viernes, 10 de agosto de 2018

Comentarios a las lecturas del XIX Domingo del Tiempo Ordinario 12 de agosto de 2018

Comentarios a las lecturas del XIX Domingo del Tiempo Ordinario 12 de agosto de 2018

Primera Lectura: 1 R 19, 4-8: Con la fuerza de aquel alimento caminó hasta el monte de Dios.
Este fragmento del gran viaje de Elías hacia el monte Horeb ha sido escogido en función del discurso eucarístico de Jn. 6, del que está tomado el evangelio del día. Eso explica el carácter fragmentario de una perícopa que quiere concentrar nuestra atención sobre el alimento del viaje o viático. Comienza en el momento en que Elías, huyendo de Jezabel, atravesando dos reinos, ha llegado al límite de la cultura urbana. Beerseba es frontera del desierto: allí abandona Elías su última compañía y se adentra solitario por la soledad.
Después del dramático encuentro con los profetas de Baal en el monte Carmelo, donde éstos acabaron trágicamente, Elías teme por su vida. El pueblo había deseado un signo. Elías lo había dado. El Señor que él predicaba había mostrado ser el Señor de los Ejércitos, el Señor del cielo y de la tierra, el único Señor. No obstante, Jezabel, esposa del monarca, pagana y propulsora del culto pagano en Israel, le ha jurado odio eterno y le persigue a muerte. El siervo de Dios se ve obligado a huir. Elías, el gran defensor del yavismo en un pueblo que claudicaba aplaudido y dirigido por la monarquía, corre peligro de muerte en manos de una desdichada mujer. Una dura prueba para el profeta.
Elías huye. Como Moisés, Elías también huye hacia el desierto que lo acoge y lo libera del poder real, pero aún sigue prisionero de sí mismo. Después de una jornada de desierto, Elías, exhausto y desilusionado, se tumba a la mejor sombra posible de aquellos lares, la de una retama, y se desea la muerte (v. 4). Ha perdido la confianza en sí mismo y en los demás, se siente sólo (v.10).Cansado del duro bregar, sólo desea que Dios le envíe la muerte; está atravesando su prueba de Getsemaní.
La huida se convierte en una peregrinación religiosa. El viaje, duro y penoso, está cargado de simbolismo religioso. Elías huye de Jezabel y se encamina hacia Horeb, hacia el Monte del Señor. No se dirige a Jerusalén, templo elegido por Dios y lugar de peregrinación de Judá. El Reino del Norte empalma directamente, al carecer de un santuario auténtico, con las tradiciones del desierto: Yahvé, el Dios de la Alianza, el Dios que se reveló a Israel, con gloria y majestad, en el Sinaí, llamado aquí - tradición elohísta - Horeb. Elías vuelve a las fuentes de su religión: al desierto, al lugar del encuentro con Dios.
El camino es largo y penoso - cuarenta días y cuarenta noches - ; más penoso aún en las circunstancias en que lo realiza el profeta: amenazado de muerte. A Elías le pesa la profesión; desea la muerte. Todo es difícil en su vida. Las angustias le agobian demasiado. Y él no se considera mejor que sus antepasados. "¿Por qué, Señor, no tomas mi vida?" Quizás acabe con él el desolado desierto.
En medio de la angustia, un acontecimiento va a transformar su vida. La voz del ángel y la comida milagrosa (vs. 5-8) harán que la huida que conducía a la desesperación y a la muerte desemboque en peregrinación hacia el Horeb (v. 9a): comienzo de la vida del pueblo y también de Elías (el Horeb de las fuentes E y D se identifica con el Sinaí de J y P). Hay, pues, un retorno al origen del pueblo, al origen de la fe.
Su peregrinar durante cuarenta días y cuarenta noches coincide con la permanencia de Moisés en el monte (v. 8; Ex. 34, 28). Así se convierte su caminar en un peregrinaje que conduce a la revelación de Dios en el monte (vs. 11-13; cfr. Ex. 33, 18-21).
En este momento Elías va a encontrar la respuesta divina a su angustia y desazón. Huracán, terremoto y fuego son elementos clásicos de teofanía, pero el Señor no estaba en medio de estas espectaculares y bravías fuerzas de la naturaleza.
