Estamos hoy en el último domingo de cuaresma,
pues el próximo domingo será ya el de Ramos. Tenemos que aprovechar este tiempo
que nos queda de cuaresma para profundizar en su significado. Este tiempo nos
recuerda, entre otras cosas, los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto
para prepararse a predicar. Este tiempo nos debe de servir para prepararnos
para vivir la Semana Santa que se acerca.
¿Qué vamos a hacer en Semana Santa? (Descansar, ir
al pueblo, vacaciones de la escuela, ver la tele, viajar...). Y desde el punto
de vista religioso, ¿qué cosas podemos hacer? Podemos elegir ir a alguna de las
procesiones de nuestras ciudades o pueblos. Pero, ¿sería bastante para que
Jesús estuviera contento con nosotros? NO. Porque eso puede ser simplemente
como ver un espectáculo. Podemos asistir a las celebraciones en donde nos
encontremos por la Semana Santa. Pero tampoco nos podemos conformar con ir a
procesiones o con ir también (mucho mejor) a los cultos de la Semana Santa.
Hace falta algo más. Tenemos que hacer algo que nos afecte a nuestro interior.
Jesús en las lecturas de hoy nos muestra alguna de estas cosas que podemos
hacer:
En la primera el profeta, de una
forma poética, nos narra el nuevo éxodo, la nueva liberación.
No
es casualidad que sea nuevamente el desierto el marco dentro del cual se
desliza hoy la Palabra de Dios. Mas... no ya el desierto árido y estéril, el
desierto de la pereza y del egoísmo, sino un desierto en el que Dios nos ofrece
agua «para apagar la sed de mi pueblo, de
mi escogido, el pueblo que yo formé».
Isaías, en efecto, anuncia la salvación del Señor como la prodigiosa realización de algo Nuevo e insospechado, algo que ya está brotando como un río que pronto ha de anegar el arenal.
En la segunda, San Pablo, se confronta de tal manera con el descubrimiento de Cristo (algo totalmente nuevo) que todo lo demás lo estima basura.
Y, para que no falte nada en esa triple nota de acorde mayor, el Evangelio nos presenta a un Jesús que lejos de condenar renueva, recupera la vida de una mujer pecadora.
n
este libro, llamado “libro de la consolación”, Isaías dice a los judíos de su
tiempo que este segundo éxodo no va a ser como el antiguo, cuando salieron de
Egipto. Será algo totalmente nuevo: van a tener agua abundante en el desierto y
no serán atacados por las bestias del campo.
Mirar con añoranza el pasado,
-recordando sólo lo bueno-, olvidando lo
malo que hubo es un hecho generalizado
en la condición humana. Lo contrario que pasa con el mirar el presente. En él
se suele ver sólo lo desagradable, lo negativo, sin vislumbrar lo mucho bueno
que sin duda tiene el tiempo que nos tocó vivir. Y con esa actitud se fomenta
la desilusión, la desesperanza, se impide la objetividad para juzgar, se
origina la impotencia para afrontar el futuro. las palabras del profeta nos
marcan un camino distinto: "No recordéis lo de antaño, no penséis en lo
antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?"
(Is 43, 18-19).
La
liberación de los desterrados no vendrá de Ciro el persa, sino de Dios del
éxodo y de los manantiales. El Dios capaz de sacar agua de la roca y hacer ríos
en el desierto. Así que vale la pena recordar y mirar al pasado, pero éste no
agota a Dios. ¿Cuál es la novedad que anuncia el profeta? La novedad es la
gracia que nos transforma y "nos ayuda para que vivamos siempre de aquel
mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del
mundo" (Oración Colecta).
La profecía de Isaías insiste en el mismo tema de
domingos anteriores. Dios ha salvado al pueblo; desde siempre es "El
Salvador". Con Él, el pueblo salió de la esclavitud, el desierto se ha
hecho transitable... con Dios sabemos vivir, contamos con su fuerza para que
todo sea "nuevo".
En el texto aparece un tema nuevo. La acción de Dios no es
sólo ni sobre todo una acción de pasado. No se trata de creer en Él por las
maravillas que hizo antaño. La acción de Dios es sobre todo futuro, y se supera
a sí misma de manera que el pasado es sólo sombra y anuncio de la salvación
futura.
1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6. Este salmo es un "salmo
gradual" o "canto de subida". Hace pues parte de esta colección
de cantos de peregrinación que los judíos cantaban subiendo hacia Jerusalén.
