios ha enviado su Palabra. Un mundo individual y colectivo, que acepta o
rechaza este don de Dios. Hay en este mismo Prólogo símbolos que han sido
preferidos por Juan para manifestar más claramente el contraste de las dos
realidades. Es un dualismo claro: luz y tinieblas, bien y mal, vida y
muerte, arriba y abajo. Pero aunque hay contraste, los términos y
los resultados no son iguales: Al final la luz vence a las tinieblas, la vida
vence a la muerte, la gracia al pecado.
La
Palabra de Dios recorrió un largo proceso en su acercamiento a los hombres. La
hemos contemplado presente en la Creación. La vemos, como señala la Carta a los
Hebreos, a lo largo de la historia del pueblo de Dios, al cual Dios ha hablado
en distintas ocasiones por medio de los profetas. En la etapa final de la
historia nos ha hablado por el Hijo, la luz verdadera. Pero lo más grave es que
los hombres prefirieron las tinieblas a la luz. Rechazaron la claridad para
vivir en la oscuridad.
Dice
San Agustín, "la Palabra de Dios se
ofrece a todos; cómprenla quienes puedan. Pueden todos los que piadosamente lo
quieren. En esa Palabra se encuentra la paz; y paz en la tierra a los hombres
de buena voluntad. Por tanto, quien quiera comprarla, que se dé a sí mismo. Él
es como el precio de la Palabra, si es posible expresarse así; quien lo da no
se pierde a sí mismo, a la vez que adquiere la Palabra por la que se da, y se
adquiere a sí mismo en la Palabra por la que se da. ¿Qué da la Palabra? Nada
que no pertenezca ya a aquella por quien se da; antes bien, se devuelve a la
Palabra para que ella rehaga lo que por ella fue hecho" (Sermón 117,
1-5).
¿Cómo recibimos nosotros la
Palabra? Ella acampa entre nosotros, toma
nuestra condición, "se hace hombre para divinizarnos a nosotros".
Ahora Jesús viene a nosotros y podemos descubrirle en los pobres y necesitados.
Muchas veces no le queremos ver cuando llama a nuestra puerta, le rechazamos
como fueron también rechazados José y María. Este el gran drama del hombre: el
rechazo de Dios y del hermano. Es significativo ver cómo tuvieron que ir fuera
de los muros de la ciudad, cómo los primeros que se dieron cuenta del
nacimiento de su hijo fueron los excluidos de aquella época, los pastores,
quienes, eran mal vistos porque nunca participaban del culto como los demás y
vivían al margen de los demás. O más bien eran ellos marginados por los
poderosos. Su trono fue un pesebre, su palacio un establo, su compañía un buey
y una mula… ¡Por algo quiso Dios que fuera así!
Oramos
con San Agustín:
"Canten
mis labios las alabanzas del Señor,
de ese Señor por el que fueron hechas todas las cosas
y por el que fue hecho Él en medio de las mismas;
de ese Señor que es el manifestador del Padre
y el creador de su Madre;
Hijo del Padre Dios sin madre,
hijo del hombre de madre sin padre;
gran luz de los Ángeles,
pequeña en la luz de los hombres;
Palabra de Dios antes de los tiempos;
palabra humana en el tiempo oportuno,
creador del sol,
creado bajo el sol" (S. Agustín. Cuarto Sermón de Navidad, 1 PL 38, 1001).
de ese Señor por el que fueron hechas todas las cosas
y por el que fue hecho Él en medio de las mismas;
de ese Señor que es el manifestador del Padre
y el creador de su Madre;
Hijo del Padre Dios sin madre,
hijo del hombre de madre sin padre;
gran luz de los Ángeles,
pequeña en la luz de los hombres;
Palabra de Dios antes de los tiempos;
palabra humana en el tiempo oportuno,
creador del sol,
creado bajo el sol" (S. Agustín. Cuarto Sermón de Navidad, 1 PL 38, 1001).
Rafael
Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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