Pero Dios lo ha reservado para edificación de su pueblo; de él debe surgir un resto que le sea fiel. Elías debe caminar. Dios sale al paso de la necesidad más perentoria: hambre, sed, cansancio. Una retama, un jarro de agua, pan. Por dos veces experimenta Elías la providencia especial de Dios. Aquel pan lo confortará para el camino. "Con la fuerza del aquel alimento caminó… hasta el monte del Señor".
Salmo responsorial es el 33 (SAL 33,  2-3. 4-5. 6-7. 8-9). Salmo sencillo, reiterativo, pero de una lección grande, siempre actual y necesaria. Composición poética fruto de una experiencia religiosa riquísima. La confianza en Dios, la fe perseverante y la confianza en el Dios de la salvación que nunca falta, y se obtiene de él más aún de lo que se le pide.
Si durante tres mil años este salmo ha ido dando su lección a los corazones de los fieles, tal vez en nuestro tiempo es cuando esta lección se hace más apremiante. El mundo moderno parece alejado de Dios, inmerso en la inquietud, en la angustia, en la inseguridad. La confianza parece ausente, y la paz como desterrada de un mundo lleno de convulsiones y de guerras.
Pues sobre este mundo resuena una palabra de esperanza, de confianza: es el salmo 33, magnífica lección que alimenta el corazón del hombre creyente, y estupendo preludio a la gran doctrina de Cristo, que nos enseñó el sermón de la montaña y la oración del padrenuestro.
«Gustad y ved qué bueno es el Señor». Gustad y ved. invitación a gustar y ver la bondad del Señor. Va más allá del estudio y el saber, más allá de razones y argumentos, más allá de libros doctos y escrituras santas. Es invitación personal y directa, concreta y urgente. Habla de contacto, presencia, experiencia. No dice «leed y reflexionad», o «escuchad y entended», o «meditad y contemplad», sino «gustad y ved». Abrid los ojos y alargad la mano, despertad vuestros sentidos y agudizad vuestros sentimientos, poned en juego el poder más íntimo del alma en reacción espontánea y profundidad total, el poder de sentir, de palpar, de «gustar» la bondad, la belleza y la verdad. Y que esa facultad se ejerza con amor y alegría en disfrutar radicalmente la definitiva bondad, belleza y verdad que es Dios mismo.
Estoy llamado a gustar y ver. Estamos invitados a disfrutar sin medida de la comunión de mi ser con el Creador. El sabe cómo hacer real su presencia y cómo acunar en su abrazo a las almas que él ha creado. A mí me toca sólo aceptar y entregarme con admiración agradecida y gozo callado, y disponerme así a recibir la caricia de Dios en mi alma.
Sé que para despertar a mis sentidos espirituales tengo que acallar el entendimiento. El mucho razonar ciega la intuición, y el discurrir humano cierra el camino a la sabiduría divina. He de aprender a quedarme callado, a ser humilde, a ser sencillo, a trascender por un rato todo lo que he estudiado en mi vida y aparecer ante Dios en la desnudez de mi ser y la humildad de mi ignorancia. Sólo entonces llenará él mi vacío con su plenitud y redimirá la nada de mi existencia con la totalidad de su ser.
Para gustar la dulzura de la divinidad tengo que purificar mis sentidos y limpiarlos de toda experiencia pasada y todo prejuicio innato. El papel en blanco ante la nueva inspiración. El alma ante el Señor.
El objeto del sentido del gusto son los frutos de la tierra en el cuerpo, y los del Espíritu en el alma: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza. (Gal 5,22). La cosecha divina que estamos invitados a recoger para gustar y asimilar sus frutos. La alegría brotará entonces en nuestras vidas al madurar las cosechas por los campos del amor; y las alabanzas del Señor resonarán de un extremo a otro de la tierra fecunda.
«Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza siempre está en mi boca. Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre».
La lección dada por el autor del salmo con su fina intuición del corazón y de la vida.
La maldad conduce al malvado a la perdición. El mal sólo puede crear el mal, la violencia, la violencia, y no pueden tener otra recompensa que el mal.
La actuación de Dios respecto al justoes clara: Dios lo salva y lo redime liberándolo de todo peligro; quien se acoge a él no será jamás confundido: la fidelidad del Señor es eterna, su bondad sobre los justos no conoce el crepúsculo, " Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias".