Las expresiones (la marcha, la travesía, "se va, se va... se vuelve, se
vuelve...") Hacen pensar en una inmensa procesión que avanza hacia el
Templo, con los brazos cargados de "gavillas" para la fiesta en que
se ofrendaban a Dios las cosechas.
Observemos
la delicadeza rítmica, "como escalones a subir paso a paso", mediante
palabras-gancho que se repiten de una estrofa a otra:
"traía...trae..." "estábamos... estábamos..." -
"maravillas... maravillas..." - "sembrado... semilla..."
"se va... se vuelve..." Cada estrofa está compuesta sobre una medida
que se llama "elegía": el primer verso tiene tres acentos y el
segundo dos, como si la respiración, bajo una emoción demasiado fuerte, se fuera
desvaneciendo. Este ritmo elegíaco es especialmente sensible en la primera
estrofa:
"se
va, se va llorando hecha la semilla, viene, viene alegremente. Trae las
gavillas".
El
sentido original de este salmo, el que le dio el salmista judío, fue
evidentemente el "regreso de los prisioneros" mediante el edicto de
Ciro, en el año 538, después de 47 años de exilio en Babilonia. Este
acontecimiento histórico innegable es para él un gran símbolo humano: En toda
situación humanamente desesperada, Dios es el único "salvador". Los
beneficiarios no salen de su asombro, creen ver un "sueño" su alegría
estalla. Y los paganos (los goim) están igualmente maravillados y cantan la
acción de gracias.
Así comenta el Papa
Benedicto XVI este salmo de hoy:
" El dolor visto con los ojos de Dios. Comentario al Salmo 125
1. Al escuchar las palabras del Salmo 125 da la impresión de ver cómo se
desarrolla ante los ojos el acontecimiento que se canta en la segunda parte del
Libro de Isaías: el «nuevo éxodo». Es el regreso de Israel desde el exilio de
Babilonia a la tierra de los padres, tras el edicto del rey persa Ciro, en el
año 538 a.C. Entonces se repite la experiencia gozosa del primer éxodo, cuando
el pueblo judío fue liberado de la esclavitud de Egipto.
Este
salmo asumía un significado particular cuando se cantaba en los días en los que
Israel se sentía amenazado y experimentaba el miedo, pues estaba sometido de
nuevo a la prueba. El salmo incluye, de hecho, una oración por el regreso de
los prisioneros de ese momento (Cf. versículo 4). De este modo, se convertía en
una oración del pueblo de Dios en su itinerario histórico, lleno de peligros y
pruebas, pero siempre abierto a la confianza en Dios, salvador y liberador,
apoyo de los débiles y de los oprimidos.
2.
El salmo introduce en una atmósfera de júbilo: hay sonrisas, fiesta, por la
libertad lograda, de los labios salen cantos de alegría (Cf. versículos 1-2).
La
reacción ante la libertad recuperada es doble. Por un lado, las naciones
paganas reconocen la grandeza del Dios de Israel: «El Señor ha estado grande
con ellos» (versículo 2). La salvación del pueblo elegido se convierte en una
prueba límpida de la existencia eficaz y poderosa de Dios, presente y activo en
la historia. Por otro lado, el pueblo de Dios profesa su fe en el Señor que
salva: «El Señor ha estado grande con nosotros» (versículo 3).
3.
El pensamiento se dirige después al pasado, revivido con un escalofrío de miedo
y amargura. Queremos prestar atención a la imagen agrícola que utiliza el
salmista: « Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares» (versículo
5). Bajo el peso del trabajo, a veces el rostro se riega de lágrimas: se
siembra con una fatiga que podría acabar quizá en la inutilidad y el fracaso.
Pero cuando llega la cosecha abundante y gozosa, se descubre que ese dolor ha
sido fecundo.
En este versículo del salmo se condensa la gran lección sobre el misterio de
fecundidad y de vida que puede albergar el sufrimiento. Precisamente, como
había dicho Jesús en los umbrales de su pasión y muerte: «si el grano de trigo
no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Juan
12, 24).
4.
El horizonte del salmo se abre de este modo a la festiva cosecha, símbolo de la
alegría producida por la libertad, por la paz y la prosperidad, que son fruto
de la bendición divina. Esta oración es, entonces, un canto de esperanza, al
que se puede recurrir cuando se está sumergido en el momento de la prueba, del
miedo, de la amenaza exterior y de la opresión interior.