La segunda lectura continua siendo de la carta a los efesios, (Ef. 4, 30 - 5, 2) . Es una exhortación típicamente "cristiana
Si en el del domingo pasado Pablo nos exhortaba a asimilar los valores de Cristo, hoy se entretiene el apóstol explicitando en qué consiste el nuevo vestido del discípulo.
Por primera vez en esta carta menciona al Espíritu como persona, capaz de entristecerse a causa del comportamiento poco coherente de los bautizados. Los consejos de Pablo son aplicables a cualquier comunidad, a cualquier sociedad o cultura. La amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad son la gran tentación de toda persona. Por el contrario, el amor tiende a crear unidad y a no romper lazos de relación por ningún motivo: la unidad en "un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo" (4,5) es su motivo sustancial.
El fundamento de la acción del cristiano es la persona misma de Cristo. Por ello el apóstol propone el ideal de la imitación de Cristo en tanto que es revelación humana del obrar de Dios. "Dios os perdonó en Cristo ... vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros".
San Pablo continúa su exhortación. Aunque la carta parece que está pensando en los que han recibido recientemente el bautismo, se dirige también a toda la comunidad entera. S. Pablo enumera lo que podría contristar al Espíritu que vive en nosotros y piensa sobre todo en las actitudes que turban la vida de comunidad: amarguras, cólera, arrebatos de ira, etc. Por el contrario, hay que mostrarse buenos y compasivos y perdonarse mutuamente. Hay que vivir en el amor como Cristo y ser así imitadores de Dios.
La vida del cristiano es la respuesta a la acción y al don del Espíritu en el sacramento. La vida moral del cristiano es un camino que va hasta la plenitud. No debemos entristecer al Espíritu de Dios que nos ha marcado con su sello para el día de la redención.
Poner triste al Espíritu o destruir el gozo del Espíritu, por los cinco vicios enumerados en el v. 3, significa no que el Espíritu se entristezca, sino que es la comunidad la que se encuentra afligida si el bautismo no se traduce en una vida de santidad. El gozo de la existencia cristiana viene deteriorado si dejamos que mengüe o se oscurezca la luz de la nueva vida que es amor y gracia.
El amor es el único medio que nos ayuda a vencer el mal que se ha insinuado en nosotros.

El evangelio continua siendo de San Juan ( JN 6, 41-52) . Continúa el discurso de Jesús, llamado eucarístico. Este texto forma parte del amplio discurso sobre el pan de la vida. Siguiendo el estilo típico del evangelio de san Juan, la imagen del pan de la vida está vinculada con la fórmula "Yo soy" o "Yo soy el pan de la vida".
Es una fórmula introductoria que hay que relacionar con los discursos de Dios en el AT -Gn 28, 13; Ex 20, 2.5-. El rasgo característico de Juan, al usar esta fórmula, es señalar que sólo Jesús realiza plenamente lo que ella significa. La palabra reveladora se relaciona con el signo: el pan de la vida con la multiplicación de los panes.
La formulación que nos da el texto supone la separación, ya consumada, entre la comunidad cristiana y la sinagoga. Se presenta a los judíos como adversarios decididos de los cristianos. Esta separación es clara en los discursos en los que Jesús habla como si no perteneciera al pueblo judío (Jn 8, 17 "vuestra ley..." o en 7, 19.22 "os ha dado..."). La murmuración es debida a que Jesús ha afirmado categóricamente: "Yo soy el Pan bajado del cielo". Apunta, a todas luces, a su transcendencia. Jesús es un ser "superior" con prerrogativas que tocan lo divino La misma expresión "Yo soy" evoca el hablar propio de Dios en el A. Testamento. Esas pretensiones no pasan desapercibidas a los oyentes. La exigencia de Jesús de creer en él para salvarse les parece exagerada y suena a blasfemia y a extravagancia. En efecto, to¬dos conocen la procedencia de Jesús, conocen a sus padres, a sus familiares, saben cuál es su patria. ¿Por quién se tiene? Al fin y al cabo no es más que el hijo de un carpintero, oriundo de Nazaret. La objeción es seria.