Pero
puede convertirse también en un llamamiento más general a vivir los propios
días y a cumplir las propias opciones en un clima de fidelidad. La esperanza en
el bien, aunque sea incomprendida y suscite oposición, al final llega siempre a
una meta de luz, de fecundidad, de paz.
Es
lo que recordaba san Pablo a los Gálatas: «El que siembre en el espíritu, del
espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien, que a su
tiempo nos vendrá la cosecha, si no desfallecemos» (Gálatas 6, 8-9).
5.
Concluyamos con una reflexión de san Beda el Venerable (672/3-735) sobre el
salmo 125 en la que comenta las palabras con las que Jesús anunciaba a sus
discípulos la tristeza que le esperaba y al mismo tiempo la alegría que
surgiría de su aflicción (Cf. Juan 16, 20).
Beda
recuerda que «lloraban y se lamentaban los que amaban a Cristo cuando le vieron
apresado por los enemigos, atado, llevado a juicio, condenado, flagelado,
ridiculizado, por último crucificado, atravesado por la lanza y sepultado.
Gozaban sin embargo quienes amaban al mundo…, cuando condenaban a una muerte
vergonzosa a quien les resultaba molesto sólo con verle. Se entristecieron los
discípulos por la muerte del Señor, pero, al recibir noticia de su
resurrección, su tristeza se convirtió en alegría; al ver después el prodigio de
la ascensión, con una alegría aún mayor alababan y bendecían al Señor, como
testimonia el evangelista Lucas (Cf. Lucas 24,53). Pero estas palabras del
Señor se adaptan a todos los fieles que, a través de las lágrimas y las
aflicciones del mundo, tratan de llegar a las alegrías eternas y que, con
razón, ahora lloran y están tristes, pues no pueden ver todavía al que aman y,
porque mientras están en el cuerpo, saben que están lejos de la patria y del
reino, aunque estén seguros de llegar a través de los cansancios y las luchas
al premio. Su tristeza se convertirá en alegría cuando, terminada la lucha de
esta vida, reciban la recompensa de la vida eterna, según dice el salmo. “Los
que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares” » («Homilías sobre el Evangelio»
- «Omelie sul Vangelo», 2,13: Colección de Testos Patrísticos, XC, Roma 1990,
pp. 379-380).-
( Papa Benedicto XVI. Castelgandolfo,
miércoles, 17 agosto 2005. Audiencia general, dedicada a comentar el Salmo 125,
«Dios, alegría y esperanza nuestra».)
. A
la comunidad de Filipos, en el norte de Grecia, habían comenzado a llegar
cristianos judaizantes que perturbaban la paz. Pablo entra en polémica contra
los que él denomina "enemigos de la cruz". Posiblemente esgrimían
títulos de apostolado para justificar su predicación. Pablo adopta una actitud
apologética respecto a su propia persona. Flp 3,1-6 contiene los títulos con
los que Pablo se justifica frente a sus adversarios: hebreo, circuncidado,
fariseo, perseguidor de la Iglesia, irreprensible en la observancia de la Ley.
El v. 7 sirve de transición: todo ello lo estima pérdida por Cristo.
Los vv. 8-14 se centran en el
cambio de valores que ha supuesto su encuentro con el Resucitado. Pablo se
entretiene presentando su experiencia vocacional en clave atlética. Su vocación
marca una trayectoria interior de "mi justicia" a la "fe de
Cristo" que le proporciona la "justicia que viene de Dios".
San
Pablo nos da su testimonio personal: Dios no nos salva por el simple
cumplimiento de los preceptos de la ley de Moisés, sino por la ley de Cristo,
que es la ley del amor a Dios y al prójimo. Este descubrimiento transformó
totalmente su vida: "Todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con
una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la
justicia que viene de Dios y se apoya en la fe".
Si antes se glorió de ser un
hijo de la Ley y de su propia justicia, ahora todo esto le parece basura.
Para San Pablo no hay otra justicia que la que viene de
Dios como una gracia para todos los creyentes. En esta justicia está la
salvación y no en las obras de la Ley. San Pablo señala los puntos principales de su doctrina:
El hombre se justifica al recibir la justicia que viene de Dios, abriéndose por
la fe a esta justicia.
El tema que recoge San Pablo es el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. He dejado atrás muchas cosas, "el hombre viejo", lo he perdido
todo por Él, y merece la pena. Y sigo corriendo, como si se tratara de una
carrera en que corro tras Él, para llegar con Él a la meta, "tratando de
llegar a la resurrección".
San Pablo es consciente de haber perdido todos los valores por los que la
gente común se desvive. El conocimiento y seguimiento de Jesús tiene un precio:
se renuncia a todo lo que el mundo aprecia. Pero esto no tiene ninguna
importancia, comparado con lo que se gana. Es exactamente el mismo mensaje que
la Parábola del Tesoro, (Mateo 13,44).
Y esto es como una carrera. No se posee hasta la meta, aunque estamos
corriendo porque ya tenemos dentro el deseo, el principio de la posesión de ese
tesoro. El tesoro es, por tanto, la Nueva Vida, anunciada como Buena Noticia,
como resurrección. La Buena Noticia es que la Vida tiene sentido en Dios, que
Dios es el Salvador de nuestra vida, que contamos con Él para vivir, que
"si Dios es el que salva, ¿quién condena?", que la Vida de Dios es
más fuerte incluso que la misma muerte... Y esto es lo que resplandece de
manera increíble en el evangelio.
San Pablo espera recibir, como
fruto de esta justificación por la fe, un "conocimiento" de Cristo.
No se trata aquí de un conocimiento meramente teórico, sino de una experiencia
profunda y de una comunión de vida con el Señor resucitado. Muerte y
resurrección son momentos inseparables tanto en la vida de Cristo como en la de
sus discípulos. El encuentro con Cristo en el camino de Damasco y el camino
operado en la vida de Pablo, es ciertamente ya un premio; sobre todo es premio
el haber sido elegido y tomado por el Señor para su servicio. De todo esto
tiene Pablo clara conciencia y es para él como una prenda de lo que todavía
confía en alcanzar.
Pero mientras tanto lo
verdaderamente importante es seguir adelante en la carrera. El corredor que
vuelve atrás su mirada para ver sus éxitos o fracasos no está en lo que hace;
el corredor debe tener los ojos puestos en la meta; así Pablo tiene los ojos
puestos en Cristo y los oídos a Dios que le llama desde lo alto. El amor de
Cristo le urge y Pablo corre como un atleta.
Jesucristo, el Señor resucitado
ya ha alcanzado a San Pablo; por eso
ahora el apóstol , en respuesta al Señor, tiene que procurar dar alcance a
Cristo.
La escena tiene lugar en el
Templo, por la mañana. Allí está Jesús sentado en el suelo y rodeado de un
puñado de discípulo, enseñando al pueblo. El tribunal juzgaba habitualmente en
el ámbito del templo. Algunos fariseos y escribas observan a Jesús que está
también allí. Ellos saben muy bien cómo Jesús trata a los pecadores, ellos se
han escandalizado de su conducta y han criticado que se siente a comer con los
publicanos. Estos escribas y fariseos comprenden que no deben dejar escapar la
ocasión para comprometer al maestro delante del pueblo. Entienden que Jesús no
va a ser capaz de condenar a la mujer adúltera ya que va a poder más su
misericordia que el peso de la ley de Moisés. Esperan acusar a Jesús de
desacato a la ley ante el Sanedrín. Escribas y fariseos citan la pena señalada
por la Ley contra las mujeres sorprendidas en adulterio. El Dt 22, 23 s.
condena a la mujer desposada que haya cometido adulterio con un extraño en su
propio pueblo a que sea lapidada; el Lv. 20, 10 condena tanto al hombre como a
la mujer adúltera a la pena de muerte; Ez. 16, 38. 40, presupone que todos los
adúlteros deben ser condenado a muerte por lapidación. Los rabinos introdujeron
más tarde algunas mitigaciones al respecto, pero no parece que esto sucediera
ya en los tiempos de Cristo.
Jesús, sentado en el suelo,
según costumbre, puede escribir perfectamente en el polvo. No se trata de qué
escribiera, pues se trata más bien de un gesto para mostrar su desinterés y el
deseo de que lo dejen en paz. Sin embargo, ante la insistencia de los
acusadores, Jesús se levanta, pero no para condenar a la mujer adúltera sino
para denunciar la mala fe de estos escribas y fariseos que no querían otra cosa
que comprometer a Jesús ante la opinión pública y ante el Sanedrín. Jesús no
critica la dureza de la ley establecida, ni afirma que sólo puedan dictar
sentencia justa unos jueces inocentes. Jesús denuncia, eso sí, que estos
escribas y fariseos no son jueces legítimos y tan sólo acusadores de la mala
fe, hombres que se tienen a sí mismos por justos y se erigen en jueces de los
demás. Según el Dt. 17, 7, los testigos del crimen deben ser los primeros en
arrojar la primera piedra contra el reo. Jesús se encara con sus enemigos y les
dice que comience a tirar la primera piedra el que de ellos se encuentre sin
pecado. La palabra de Jesús y su actitud contra estos hipócritas produjo el
efecto deseado. Jesús se sentó de nuevo, mientras sus enemigos se marchaban
corridos.