Es curioso, la Encarnación del Verbo, que debiera en sí facilitar las cosas, las complica. La misma "exaltación" del Hijo del Hombre, manifestación estupenda de la sabiduría y del poder de Dios, será para unos escándalo, para otros irrisión. La carne pues, que ha tomado el Verbo, transparencia de lo divino, es para estos judíos un obstáculo. Los oyentes de Jesús no superan, en sus cavilaciones, los criterios humanos, no pueden ver. Jesús responde a esta situación fundamental. Para ver hacen falta ojos nuevos, luz nueva, criterios nuevos. Y ellos vienen de Dios. Dios, ya lo había anunciado por los profetas, va a convertirse en Maestro, va a iluminar las mentes y a atraer los corazones. Los oyentes de Jesús dan muestras de insensibilidad y de cerrazón a lo divino. No ven más allá de lo que sus ojos de carne puedan apreciar. La acción de Dios no ha logrado cambiarlos. Por lo visto se han cerrado.
Junto a la murmuración el texto presenta la referencia al maná nos conduce al inicio del discurso (v 31), con lo cual se nos indica que está acabando una unidad temática para iniciar otra nueva. La diferencia entre Moisés y Jesús es radical. Mientras el primero no podía facilitar la vida que sólo Dios en persona da, Jesús, por el contrario, sí que es capaz de darla. El maná no libra de la muerte; Jesús es el pan de vida.
El verbo "comer" marcará la estructura de la segunda parte del discurso. Hasta ahora todo se resume en la frase: "El que cree tiene vida eterna". A partir de ahora: "El que coma de este pan vivirá para siempre". Hemos pasado del acento existencial al acento sacramental-eucarístico.
"El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo": fórmula eucarística primitiva que Juan incorpora a su evangelio. "Carne" como sinónimo de "cuerpo". La preposición para (engriego hyper) que también aparece en los relatos de la última cena da un carácter sacrificial a la entrega-muerte de Jesús. "Para la vida del mundo", "para el perdón de los pecados", se convierten así en expresiones paralelas. Jesús, pan de vida, nos invita a abandonar nuestras criticas, todo aquello que nos impide creer a fondo y optar por su persona resucitada que nos llega en el cuerpo eucarístico. El próximo domingo, el fragmento evangélico nos explicitará ese tema eucarístico.

Para nuestra vida
Conviene partir del "misterio de Cristo". No podemos desterrar de la celebración litúrgica, y en resumidas cuentas de nuestra vida cristiana, el elemento "misterio".
La primera lectura nos presenta a Elías, el primer gran profeta de Israel, campeón del yahvismo en una época de sincretismo religioso con el culto a los baales, perseguido a muerte por la reina Jezabel -adoradora de Baal-,emprende una especie de peregrinación de retorno a las fuentes de la fe del pueblo.
El pueblo hebreo en su camino de huida del poder del Faraón había sido alimentado en el desierto por Dios con el agua de la roca y el maná del cielo. Elías, en su camino de huida de Jezabel, se desea la muerte, ha perdido toda esperanza, se siente flaquear en su misión profética. Dios le sale al encuentro con pan y agua. Un alimento que le devolverá las fuerzas físicas, pero, sobre todo, que le restablecerá la esperanza.
Al llegar a la montaña del Señor, el Horeb (identificado con el Sinaí de la tradición del Éxodo), Dios se le revelará en la brisa suave que penetra en la cueva. Será la culminación de la misión de Elías, y Dios le invitará a buscarse un sucesor: Eliseo.
Los cuarenta días de la travesía de Elías por el desierto le asemejan a Moisés que esperó otros cuarenta días en la cima del Sinaí para contemplar a Dios. Ambos, Moisés y Elías, conversarán con Jesús en la cumbre del monte de la Transfiguración.
En la lista de Elías podemos inscribir a muchos hombres que luchan, con ahínco, por la causa del Evangelio y que también se sienten desfallecidos, casi frustrados porque sus hermanos los cristianos, jerarcas o no, en vez de ofrecer el mensaje límpido de amor y de justicia evangélico, se dedican más al culto de los baales. Y, como Elías, piden el final de sus días.
El fogoso Elías encuentra a Dios en la suave brisa, en el dulce susurro; Dios no es un ser espectacular y milagrero; se le encuentra en el curso ordinario de la historia y de la vida humana. Y el profeta ha aprendido que aunque le persiga la muerte, Dios está con él. Por eso ha de continuar luchando, la vida ordinaria tiene pleno sentido.
En aquel momento de la historia tomó Dios esta decisión entre las mil que habría podido tomar, y Elías tuvo que caminar día y noche hasta la montaña de Dios para conocer el secreto. No sabemos si en nuestra historia Dios se hará presente en el huracán, el fuego o la brisa, pero sabemos que todas sus señales nos llaman a la conversión.