Cuando todos se habían ido y
quedó Jesús con sus discípulos y la mujer en medio del corro. Jesús se levantó
de nuevo para pronunciar ahora una palabra de misericordia. No disculpa
ciertamente la acción que ha cometido esta mujer, pero hace valer para ella la
gracia y no el rigor de la justicia.
El
texto es perfectamente inteligible en clave de hijo mayor e hijo menor de la
parábola de Lucas del domingo pasado. Tanto uno como otro tienen algo en que
cambiar, los que cumplen la Ley de Dios y los que no la cumplen. Más aún, los
que la cumplen no tienen ningún derecho a recriminar ni a condenar a los que no
la cumplen. La palabra y la mirada tierna y misericordiosa de Jesús es la que
salva y levanta a la mujer pecadora de su postración.
En
la escena es muy notable la posición general de Jesús. Desde su pretendido
ensimismamiento hasta el desenlace final que purifica los pecados de la mujer. Cuando todos se habían ido y quedó
Jesús con sus discípulos y la mujer en medio del corro. Jesús se levantó de
nuevo para pronunciar ahora una palabra de misericordia. No disculpa
ciertamente la acción que ha cometido esta mujer, pero hace valer para ella la
gracia y no el rigor de la justicia. Jesús
consigue que una adúltera no sea condenada por otros pecadores.
¿A
quiénes lanzamos piedras? ¿Queremos, acaso, hacer a Jesús partícipe del
apedreamiento, o contar con su bendición para ello? Jesús mira al suelo. No
tira piedras. Él lanza preguntas que desnudan la situación y descubren el
corazón. Su mirada va siempre al centro de las personas y nos enseña a
contemplarlas desde el suelo, que es desde donde todos sabemos estar, como hace
en la última cena. Podemos atrevernos a sentir la mirada de Jesús y, desde
ella, también permitir que, por medio de nuestros labios y actitudes, muchas
víctimas sigan escuchando: “Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar”.
"Y
Jesús despide a la mujer con estas estupendas palabras: «Vete, y en adelante no
peques más» (v. 11). Y así, Jesús le abre un nuevo camino, creado por la
misericordia, un camino que requiere su compromiso de no pecar más. Es una
invitación válida para cada uno de nosotros: cuando Jesús nos perdona, nos abre
siempre un nuevo camino para que avancemos. En este tiempo de Cuaresma, estamos
llamados a reconocernos como pecadores y a pedir perdón a Dios. Y el perdón, a
su vez, al reconciliarnos y darnos paz, nos hace comenzar una historia
renovada. Toda conversión verdadera está encaminada a un futuro nuevo, a una
vida nueva, a una vida hermosa, a una vida libre de pecado, a una vida
generosa. No temamos pedir perdón a Jesús porque Él nos abre la puerta a esta
vida nueva. ¡Qué la Virgen María nos ayude a testimoniar ante todos amor
misericordioso de Dios que, en Jesús, nos perdona y hace nueva nuestra
existencia, ofreciéndonos siempre nuevas posibilidades!" (Papa Francisco Ángelus, 7 de abril de 2019)
Para nuestra vida.
Las tres lecturas coinciden en
la misma idea, aunque desde ángulos distintos. Isaías, con un lenguaje
simbólico al que no hay que atarse. Pablo, con una reflexión teológica. El
evangelio, con una actitud concreta que produce la crisis.
Cada comunidad y cada creyente
tenemos la tarea de descubrir a esa mujer adúltera, al chivo expiatorio, sobre
quien descargamos nuestras iras para ocultar nuestro propio pecado. ¿En qué
medida seguimos actuando como los fariseos? ¿Hay respeto a la persona humana?
¿Se practica la pedagogía liberadora de Jesús?
Ya
desde la primera lectura se nos invita a descubrir y esperar algo nuevo. Es una llamada a esperar lo
nuevos que nos ofrece Dios.
No
es de cristianos vivir de recuerdos, pasarse la vida suspirando por lo que
pasó, encerrado en un pasado que ya no existe. Hay que mirar con ilusión
nuestra propia época, tratando de mejorarla, luchando para que haya más
justicia, más amor, más paz. Es lo que Dios pone en nuestras manos, el talento
que ahora tenemos que negociar hasta conseguir el máximo rendimiento. El pasado
no es más que eso, pasado. Lo que realmente nos pertenece es el presente, de
esto es de lo que tenemos que responder ante Dios. Lo pasado ya no tiene
remedio, mientras que lo que ocurre ahora es susceptible de hacerse bien. Es
señal de vejez el mirar atrás. De esa vejez caduca y decadente que afecta no
sólo al cuerpo, sino también al espíritu. Esa es la peor forma de llegar a
viejo, ese vivir del pasado, ese sentirse desfasado en el presente, ese no
mirar con esperanza y con serenidad al futuro.
La salida de Egipto
con el camino por el desierto, simboliza nuestra vida del pecado. En cambio el perdón divino nos
da una vida nueva que irrumpe impetuosa en
nuestra actitud de anhelo del pasado. Estamos llamados a vivir la nueva
criatura, la creada según Dios, en justicia y santidad .
¿Qué es
esto nuevo que Dios realiza?. No es un cambio espectacular en el derrotero
histórico de los pueblos como pensaban los hebreos e incluso los primeros
cristianos. No se refiere al cambio político o social logrado por una mágica
intervención divina, ni al cambio de la naturaleza para que nos dé sus frutos
sin el esfuerzo sacrificado del trabajo.
Lo Nuevo
parece realizarse en el mismo corazón del hombre, para crear una actitud
distinta, un nuevo modo de relaciones humanas, y para fundamentar el cambio
social o político sobre algo más sólido que la simple ley, o el dictado de la
fuerza o la indiferencia abstencionista.
Sólo en la medida en
que estemos dispuestos a recibir la presencia de Dios en nuestra vida, será
posible olvidarse de lo que queda atrás y lanzarse a lo que está por delante,
como nos recuerda San Pablo en la Carta a los Filipenses. Las liberaciones
históricas del pasado son garantía de la intervención presente. La liberación
presente continúa y profundiza las del pasado.
El responsorial de hoy es un poema
donde se refleja la situación moral de los repatriados de la cautividad
babilónica, los cuales, de un lado, están gozosos al ver que se han cumplido
las profecías del Señor sobre el final del exilio, pero al
mismo tiempo sufren grandes penalidades y ansían que la nación recupere su
plenitud política y económica, como en los tiempos antiguos. Los vaticinios
proféticos hablaban de una reconstrucción gloriosa, pero la realidad es mucho
más modesta; y, por ello, las almas justas que vivían de las promesas
mesiánicas esperaban el cumplimiento de los anuncios de los profetas.
El retorno de
la cautividad resultó tan insólito, que los que asistían al espectáculo no
creían lo que veían, como si fuera un sueño. El júbilo popular fue grande al
ver llegar las caravanas después del decreto de retorno firmado por Ciro,
conquistador de Babilonia (538 a. C.). Los mismos paganos estaban admirados del
cumplimiento de los antiguos oráculos sobre el retorno de los exilados. El
Señor había cumplido sus promesas.
El salmista se
suma a esta admiración por las magnificencias de su Dios; “El Señor hizo por ellos grandes cosas!
¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros y estamos alegres!”, pero
desea que se cumplan las antiguas promesas de restauración plena.
Con bellas
metáforas anuncia la futura transformación de la nación israelita: “¡Cambia, Señor, nuestra suerte como los
torrentes del Négueb!”, Los torrentes del Negueb están
secos en verano y se llenan de agua en el otoño con las primeras lluvias
impetuosas, así la nación israelita recuperará su plena vitalidad nacional; y
como los que siembran lo hacen con no pocas penalidades, pero sus trabajos son
compensados con la recolección de las ricas gavillas, así los israelitas ahora
trabajan penosamente en la reconstrucción de la nación, pero al fin verán
alegres coronada su obra y sentirán la íntima satisfacción del “sembrador” que recoge su
mies, que le compensa de los trabajos de siembra. “Al ir, iban llorando, llevando la semilla; al volver, vuelven cantando;
trayendo sus gavillas.”.
La
segunda lectura nos recuerda la novedad de la " ley de Cristo" , la
ley del amor, ¿cambia y transforma realmente
nuestra vida? Sólo si esto es así, podremos también nosotros decir con el salmo
responsorial: “el Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.