En la vida sentimos, a veces, que no vale la pena molestarse más: nada cambia e incluso todo va peor. En esta situación nos encontramos que estamos inmersos en una historia donde Dios, quiere hacer su voluntad y solo hace falta que le dejemos hacer.
También en nuestra vida cristiana, en pleno siglo XXI, la conversión es una vuelta a los orígenes, pero es también una marcha hacia el futuro. La conversión a Yahvé, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, es siempre conversión al Dios vivo, que marcha delante de nosotros abriendo camino. A diferencia de los baales, dioses de la naturaleza, que consagran los montes y sacralizan las instituciones, el verdadero Dios es el Señor de la historia, que no permite nunca a su pueblo que se detenga hasta llegar a la verdadera tierra prometida, en donde habita la justicia.

El Salmo responsorial (33) invita a la alabanza confiada para que el Señor, por medio de su ángel, proteja a sus fieles.
Salmo  de acción de gracias con abundantes consideraciones sapienciales. El beneficio recibido, muy al fondo del salmo, motiva la acción de gracias en forma de alabanza. La alabanza viene coloreada, como también la acción de gracias, con una exhortación, o exposición de máximas, a seguir el camino que conduce a la "bendición". La verdad fundamental de estas enseñanzas, que el autor ha experimentado en su propia carne, es la benévola y extraordinaria providencia de Dios sobre los que acuden a él. Las máximas "los que buscan al Señor, no carecen de nada", "el Señor salva al afligido de su angustia", "el ángel del Señor acampa en torno a sus fieles", "contempladlo y quedaréis radiantes", "vuestro rostro no se avergonzará", son suficientemente expresivas. Todo ello lo recoge el precioso estribillo que da la tónica al salmo en esta liturgia: "gustad y ved qué bueno es el Señor". Es una invitación, un apremio, una urgencia, dada, al fondo, la necesidad a la que están expuestos todos los mortales. La experiencia del autor invita a multiplicar las "experiencias" de un Dios bueno y providente.
El salmo nos dice que Dios siempre responde cuando clamamos a él. Es un Dios que escucha. " Me libró de todas mis ansias" es un Dios liberador. El salmo no nos dice exactamente qué hace Dios para librarnos. Por experiencia sabemos que Dios no interviene en nuestra vida como un mago, para sacarnos las castañas del fuego. Pero sí sabemos que su presencia nos conforta, nos anima y nos impulsa. ¿Cómo nos ayuda Dios?.
"Contempladlo y quedaréis radiantes". Ahí está el secreto: en la contemplación, en la oración silenciosa ante él. Respirar, agradecer la vida, sentir su presencia nos hará conscientes de que todo cuanto tenemos y somos es un don. En él vivimos, nos movemos y existimos. Estamos arraigados en él, que nos da la existencia y nos lo da todo... Esa certeza hace brotar la gratitud, y con la gratitud desaparecen el miedo y la angustia.
Lo expresado en el salmo, nos conecta con una realidad con la que nos encontramos hoy en nuestro entorno. Encontramos muchísima literatura, cursos, talleres y material audiovisual de autoayuda. Buena parte de todo este esfuerzo se centra justamente en librar a las personas de su angustia vital. Una angustia que puede estar provocada por los problemas o circunstancias que nos acosan diariamente pero también, en muchos casos, es fruto de una actitud ante la vida y los sucesos, que nos vuelve frágiles y nos hace zozobrar en medio del oleaje.
La humanidad ha alcanzado cimas muy altas en ciertas áreas del saber y disponemos de muchísimos recursos para afrontar los desafíos de la vida. Pero, con la proliferación de recursos y el auge tecnológico y científico también ha crecido la inseguridad en todos los aspectos. Padecemos inseguridad económica, miedo ante el futuro, ante la soledad, la pobreza o la guerra. Y padecemos, también, estrés, un azote de nuestra cultura occidental, la sensación de estar corriendo hacia ninguna parte y una terrible falta de sentido que nos hace ver la vida como una carga, vacía, efímera y a veces absurda.
¿De dónde viene esta actitud? Quizás el origen de todo haya sido una sobrevaloración del poder humano, una soberbia y un alejamiento progresivo de Dios; un olvidarse que, detrás de todos los logros del hombre está la potencia invisible pero siempre presente de Dios.