No olvidemos que siendo la
"justificación" una gracia de Dios, no quedamos reducidos a una
situación de mera pasividad. Pues el hecho de haber sido agraciados con la
justicia que viene de Dios es el fundamento de un imperativo ético y la
condición de su posible cumplimiento: Radicalmente justificados por la gracia
de Dios, podemos y debemos hacer obras de justicia verdadera hasta alcanzar la
plena salvación. De ahí que San Pablo haga suyo el consejo que hace a los
Filipenses: "Trabajar con temor y
temblor en la propia salvación". San Pablo tiene conciencia de que aún
está en camino para conseguir la meta y el ideal de todo cristiano. En ese
camino nos encontramos nosotros mientas peregrinamos en este mundo.
Conocer a Cristo, ganar a
Cristo, existir en Cristo, comulgar en sus padecimientos, morir su muerte,
conocer y participar la fuerza de su resurrección: esto es la vida cristiana.
Hay distintos niveles y grados. San Pablo se propone como ejemplo: él fue
alcanzado por Cristo cuando corría en otra dirección; ahora es él quien
pretende alcanzar a Cristo, "corriendo hacia la meta, lanzándose hacia
adelante". Como el atleta, siempre en tensión progresiva. La vida
cristiana es esencialmente camino, carrera y progreso. Una exigencia atlética:
liberarse de peso excesivo y cargas inútiles: todo es estorbo y
"basura", en comparación con el premio.
En todo el párrafo aparece un
San Pablo atraído y seducido totalmente por Cristo, en cuya comparación nada
importa. Es uno de los momentos en que más claramente aparece la seducción que
Cristo ha tenido sobre San Pablo, en todos los planos de la existencia de
Apóstol. Es un ejemplo de lo que debe significar Cristo para todo cristiano. No
sólo para Pablo de Tarso.
El evangelio
es una gran lección para cuantos nos erigimos a veces en jueces de los demás.
La cuestión de la mujer sorprendida en
adulterio ponía a Jesús en un verdadero aprieto.
En el texto de hoy, se nos presenta a
los letrados y los fariseos que tratan de comprometer a Jesús. Así ponen a la
mujer adúltera en medio del corro acusándola ante Jesús y todos los
presentes. Si perdona, va contra la ley judía; si aprueba la condena de muerte,
se contradice a sí mismo y va contra la autoridad romana, la única capaz de condenar
a muerte. Jesús les dice que comience a tirar la primera piedra el que de ellos
se encuentre sin pecado.
Jesús,
se inclina en silencio hacia el suelo. Cuando le insisten para que se
pronuncie, se incorpora e invita a que quien no tenga pecado tire la primera
piedra. Luego vuelve a inclinarse y continúa escribiendo con el dedo en la
tierra. No sabemos qué es lo que escribía. Quizá lo único que pretendía era dar
tiempo para suscitar la reflexión y hacerles caer en su incongruencia. Jesús
les invita al examen personal de conciencia para que reconozcan también la
hipocresía social que condena a la mujer. Desenmascarados, van saliendo de uno
en uno, hasta dejar sola a la adúltera
frente a Jesús.
Jesús no quiere condenar, sino liberar, con su
decisión asegura la vida a la mujer, dándole así un nuevo impulso vital, una
nueva oportunidad. Cierto que Jesús no declara por bueno lo que la mujer ha
hecho. Lo que Jesús desea es este nuevo comienzo para la mujer.
Esta historia pertenece a las cumbres más altas del
evangelio, porque en ella se revela de una manera visible todo el sentido de la
salvación que Jesús nos ofrece. No es como la que ofrece Juan el Bautista; para
el Bautista, la conversión es la condición para recuperar la comunión con Dios,
para volver a ingresar en la comunidad del pueblo de Dios. Jesús va al
encuentro de los hombres y los acoge en la comunión divina, en el ámbito del
amor de Dios que otorga vida y confía en que tal comportamiento, ese perdón de
los pecados, pueda tocar al hombre en lo más íntimo, a fin de moverle de esa
manera a la conversión. El perdón de los pecados que Jesús otorga gratuitamente
provoca la conversión; la conversión es la consecuencia del perdón, no su
condición propia. Este es el nuevo orden -el Reino de Dios- que Dios hace presente
en el mundo mediante la palabra y la vida de Jesús, su Hijo, un orden en el que
Dios se manifiesta a los hombres fundamentalmente como el Dios del amor
incondicional, lo cual se ve claramente en el perdón incondicional de los
pecados, como el que Jesús practica, El hombre vuelve a encontrarse a sí mismo,
al saberse amado y acogido por Dios. Es una liberación de todas las presiones y
miedos.