En este contexto la Biblia, el libro de autoayuda más antiguo y quizás el mejor que existe, viene a darnos luz. No es un consuelo barato ni una ilusión. La Biblia no se anda con rodeos: no quiere deslumbrarnos con fuegos artificiales ni adormecernos entre humo de incienso. Los salmos de súplica - el de hoy es uno de ellos- reflejan realidades humanas de dolor, miedo y angustia sin paliativos. Pero al mismo tiempo reflejan una vivencia muy honda y real: la del hombre que ha encontrado a Dios y, con él, ha podido levantarse y seguir adelante.
Es la buena nueva que el salmo nos deja en este domingo.
El salmo acaba  con los versículos 8-9, llenos de confianza en el obrar amoroso y protector de Dios: " El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles, y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él."
Quizás la respuesta esté en los mismos versos del salmista: "El ángel del señor acampa en medio de sus fieles...". Dios no nos envía remedios, ¡él mismo viene en nuestro auxilio! Su ayuda es él. Se nos da, en persona, para acompañarnos, para estar a nuestro lado, para llenarnos con su vida. ¿Somos conscientes de que está con nosotros, dentro de nosotros, insuflándonos su aliento, sosteniéndonos en el ser, a cada instante?

La segunda lectura nos invita a ser "imitadores" de Dios. ¿De quién sino? Al fin y al cabo somos, por definición, imagen suya. Dios origen de todo ser, de toda vida, de todo bien, es el ejemplar supremo. Hemos de ser "imitadores", y no de cualquier forma. Imitadores de Dios como "hijos". Y no como cualquier hijo, sino como hijos "queridos". Y queridos no de cualquier modo, sino "queridos" misteriosamente de forma inefable, como lo expresa el "amor" de Cristo que se entregó por nosotros. El misterio de Cristo - sacrificio y oblación -, expresión del maravilloso amor de Dios a los hombres, es la raíz y causa formal de la imitación cristiana. Dios nos amó así. Así debemos amarlo nosotros.
Nuestra vida ha de ser una imitación de Dios, una imitación de Cristo. La vida cristiana recibe la impronta de Cristo: oblación y víctima. Así Cristo, así nosotros. La vida cristiana recibe también la impronta del misterio trinitario: "imitadores" de Dios como Cristo nos "amó", "marcados" por el Espíritu Santo. En la obra de la salvación se comprometen las tres divinas personas. ¿No es la vida cristiana una participación en la vida trinitaria? Denota ternura y afecto la recomendación "No pongáis triste al Espíritu Santo". ¿Cabe mayor delicadeza y respeto? El pensamiento del "sufrimiento" de Dios no es ajeno a la Biblia. Dios "siente" nuestro mal, nuestra ruina. ¿No es esto grande y maravilloso?
El Espíritu Santo es la garantía, el sello vivo en nuestro espíritu y nuestro cuerpo, de nuestra pertenencia a Dios. En el día último será él, su presencia en nosotros, la señal, el sello, que nos detenga como propiedad suya. Será el día de la liberación suprema. Sería horrible si nos alejáramos de él. Lo "sentiría"
La aplicación práctica se desprende con naturalidad: perdonad como Dios os perdonó en Cristo; sed bondadosos, comprensivos, como Dios lo ha sido con nosotros. Lejos la ira, el enfado, el resentimiento, la maldad. Sed misericordiosos (Lucas) y perfectos (Mateo) como el Padre celestial se ha mostrado en Cristo perfecto y misericordioso. Buen espejo para un examen de conciencia. Es nuestro programa de vida. Es la vida del hombre nuevo creado en Cristo.

En el evangelio se nos proclama el misterio de Cristo con los  dos aspectos ó momentos fundamentales de su presencia terrenal: la Encarnación, es decir, el Verbo encarnado, hecho hombre - "bajado del cielo", "venido de Dios", "hijo de José" que "ha visto a Dios" - y su alargamiento en la muerte. Ambos se proyectan vehículo de salvación en una misma linea: el que cree en mí, tiene la vida eterna. Jesús es el único Intermediario: da su carne para vida del mundo. Este último elemento recuerda el "misterio" de su muerte, celebrado sacramentalmente en la Eucaristía, donde el Hijo del Hombre, "misteriosamente", se da como comida para la vida del Mundo. El tema de la muerte, expansión del amor "misterioso" de Jesús a los hombres, aparece en las palabras de Pablo. "Nos amó, dice el apóstol, y se entregó por nosotros como oblación y víctima de su suave olor". La Eucaristía también recuerda este aspecto: "Tomad y comed: este es mi Cuerpo que será entregado por vosotros". Hablamos con razón del "Sacrificio" de la Misa y de la "Víctima" eucarística.
Sugiere el tema del "misterio" la "misteriosa" atracción del Padre. La fe es un don divino, una luz de lo alto, una prolongación de la Encarnación: luz divina en la carne del hombre. Las palabras del apóstol "no pongáis triste al Espíritu Santo", "Dios nos ha sellado en él" declaran nuestra vida como "misterio". Estamos viviendo en el gran "misterio" del Dios Trino: Habitación de Dios, Templo del Espíritu. Pablo lo evoca.
Partiendo del "Misterio" de Cristo podremos hacernos una idea de la actitud que debe tomar el cristiano en la celebración del "misterio" de la Eucaristía. Respeto, veneración, adoración, acción de gracias, alabanza… Recordemos que recibimos al Verbo Encarnado, Muerto y Resucitado por nosotros. Recordemos el motivo del amor inefable de su Entrega. Recordemos el misterio de Fe que lo envuelve. Recordemos la necesidad de acercarnos con reverencia. Recordemos que es el único Mediador; no podremos vivir sin él. No podemos caminar ni vivir sin este Alimento.
El tema del alimento "maravilloso" viene recordado por la primera lectura: Elías de camino, en peligro de perecer. No llegaremos al "Monte" del Señor, a la Jerusalén celestial sin este viático ¿No es justo y necesario cantar con el salmo la "misteriosa" Providencia divina "Gustad y ved qué bueno es el Señor"?.
La vida cristiana es una prolongación del "misterio" eucarístico. Comiendo a Cristo, vivimos con Cristo, vivimos como Cristo. Es el programa que presenta Pablo. El don del Espíritu procede de Cristo. El Espíritu nos acompaña, acuñados por él, hasta el día de la liberación, cuando, superadas con el maravilloso alimento, las dificultades de este desierto, logremos entrar en el Santo Monte de Dios. Estamos llamados a reproducir en nosotros el admirable "Misterio" del Verbo de Dios hecho hombre. No odiamos, no injuriamos, no deseamos ni obramos el mal. Perdonamos, soportamos, comprendemos. Nuestra vida es fruto de la Eucaristía y preparación adecuada para ella.
El hombre no puede con sus solas fuerzas alcanzar a Cristo; necesita ayuda de lo alto. La ayuda no destruye la libertad, antes bien la responsabiliza en ir, al parecer, a contrapelo de los criterios humanos. Aquellos oyentes, familiarizados con el actuar de Dios en la historia de su pueblo (se cita a Isaías), deberían estar preparados para entrever el misterio. No dan señales de ello. No alcanzan a ver la verdad que van gritando los "signos". El misterio de la atracción de Dios.
En realidad nadie tiene una "experiencia" directa e inmediata de Dios: Nadie ha visto a Dios. El único, el Hijo. El Hijo ha venido del Padre y puede hablarnos de él. (Jn 1,18). El Hijo posee la vida eterna. Sólo el Hijo perte¬nece a la divinidad. Sólo él puede comunicarnos la vida eterna. El hijo es el único Mediador. En el fondo de todo esto estamos tocando el misterio de la Encarnación.
La vida que ofrece Jesús es la vida eterna. No como la vida de los padres en el desierto. Murieron, por más que habían comido el pan descendido del cielo. No era aquel el auténtico pan del cielo. Jesús es el verdadero Pan del cielo. Y hay que comerlo para poseer la vida. No perdamos de vista la hu¬manidad de Cristo, vehículo de salvación. Al hablar Jesús de su carne está aludiendo a ella de forma muy concreta: La Eucaristía. La Eucaristía nos in¬troduce, dentro de la Encarnación, en el misterio de muerte y resurrección: "carne para la vida del mundo". Jesús, Verbo encarnado, muerto y resuci-tado por nosotros, se ofrece a los hombres como Alimento indispensable de vida eterna. Se precisa la fe: misterio de fe. El hombre se abre a la revela¬ción salvadora que viene del Padre.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com

            

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