Con
qué facilidad sometemos la conducta ajena a nuestro propio juicio. Olvidamos
que el Señor nos ha dicho que no juzguemos y no seremos juzgados, y que con la
misma medida con que midamos a los demás, seremos nosotros medidos. Nos resulta
más fácil ser fiscales que no defensores, tendemos a resaltar las
circunstancias agravantes y a olvidar las atenuantes.
- ¿Preferimos ser juzgados ante un tribunal humano o
ante Dios? Tribunal humano: Fijaros en el evangelio de hoy: los fariseos
no hacían más que echar en cara y escupir los pecados de la adúltera. Dicen que
la sorprendieron en adulterio. Pero, ¿cómo en adulterio? ¿No había nadie más
con ella? Para decir que estaba en adulterio, debía de estar con un hombre ¿Por
qué no cogieron al hombre y lo acusaron? Acusan a la adúltera y la condenan a
morir apedreada. El tribunal humano condena de mala manera y con odio a la mujer,
autora de adulterio, y absuelve y deja marchar sin acusación al hombre, autor
también de adulterio.
Veamos ahora el tribunal de Dios. Sin embargo,
Jesús hace que las personas, en este caso los fariseos, dejen de mirar
únicamente a la mujer y se miren también a sí mismos: “El que esté sin
pecado, que le tire la primera piedra”. Y desde los más viejos, todos se
fueron escabullendo. ¿Por qué empezando por los más viejos? Porque… “cuanto
más viejo, más pellejo”. Todo el mundo que reflexiona seriamente se da
cuenta de que bastante tiene con ver lo suyo. Recuerdo una mujer que criticaba
por todo el pueblo, porque a la hija de la vecina la dejaron embarazada de
soltera, y luego sus hijas salieron peor aún.
Dice Jesús a la mujer: “Tampoco yo te
condeno, mujer. Vete y no peques más.” Ante nuestros pecados, Jesús no
adopta una actitud de condena, de mandarnos al infierno. Pero eso no quiere
decir que no se entera de lo malo que hacemos; ni tampoco quiere decir que lo
malo que hacemos no sea importante. Cristo distingue entre el pecado y el
pecador. Cristo ama al pecador y rechaza el pecado. Cristo quiere la conversión
del pecador y eso buscó y procuró en aquella mujer
Hoy
día seguimos condenando, somos jueces implacables de los demás. Los males,
decimos, son muchos, pero los culpables son los otros, o las estructuras. No
queremos reconocer que todos somos corresponsables, por acción o por omisión,
del mal y de la injusticia que sufre nuestro mundo. Esto se llama hipocresía.
Trasladamos a la conducta del prójimo nuestra propia malicia y hacemos realidad
aquello de que se cree el ladrón que todos son de su condición.
La
llamada del Señor -en este tiempo de conversión- es a rectificar, a ser benévolos a la hora de
juzgar; dentro de lo posible abstengámonos de hacerlo, dejemos que sea Dios
quien emita su justo juicio y seamos misericordiosos para que el Señor lo sea
con nosotros, que falta nos hace.
No
olvidemos que sólo el Señor es capaz de reconstruir a la persona por dentro
para convertirla en nueva criatura. Sólo Jesús puede cambiar la orientación de
nuestra vida para que podamos cantar con el salmo de hoy que "El Señor ha estado grande con nosotros y
estamos alegres".
Al cerrar este ciclo de
reflexiones cuaresmales, después de caminar cuarenta días en el desierto de
nuestro mundo interior, de pronto nos encontramos con la figura de Cristo que
arroja luz y agua sobre nuestro oscuro pedregal. Hemos dejado al otro lado del
desierto nuestro «todo», un esquema y un modo de pensar, un estilo de vivir,
mas ¿cuál es nuestra ganancia? Y respondemos con San Pablo: «Todo
lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo
y existir en él, no con una justicia mía -la de la ley- sino con la que viene
de la fe de Cristo...»
Al entrar al desierto se nos
reclamó despojo total, descalzarnos y desnudarnos, caminar sin equipaje y sin
defensas. Y tuvimos miedo. ¿Es que se nos conducía a la muerte? De alguna
manera, sí. A morir a nosotros mismos, para «llegar a la resurrección», al
renacimiento del hombre- nuevo en Cristo.
Ahora, al final del desierto,
se nos exige la total purificación para que el Cristo muerto y resucitado
(muerto a lo viejo, resucitado a lo nuevo) nos inunde y nos vista con su luz.
«Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?»
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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